.

.

.

|11|

.

.

Después de tanta maldad

.

Un niño desnutrido y hambriento fue lo único que dejó la madre de Rintaro el día en el que decidió morir.

"Decidió", porque en realidad no le importó dejar a un niño abandonado a su suerte creyendo que si se hacía daño a sí misma, Miya Harada volvería con ella.

Volvería... tal y como se lo prometió el día en que le juró que aunque se casara con alguien más, su prioridad serían ellos dos.

Que si solo se casaba con esa otra mujer, la única hija de una de las familias más poderosas dentro de la mafia en ese momento, era para poder darle a ella y a Rintaro una vida mejor.

Sí, su madre murió creyendo en esa basura, permitiendo que su niño de seis años pasara tres días enteros al lado de su cuerpo descomponiéndose.

—Cuánto has crecido, Rintaro.

Un hombre, al que nunca había visto más que en fotos, y al que poco podría reconocer o recordar a esa edad, un día tocó a su puerta.

Tocó, miró el cuerpo de su madre solo unos segundos, lo cubrió con una sábana curtida y agujereada, y tomó su esquelético brazo para simplemente llevárselo con él.

No hubo despedidas y tampoco una explicación, al menos no una que tuviera sentido para un niño de seis años con una severa desnutrición y shock emocional bastante severo.

Lo llevó, lo arropó y le dio de comer, tal como una persona alimenta a un perro.

Años más tarde Rintaro se daría cuenta que eso era exactamente lo que Miya Harada quería de él.

Un perro muy servicial.

No un hijo al cual cuidar.

Además de darse cuenta que no los amaba tanto como solía decir su madre en medio de sus disparates. Sí, claro, los "amaba tantísimo" que por eso no solo se había casado con otra mujer sino que había procreado dos niños más además de él. Dos niños a los que sí reconocía como sus hijos y a los que, aunque quizá no les daba amor, sí poseían una vida mejor que la suya.

Los hermanos Gu.

Sus obligados medios-hermanos.

Si su madre estuviera viva ahora, solo lo estaría unos momentos para volverse a morir.

Rintaro tenía ocho años cuando conoció a la Donna de Gu. Dos años más que su actual hijo mayor de seis, Atsumu Gu.

Su amor, sin embargo, a diferencia de su ilusa madre que lo depositaba todo —al igual que sus esperanzas—, en Miya Harada, no era para él. Era para sus hijos. Para esos dos pequeños niños que eran su mundo entero.

Gu Ye Eun era una mujer hermosa pero con una ferocidad retratada en sus rasgos por más delicados que estos fueran.

Se decía que era una mujer fría como el jade y hasta burlona en algunas ocasiones, siempre haciendo todo lo opuesto a lo que su padre, en ese entonces líder de la familia Gu, le pedía que hiciera. Engrandeciendo cada vez más su imagen de hija rebelde, alejada del aspecto que alguien de su linaje debería portar. No era muy agradable durante las conversaciones porque siempre tenía algo que decir, y en más de una ocasión la descubrió discutiendo con su padre a partir de que le llevó a la misma casa donde vivía su actual familia.

Gu Ye Eun desde luego desconocía que el niño nuevo al que había recogido su marido era en realidad su primer hijo, o eso es lo que Rintaro siempre quiso creer.

Su padre no decía mucho en realidad, ni siquiera a él siendo su hijo le explicó realmente acerca de su segunda familia por lo que dudaba mucho que la Donna de Gu supiera de eso también pero-...

—Tu nombre es Rintaro ¿verdad? Ven, ven —haciendo señas para él la primera vez que se le permitió estar en el jardín, la distancia que tenía de la Donna de Gu con sus hijos a esa hora de la mañana era demasiado alejada como para que reparara en él.

Él no era ese otro niño, Kita Shinsuke, que tenía un rol mucho más asignado y una cercanía mucho más apegada a los hermanos, como para estar cerca de ellos. Y casi nunca nadie reparaba en él por más días que llevara viviendo en la residencia Gu. De hecho, le hacían más caso a los perros de la calle que a él estando ahí.

Y es que con un padre que ni siquiera había tenido la molestia de explicarle nada, no había mucho que él pudiera hacer...Hasta que el elegante y suave hanbok de la Donna de Gu desfiló delante de él a solo centímetros suyo.

Descalza, fue lo primero que pensó, viendo sus delgados y pequeños pies esconderse dentro del pasto, antes de alzar la mirada y ser atravesado por el dorado tostado de sus ojos, recibiendo una bolsita de colores de su parte.

—¿Te gustan los dulces? Ten, toma algunos. Los robé de la cocina para mis niños pero tengo suficientes para darte a ti también, solo que no digas nada, ¿De acuerdo, Rin-ah?

Así que esa era la temible Gu Ye Eun.

Una mujer de aptitudes formidables y espíritu ingobernable, cuyo nombre ya ponía en aprietos y a temblar a muchas personas, y que con frecuencia desahogaba su rabia contra su familia y todo el sistema de la mafia.

El día que la conoció formalmente, la sintió honesta pero también la percibió asquerosamente desagradable para él.

Para Rintaro, solo había sido la mujer con la que su padre se había casado y los había dejado abandonados a él y a su madre, solo porque la ambición le había podido más al saber los beneficios que obtendría al llevar a cabo esa unión.

Desagradable.

Muy, muy, muy desagradable.

E injusto también.

De modo que los hermanos Gu tenían a una mujer como ella como madre. Siendo amados y protegidos por ella hasta el final de sus días.

Y aunque quizá no lo eran por su padre, sí que recibían más atenciones por parte de él.

Todo cuanto pidieran, se les daba, solo por venir de esa mujer.

Él, en cambio, no había sido tan bueno o importante para su madre como para quedarse a su lado en ese mundo. Y en cuanto a Miya Harada...Bueno, el chiste se cuenta solo.

Después de todo, temprano se dio cuenta que en ese mundo solo los más fuertes eligen el al sujeto más miserable entre ellos para moldearlo a su conveniencia. En este caso, Miya Harada vio en él algo más que solo la realidad de ser su primer hijo.

—Realmente no sé si realmente eres mi hijo, Rintaro. Tu madre solía abrir las piernas siempre y cuando alguien pagara bien por ella —la primera vez que Rintaro escuchó eso, arremetió contra él, obteniendo únicamente una golpiza de su parte.

No amaba a su madre.

No la amaba por haber preferido más a ese hombre que a él siendo su hijo.

Pero no soportaba oír insultos hacia ella inferidos por él tampoco.

Que era una ramera.

Que era una mujerzuela.

—¡Esa cualquiera murió creyendo en ti! —le escupió esa vez, y a cambió su cabeza sangró contra el suelo. Necesitó varias puntadas también, la misma noche en la que la Donna de Gu se recostó en su cama para no levantarse nunca más.

Rintaro tenía diez años cuando asistió al funeral de una mujer que no era su madre.

Siendo forzado a tomar la mano de Atsumu Gu de ocho, solo porque había un espacio vacío a su lado.

Osamu de solo seis años sostenía la mano de ese otro niño de cabello blanco pero del lado de Atsumu no había nadie a pesar de que Miya Harada solo estaba a unos metros de él.

Sin embargo, eso no parecía importarle.

Esa fue la primera vez que vio a Gu Ye Eun en él. Sacrificando su propio dolor y sus propias lágrimas para sostener con fuerza la mano de su hermano menor y abrazarlo.

Así que...¿tal forma de ser era transferible ?

El poder sirve para no acabar en la ruina, o al menos eso fue lo que le metió en la cabeza Miya Harada los siguientes años en los que pasó entrenando y volviéndose fuerte solo para su conveniencia.

Él no...Él no va a acabar como su madre, ni como Gu Ye Eun, ni tampoco como Miya Harada aunque para eso tuvo que primero fingir que sí.

Al ver a los hermanos Gu, años después de su integración oficial a la mafia, supo que algo había cambiado. En especial en el hijo mayor. Aún así, seguían teniendo, de vez en cuando, la misma mirada de Gu Ye Eun a la vez que la mirada intolerable e ingobernable que ella también tuvo hace tiempo.

