—Advertencias: El capítulo contiene abuso emocional y físico a menores. Esto es meramente parte de la historia, en ningún momento apruebo y promuevo este tipo de actos.
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No se puede dormir para siempre
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"¿Por qué estás tan alejado de los demás?"
Cada vez que Kiyoomi cierra los ojos, Atsumu está ahí.
Con esa expresión pícara suya, una sonrisa segura y con ese sombrero plano que siempre va a un lado de su cabeza como parte de su vestimenta y su sello personal solo porque solía decir que le daba apariencia de chico malo.
Está ahí, preguntando por qué se ha aislado de casi todos y se ha apartado de una fiesta a la que él, seguramente, también fue obligado a asistir.
En ese momento, dentro de su mente, Kiyoomi tiene quince años y Atsumu está por cumplir los dieciocho.
Y está en la mejor etapa de su vida, o al menos eso es lo que presumen todos al referirse a la joven promesa de la familia Gu.
Pero para Kiyoomi, ese recuerdo no es importante.
Lo que sí lo es, es recordar cómo se conocieron por primera vez.
Kiyoomi solo se le queda mirando, sin pronunciar ninguna respuesta para él solo porque le parece sumamente irritable y desagradable que alguien lo haya perseguido hasta una de las terrazas de la mansión sin habérselo pedido.
Si tan solo, en ese momento, hubiese sabido en lo que el chico que le llevaba casi tres años por delante, se convertiría para él, no lo habría dejado ir.
Habría hablado de lo que fuera si con eso la conversación con él se prolongaba.
Habría puesto cualquier excusa para permanecer a su lado un rato más.
Habría sido menos frío y habría visto que detrás de esa presuntuosa seguridad y esa risa sarcástica, existía una persona cayéndose a pedazos.
—Si fueras un poco mayor, seguramente me habría fijado en ti, Omi.
Abre los ojos y el recuerdo de la última vez que se vieron, después de años de tormento a lado suyo, años en los que Kiyoomi decidió estar para él a pesar de todo lo que se decía él, se desvanece.
De nuevo está en su casa, solo.
En un sitio en el que hasta hace poco estaba inundado de las risas de Atsumu.
Está en su estudio, con el respaldo de la silla inclinado hacia atrás dejando su cuerpo semi-recostado mirando por la ventana, pensando en él. Ahora que no está, el silencio se amplifica al igual que la soledad y el pesar que hay en su corazón pero... puede soportarlo.
Lo que no podría soportar es volver a estar sin él.
Sin su bello demonio de ojos color oro.
Kiyoomi nunca fue una persona que prestara mucha atención en el físico de las demás personas. Pocas cosas le interesaban en ese tiempo además del hecho de llevar a cabo cada cosa que su padre le pedía que hiciera solo porque había crecido con la crianza de que para eso había nacido. El cómo lucían las demás personas delante de él le era indistinto hasta que Atsumu apareció con esa sonrisa cínica y esa seguridad desbordante.
El cuándo y cómo se enamoró de él no lo tiene claro pero Kiyoomi puede asegurar que esa primera vez que se vieron no le fue indistinta su presencia a pesar de que en ese entonces solo le pareció una persona muy molesta y con la que no querría volver a toparse.
Pero solo bastó una primera corta y tonta conversación en esa fiesta para provocar que nunca más pudiera apartar sus ojos de él.
La última vez que lo vio, Kiyoomi finalmente tenía la misma edad que Atsumu cuando lo conoció.
Y estaba más alto que él.
Su cuerpo finalmente era el de un joven adulto fibroso, dispuesto a proteger a alguien por primera vez. La forma en la que terminaron las cosas para ambos, sin embargo, ninguno de los dos la anticipó.
Herido, Kiyoomi se arrastró hasta el sitio donde supuestamente el cuerpo de Atsumu había sido consumido y calcinado, sintiendo su corazón romperse en pedazos por no haber estado a su lado y no haber tenido la convicción ni la fuerza suficiente para protegerle.
Hasta que...de nuevo apareció.
Y todo volvió a estar en su sitio por él y para él.
Cada latido, cada respiración, cada paso que da ahora, es debido a él solamente.
A la causa de haber tenido que revertir la situación de hace tres años, misma en la que no había un camino listo para ninguno de los dos por el que pudieran huir y aspirar a una mejor vida en la que no tuvieran que tomar decisiones que los harían arrepentirse después.
Tres años es lo que le ha tomado a Kiyoomi revertir las cosas para estar a la altura.
Para protegerlo ahora, ha tenido que apoderarse de todo un sistema. Ha tenido que estar por encima de todos y obtener un título que lo reconoce dentro de la mafia. Ha tenido que hacer sacrificios y ha tenido que tomar un rol que en el pasado decía detestar todo para poder volverse la armadura que lo proteja a él.
Volverse alguien complaciente con los suyos, todo para poseer la fuerza necesaria que en ese tiempo le faltó para evitar que lo hirieran, aunque ahora la situación haga que se sienta como si hubiese tenido el efecto contrario.
Esa habitación se siente fría y nostálgica, recordando las veces en las que Atsumu estuvo ahí con él a veces hablando hasta por los codos y otras veces estando en silencio, solo mirándose a los ojos.
Ya no puede escuchar su risa sana ni sus discusiones con Komori o Futakuchi, ni la manera en la que habla con los gatos, o cuando se quejaba de algo.
Cierra los ojos esperando que un buen recuerdo de él vuelva a su mente, pero no ocurre.
La realidad es esa ahora.
La realidad es que, a pesar de todo, es imposible borrar el pasado.
Cada que piensa en ello, en el sufrimiento de Atsumu más que en el de sí mismo, se siente miserable. Eso es algo que nunca le dijo en el pasado. Sin embargo, ahora que todo está listo para ser desenterrado, Kiyoomi está dudoso.
¿No es la amnesia que ahora tiene un panorama mejor a tener que ver cómo la expresión de Atsumu se deforma cuando se entere de quién es y de lo que hizo para llegar a donde está?
¿Quién fue el que me dijo que lo que quisiera que yo pidiera, él me lo daría?
Sí.
Por supuesto.
Atsumu siempre sabe cómo llegar a él y arrinconar sin que se dé cuenta.
Fue él quien le dijo esas palabras todo porque fue Atsumu quien le hizo creer en las promesas.
Prometiendo cosas absurdas solo para complacerlo.
Prometiendo que en esta segunda vida, en esta segunda oportunidad, se lo daría todo. Todo cuanto él pidiera, se lo daría, porque no se perdonaría volver a negarle algo jamás pero...¿Este es el pago por su codicia? ¿Es el pago por su silencio?
El sufrimiento del Atsumu al que conoció hace tiempo tendría que haberse acabado a raíz de una amnesia a la que Kiyoomi poco a poco ha ido acostumbrándose pero-...
Lleva días en el mismo sitio, dándole vueltas a lo mismo también. Cualquiera que lo viera pensaría que solo se ha encerrado a beber dentro de esas paredes para sobrellevar algo que podría asemejarse a una ruptura amorosa.
—Si ibas a terminar de nuevo de esta forma, entonces no era necesario que volvieras a involucrarte con él.
Cualquiera menos Komori, desde luego.
Kiyoomi lo ha sentido ingresar a la habitación a pesar de que no ha volteado su silla para verlo y recibirlo.
La mayoría no se atrevería a hablarle de ese modo, solo él. Y la mayoría no se atrevería a tocar ese tema a menos que no tuviera la seguridad de que Kiyoomi en serio ha cambiado y ahora es un joven líder sensato que no se deja llevar por sus emociones.
Pero Komori sabe que no es así.
Que, de hecho, lo que acaba de decir, es todavía más insidioso de su parte para provocarlo pero ya está harto de tener que aguantar todo eso solo para no ocasionar un mal mayor.
Ya no hay nada que ocultar.
Al menos no delante de él.
—¿Kanoka o Futakuchi? —es lo único que Kiyoomi pregunta sabiendo que con eso la exposición está más que confirmada.
Komori solo frunce el ceño, ofendido.
No lo puede creer.
¿Cuándo se volvió Kiyoomi así de cínico?
Malos hábitos seguramente se le quedaron incrustados gracias a ese tipo.
Lo ha oído atentamente, y tiene que admitir que sí que le ofende que Kiyoomi esté, de verdad, asumiendo que se ha dado cuenta de todo solo porque alguien más le dijo.
¿De verdad?
¿De verdad lo cree tan estúpido?
—¿Crees que no reconocería los signos de abuso de una persona por mi cuenta? —la mirada que Kiyoomi le da a continuación, cuando se voltea, es de advertencia a pesar de que su semblante sigue siendo serio pero a Komori podría importarle tanto como la salvaguarda de una especie en extinción—. Me sorprende que él mismo haya tardado tanto en notarlo, lo recordaba más listo.
