.
.
.
|4|
.
Una manzana podrida, termina pudriendo a las demás
.
Llevaba ya varios días sin pisar su apartamento nada más que para alimentar a su gatita y cambiarse de ropa.
Los primeros días por estar ahogándose en el caso de la extraña e inesperada muerte del líder de la Familia Gu, y los últimos porque, bueno, se había metido en donde no debía.
Hacía más de un año que no se vivía una escena así.
Y es que cuando algo grande sucede y sacude, casi los primeros en enterarse siempre son ellos.
Ese día Kenma estaba retrasado en llevarle el reporte de las denuncias y casos que se habían generado en el turno de la noche por lo que Kuroo estuvo impaciente casi toda la mañana esperando por él.
Aquello no sucedía casi nunca, no porque Kenma fuera un aficionado a la puntualidad y a querer el reconocimiento de ser el empleado del año por su gran esmero, sino porque aunque el chico no era muy meticuloso y energético, era muy religioso con la entrega del reporte.
—No te preocupes, las malas noticias siempre tienen que pasar por nosotros —diría una Akane sonriente, quien era la hermana de Taketora, el hijo de puta que le debía seis cervezas y ocho mojitos, para calmarlo luego de haber pasado a su escritorio a cotillear y actualizarse un poquito a cerca de la denuncia que una señora había metido días pasados a sus ruidosos vecinos adictos al sexo—. Seguro no tarda en llegar o se le atravesó un gatito en la calle. Ya sabes cómo es Kenma. Le gusta ayudarlos y darles un poco de comida.
Con eso en mente, luego de una hora más de retraso, Kuro esperaba que lo primero que saliera de su boca fuera una historia similar a esa. Kenma solía inventarse algunas cuando no tenía una buena razón para llegar tarde.
—Kenma, ¿Qué te tomó tanto tiempo esta vez? Espero tengas una buena excusa —sin embargo, cuando le deslizó una carpeta abierta por encima del escritorio, luciendo un poco pálido y sudoroso, Kuroo supo que algo no estaba bien—. ¿Qué es esto?
—Mi excusa.
El líder de Gu, muerto.
Aquello era imposible.
¡Llevaban siguiéndole el rastro al tipo por más de seis meses y nunca conseguían atraparlo!
La familia Gu, que llegó a ser considerada una de las mayores organizaciones criminales del país, se dedicaba a todo tipo de actividades delictivas, con más de trescientos miembros y distintos socios e intereses en todo tipo de negocios ilegales. Una familia con más de tres décadas existiendo, era prácticamente imposible que sufriera una caída tan importante como la de su líder. Y con líder se referían al más joven, del que se tenía registro, en mucho tiempo.
La figura de su nuevo jefe atrajo no solo la atención de la policía sino también de las demás familias que integraban la mafia.
La primera vez que Kuroo conoció al que sería el futuro líder de la Familia Gu tenía tan solo diecisiete años. El chico no solo se perfilaba como uno de miembros más jóvenes en dar resultados impresionantes para la mafia, sino también era alguien extremadamente brutal y metódico al capturar vivos a sus cautivos para torturar la información, además de ser un joven sumamente oscuro y sabio.
Kuroo solía escuchar de él durante sus pasantías en la agencia y siempre se preguntaba cómo es que alguien a quienes sus superiores le doblaban la edad, era incapaz de ser capturado hasta que claro, una noche, se topó con él.
No había sido su intención, desde luego, saltarse la parte del compendio que se le había entregado hace apenas unas semanas atrás cuando obtuvo su primera pasantía en una agencia de investigación. Desde luego, sabía que saltarse la barda de un predio abandonado, incluso si se trataba de un aficionado, iba en contra de las reglas y que seguramente sería reprendido si alguien se enteraba de lo que había hecho, pero en un momento estaba solo y de pie en medio de una vereda fumándose un cigarro y al otro estaba corriendo hacia las vías del tren persiguiendo a una enorme cantidad de autos lujosos y blindados que había desfilado delante de sus ojos.
¿Acaso esa era una persecución tipo El Padrino?
Solo iba a echar un vistazo, o eso había jurado intentando ver, desde afuera, el interior de esa fábrica textil abandonada. Sabía que sus promesas hacía sí mismo nunca duraban lo suficiente por lo que tampoco hizo mucho escándalo al encontrarse ya en la tercera planta del sitio, completamente a oscuras y solo con la linterna de su celular.
Ese había sido su primer acercamiento a una noche de reunión de la mafia.
Había escuchado de ellas por lo que, desde luego, sabía que aquellas personas que veía a través del cristal, reunidas alrededor de un escenario estratégicamente bien montado para ser un lugar abandonado, no eran personas rectas, es decir, que no ganaban dinero por medios legítimos, que tenían asociaciones entre ellos cuando no había realmente una razón para que estas existieran.
Nadie le había dicho que se fuera a meter ahí, pero ahí estaba, apenas un chico de diesisiete años intentando mantener la calma, dejar de sudar, tratando de entender lo que pasaba sin darse cuenta que lo que estaba presenciando era nada menos que la junta del consejo rector de la mafia a la que, fácil, habían acudido unas cincuenta personas y los líderes de cada familia.
Estacionados allá afuera había Cadillacs, Lincolns y Packards mientras sus dueños discutían algo que, según Kuroo, cada vez iba haciendo que el ceño fruncido de varios se volviera más persistente.
Según los informes de sus superiores, las noches de reunión solían ser solicitadas por el jefe de todas las mafias por lo que era lógico que dicha cumbre se llevara a cabo en casa del solicitante. ¿Qué hacían entonces en un lugar más céntrico y, por lo mismo, más expuestos a los ojos de curiosos?
Quería escuchar más.
Quería saber por qué las voces iban en aumento y parecían discutir de una forma más acalorada.
Quería obtener algo de información valiosa para tener que contar al día siguiente que regresara al trabajo, siendo demasiado optimista a que saldría sin que nadie se percatara que estaba ahí.
—La curiosidad tiene un precio, señor gato. Y el tuyo, me temo, tendrá que ser uno alto.
Con algo de ansiedad, Kuroo pasó todo el rato en espera de que Akaashi los atendiera, rascándose la herida del brazo y la mejilla que se ganó esa noche. Cada que llueve, le pica y le arde, a pesar de que solo le quedó la marca grotesca de una cicatriz.
Para el mundo, esa quizá hubiera sido la primera gran mirada hacia el mundo de la mafia de haber tenido oportunidad de contarle a alguien más.
Para él, esa fue la primera vez que se topó con el que sería, a futuro, el líder más joven de la Familia Gu.
El mismo que lo había ayudado a escapar en silencio.
El mismo que ahora se encontraba muerto.
¿Cómo era posible?
—¿Y bien? —metiéndose el último chicle a la boca de su tercer paquete del día, Kuroo espera a que Akaashi hable.
—Calcinado. Completamente irreconocible —Según Akaashi, a quien fueron a ver el mismo día, luego de que todos en las oficinas fueran notificados acerca de la muerte del joven líder de la Familia Gu, había demasiadas inconsistencias en el caso comenzando, por supuesto, por el cuerpo que le habían llevado para realizar las pruebas pertinentes e identificarlo, tarea clasificada como difícil pues era casi imposible trabajar con un cuerpo así.
—¿Por qué aseguran que es él?
—Hubo un tiroteo cerca de la casa del líder de Gu y luego le siguió una persecución que salió fuera de su jurisdicción. Algunos testigos confirman incluso que hubo un tiroteo cerca de Itachiyama.
—¿Itachiyama? —hasta donde Kuroo, Kenma y el resto de agentes conocían, en el último año se corrió la voz de que ambas familias, inesperadamente, comenzaron a agarrarse rencor, lo que se tradujo, obviamente, en conflictos frecuentes que ponían en disputa a sus miembros cada que se encontraban. Desconocían las razones pero bastó que el rumor se expandiera como fuego para asociar que cada que esas dos familias se encontraban, las cosas no terminaban bien.
—Al parecer el líder de Gu estaba vinculado con Itachiyama y esto provocó el estallido del padre.
El organigrama de una familia del crimen organizado fue una de las primeras cosas que Kuroo tuvo que aprender y por el que pasó mucho tiempo delante de su computador. La estructura dentro de la mafia no solo reflejaba la administración de la misma, sino también el poder dentro de cada corporación.
Cada familia estaba dirigida por un líder, el equivalente al Don dentro de la mafia italiana, que por lo general era aislado de las operaciones reales por varios niveles de jerarquía debajo de él, sin embargo, sin la autorización de su líder, el resto de miembros no podía hacer nada.
De ahí la clasificación del resto de miembros era bastante sencilla salvo el puesto de segundo al mando, que era considerado su consejero, siendo el encargado de mediar las disputas internas; y, por supuesto, de los ejecutivos, jefes de pequeñas unidades de aproximadamente entre 6 y 10 hombres a los que se les terminaba llamando soldados.
La sucesión de un líder de familia, sin embargo, solo se daba por medio de dinastías de sangre, en sentido estricto, de padres a hijos. Así que cuando el antiguo Don de Gu le otorgó a su hijo mayor, siendo el chico el primer líder más joven de la historia, el poder de la familia, Kuroo no se sorprendió mucho al respecto pues el chico era considerado un genio para su edad.