Incluso la misma personalidad burlona, tal como ella solía hacerlo, estaba ahí.

A ninguno, tanto a Osamu como a Atsumu, los oyó hablar de amor alguna vez. Y los entendía al menos en eso. A Osamu porque no parecía interesarle y a Atsumu porque decía que era un sentimiento no hecho para él.

Hasta que comenzó a hacerlo.

Comenzó a hablar del amor de una forma camuflada para que nadie se diera cuenta.

Para nadie excepto él, quien había visto ese tipo de comportamiento en su propia madre al escucharla decir esa serie de disparates cuando aún estaba viva.

Su madre no soltaba la palabra amor de forma literal sino que soltaba el nombre de Harada como sinónimo de éste, hasta que enloqueció y se suicidó.

—¿Creías que nunca me iba a dar cuenta? —esa fue la primera vez que Rintaro soltó esas palabras para sí mismo luego de escuchar, en secreto, una conversación entre Atsumu y Kiyoomi. Descubriendo y confirmando, además, ese pseudo romance que el heredero del grupo Itachiyama y el hijo mayor de los Gu tenían.

Recuerda claramente la forma en la que la mirada de Atsumu y la de Kiyoomi se fundieron esa tarde en la que los espío. Una de las tantas tareas que Harada le asignó luego del cambio de personalidad tan radical de Atsumu fue esa justamente. La de espiar cada cosa que hiciera durante el día.

Atsumu, sin embargo, parecía traer un detector encima suyo pues siempre frustraba sus intentos por seguirlo hasta que Rintaro se dio cuenta que había solo una persona, además de Osamu, con la que comenzó a bajar la guardia.

El sinónimo de amor que para su madre era Harada y para Gu Ye Eun eran sus hijos, para Atsumu...era Sakusa Kiyoomi.

Una mirada tan parecida a la devoción con la que su madre miraba esa fotografía rota y arrugada de Harada todas las noches dentro de esa pocilga a la que llamó hogar alguna vez, y también parecida a la muy poderosa mirada que Gu Ye Eun les daba a sus dos hijos cada que estaba con ellos.

Esa mirada...

¿Cómo es que el hijo mayor de esa mujer podía adaptar su carácter tan duro y frívolo hasta el punto de ser suave estando con alguien menor que él?

Además de eso, algo en lo que se diferenciaba Atsumu de Osamu es que el primero nunca mostró verdadero interés en tomar el liderazgo de la familia Gu a pesar de todas las hazañas y logros que había hecho con tan corta edad, superando ya por mucho a su padre.

¿De qué libertad podía gozar alguien como él?

O ¿Era porque su poder le permitía tal lujo?

Si él obtenía ese tipo de libertad, ese tipo de poder, ¿podría volverse alguien superior a los Miya y a los Gu?

Para Rintaro, por supuesto, esas cosas del amor eran una basura para él. No nació ni creció recibiendo amor por ningún lado así que él más que nadie se ha sentido merecedor, desde hace tiempo, de ese tipo de poder. De poder gobernar sin miedo a desvalijar su corazón o destrozarlo en el proceso porque no guarda nada en él más que resentimiento.

Después de todo, todos odian a su padre por una razón, y es porque un don nadie como él, que nunca perteneció a ninguna familia de renombre, comenzó a gobernar a la familia Gu aunque solo de forma temporal hasta que uno de sus hijos pudiera tomar su lugar.

Porque en ellos, está la sangre de esa mujer.

Lo entiende...Entiende un poco el odio de su padre hacia los Gu. Y entiende un poco esa codicia de querer un poder similar al de ellos pues ambos vienen de abajo. Un poder similar al de un Dios.

Por eso, cuando Atsumu y Osamu finalmente tienen esa conversación, no los detiene. Escucha claramente como se gritan al punto de llegar a los golpes, porque de niños ya no tienen nada, pero Rintaro solo se queda ahí, escondido del otro lado de la puerta, oyendo como uno se rompe y el otro se siente culpable.

—¡¿Por qué tu?! ¡¿Por qué papá te ha escogido a ti?! ¡A ti, que no has hecho nada para merecerlo, Atsumu! —en eso tiene razón, piensa el azabache para sus adentros, del otro lado de la habitación. De los dos, Atsumu es quien menos se ha comprometido con la familia Gu, Osamu, en cambio, ha sido todo por lo que ha trabajado desde que era un niño. El volverse líder es prácticamente su vida. Su padre lo ha sabido siempre y, a pesar de eso, ha escogido a Atsumu de forma inesperada y descarada para que sea su sucesor—. ¡Dime! ¡¿Qué has hecho para merecerlo?! ¡¿Qué?! ¡Yo-...Yo me he esforzado! ¡He hecho todo lo que está en mi para lograrlo! ¡Tú-...! ¡Tú dijiste que no lo querías! ¡Dijiste que si él te elegía, lo rechazarías! ¡Dijiste que tú serías mi subordinado! ¡Tú mismo lo dijiste! ¡Me lo prometiste!

Y en cambio, ha aceptado.

Es claro que Atsumu quizá no fue consciente de las consecuencias que eso le traería en el futuro pero ¿Cómo explicarle que lo hizo por él? ¿Cómo decirle que su padre en realidad es un desgraciado y un monstruo que lo único que quiere es ponerlos en primera línea para que, víctimas de su inexperiencia, sean engullidos por la misma mafia que los vio nacer y los crio?

Rintaro sabe eso, y es por eso que no se ha exaltado ningún poco por la noticia de que ahora el nuevo liderazgo pasa a Atsumu Gu. Su padre solo quiere mandarlos a una guerra sin sentido para que, de a uno, mueran, y así no quede nadie más a quien heredar su posición.

Eso es, claro, lo primero que piensa y la facilidad con la que cree que se darán las cosas a partir de nombrar a Atsumu el líder de la familia Gu.

Es lo que pensaron los dos de hecho.

Que sería fácil deshacerse de él.

En su lugar, crearon a su derrocador.

Con el tiempo, no había manera de detener todo lo que Atsumu estaba construyendo por sí mismo hasta que surgió una abertura a través de ese temperamento bastante violento e inusual que fue desarrollando por el abuso que sufrió en su infancia.

—Le di una tarea. Pero sé que no podrá llevarla a cabo —cuando Rintaro oye eso, realmente se sorprende. Hasta ese momento, Atsumu no ha hecho otra cosa que disgustar a su padre cumpliendo espléndidamente cada cosa que él le pide creyendo que lo echará a perder. En su lugar, Atsumu siempre triunfa y, por consiguiente, su fama se sigue extendiendo y se sigue vistiendo con los trajes de su madre, paseándose delante de él, cada que quiere festejar. Por eso, oír con qué seguridad su padre dice eso le hace extrañarse—. Le pedí que me traiga todos los documentos que Yoshiaki Sakusa tiene en su caja fuerte —Rintaro engrandece los ojos, y cuando hace ese tipo de gestos, es imposible dudar que él y Harada no son padre e hijo.

—¿Le ordenaste-...? ¿Por qué tan...tan de repente?—eso era algo que indudablemente harían en algún punto. No por algo Harada seguía consintiendo que Atsumu siguiera usando esos métodos poco ortodoxos para conseguir todo lo que quería de parte de su enemigo pero, ¿por qué tan de repente? —. No entiendo ¿Por qué dices que va a fallar?

La forma más sencilla de conseguir lo que Harada quiere y que, de paso, beneficie a Atsumu y a su paz mental, es que mate de una vez y por todas a Yoshiaki, el hombre que abusó de él. El hombre al que Atsumu más aborrece en este mundo.

Matarlo es acabar con dos pájaros de un tiro.

Ya luego verán cómo encubren el crimen frente a las demás familias pero-...

¿Qué le hace pensar a su padre que no podrá matarlo y obtener los documentos que quiere?

—Porque lo hará. No podrá disparar. Y es ahí cuando aprovecharemos la furia de ese cerdo cuando vea que su puta favorita le está robando, para hacer pasar su muerte como un accidente —la forma en la que Miya Harada visualiza la muerte de uno de sus hijos es, sin duda, algo asqueroso y aterrador, pero Rintaro no puede demostrar que también le aterra un poco su destino llegados a ese punto. Su deber es seguir fingiendo que le sirve a su padre y que lo obedece sin dudar.

