Los recuerdos iban llegando en forma confusa y borrosa. Un pequeño auto dorado iba a toda velocidad por una calle de la ciudad, pues estaba siendo perseguido por una camioneta, de mayor tamaño y de color negro. Los ocupantes del coche dorado, una joven pareja japonesa de tez morena conducía por la carretera. Habían encontrado un auto que los comenzó a perseguir desde ya un buen rato. De repente, otro auto, de color azul, en el que también viajaba una joven pareja chocó con el pequeño auto dorado. Se produjo una catástrofe en la que los vehículos se destruyeron. Los trozos del auto salieron volando, al igual que los cuerpos.

Al ver esta trágica escena, el ocupante de la camioneta sonrió y dio vuelta, sin darse cuenta de que los cuatro personas involucradas en el accidente habían perdido la vida y dos niños, dos niños con una vida por delante quedaron sin padres, sin nada en la vida más que su soledad.

Dos de los jóvenes de los dormitorios de Akanegaoka se despertaron entre litros de sudor frío que corrían por sus cuerpos. Tanto Masahiro como Kyosuke jadeaban y sudaban, sin encontrar alguna razón a su sufrimiento. Para Masahiro estos sueños ya se estaban convirtiendo en una tradición para casi todas las noches, y de igual forma era para Kyosuke. Era mejor volver a conciliar el sueño, pero después de una emoción tan grande (y no precisamente buena), acompañada de tanta adrenalina, era difícil volverse a quedar dormido.

Puesto que el equipo naranja ya tenía un pie puesto en la semifinal, sus jugadores, en especial los de primer año se iban poniendo más y más nerviosos conforme avanzaban los días. Pero nadie estaba tan alterado por el siguiente partido que cierto muchacho de tercer año, quien no había asistido aquél viernes a la práctica…

Un joven de cabellos negros, aproximadamente de dieciocho años estaba sentado en una mesa de la cafetería Toshikawa, en el centro del pueblo de Jyoyo. Ya llevaba mucho tiempo esperando a que su invitado, a quien no veía hace ya bastante, llegara a hablar con él. Cuando se apareció, dejó su café y se levantó a saludarlo.

– Capitán, mucho gusto de volver a verlo –dijo Esaka a lo bajo, sonrojándose.

El actual capitán de Akanegaoka estaba frente a su predecesor, Toshiya Sako. El mayor vestía un uniforme digno de un estudiante de universidad, con las letras RYOSEI escritas en el borde de la bolsa superior.

– Por favor, Esaka, toma asiento –le indicó Sako.

En ese momento la mesera les trajo unos cuantos bocadillos y más café para acompañar. Ya con esto, el #8 de Akanegaoka se aclaró la garganta y comenzó a hablar.

– Bueno, esto… demonios, no sé cómo empezar –murmuró Esaka.

– Tómatelo con calma, Esaka. Dime, ¿cómo ha estado el equipo?

– Precisamente le hablaba por eso capitán –el tono de Esaka sonaba nervioso y apenado –. No estoy muy seguro de estar llevando al equipo por un buen camino u,u.

– ¿De qué estás hablando? ¡Sin ti el equipo no estaría logrando ni la mitad de lo que están haciendo ahora! –exclamó Sako, exaltándose.

– Gracias por el cumplido, pero la verdad no creo ser un capitán que pueda llevar a un equipo de la misma manera que tu lo hiciste, amigo –dijo tristemente Esaka.

– Esaka –Sako bajó el tono de voz –, Kamata y los demás muchachos junto conmigo de tercer año tomamos una decisión el año pasado, y esa era que tú serías quien guiaría al equipo por un buen camino. No nos equivocamos al elegirte a ti.

– Capitán, ¿es eso cierto? Creo que yo no soy el indicado para el puesto u,u –suspiró Esaka.

– Deja de llamarme así, pues ese título ahora te pertenece. Y sí, todo lo que te digo es cierto. Te lo repito, no nos equivocamos al elegirte. No dudo en que el equipo llegue más lejos de lo que logró conmigo y Kamata al frente –aseguró Sako.

– Muchas gracias, amigo… –Esaka se puso aún más rojo.

– Pero… quisiera ver por mí mismo que tanto ha cambiado el equipo que te dejé. Iré junto con Furuki a ver la semifinal contra Ryosei –anunció Sako –. Si no me he equivocado, sabrán como ganar. La verdad, estoy muy orgulloso de todos ustedes, pero sobre todo de ti, Esaka.