Esta vez, la mirada de Kiyoomi es áspera.
Lo ha cabreado.
O quizá él se ha dejado hacerlo muy rápido.
Otra prueba más de qué están hablando en el mismo canal y ambos saben a lo que el otro se refiere.
—Cuida tus palabras, Komori.
—Y tú lo que haces. ¿O ya se te olvidó que por involucrarte con él casi mueres?
Komori tiene dieciséis años, dos años menos que su primo, y está viendo como la espalda de Kiyoomi sangra cada vez más. El rostro impoluto de su padre no se mancha hasta luego de los primeros diez azotes, deteniéndose solo unos segundos para correr la sangre que salpica de su sangre por la mejilla, volviendo a reiniciar el conteo.
Komori tiene dieciséis años y está viendo como la espalda de Kiyoomi recibe un castigo de parte de su padre por desobedecer y saltarse las reglas.
Finalmente, cuando el castigo acabo, él, junto a Iizuna y otros subordinados, están llevando a Kiyoomi, casi arrastrado, a la enfermería para ser atendido urgentemente luego de que el supuesto cansancio notable en su padre fuese lo único por lo que los golpes se detuvieron y no por un sentimiento de remordimiento de parte de él.
—¿Qué hiciste, Kiyoomi? —pregunta Komori de dieciséis años y también pregunta ahora, sosteniendo su dura mirada, mientras lo confronta, aunque de forma silenciosa.
Sí.
¿Qué fue exactamente lo que hizo?
Una persona como él que siempre ha seguido las reglas, normalmente nunca lo habría visto tener su propio sentido de la justicia como para ir en contra de las leyes ya establecidas.
Kiyoomi no solo había extendido su reputación por ser el único hijo de Yoshiaki sino que también era reconocido por las marcas de un carácter duro y frío a raíz de su crianza. Alguien muy versado en la etiqueta y las órdenes no dispuesto a ofrecer su ayuda o a doblegar las reglas a menos que fuera en beneficio de él.
Y aunque Komori siempre supo que su primo no era una persona cruel por naturaleza, sabía que tampoco era partidario de ofrecer su ayuda a alguien solo porque sí. Entonces...¿Por qué? ¿Por qué aquella vez formó parte de la noche que sería recordada como la caída de Date?
Tras haberse escabullido de casa de su padre y haber aparecido en el sitio para ayudar en un asunto que no le concernía, sabía el tipo de castigo que recibiría una vez que dieran el aviso.
¿En qué momento lo hizo y por qué?
La respuesta brotó de los labios de Kiyoomi esa misma noche en la que permaneció a su lado sin dormir.
A pesar de tener una fiebre altísima y de quejarse constantemente de dolor, incluso después de los fuertes analgésicos que le habían inyectado, para Komori fue claro el nombre que soltaron sus labios en un gemido quejumbroso.
Un nombre.
Su nombre.
—¿Desde cuándo lo sabes? —pregunta el azabache trayéndolo de nuevo al presente. Un presente que parece haber sido pintado forzosamente con el pasado gracias a la obstinación del mismo Kiyoomi.
Komori no puede creer que enserio le esté haciendo esa pregunta como si pusiera en duda su capacidad intelectual.
—¿Desde cuándo sé qué? ¿Que eres un tonto por querer involucrarte con él de nuevo o que eres un tonto por naturaleza? —Komori hace una pausa para respirar antes de que los gritos emerjan y todo esa conversación acabe muy mal—. Por favor, aunque se vea y escuche un poco diferente, tú nunca pondrías esa expresión con alguien más que no fuera él.
En aquél entonces Komori no entendía mucho aún de cómo funcionaba el sistema dentro de la mafia, pero lo que se decía del hijo mayor de los Gu sobresalía por encima de los comentarios acerca de su talento innato y aportaciones dentro de esta.
Escandaloso.
Imprudente.
Indecente.
Desvergonzado.
¿Por qué Kiyoomi perseguiría y se juntaría con una persona así?
Debió suponerlo.
Que él sería su perdición.
Que tarde o temprano lo llevaría a la ruina al guiarlo por sus mismos pasos.
Pero no todo es culpa suya.
Él también debió de hacer algo cuando tuvo oportunidad de parar todo eso a tiempo para no tener que estar, ahora, reclamando algo a Kiyoomi cuando él también pudo haberlo impedido.
Lo supo desde el día, hace años, en el que terminó acompañando a Kiyoomi a esa fiesta solo porque el jefe Iizuna se lo había pedido. Komori tenía trece años cuando Kiyoomi, con quince años, comenzó a cambiar, y comenzó a querer frecuentar con más interés las reuniones dentro de la mafia cuando antes pedía no asistir a ninguna.
Y lo supo de nuevo hace poco, cuando recibió señales precisas al ver la insistencia de Kiyoomi en apropiarse de ese bar y en la insistencia demostrada por ese chico.
Komori ha estado tanto tiempo cerca de Sakusa como para identificar completamente sus gustos. Además de él, Kiyoomi no tenía ninguna relación amistosa fuera de Itachiyama, salvo ese tipo. Una amistad que habían construido en medio del caos y que poco a poco fue transformándose en otra cosa.
Apropiarse del bar que antiguamente era propiedad del joven líder de la familia Gu era algo que solo Kiyoomi haría pero...¿Solo por el recuerdo de un amante?
Solo hasta que lo volvió a ver nuevamente, todo cayó bajo su propio peso como una avalancha. Es decir, solo un ciego no se daría cuenta que se trataba de él comenzando por el nombre.
Por favor, ¿A cuántos Atsumu ha conocido a lo largo de su vida?
Si bien, dentro de la mafia, los ejecutivos y miembros de mayor rango son conocidos por apodos claves, era de conocimiento, de algunos pocos como él, los nombres reales de algunos de ellos. Y Kiyoomi no era muy prudente al hablar de Atsumu cada que quería a pesar de que seguía insistiendo de que era alguien muy encimoso y que si hablaba de él solo era para quejarse.
Encimoso.
Molesto.
Muy hablador.
Ojalá su nombre hubiese sido el primer indicio para darse cuenta de lo que sucedía.
A Komori le bastó darle un solo vistazo al Atsumu actual para luego unir su apariencia con el recuerdo de la manera en la que Kiyoomi observó esa fotografía en la habitación de su padre, cuando recibió esa invitación al bar.
El brillo libidinoso y lunático que destelló desde los ojos de Yoshiaki contra el brillo asesino y sombrío que emergió de los de Kiyoomi debieron alertarlo.
—Anda. Al menos esfuérzate en negármelo, maldita sea.
—A él nunca voy a negarlo —la declaración hace que Komori apriete los puños, sintiendo que llega a su límite.
—Pero sí que lo ocultas.
Touché.
Kiyoomi no podría ser más obvio.
Y si se ha retenido a tocar esta conversación, que tarde o temprano iba a ocurrir, es porque quizá pensó que nunca sería cuestionado por nadie ahora que el líder de la familia Itahyama es él. Que nadie se atrevería a poner en duda sus decisiones y que nadie le mencionaría el pasado.
¿Enserio ese era su plan desde el inicio?
¿Volverse algo así como el líder absoluto solo para proteger a alguien como Atsumu?
—¿Lo llevaste a la fiesta sabiendo lo que pasaría?
—Lo llevé porque juré que nunca más le negaría algo que él quisiera.
Claro, piensa Komori, casi rodando los ojos.
¿Es demasiado asumir la posibilidad de que Kiyoomi lo haya llevado también para estimular su memoria al interactuar dentro de un evento de la mafia y el mundo al que, hasta hace poco, perteneció?
Komori pone en duda, hasta ahora, de que en esta situación el azabache haya tenido la mínima intención de ocultar algo.
Kiyoomi nunca ha sido una persona complaciente y tampoco paciente. De hecho, la imagen que Komori tenía de él en el pasado, era la de ser un muchachito irritable al que no le podías decir que no porque, de todas formas, Kiyoomi siempre se encargaba de hacer lo imposible por convertirlo en un 'sí'.
Cada que él y ese tipo estaban juntos Kiyoomi parecía estar sufriendo interminablemente.
Eran como el agua y el aceite.
Como el día y la noche.
Como positivo y negativo.
Cuando Kiyoomi comenzó a apartarlo pasaba más tiempo con el joven líder de la familia Gu que con cualquier otro de los subordinados de su propia familia como si de verdad ese tiempo lo enriqueciera más que estando con cualquier otra persona.
Y aunque casi siempre lo que se sabía de ellos es que sus personalidades tan contrastantes hacían que terminaran discutiendo cada que se encontraban, Komori nunca pudo lograr que Sakusa se alejara completamente de él.
¿En qué momento cambió todo?
¿En qué momento Kiyoomi se volvió una persona completamente diferente?
No lo entiende.
No lo entendía en el pasado y mucho menos ahora.