—Aún así, ¿Cómo estás tan seguro que no va a poder matarlo? Es el hombre al que más odia.

—Porque voy a obligarlo a que falle —Rintaro frunce el ceño, confundido.

—¿Cómo?

—Le he pedido que mate a cualquiera que se le atraviese.

Y porque, por mucho que Kiyoomi y su padre no convivan casi nada por el hecho de vivir en casas diferentes, Harada se ha asegurado que esta vez el chico estará ahí.

Estará ahí cuestionando las acciones de Atsumu, viendo cómo intenta robarle a su padre en sus narices.

Así que ese es su plan, piensa.

Pedirle que mate a alguien a quien ama...

—Nunca va a poder tirar del gatillo.

No, si es él.

No, si es Sakusa Kiyoomi.

Atsumu preferiría dispararse a sí mismo antes que herirlo a él.

Por eso, no puede.

Por eso, no lo hace.

Por eso, cuando llega ese día, es perseguido.

Es sacudido por la furia de Yoshiaki tan pronto lo encuentra mientras que Kiyoomi es encerrado, torturado y alejado cruelmente de él luego de darse cuenta de lo equivocado que ha estado al juzgar a Atsumu en lugar de creerle primero. Pero es demasiado tarde. No hay cómo ayudarlo.

Mientras todo eso ocurre, Rintaro ve cómo todo un imperio se sacude y amenaza con caerse.

Al final, no lo hace. Porque los cimientos, a pesar de que han sido labrados con mentiras, son resistentes. Los más grandes imperios han sido construidos así.

Por eso, ahora más que nunca, quiere todo lo que Harada también quiere poseer.

Mientras Harada hizo de todo de un modo en el que no fuera él quien se manchara las manos, sino Atsumu, Rintaro quiere lo mismo. ¿Quién ha estado usando a quién entonces?

En eso puede decir que se parece a él.

A Harada.

A querer eso que su padre también quiere pero también tener el deseo de arrebatárselo para que experimente lo que se siente. Por eso ha hecho todo lo que le ha pedido. Ha espiado a sus hijos. Le ha dicho acerca de sus planes antes de que Atsumu siquiera fuese escogido por él para ser líder.

Lo ha hecho todo porque quiere que se sienta confiado con él.

De que nunca va a defraudarlo.

De llenar sus expectativas y que lo considere su mejor aliado tal como él mismo usó a Gu Ye Eun para llegar hasta donde está.

Tal y como llenó de falsas promesas a su madre y a ese niño de seis años al que le mintió en la puta cara.

—Yo nací primero. Mucho antes que ustedes dos. Y he hecho cada cosa que él me ha pedido sin obtener nada. Casi como tu, Osamu —Rintaro se ríe, presa del desbalance de su cordura, sin dejar de apuntar a Osamu—. La diferencia es que tu no fuiste maltratado por él. Ni tú tampoco, Atsumu — vuelve a reír, esta vez dejando de apuntar solo un momento para darse un golpecito en la cabeza con la punta del arma, como si estuviese jugando—. Bueno, tú sí que has sufrido un poquitín más así que te lo reconozco. Eres un hijo de puta muy difícil de matar, eh —Atsumu no responde a la ofensa, quizá porque está más ocupado en mirar a Kiyoomi como un desesperado, aunque ahora que lo ve, Kiyoomi luce como si por cada cosa mala que se dice de Atsumu en su cara, quisiera aplastar al mundo con sus manos—. Como sea, mientras ustedes dos, que nacieron después, gozaban de la buena vida que les dio papá, yo era tratado como un perro. No me parece justo —volviendo a apuntar con fuerza y firmeza, esta vez Osamu sí se tensa un poco pero no lo suficiente como para doblegarse y ponerse pálido—. Siempre he odiado esa maldita cara tuya.

—Qué bueno. Y qué gran historia has contado pero ¿De qué manera todo esto afecta a que seguimos siendo mejores que tú?

Esa sonrisa.

Rintaro no puede evitar ver a Atsumu en Osamu al hacer ese maldito gesto y responder de tal forma que lo único que quiere es clavarle plomo en la cabeza.

Atsumu, por otro lado, no sabe si sentirse elogiado porque ese 'seguimos' ha sido en plural o simplemente ocupar ese tiempo, en el que esos dos están por sacarse la mierda, para mirar a Kiyoomi y declararle su amor abiertamente ahí mismo porque en serio teme mucho que vayan a salir ilesos de esa.

Quiere tocarlo maldita sea, pero apenas Atsumu hace un gesto de dar un paso hacia él, un disparo hacia el suelo es lo que recibe como amenaza de que si se mueve, el próximo disparo no va a fallar.

—¡No te muevas! —le ordena Kiyoomi y esta vez luce entre una combinación de estar enfadado y alterado. Ah, se ve tan sexy...¡Dios, no! ¡Tienen que pensar en algo y-...!

Sus ojos, oportunamente, se desvían hacia uno de los bordes de la azotea, de donde ve un cable moviéndose y siendo tensado. Muy tensado, de hecho, para no estar soportando nada viniendo de abajo-...

Puta madre.

No tiene que ser un experto en supervivencia para saber que hay alguien que se está columpiando —o está haciendo el intento de hacerlo— desde el piso de abajo. Hay alguien intentando llegar a ellos trepando por las ventanas.

La pregunta es: ¿Quién?

.

I

.

Los únicos chiflados que se atreverían a seguirlo en sus chorradas de ese tipo eran ellos tres y por eso los ha llamado tan pronto ha recibido esa llamada de parte de Akaashi.

No puede decir que este tipo de cuestiones peligrosas le fascinen en realidad pero, ah, de hecho, sí, ¿a quién quiere engañar? Tanto así que ahora, en lugar de estarse preocupando si los condones que le quedan van a ser suficientes para pasar una bonita y orgásmica noche con Kenma en su cama, está yendo directo a su muerte segura.

Claro que en el camino, luego de prácticamente rogarle a Kenma que se quedara en casa y de que Oikawa Tooru le prometiera protección para él en caso de que fuera necesario, ha decidido omitir la parte de la muerte segura a Yaku, Kai y Taketora tan pronto los llamó.

Sí, bueno, si iba a morir no quería hacerlo solo.

Al menos sabía que si de esa noche no pasaba, Akaashi y Bo-Bo se harían cargo de que Kenma y Umbra no pasaran hambre en el futuro.

El cómo llegó a la conclusión de que es un demente y le gusta la adrenalina, no la sabe, así como tampoco sabe en qué cabeza cabe que seguir a las camionetas blindadas de Seijoh hacia donde sea que se dirigieran, tan pronto le han mandado su ubicación, es una buena idea todo con tal de él no quedarse fuera de esta confrontación esa vez.

Dios Santo, el que lo hayan mandado a casa con esas vacaciones obligadas ahora lo tienen con hambre de acción. O quizá simplemente es un idiota. Después de todo, después de aceptar al mismísimo Oikawa Tooru en su casa, además de también aceptar su pedido de que investigara acerca de esas tres muestras, ya debe haber logrado que él y el líder de Seijoh sean más panas de lo que alguna vez pudo pensar ser con algún líder de mafia.

—Espera. ¿Te aliaste con la mafia para resolver un caso en el que ya no pintas una mierda? —la mirada que recibe Yaku del hombre más fornido que va cerca de Oikawa Tooru mientras avanzan dentro de ese mar de cuerpos una vez que llegan a ese predio, hace que Yaku se calle de pronto. Su pistola ni su tamaño hace que se vean intimidantes ante esos hombres pero aún así se recompone fácilmente fingiendo que no le importa seguir maldiciendo un poco—. No puedo creer que me hayas traído a formar parte de un acto criminal.

"Nos" haya traído. Sí que enloqueciste esta vez, cabrón —Taketora es quien habla esta vez, sin saber cuántos pasos dar exactamente para mantener su distancia de los hombres de Seijoh.

