CAPÍTULO 1

LA NUEVA VIDA DE UNA PLEBEYA

.

.

Tenía cuatro años cuando vi morir a mi madre. No murió por enfermedad, no murió por un disparo, tampoco murió por envenenamiento ni mucho menos degollada. En resumen, no murió por mano humana.

Fue devorada por una quimera.

Recuerdo haber llorado por Mariangela, mi madre en este lugar, y después haber llorado por mí hasta quedarme dormida.

Oh, ¿que por qué dije "mi madre en este lugar"? Simple: porque yo no pertenezco a este mundo. Y no, no es que sea una alienígena con piel verde y ojos saltones amarillos como una rana estirada en una aplanadora. Quizá debería hacer un resumen muy breve.

Yo morí, pero sobreviví.

Sí, no es meme, realmente morí y realmente sobreviví, en otro mundo.

Acababa de acostarme para dormir, seguir mi rutina de todos los días, cuando debí sufrir un infarto y al despertar acabé en un mundo extraño. Hace dos años me enteré que es un imperio y se llama Rasluan. Ajá, un imperio como los de hace cientos de años, ¡y, oh, con magia y monstruos! Muy a lo Westeros, de Juego de Tronos. Rasluan tuvo una guerra civil, iniciada por un mago que luego se coronó emperador e inició una nueva dinastía.

Volviendo a mí, yo crecí en una zona pobre de Rasluan. Pasar necesidades no es algo nuevo para mí, en mi antiguo hogar, Chile, yo igualmente crecí en un barrio humilde. Mis padres en ese entonces le echaron ganas y salimos adelante. Pero ahora, las tengo un poco difíciles. No sé quién es mi padre, y mi madre..., bueno, ya no está tampoco. Quedé al cuidado de un hombre poco agradable llamado William. Un proxeneta maldito, si debo aclarar. Ví de primera mano a ese asqueroso ser de dos patas que se hace llamar humano, recoger chicas de la calle, engañarlas y obligarlas a acostarse con nobles ricos por dinero, mantenerlo a él... y de paso mantenerme a mí.

Sin embargo, logré escapar hace unos meses. Antes, intentaba escapar pero William, ese bastardo, se las ha arreglado para atraparme. Como una vez, hace tiempo...

—¡Maldita mocosa! —Me arrastró por la casa, de dos pisos, hasta lanzarme al suelo de la habitación donde mi madre y yo solíamos dormir. Me raspó un poco las rodillas, pero contuve las lágrimas.

¡Animal asqueroso, sucio, puaj, puaj, puaj!

—¡Te doy un techo donde dormir y una comida con la cual alimentarte, y tú, desagradecida, me la pagas escapando!

—¡No quiero estar aquí! —Me puse de pie, enfrentándolo—. ¡Eres un viejo cochino! —No pude contener sacar la lengua. Es como un instinto infantil superponiéndose a mi racionalidad adulta. Disculpen eso.

Como siempre que lo hice, la gruesa mano de William golpeó mi mejilla, un dolor insoportable llenando mi rostro y, de nuevo, encontraba al día siguiente un moretón. Ah, ¡abusador, bestia, maltratador, maldito!

Supongo que esperaba ganar un dinero conmigo. Sé que mi madre tenía que hacer la misma labor, vender su cuerpo para poder ganar algo de dinero. Yo me quedaba en la habitación, abrazando mis piernas mientras que esperaba que ella volviera. Algunas veces, cuando no me quedaba dormida, ella volvía con los ojos sin vida, recién lavada y se quedaba un largo rato viendo fuera de la ventana, hasta que se giraba para acostarse en la cama. Yo odiaba las noches, porque siempre me tocaba verla destruirse poco a poco.

Luego escapamos... Luego aquellos monstruos atacaron la zona donde íbamos... Y luego yo hui por mi cuenta.