¿Qué clase de fuerza es la que mueve a su primo ahora a comportarse de esa forma y tomar tantos riesgos por alguien como él? ¿Qué tan profundos tienen que ser sus sentimientos por Atsumu para que ponga en riesgo incluso su vida y la de los demás?
¿Qué tanto arrepentimiento, acerca de lo que pasó en sus vidas, tuvo que hacerlo cambiar al punto de que ahora es capaz de querer hacer todo por él?
Bueno, casi todo.
La razón de que estén teniendo esa conversación es debido a que finalmente hubo algo en lo que Kiyoomi no pudo complacerlo. Algo que no le pudo permitir. Algo a lo que no pudo acceder.
Podrían tener una conversación extensa mientras juegan damas chinas a cerca de por qué es que Kiyoomi actúa como un idiota cuando está cerca de Atsumu pero él, a diferencia de su primo, no es de las personas que olvidan todo tan fácil.
Y para Komori, Atsumu no vale todo el riesgo que Kiyoomi está tomando por él.
No lo vale pero, aun así, va a conceder creer en Kiyoomi una última vez. Va a esforzarse por entender lo que piensa, al menos para estar al tanto de sus próximos movimientos y planes.
Si Kiyoomi no está pensando con la cabeza, él sí. Así que le dará las palabras que quiere oír si con eso le es autorizada más información acerca de sus pensamientos.
De sus planes.
De lo que sea que esté maquilando esa estúpida cabeza suya.
—Si tanto quieres protegerlo, escóndelo —la última palabra retumba en la cabeza de Kiyoomi como si en verdad esa fuera una solución viable. No es la primera vez que ese pensamiento pasa por su mente. De hecho, es la solución a la que siempre termina inclinándose cuando está lleno de estrés por él pero por alguna razón, ahora no quiere recurrir a eso—. Escucha, no sé el origen de su extraña relación pero sí sé cómo fue que terminó. Si no quieres que nada de eso se repita, mantenlo a tu lado. ¿Por qué lo dejaste ir en primer lugar? —Komori suelta una exhalación profunda intentando entender por qué es que a pesar de que Kiyoomi no dice nada, es como si supiera exactamente lo que está pasando por su cabeza—. ¿Enserio crees que estará más seguro en el bar que aquí, en tu jodida fortaleza?
—Sugieres entonces que debería ocultarlo.
—¿En qué idioma te estoy hablando? Es lo que dije. Además, considerando que en cuanto se enteren quién es él van a querer matarlo otra vez, es lo más inteligente.
Encerrarlo.
Ocultarlo.
Kiyoomi siente la mano de Komori resbalar de su brazo ahora que se ha puesto de pie y lo ha sujetado, soltándolo solamente porque enserio piensa que su primo va a reflexionar.
No se puede ser tan errado dos veces.
No puede-...
—Quizá tienes razón. Quizá debería encerrarlo. Ocultarlo —pero la mueca socarrona de Atsumu todavía permanece en su mente como un recordatorio de todas las veces que se alegró por hacer cosas por las que los demás lo tachaban de loco y desequilibrado.
Todas las cosas que Atsumu hacía iban en contra de lo que se suponía tendría que hacer.
Aún así, las llevaba a cabo con éxito.
Al principio por el placer de alterar la inexistente paciencia de las personas a su alrededor pero debajo de eso siempre hubo un propósito.
Él no era como los demás, y por eso fue considerado la falla irracional dentro de la mafia y dentro de su propia familia.
Dentro de la cuna de lobos en la que fue engendrado y en la que tuvo que soportar tantas cosas, él tuvo que sobresalir para sobrevivir.
Él tuvo que estar por encima de todos para no ser dominado por nadie.
Él tuvo que reinar.
Y cuando comenzó a hacerlo, puso a temblar a todos.
Por eso, aunque Komori sugiera eso y él mismo haya considerado encerrarlo para protegerlo, al final Kiyoomi sabe que sus esfuerzos hubiesen sido vanos.
Atsumu...Él era...Él es brillante.
De alguna u otra forma había encontrado la manera de superar cualquier obstáculo que le pusiera porque así de increíble es él.
—Jefe, encontraron al traidor —Komori y Kiyoomi solo comparten una mirada silenciosa, una más tensa que la otra, cuando una tercera persona entra al estudio, luego de anunciarse, interrumpiendo la conversación para informarles eso.
—¿Dónde está? —pregunta el castaño, por supuesto siendo él el más irritado con esa situación más sabe que no hay nada por hacer pues atender ese tema es mucho más importante que los líos amorosos y sin sentido de su primo.
—Lo llevamos al sótano. Tenías razón, Komori. Aceptó haber vendido información nuestra a alguien. Un mediador. Aún no sabemos a quién pero estamos a punto de-...
—Iré yo —dice Kiyoomi, y por primera vez en todo ese rato Komori agradece la disposición que tiene para atender eso, quizá, solo, porque Atsumu ha sido involucrado y expuesto al peligro.
Es decir, ¿Qué le hace pensar que Kiyoomi no está pensando en él mientras va pensando también en las mil maneras de torturar al hombre que vendió información suya?
La disposición de Kiyoomi es, en realidad, el brillo siniestro que acoge su mirada cuando tienen al tipo en frente, con el rostro claramente golpeado, golpes que seguramente han sido propiciados por parte de sus hombres, así como las costras de sangre que se acumulan debajo de sus ojos y los orificios de su nariz.
Komori no siente pena por él desde luego. Así como Kiyoomi, él también se siente frustrado y hasta un poco culpable de que todo eso se le haya salido de las manos y haya sucedido en sus narices.
Hasta el momento, Sakusa no parece querer castigarlo a él a pesar de que el día que sucedieron los hechos no paró de gritarle que no debió haber dejado solo a Atsumu con esa expresión macabra y furiosa suya.
Komori nunca ha fallado en algo que Kiyoomi le pida hacer, y es por eso que su reputación también se extendió rápidamente entre las demás familias, no solo por demostrar ser un excelente subordinado para Itachiyama sino que también porque se posicionaba como uno de los miembros más fieles y eficaces de su edad.
Por ello, saber que parte de que ahora todo sea un desastre se deba a que dejó a Atsumu solo, le enfurece bastante. Porque aunque diga que lo detesta por lo imbécil que hace que se comporte Kiyoomi, tampoco deseaba su muerte, aunque...
Si Sakusa no hubiese bajado al sótano a atender ese asunto, lo habría hecho él.
Komori todavía tiene fresca la expresión de su rostro con Atsumu en brazos.
Aterradora.
El tipo delante suyo tiembla bajo la mirada que Kiyoomi le da sin su máscara puesta.
El hombre no tiene más opción que sopesar la idea de que va a acabar mal no solo por haber traicionado a la familia Itachiyama sino por provocar la ira de Sakusa con haber expuesto su información y la de Atsumu al contraer una alianza con un hombre de Nohebi y con otro desconocido del que esperan obtener su información ahora.
Komori aprieta las manos dentro de sus guantes sintiendo una punzada en el pecho al recordar el presentimiento al que debió hacer caso cuando fue engañado por este tipo al escuchar que Kiyoomi lo llamaba en la fiesta. Era impensable sospechar que uno de sus hombres estuviese involucrado en ese asunto desde el comienzo, y más que estuviese vinculado a un tipo de trato con un hombre que pertenecía a otra familia.
Las suposiciones hicieron que Tooru y Kiyoomi decidieran mantener el asunto en secreto antes de alertar a Nohebi en caso de que sí tuviese algo que ver con lo sucedido en la fiesta ya que hacerlo significaría ponerlos sobre aviso y darles la oportunidad de pensar en una coartada.
Del miembro de su propia familia, mismo que los ha traicionado, sin embargo, penosamente tuvieron que seguir su rastro por días pues de alguna manera había logrado escapar de la fiesta antes de que fuese capturado.
Aquello era ridículo.
Que el tipo se les haya escapado siendo que la fiesta estaba repleta de seguridad no solo por parte de los hombres de Oikawa sino también de cada una de las personas que asistió, era impensable.
Cada asistente estaba armado hasta la uña del pie, ¿Cómo es que no se dieron cuenta que algo andaba mal?
Que hubiese logrado escapar solo les condicionó a llegar a una conclusión bastante alarmante pero también la más lógica de pensar.
Que había escapado gracias a la intervención de alguien en la fiesta.
Alguien con el suficiente poder y recursos para hacerlo burlar la seguridad y desaparecerlo del radar por al menos un par de días.
—Te atreviste a vender mi información, la de mi gente y la de él. Me imagino que sabes cómo es que vas a terminar —suelta Kiyoomi, como un hecho más que como una advertencia. La tensión que se extiende es horrible pero Komori, quien está solo a unos pasos lejos de la confrontación entre el traidor y su primo, sabe que este último se está conteniendo demasiado para no matar al hombre sin antes obligarlo a que hable—. —¿Daisho o su padre?