Por supuesto que para Kuro recibir estos comentarios de sus compañeros son nada en comparación a la sarta de insultos y sermones que Akaashi le dio, durante su llamada, acerca de la seguridad pública y de cómo el moreno de cabello quebrado lo iba a traer del inframundo, solo si llegaba a morir, únicamente para volver a matar por estarse metiendo donde no lo llaman.

—¿Estás seguro de confiar en ellos, Kuroo? —menos mal Kai es quien más conserva la calma en situaciones así aunque que lo esté ahora no significa que, si salen vivos de ahí, no vaya a golpearlo cuando tenga oportunidad—. Son criminales.

—Si un criminal es una persona que miente, entonces ustedes están rodeados de muchos de ellos en sus trabajos, mi buen amigo —cuando llegan al lobby de esa enorme mansión, a Kuro y compañía se les enfría la sangre al ver a tantos hombres en trajes y con máscaras distintas.

Por cómo pintan las cosas, los que están en el piso son de Gu mientras que algunos que están siendo auxiliados por hombres de Seijoh son de Itachiyama.

El hombre que acaba de hablarles es de Seijoh y a diferencia de las máscaras de sus demás compañeros, la suya es casi parecida a la de la mano de derecha de Oikawa Tooru, lo que significa que debe ser de un rango similar.

—Maki —lo llama Oikawa Tooru con una tranquilidad que roza en lo ridículo al estar en una situación así. El hombre frente a él, por otro lado, solo levanta su dedo apuntando hacia el techo.

—Están arriba. Hay toda una fiesta ahí y no nos invitaron.

Arriba, dijo.

O sea, ¿en la azotea?

Kuroo no tiene tiempo de seguir haciéndose preguntas cuando más miembros de Gu salen de-quién-sabe-dónde a alborotarlos. Son más de dos docenas, mientras que Seijoh solo ha llevado casi apenas una docena de hombres y hasta ese momento a Kuroo le parecía ridículo que Oikawa Tooru no llevara más refuerzos pero parece que ha llevado justamente a sus hombres más fuertes porque la manera en la que pelean sus hombres no es ni medio normal, en especial ese rapado de cabello teñido.

Es una bestia.

Aún así, los de Gu siguen siendo más, y por mucho que los de Itachiyama también pintan como aliados esa noche, de algún modo los hombres de máscara de zorro siguen llegando. Como si alguien los hubiera llamado o alertado.

—Vayan arriba. La puerta de la azotea está trancada. Los hombres de Komori están ahí —dice el hombre de apodo Maki, indicándoles el camino mientras corren, quedándose un poco atrás en espera de la aprobación de Oikawa tan pronto lo mira—. Me quedaré aquí y los retrasaré. Ustedes vayan y pásenla bomba por mí —Oikawa no dice nada, solo asiente antes de dirigir su mirada al otro moreno que tiene a lado, el que no es Hajime.

—Mattsun —quien inmediatamente entiende, riendo un poco, saliéndose de la multitud para ir hacia el hombre de nombre Maki.

—Sí, sí, yo me quedo con él.

Riéndose.

Kuro y su escuadrón de bebés no lo pueden creer.

¡Todavía se toman el tiempo de bromear en una situación así!

Ya de camino a los pisos superiores todavía se tienen que enfrentar a varios miembros de Gu. Esta vez Kuroo y su escuadrón de bebés no van a pasar inadvertidos por lo que pronto se unen a la pelea acalorada que apenas les deja un par de raspones para ser su primera vez enfrentándose a hombres de la mafia cara a cara.

Así, cuando llegan al piso donde se supone está la puerta trancada hacia la azotea, Kuro se topa con más máscaras de comadreja.

Las armas inmediatamente le apuntan a él y a sus acompañantes al no ser reconocidos obviamente pero cuando Oikawa Tooru aparece tras ellos, la duda solo crece, en especial en Komori quien es quien mayor rango tiene de sus hombres ahí, casi a la par del rango que tiene Iwaizumi Hajime.

—Oikawa Tooru.

—¿Por qué estás aquí? ¿No deberías estar con Kiyoomi? —pregunta Oikawa, serio. Con su elegante traje sin ninguna arruga ni polvo, casi parece como si ni siquiera hubiese golpeado a varios hombres de camino ahí. Antes de responder, Komori señala a Kuro sin entender, haciendo señas a Tooru para que explique acerca de su presencia ahí—. Ah, eso. Kiyoomi sabe de esto. Y de lo que me mandó a preguntarle a él.

Komori engrandece los ojos, confundido.

¿Que Kiyoomi hizo qué cosa sin consultarle a él-...?

—¿Qué cosa fue lo que te-...?

Aturdidos por una explosión que viene de pisos inferiores, pero que han sentido hasta ahí, parece que la necesidad de Komori por preguntarle a Oikawa acerca de lo que habla tendrá que esperar.

—¿Cuál es la situación? —se abre paso Hajime a un lado de Tooru y entre los hombres de Komori, quienes sólo ceden cuando él les indica, viendo como el hombre de cabello corto se acerca a la puerta.

—Está trancada. Osamu Gu trajo a Atsumu aquí. El tipo está desquiciado y nos sacó a mi y a mis hombres mientras amenazaba a Kiyoomi por medio de Atsumu.

—Si así es con su hermano, no quiero ser su enemigo entonces —bromea Yaku, recibiendo una mirada severa de parte de Kuro desde la parte de atrás. ¿Que no está viendo delante de quiénes están? —. ¿Qué? Ya de por sí todo esto está jodido. Imagínate cómo se va a poner cuando le digan que tiene otro dulce hermanito.

—Calla, Yaku —esta vez Kuro lo reprende verbalmente pero es demasiado tarde como para ocultar el hecho de que no solo le ha dicho los resultados de las pruebas que le dio Akaashi a Oikawa Tooru, sino que también ha quedado expuesto siendo una vieja chismosa al contarles a sus compañeros también antes de arribar a ese sitio—. A-Ah, so-solo les he contado un poco para que tengan contexto de lo que pasa.

—¿Qué otro hermano? —Komori es quien llega hasta él, amenazante, y aunque hay un hombre de Seijoh cerca de él para intervenir en caso de que intente golpearlo, Kuro, en lugar de hacerse a un lado o para atrás, se queda plantado ahí.

Por supuesto que recuerda a este otro hijo de puta.

Es la mano derecha de Sakusa Kiyoomi.

—Sigo sin entender por qué está involucrado este civil idiota en todo esto.

—Ya te dijeron, órdenes de Sakusa —habla esta vez uno de los hombres de Seijoh, el que Kuro recuerda que Oikawa llamó por el nombre de Kunimi cuando estuvieron en su departamento.

—Pues a mí no se me informó nada.

—Quizá no confía tanto en ti como para decirte —esta vez Kuro recibe un golpecito de parte de Yaku y Taketora mientras que de Komori, aunque no puede ver su rostro, sí que alcanza a ver cómo frunce el ceño con fuerza.

Genial, por eso es que su humor le cae mal a todos. Nunca sabe cuándo callar.

Bueno, él tampoco está emocionado por volverlo a ver. De hecho, no está tan emocionado de ver a toda esa multitud de mafiosos frente a él pero su sed y hambre de meterse donde no lo llaman es lo que lo llevó ahí en primer lugar.

Sí, no es muy democrático, moral , honorable y honesto de su parte tampoco el estar ahí y querer tomar parte de un lado de ese encuentro porque, de hecho, ambos bandos son igual de horribles pero-...

Una segunda explosión hace que sus pensamientos se interrumpan y se tenga que sostener de uno de los muros. En teoría, no debería haber problema por las tuberías de gas pues esa casa se ve deshabitada desde hace tiempo. ¿De dónde proviene entonces?

—Tooru —tras dejar el tema de la puerta trancada de lado, Hajime Iwaizumi se asoma por una de las ventanas al pasillo, viendo a más camionetas llegar—. Es Nohebi.

—Bien. Siguen llegando personas sin invitar. No podemos quedarnos aquí. Prioricen sacar a esos dos enamorados lejos de aquí —y con esos se refiere a Kiyoomi y a Atsumu, evidentemente.