Esaka estaba al borde de las lágrimas.

– Está bien… –se levantó de golpe, provocando que los demás presentes lo voltearan a ver extrañados – ¡prometo ganar, por ti y por todos mis superiores que me han enseñado tanto!

– Así es Esaka, ¡da lo mejor de ti!

Tras una de semana sin mucha actividad (salvo que Kyosuke rompió una ventana de los dormitorios mientras jugaba con Kenta, el hermano de Karin), el equipo entero se reunió el viernes para practicar. Aún tenían una semana para perfeccionar su juego antes de la semifinal, y no iban a desaprovecharla.

– ¡¡Muy bien, chicos, eso es todo por hoy!! –anunció Murakami, viendo la señal que le daba Mori.

El sol se estaba poniendo cuando el entrenador anunció el fin de la práctica. De azul, el cielo se tornaba en un color anaranjado y las nubes les hacían juego como para una pintura de van Gogh. Aquél día se habían esforzado el doble de lo normal practicando, y estaban (o al menos la mayoría de ellos) al borde del cansancio.

– Entrenador Murakami, ¿cree usted que podamos ganar la próxima semifinal? –dijo Mori, mientras le ofrecía una toalla a Sasao.

Ichikawa se le anticipó a su entrenador.

– Por supuesto que podemos Mori, Ryosei no podrá contra nosotros –dijo el peli-azul.

– Es verdad, sin Furuki no deberían ser tan fuertes como antes –comentó Toda.

–No canten victoria aún chicos –dijo Rodrigo tras secarse la boca.

– ¿Por qué dices eso, Rodrigo? –preguntó Doi.

– Si bien Ryosei ya no cuenta con su ex-capitán, no podemos confiarnos. Tienen un estilo bueno, y será difícil vencerlos –aseguró Sakai.

Kyosuke dejó de dominar la pelota.

– ¡La verdad no creo yo que sea un partido difícil! Esos chicos solo sabrán como defenderse, y así podremos ganar –dijo Kyosuke.

– ¡Kyosuke!

– No se confíen aún muchachos –Murakami puso su brazo alrededor del cuello de Kyosuke –. Pero creo mejor que vayan al estadio el sábado con una buena mentalidad, ¿no creen?

Todos comenzaron a reír. Los demás del equipo (y hasta Kiba, Shinkawa y Muroi) les siguieron las carcajadas a los mayores, ¡incluso el capitán! Tras su charla con Sako se veía más tranquilo y sereno que antes.

– ¡Shinka, Muro, vamos a seguir practicando! –exclamó Kiba, levantándose de la banca.

– ¡Muy bien!

Masahiro mientras tanto se levantaba y estiraba sus brazos.

– Qué bien me siento después de entrenar –dijo el muchacho.

– ¡Oye, Sakai, parece que te han venido a ver! –gritó Esaka, señalando las gradas.

El capitán no se equivocaba. Casi todo el equipo femenino de fútbol estaba sentado en las gradas de la cancha esperando a que Sakai saliera de nuevo. Llevaban pancartas y gritaban "¡Sakai!", "¡Sakai!". Y eran casi todas, pues había dos que no estaban viendo al sueco. Miki bajaba de entre los asientos para hablar con Mori y Karin (y ver al peli-naranja de pasada) mientras que Izumi intercambiaba miradas a distancia con Masahiro, a quien ya se le calentaban las mejillas.

– Será mejor que atienda a las señoritas –dijo Sakai, poniendo cara de pícaro.

Rodrigo tomó a Sakai del uniforme.

– Bájale a tus hormonas rompecorazones, será mejor que vayamos a los dormitorios a cenar.

Pero… –suspiró Sakai mientras Rodrigo lo jalaba y sacaba del estadio.

– ¿Y qué tal van para el partido de semifinales? –le preguntó Miki a Karin.

– Todos tienen la moral alta para el partido, seguro será sencillo ganar –respondió la manager.

– Será mejor que me escabulla antes de que me obligue a estudiar con ella… –pensó Kyosuke al tiempo que se escabullía por la reja trasera del campo.

– ¡Oye, Kyosuke!, ¿cuál es la prisa por irse? –gritó Murakami.