Podía recordar la frialdad y la burla de sus ojos la misma noche en la que, por alguna razón, le perdonó la vida y solo le dejó una herida.
Kuroo no puede decir que le agradece estar con vida pero a partir de ese día no pudo dejar de pensar en cómo es que había salido ileso y había burlado a la muerte a manos de un tipo como él.
Mismo tipo que llevaba evadiendo a la policía durante mucho tiempo de forma magistral, casi como si se burlara del sistema.
Alguien así...¿Cómo es que había acabado teniendo una muerte de ese tipo?
—Al parecer la persecución terminó con él en un auto en llamas. No tuvo tiempo de salir. La explosión lo atrapó antes de que siquiera lo intentara. Fueron los vecinos y testigos de las inmediaciones los que dieron el aviso a la policía y a los agentes, pero el resto de camionetas ya se había esfumado para cuando llegaron. Por eso todas las versiones apuntan a que se trata de él.
Cuando retiran la sábana blanca, Kuroo solo frunce la nariz y los labios ante el estado chamuscado del cuerpo sobre la plancha. Kenma, a su lado, solo quiere vomitar, arrepintiéndose de haberlo acompañado luego de salir a prisa de la agencia solo para asegurarse de que no se le olvidara cruzar las calles con precaución.
Akaashi, por otro lado, luce sereno. Seguramente ha visto cuerpos en peor estado que este.
—Su complexión coincide con la, muy de por sí, escasa información que se tiene de él. Sin embargo solo podremos asegurarnos de su identidad por medio de una prueba de ADN.
—¿Y se puede obtener una muestra con un cuerpo... así?—Kenma parece volver a tener otra arcada, conteniéndose demasiado para no vomitar ahí encima y joder el trabajo de Akaashi como si ya de por sí no fuera complicado por el estado del cuerpo.
—Sin duda, los más difíciles de reconocer son los cuerpos calcinados. Es muy complejo porque las venas y las arterias están chamuscadas y las huellas dactilares, que hubieran sido una solución para que mi trabajo fuera menos tedioso, no son posibles de identificar tampoco.
—Tendrías que ir directo a los órganos para obtener alguna gota de sangre ¿no? —mientras Kenma habla, Kuroo le comienza a dar un par de vueltas a la mesa donde se encuentra el cuerpo, analizándolo con más detenimiento.
—Akaashi —el forense voltea a mirarlo, serio—. Explícame cómo es que vas a comparar la muestra de ADN si no tienes un familiar que se preste para ello —puede que su conocimiento no se extienda tanto al de su compañero pero es cosa de sentido común para Kuroo el saber que el ADN es comparativo, y con comparativo se refiere a que se necesita de un familiar cercano, y de su sangre obviamente, para poder identificar el cuerpo de alguien en la morgue.
—Para eso estás tú.
—¿Perdón?
—¿No le dijiste, Kenma? —Kuroo voltea a mirar a su pareja con una mezcla de indignación, euforia y negación—. Se te asignó el caso para corroborar ese dato.
—¿A qué te refieres con corroborar? La noticia está en primera plana, Akaashi. Dice claramente "El jefe de la Familia Gu" ¿Me estás diciendo que dieron una noticia de esa magnitud sin primero asegurarse que se trataba de él? —Akaashi, sin mucha culpa en el rostro, le sostiene la mirada, indescifrable aunque sí que un poco dudoso.
—Necesitaban una noticia. Además, solo soy forense, no opositor de las malas acciones de los demás —dice, un tanto irónico aunque bastante crudo y realista—. Lo cierto es que se trata de una baja importante en la mafia. Hace años no se veía algo así y necesitan desviar la atención de las personas a algo que las entretenga por un rato. Ahora solo quieren asegurarse de que se trate del sujeto al que presuntamente asesinaron —mientras más lo oye, Kuroo no puede creer el tipo de mundo de mierda en el que le tocó vivir.
Enserio, ¿y se supone que su trabajo es para servir al bien? Básicamente es como si estuviera encubriendo una mentira.
—No lo puedo creer. Ni siquiera han obtenido muestras preliminares de ADN, ni tienes reactivos de algún familiar para comparar, pero al tipo ya lo mataron aquí y en todo Japón. Además de que ya debe ser noticia internacional —dice con ironía ahora él. Kenma, a su lado, solo permanece callado viendo cómo su pareja se exalta cada vez más—. ¿Y bien? ¿Qué es lo que quieren que haga yo? ¿Que vaya a la base de Gu, toque la puerta y les ofrezca galletas a cambio de una pequeña muestra de sangre de su Don?
—No de él directamente, pero al menos sí de alguien cercano.
De alguien cercano, dice.
Tiene que estar bromeando.
Alguien cercano tiene que ser alguien con quien el ahora fallecido líder de Gu tenga relación sanguínea.
Además de que Akaashi hace sonar todo eso como algo que podría obtener en un solo día sin poner en riesgo su vida.
Vaya mierda.
—No lo entiendo.
—¿Qué no entiendes? —horas después, mientras comenzaba a estudiar el caso llevándose varias carpetas a casa, descansando su espalda sobre las bonitas y suaves piernas de Kenma, Kuroo se retira los lentes, restregándose los ojos un poco.
—Normalmente cuando un líder de mafia, o un miembro importante, muere, siempre se desata una guerra después. O al menos la misma familia exige el cuerpo sin darle oportunidad a la policía o al propio gobierno de que se apodere de este. Velan a sus caídos como si fueran estrellas de alta fama. No los abandonan así como así —haciendo una pausa, echa su cabeza hacia atrás, mirando a un somnoliento Kenma de cabeza que le mira sin entender—. Hasta ahora nadie ha reclamado su cuerpo ni ha habido ningún revuelo. ¿No te parece extraño eso?
—Bueno, si lo de su muerte no fue accidental y en realidad lo enviaron a matar, ¿no es eso normal dentro de la mafia? —Kuroo levanta la cabeza, levantándose un poco de su cómoda posición para mirar al pequeño chico, negando.
—Dentro de la mafia no se mata a alguien solo porque te caiga mal. Tienen códigos. Para asesinar a alguien, el asesinato debe ser aprobado por los ejecutivos de la familia y por el líder. Nunca se mata solo porque sí ya que, de hacerlo, podría existir el peligro de sufrir ataques de represalia que, muy posiblemente, iniciarían una guerra.
Cuando moría un Papa, casi siempre, todos lloraban de tristeza y se ponían a repasar durante varios días, incluso semanas, cada una de las cosas buenas que había hecho en vida aunque no le conocieran de nada.
Cuando moría un mafioso por causas naturales, sin embargo, la lista de cosas buenas no existía pero aún así eran despedidos y recordados como héroes.
Pero cuando moría alguien de la mafia por asesinato, no se llora.
Solo se venga su muerte.
Cuando Kuroo muera, dentro de unas horas, por hipotermia o ahogado dentro de la tina en la que ahora sumergen su cabeza cada minuto, ¿Quién lo vengará a él?
Su madre solía burlarse diciendo que la razón por la que no le gustaba el agua era porque se parecía más a un gato que a un perro, entrando siempre en discusión con él sobre si a los perros sí les gustaba el agua como ella aseguraba.
Justo ahora, piensa en ella. En su madre.
Piensa en Kenma.
Piensa en su abuelo, ese viejo canoso que solía decir que la mafia era una copia de papel carbón del sistema, una epopeya del capitalismo en su versión más salvaje, y que la única condición para que hubiera mafia en cualquier país es que siempre existiera corrupción.
—¡Bleh! —exhala, atragantándose con agua y saliva, volviendo a cerrar los ojos sintiendo como su rostro es llevado de regreso a la tina por unas dieciocho sesiones más.
El agua está helada y su piel completamente arrugada.
No siente más que hormigueo en el rostro y tiene mucho frío, además de que desde hace rato que dejó de sentir los brazos y las piernas por tenerlas amarradas y en la misma posición durante...¿Cuántas horas lleva ahí?
Se suponía tenía una cita con Kenma esa noche, en donde el encargado de hacer la cena era él.
Ahora, parece que llegará tarde o...simplemente no llegará.
Uno.
Dos.
Tres.
Es el tiempo que le tomaba tomar aire, inflar mejillas, y zambullirse a la alberca cuando era niño, solo por diversión. Ahora, ni siquiera eso.
¿Cómo fue que terminó así?
Kuroo no tiene tiempo de pensar, aunque tampoco es que pudiera tener sus pensamientos estables y en orden por el frío mortal que está sintiendo, cuando la puerta, del almacén a dónde fue llevado con una bolsa amarrada a la cabeza, oye como se abre.
—Jefe —oye el llamado colectivo de varios hombres mientras les oye guardar silencio después de eso. Hay movimiento delante de sus ojos aunque no puede ver nada tampoco. Solo hasta cuando está a punto de ser sumergido de nuevo en la tina, finalmente oye una voz distinta a la de los otros.
—¿Es este?
—Sí, jefe. Lleva varios días rondando cerca del bar y de la casa Gu.