—Genial. Espero quede en tu conciencia el habernos traído a morir aquí, Kuroo —oye a Yaku replicar, pero en realidad Kuro no demuestra tanto su nerviosismo en ese momento a cerca de eso a diferencia de la culpa que va a perseguirle toda la vida si algo malo le llega a suceder a sus chicos.

Tal vez no fue buena idea llevarlos consigo.

La respuesta llega a él en modo de desesperación al ver que ninguno de esos hombres puede abrir esa maldita puerta de metal, haciendo que su sentido de supervivencia y conservación se agudice y se regrese unos cuantos pasos por los pasillos hacia las habitaciones en busca de otra manera de llegar a la azotea.

La mayoría de estas habitaciones están cerradas pero no le importa, así que alejándose lo más que puede, embiste con la primera que encuentra.

—Mi-Mierda...Debí hacerle caso a Kenma y comerme las espinacas —bromea en un momento así. Afortunadamente, aunque él no puede abrirla con su cuerpo, Kai sí, entendiendo rápidamente lo que intenta hacer, siendo él quien lo intenta a continuación, lográndolo en el primer intento.

¡Dios bendiga a este fortachón!

El ruido pronto atrae a Komori, a Oikawa y a algunos de sus hombres mientras los demás siguen haciendo sus intentos en vano con la puerta de metal.

—¿Qué estás-...?

—¡Por ahí! —sin pedirles permiso realmente, Kuro y compañía llegan primero al borde de la ventana y solo él es quien saca la cabeza para mirar hacia arriba y ver si hay alguna forma de llegar a la azotea por ahí—. ¡Hay un cable!

Komori es quien está vez se asoma también, apartando a Yaku y a los hombres de Kuroo para asomarse a un lado del de cabello negro. Obviamente él está mucho más desesperado que todos los presentes por llegar a Kiyoomi y Atsumu.

—Debe de ser de un carrete que dejaron ahí cuando pararon las construcciones aquí —todavía recuerda la ridícula ampliación de la parte izquierda de la mansión de su tío hace años, misma que quedó inconclusa luego de todo lo que sucedió con Atsumu. El hecho de que varios muebles estén igual cubiertos es porque algunas áreas comenzaban a ser intervenidas, mismas que se quedaron en obra negra, por lo que es normal que incluso haya algunos andamios en las paredes de la fachada posterior de esa parte de la casa—. Ahí. Podemos sostenernos de ese andamio.

—¿Estás loco? Esa cosa se ve viejísima y oxidada —aclara Yaku asomando su cabeza junto a Taketora y Kai desde la ventana contigua.

—Es la única de alcanzar ese cable y subir.

—¿Y si no está amarrado a nada? Es caer y morir desde esta altura.

—Qué miedoso estás de pronto, Yaku —dice Kuro, metiéndose solo unos segundos dentro de la habitación para resguardar su arma en la sobaquera, antes de treparse al borde de la ventana y colocarse en cuclillas para salir. En medio de los reclamos embravecidos de Yaku, mismos que quedan aplacados por disparos que se escuchan ya en el piso en el que están, Komori e Iwaizumi imitan a Kuro desde las dos ventanas contiguas a la de él—. ¿Qué creen que hacen? Yo puedo solito.

—¿Crees que le voy a confiar la vida de mi líder a un desconocido que le rinde cuentas a la policía?

—¡Yo no le rindo cuentas a-...! —más disparos. De acuerdo. Kuroo puede estar conforme por ahora con formar equipo con un par de mafiosos—. ¡Hey, Oikawa, un solo rasguño a mi "Baby Squad" y me salgo de tu juegüito!

—¡Kuro, qué coños-...! —el grito inconforme de Yaku deja de oírse claro, al igual que todo lo que sucede en pisos inferiores. cuando logran alcanzar ese andamio tambaleante y sujetan el cable, asegurándose primero que sea seguro al tensarlo, comenzando a trepar.

—¡¿Qué ves?!

—¡¿Ah?!

—¡¿Que qué coños ves?! —todavía que es el primero en subir y se tambalea como una piñata ¿quiere que lo oiga claro con el tremendo ruido que hacen las enormes hélices de ese helicóptero?

Sí, bueno, las cosas no deben de pintar nada bien ahora que los amenazados son los hermanos Gu por ese...Ah, ese debe ser el tal Rintaro. Se ve desquiciado. No pues...no cabe duda que son familia entonces.

A ninguno de ellos les importa mucho si gritan o hacen ruido, la verdadera cuestión es que deben de ser sigilosos para no ser vistos.

Hajime es el primero en ubicar la entrada de la azotea, ahí donde la puerta está trancada. Es evidente que si quieren recuperar a Kiyoomi y a Atsumu y salir de ahí, no van a poder hacerlo de la forma en la que ellos treparon. Tienen que destrancar esa puerta a como dé lugar pero primero tienen que alejarlos a ellos dos de la mira de los francos que les apuntan.

—¡Lancemos algo al helicóptero! —Kuroo frunce el ceño, enfadado de no poder oír casi nada con ese ruido, viendo como Komori abre la boca una y otra vez como un histérico pero sin entenderle una mierda.

—¡¿Qué?!

—¡Que lancemos algo a las putas hélices! ¡Tú eres un policía! ¡¿No?! ¡¿Que no tienen granadas de humo o algo que-...?! —Hajime, siendo más de decisión que de planeación, logra encontrar una oportunidad para acercarse y cubrirse con uno de los tinacos que hay ahí solo unos segundos antes de cerciorarse de que sus ojos chocan con los de Sakusa cuando ya está abalanzándose contra Atsumu, para protegerlo con su cuerpo, mucho antes de que este se haya dado cuenta de todo por sí solo.

La granada de humo que Hajime lanza se la arrebata a Kuro de los compartimentos que trae en su sobaquera, pero no aventándola hacia las hélices pues la distancia es demasiada, sino lanzándola justo encima de la cabeza de Rintaro, a una distancia apropiada para apuntarle con su arma y darle justo en el medio, haciéndola explotar en el aire.

El gas se dispersa en segundos, saliendo disparado hacia todos lados pero principalmente sobre Rintaro y muy cerca de los hombres que están a las puertas del helicóptero, cegándolos el tiempo suficiente para salir de su escondite.

Con las señas de sus dedos apuntando a Komori y a la puerta, Hajime se desplaza hacia Sakusa mientras los otros dos lo hacen hacia la puerta comenzando a disparar para que la cerradura ceda.

Y mientras eso sucede, Atsumu finalmente puede tocar a Kiyoomi.

—¡Ki-Kiyoomi! —Atsumu grita su nombre y es la primera vez que también lo llama así pero Sakusa detesta que sea de esa forma tan angustiada.

Cuando lo ha empujado contra el suelo ha tenido cuidado de sostener su cabeza para que no se golpee contra la dura superficie pero también ha sentido como Atsumu lo ha abrazado con fuerza y ha envuelto su espalda como si no quisiera apartarse de él.

—Kiyoomi...Kiyoomi... —Está temblando, tiene el rostro enterrado en su pecho, repitiendo su nombre un montón de veces. Ignorando por completo la contienda que se está llevando en ese momento. Si se aferra a Kiyoomi de esa forma, siente que nada va a pasar, aunque quizá está siendo muy optimista considerando que-...

—¡Levántense! ¡No podemos quedarnos aquí! —grita una voz desconocida a unos metros de él y lo único que hace Atsumu es encogerse en el abrazo férreo que Kiyoomi le sigue dando aun cuando ambos se ponen de pie a tropezones.

De a poco los sonidos vuelven a bombardear sus oídos y pronto el ruido es insoportable.

Las hélices siguen haciendo lo suyo pero también se alcanzan a oír muchos disparos. El alboroto que hay ahí apenas es digerido por él cuando capta realmente lo que sucede.

—¡E-Espera! —varios brazos están tirando de él para sacarlo de ahí ahora que la puerta ha sido destrancada, incluido el brazo de Kiyoomi que rodea su cintura y lo protege con su cuerpo de todo y de todos.

—¡Ningún espera! ¡Tenemos qué-...! —Komori calla cuando recibe una mirada dura de parte de Kiyoomi, no entendiendo de buenas a primeras por qué Atsumu se ha detenido hasta que vuelve su mirada hacia atrás.