– ¬¬U

– ¿Con qué querías irte sin estudiar eh? –gritó Miki – ¡Ni se te ocurra intentarlo otra vez! Vamos, vamos a cenar y después iremos a practicar las lecciones de hoy.

Kyosuke se lamentó mientras Miki le jalaba la oreja y lo sacaba del estadio.

Todos comenzaron a reír y a salir del campo. Y cuando Masahiro intentaba retirarse, notó que alguien lo jalaba de la camiseta. Para su sorpresa (y coloración de mejillas nuevamente), quien lo detenía era Izumi. Se quedaron viendo un buen rato hasta que uno de los dos por fin habló.

– Eh, ¿qué sucede Izumi? –preguntó el #7.

– Esto… bueno yo… quería preguntarte si… ¿podrías ayudarme a estudiar para los exámenes? Se que tú eres bueno para éstas cosas, y por eso te pregunto –también ella se sonrojó.

– ¡Claro qué te puedo ayudar! –dijo Masahiro, emocionado.

– ¿En serio? –ella lo tomó de las manos – ¡Guau, gracias!

– ¿Y cuándo empezamos a estudiar?

– ¡Ahora mismo! Vamos a mi casa, puedes quedarte a cenar

– Entonces primero vamos a los dormitorios, recogeré mis cosas y dejaré una nota avisando a donde voy.

– Entonces vamos… –ella aún no soltaba la mano de Masahiro.

Salieron juntos de la cancha, mirando el atardecer que iba cayendo.

Mientras todos se encontraban haciendo los deberes, Masahiro se escabulló por la escalera y entró a su habitación. En lo que él iba a buscar sus libros y apuntes, Izumi se quedó charlando con Miki, lo que sirvió a Kyosuke como descanso. Lamentablemente, cuando Masahiro bajó con su mochila en el hombro se dio cuenta de que la mitad de los chicos de primer año y algunos de segundo se quedaron admirando a Izumi desde la ventana de la habitación que separaba el comedor con el pasillo.

– Ah, Masahiro, eras tú –dijo Tanaka al ver llegar a Masahiro.

– Yamazaki, ¿qué sucede aquí? –preguntó Masahiro.

Es extraño. Ya nos habíamos acostumbrados a que Miki viniera a ayudar a Kyosuke, pero de la nada aparece otra chica. ¿Acaso tú la conoces? –preguntó Tanaka.

– Eh, yo… –Masahiro se puso colorado.

Repentinamente Izumi volteó su rostro y divisó a Masahiro entre la multitud de muchachos. Le sonrió y este le correspondió, creando miradas asesinas entre los presentes. Esaka de repente se apareció y tumbó a Masahiro al suelo.

– Confiesa, Miyamoto, ¿qué andabas haciendo con esa chica cuando terminó hoy la práctica, eh?

– ¡No le he hecho nada! –exclamó Masahiro, forcejeando para liberarse.

Miki e Izumi salieron del comedor en ese instante. Esaka y los demás chicos tuvieron que dejar a Masahiro, a quien se le había caído la mochila. También en ese momento llegó la Srita. Kaori, quien se asombró de ver tanto desorden en tan poco espacio.

– Miki, Izumi, ¿qué pasa aquí? –les preguntó Kaori.

Izumi se les anticipó tanto a Miki como a Masahiro.

– Profesora Kaori, aquí no pasa nada. Solo estaba esperando a que Masahiro terminara de ir por sus cosas, ya que iba a acompañarme a casa a estudiar –dijo ella, sonrojándose ligeramente.

Nada más eso faltaba. Al muchacho del número siete se le fueron los colores del cuerpo y se quedó helado. Los demás chicos le abrieron el paso a Izumi para que viera al chico, quien seguía tendido en el piso.

– ¡Ah, Masahiro, ahí estabas!

La muchacha tomó a Masahiro de los brazos y lo jaló hasta la puerta. Y así, Izumi sacó a Masahiro de los dormitorios y dejó a todos en el dormitorio muriéndose de la risa.

Ambos jóvenes estudiantes de Akanegaoka, Masahiro e Izumi iban caminando por las calles del centro de la ciudad, mientras se acercaban a la casa de la chica. Seguían un poco sonrojados, y caminaban en silencio, hasta que Izumi decidió dirigirle la palabra.

– Masahiro, ¿y dónde vivías antes de venir a Jyoyo? –le preguntó interesada.