Le llaman Jefe por lo que Kuroo, a pesar de estar a punto de llegar a la hipotermia, deduce que se trata de un ejecutivo o de un líder de familia.
—Quítenle la bolsa de la cabeza —llevando a cabo rápidamente lo que pide, Kuroo no sabe si agradecer o simplemente preferir volver a la tina con agua helada cuando abre los ojos, hinchados y diminutos por la exposición al frío, y ve fijamente la máscara de comadreja que tiene enfrente.
Itachiyama.
Genial, ahora sí que es hora de empezar a rezarle al de arriba.
Durante los primeros segundos no puede enfocar demasiado ni distinguir si se trata de un ejecutivo o de un miembro más pero a medida que tose y sus ojos se van acostumbrando a la escasa luz dentro del almacén, viendo también como el hombre joven se alza delante de él, Kuroo empieza a temblar por una sensación ajena al frío que siente.
Puta madre.
Es...
—E-Eres Sakusa Kiyoomi —una mano tomando su cuello con fuerza es lo que recibe obligándolo a cerrar los ojos y esperar un fuerte golpe. Uno que nunca llega solo porque el hombre frente a él ha alzado una mano transmitiendo la orden silenciosa y absoluta de que lo suelten.
No es que Kuroo se considere un fanático de la mafia como para saberse los nombres más importantes dentro de la misma pero es algo así como conocimiento básico que se propuso tener por si, algún día, terminaba en una situación en la que su vida estuviera comprometida.
Al menos, si moría ahí, sabría quién lo mató.
—Líder de la Familia Itachiyama, para ti —oye Kuroo a un hombre a espaldas de la figura que tiene enfrente. Desde luego no reconoce sus rostros debido a las máscaras. De hecho, aunque siempre pudo mofarse de haberse topado en vida con el joven hijo de la Familia Gu mientras repetía la historia con algunas cervezas encima a sus colegas, la verdad es que aunque sabía que era él, jamás pudo verle el rostro.
Todo por el uso de esas máscaras.
Sin embargo, los mandos más altos dentro de cada familia siempre destacaban de entre los demás por alguna razón.
El hijo del viejo Itachiyama lo hizo no por ser el único en tener el cabello rizado, sino porque su esencia y porte siempre fue elegante con un toque de siniestro, una sensación similar a cuando se topó por primera vez con el aún no líder, en ese entonces, de la familia Gu.
La información actualizada que llegaba hasta él, no siempre para compartir con la agencia pero al menos para mantenerse al día de lo que sucedía a grandes rasgos dentro de la mafia, llegaba gracias a que Kuroo ocupaba parte de su sueldo en contratar gente que hiciera el trabajo de espía por él aunque desde el día en el que se anunció la muerte del líder de Gu la información dejó de llegar sin ningún motivo por lo que, definitivamente, escuchar que a quién conocía únicamente como el hijo único del viejo Itachiyama ahora es el líder de su organización, lo deja pasmado.
¿Cómo...?
¿Qué pasó con el viejo entonces?
¿Acaso...murió?
Y si fue así, ¿Cómo es que la atención solo está concentrada en el líder de la familia Gu y no en el de Itachiyama? Los medios mediáticos parecen muy atentos de cubrir toda la noticia y estirarla, sacando muchas versiones e información hasta por debajo de las cosas, con tal de mantener a la gente entretenida con algo pero al ser la caída de una cabeza de familia, ¿eso no compromete a la mafia en general?
—Entonces, ¿Eres solo un idiota o simplemente un entrometido? —aunque Kuroo no tiene la intención de responder, además de que siente todas las energías de su cuerpo abandonarlo, le mira firme.
—Detective, bueno...por ahora simple policía pero planeo serlo algún día si... —el sonido de armas siendo sacadas de sus fundas y apuntándole, le hielan la sangre de inmediato pero de nuevo, para su sorpresa, Sakusa Kiyoomi los detiene con solo alzar la mano.
—¿No pensarás dejarlo vivo, o sí? —oye de nuevo a espaldas del ahora líder de Itachiyama pero, honestamente, toda la atención de Kuroo está sobre el hombre que tiene enfrente que casi ignora el hecho de que el otro tipo acaba de insinuar que lo van a matar.
—El líder de Gu también hizo lo mismo —recurriendo a lo único que podría ser su carta final, Kuroo apuesta por decir eso. La primera reacción que recibe es atención de parte de Sakusa Kiyoomi pero evaluando rápido el cómo parece tensarse y quedarse quieto, Kuroo termina de apostar su vida diciendo eso último:—. Me dejó con vida la primera y única vez que me topé con él.
No cree que le haya perdonado la vida ni le haya hecho un favor pero no era una noción muy moderna el dejar ir a un espía que bien pudo haber comprometido las cosas durante una noche de reunión de la mafia. Pero a Kuroo siempre le quedó esa duda de por qué el hijo de Gu le había dejado ir.
Si lo mataba ahí, lo cual era lo más sensato, nadie iba a enterarse.
Quizá su madre, Kenma y su abuelo lo habrían llorado por un tiempo pero a nadie más le hubiese importado su muerte. Personas mueren todos los días y aun así nadie voltea a ver si otra persona necesita de ti.
¿Lo había dejado vivir porque le parecía insignificante?
¿O lo había hecho porque sus principios eran otros?
Viendo la reacción de Sakusa Kiyoomi, Kuroo puede sentir que se acerca un poco más a conocer acerca del líder de Gu y de sus miembros en sí. Aunque ser demasiado optimista creyendo que va a librar a la muerte una segunda vez también es de tontos.
Quizá ya está muerto y ni siquiera lo ha notado por estar pensando en cosas absurdas.
Insólitamente, sigue vivo después de decir eso, aunque no deja de temblar sabiendo que el líder de Itachiyama ahora lo mira de una forma más seria que hace unos segundos.
—¿De verdad murió? —las armas de los demás hombres, aunque han dejado de apuntar, crujen bajo las manos de sus portadores al ser apretadas con fuerza. ¿Qué está haciendo? ¿Qué le hace pensar que si sigue hablando y preguntando va a salir de ahí sin una bala incrustada en alguna parte de su cuerpo?
—¿Cuál es tu interés en el bar? —oye, cundiéndose de miedo, aunque Kuroo no sabe si es por el tono grave y escalofriante con el que le ha preguntado eso o por sentir como coloca la boca del arma debajo de su mentón.
Esta vez, Sakusa Kiyoomi le ha quitado la pistola a uno de los hombres que tiene cerca, agachándose solamente para quedar a la altura del chico de ojos como gato que tiembla pero que, lleno de una valentía absurda que no sabe de dónde proviene, no deja de hablar a pesar de todo.
—¿Cuál es tu interés en saber cuál es mi interés?
Sin demostrar mayor enfado, Kiyoomi sólo le concede un par de segundos para que se retracte en silencio y deje de retarlo. Viendo que no lo hace, solo vuelve a hablar en el mismo tono, sin alteraciones.
—Bien, entonces creo que te agradará saber que el muchachito llamado Kenma con el que vives acaba de llegar sano y salvo a tu casa aunque no prometo que siga siendo de ese modo mañana —de inmediato, toda la rebeldía de Kuroo se esfuma, sintiéndose más frío, y por lo mismo, imaginándose más pálido.
No.
Kenma...
—No...No le hagas nada, por favor.
Esa debe ser la primera vez que se siente superado por una situación que no lo favorece pero, más allá de eso, los ojos de Sakusa Kiyoomi, sobre él, lucen como una pesadilla por la que querrías dormir ni con la luz encendida.
Solo así, Kuroo es consciente de que no se necesitan años de experiencia o de haber vivido bajo el yugo de la mafia para poseer el mismo nivel de intimidación que el estereotipo de mafioso al que estaba acostumbrado ver en películas.
¿Qué clase de cosas tendrían que ser las necesarias para poseer ese tipo de ojos?
¿De cuántas cosas se tenía que despojar una persona para intimidar así?
Un gran talento, un gran poder, no se obtiene solo porque sí.
Seguramente, se tiene que perder algo importante para dejar de preocuparte en los intereses de otros. Y el único interés de Kuroo, ahora, mientras lo mira con los ojos llenos de súplica y terror, es la vida de Kenma.
—Entonces, responde. ¿Qué hacías merodeando el bar y la casa de los Gu?
—So-Solo investigaba. Es mi trabajo —Dispuesto a lo que sea, Kuroo termina hablando apresuradamente, tartamudeando un poco en el proceso.
—¿Tu trabajo es meramente meter tus narices donde no te llaman, Jefe de Departamento, Kuroo Tetsurou? —el moreno no puede evitar hacer un sonidito de sorpresa. Mierda. ¡Mierda. Mierda. Mierda!—. No preguntaré una tercera vez.
—Me mandaron para...—aclarándose la garganta, Kuroo hace todo lo posible a pesar de que tiene la voz rasposa y la garganta herida de tanto tragar agua—. Me mandaron para corroborar la muerte del líder de la Familia Gu —puede habérselo imaginado, pero Kuroo casi está seguro de ver cómo los ojos de Sakusa Kiyoomi, a través de su máscara, parecen estrecharse con aprensión tras oír eso—. Su conexión con el bar es meramente información que ya se tenía a cerca de él y de las propiedades que-... —cuando Sakusa Kiyoomi se pone de pie, alejando el cañón del arma de su barbilla, la cabeza de Kuroo, tensionada por la presión, cae por inercia, soltando una gran cantidad de aire.
