PRÓLOGO

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Arsen supo quién había ingresado a la torre incluso antes de escuchar su voz. Mentiría si no admitiera lo sorprendido que estaba. Después de todo, tenía plena seguridad de que visitar su torre era el último lugar al que Deckard iría.

—Sea lo que sea haya ocurrido, yo no fui. —No se volteó para verlo, inclinado sobre su escritorio dibujando un prototipo de un artículo de transporte aéreo.

En su último viaje dimensional, pudo observar un extraño aparato con forma de ave volando por los cielos. Tuvo el tiempo suficiente para averiguar que era un muy efectivo medio de transporte a larga distancia para humanos. Quería hacer un par de viajes más para analizarlo mejor y así comprender su estructura, funcionamiento y si era más efectivo o no que el medio de transporte terrestre.

Un ave gigante que llevaba personas.

Sonaba alocado.

Le gustaba.

—Necesito tu ayuda —dijo Deckard, distrayendo su mente de su trabajo.

La cabeza pelirroja de Arsen se levantó, su mirada azulosa fijada en Deckard. Parpadeó como un búho en plena luz del día.

—Disculpa. Aluciné por un segundo. ¿Qué dijiste?

Un músculo pequeño se tensó en la mandíbula de Deckard, como si repetirlo una segunda vez fuera algo titánico, y probablemente lo sea. Sacó su mano fuera de su túnica y dejó caer sin cuidado un libro delgado y viejo en la mesa.

—Necesito tu ayuda para mantener los recuerdos de Verónica.

Arsen suspiró, echando su espalda hacia atrás a su asiento.

Claro. Solo esa chica podía ser incentivo suficiente para que Deckard hiciera algo que fuera contra su naturaleza: pedir ayuda a su némesis. O al menos eso creía Arsen que era él para Deckard.

—A ver, explícate. —Con un gesto de mano, señaló el libro frente a él—. ¿Y qué es esto?

—Sabes lo que ocurrió hace un mes. —La mano visible de Deckard se apretó en un puño—. Verónica... se ha ido.

Arsen asintió, dando a entender que ha escuchado las noticias.

Una casi calamidad ocurrida en Menevras. Gran parte del imperio destruido. Cientos de magos muertos. Y el castigo de Vita aún presente en su aura mágica por la imprudencia que cometió. ¿No había aprendido la lección? ¿Aún necesitaba otra para que se quedase quieto?

Deckard continuó.

—Su alma debería estar en proceso de reencarnación. Pero, lo hará sin sus recuerdos.

—No me estás diciendo nada nuevo. Es un proceso natural. Olvidamos nuestras vidas pasadas como parte del karma escrito en nuestros destinos. ¿A dónde quieres llegar? —Arsen cerró sus ojos mientras enarcaba una ceja, rascando una de sus sienes con poca paciencia.

—Tú... —Deckard tomó aire, lo intentó nuevamente— Tú tienes un talento innato para los viajes dimensionales. Dominas esa área mucho mejor que yo.

—Sin embargo, tu alienación con la magia de tiempo me supera —dijo Arsen, confundido al abrir sus ojos—. Lo que sea estés planeando en esa cabeza tuya, estoy seguro de que serías capaz de lograrlo por tu cuenta, ¿no?

Vio a Deckard apretar los labios, lo que causó algo de desconcierto en Arsen.

—No puedo. No tengo la experiencia necesaria.

—A ver. A ver, a ver. —Apoyó los codos en la mesa, sus dedos cruzados—. La chica inició el ciclo de reencarnación. Podría acabar aquí, ¿qué te hace creer que irá a parar a otro mundo? ¿Acaso Vita te dijo algo?

—No. —Deckard se llevó una mano a la nuca, lucía como un niño perdido, una imagen perturbadora para Arsen, si debía decirlo. Había algo en Deckard que no se veía... No era él. Punto. No solo por el castigo de Vita, era el espíritu mismo de Deckard que estaba mal.

Observándolo, y muy bien, Arsen notó que el brillo en sus ojos era mínimo, también las ojeras y había un ligero rastrojo de barba. Deckard se caracterizaba por ser muy pulcro con su apariencia, para Arsen siempre fue un niño vanidoso y mimado. Definitivamente ahora se veía...

humano.

Destruido.