"¿Qué pasará con él?", quiere preguntar Atsumu a pesar que las heridas que tiene en su rostro y en todo su cuerpo, han sido propiciadas por él. Por Osamu.

Por el hombre que se hace llamar, todavía, su hermano menor.

Kiyoomi solo lo mira angustiado y aunque no logra comprender cómo la rabia que siente hacia Osamu Gu no es la misma que debería estar sintiendo Atsumu ahora, no puede prometerle nada. Después de todo, su prioridad no es él, es Atsumu.

Siempre ha sido Atsumu.

Y siempre será Atsumu.

Lo que le pase a Osamu Gu a partir de ahora, le tiene sin cuidado pero difícilmente podrá ignorarlo si los ojos de Atsumu, aun con varias partes de su rostro escarchadas de sangre seca y de hinchazones, todavía están clavados en él. Su voluntad, su cuerpo reconoce...y todavía le hace preocuparse por alguien que no lo merece.

—Tenemos que irnos —es lo único que dice Kiyoomi cerca de su rostro herido, casi en su oreja, teniendo tantísimas ganas de acariciar y besar sus heridas justo ahí pero sabe que no puede aún. Aún no salen del peligro. Tiene que sacar a Atsumu de ahí a como dé lugar.

—¡Sakusa! —era obvio que el gas iba a dispersarse pronto así como también era obvio la tremenda estupidez que era quedarse ahí como una estatua creyendo que ninguna bala los alcanzaría.

Cuando Atsumu ve la sangre de Kiyoomi saltar sobre sus ojos, reacciona y tiembla al mismo tiempo, abrazándolo contra su cuerpo por el impacto. La bala iba directo hacia Atsumu pero Kiyoomi se ha metido, recibiendo el impacto él.

Le ha dado en el brazo pero eso no le impide a Kiyoomi usar el otro y comenzar a disparar hacia Suna quien emerge de la neblina como un desquiciado para luego cubrirse de las proyecciones continuas que Sakusa le manda.

—¡Seijoh también está aquí, hay que irnos! —grita uno de los hombres de Gu que se han declarado en contra de Osamu, evidenciando lo obvio —. ¡Nohebi también! —ante el anuncio, tanto las miradas de Kiyoomi y Rintaro se encuentran mientras se apuntan y se disparan ferozmente. Para este punto Atsumu ya no está pensando en nadie más que no sea en Kiyoomi, quien lo abraza con fuerza mientras no deja de disparar y cubrirlo con su cuerpo a pesar de que tiene una bala incrustada en uno de sus brazos —. ¡Jefe Suna! —gritan sus hombres y es evidente que la retirada es necesaria. Aún así, Rintaro no deja de disparar, desviando su atención en Atsumu tanto como puede pero siendo frustrado por la forma en la que Kiyoomi se mueve con él a pesar de que lo ha herido.

¡Ese cabrón! ¡¿Cómo puede ser tan escurridizo para-...?!

El ruido del carrete de cable siendo tensado atrae su vista y también su puntería hacia el borde de la azotea, ahí de donde Kita Shinsuke sostiene de la cintura a Osamu Gu para saltar con él y escapar.

"¡No!", piensa, apuntando a Osamu ahora.

Si lo deja ir, entonces su padre descargará su ira contra él.

Cuando Atsumu lo ve apuntarle a Osamu, sin embargo, el instinto salta primero.

Arrebatándole el arma a Kiyoomi, sin ninguna experiencia que crea tener con ella, dispara. Y con un solo disparo, da justo en el la mano de Rintaro, reventándosela. Los gritos que da, al igual que las maldiciones, son incluso más ruidosas que las hélices. De inmediato los puntos rojos que antes les apuntaban vuelven a ellos pero sabiendo que no está solo, solo deja que la lluvia de disparos pase por encima de su cabeza, concentrándose en Kiyoomi de nuevo.

Esta vez, es él quien lo toma del brazo y lo arrastra consigo hacia las escaleras donde Komori y más hombres lo esperan y los llevan por los pasillos.

¿Por qué-...? ¿Por qué ha hecho eso?

La mano arde y le pica por la sensación de haber sostenido el arma pero ahora siente que todo le da vueltas y tiene ganas de vomitar.

Kiyoomi, sin embargo, nunca lo suelta, ni siquiera cuando tienen que abrirse paso contra los hombres de Nohebi con los que se topan en el camino. Lo mira de reojo, y no puede creer que él esté ahí, en medio de la manifestación más cercana al miedo real que ha sentido jamás, y de la mano de ese hombre.

Está sangrando pero para Kiyoomi no parece ser nada cada que tira de él de tal manera que siempre va adelante para protegerlo.

Se fija en él durante todo el camino en el que ensordece el sonido de los disparos, los gritos y el rugido de los motores de varios vehículos hasta que finalmente parece que su cuerpo no puede más. Llega a su límite y sus piernas no responden en el segundo nivel y cae, siendo rápidamente sostenido por los brazos de Kiyoomi al verlo desvanecerse. No sabe en qué momento sucede exactamente pero aunque Atsumu no ha perdido el conocimiento, es como si un interruptor hubiese sido apagado en él, arrebatándole todas sus fuerzas.

—¡Atsumu!

—¡Cárgalo! —escucha voces pero todas pasan por un filtro al igual que las siluetas borrosas que apenas alcanza a notar por lo entrecerrados de sus ojos.

Kiyoomi lo carga, por supuesto.

Y ese aroma que lo inunda, proviene de él. Incluso en una situación así, solo quiere pensar en él.

El cómo logran salir de ahí, no lo sabe realmente. Atsumu solo sabe que está sumamente cansado, que ya no tiene las fuerzas que tenía hace rato y que Kiyoomi no ha dejado de abrazarlo, arrullarlo y de murmurarle cosas al oído una vez que se montan a uno de los vehículos y se ponen en marcha rápidamente.

Todo en él se sacude.

Todo en él da vueltas.

No ha perdido por completo la conciencia pero falta poco para que lo haga.

No quiere dormirse.

Quiere oír lo que Kiyoomi tanto repite.

¿Qué es eso que tanto susurra en su oído?

—Kiyoomi-... —alcanza a murmurar, pero débil, siendo apretado un poco más.

—Estoy aquí —aprieta su mano, y Atsumu jura que siente como la ha besado.

Sí, está ahí.

Kiyoomi está ahí. A su lado.

La emoción que siente al saber que esta vez no fue abandonado, hace que de nuevo los ojos se le llenen de lágrimas sin razón. Porque esta vez, alguien está ahí.

Él fue.

Él llegó.

Quiere oírlo un poco más, pero está tan agotado y destrozado mentalmente que poco a poco su cerebro se va desconectando hasta que sus ojos, enrojecidos de tanto llorar, se cierran finalmente.

Atsumu solo quiere salir de ahí.

Solo quiere que, por favor, lo saque de ahí.

.

II

.

Lo último que recuerda es sentir su cuerpo apoyado sobre el de Sakusa Kiyoomi, quien a su vez, lo abrazaba con fuerza.

Ese es el primer recuerdo que tiene tan pronto abre los ojos y se sabe dentro de una habitación.

Está vendado por lo que ve al levantar lento y débil los brazos. En su rostro hay más peso del que debería, quizá por la hinchazón y los apósitos colocados ahí.

Por un momento, la confusión le invade. No sabe qué hace ahí ni porqué tiene tantas heridas y el cuerpo le duele mucho hasta que su mente se aclara e inmediatamente los ojos se le llenan de lágrimas recordando los acontecimientos que ocurrieron antes de que se desmayara.

Su expresión cambia y ahora está cundido de tristeza, dolor y angustia. Se siente alarmado de pronto sabiéndose de regreso en Itachiyama, como un asalto de adrenalina que rápidamente se traduce a un zumbido en los oídos que no cesa hasta que se sujeta la cabeza y la sangre se le enfría.

Esa sensación de anticipar el peligro y de vértigo, no la había sentido en mucho tiempo.