—¿Qué? ¿No lo vas a matar? —pasándole de mala gana el arma al que parece ser su hombre de confianza, Sakusa Kiyoomi le da la espalda—. No puedes hacer eso. Es muy arriesgado que-...
—Lo conocías ¿no es así? Al líder de Gu —haciendo un último intento, pero sabiendo que en cualquier instante le pueden clavar una bala en la cabeza, Kuroo abre la boca luego de tomarse unos segundos antes en pensar muy bien las palabras que está a punto de decir—. Y ahora que sabes que él me perdonó la vida hace tiempo, tú también-... —cayéndose por el golpe que recibe de uno de los hombres que tiene a su espalda, esta vez no hay intenciones por parte del líder de Itachiyama de defenderlo aunque con uno solo golpe basta para dejarlo contra el suelo, respirando con dificultad.
—Llévenlo a donde lo encontraron.
—¡Pero Jefe-...!
—Se va a vengar ¿cierto? —teniendo poco aprecio por su vida, con la nariz sangrando luego del golpe, y el cuerpo titilando, Kuroo continúa hablando bajo el efecto del adormecimiento que siente en sus músculos. Ahora, quizá no siente dolor, pero en un rato más, será insoportable. Aún así...Aún así...—. Por el líder de Gu, tú...te vengarás.
Los ojos vacíos e inexpresivos de Sakusa Kiyoomi responden cumplidamente a mirarlo una última vez antes de soltar un par de palabras con sabor a una rotunda y misteriosa advertencia.
—Los muertos no se vengan. Los vivos, sí.
.
I
.
Lleva todo el día haciendo algo que supuestamente tiene prohibido hacer.
Y es supuestamente porque aunque Sakusa Kiyoomi le haya alimentado, ha arreglado su cabello, le ha obsequiado un gabán increíble y carísimo y también ha solucionado el tema de su guardarropa pasando a tener cero prendas a tener ahora unas treinta, eso no significa que lo del tema de no bailar esté en discusión.
—Entonces, estaba pensando que esta vez usaras un arnés en lugar de un crop top —Atsumu pasa su mirada juiciosa por todos los diseños que Alisa, la hermana mayor de Lev, le presenta en bocetos sobre las hojas sueltas—. Es...¿demasiado, verdad?
—Sí, es demasiado —manteniendo oculta la sonrisa solo por unos segundos más, Atsumu pasa de la seriedad a la emoción en el mismo tiempo que le toma a la chica sonreír en sincronía con él —. ¡Me encanta!
Decir que su reciente gusto por el exhibicionismo es algo que aprendió ahí, en parte sería cierto porque Atsumu no recuerda haber sido así de descarado al comienzo de todo eso.
Han pasado casi dos semanas desde que las remodelaciones en La Faire comenzaron por orden del líder de Itachiyama, por lo que el bar ha estado temporalmente cerrado debido a ello.
Sin embargo, antes de que a Madame Yu le diera un ataque y todos ahí, incluyéndolo a él, comenzaran a considerar buscar otro empleo u otra forma de sobrevivir, el consejero de Itachiyama, al que todos conocen como Komori —pero que a Atsumu le gusta llamar "insoportable" a secas— les había llevado varios sobres con dinero a cada uno de ellos.
A pesar de que el bar se mantendría inhabilitado, seguiría entrando la misma cantidad de dinero —y un poco más— durante el tiempo que las remodelaciones se mantuviera. Prácticamente el tipo les estaba pagando más del doble de lo que ganaban sin hacer absolutamente nada.
La remodelación, en un principio, a Atsumu se le hizo una idiotez por que ¿Qué no había dicho Don insoportable que su Jefe no tendría interés de pasarse a ese cuchitril? Sin embargo, dos semanas después, Atsumu puede retractarse un poquito sintiendo un verdadero aprecio por ese lugar al verlo convertirse en algo sumamente distinto a lo que era.
La fachada era lo único que no podían modificar demasiado, salvo añadirle algo de pintura y repellar un par de paredes erosionadas por la humedad, esto, según, para evitar llamar mucho la atención junto a que también, al parecer, se querían ahorrar que las dependencias de supervisión de obras fueran a preguntar qué tanto hacían pues a nadie le gustaría llevarse la sorpresa de que a quien cuestionas y estás a punto de ponerle una multa es nada más, ni nada menos, que a alguien de la mafia.
Sí, Atsumu no entiende mucho de construcción y esas cosas, pero a pesar de eso siempre está ahí de metiche queriendo entablar conversación con los trabajadores que Komori lleva siempre puntuales a las siete de la mañana.
A esa hora Atsumu debería seguir durmiendo, pero desde hace dos semanas que se le ve con menos ojeras lo que se traduce a menos pesadillas mientras duerme. Komori, sin embargo, siempre que se lo topa y finge darle un saludo cordial de buenos días, pareciera que quisiera morirse ahí mismo por la asignación que su jefe le ha dado con respecto al bar.
¿No había dicho que ese lugar era una pocilga? ¿Por qué de repente Kiyoomi quiere remodelar el interior? Dios, que hasta contrató a un diseñador de interiores solo porque es sumamente modesto.
Atsumu solo ve colores y líneas de diferente grosor en un par de planos enormes pero las veces que Sakusa Kiyoomi va y supervisa personalmente los avances —que no es casi siempre pues al que envía es la pobre de Komori—, Atsumu siempre quiere estar ahí oyendo lo que dicen él y sus acompañantes.
Nunca opina pero siempre deja unos tres o cuatro pasos de diferencia de él mientras el diseñador y el contratista le explican a Kiyoomi qué y cómo harán cada cosa esperando que lo apruebe.
La última vez que estuvo ahí de chismoso, viendo como montaban una viga, Sakusa Kiyoomi le forzó a usar un casco amarillo, de esos que son enormes y que son indispensables se usen por seguridad. Sí, Atsumu ni siquiera tendría que estar ahí de entrometido pues se supone la remodelación sería por partes, por lo que el área de las habitaciones sería la última en tocar, pero no, cada que Sakusa Kiyoomi estaba ahí supervisando el avance, él parecía ser su pequeña sombra.
Desde hace un par de días que no lo ve, de hecho.
No le ha querido preguntar a Don insoportable por qué es que su jefe no ha ido, y solo porque ahora se encuentra aburrido y el área del escenario ha sido la primera sección que han terminado de remodelar, Atsumu no ha tenido mejor idea de reunirse con las chicas y chicos bailarines del bar con la intención de crear nuevos números de baile para una vez que La Faire reabra de nuevo sus puertas.
Incluso ha ido a molestar a la pobre y bonita Alisa que, aunque su rol en el bar es meramente de mesera, a Atsumu le brillaron los ojitos cuando se enteró que también de ella dependía todo el vestuario y los uniformes que portaban todos.
—También tengo algunos bocetos para las chicas. ¿Quieren ver?
—¡Sí!
Y mientras Alisa saca más hojas de papel de su pequeño cuaderno, Atsumu pasa por encima de su boceto en hoja opalina, la hoja vegetal en la que Alisa ha añadido acuarelas en tonos grises a su atuendo, realzando su silueta.
Sí, la verdad es que sí es demasiado lo del arnés, y honestamente está temblando un poco por haberle pedido a la chica que le creara algo así cuando no está tan seguro de volver a subirse a un escenario pero-...
—Wow, ahora sí que le vas a ocasionar la muerte al pobre de Sakusa —Atsumu pega un saltito al escuchar la voz de Semi a su espalda. En esas dos semanas la recuperación de su pierna está casi lista gracias a que el enorme de Aone, el médico fisioterapeuta al que Shoyo le tiene mucho cariño y respeto, ha ido religiosamente a darle la terapia necesaria para que ahora casi ni se le note el leve cojeo en su pierna derecha.
—¿Es demasiado, verdad? —ignorando lo anterior, Atsumu toma una de las gomas de migajón de Alisa, viendo como ella y las chicas siguen en lo suyo, con la intención de borrar unas cuantas líneas del diseño hasta que Semi sostiene su mano.
—No. O sea...Para un pastor quizá lo sea pero...—concentrándose en una cuestión un poco más seria, Semi lo mira, preocupado—. Creí que no te gustaba bailar ni hacer ese tipo de cosas.
—No me gustan —responde Atsumu de inmediato, dejando la goma a un lado de las hojas—. O al menos eso creo, es solo que últimamente he intentado recordar qué cosas solían gustarme antes de perder la memoria —Semi aguarda en silencio a que siga hablando, esta vez corriendo la silla de una de las mesas, retirando un poco el plástico que las protege de los escombros y polvo que genera la construcción—. No recuerdo que me guste bailar pero parece que se me da bien.
—¿Y la parte en la que te gusta salir casi desnudo...? —Atsumu se pone rojo de pronto, volviendo la vista de nuevo al boceto. Sí, bueno, ¿bajo qué demonio lujurioso había sido poseído para pedirle a Alisa un atuendo así de...revelador?