No me importaba vivir a la intemperie, no me importaba pasar hambre. Me introduje en el bosque, cazando pequeños peces en un río cerca de las montañas y durmiendo bajo las ramas de los árboles. En los pocos meses que llevo aquí, todo se torna peor cuando llueve. El verano está acabando, Rasluan es frío durante la temporada de otoño, y estoy temiendo cuando comience el invierno. He estado recorriendo los bosques, acercándome a las montañas con la esperanza de encontrar alguna cueva en la cual refugiarme. Hasta ahora, mantengo algo de calor gracias a la magia.

Es algo que, desde que soy consciente de mí, noté. Un brillo verde rodea todo mi cuerpo. No se lo he visto a nadie más. Fue hace unas semanas que supe que podía hacer magia, así que asimilé que este brillo que me rodea era como una... ¿señal? ¿Indicio? ¿Prueba? Lo que sea, de que yo podía hacer magia. No sé exactamente cómo funciona. Algunos días logro hacer encender un fuego, otros días tengo que intentarlo por mi cuenta, a lo Tom Hanks en "Náufrago".

La magia debería venir con una guía de instrucciones.

¡PUM!

—¡Ah! —grito, acompañado de un respingo. Fue como una explosión, luego la tierra comienza a retumbar, como si algo enorme corriera hacia mí.

Me levanto para correr, espantada de que fuera una bestia salvaje. Algo poco común. Hablo de, aparte de aquellas bestias que asesinaron a mamá, no he visto otras en Rasluan. No en el bosque, al menos. Esta inesperada presencia ha interrumpido mi búsqueda de un refugio para el invierno. Una vez cada dos días dedico mi tiempo a explorar los alrededores del bosque, los otros son días de recolección de alimentos -que nada más se limita a pescado y frutos silvestres.

Lo que sea era aquel retumbar fue mucho más rápido, o quizá mi ignorancia de esta zona del bosque me acabó llevando directo a lo que parece ser una feroz batalla. Un hombre, cuyo contorno brilla en blanco, está peleando mágicamente con dos de aquellas criaturas que asesinaron a mi madre. Son como unas... unas quimeras, una perturbadora combinación entre lobo, león y algún otro animal que no logro identificar, en un cuerpo lleno de sarna.

El hombre mueve sus manos e invoca el fuego, otra mano crea una lanza. Estas quimeras son de movimientos rápidos, audaces, los rugidos son terroríficos. Oh, no, no es que lo sean, ¡es que el hombre está herido! Sus acciones son lentas, algo torpes, lo que da ventaja a las quimeras y por eso parece que ellas son letales. A duras penas contengo un grito cuando un zarpazo de una de las bestias tira al sujeto al suelo, él queda aturdido por un fugaz momento, ya que sabe que solo un segundo de distracción podría ser letal para él.

—¡Cuidado! —Mi mano derecha se mueve, mi gran deseo de ayudarlo y deshacerme de esas bestias, el miedo atroz de recordar a mi madre en su posición, las garras de la criatura a punto de clavarse y formar tres agujeros en su cuerpo causan que, de manera inconsciente, mi aura verde viaje a la tierra.

Enormes picos se elevan desde el suelo, filosos como una navaja, y se claven en los cuerpos de las bestias, atravesando patas, torso, gargantas, cabezas. Son miles y miles de picos, gruesos y delgados, grandes y pequeños, arrancando alaridos de dolor en las bestias que poco a poco dejan de moverse. La sangre oscura, como petróleo, sale del cuerpo de las quimeras, deslizando en gruesas gotas por los picos hasta caer a la hierba.

Yo solo cubro mi boca, ahogo un chillido de espanto. ¡Es asqueroso! ¡Es horrible! No quiero verlas, no quiero verlas. Llevo mis ojos al hombre, quien para entonces he captado su atención, así que está viéndome de regreso. Noto que está sorprendido. Bueno, imagino por qué. ¿Una niña de cinco años logrando acabar con dos quimeras de ese tamaño? Si lo cuento, nadie lo cree.

El hombre escupe sangre, cayendo de rodillas, tembloroso, antes de volver a mirarme.

—Niña... Ven aquí. Está bien, no pasará nada malo. —Su voz es... guau. Es gruesa, bonita y determinante, la voz de un líder. Hasta podría decir que es sexi, solo que suena extraño viniendo de mí en un cuerpo de una niña de cinco años. Mi mente podrá ser adulta pero no es excusa para tener esos pensamientos raros. Es...