Segundo a segundo el zumbido se amplifica y en poco tiempo ya está corriendo al baño para vomitar todo ahí. Todo y a la vez nada porque ¿cuándo fue la última vez que probó un bocado? Se aferra a los bordes de la taza como si su corazón se fuera a salir de su pecho y sus ojos se fueran a secar llorando cataratas.

Está a salvo, sí, pero que esté vivo no significa que el dolor haya acabado.

Al contrario, se siente peor.

Tambaleante, abre la llave de la regadera, sin importarle que su sonido vaya a alertar a alguien anunciándole que ya ha despertado, y solo se mete ahí perdiendo la noción del tiempo desde que su cuerpo resbala por las losetas hasta quedarse sentado ahí.

Bajo el chorro de agua fría no puede decir que se sienta mejor, pero el sonido, al menos, hace que sus propios pensamientos en forma de gritos no lo atormenten hablando todos a la vez.

Quiere que se callen.

Que paren de hablar como si todos tuvieran la razón.

Cuando sale de la regadera, todas las vendas están arrugadas, encogidas y, por supuesto, humedecidas y algunas tienen manchones rojos y cafés pero ninguna herida física duele tanto como la que hay dentro de su pecho.

Alza los ojos justo cuando pasa por el lavabo y no puede creer que ese sea su reflejo en el espejo.

Está destruido.

Y de nuevo las lágrimas comienzan a bajar.

Si se queda ahí, escondido, ¿alguien irá por él?

No hace falta que monte una escena dramática en la que se permita romper todo y se quiera cortar las venas con algún trozo de vidrio porque, de hecho, cree que ya lo hizo hace mucho tiempo. Quizá muchas veces.

La primera vez que vio esas cicatrices blancas adornando sus muñecas pensó que quizá había tenido un accidente. Ahora sabe que no es así. Que quizá, simplemente, intentó morir. Y no se culpa...porque quiere volver a intentarlo ahora. Pero es tan miedoso que no tiene el valor de pensarlo de nuevo.

Él no es...Él no puede ser la persona que ese hombre dijo que es.

Levanta el rostro de nuevo y ese otro Atsumu está ahí. Y le aterra tanto ese reflejo más que el anterior que solo sale del cuarto del baño y vuelve a terminar en el suelo con las piernas encogidas y la espalda contra la puerta.

De nuevo no sabe cuánto tiempo dura en esa posición pero a juzgar por la forma natural en la que la luz de afuera ha ido apagándose, ya es de noche de nuevo.

¿Por qué se encuentra solo?

De pronto siente que añora la presencia de alguien más. Quien sea. Alguien, tan siquiera, que le preste su hombro para llorar y pensar.

No.

No puede ser cualquiera.

Como si su mente fuese sacudida de todos esos pensamientos devastadores que ha tenido a lo largo del día, piensa en Kiyoomi.

De pronto quiere volver a llorar, sintiendo cómo su labio inferior tiembla como un bebito asustado. Y la verdad es que lo está. Se siente tan asustado y tan solo que está obviando, por el momento, todos los pensamientos que ocupan su cabeza ahora y solo quiere verlo a él.

Como puede se levanta y va hacia el clóset y se coloca lo primero que salta a la vista. No le importa si todavía está húmedo por haberse metido así a la regadera, solo quiere salir de la habitación en la que se encuentra porque siente que las paredes han comenzado a encogerse.

Está descalzo, sintiendo una corriente helada atravesar todos sus huesos viniendo desde la planta de los pies pero no le importa.

La casa de Sakusa está...muy silenciosa.

O al menos lo es hasta que sus pies lo arrastran por sí solo al único lugar donde se imaginaría que Sakusa estaría. Durante los primeros segundos no escucha ningún sonido proveniente del interior, haciéndolo dudar de si entrar o simplemente regresar por donde vino a esperar que alguien haga acto de presencia en la habitación hasta que escucha un ruido seco, como de algo rompiéndose.

Finalmente la voz de Komori viene desde el interior, y con ello Atsumu es incapaz de moverse de ahí, haciendo lo que se le da mejor: oír a escondidas.

No puede verlos porque están a puertas cerradas pero el ruido seco ha sido la navaja de Semi chocar contra la superficie de un escritorio.

Kiyoomi no se mueve porque está enfurecido. Enfurecido que, desde ayer que volvieron, no se le esté permitiendo estar con Atsumu más que para colocarlo sobre la cama viendo como Aone, Kanoka y Futakuchi se encargan de él. La parte en la que apenas ha rozado su rostro y le ha besa la frente apenas perdura en su memoria como un suspiro pues luego de eso ha sido prácticamente arrastrado fuera de la habitación para asistir a una reunión de emergencia entre los que puede decir son sus aliados.

Ha estado todo el maldito día en ello solo porque Komori no lo ha dejado en paz. Porque sus gritos y sus reclamos no han parado desde que regresaron de ese lugar. Y porque le recuerda que su título no está de adorno.

—Lo que has hecho no tiene justificación —de nuevo Kiyoomi no responde, solo camina con dirección a la puerta con intenciones de salir, sintiendo como la paciencia ha escapado del cuerpo de Komori esta vez, sujetándolo con fuerza, haciendo que él responda a gesto agresivo de la misma forma—. ¡No vas a ir a verlo hasta que resuelvas esta situación!

—¡Komori!

—¡Komori nada! ¡No tienes idea del problema en el que te has metido! ¡En el que has metido a Itachiyama! ¡No puedes atacar a otro miembro de otra familia así como así! —Kiyoomi no lo quiere escuchar más así que simplemente se sacude el brazo pero el enojo en Komori es tanto que el siguiente movimiento que hace ya no es solo sujetarlo, es irse con todo lo que tiene sobre él y estamparlo contra la pared—. ¡Hiciste un juramento cuando te volviste líder! ¡¿O ya se te olvidó, maldita sea?! ¡La familia-...La familia es lo más importante! ¡La familia antes que cualquiera! ¡La familia antes que tú mismo!

"A veces, tienes que olvidar tus propios deseos. Lo que sueñas. Lo que aspiras. Para proteger a la familia, tienes que abandonar muchas cosas, incluso a ti mismo, Omi"

Kiyoomi recuerda eso, pero lo recuerda en voz de Atsumu. Sabiendo que el significado detrás de esas palabras, también es distinto.

Con sus ojos dorados dolidos por todo, lo que hasta ese momento, había visto y vivido. Aún así, se veía fuerte. Se veía imponente. Y se atrevió a sonreírle incluso si ese mandamiento carecía de sentido para él cuando se lo dijo.

Y es que él, cuando mencionaba la palabra "familia", no se refería a su grupo, a su clan, a sus seguidores ni mucho menos a su padre.

Se refería a Osamu.

Y al recuerdo permanente de su madre.

A lo que ella le enseñó.

A su familia.

A lo que era verdaderamente importante para él.

Todo lo que hizo, para proteger a todo aquello que amaba, se volvió su fuerza pero también fue lo que lo acabó.

Y murió solo, a pesar de que hizo tanto por demasiada gente...

La mirada que ahora confronta contra la de Komori, arde. Es roja y está llena de culpa y furia por oírlo hablar así. Él no lo entendería. Él no sabe que si se volvió una mejor persona, una persona distinta a su padre, a ese infeliz promiscuo y violador, fue gracias a la persona que él rompió.

La familia es lo primero.

—Vas a arder en el infierno si lo pones primero a él —como si le leyera la mente, Komori habla primero, pero los ojos de Kiyoomi son lava ardiendo en ese momento.

—Que así sea entonces —alzando su arma desde su ropa, Komori engrandece los ojos, atónito, cuando Sakusa se la coloca sobre el pecho—. Me tendrás que matar primero antes que de yo renuncie a él.

Cuando Komori pensó que buscaría entenderlo, lo decía en serio. Pero por más que piensa en el beneficio que le traerá a Kiyoomi seguirse involucrando con una persona como Atsumu, más se desespera.

¿Qué no ve las consecuencias de todo lo que ha sucedido en las últimas horas? ¿De qué le va a servir ser tan obstinado si para este momento Miya Harada ya debe saber acerca de que Atsumu está vivo?

Kiyoomi no está pensando con la cabeza.