Todavía siente escalofríos recordando lo mal que se sentía minutos antes de subir al escenario el día que conoció a Sakusa Kiyoomi. Sin embargo, poco recuerda haberse sentido incómodo una vez que la música comenzó a sonar y simplemente se olvidó de lo que había a su alrededor.
Puede que no haya sido el atuendo en sí lo que haya obviado en fijarse sino en la sensación de libertinaje y en lo bien que se lo estaba pasando a pesar de que la situación estaba en un punto bastante crítico.
Si dice que no le gusta bailar pero se le da bien...¿Eso no podría traducirse a que en realidad sí le gusta solo que no lo recuerda? Siguiendo esa lógica ¿Qué otras cosas sí le gustan pero no es capaz de recordar?
No sabe si le gustan las flores tampoco pero cada que Sakusa Kiyoomi le obsequia algo, como el gabán que le dio al segundo día de verlo, siempre le coloca un ramillete de flores azules, tal y como el que encontró en la cama la primera vez que fue llevado a su casa. Atsumu no puede decir que sea fanático de ellas pero ha sido incapaz de tirarlas a la basura por una extraña razón, sin embargo, cada que las mira tampoco se siente digno de conservarlas para él.
—Dios, de nuevo estás haciendo eso —aturdido por salir de su propia burbuja, Atsumu voltea a ver a Semi quien luce asqueado aunque divertido también.
—¿Eh? ¿Haciendo qué?
—Suspirando. Y déjame decirte que es espeluznante. Me sorprende que todavía no te hayas acostado con él y no estés viviendo en su casa.
Atsumu piensa lo mismo, de hecho.
Refiriéndose a la parte en la que Sakusa Kiyoomi no lo obligó a vivir en su casa al no ponerse exigente con lo de "Haré lo que quieras si nos ayudas". Atsumu no pudo pegar el ojo las primeras noches tras su primer encuentro, no solo porque prácticamente se había ofrecido a un desconocido, sino porque había algo raro con él que tendía a rechazar el contacto físico con otras personas.
Un abrazo, desde luego, estaba bien, pero empezó a ser consciente del terror que le provocaba ser tocado por otros, de una forma mucho más íntima, cuando ocurrió su primer incidente con Semi y Shoyo. Tal y como había sucedido hace días con el tal Futakuchi, quien solo pretendía, aunque muy a regañadientes, revisar su cuerpo para hallar algunas heridas que se hubiese provocado tras la redada de Nohebi e Itachiyama, Atsumu había pasado una noche entera temblando luego de que Semi intentase volver a suturar una herida que, seguramente por tanto ajetreo luego de escaparse del hospital, se había abierto de nuevo durante los primeros días que estuvo en el bar.
Atsumu creyó que se trataba de solo un mecanismo de defensa o de ser precavido pues básicamente no podía confiar, aún, en personas desconocidas por mucho que le dieran un techo donde dormir.
Le costó adaptarse los primeros días a La Faire con sus constantes pesadillas y gritos a media noche en las que podía sentir como se ahogaba y quemaba en partes iguales.
Quizá...Quizá tenía algún trauma con respecto al contacto físico. Alguna fobia. En fin, Atsumu podía hacerse mil ideas en la cabeza y terminar exhausto por intentar recordar algo, fallando las veces que fuera pues al final no llegaba a ningún sitio.
Además de que habían pasado dos semanas en las que el bar había cerrado temporalmente sus puertas, y debido a ello, apenas y se veía esporádicamente con Sakusa Kiyoomi incluso luego de decirle que lo ayudaría a tan siquiera saber los datos básicos acerca de él.
¿Era solo un mal cálculo de tiempos o en realidad el tema de la remodelación del bar pretendía ser una distracción para aplazar sus conversaciones con él?
Sí, a Atsumu últimamente se le daba muy bien vivir en constante dualidad pensando en ese hombre porque a veces sentía que lo juzgaba sin razón y otras, como ahora, con motivos bastante justos.
—Como sea. No confíes mucho en él. Después de todo, pertenece a la mafia —Atsumu le mira, simplón, casi como si estuviera ofendiendo su capacidad intelectual con ese comentario.
—Tú también perteneciste a la mafia.
—Y esa es suficiente razón por la que te estoy diciendo esto con toda la sinceridad del mundo —Atsumu rueda los ojos, inconforme y algo ofendido. ¿Se lo dice ahora? Porque hubiera sido genial darle ese tipo de advertencias antes de prácticamente usarlo de carnada semanas atrás. Como quiera, Atsumu no quiere pelear con Semi por eso.
Puede ver sus manos un poco heridas y sucias, y con algunos callos aun asomándose por ahí. A esa hora del día, Semi ya ha cumplido con visitar, en la parte trasera del bar, a sus compañeros caídos tras lo acontecido con Nohebi. Cada día, a la misma hora, Semi sale a orar un poco a pesar de que dice que no cree en ningún Dios celestial.
Lo hace, quizá, solo para sentirse menos culpable.
Además de que, a juzgar por sus manos, Atsumu sabe que Semi ha ocupado gran parte de la mañana, en la que él y Alisa y el resto de chicos han estado con en el tema de los nuevos números musicales, para quitar la hierba mala que ha crecido alrededor de las cruces de madera que han instalado en la terracería del patio.
Atsumu también las visita de vez en cuando, dándoles el uso a las flores azules que Sakusa Kiyoomi le ha obsequiado, ocultas en las cajas de regalos, para dejarlas ahí con un recipiente con agua.
—Se llaman Nomeolvides —dijo Shoyo aquella vez, terminando de decorar, junto con Alisa y otras chicas, las cruces con los nombres de sus compañeros caídos antes de clavarlas en la arena.
Con que las flores sí tenían nombre después de todo.
Y aunque Atsumu se la pasó toda esa mañana, luego de elevar sus plegarias junto a las de los demás, pensando qué significado oculto podría tener que el líder de Itachiyama siempre le obsequiara unas flores como esas, terminó por dejar de pensar en ello pronto no encontrando razón alguna.
¿Él sabría el significado de ellas o simplemente le habrían parecido lindas al escogerlas?
¿Por qué se las enviaba en primer lugar?
Para ser una persona en blanco, como un lienzo virgen, tiene demasiados pensamientos a la deriva. Afortunadamente, antes de que siga llenándose la cabeza de cosas a las que no les encuentra explicación todavía, Semi lo rescata de ese episodio pesimista, cambiando de tema.
—Por cierto, te lo advierto de una vez. Como Sakusa Kiyoomi te siga enviando más libros y regalos, los voy a botar y a ti con ellos. ¡Incluso los dejas en mi cama! —Atsumu ríe, dispuesto a tener una pequeña disputa amistosa si con eso deja de pensar en cosas sin sentido por ahora.
—Quizá necesito un cuarto más grande.
—¡Ah, pero claro! Perdona por no satisfacer los deseos del novio de Sakusa Kiyoomi —y aunque Atsumu no lo niega, tampoco se sonroja por ello. A estas alturas, por solo haberle salvado la vida, le está agradecido. Que Semi o los demás piensen que tiene algo con él, no le importa mucho honestamente. Atsumu sabe que no es así.
Y si solo está aceptando sus obsequios es porque tenerlo de aliado es mejor que tener a toda la mafia en su contra.
—Ah, y otra cosa.
—¡Hoy estás muy hablador, Semi-Semi! —recibiendo un golpe de su parte, Atsumu recibe el rápido y extraño cambio en la atmósfera cuando le mira diferente—. ¿Qué? ¿Por qué me miras tan raro?
—Ten cuidado con lo que lees —extrañado, Atsumu entrecierra los ojos, arrimándose más hacia el centro de la mesa para no tener que hablar tan alto y llamar la atención de los demás.
Sabe a lo que se refiere.
Después de todo, a pesar de que Sakusa Kiyoomi parece poner especial atención en él, a Atsumu no se le olvida que es un mafioso. Acepta sus obsequios porque no tiene remedio porque si bien la sonrisa que a veces se le hace es real, tiene muy presente que tantas atenciones en algún punto requerirán algo a cambio de su parte.
Y no solo eso, a él también le sorprendió que en la biblioteca de Sakusa, misma en la que se sintió un pequeño chícharo la primera vez que la visitó por lo enorme que era, existieran documentos y manifiestos acerca de las familias que conformaban la mafia de ese territorio casi como si fueran libros de recetas de cocina a los que fácilmente una persona ordinaria como él pudiese tener acceso.
—Si otra persona tuviera la información que ahora tú posees, créeme que me sorprendería que siguiera vivo —Atsumu entrecierra los ojos, mirando discretamente a los demás solo para asegurarse que estén entretenidos y no les tomen en cuenta—. Una cosa es que la mayoría aquí seamos ex miembros de la mafia y otra muy distinta es que tú quieras aprender por tu cuenta. ¿Por qué crees que los secretos se mantienen en un solo sitio? No hay cabida para gente curiosa y mucho menos externa.
—Pero La Faire no le pertenece a nadie. Bueno, a Itachiyama ahora pero-...