– Durante la secundaria baja viví con mis tíos en Tokio, y anteriormente estaba con mis abuelos en México –dijo Masahiro –. ¿Me imagino que has oído hablar de Cancún, no?

– ¡Claro! Tienen unas playas bellísimas –dijo Izumi.

– Bueno, mi hogar estaba cerca de ahí, en una pequeña isla en el Mar Caribe.

– Quisiera poder tocar esa fina arena blanca de ahí O. Pero… –se detuvo – nosotros estamos en segundo año, así que debiste estar en alguna otra escuela antes, ¿no?

Masahiro se detuvo en seco.

– Quisiera no hablar de eso ahora… –los recuerdos de su mala experiencia aún lo atormentaban.

– Está bien, si no quieres no te obligaré –dijo Izumi, volviendo a tomar la mano del chico.

Y sin pensarlo, ya habían llegado a la puerta de la casa de la chica de cabellos dorados. Ésta invitó a pasar al muchacho, que con mucha confianza entró. Era una vivienda confortable, y apenas entró Masahiro se dio cuenta de que dos niños, un pequeño chico y una linda niña (de por lo menos ocho años ambos) se le acercaron a él.

– ¡Onee-chan, qué bueno que ya volviste! –dijo la pequeña niña, lanzándose a los brazos de su hermana.

– Oye, ¿tú eres el novio de Onee-chan? –preguntó el niño mientras jalaba a Masahir de su pantalón.

Ambos muchachos se sonrojaron mucho, y fue entonces que el padre de ella apareció. Era un hombre de unos cuarenta y tantos años, que se acercó a Masahiro con paso firme. El muchacho se aclaró la garganta y comenzó con su presentación.

– Bue… buenas noches se... Kawamura-san –dijo Masahiro, haciendo una reverencia.

– Se ve que eres fuerte, aunque parece que tanto exceso de sol te ha quemado, ¿o no hijo? –dijo el señor, acercándose y levantando la barbilla de Masahiro.

– Vera usted señor, así soy yo. Mi nombre es Masahiro Miyamoto y soy un compañero de clases de su hija. También soy parte del equipo de fútbol de Akanegaoka. Un placer conocerlo –volvió a hacer una reverencia.

– También tiene buen lenguaje, y feo no es –ante los comentarios de Kawamura-san lo examinaba Masahiro se ponía cada vez más y más nervioso –. De hecho, es muy bien parecido –Kawamura-san se quedó un poco pensativo y luego volteó hacia su hija –. Izumi, ¿y a qué has traído aquí a Miyamoto-san?

– Por favor, solo dígame Masahiro –dijo Masahiro, sonrojándose.

– Papá, sabes bien que no se me da el estudio y por eso le he pedido a Masahiro que me ayude a subir mis notas. –intervino Izumi. Bajó su cabeza y su hermosa mirada se perdió en el suelo.

– Pues si es así, váyanse ya a estudiar. ¡Y qué sea rápido que la cena estará lista pronto! –exclamó Kawamura-san

El señor se dio media vuelta y regresó a la cocina, mientras sus pequeños hijos lo seguían corriendo.

– Sígueme, iremos a mi habitación a estudiar –dijo Izumi, tomando a Masahiro de su brazo.

Subieron por unas escaleras hacia el segundo piso, y tras caminar un poco por un pasillo algo estrecho, llegaron a la habitación de Izumi. En su interior había tanto peluches de todos colores y tamaños como balones de fútbol, espinilleras y mucha ropa tirada.

– Lo siento, olvide limpiar n.nU –dijo apenada Izumi,

– No importa –Masahiro sacó sus libretas y lápices.

Comenzaron a estudiar. Como ella misma lo había dicho, Izumi tenía varios problemas en poner atención. Masahiro pensaba que iba a ser un problema que subiera sus calificaciones, pero luego entendió. Mientras el revisaba notas y citas en los libros y cuadernos o tomaba apuntes, ella no le quitaba los ojos de encima. Llevaba ya varios minutos haciendo operaciones en su libreta, mientras explicaba a Izumi lo que estaba haciendo. Pero ella no ponía mucha atención.

– Entonces, si multiplicas este número por… –el muchacho sintió que algo se acercaba a su cabeza – Eh, Izumi…

Cuando el muchacho volteó su rostro hacia su anfitriona, encontró que sus caras estaban a escasos centímetros de distancia. Al sentirla tan cerca, recordó la escena entre Miki y Kyosuke en el hospital, pero a diferencia de ellos, a Masahiro y a Izumi no los podía interrumpir nadie. Aquella profunda y bella mirada lo estaba cautivando poco a poco.