Komori frunce las cejas, esperando que el hombre responda también.
Si él hubiese bajado primero y estuviese frente al traidor, también habría llegado a esa conclusión. Después de todo no es del misterio de nadie ahí la calurosa relación que ahora hay entre Itachiyama y Nohebi a partir de lo que sucedió hace tiempo en La Faire.
Komori piensa que sospechar de ellos primero tiene todo el sentido del mundo pues desde que Kiyoomi asumió el liderazgo no solo de la familia Itachiyama sino de toda la mafia, Nohebi ha sido uno de los primeros en demostrar su desacuerdo. Además, Komori no descarta la idea de todo lo que el padre de Daisho le conocía al padre de Kiyoomi.
Es posible que el hombre le haya dicho lo que hacía con uno de los hermanos Gu y que esa información la estuviese usando de excusa ahora para llegar a Kiyoomi de algún modo para amenazarlo y chantajearlo.
—Contesta —el hombre se queja por el tirón de cabello pero parece obtuso a hablar. Eso, o es simplemente un lunático suicida.
Pasado unos segundos lo que brota de su garganta es un grito opacado por el trozo de tela que le han metido a la boca mientras un dolor insoportable se extiende por toda su ingle cuando una bala le es incrustada en la pierna.
Grita y muerde sin dejar de sentir como Sakusa tironea de su cabello y termina por tumbarlo al suelo con todo y silla debido a que está amarrado.
La sangre que brota de su pierna rápidamente escurre por el suelo pero no tiene tiempo de lamentarse cuando vuelve a gritar de nuevo, esta vez sintiendo como Sakusa pisa sobre la herida como si en verdad quisiera enterrar más la bala o romperle los huesos.
—Kiyoomi —lo llama Komori, alarmado, como advertencia y recordatorio de que no debe matarlo pues hacerlo implicaría quedarse sin nada.
Kiyoomi lo tiene presente, desde luego, pero entre eso y dejar de pensar un poco en el rostro lloroso y angustiado de Atsumu antes de caer desmayado en sus brazos, está perdiendo poco a poco la paciencia.
—Habla de una vez sino quieres que lo próximo que dispare sea tu polla —advierte, quitándole el arma al subordinado que le ha disparado anteriormente en la pierna porque claramente Kiyoomi casi nunca se mancha las manos.
Casi siempre son sus hombres los que se ocupan primero del trabajo sucio llamándolo a él casi hasta el final solo cuando la cordura del enjuiciado ya ha sido quebrantada y está listo para hablar.
Ahora, sin embargo, quiere tomar el castigo por su propia mano. Las entrañas le arden de solo pensar en lo que hubiese sucedido si hubiese llegado un segundo más tarde con Atsumu estando con ese tipo.
Y es que por mucho que lo odiasen a él ahora por haber asumido el antiguo rol de su padre dentro de la mafia, solo hasta ese día había expuesto a Atsumu al ojo público aunque bajo la identidad de uno más de sus hombres.
No lo habría expuesto de ese modo si no tuviera la certeza de que lo pudiera proteger a menos que alguien más supiera de él y su identidad.
—Kita Shinsuke —menciona, y Komori detrás de él se tensa al escuchar ese nombre—. ¿Para él es quien trabajas?
Atsumu mencionó la palabra protección cuando se refirió a él en la fiesta. Todo en la misma oración que Kita Shinsuke a pesar de que ese nombre, para él, no remueve ni una pizca de recuerdos.
Kiyoomi lo conoce, desde luego. Atsumu le habló de él infinidad de veces en el pasado así como también dejó muy en claro la manera en la que ese hombre siempre procuraba más los pasos de su hermano menor que los suyos.
Que lo quisiese proteger en ese momento, asumiendo que lo reconoció tan pronto lo vio, hace que se sienta intranquilo de solo recordar cómo fue que acabó la relación entre los hermanos Gu.
No había manera de que Kita lo protegiera sin antes idear una manera de perjudicarlo.
No tenía sentido.
Si tanto el hombre de Nohebi como su propio subordinado están vinculados con alguien más para dañarlo a él por medio de Atsumu, entonces significa que la persona a la que le reportan también debe de conocerlo.
—¿Es Kita Shinsuke? —Introduciendo el cañón del revólver en la hendidura de la herida de su pierna, los dedos sobre el gatillo cosquillean para que lo presione una vez más. Si le atraviesa la pierna, no le importa, así como tampoco le importan los gritos desgarradores que el hombre está soltando por la boca ahora—. ¡Responde, carajo!
—¡N-No es él...! ¡No es él...! ¡Piedad! —Kiyoomi está perdiendo la paciencia, tanto que Komori tiene que apartarle el arma pero no con la intención de interceder por el hombre, sino para que evite tirar del gatillo en un arrebato y termine haciendo que el hombre se desmaye o se muera de dolor sin haber obtenido nada de él.
En su lugar, es él quien le apunta ahora, mientras Kiyoomi sigue con los ojos clavados sobre él.
Sino es Kita Shinsuke, ¿entonces quién?
—¿Sigue siendo alguien de Gu, verdad? —Kiyoomi deja de mirar al hombre para mirar a Komori. Nunca lo ha visto titubear al apuntarle a alguien con un arma, hasta ahora. Parece que ha llegado a una respuesta mucho antes que él—. ¡Habla! ¡Di el maldito nombre!
—¡Su-Suna Rintaro!
Komori deja de mirar al hombre para mirar a su derecha.
Ahí donde el semblante de Kiyoomi se deforma en un arrebato sorprendente de incredulidad que va creciendo gradualmente hasta convertirse en desesperación. Arrebatos que son empujados a raíz de sus fuertes sentimientos por Atsumu, mismos que siempre le hacen que pierda el control, como ahora.
Para cuando quiere detenerlo, es demasiado tarde.
Komori sabe que una vez que Kiyoomi se mueve, nada puede pararlo. Y puede apostar que lo único en lo que está pensando ahora es en ir al bar y encontrarse con Atsumu para asegurarse que se encuentra bien.
La única razón por la que su paso apresurado es detenido es solo porque otro subordinado suyo llega agitado a informarle algo que ha sucedido.
"No", piensa Kiyoomi, sintiendo como todas las cosas malas que podrían suceder, bombardean su mente.
—Jefe-...
—¡Habla!
—E-El...El bar. ¡Los Gu han atacado el bar!
En especial el perder a Atsumu por segunda vez.
.
I
.
—¿Lo revisaste bien?
En los asientos delanteros solo se escucha una conversación indistinta entre el piloto y el copiloto.
No se había percatado pero el hombre de cabello blanco ahora va al volante mientras que un hombre de cabello negro, al que no ha visto nunca, viene a su lado contestandole algo de forma indignada. Sí, bueno, su más reciente y única interacción con él solo fue cuando, antes de subirse a la camioneta, tuvo que ser registrado por sus manos en busca quizá de algún arma que pudiera estar ocultando.
—Hey, te pregunté que si lo revisaste bien —lo llama el hombre de cabello blanco.
Atsumu aprieta los dientes, sudando frío, mientras lleva las manos dentro del enorme hoodie y aprieta con fuerza la navaja que le dio Semi hace días dentro de un compartimiento secreto dentro de los bordes de su pantalón.
—Contrólate, Kita. ¿Por quién me tomas? ¿Por un amateur? —luego de responderle, concentra su mirada en él.
No puede ser.
¿Se ha dado cuenta o-...?
A través de la máscara de zorro que lleva puesta no puede distinguir mucho sus rasgos faciales pero sí puede ver sus ojos rasgados, pequeños y amarillentos. Lo ve demasiado intenso y su mirada es tan incómoda que Atsumu no puede sostenérsela por más tiempo, teniendo que apartarla, para no sentir que va a vomitar ahí mismo.
Deja de apretar con fuerza la forma de la navaja en su pantalón pensando que solo ha tenido suerte en conservarla, queriendo pensar en otra cosa.
Pero no puede.
No.
Tiene qué calmarse.
Tiene qué pensar en algo.
Pero es tan difícil hacerlo mientras se siente ensordecido por los sonidos a su alrededor.
Cierra los ojos, creyendo duramente que nada de eso está pasando.
Que no ha sido tan estúpido como para subirse a la camioneta de unos extraños.
Con los ojos cerrados, los mantiene así un rato en los que suplica que al abrirlos quien se encuentre mirándolo en el asiento contiguo, sea Sakusa.
Que sea él, con una mirada mucho más suave cargada de protección que le haga estar en mejores condiciones a como se encuentra ahora. Que le haga sentir que está dentro de una burbuja en la que lo demás que ocurre a su alrededor, no importa, y que son sus ojos la mejor forma para hacerlo sentir que las cosas son mejores.
Si hubiese sabido que su discusión sería lo último entre ellos, habría pensado las cosas mucho más.