—Que ahora tengas la protección de Sakusa Kiyoomi no te exenta de los peligros y considerando que no sabes ni lo mínimo en defensa personal, deberías preocuparte — Atsumu le mira, ofendido y molesto. ¿Por qué no habla en plural? La protección la tienen también ellos además de que hubiese sido genial que todas esas advertencias que ahora le hace, se las hubiera dicho antes.
—Y es precisamente porque soy el único que no conoce nada de esto que necesito aprender para prevenirme en el futuro ¿no crees? Además, te recuerdo que gracias a mi culo es que seguimos vivos.
—¿Me lo vas a echar en cara? —el rubio solo vira los ojos, volviendo a sentarse correctamente en su sitio, pretendiendo prestar atención en los trabajadores de Itachiyama que ahora están colocando una estructura rara por debajo del techo, como un falso plafón con algunas molduras y cajillos para esconder luces led de colores.
—Mira, Semi, no quiero pelear. Además, despreocúpate ¿sí?, no es que pretenda usar esta información en contra de alguien. Te recuerdo que ni siquiera sé sostener una maldita pistola.
Pero sabría...en caso de que Atsumu se lo pidiera a alguien.
Y con alguien no piensa necesariamente en él, en Shoyo o alguien más del bar. Semi se mantiene de brazos cruzados intentando descifrar el interés de Atsumu por todo ese mundo del que él, todos los días, intenta escapar.
Si estuviera en sus manos regresar el pasado, no tomaría la mano de Washijou como aquella vez.
A Semi le hubiese encantado que alguien, así como ahora él advierte a Atsumu de las cosas peligrosas, le hubieran detenido.
Es hasta irónico el ver como Atsumu, a pesar de que parece haber zanjado el tema, sus ojos no parecen estar concentrados en ver a Alisa y los otros reír y cuchichear.
Mientras Semi busca la manera de salir de todo ese embrollo, Atsumu parece interesarse en adentrarse más.
De todos ahí, es el más vulnerable. De pronto se siente culpable de arrastrarlo con todos ellos. Eso no es algo que hubiese querido para él mismo.
—Ay, vamos. Deja de mirarme como si sintieras culpa. No te estoy culpando de nada. Considera mi curiosidad como investigación de campo ¿quieres?
Investigación de campo, dice.
Entonces ¿por qué se siente cada vez más ansioso y comprometido en aprenderse la estructura y los nombres más sobresalientes de la mafia pasando varios minutos leyendo antes de dormir cada noche?
Puede que Semi tenga razón pero gracias a la información que el líder de Itachiyama le ha proveído, ya no se siente tan a la deriva como en días pasados. El tema de su antigua vida aún esté en espera de ser resuelto pero Atsumu entiende un poco por qué es que Semi siempre ha tenido, en el poco tiempo que lleva de conocerlo, especial cuidado en divulgar información hasta de sí mismo y de la organización a la que pertenecía hace tiempo, incluso con él.
Shoyo tampoco dice mucho acerca de la familia Gu a menos que se lo insista mucho pero casi siempre la conversación dura apenas unos cinco minutos antes de ser cambiada de tema. Con Semi no sirve insistir pues parece que odia muchísimo al líder de Shiratorizawa, organización a la que ahora Atsumu sabe que pertenecía.
Existen varias familias dentro de la mafia pero hay cinco que, en los últimos años, se perfilaron como las más poderosas, mismas que actualmente gobiernan por encima de las demás. Y son esas cinco a las que Atsumu les ha puesto mayor interés.
Seijoh, Shiratorizawa, Karasuno, Itachiyama y, por supuesto, la dinastía Gu.
Las tres primeras se alojaban en Sendai solo que en diferentes distritos. Mientras que Seijoh se encuentra en el distrito Aoba, al noroeste de la ciudad, Shiratorizawa y Karasuno se establecen al sureste, en los distritos de Wakabayashi y Miyagino respectivamente.
Itachiyama gobernaba Tokio, siendo esta la familia con más número de miembros actualmente.
Y, finalmente, La familia Gu, establecida en Hyogo, al suroeste del país.
Algo que le llamó la atención a Atsumu desde el primer día en que se topó con una de estas familias, fue el tema de las máscaras que portaban. Siempre evidenciando el animal que los representaba. Hasta ahora conocía a las serpientes de Nohebi, una familia de menor rango pero no por ello menos tenebrosa.
También conocía a los cuervos de Karasuno, gracias a la presentación del novio de Shoyo.
Y, por supuesto, a las comadrejas de Itachiyama.
Aunque a Atsumu tampoco le tomó mucho tiempo deducir que las águilas eran el animal con que Shiratorizawa se identificaba, información que Semi terminó de confirmar hace unos días.
Entonces, asumir la razón para que las máscaras fueran de animales era porque estaban ligados sus nombres, con excepción de Seijoh que, gracias a una explicación rápida por parte de Shoyo, Atsumu pudo entender que su significado era más relacionado a lo metafórico debido a la combinación de los kanjis en su nombre.
—¿Sabías que el animal que representa a la familia Gu es un zorro? —A las once de la noche, Atsumu no puede dejar de darle vueltas al asunto de las familias de la mafia, en especial a esa. Semi, desde su litera, asoma su cabeza con una expresión de ser tomado por sorpresa mezclado con algo de resistencia. De su boca no sale ni una palabra, lo que Atsumu lo considera una afirmación de su parte y también una señal para seguir hablando:—Gu es la abreviación de Gumiho. Literalmente, zorro de nueve colas, en coreano —silencio—. Semi, ¿me estás escuchando o-...?
—¿Quieres que te de una estrellita dorada por estudiar mucho? —retirándose las sábanas con las piernas, Atsumu baja de su litera, cayendo de forma brusca en la de Semi, provocándole un susto de muerte—. ¡¿Pero tú me quieres matar o qué?!
—¿Por qué coreano? —el de cabello un poco más cenizo, parpadea, aturdido.
—¿Qué?
—Todos los apellidos de las familias de la mafia son japoneses. ¿Por qué la familia Gu es la única familia con nombre coreano? —sabiendo que su sueño se ha espantado gracias al enorme niño que parece indispuesto a dormir como el resto hasta que le respondan, Semi lo empuja, encogiendo sus piernas dentro del espacio de su pequeña cama.
Sí, bueno, Atsumu puede comportarse como un niño en ocasiones pero su cuerpo es el de un mastodonte, y no es de Dios que esté ahí ocupando el espacio que él necesita para dormir y soñar con el día en el que algún ricachón lo saque de ahí.
—Bueno, ¿no será porque su origen es meramente coreano? Y hazte para allá, la cama es pequeña, maldita sea —sin ganas de enfadar a Semi viendo que ha respondido a su primera pregunta, Atsumu se baja al piso, sentándose en posición india, mirándolo atento. Semi solo se pasa una mano por el rostro en clara demostración de que se está muriendo de sueño pero eso a Atsumu parece importarle una mierda—. No esperarás que te cuente toda la historia ¿o sí? Es casi medianoche, idiota.
—No es como si fuéramos a reabrir el bar mañana de todos modos —recuerda Atsumu, refiriéndose a que los trabajos de remodelación todavía van a durar un par de días más—. Semi —aventándole una almohada, creyendo que quiere iniciar una guerra, Atsumu se prepara para devolverle el ataque, quedándose quieto solo hasta que lo escucha hablar finalmente.
—La familia Gu es la única que tiene su origen en Corea del Sur a diferencia de las demás. Son los Gumiho —concentrado en hacer preguntas puntuales ahora que Semi se muestra dispuesto a hablar, Atsumu se aclara la garganta antes de volver a preguntar.
—¿Entonces son todos enteramente coreanos?
—Sí y no. La dinastía nació allá porque sus fundadores lo eran así que en el sentido estricto de la sucesión de sangre, todos los líderes siempre han sido coreanos. Como sucede con todas las líneas de sucesión ininterrumpidas —Semi hace una pausa, antes de continuar—. Eso, claro, hasta que el joven líder de Gu rompió esa maldición, por así decirlo.
—¿Él no era coreano?
—Era Hafu. Mitad japonés por parte de su padre y mitad coreano por su madre —ante ese hecho, Atsumu engrandece más los ojos recordando lo que Semi ha dicho hace unos segundos más junto a lo que él ha aprendido por su cuenta durante estos últimos días de estudio.
—Espera...La línea de sucesión siempre es masculina, ¿no? Si la madre era coreana, entonces ella...
—Las mujeres en la mafia nunca han jugado un papel muy importante que digamos pero aunque no poseía un título como tal, era la única hija del antiguo líder de Gu hace muchos años, así que muchos le dieron el apodo de "Donna", que es el equivalente al "Don" en la mafia italiana. Por supuesto, al ser mujer, lo único que se esperaba de ella era que fuera una máquina de hacer bebés para poder tener pronto al próximo heredero y que este fuera un niño, por supuesto —ante la explicación, Atsumu hace una mueca desagradable. Pensar que hasta por el hecho de nacer dentro de ese mundo, tu rol comienza a ser juzgado desde pequeño, le asquea.
—¿Ella nunca fue líder de Gu? ¿Ni siquiera por sucesión de sangre?