—No se trata de traer el alma de Verónica. Sé que ella vendrá. Pero no recordará nada. Absolutamente nada de lo que ocurrió, nada de lo que hizo antes de venir aquí. Será un reinicio total en ella. —Deckard bajó la mano, al igual que su cabeza—. Registré toda la torre, de abajo hacia arriba, buscando más archivos, más libros, más notas, cualquier cosa que haya dejado mi maestro sobre sus viajes, sus investigaciones, alguna pista sobre sus vidas pasadas. Y lo poco que él pudo recabar fue que ella... era débil. Algunos la describieron como alguien apática, otros retraída. Asustadiza.

Arsen se removió, incómodo.

—Bueno. Eran épocas duras. Lynd solía viajar fuera de Menevras. Dovelush tardó cuatrocientos años en convertirse en un reino próspero. Rasluan muchísimos años más en ser lo que es ahora. Y su destino de pena no la hacía tener la suerte de nacer en una familia noble.

—E... Exacto. —Deckard tomó aire—. Con el Castigo Sagrado, no podré... Si naciera sin recuerdos, podría ser psicológicamente vulnerable a su entorno, dependiendo de lo que el destino le depare. Yo... la volveré a perder si ella cae en sus miedos antes de que pueda ayudarla.

Fue entonces que Arsen estaba comenzando a captar cuál era el motivo de Deckard para ir ahí, para ir a él en busca de ayuda.

—¿Quieres que ella mantenga sus recuerdos? ¡Eso es imposible! —Arsen se levantó, golpeando el escritorio con sus manos—. Quieres que atente contra una ley absoluta impuesta por Vita. ¿Ves? —Arsen bufó—. ¿Qué creía yo? Las personas no cambian en un mes. El niño dorado de Vita, queriendo ir en contra de los deseos de su padre ¡y arrastrando a todos con él como hiciste con Lynd!

—¡Arsen! —Deckard avanzó un paso, su magia carmín condensándose en su mano todavía cerrada. Tuvo que respirar una, dos veces, evitando destruir todo este lugar junto a su dueño como quiso hacer tiempo atrás—. Solo quiero mantener los recuerdos que forjaron la actitud en su vida como Verónica. Haber crecido en ese mundo del que vino le dio cierta fortaleza. Quiero que la mantenga. Necesito... Ella necesitará mantenerla para sobrevivir hasta que yo llegue. —Sus labios titubearon—. No me importa si nada de lo que pasó aquí está en su mente, incluido yo, solo necesito que ella sea esa chica aguerrida que conocí.

Arsen se cruzó de brazos.

—Es decir, ¿que no necesitas que sea la ratoncita débil y temerosa de sus anteriores vidas? ¿Qué pasa si es su destino serlo y aprender a volverse fuerte? —Arsen entrecerró sus ojos—. Quieres moldearla incluso antes de que nazca en su nueva vida.

—¡No es lo que pretendo!

—¿Entonces qué? ¡Qué! ¡Déjala en su libre albedrío! —Arsen lo señaló—. ¡Solo quieres que todos hagan lo que tú deseas!

—¡Quiero mantenerla a salvo! —En un parpadeo, Deckard lo había tomado del cuello de la túnica con ambas manos, dejándolo muy cerca de su cara enojada—. ¡Ella morirá! ¡Ella fue así, en cada vida, incapaz de protegerse, incapaz de mantener la esperanza, la fe! ¡Asesinada, muerta! —El agarre se apretó, que Arsen sentía problemas para respirar un poco—. ¡Suicidándose! Porque no confiaba en sí misma, porque era temerosa de su naturaleza, porque crecía en entornos que mataban su espíritu lentamente. Tú, maldito bastardo de mierda, ¡¿pretendes que solo la deje ser, a la espera de solo acabar encontrando su cadáver pudriéndose como lo hizo mi maestro si no tengo suerte?! —Lo soltó, Arsen tropezó con su silla que acabó tirada al suelo, él jadeante.

El silencio se instaló en la pequeña habitación, el ambiente tenso que ni siquiera un insecto querría volar en él para no llamar la atención. Puede que el aura mágica de Deckard fuera mínimo contrario al pasado, sin embargo seguía siendo imponente sobre el de Arsen debido a ese intenso color carmín que poseía.

—¿Qué te hace pensar...? —Finalmente habló Arsen otra vez—. ¿Qué te hace pensar que ella repetirá el mismo patrón?

—Porque ha sido así a lo largo de todas las vidas que ha tenido aquí —respondió el otro mago un minuto entero después—. Aun en caso contrario, no pienso arriesgarme. —Ambas manos de Deckard frotaron su propio rostro, frustrado. Cansado—. Arsen. Te lo pido. Si usaras tu control en la magia dimensional y lo combinaras con la magia del tiempo, imponiendo los recuerdos del alma de Verónica en su actual yo, podrías evitar que su destino se repita. —Deckard tomó el libro de antes, pasando un par de páginas repletas de texto hasta detenerse en una donde se mostraba un complejo sello con runas y símbolos en un círculo—. Esto es algo que dejó mi maestro.