Se habría mordido la lengua antes de gritarle y, en su lugar, le habría pedido que tocara el piano una vez más para él.
Que lo besara una última vez.
¿Dónde está y por qué no ha ido a buscarlo?
Claro que Atsumu podría haberle facilitado las cosas si no se hubiera trepado a esa camioneta en primer lugar pero ¿Qué otra cosa pudo haber hecho para que dejaran de disparar al bar?
Ojalá pudiera decir que fue su loco arrebato y su recién herida emocional con Kiyoomi, al discutir sobre por qué estaba evadiendo la responsabilidad de decirle la verdad, lo que lo motivó a subirse a ir con ese tipo tan pronto abrió la boca y reveló algo que, se suponía, sólo conocían Sakusa y él.
"Si Sakusa no quiere decirte, ¿Qué tal si yo lo hago por él?"
Tal declaración solo le hace cuestionarse acerca de cómo es que se ha enterado de algo tan privado. ¿Significa entonces que sus sospechas sobre la familia Gu no son tan erradas?
De pronto aquella suposición de que él pertenecía a esa familia suena escalofriante.
Decirlo era una cosa pero estar en las manos de ellos es algo...completamente distinto.
Y la persona que está sentada a su lado no tendría que haber hecho tanto alboroto solo por él, a menos que...
—¿Quién...? —las palabras tiemblan en su boca...—. ¿Quién eres-...?
No hay respuesta.
Solo una auténtica y estremecedora certeza de que no le ha quitado la mirada de encima desde que se subió a la camioneta.
De los tres hombres de Gu con los que se ha topado hasta ahora, puede decir que la mirada que le ha causado más escalofríos, es la de él; y eso que solo lo vio por un breve momento en la fiesta del líder de Seijoh.
Esta es la segunda vez que se ven pero desde ya nota la clara diferencia de autoridad que hay entre los hombres que van al frente y él.
¿Es un ejecutivo?
El líder no puede ser...¿O sí?
Maldita sea. En vez de andar noviando con Sakusa debió aprenderse la estructura dentro de cada familia para casos como estos.
—¿A dónde me llevas? ¿Qué quieres de mí? —vuelve a preguntar, esta vez con un poco menos de temblor en su voz. No es como que pueda abrir la puerta del vehículo y saltar pues fue lo primero que intentó tan pronto se subió pero al menos puede intentar verse menos cobarde si habla sin que se le corte la voz—. ¿Me conoces o-...? —una risa.
Una risa bastante espeluznante brota de su garganta, haciendo que se calle de pronto.
Atsumu traga grueso, sintiendo los intestinos retorcerse y amarrarse entre sí.
—O eres muy buen actor o lo de jodida amnesia es un tema real —un escalofrío le recorre la espalda a Atsumu.
¿Cómo...?
¿Cómo es que sabe lo de su amnesia?
¿Cómo es que...sabe tanto?
Aún así, se siente con la necesidad de rebatir a todo lo que dice, incluso si se está muriendo de miedo y nervios por dentro.
¿Quién se cree que es?
—¿Por qué mentiría con eso?
—¿Por qué no lo harías?
Se siente malhumorado de pronto. Hay una sensación extraña en oírlo así como una punzada en el pecho que no lo mantiene tranquilo. Su boca no se cierra a pesar de que sabe que está en peligro real.
Es como si su mente estuviera predispuesta a nunca dejarse humillar de nadie por muy extraño que sea.
Pero la persona que tiene a lado definitivamente no es un extraño.
Sabe mucho y él, tan poco.
¿A dónde carajos lo lleva?
—¿Eso es todo lo que vas a decirme? —de nuevo habla y es como si lo estuviese forzando a tener una conversación de la que Atsumu no se siente parte.
—¿Qué tendría qué decirle a un extraño?
El vehículo se detiene, lo que significa que han llegado a algún lado pero en lugar de mirar a su alrededor y ver si puede reconocer algo dentro de toda esa penumbra, el corazón y cuerpo de Atsumu parecen reaccionar cuando el hombre de cabello gris inclina su cuerpo hacia el suyo, quedando a una distancia muy corta uno del otro.
El tipo levanta su mano y la dirige hacia la máscara de Atsumu. En un reflejo instintivo de protección y de apartarse, Atsumu levanta su mano también para evitar que se la quite pero el hombre ocupa los mismos movimientos que él, frustrando su intención.
Se avecina otra tempestad.
Otra crisis nerviosa como la que tuvo cuando lo vio de lejos hace unos días.
Cuando le retira la máscara, Atsumu tiembla. Su ser interno más diminuto, pide que alguien lo salve pero nadie responde.
La pesada sensación que se instala en su pecho es atosigante, como si amarrara todas sus extremidades y hasta la capacidad para hablar.
Todo ese encarecido valor que tenía hace unos minutos, se esfuma, sintiéndose expuesto e indefenso. Empequeñecido y frágil.
Sakusa dijo que nunca se quitara la máscara pero ahora, a pesar de que pudo haber puesto una mayor resistencia a que alguien finalmente lo hiciera, se ha quedado tieso por estar mirando ansiosa y de forma asustadiza los ojos de la persona que tiene enfrente mientras se la retira completamente.
El brillo que atraviesa esos ojos lo asustan pero se siente tan incapaz de moverse que la única forma de que su cuerpo se sacuda es cuando la puerta de su lado se abre y una ventisca fría le azota.
—Baja —es todo lo que dice el hombre frente a él, sintiendo como alguien más lo arrastra desde atrás y lo tira al suelo, mismo sobre el que Atsumu aporrea y mete las manos para no caer de bruces y partirse la nariz.
Hace frío.
No tiene idea de dónde está.
Y los ojos le pesan tanto que tarda un poco en enfocarse para, mínimo, orientarse un poco. No sabe por cuánto tiempo han estado dando vueltas pero definitivamente están lejos de La Faire.
Muy, muy lejos.
En un terreno inmenso que está completamente bardeado y enrejado en algunas partes, donde la luz intensa de los reflectores dispuestos en puntos estratégicos le hacen pensar que toda esa seguridad debe ser porque están en una propiedad privada.
Solo hasta que Atsumu mira hacia al frente es que se percata finalmente de la cantidad de cuerpos que hay tendidos en el suelo.
—¿Qué carajos-...? —ahoga un gemido reconociendo las máscaras de Itachiyama sobre algunos pues otras están completamente destruidas y cubiertas de sangre.
Contrae las manos y arrastra las piernas aun en el suelo, asustado y confundido. Parpadea más veces solo para no equivocarse de estar viendo mal pero rápidamente es puesto de pie mientras tiran de sus brazos a la fuerza.
No es la mansión de Kiyoomi pero entonces...¿Qué hacen sus hombres ahí como si...?
Son de Itachiyama, no puede equivocarse; y a medida que avanzan, siendo empujado por los hombres de Gu entre ese mar de cuerpos, algunos desmayados y otros más gravemente heridos quejándose, la expresión de Atsumu se descompone y se llena de desesperación y miedo hasta que llegan al portal de esa mansión.
Sus pies, en automático, se detienen, y todo su cuerpo está completamente en contra de seguir avanzando.
—Luces aterrado —respirando de forma entrecortada, Atsumu mira al hombre a su lado, concentrándose en el brillo siniestro que hay en sus ojos como si disfrutara de ese ataque de pánico que está teniendo justo ahora.
¿Aterrado?
Lo está.
Lo está y no entiende porqué hasta los dedos de sus pies se engarrotan y se rehúsa rotundamente a entrar.
—Suéltame...por favor...
—¿Por qué? —se está burlando de él. Lo percibe en el tono de su voz pero eso es un detalle menor en el que Atsumu se enfoca. De verdad...De verdad no quiere entrar ahí—. Supongo que algo de esto te es familiar.
¿Qué fue lo que dijo?
Atemorizado, Atsumu intenta concentrarse en eso último, como si su interés creciera a la par de su miedo descontrolado.
Arrastrado por dos hombres, llegan al lobby y lo primero que quiere es vomitar.
El lugar se ve que tiene sus años completamente deshabitado a juzgar por el polvo, la basura y la cantidad de hojas secas que hay en todo el suelo que se asoma es, presuntamente, blanco.
Blanco como todo lo que hay alrededor.
Las paredes, las columnas, las molduras y los puntales.
Absolutamente todo.
—Camina —le piden como si él tuviera la decisión de hacerlo en lugar de estar siendo prácticamente obligado.
Adelante va el hombre de cabello gris siendo el guía del camino hacia unas escaleras que se encuentran a un costado del enorme gran salón.
Si estuviera en otro momento, diría que la distribución del lugar le recuerda justamente a la de la mansión de Oikawa o incluso la de Sakusa pero hay algo con este sitio que le resulta tétrico e insoportable de ver.
