.

.

Como si hubiéramos sabido que habría historia

.

.

—¿A dónde tenías planeado enviarme?

—¿Eh?

Ese parecía ser un buen momento para recordar que, hace tan solo unas noches atrás, Kiyoomi estuvo a punto de enviarlo a quien sabe dónde lejos de él.

Y con lejos, seguramente, se refería a muy, muy, lejos.

¿Cómo pretendía hacerlo?

¿Planeaba sedarlo o hacerlo tomar algo para adormecerlo para que así no pusiera resistencia ni supiera qué estaba pasando?

Atsumu se imagina en un vuelo, completamente solo, con la conciencia perdida pero con su cuerpo sintiendo el abandono mismo que se reflejaría en lágrimas de las que no sería consciente tener hasta que volviera en sí y sintiera todo su rostro húmedo.

Imaginarse en un escenario así habría sido duro.

Habría gritado y habría insultado a Kiyoomi de mil formas al darse cuenta de lo que había hecho. Pero si él creía que se iba a quedar sentado de brazos cruzados, aceptando la nueva vida e identidad que tenía preparado para él, estaba equivocado.

Atsumu no se habría quedado sin hacer nada.

Habría luchado.

Habría hecho lo imposible por volver.

Después de todo, lo lleva en la sangre.

Después de todo, él no es, para nada, una persona débil de la que puedan prescindir fácilmente.

Ese día se cumplen dos semanas y dos días exactos de lo sucedido en la mansión Itachiyama. Los suficientes para que Atsumu se sienta cada vez más listo para escuchar lo que Sakusa tiene qué decir.

Era evidente que luego de pedirle a Kiyoomi, por fin, la verdad a cerca de ellos, tras hace un par de noches y luego de la visita de uno de sus conocidos —mismo que descubrió que le había salvado la vida—, no se la diría en ese momento.

Atsumu quería oírla a como diera lugar pero Kiyoomi no iba a acceder a que se desvelara toda esa noche escuchando su historia si eso se traducía a que, a la mañana siguiente, pudiera repercutir en su salud.

Por eso, esperaron.

Esperaron a que la influencia de la visita de Iizuna no fuera el motivo real por el cuál Atsumu se sintiese tan inquieto por saber.

Aunque, bueno, puede que incluso ahora esa influencia sí sea parte de la razón por la que quiera oír la verdad de boca de Kiyoomi pero en mayor parte es el deseo de Atsumu por saber sobre ellos solamente.

Luego de oír parte de los hechos de boca de Iizuna, a Atsumu no lo ha dejado dormir el querer saber acerca de Kiyoomi y él. Escuchar todo eso, al igual que la historia de los chicos de La Faire, le han ido formando una imagen de sí mismo que, honestamente, todavía se le hace difícil de imaginar.

Por otro lado, está todo lo que Kiyoomi ha hecho por él y por los suyos durante este tiempo que estuvo perdido.

Eso sin obviar la fuerte atracción que hay entre ellos desde el día en que se volvieron a reencontrar. Y no solo es la atracción en sí, cada que está con él, cada que pasan las horas y descubre más cosas sobre ambos, siente que va sanando de a poco.

Que estén tomando el primer desayuno juntos, luego de semanas, es un gran avance pero Atsumu también lo siente como un retroceso de solo imaginarse que han vuelto a las mismas circunstancias y al mismo punto en el que antes desconocía absolutamente todo acerca de él.

No quiere ser exigente ni pretencioso, pero está un poquitín ansioso por saber.

Aunque ahora haya sido él mismo quien haya evadido tocar ese tema por otro que también siente necesitan aclarar.

—Italia —Atsumu detiene su bocado de fruta, bajando el cubierto de nuevo a la losa para mirarlo. ¿Enserio? ¿Planeaba sacarlo del país? Su expresión se horroriza—. Tengo varias propiedades allá. Iba a poner una a tu nombre y-... —Atsumu suelta una risita sátira, entremezclando ironía, impresión y enfado en su voz antes de hablar.

—¿Es enserio? ¿Planeabas poner una propiedad a mí nombre así nada más? ¿Sin casarnos antes? —desde luego, todo eso lo dice con molestia. No está para nada feliz ni agradecido de oír eso—. De modo que pretendías que me la pasara toda la vida esperándote ahí mientras tejía suéteres y bufandas —ante lo pretencioso que ha sonado eso, la realidad en los ojos de Kiyoomi es un duro golpe cuando Atsumu finalmente entiende que eso ni siquiera estaba en discusión—. Tú...No ibas a ir por mí ¿cierto?