Es incómodo, ¿de acuerdo?

Yo no me muevo de mi lugar, e incluso digo "No" con un gesto de mi cabeza. Mamá no me lo dijo, sin embargo sé que no es bueno acercarse a desconocidos. No importa si estás recién acabando de salvarlo. Él parece entenderlo, porque asiente. Logra dar un par de pasos hasta tropezar y caer de rodillas. Eh, no se ve muy bien. ¿Qué tan herido estará?

Él vuelve a dirigirse a mí.

—¿Estás sola?

No respondo.

—¿Cómo llegaste aquí?

No respondo.

—¿Cómo te llamas?

No respondo.

—¿Qué edad tienes?

Tampoco respondo a eso.

Él suspira. Se quita la capa, revelando unos feos rasguños en su pecho. Luego, también se deshace de su chaleco y la camisa, quedando desnudo del torso. Es atractivo, sus músculos están bien formados, dignos de alguien que hizo ejercicio. La piel pálida, fuera de las contusiones y la sangre. Notando más su apariencia, este hombre tiene el cabello oscuro, y ojos muy verdes. Debe tener unos ¿qué, veintitantos, quizá llegar a los treinta?

—Niña..., ya que no quieres hablar, ¿puedes hacerme un favor? —Se deja caer contra un árbol, haciendo una mueca intensa de dolor. Sus dedos chasquean y un bolso pequeño se aparece en el aire. Está respirando con dificultad, de manera irregular—. Busca en esa bolsa un frasco azul. Esas garras están infectadas de veneno... Si... —Los ojos del sujeto me observan—. Si viertes el líquido en mis heridas... ¿Puedes hacer eso?

¿Veneno? Mi mirada va a las patas de aquellas bestias. Recuerdo que esas garras se clavaron en el cuerpo de mi madre. Todo mi ser tiembla de pavor al recordarlo, ya era lo suficientemente malo saber que mi madre murió desangrándose por los agujeros que las garras dejaron para sumar que incluso había veneno en su cuerpo.

Doy un paso, luego otros más hasta alcanzar la bolsa. Encuentro la botella de color que mencionó y quito el corcho. El olor es penetrante, casi como formol.

—No lo acerques mucho a ti —dice el hombre, parece tener problemas para respirar ahora—. Deja... caer el líquido en mi pecho. Úsalo todo, no importa... Solo asegúrate de cubrirlo todo...

Asiento, obedezco sus órdenes y el contenido del frasco se derrama en su piel. El hombre contiene un grito, porque apenas el líquido hace contacto con su piel, empieza a salir un suave humo blanco, como si algo estuviera quemando. Está apretando los puños, las venas de sus brazos se hinchan y temo que se rompa los dientes por tanto apretarlos para no gritar. Yo trato de cubrir todos los rasguños. El líquido es ligero, verde, el aroma es fuerte así que evito que el humo golpee mi rostro o el aroma invada mi nariz.

Cuando termino, me acerco un poco más al sujeto. Su rostro está pálido, la piel suda frío, pero cuando la toco, tiene un poco de fiebre.

—Am, ¿señor?

Sus ojos parpadean. Se ve aturdido, disperso en la bruma del dolor que dejó el medicamento. Tarda unos segundos en reconocerme.

—Bien hecho, niña. —Sus palabras salen lentas, con dificultad—. Los adultos tratan siempre de convencer a los niños de tomar su medicina... pero incluso nosotros mismos odiamos hacerlo.

Todavía en cuclillas, con mis codos apoyados en las rodillas y mi rostro entre mis manos, lo observo.

—Señor, ¿se va a morir?

Lo observo reír, toser y gruñir, todo de forma consecutiva y torpe.

—No lo creo. —Aquellos ojos verdes suyos miran hacia los míos. Son bonitos, estando más cerca noto que su verde es más claro, en tanto los míos son más oscuros e intensos—. Tengo dos niños, como de tu edad, en casa... ¿Y tú?

Niego.