Durante todo el trayecto, mismo en el que intenta por todos los medios tranquilizarse, solo se mantiene mirando el piso y el avance débil de sus pasos.
Los pequeños vistazos que da apenas le permiten darse cuenta que ya están en la segunda planta de la enorme propiedad y ahora atraviesan un largo pasillo orientado hacia dónde, se supone, hay un jardín descuidado y a oscuras.
Todo ese camino lo tiene mareado y con ganas de vomitar hasta que llegan al final de este.
Delante de él, una puerta blanca así como un miedo ancestral demasiado oculto que está volviendo justo ahora mientras la mira, sintiendo cómo sus entrañas se contraen, logrando que vomite incluso si no tiene nada en el estómago.
Para no caer tiene que ser fuertemente sujetado de los hombros pero aun así no deja de temblar.
No.
¿Qué le pasa?
¿Por qué-...?
Pero a ninguno de esos hombres le importa mientras lo siguen empujando para que entre a ese lugar así sea arrastrado.
No.
No quiere entrar.
¿Qué está haciendo ahí?
¡¿Qué es ese lugar y por qué le asusta tanto?!
—Ya que no puedes recordar, te estoy haciendo un favor —con el asco aún en la boca luego de vomitar solamente ácidos gástricos, Atsumu hace un intento por quitarle la máscara al hombre de cabello gris solo porque ya está harto de tanto misterio. ¡¿Quién es el jodido cabrón que le está haciendo eso?!
—¡Deja de ocultarte detrás de esa puta máscara y muéstrate! ¡¿Y de qué puto favor estás hablando?! ¡¿Qué es este maldito lugar al que me has traído?!
—¿No lo recuerdas? Tú solías venir aquí casi siempre a follar con hombres que te doblaban la edad.
Atsumu se hiela.
¿Qué acaba de-...?
—Fingiendo que te desagradaba, la verdad es que la pasabas muy bien con todos ellos, ¿no es así?
No.
Espera...
¿Qué es lo que está-..?
¿Qué es lo que está diciendo-...?
—Diciendo que lo hacías por mí.
¿Por él?
¿Quién es él como para-...?
Cuando se quita la máscara en un arrebato de rabia, la impresión de verse reflejado en otro rostro, no sólo lo confunde sino también le provoca horror.
La visión poco a poco se le nubla.
No puede ver.
Ni tampoco respirar.
Abre la boca por un sorbo de aire pero no puede hacer otra cosa más que ahogarse, ¡Se está quedando sin aire! Y de su garganta no salen más que ahogados gemidos de incomprensión.
El terror que lo recorre ahora no es comparado con ningún otro momento o recuerdo en el que haya sentido algo igual...hasta que alarga su mirada y se concentra en la puerta que el hombre tiene detrás.
"Eres Osamu, ¿no es así?"
O quizá, sí.
.
II
.
Son las once de la mañana y Osamu sigue envuelto entre las cobijas calientitas de su cama, teniendo sueños infantiles, a veces chupándose el dedo o apretando la mano de su hermano y compañero de juegos.
No falta mucho para que el personal delegado a estar pendiente de él lo despierte y lo aliste para salir.
Atsumu, por otro lado, lleva despierto un par de horas más que él, y ya está hasta desayunado y listo para comenzar con sus actividades diarias. Actividades en las que su hermano menor aún no está incluido porque, según su padre, es muy pequeño, torpe y descuidado.
Pero Osamu solo tiene ocho años y Atsumu, quien es solo dos años mayor que él, ya es visto como el más listo y despierto de los dos. Es brillante y muy observador incluso por encima de la mayoría de niños que rondan su edad, aunque tampoco es como que conozca a muchos que lleven una vida similar a la de él.
Después de todo, la mafia nunca ha demostrado el más mínimo reparo o escrúpulo en ellos ni siquiera por ser niños.
Niños nacidos dentro de una organización delictiva, los niños de la mafia son criados con el único propósito de mantener el reconocimiento y los negocios de su familia incluso si eso implica estar en constante conflicto y peligro durante toda su vida.
Sin embargo, los hermanos Gu solo deberían ser descritos como un par de niños a los que la madre se les ha muerto y a los que su padre ha sometido dentro de una crianza dura e inhumana para la edad que tienen.
Atsumu tiene diez años y aunque aún llora por la muerte de su madre, cada vez lo hace menos. No porque su corazón haya dejado de doler tan pronto sino porque no quiere que Osamu lo vea y él también llore.
Porque, como su hermano mayor, cuidar de él es su deber.
Su deber así como muchas cosas más, tal como también lo es hacerse pasar por él el día en el que Osamu tiene que asistir por primera vez, de forma obligada, a una reunión junto a su padre solo porque este piensa que ya es hora que se involucre en esos asuntos.
Osamu solo tiene ocho años, y solo le quedan dos años para que tenga su propia ceremonia de iniciación en la que, de forma oficial, será integrado a la familia Gu. Dos años en los que Atsumu quiere conservar su inocencia y su sonrisa infantil antes de que le sea arrebatada como a él.
No todo ha sido malo, piensa, porque, de hecho, desde que él tuvo la suya, se le deja salir mucho más a diferencia de a su hermano menor pero un niño de diez no debería entrenar por largos periodos de tiempo ni debería ser sometido a duras enseñanzas con armas.
No quiere que Osamu pase por eso pero sabe que es inevitable.
Ahora que a su padre se le ha metido en la cabeza que con ocho años es edad suficiente para presentarlo ante la sociedad en la que se desenvuelven como herederos de un linaje impecable de mafiosos, Atsumu solo quiere que Osamu se mantenga alejado de todos esos asuntos el mayor tiempo posible hasta que sea inevitable su llamado a la mafia.
—Yo iré por ti, Samu. Tú quédate y descansa ¿Está bien? Jugaremos cuando regrese.
Atsumu tiene diez años... y todavía cree en el valor de las promesas, mucho más en las que hace con su hermano y compañero de toda la vida.
A su padre no le importará llevarlo enfermo a esa reunión pero a él sí, por eso decide tomar su lugar como tantas veces lo ha hecho, porque, ¿Qué podría pasar?
No es la primera vez que se hacen pasar por el otro pues aunque no son gemelos, su parecido es excepcional, además de que a Atsumu se le hace divertido siempre burlar a los adultos que no saben distinguir a uno del otro.
Sí.
Atsumu tiene diez, y también cree que esta vez será igual que las demás ocasiones en las que lo ha hecho.
Que nada pasará y que solo serán cuestión de horas para que regrese con Osamu y puedan jugar a escondidas en su habitación.
Colocando un paño frío sobre su frente y apretando su mano con fuerza una última vez, lo mima incluso un poco más que otras veces, dándole un besito en la frente que Osamu rápidamente se limpia porque dice que odia las babas.
—Volveré pronto.
Se despide, prometiendo.
Prometiendo que nada pasará.
Que solo es una fiesta más como las muchas otras a las que ya ha asistido junto a papá.
Pero Atsumu sigue siendo un niño. Un niño de diez años que se aburre demasiado en esas reuniones a las que van puros adultos.
No se da cuenta cuando ya se ha alejado del salón principal de la mansión solo hasta que comienza a subir unas escaleras frías y recubiertas de blanco. Está aburrido, así que por supuesto que iba a encontrar entretenido explorar un poquito las habitaciones de esa mansión inmensa similar a la de su padre.
—¡Ah!
Se detiene.
Y el pasillo que antes le parecía corto, ahora parece estirarse tanto como en una pesadilla.
Se estira y se estira mientras las demás puertas de otras habitaciones desaparecen solo dejando una al final de ese eterno túnel blanco.
Todas las cortinas a su derecha dejan de moverse y es como si el aire a través de ellas se hubiese detenido tal y como lo hacen sus pies. Atsumu parpadea y la puerta que antes estaba a unos cuantos metros ahora está casi frente a su cara, como si se hubiese desplazado en un parpadeo, alzándose como un titán tenebroso.
—¡Ah! ¡Más! ¡Ahí!
Vomita.
Vomita ahora, de nuevo, en el presente, sacudiéndose los brazos de los hombres que ahora lo sostienen porque parece que se ha desmayado. Pero cuando vuelve a alzar la mirada, Atsumu de casi veinticuatro años vuelve a entrar dentro del recuerdo pero esta vez siendo los ojos de su yo de diez.
Está temblando.
Está llorando.
Está aterrado.
Aterrado cuando ese hombre sostiene el pomo de la puerta y lo mira completamente desnudo mientras todos los demás ojos de sus acompañantes dentro de la habitación también lo miran como depredadores hambrientos esperando por él.
No ve sus rostros pero ese detalle solo hace que el recuerdo sea más escalofriante.
Y así como no ve el de ellos tampoco ve el de el hombre que tiene enfrente.
Solo sabe que es alto.
Que tiene el cabello negro.
Y que es la manifestación de lo más teme en ese momento.