Arsen tomó el libro, hojeando su contenido a la brevedad. Al principio se veía interesado, luego confundido y después su tez se volvió pálida.

—Esto... ¿Estás consciente del riesgo que esto conlleva? Es un ritual. Un mago es el viajero y es necesario otros que den parte de su magia para que el primero pueda llevar a cabo la misión. —Arsen dejó el libro, todavía abierto, en el escritorio—. No veo que traigas compañía.

—No. Porque lo haremos nosotros dos.

—Deckard, Deckard. ¡Date cuenta! Tendrías que darme parte de tu maná para que yo pueda soportar esta locura. ¡No es una cantidad que puedas reemplazar, tardarías años! —No es que se mostrara preocupado por la situación mágica de Deckard, pero la gravedad era muy alta—. El Castigo Sagrado está limitando tu actual nivel de maná. Al dármela, quedarías demasiado debilitado. Si hubiera un ataque, estarías en problemas. No serías capaz de protegerte. ¿Y qué hay de la barrera? Ella se alimenta de ti por ahora. Tú... ¿Descuidarás tus deberes por ella?

—La barrera se ha debilitado en gran magnitud con lo acontecido el mes pasado. Hiciera esto o no, no va a durar un par de años más. Si no encuentro a Verónica, todo esto, todo por lo que Lynd se sacrificó, será en vano. Desaparecerá. —Esta vez, fue Deckard quien se acercó y apoyó ambas palmas en el escritorio al inclinarse—. Arsen. Las arenas se deslizan con rapidez y no queda mucha a nuestro favor. —Su cabeza bajó, Arsen lo veía derrotado. No estaba convencido, en lo absoluto, solo que era incómodo cuando Deckard dejaba caer el velo de esta forma.

¿Qué demonios le hizo esa chica?

La primera y única vez que la vio solo había visto un ratón chillón que no dejaba de gritar, un poco insolente. El único crédito que debía darle era la interesante posibilidad de haber podido extraer todo el conocimiento de su mundo. Ella conocía todos estos elementos en los que él solía ensimismarse. Como una fuente de nuevos conocimientos sobre artefactos curiosos que él podría implementar en Rasluan si los desarrollaba adecuadamente.

Traer sus recuerdos significaría traer ese conocimiento, con suerte ni siquiera necesitaría de realizar tantos viajes ni gastar maná en ellos...

Pero. Siempre había un "Pero".

—Arsen. —Deckard volvió a hablar—. Haré lo que pidas. Te daré lo que quieras. A cambio, ayúdame a hacer este ritual. Impón en la mente de la nueva vida de Shaira los recuerdos de su vida como Verónica. —Deckard tragó con dureza—. No por mí, no por ella. Hazlo por Lynd.

Ese nombre, como todas las veces que lo escuchaba, causó que el corazón de Arsen se saltara un latido. Lynd pasó sus últimos años agotando todas sus reservas en encontrar a esa chica. No importaba qué, jamás perdió la esperanza de encontrarla, de que Deckard y ella se reunieran y forjaran una nueva barrera, impenetrable, indestructible, eterna, en Menevras, sembrando el equilibrio en todo el mundo para proteger cada imperio existente. No obstante, Lynd murió antes de lograrlo, enfermo después de absorber para sí mismo la maldición impuesta por el destino de soledad de Deckard.

Lynd jamás lo mostró ante él, pero Arsen estaba seguro de que él lloraba con amargura cada muerte de Shaira, culpándose todo el tiempo por ser tan ineficiente al llegar tarde a ella. Lynd fue nombrado guardián de Deckard y Shaira por los mismos dioses, su misión era encontrarlos, reunirlos y protegerlos. Murió antes de lograrlo.

Ahora, tenía ante él una oportunidad de lograr lo que Lynd siempre trató de alcanzar. Si hiciera eso, si realizara el ritual, si ayudara a... Deckard..., ¿Lynd estaría orgulloso? ¿Descansaría por fin y volvería a él? Arsen anhelaba, desde hace bastante tiempo, verlo una vez más. En el pasado, él jamás, nunca tuvo el valor de...

Tomando una bocanada de aire, Arsen se puso en pie, rodeó el escritorio y se posicionó frente a Deckard. Solo se inclinó para recuperar el libro de Lynd, su otra mano estirada hacia el mago frente a él.

—De acuerdo. Hagamos el ritual.