– Masahiro… eres realmente increíble. –Izumi cerró los ojos y se acercó lentamente a él.

El muchacho se puso colorado, pero igualmente emocionado.

– Izumi… tú…

Pero no alcanzó a decir más. Ella había tomado su cabeza y juntado los labios del muchacho con los suyos. En ese momento Masahiro olvidó todos los problemas que había vivido en su vida (y vaya que son bastantes), olvidó las penas que sufría la gente con la que había vivido y se concentró en sentir la presencia de Izumi en sí. Sus labios sabían a gloria, tan dulces y cálidos, y su tacto despertó en él algo que nunca había sentido. No había duda, lo que Masahiro sentía por ella era purito amor, amor que a él le había hecho falta toda su vida. Al muchacho le faltó el cariño de unos padres que perdió cuando era apenas un bebé, pero en ese momento estaba siendo confortado por alguien de quien Masahiro se había enamorado desde el primer momento que la vio. Estuvieron así, besándose un buen rato, hasta que ella decidió soltarlo. Lentamente fue alejándolo a él de su delicado cuerpo, y ambos permanecieron viéndose el uno al otro.

– Lo siento, Izumi, no era mi intención –dijo apenado Masahiro.

Izumi lo veía con una mirada encantadora.

– Está bien, no importa. Masahiro… –ella no resistió las ganas y se tiró en sus brazos, cayendo ambos al suelo.

Masahiro la vio a los ojos con mucha dulzura, le devolvió el abrazo y habló en voz baja:

– Preciosa… –la aferró fuertemente contra él y volvió a besarla.

Tras ese abrazó siguieron otras muestras de afecto, que aunque no eran muy grandes, hacían sentir al chico completo; le hacían sentir que no estaba completamente solo y que tenía a alguien con quien expresar su dolor y recibir amor a cambio. Esa sensación era algo que el muchacho había estado buscando a lo largo de sus diecisiete años de vida, y al fin lo había encontrado. Tardaron al menos veinte o treinta minutos así, hasta que Kawamura-san les gritó que bajaran a cenar.

– Izumi… muchas gracias –dijo Masahiro mientras la ayudaba a levantarse del suelo.

– ¿Por qué me has dado las gracias? –preguntó Izumi, aún con esa mirada de amor.

Masahiro aún tenía sus manos entre las de ella.

– Me has hecho sentir feliz, que ya no estoy solo. De verdad, muchas gracias –dijo abrazándola nuevamente.

No tienes porque agradecerme nada, tú también me has hecho muy feliz esta noche –dijo tiernamente Izumi.

– Entonces, ¡bajemos a cenar! –dijo Masahiro, tomándola de la mano.

– Sí, vamos –respondió ella.

Bajaron a cenar, intentando esconder los colores de sus rostros. El señor, tras servir los platos se sentó en la mesa y no prestó atención a los jóvenes, quienes seguían enviándose miradas afectivas. Los niños, en cambio, se les quedaron viendo con mucho interés, como si estuvieran esperando a que algo "interesante" pasara. Ambos (Masahiro e Izumi) no les prestaron atención a los niños y comieron. El señor podía ser un cascarrabias orgulloso, pero su sazón era exquisita, y Masahiro se relamió después de terminar de cenar. Después de cenar, tomaron el postre, ¡pastel de chocolate! Estaba muy bueno, pero el muchacho había aprendido algo importante, que ni el chocolate sabía tan dulce después de probar tan finos labios, cosa que había comprobado durante aquella velada. Ya terminado el postre, Masahiro vio en su reloj y se dio cuenta de que se le había hecho tarde (claro, después de estar más de una hora o dos demostrándose cariño era casi obvio que el chico tendría prisa). Aunque era viernes, era difícil que no lo castigaran por llegar tarde, así que se dispuso a irse.

– Discúlpeme, señor, ya debo irme. Si llego tarde, me castigarán en los dormitorios de Akanegaoka –dijo Masahiro, levantándose del sofá.

– ¿Algo más que tengas que decir? –preguntó el señor.

– Claro que sí, la cena y el postre estuvieron deliciosos –respondió Masahiro cortésmente.