"Tú abriste esa puerta. Y por eso terminaste así"
La voz que proviene de algún sitio sólo acompaña sus ojos aterrorizados cuando desvía la atención al pomo de la puerta y se percata que es su pequeña mano la que está ahí, sosteniendo el lado contrario al lado que sostiene...
—¿Quién es, ********?
—Ah, ¿no es uno de los niños de la Donna de Gu?
—¡Es uno de los niños de esa puta y ese muerto de hambre!
—¿Eres Osamu, no es así? —Esa pregunta...
Esa pregunta que tanto le ha hecho temblar de miedo dentro de sus pesadillas...finalmente entiende de dónde proviene. Y todas las demás voces secundarias que acaba de escuchar quedan fuera de su atención cuando escucha la voz del hombre que lo mira de pie.
Osamu.
Dijo Osamu.
Osamu, su hermanito.
¿Su hermanito?
Sí.
No.
Tiene un hermano.
¿Lo tiene?
Sí. Lo acaba de recordar.
Un hermano que es dos años menor que él.
Atsumu tiene diez años.
Tiene diez.
Y es muy listo.
Muy, muy, muy listo.
Y sabe que lo que hacen todos esos hombres en esa habitación está mal...pero el terror lo invade tanto que no puede moverse.
No puede decir que no cuando es tomado de la mano y es metido dentro de la habitación por el resto de la fiesta.
No puede gritar.
No puede, al menos, dentro de ese recuerdo, pero son sus propios gritos en el presente, recordando cada cosa que ocurrió en esa habitación, y que ahora pasa delante de sus ojos, los que hacen que ambos tiempos se mezclen, causando un cortocircuito tremendo en su mente.
Como una película pasada a través de un lente sucio y desgastado pero aún así para Atsumu es lo suficientemente claro para entender lo que esas personas hacen.
Lo que le hacen.
Lo que le hicieron.
Recuerda las escaleras.
Recuerda los pasillos.
Recuerda las ventanas y también las cortinas.
Recuerda cada parte de esa casa, concluyendo, finalmente, el por qué le aterra tanto el color blanco.
Grita dentro del recuerdo, pero nadie lo escucha.
Grita con todas sus fuerzas pero cada vez que lo hace es silenciado por una mano ajena y adulta tapando su boca para que se calle. Por mucho que la muerde, por mucho que llora, por mucho que les dice que duele, no se detienen.
El dolor no se detiene.
Las risas.
Las voces.
Los gemidos.
Duele. Duele. ¡Duele!
Pone los ojos en blanco, llorando sin parar, sintiendo que se asfixia.
Ventanas.
Cortinas blancas.
Sábanas revueltas.
Y la inocencia perdida de forma cruel.
Papá. ¿Dónde está papá?
Mamá. Mamá. Mamá.
Osamu. Osamu. Osamu.
Alguien.
Quien sea.
Por favor...
Duele.
Duele muchísimo.
—¿Tsumu? ¿Te caíste? Caminas raro.
Pero duele más llegar a casa esa misma noche y mentirle a Osamu acerca de su extraño caminar, de los moretones y cardenales verdosos y grisáceos que tiene repartidos en todo el cuerpo, diciendo que se ha caído durante esa fiesta.
—U-Um...S-Sí...Lo hice. Qué torpe, ¿verdad? —ríe, corriendo a tirarse en la cama, enterrando el rostro en la almohada, comenzando a llorar no solo por el dolor en su cuerpo sino también en su alma.
—¿Te duele mucho? ¿Quieres que llame a alguien para que-...?
—¡No!
¡No, por favor!
Que no llame a nadie.
Que nadie sepa.
Que nadie, nunca, nunca sepa de esto.
—Quien diría que tu pequeño hermano en realidad es igualito a ti. Como una bonita copia tuya.
Atsumu, de ahora doce años, solo tiembla cuando escucha como el hombre que le hizo tanto daño se le acerca y se agacha a su altura para decirle eso mientras ambos, junto a varios representantes de las diferentes familias presentes esa noche, miran y le dan la bienvenida a Osamu dentro de la mafia en su ceremonia de iniciación.
Su padre está abajo, en el piso inferior y en el centro de ese pabellón de dos niveles, acompañando a su hermano menor pues debe ser el líder quien reciba a cada nuevo miembro de la familia.
—Me pregunto...si sabrá chupar mi polla tan bien como lo haces tú.
Atsumu lo mira entre aterrado, asqueado y con coraje que tiene que contenerse para no echarse a llorar y gritar ahí mismo solo porque no quiere arruinar la ceremonia de Osamu.
Osamu.
Su único hermano.
No quiere.
No quiere que él-...
—Te gusta mucho ir con ese señor, Tsumu. ¿Te cae bien?
Atsumu tiembla días después de la ceremonia.
A pesar de que pronto dejarán de dormir juntos, pues cada hermano tendrá su habitación asignada a partir de ahora, Atsumu sigue corriendo a escabullirse en la cama de Osamu con la excusa de que le gusta dormir con él.
Realmente no es una mentira del todo y solo él sabe por qué le aterra dormir solo.
—S-Sí...Es que...—manos sudorosas e inquietas, garganta seca, ojos escociendo—. Me da dulces cuando voy con él —miente pero ¿Qué más puede decirle?
—¿Enserio? ¡Yo también quiero dulces! ¿Crees que si voy con él me de a mi también?
Esa es la primera vez que llora delante de Osamu, asustándolo.
Su llanto descontrolado no cede hasta que Osamu logra, de alguna forma, tranquilizarlo mientras toma su mano.
Osamu apenas tiene diez.
Diez, se repite.
Y aunque él tampoco es para nada mayor que digamos, a pesar de las múltiples preguntas que su hermano le hace para saber por qué llora, Atsumu no dice nada.
Él es el mayor.
Se supone que él tiene que protegerlo.
Proteger. Proteger. Proteger.
Osamu no lo entendería. Él no sabe lo mucho que duele...pero tampoco quiere que se entere ni pase por eso.
Por eso, recurre a mentir. Miente a una edad en la que no debería hacerlo. Miente y sigue mintiendo por los siguientes años con la esperanza de que los años lo hagan inmune al dolor y lo acostumbren a esa vida horrible.
—Samu.
—¿Mn?
—Hagamos una promesa.
Atsumu ahora tiene casi diecisiete años... y todavía cree en el valor de las promesas, mucho más en las que hace con su hermano.
—¿Una promesa? —Osamu aparta sus ojos de la lectura viendo el semblante serio de su hermano mayor mirarlo atentamente. Últimamente no se ven seguido debido a que Atsumu cada vez pasa menos tiempo en casa.
—Sí. Prometamos que siempre mantendremos nuestro cabello así —dice Atsumu, tocando su cabeza.
—¿Así cómo? ¿Café? ¿No decías antes que querías teñírtelo cuando fuéramos mayores? —Atsumu se muerde el labio inferior, claro indicador de que algo le pasa. Sin embargo cada que Osamu le pregunta acerca de ello, nunca obtiene respuesta; y con los años se ha cansado de preguntar pues Atsumu siempre dice que él puede solucionar cualquier cosa por su cuenta.
—Sí pero...ya no.
—Tu no quieres teñírtelo pero ¿por qué yo tendría que hacer lo mismo?
Para que ese monstruo no lo siga, piensa el mayor.
Para que ese monstruo no lo toque.
Y por si, por algún motivo, tienen que escapar de algún peligro algún día, Atsumu quiere adquirir toda la culpa y atraer las miradas hacia sí mismo haciéndose pasar por él si se requiere en el peor de los casos.
Por eso, tienen que verse iguales siempre.
Siempre.
Para que él pueda seguir protegiéndolo de lo que sea.
—Ya sabes. Otros tienen anillos o algún accesorio que significa lealtad a la familia. Quiero que nosotros tengamos algo que sea solo de los dos. Nosotros tendremos nuestro cabello. Nos recordará a mamá, ¿sí? Será nuestro juramento. Un juramento que no se podrá romper con nada a menos que uno decida traicionar al otro.
—Qué exagerado eres.
—Samu, por favor —Osamu solo le resta importancia al tema de las promesas, accediendo con simplicidad, sin darse cuenta de la tensión que hay en el rostro de Atsumu durante todo ese tiempo que ha estado hablando con él.
—Bien. Como sea. De todos modos no me importa mucho teñirmelo.
Entonces, ¿por qué?
¿Por qué lo hizo si se lo prometieron los dos?
—¿Por qué-...? ¿Po-Por qué lo hiciste...? —cuando Atsumu vuelve al presente, está desconsolado. Desconsolado, desbordado por ese último recuerdo antes de atreverse a abrir los ojos y volver a mirarlo a él.
Sabe que es él.
Es él.
El hermano al que olvidó.
En verdad tiene una familia pero...
Ya es imposible parar el tren de recuerdos que tiene ahora, mismos que lo van despedazando de a poco.