—Por derecho, tuvo que serlo, pero su padre, un vil macho mafioso, no dejó de ser el líder de Gu incluso si ya rozaba los 60 años y su hija ya era toda una mujer. Pero no te sientas mal por ella, la Donna de Gu, como la apodaban, no solo era una mujer hermosa y elegante, era también mortífera. Era demasiado atrevida a todo con tal de lograr lo que quería, entre ellos, volver loco a su padre. Si él no podía darle lo que se merecía y correspondía, al menos sí que le sacó de quicio infinidad de veces —por alguna extraña razón, saber eso hace que Atsumu ensanche una sonrisa satisfecha y arrogante—. Sin embargo, al ser una mujer, su único propósito, según su padre, era darle un heredero por lo que rápidamente le concretó conocer a alguien para casarse. Desde luego, no lo hicieron por amor. El hombre que se volvió su esposo, por obvias razones, aceptó a todo con tal de poseer el mismo grado que ella. La Donna de Gu era su mejor aliado y escudo solo por ser noble y proveerle de los mismo privilegios hasta que, obvio, se hartó de que estuviera por encima de él.
—¿Qué clase de debilidad podría tener una mujer así? —oyendo cómo Semi la ha descrito, a Atsumu se le hace increíble que si se trataba de alguien firme y fuerte en sus decisiones, pudiera ceder ante alguien más, incluso si era su propia familia la que la desprestigiaba.
Semi se le queda mirando por unos segundos en los que Atsumu parece volver a sentir molestia. Suspirando, solo se atreve a decir:
—Sus hijos.
Por esa noche, luego de finalizar la conversación con Semi, Atsumu se levanta a primera hora para atender al llamado de Komori sobre que Sakusa Kiyoomi quiere verlo. No conviven más que por unas cortas dos horas, durante el desayuno, en las que el chico rubio siente una profunda adoración por los huevos benedictinos que las cocineras le llevan hasta el jardín, sintiéndose bastante dentro de una película de ricachones.
Sin embargo, lo usual en él es que esté parloteando hasta de lo suave que es la servilleta cuando la pasa por sus labios o de cómo le gustaría añadir un poco más de color en ciertas áreas de esa casa repleta de blanco porque le abruma demasiado.
En su lugar, permanece callado durante casi todo el rato luego de terminar su plato aunque, eso sí, ha gesticulado y hechos sonidos divertidos con cada bocado al cielo que ha dado.
—Estás muy callado —sintiéndose atrapado, Atsumu pasa rápido el sorbo que le ha dado a su jugo de naranja, tosiendo un poco—. Tienes ojeras. ¿No has dormido bien?
No puede decir que su relación con Sakusa Kiyoomi sea ordinaria. ¿Quién le trata tan cordial y respetuosamente luego de haberle bailado de una manera tan obscena? Sin olvidar mencionar que el tipo es un mafioso y que cada minuto que pasa a su lado, en teoría, su vida peligra.
Pero aunque no tiene mucho tiempo de conocerlo, que, vamos, hasta la palabra conocerlo queda corta porque casi nunca tienen prolongadas conversaciones sobre algún tema trivial, a pesar de ello, Sakusa Kiyoomi obtiene de él la misma intriga que hace un tiempo el tipo dijo que tenía de Atsumu.
También eso le llama la atención.
Por no decir que también le resulta atractivo.
Aunque el hecho de que preste tanta atención a detalles de él como lo son sus ojeras, le pone un poco nervioso. Siempre está mirándolo silenciosamente y aunque Atsumu ya le ha dicho que no lo haga tanto, este todavía lo hace como si le gustara llevarle la contraria.
Ahora, de hecho, podría responderle con alguna tontería o algún comentario irónico, pero Atsumu es atrapado en el acto que no tiene tiempo para contestar de otro modo que con la verdad de por qué está tan distraído.
—A-Ah, es solo que me la pasé pensando toda la noche —cuando se da cuenta de que ha sido demasiado honesto, se lleva de nuevo el vaso de jugo a la boca no sin antes recurrir al recurso de bromear un poquito para que lo anterior sea pasado por alto—. ¿Sabes? Mi amigo se ha estado quejando de la cantidad de regalos y libros que me das —dice, en tono bromista, recordando cómo Semi no para de decir que si él tuviera esa suerte, de solo restregarle el trasero sobre la polla a alguien para tener ese tipo de atención, él ya se habría mudado de país.
—¿Y eso te molesta? —Atsumu tose, sintiendo la garganta arder un poco por la acidez del cítrico en su boca—. Que te regale cosas.
—Umm, no. Me gusta ser el centro de atención y-... —siendo consciente de sus palabras solo hasta que ve y escucha la pequeña risa que Sakusa hace, Atsumu se sonroja, sintiéndose avergonzado—. ¡Qui-Quiero decir-...! ¡No es que sea vanidoso! Es solo que... —pensando, esta vez, un poco más sus palabras, vuelve a hablar más calmado—. Si no puedo recuperar el pasado que perdí, ¿no está bien solo disfrutar lo que me ofrece el presente?
Estar ahí, sentado en una bonita y acolchada silla blanca, desayunando con una vista increíble hacia uno de los jardines -el único- más bellos que ha visto, en la escala de posibilidades, ¿qué tan privilegiado tiene que ser para tener la oportunidad de ser él quien esté disfrutando de todo eso?
Él, quien había llegado sin un solo peso y con raspones y heridas a La Faire, suplicando internamente que Madame Yu —de quien aún desconocía su nombre— lo dejase pasar tan siquiera esa noche ahí, ahora estaba pensando en si le quedaba espacio para el postre.
Tener la opción de desperdiciar comida —que evidentemente no haría— era un escenario con el que definitivamente no soñaba.
Que Sakusa Kiyoomi, el hombre que lo mira intensamente, sea el causante de cambiar su vida en un periodo de tiempo tan corto ¿lo hace especial? Sigue teniendo bastantes dudas con respecto a él pero mientras más pasan los días, Atsumu puede soportar más tiempo sosteniéndole la mirada a diferencia de los primeros días en los que solo rehuía de esta.
Ahora que se están viendo en silencio, Atsumu siente cómo las manos le pican, bajando un poco la mirada a estas. Tanto la de él como la de Sakusa están a una distancia prudente una de la otra pero...¿Por qué le están dando ganas de que estén más cerca?
Sin ningún tipo de ambientación más que el estar ahí, los dos solos, recibiendo un poco los rayos más intensos de la mañana y una suave brisa, ¿Qué tipo de vida le espera a Atsumu si sigue a lado de él?
Descubriéndose ansioso por saberlo, tose nervioso, finalmente apartando su mirada del hombre de lunares sexys, escondiendo sus manos por fuera de la mesa.
—A-Ah, umm —tosiendo unas cuantas veces más para desvanecer esa aura melancólica, Atsumu retoma un tema mucho más interesante, volviendo a mirarlo un poco más animado—. Por cierto, he estado leyendo mucho los libros que dejaste que tomara de tu biblioteca la otra vez —Sakusa, como quien no luce afectado ni lo más mínimamente, estira su mano para tomar su taza de té, concentrándose un poco en la rodaja de limón que flota sobre el líquido marrón—. Y...me he interesado mucho por la Familia Gu, si te soy honesto —tomando sus precauciones antes de soltar algo como eso, Atsumu ha corrido un poco la silla en el lado opuesto al que se encuentra en caso de que necesite correr ante la reacción de Sakusa. Reacción que se traduce únicamente a mirarlo solo hasta que termina de sorber y degustar su té primero—. ¿No...? —carraspeando un poco, vuelve a preguntar con discreción—. ¿No vas a preguntar por qué?
—¿Por qué te ha llamado la atención?
Genial. Atsumu suelta todo el aire retenido en sus pulmones sintiéndose poco tomado en cuenta y ligeramente ofendido. ¿Por qué no luce exaltado como lo estuvo Semi apenas anoche? ¿No va a decirle que es mejor que se mantenga alejado de esos asuntos? Aunque, claro, para Atsumu no tiene mucho sentido que piense en eso considerando que el mismo Sakusa le autorizó sacar esa información de su propia biblioteca.
En fin, quizá solo está dando muchas vueltas al asunto y Sakusa Kiyoomi en realidad es más inofensivo que una mosca.
Otra cosa sin sentido de la que Atsumu se ríe, esta vez a conciencia, recordando que el tipo prácticamente le disparó a un hombre delante suyo hace unas semanas.
—Bueno, ya que preguntas —volviendo a arrimarse correctamente a la mesa, esta vez parte el primer trozo de cheesecake para llevárselo a la boca con muchas ganas—. Ya que su origen es distinto al de las demás familias, me causa curiosidad. ¡Ah! —masticando unas cuantas veces primero, Atsumu no puede terminar de hacerlo adecuadamente, volviendo a hablar mientras lleva a cabo esa acción—. Quería preguntarte directamente, ¿Que sus nombres tengan vínculo con los animales tiene algo que ver con la forma en la que cada familia actúa? —partiendo otro trozo, se lo mete a la boca sin haber terminado de digerir el primero. Sakusa, delante de cualquier otra persona, ya se habría puesto de pie ante la imagen grotesca y la manera tan primitiva con la que se comen los alimentos, sin embargo, con Atsumu luce inalterable.