—No. Yo no tengo niños.

Casi le hago reír otra vez.

—¿Y un papá? ¿O mamá?

—No sé quién es papá. Y mamá... —Mi mirada se desvía hacia las quimeras.

Él lo capta de inmediato.

—Mis hijos... también se quedaron sin su madre muy pronto. —Él parpadea, está teniendo dificultad en permanecer despierto—. Puedes... llamarme Bast. ¿Cuál es tu nombre?

Estoy dudando una vez más, pero el hombre está casi dormido sin mencionar que me dijo como se llamaba, si bien su nombre suena extraño.

—Verónica. —Mamá me había colocado otro nombre. El primer año luego de ser consciente de quién era y dónde estaba, traté de acostumbrarme. Fracasé. Comencé a hacer berrinche sobre mi nombre real, me negaba a obedecer hacia el otro, hasta que finalmente mamá aceptó y comenzó a usar el nombre de "Verónica" conmigo.

—Verónica... —dijo Bast—. Es un buen nombre.

No volvió a hablar porque se quedó dormido. El líquido seguía exudando un suave vapor, y por lo que veo, conforme iba sanando el veneno, dejaba de sudar vapor.

¿Qué hago ahora? No puedo dejar al sujeto aquí, menos en ese estado tan lamentable.

Me acerco para revisar en la bolsa que llevaba consigo. Hay más envases, no sé de qué son, ¿medicina? Sin saber los componentes, no puedo aplicarlo en sus heridas. Me pongo en pie, tomo la tela de su capa y busco la que está más limpia.

—Bueno, hagamos esto. —Con una respiración, muevo mi mano al mismo tiempo que me concentro. El agua fluye del aire, lo manipulo como si fuera un suave listón.

Hasta ahora solo he podido lograr algo de control sobre los elementos. Hasta podría hacer un perfecto cosplay del avatar Aang. El fuego y el aire son más complicados para mí, pero el agua me obedece bastante bien, y la tierra es muy receptiva. Demasiado. Mejor prueba, esos picos que atravesaron las quimeras. Pero no me quejo..., no mucho. Tan solo me gustaría que el elemento de fuego me obedeciera igual que el agua, aunque supongo que de ser así...

Bueno, ya no habría bosque, ¿cierto?

Humedezco la tela limpia, con ella limpio la piel alrededor de las heridas. Evito tocarlas directamente, no quiero infectarlas. Analizo más de cerca los cortes que dejaron de vaporizar. La herida luce como en la primera fase de cicatrización. Esa es una buena señal. No veo pus o cualquier otro síntoma de infección, me alivia un poco, e igual mantengo el más extremo cuidado.

Cuando levanto la mirada al rostro de este sujeto, noto que sus labios se ven resecos. Probablemente al despertar tendrá sed y hambre. Dejando la bolsa con él, me alejo para buscar algo de comer. Tendré que ir a mi refugio, está un poco lejos, así que debo darme prisa.

Con el paso de los meses he logrado recolectar una navaja, que me ha permitido destripar los peces que logro pescar, y algunos pocos envases. La mayoría lo he sacado de la basura de poblados cercanos. Como bien dicen por ahí, la basura de uno es el tesoro de otro. Mantenerme cerca de poblados podría ser un beneficio. El problema es que son continuamente atacados por esas criaturas. Parecen atraídas por alguna razón a las ciudades. Dispersándome en el bosque, he podido estar ligeramente a salvo.

Es solitario. Difícil. Antes, cuando vivía con el proxeneta, de vez en cuando lograba tener charlas con las chicas que trabajaban para él. Ahora estoy aquí, en medio de los ruidos del bosque. Toda mi mente, mi esencia y mi ser se empapa de él a diario, El sonido de los pájaros, de las ramas al mecerse, de la hierba salvaje bajo mis pies, del olor a tierra, madera y hojas. Hasta mis sueños se ven envueltos por esas sensaciones. Pienso que los primeros meses son duros, pero creo que luego todo esto se volverá reconfortante.