Ahora entiende porqué tiene tanto miedo a ese lugar. Y también entiende por qué tuvo esa crisis que lo condujo a desmayarse en la fiesta de Oikawa cuando cruzó miradas con él.
Con-...
Ese lugar es el mismo en el que le hicieron tanto daño la primera vez.
Está repleto de lágrimas. Lágrimas, agonía, desesperación y una opresión abrumadora en el pecho que no le deja respirar. Está de rodillas, con la cabeza pegada al suelo, soltando palabras de acuerdo a lo que sigue recordando.
Rápidamente es obligado a levantar la cara y es como si se viera a sí mismo ahora que él se ha quitado la máscara.
Así mismo, pero con el cabello teñido de gris.
—Osamu...
—¿Ya me recuerdas? Me sentiría mal si no lo hicieras —los gestos que hace están cargados de una emoción enfermiza que hace que Atsumu sienta náuseas a la vez que quiera llorar más. No es una reacción normal así como nada de lo que está pasando lo es para él.
Por la forma en la que lo mira, tira de él y le habla, solo lo atemoriza más.
No entiende nada.
Solo continúa llorando.
Llorando, sollozando, temblando.
No puede dejar de mirarlo, a él y a su cabello, tanto como si ese recuerdo doliera más que todo lo que ahora sabe le sucedió.
—Mírate, todo lloroso ahora. Me imagino que ya has sido capaz de recordar algo, ¿no es así? —Atsumu cierra los ojos, siendo empujado contra el suelo de nuevo, está vez dándose en la nariz y en la boca, partiéndosela.
—¿P-Por qué-...? —tomándolo del cabello con fuerza para que se ponga de pie, Atsumu solo cierra los ojos, sintiendo como todo su cuero cabelludo es estirado y llevado al límite casi para ser desgarrado. No mete las manos en esta ocasión, no porque no pueda, sino porque se siente incapaz de mandar órdenes a su cerebro para protegerse.
O porque, quizá, su cuerpo tiene memoria y sería incapaz de levantarle la mano a...esa persona que tiene enfrente ahora.
—¿Por qué, qué cosa?
—T-Tu cabello-... —Osamu aprieta más su mano alrededor de los cabellos rubios de su hermano con la suficiente fuerza para arrancar varios si así lo quisiera mientras Atsumu sigue llorando.
—¿Qué tiene que ver eso ahora?
—L-Lo prometimos...
—Sí. ¿Y qué tiene?
—¿Por qué-...?
Lloriqueando mientras lo maltrata, Osamu había asumido no dejarse perder en un recuerdo tan secundario para él como ese. Sin embargo, la ira que ha acumulado por años, los reclamos y las culpas que siempre ha querido gritarle a ese individuo con el que constantemente ha sido comparado, están en la punta de su lengua, desesperadas por salir.
Atsumu llora y para él aquello no tendría que significar otra cosa que la satisfacción de verlo en ese estado pero ha entendido perfectamente el significado de esa pregunta, y eso hace que una sensación desagradable, que creía ajena a él desde hace tiempo, vuelva a aparecer.
Resentimiento.
—Vale. Sí. Lo prometimos —tirando de su cabello hacia atrás, pega su mejilla a la de él sintiéndola fría, usando un tono de voz en donde mezcla el reclamo y la ironía. Atsumu apenas lo mira por la violencia del agarre pero hace todo el esfuerzo del mundo para no apartar sus ojos del espejo que es el hombre que lo sostiene y le habla con tanta rabia. El hombre que se supone es su hermano menor y por el que parte de sus recuerdos han despertado—. Pero también dijimos qué pasaría si uno de los dos se teñía el puto cabello, ¿Recuerdas?
Sí lo hace.
Y es por eso que su llanto aumenta porque, de hecho, a pesar de que están teniendo esa confrontación ahora, la mente de Atsumu no ha dejado de mostrarle más recuerdos del pasado.
—Sé lo que haces con ese viejo.
Atsumu de casi dieciocho años, quien es la mayor promesa de la familia Gu a diferencia de su hermano menor, está teniendo, finalmente, una expresión acorralada y angustiada viendo la severidad del asunto a través de los duros ojos juiciosos de un Osamu de dieciséis.
—¿De qué estás hablando-...?
—No te atrevas a poner en duda mi inteligencia —ninguno de los dos es conocido por ser violento a menos que la situación lo amerite o estén bajo mucho estrés, pero en ese momento, mientras Osamu es quien levanta la voz y tira todo lo que hay encima de su escritorio, Atsumu endurece solo un poco la mirada aunque no lo suficiente como para reprenderlo. No, al menos, hasta que oye lo siguiente que está por decir y sus nervios lo traicionan—. Si tanto te gusta sentir su asquerosa polla dentro de ti, es tu problema, pero si vas a seguir haciéndolo entonces no quiero tener que llamarte hermano ni que me asocien contigo solo porque nos parecemos.
—¡Osamu!
Tantos años soportando eso lo tuvieron que hacer que reaccionara de ese modo tan violento y no solo para que se rompiera en llanto como cuando era un niño.
En su lugar, esa fue la primera vez que le levantó la mano a Osamu y también la primera vez en la que se arrepintió de haberlo hecho.
—¿Por qué, preguntas? Tu me convertiste en esto —volviendo al presente, Osamu hace una pausa, sacudiéndolo, apretando tan duro su cabello esta vez que Atsumu comienza a gritar—. A pesar de que soy menos asqueroso que tú, solo tú tenías mejores resultados que yo. ¿Por qué? ¡Dime!
Lo pone de pie tan bruscamente que tiene que llevar sus manos a su cabello, justo ahí de donde está siendo tirado con fuerza, para intentar que la tensión no lo desgarre de todos lados.
La garganta se le cierra cuando la puerta de esa habitación es abierta y comienzan a caminar dentro de ella.
No.
Las memorias inevitables llegan de golpe con él teniendo diez años solo que ahora no es más un niño y está siendo forzado a entrar como tantísimas en el pasado.
—Te ofreciste a tomar mi lugar esa vez, así que prácticamente es culpa tuya que hayas terminado así —con las manos apretadas por las de él mientras le sujeta del cabello y lo obliga a avanzar, Atsumu da cada paso con el miedo penetrando por todos lados. Sí, le duele el maltrato y la forma en la que es tratado pero la sensación que siente ahora lo está desgarrando y asfixiando por dentro. Eso, junto a las palabras de él penetrando sus oídos—. Yo no te pedí que fueras. Solo tenías que quedarte donde estabas pero-...
Subió esas escaleras.
Y abrió esa puerta.
La misma puerta que ahora se cierra tras él.
—¿Recuerdas esta habitación? —aventado de nuevo al piso esta vez se golpea la cabeza con la base de la cama. Todos los muebles, no solo de la habitación sino de la casa entera, están cubiertos por un film transparente, lo que confirma su estado deshabitado por años.
Pero ¿Qué es?
¿Dónde es eso?
¿La casa de quién es y porqué, a pesar de haber despertado tales recuerdos espeluznantes, nada encaja aún?
—¿Por qué tuviste qué volver? —una patada en su costado derecho lo hace encogerse y escupir saliva.
Basta.
Ya.
Por favor.
—Y no solo eso —Atsumu se cubre el rostro creyendo que lo va a golpear ahí esta vez pero en su lugar es tomado por el cuello con fuerza—. Ahora que regresas de los muertos, tienes incluso la protección de Sakusa. Qué oportuno ¿No? Dime ¿De qué maldita suerte gozas tú? —el rubio tose, concentrándose en la mención de Kiyoomi como si fuera sinónimo de esperanza. De una esperanza a la que quiere aferrarse incluso en un momento así. ¿En dónde está? ¿Ya se habrá enterado de lo que ocurrió en el bar? ¿Cómo están los demás? Semi. Shoyo—. Dime, ¿es porque ya se acostó contigo que lo tienes comiendo de tu mano? ¿No le dio asco probar una manzana que alguien más ya mordió?
—¡Cállate! —siendo tomado de los hombros y empujado contra la base dura de la cama, Atsumu solo tiene segundos para quejarse de dolor cuando es sujetado del cuello del hoodie para obligarlo a mirarlo otra vez.
¿Por qué no se defiende?
Si ha sido capaz de gritarle, ¿por qué no pone también resistencia al menos?
No es tan enclenque como se ve. Entonces, ¿por qué?
—¿O es que tanto así te gusta follar con los hombres de Itachiyama? —La poca resistencia en el cuerpo de Atsumu es truncada repentinamente, y el involuntario recuerdo de la suavidad de los ojos de Kiyoomi se desfigura así como toda su apariencia dentro de su mente dando paso a los ojos de un demente—. Era de esperarse de parte de Kiyoomi, después de todo, quien te hizo todas esas cosas fue su padre.
Un demente que se parece a él.