—Ciertamente se conservan algunas cosas y algunos patrones —con esa corta pero nueva información, Atsumu termina de tragar esos dos trozos de pastel frío rápidamente para volver a hablar, ansioso y emocionado.
—Entonces, ¿sabías que según las creencias coreanas, a los Gumiho los consideran como espíritus malignos que logran transformarse de zorro a hombre para cazar? —esta vez, Sakusa lo mira sin perder el tiempo en mirar otra cosa, casi de inmediato—. No soy un chico que se tome los detalles muy en serio, pero si yo perteneciera a la mafia, ocuparía esta información para descubrir la debilidad de otra.
—¿Debilidad? —genuinamente intrigado, Sakusa deja apoyado su mentón encima de sus manos entrelazadas, mirándolo al chico atentamente.
—Sí, ya sabes. Nada es invencible. Todo siempre tiene que tener un punto débil. Una falla. Algo que hace tambalear a todo un sistema.
—¿Y qué concluyes?
—Que al líder de la familia Gu lo asesinaron. Que él era el fallo ante su propia familia, pero, quizá, ante los ojos de los demás, no lo era.
.
II
.
La última vez que lo vio sonreír, tenía diez años.
Ambos habían acordado —uno siendo más convencido que por iniciativa propia— que cambiarían con el otro por un día.
A él, siendo el menor, se le hacía una tontería, pero en aquél entonces se sentía tan enfermo una noche antes debido a la fiebre y al resfriado que había cogido, que no sabía cómo decirle a su padre que no quería asistir a esa fiesta en la que estarían puros adultos.
Según su hermano, a los diez era la edad a la que él también había tenido que asistir a su presentación, que era básicamente, a grandes rasgos, una especie de iniciación en la que juraban dejar la niñez y los juegos infantiles para pasar a ofrecer su vida a la familia.
No habían fuegos artificiales ni globos de celebración, lo único que había delante de cada persona que asistía a su ceremonia de iniciación era una navaja y la convicción de perder un poco de sangre —apenas una punzada— para manifestar que tu vida, a partir de ese entonces, le pertenecía a mafia.
—Ese día, enfermé. Y tú te ofreciste a ir en mi lugar diciendo que sería divertido hacerte pasar por mí —dice, un hombre joven con la cabeza cabizbaja, mirando con ironía una lápida que no representa nada.
Solo está ahí, haciendo estorbo entre las demás que existen dentro del área familiar y privada sobre la que descansan muchas más.
A él, lo han puesto a lado de su madre, desde luego, pero es casi como una broma cruel y una ofensa a su memoria el hacerlo sin un cuerpo al cual llorarle.
Cada que un nuevo líder asciende al puesto, se hace una ceremonia. La de su hermano, sin embargo, no duró más de dos minutos en los que solo estuvo arrodillado frente a su padre, recibiendo palabras fuertes y duras de su parte.
Cada que un líder muere, también se hace una especie de fiesta. Solo que ahora no hay nada qué festejar.
El líder más joven en toda la historia de la mafia, ha muerto.
—Ese debe ser un nuevo récord roto por ti también. El de ser líder en un periodo demasiado corto, tonto arrogante.
—Joven amo —el apuesto y serio chico no puede seguir pensando en la persona, que debería yacer bajo tierra, cuando lo llaman a sus espaldas. Las gotas de lluvia que antes sentía como estrellaban en su cabello directamente, son bloqueadas por el paraguas que ahora cubre su cabeza para evitar que se siga mojando—. El jefe quiere verlo.
El Jefe.
El chico de cabello gris y pérdida irreparable, mira a su subordinado más leal, sin alteraciones en los ojos. Sí, lo normal sería que cuando alguien visita una lápida, luego de una pérdida tan reciente, los ojos no paren de verse rojos e hinchados por tanto llorar, pero los del chico lucen imperturbables aunque la forma en la que su subordinado se ha referido a su padre le hace estirar una corta pero irónica mueca recordando que nadie ha sido nombrado como jefe aún a pesar de lo sucedido.
Sin ánimos de recibir una reprimenda, el joven de cabello gris responde al llamado, llegando en unos cortos cinco minutos —gracias al ir en un vehículo— al lugar donde El Jefe lo espera.
Han ido desde temprano a saldar un par de cuentas y resolver otro par de disputas entre mercenarios que si bien esas tareas tendrían que ser atendidas por los rangos más bajos de la familia, al ocuparse de tareas más simples como administrar y velar por el orden de los negocios y las tiendas de pago que poseen, últimamente están escasos de personal.
Todo esto porque desde que murió el joven líder de la Familia Gu, muchos han desertado. A la mayoría, su padre los ha capturado antes de que pudiesen llegar más lejos, pero también esa misma mayoría ha preferido morir antes que servirle a un hombre como él.
Frases como "Yo solo servía al joven líder de la Familia Gu y moriré siendo solo subordinado de él" son muy escuchadas estos días a pesar de que el hecho ya tiene semanas de haber sucedido.
Al día de hoy, para él, es difícil de comprender cómo es que su hermano pudo haber tenido una relación y una afinidad tan estrecha con la gente que lo seguía casi como si ellos fueran más familia que la que en verdad tenía.
Al jefe Gu, sin embargo, esas cosas le disgustan ahora al punto de comenzar a torturar a los hombres que seguían a su hermano para ver si logra sacarles algún tipo de información que él desconozca.
Incluso ahora, que lleva unos diez minutos frente a la puerta de la habitación en la que se escuchan lamentos y gritos, se le hace increíble que a pesar de que muchos de los subordinados del joven amo de la familia Gu, que aún siguen vivos y que solo esperan su turno para ser torturados, todavía se nieguen a hablar.
—¿Qué clase de código o de qué manera los manipuló para hacerlos tan fiel a él incluso después de muerto? —oye el segundo joven amo a su izquierda, ahí donde descansa, con un semblante mucho más impaciente que el suyo y el de su mano derecha, un chico más bajito que él, de cabello negro y ojos rasgados—. Menos mal alguien más se ocupará de limpiar toda esta sangre.
Afortunadamente, se encuentran en un lugar bastante apartado de la casa Gu, en un viejo embarcadero con un montón de almacenes abandonados a su disposición. Los gritos que se escuchan muy difícilmente podrían ser distinguidos por los vecinos más cercanos, y eso que está exagerando.
Finalmente, cuando la puerta se abre, y hay un poco de sangre escurriendo y dirigiéndose a ellos, su padre sale de la habitación, quitándose los guantes negros para pasarse las manos por el cabello canoso, tiñéndolo un poco de rojo por la sangre que no terminó de limpiar.
—¿Y bien? —siguiéndole el paso, dejando la habitación llena de sangre atrás, el segundo joven amo le sigue de cerca al hombre, siendo seguido a su vez por sus dos subordinados un poco más alejados a él—. ¿Me traes noticias nuevas sobre ese bar de quinta?
—Sakusa Kiyoomi es el nuevo propietario —ante la mención del nombre, su padre se voltea, furioso a verlo. Él, por otro lado, luce sin sentirse intimidado aunque sería mentir si no pensara que va a recibir una cachetada en cualquier momento conociendo el carácter tan explosivo que tiene el hombre.
—Ese viejo inútil de Nohebi. ¡Habíamos quedado en un maldito acuerdo! —el golpe, que afortunadamente no se destina a la mejilla del chico, termina siendo dirigido a una puerta de metal a la que pasan junto, hundiéndola un poco.
—Señor, los hombres de Daisho aún siguen graves pero él no se ha pronunciado al respecto —oye el Jefe Gu detrás de su hijo menor, encontrándose con los ojos dorados de uno de sus subordinados.
—No lo hará. El muchacho solo habla si su padre se lo permite. Y, no me sorprende que sus hombres hayan quedado medio muertos. El hijo de ese cerdo de Itachiyama es conocido justamente por eso—"Entonces, ¿De qué te sorprendes?", quiere preguntar el segundo joven amo, pero se abstiene. Demasiado tiene con su padre exaltado para todavía querer enfrentarse a él estando así—. Solo una cosa. Te pedí solo una cosa bien hecha, y esto es lo único que puedes darme. Un problema sin solución —el chico oye atento, y si bien no se exalta, sí endurece la mirada, volviéndola casi parecida a la del tirano que tiene enfrente—. Parece que fue en vano haber quitado a ese desgraciado del camino para ponerte a ti por encima de él porque aún muerto, sigue dándome problemas.
En el pasado, e incluso ahora, muchos de los miembros de la Familia Gu lo han tachado de tibio.
Y quizá lo es.
Quizá, a diferencia de su extrovertido hermano, aquél que siempre estaba por encima de él en casi todo, el segundo hijo siempre ha preferido llevar todo de un modo más silencioso pero no por ello más pacífico.
Sin embargo, a pesar de que hace solo segundos atrás, el segundo joven amo ha pensando en que no le nacía confrontar a su padre, las palabras finalmente brotan solas como veneno.
—Ese desgraciado del que hablas, llevaba tu sangre.
Es la ley de la competencia.
Con una sola persona que rompa las reglas, todas las demás se vienen abajo, quedan destrozadas.
—Y tú también, Osamu.
Así como una manzana podrida, termina pudriendo a las demás.