– Te acompañaré a buscar tus libros arriba –dijo Izumi, levantándose también.

Ambos subieron a su habitación y Masahiro pudo tomar su mochila. Volvieron a bajar y se dirigieron a la puerta.

– Mucho gusto en conocerlo, Kawamura-san, me la he pasado bien aquí –dijo Masahiro, haciendo una reverencia al señor. Luego volteó hacia los niños –. ¡Adiós, chicos!

– ¿Narahito, Kasumi, no tienen nada que decir? –preguntó Izumi.

– Nos vemos luego, amigo –dijo Narahito.

– Adiós, Masa-kun n.n –dijo dulcemente Kasumi.

Salieron por la puerta principal, y ya estando en la puerta, no se dijeron nada. Pero no hacia falta decir nada. Nuevamente Izumi se tiró a los brazos de Masahiro y se unieron en un nuevo y cálido abrazo.

– Nos veremos después, Iz…

Ella le puso el dedo índice en los labios para callarlo.

– No digas nada…

Se despidieron con un pequeño pero apasionado beso y Masahiro se alejó poco a poco de la casa de Izumi, sin que ella despegara los ojos de él. En el rostro de Masahiro se apreciaba una mirada de ojos de borrego a medio morir. Aquella fue una noche digna de recordarse.

Masahiro tuvo suerte, pues casi todos los alumnos habían salido aquella noche, y solo encontró a Kyosuke, quien dormía en el sofá de la sala y a Miki, quien lo observaba mientras dormía.

– Masahiro, buenas noches –dijo Miki al ver que Masahiro entraba.

– Hola, Miki, ¿ya tiene mucho tiempo de haberse dormido? –preguntó Masahiro, viendo a Kyosuke.

– Estábamos viendo un partido de su hermano en Italia cuando se durmió. Yo ya estoy planeando irme –respondió ella.

– ¿Y los demás?

– Vi a Sakai que saldría con algunas chicas (para variar), Rodrigo iría a dar un paseo y todos los de tercer año fueron al parque de diversiones –aclaró ella.

– Bueno, ya me iré a dormir. Por Kyosuke no te preocupes, veré la manera de llevarlo a su habitación –dijo el muchacho.

– Muchas gracias, Masahiro .

Después ella se fue, y Masahiro debió encargarse del Cabeza de Naranja. Tomó sus pies y lo arrastró por las escaleras. Tuvo suerte de que Kyosuke tuviera sueño muy pesado, pues de lo contrario hubiera habido problemas. Lo dejó al pie de su cama y se retiró a su habitación. Cuando se acostó en su propia cama no fue capaz de conciliar el sueño, pues no dejaba de pensar en ella, en aquella linda muchacha a quien Masahiro le había entregado parte de su alma aquella noche. Tardó mucho en dormirse, y en sus sueños solo veía aquel bello rostro, que irradiaba felicidad y ternura a donde fuera.

Un tenue rayo de luz característico de aquellos meses de otoño tirándole al invierno despertó a cierto joven que estaba durmiendo muy a gusto en el pie de su cama. Cuando Kyosuke despertó, se extrañó de haber aparecido en su habitación.

– Qué demonios, lo último que recuerdo es estar con la entrometida viendo el partido de AC Milán… –dejó de hablar, pues recordar haber estado solo con Miki lo inquietó. Las pocas veces en las que tuvieron un rato de soledad no habían sido del todo "completas", ya que el Cabeza de Naranja se mostraba un poco indiferente ante las buenas intenciones de la peliverde.

La puerta se abrió, al parecer por el viento, y dejó entrar una nota. Contenía un número telefónico, las iniciales G.K. y una hora, las 11:30 AM. El reloj de su habitación marcaba las 11 en ese momento.

– ¡¡Es tarde!! –exclamó Kyosuke, vistiéndose a toda prisa y saliendo de su habitación.

En la cocina estaban Murakami, leyendo el periódico, Masahiro, viendo la televisión (con aquella mirada de borrego a medio morir aún en su cara), Sakai, quien estaba bebiendo un jugo y Rodrigo, terminando su desayuno.

– ¡Buenos días, Kyosuke! ¡Ahí está tu desayuno, en la mesa! –dijo Fukuko, señalando su bandeja.