Lo está haciendo con el puto corazón.

Aunque, si se pone a pensar un poco y asumir que Kiyoomi no es tan idiota como lo ve ahora, él, desde mucho antes, sabía a cerca de Suna Rintaro.

—Ese tipo...—brota de sus labios, desvaneciendo la fuerza con la que lo tiene sujetado del cuello de la camisa, oyendo como el arma cae a sus pies—. Enviaste a Oikawa a buscar a Kuro Tetsurou porque...sospechabas a cerca de Suna —ignorando el enojo que siente, por un momento, al recordar que Kiyoomi ni siquiera le comentó nada acerca de eso, se aleja un poco, dubitativo—. ¿Cómo lo sabías? —antes de que Kiyoomi le responda o siquiera tenga las ganas de hacerlo, Komori se responde solo —. ¿Atsumu? ¿Él...lo sabía?

No era una novedad el saber que solo la que la relación entre Atsumu y Suna, el asistente de su padre, era insostenible. De hecho Atsumu, durante su mandato, en el poco tiempo que gozó siendo el líder de la familia Gu, sus seguidores solo decían cosas buenas de él a pesar de la mala reputación que otras familias se encargaban de divulgar como agua.

Con todos parecía llevar una relación estrecha como líder y subordinado, excepto con Suna Rintaro.

Casi nunca podía quitárselo de encima pues era más lacayo de su padre que de él o de Osamu, y siempre estaba ahí para ser el informante de todo lo que él y su hermano hacían. Pero de eso a tener un motivo oculto acerca del por qué no lo soportaba, era-...

—Hay cosas que no sabes de él —dice Kiyoomi, y suena tan firme y leal que es hasta ofensivo oírlo. ¿Qué le está queriendo decir? ¿Que Atsumu Gu, aun después de supuestamente muerto, todavía le dejó un montón de sospechas casi resueltas?

Sí, bueno, puede que Kiyoomi tenga un poco de razón pero Komori no se la da toda.

Solo basta mirarlo para entender lo encendido que está teniendo esa conversación con él ahí en lugar de estar a un lado de Atsumu solo porque Komori no se lo ha permitido. Y ahora, mucho menos se lo va a permitir.

Atsumu, Osamu y Rintaro, hermanos...O medios hermanos mejor dicho.

¿Kiyoomi sabía de esto?

¿Hasta qué punto Atsumu Gu le había dicho cosas acerca de su familia? ¿Tanta confianza se tenían?

Komori incluso sospecha que con la información que ahora circula junto a la información que Kiyoomi tiene sobre la familia de Atsumu, podría ocuparse fácilmente de destruir a la familia Gu pero-...¿Por qué no lo hace? Si de por sí hace lo que se le viene en gana...Acaso, ¿lo hace por el propio Atsumu? ¿Por su amnesia? ¿Por qué no sabe cómo es que el chico va a reaccionar cuando recobre la memoria por completo?

Así que Miya Harada, además de creerse el merecedor absoluto de la familia Gu, no solo crío a su derrocador, sino también es un imbécil.

No.

No puede ser tan imbécil.

Él solo quiere quitar del camino a quien se lo obstruya. Lo hizo con su esposa. Pretendió hacer lo mismo con uno de sus hijos.

—Que estuvieran los tres ahí, no fue coincidencia ¿no es así? —Kiyoomi no responde, y honestamente Komori ya está harto de su silencio—. Respóndeme, maldición.

—Si ya lo sabes, ¿para qué preguntas?

—¿Y no pudiste compartir esta información conmigo?

—¿Para qué? Todo lo que hago te parece incorrecto de todas formas.

—¡No lo haría si me dijeras qué carajos pasa por tu estúpida cabeza! ¡Estoy cansado de que me ocultes cosas y me digas todo a medias! ¡Soy tu jodida familia, estúpido! ¡No soy un puto extraño!

Miya Harada no se mancha las manos. Él es más del tipo incitador y manipulador, siempre mandando a alguien más a hacer el trabajo sucio. Incluso su movimiento más reciente, sin contar lo sucedido hace unas horas, había sido hacer parecer un accidente la muerte de su hijo.

El hombre lo había criado como su arma solo porque le favorecía...hasta que Atsumu se volvió en su contra.

Por donde lo mire, los acontecimientos que rodean a los Gu, son solo problemas.

—No te involucres más con él, por favor—por eso, Komori insiste. Insiste en que piense en lo que está haciendo. Kiyoomi ya lo arriesgó todo una vez. No quiere volver a verlo deshecho y herido al punto de casi morir. Es su familia. La única que le queda. No quiere perderlo—. Él quiso asesinarte. No puedes olvidar eso.

—Fue su padre quien lo obligó. Se lo ordenó porque estaba amenazando con lastimar a Osamu.

—¡Y aceptó lastimarte a ti a cambio!

—¿Y lo hizo?

Komori se queda mudo.

No lo puede creer.

Que Atsumu no haya tirado del gatillo aquella vez no significa que no lo pensara. Después de todo, lo único en la mente de Atsumu Gu en aquél entonces debía ser su hermano menor, no Kiyoomi, ni en el juego de los dos trágicos enamorados que tenían cada que se veían a escondidas.

¿Por qué no lo ve?

—Kiyoomi, por el amor de Dios... ¡Él solo se acercó a ti porque eras hijo de mi tío! ¡El hijo de su abusador! ¡No creerás que desistió al final, y prefirió morir él a matarte, porque te amaba de verdad! ¡Despierta! ¡Verte a ti debió ser un martirio! ¡Era verlo a él en til! ¡Incluso ahora, tantísimo es su amor por ti que él ni siquiera te recuerd-...!

La verdad no es inconclusa ahora, al menos no para Atsumu en todo el tiempo que lleva escuchando esa conversación solo, lloroso y tembloroso del otro lado de la puerta sin atreverse a abrirla, hasta ahora.

Los colores se le van al piso cuando los ve a los dos de pie, viendo la sorpresa en los ojos de ambos pero más que nada concentrándose en el rostro de Kiyoomi. Komori solo cierra los ojos, sintiéndose ligeramente arrepentido de lo que hace segundos ha brotado de su boca pero Atsumu ni siquiera se molesta en mirarlo a él mientras camina deshecho, casi arrastrando los pies, hacia el interior del estudio, quedando frente a Kiyoomi.

Es increíble la forma en la que toda la expresividad de Kiyoomi cambia por completo tan pronto lo ve, y cómo sus ojos se bañan en culpa y dolor viendo el estado en el que Atsumu se encuentra delante suyo.

En cómo toma, todavía, pedazos de sí mismo y de valor, para confrontarlo.

Es tan fuerte...aunque justo ahora, delante de sus ojos, esté despedazado.

Es obvio que los ha escuchado.

Y ya no hay nada que Kiyoomi pueda hacer para detener su dolor.

—¿Es verdad-...? —su voz sale ronca de su garganta, principalmente a lo dañada que está por los gritos y la tortura que recibió hace apenas unas hora pero incluso si no lo estuviera, saldría rota igual—. Todo lo que acaban de decir...Todo lo que tú acabas de decir...—Atsumu hace una pausa, solo porque las lágrimas y la presión en su garganta se acumulan tanto que necesita detenerse a respirar un poco antes de continuar. Antes de soltar la pregunta que siempre rondó en su cabeza pero nunca creyó que sería real—. Yo-...¿Yo era esa persona? ¿La persona...a la que tu padre no debió tocar?

Kiyoomi contiene la respiración, y hay un brillo extraño en sus ojos que aunque Atsumu quiere pasar por alto, casi puede decir que está a punto de llorar.

Que no le diga nada.

Que le mienta.

Por favor.

—Sí...

De nuevo, siente el miedo y el desconsuelo atrapado en su pecho, lo cual le ocasiona que deje de respirar por unos segundos en los que no sabe si va a morir o simplemente el dolor, en algún momento, va a pasar.

El resto, solo son sus ojos cerrándose mientras se desmaya.

El resto solo es saber que no puede sentir, que no puede desear.

El resto solo son sombras que se desbordan encima suyo, como si no fuera suficiente tanta maldad hacia él.