No tengo miedo a vivir en este entorno. He tenido más de cuatro años para comprender mi situación, aceptarlo y resignarme. La única cosa que todavía sigo comprendiendo es el mantener mis recuerdos. Digo, es muy extraño hasta para mí, que soy quien lo está viviendo, tener todo el conocimiento de una vida anterior, mi vida en Chile, mientras vivo una nueva en un cuerpecito de cinco años.

Y lo peor es que no tengo a mi mami para decir: mamá, cuídame. Estoy chiquita.

.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

.

Los ojos amarillos del lobo observan a Verónica marcharse, dejando al mago en el bosque, solo. Avanzando hasta colocarse a su lado, la figura comienza a cambiar hasta poder pararse en dos pies como humano, la antes piel oscura se vuelve una túnica negra, los ojos amarillos oscuros.

No podía ver las auras mágicas de los magos, pero hasta él mismo notó la poderosa magia que inundó la tierra momentos antes de que ésta se alzara y asesinara las quimeras. La hija de Naturae había reencarnado.

Un gemido le hizo bajar la vista. El mago estaba despertando. Los claros ojos verdes de ese hombre le observaron.

—¿Tú? —Se llevó una mano a la cabeza, adolorido, después al torso. Los cortes estaban ardiendo todavía. La medicina había curado el veneno, ahora estaba iniciando el proceso de sanación—. ¿Qué estás... haces aquí? —Las palabras fueron atropelladas.

No respondió. Un segundo después, se inclinó y buscó en la bolsa que estaba junto a su cuerpo. Encontró un frasco de una crema para cortes, no iba a ser tan efectiva con los que el mago llevaba en su pecho pero ayudarían hasta que fuera atendido adecuadamente. La aplicó sin mucho cuidado, ganando un quejido que lo llenó de una satisfacción interior.

Bastardos todos.

—¿Dónde... está la... la niña? —Logró decir en medio de sus quejidos.

—... ¿Te afectó el veneno? —dijo, indiferente—. ¿De qué niña me hablas?

El mago derramó su mirada por todo el campo del bosque que tenía a su alrededor. Los cuerpos muertos de las quimeras, los picos... ¡No estaba alucinando!

—La niña. La... ¡la hija de la diosa! —Trató de incorporarse—. Ella hizo eso.

—Acabo de llegar. No he visto ninguna niña. —Se limpió la mano con la tela todavía húmeda que ella dejó.

—¡Majestad! —Otros magos comenzaron a llegar.

Malditas tortugas. Ineficientes y lentos.

Cada uno de ellos se acercó a Bastianich, sujetando su cuerpo debilitado. Sonrió un poco irónico. El actual emperador de Rasluan no iba a morir tan fácilmente. Así que, optando seguir con su búsqueda, comenzó a darse la vuelta para marcharse. No estaba ahí por la hija de la diosa, no era la persona que él estaba buscando, de todas maneras.

—Espera... —La voz de Bastianich lo detuvo antes de que se transformara de nuevo—. Eciar. Recuerda tu pacto con el dios. Debiste haberla visto...

Irritado, los ojos negros del maldecido se fijaron en Bastianich.

—No hay ningún acuerdo que me obligue a ayudarlos. No la he visto. Fin —sentenció, su cuerpo regresó a su forma de lobo, perdiéndose entre los árboles del bosque.

Bastianich quería maldecir. No podía ver a la niña. ¡No debió quedarse dormido! Tampoco creía en la palabra de Eciar. Y sus vasallos opinaban igual.

—Majestad, ¿dará alguna orden?

—Ese condenado. —Un segundo habló, la mirada en la dirección que tomó Eciar—. Ni con su pacto maldito acata órdenes.

Bastianich suspiró.

—En cierta forma, tampoco podemos darle órdenes... Solo puede obedecer al Mago Ancestral..., y él ni siquiera está interesado en lo que Eciar haga. —Quiso dar un paso, lo que le arrancó una mueca—. Registren el bosque. Ubiquen a una niña maga... Cuando la encuentren, llévenla a salvo al palacio de inmediato.

—¡Sí, señor!

Antes de irse del bosque, Bastianich miró hacia las quimeras.

—Quemen esas criaturas también.