Kyosuke se sentó rápidamente y comenzó a devorar lo que estaba en su plato. Todos dejaron sus actividades (excepto Masahiro) y observaron con asombro al número 9, quien con la misma se levantó y salió disparado de ahí.

– ¿Tenía Kyosuke algo que hacer? –preguntó Murakami.

– Ayer dijo que iría a ver a una persona por la mañana de hoy –comentó Sakai.

– De seguro es eso –aseguró Rodrigo.

Lo que era seguro es que la persona a quien Kyosuke vería era alguien muy importante para él.

Kyosuke se estaba encaminando hacía la dirección que señalaba el papel que tenía en las manos. Cuando llegó, estaba en la zona de carga de un gran almacén.

– Parece que he llegado al lugar correcto. Qué extraño… el dijo que estaría aquí. Me pregunto si…

El muchacho calló al sentir un golpe en la cabeza, que lo hizo dar la vuelta rápidamente y frotarse la cabeza.

– Oye, eso es peligroso –exclamó Kyosuke, frotándose la cabeza.

– Si serás idota, eres tú quien está soñando despierto –dijo quien cargaba con dificultad la cajas con la que le había pegado al Cabeza de Naranja.

El antiguo sub-capitán de Akanegaoka, Gohzo Kamata llevaba con dificultad esas cajas, y una estaba por caérsele. Kyosuke se tiró al piso para recogerla cuando se cayó, y entonces reconoció al ex-número 5.

– ¡Sargento Barbilla! –se sorprendió el Cabeza de Naranja.

– Kyosuke.

– ¿Qué tal si me invitas de comer algo hoy? –dijo sonriendo Kyosuke.

– Llegas en mal momento, pues mi salario aún es bajo. Pronto comenzará mi descanso, así que ten un poco de paciencia. Iremos por algo a mi departamento pronto –dijo Kamata.

Minutos más tarde estaban en el departamento de Kamata. Aunque pequeña, era una habitación confortable, con una cocina decente y una cama, ideal para un joven con poco tiempo y mucho que hacer.

– ¿Siempre estás así de ocupado? Digo, el trabajo, las prácticas y todo eso –dijo Kyosuke antes de tomar otro sorbo de leche.

Sí, además tengo que dar el doble de esfuerzo, ya que soy el nuevo –dijo algo aburrido Kamata.

– ¡Pero lograste la titularidad en poco tiempo! Eso si es algo bueno –lo felicitó Kyosuke.

– Aún me falta mucho para la J-League, y aún no soy lo bastante bueno como para estar ahí. Pero… lo que he logrado me basta por ahora –comenzó a reír.

– Es genial. ¿Y ya se lo dijiste a tu padre? –preguntó Kyosuke, interesado.

– Sí, ¿y qué crees qué me dijo?

– De seguro estaba feliz por ti –aseguró Kyosuke.

– Para nada. Mi padre gritó "¡No nos llames para decirte que te volviste un jugador regular!" –suspiró – Es tan terco y obstinado que hasta yo mismo me sorprendo de eso.

Kyosuke comenzó a reír.

– Eso es exactamente lo que haría el padre del Sargento Barbilla. Pero él me cae muy bien.

– ¿Y tú padre? He oído que el era un jugador en la universidad y que es la máxima autoridad en el negocio de los tacos de fútbol. Leí todo eso en un artículo sobre tu hermano Seisuke –dijo Kamata.

– Podrá ser muy bueno es su negocio, pero realmente no es una muy buena persona –dijo Kyosuke seriamente –. No nos hemos hablado correctamente desde aquél día.

– Desde que te fuiste de casa…

– Pero aunque nos viéramos, no habría nada de que hablar. De verdad yo creo que me odia –Kyosuke suspiró y de nuevo tomó un sorbo de leche –. El siempre está fuera de casa, y nunca se preocupa por mi madre, por mi hermano y mucho menos por mí.

– Te entiendo, mi padre también es así. Pueden ocurrir cualquier clase de calamidades en casa, con mi madre y yo, pero para él siempre estará por delante la tienda de ramen. Y hasta que llegue a la J-League, no pisaré suelo en mi casa para pedir dinero –dijo Kamata, exaltándose.

– Ambos son igual de tercos y obstinados… De veras son padre e hijo –aseguró Kyosuke.

– ¿Y no pasa lo mismo contigo? –preguntó Kamata.

– En casa, aunque digas padre e hijo, nosotros dos no nos parecemos en nada. De hecho, dudo que sea mi verdadero padre –dijo Kyosuke a lo bajo.

El chico de cabello anaranjado recordó la vez en la que descubrió las actas de nacimiento de Seisuke y él, y cuando se dio cuenta de que ambos no eran verdaderos hermanos.

– Ah, tu descanso acabará pronto, ¿no es así? –dijo Kyosuke, viendo su reloj.

– Sí, será mejor que regrese al trabajo –dijo Kamata, levantándose de su silla.

– Espero que nos volvamos a ver pronto, Sargento Barbilla –dijo animado Kyosuke.

Kamata se detuvo ante la puerta.

– Kyosuke, me tomaré un día de descanso e iré a ver las semifinales del torneo –le dijo.

– ¿Eh? O.o

– Un buen amigo me ha dicho que debemos ir a verlo, así que lo acompañaré –dijo Kamata.

– ¡Bien! Todos estaremos esperando a que vayas –Kyosuke se animó bastante.

Kamata se retiró, y pronto hizo lo mismo Kyosuke. Comenzó a correr hacia la escuela, poniendo en orden sus pensamientos.

– Así que Sako y el Sargento Barbilla van a ir al partido. ¡Si ellos nos van a apoyar, prometo llevarlos a todos a los nacionales! –exclamó Kyosuke.

En la residencia de los Kanou la señora estaba limpiando la casa en esos momentos, ya que su marido llegaría pronto, y quería tener impecable la casa. Cuando se acercó a la vitrina de la sala, vio una foto que le trajo recuerdos. Estaban ella y su marido, cuando eran jóvenes y él era jugador en el equipo de la universidad. Junto a ellos había otra pareja, igual de jóvenes. Eran muy buenos amigos en esa época. Y además, en la foto figuraba quien sería el futuro entrenador de su hijo, Murakami. Se veían todos muy felices.

– Ver esta foto me trae los recuerdos de aquellos días en los que Bunsaku y yo disfrutábamos de la juventud, junto a Keisuke y Mitsuko. Si tan solo… si tan solo ellos no se hubieran ido… –se reprimió una lágrima.

Esaka, Sasao e Ichikawa leían el periódico en la sala de los dormitorios de Akanegaoka, mientras comentaban la situación del equipo.

– Seisuke Kanou es increíble, está dándolo todo en el AC Milán –comentó Ichikawa mientras miraba la portada.

– Con el hermano menor está sucediendo lo mismo –dijo Esaka.

– Si sigue así, seguro podrá romper la marca del distrito –aseguró Sasao.

– Aquí dice que quien la estableció fue un tal Keisuke Narumi, y dice que se implantó hace más de veinte años –dijo Ichikawa.

El entrenador Murakami, que estaba cerca, se sobresaltó al oír el nombre.

– Ese Narumi debió ser muy bueno, pues su marca no ha sido tocada en mucho tiempo –se asombró Sasao.

– Entrenador, ¿usted conoció a este Narumi? –preguntó Ichikawa.

– Sí, era mi superior en la universidad y los dos estábamos luchando por llegar a la Copa del Mundo en la selección nacional –respondió Murakami –. En ese entonces él era el goleador estrella y yo no me podía comparar con él.

– Si es tan bueno, deberíamos haber sabido de él –dijo Esaka algo confundido.

– Desgraciadamente él y su esposa fueron asesinados junto con otra pareja poco antes del mundial, dejando un lugar vacío en la selección y a un bebé recién nacido sin nadie –dijo tristemente Murakami.

Los tres de tercer año se quedaron a discutir, mientras el entrenador se iba de la sala.

– El nombre de Narumi casi se ha ido del mundo del fútbol, y la verdad nunca me imaginé oírlo de nuevo. Pero seguramente será recordado gracias a Kyosuke, si es que logra romper esa marca –pensó Murakami.

Kyosuke seguía corriendo de regreso a los dormitorios, con muchas ganas de que fuese mañana para jugar la semifinal.

– Ya no seré una carga para mi hermano o para nadie. Me haré un propio nombre y no pienso teñirme de nuevo el cabello. ¡Claro qué no!

El sol brillaba con mucha intensidad, y brillaba de forma magistral en el cabello del muchacho. Ese era el día de proponerse algo nuevo, y el tenía todas las intenciones de ganar el campeonato. Lo iba a lograr, ¡desde luego que sí!