—Alejarte de todo esto, darte otra oportunidad de comenzar una nueva vida, era algo que constantemente deseabas antes de que perdieras la memoria —Atsumu emite un sonidito en réplica, sintiendo de pronto que el desgraciado de esa mala planeación es él mismo y no nadie más.

—¿Y qué hay de ti? ¿Tú ibas a estar bien con que yo me fuera? —esta vez es Kiyoomi quien tuerce una sonrisa pesarosa—. ¿Qué?

—Te fuiste muchas veces de mi lado sin que me lo dijeras. Estoy acostumbrado —Atsumu entreabre los labios, sorprendido y mortificado de pronto. La risa que escapa de los de Kiyoomi a continuación, sin embargo, alberga pena y desconsuelo también—. No. Miento. Nunca estaré acostumbrado a que te vayas y te alejes de mí pero-...—hace una pausa, de nuevo haciendo eso que Atsumu últimamente odia que haga, dejar sus sentimientos de lado y en pausa para pasar a hablar de otra cosa—. En el pasado no esperaba que me comunicaras las cosas tampoco. Tú siempre fuiste así desde que te conocí. Nunca decías lo que pensabas ni mucho menos lo compartías con alguien.

¿Así cómo? ¿Así de individual y estricto consigo mismo como para no pedir el apoyo de nadie? La expresión que hace Kiyoomi no es de alguien que mienta, ni de que esté exagerando pero significa entonces que ¿más que estar en una relación recíproca, siempre era él quien consumía y arrastraba a Kiyoomi a las consecuencias de sus acciones?

—Por la forma en la que dices todo esto y te refieres a mí...parecía que era más tu debilidad que otra cosa.

—Lo eras. Y lo sigues siendo —Atsumu está listo para disculparse pero Kiyoomi, que continúa hablando, hace que la sensación vana de sentirse culpable se desvanezca casi al instante que lo oye decir:—. Eres mi debilidad pero también eres lo que me hace más fuerte.

Ser fuerte, ya no es tu única opción.

Eso le había dicho Kiyoomi hace unos días.

En ese momento no había sido capaz de interpretar correctamente eso. Acerca de cómo parecía que, en el pasado, no había otra opción más para él que serlo para así evitar salir lastimado. Pero incluso si no lo hubiera sido, incluso si solo hubiera sido una persona normal, para Kiyoomi iba a ser lo más importante.

Al menos eso es lo que asume ahora atrapando su mirada con la suya.

Pero ya no quiere asumir.

Quiere saber exactamente qué pasó con ellos antes de que terminara con una amnesia repentina.

Buscando su mano por encima de la mesa, Kiyoomi parece meditar ofrecer la suya también por unos segundos en los que Atsumu frunce el ceño malinterpretando su duda como si fuera un rechazo.

—¿Te doy...asco o algo así?

—No. Nunca —en respuesta, aunque es una respuesta un tanto tardía, Kiyoomi finalmente toma su mano, devolviéndole el apretón—. Soy yo quien debería darte asco.

—¿Por qué? ¿Has hecho algo para que piense que me debes dar asco?

—Solo mentir para protegerte —para Atsumu es claro a lo que se refiere, pero ni aún así su cuerpo tiembla o lo rechaza por el pensamiento de recordar hijo de quién es. Está avanzando mucho, o al menos eso es lo que Kanoka dice día con día viendo la forma en la que está digiriendo las cosas.

No sabe si eso sea bueno o malo, o si en realidad es una persona con una mente muy fuerte pero con Kiyoomi, por alguna razón, siente que hay cierta necesidad con él de querer protegerlo.

Casi como si fuera su instinto por ser el mayor de los dos.

O en realidad solo sea su cuerpo reaccionando únicamente a él.

No.

No es instinto.

Es algo más profundo.

Una conexión que tiene con él que no se explica pero quiere saber ya.

—Te creo —dice, ahora el rubio apretando su mano—. Si queremos que esto funcione, tienes qué empezar a decirme todo. Sin importar si me duele o no. Después de todo, te tengo a ti ahora para dejar de ser fuerte por un rato y que tú me sostengas si caigo ¿no es así?

Viéndolo así de decidido, para Kiyoomi es un buen momento para recordar a Atsumu Gu a través de él. Son la misma persona, después de todo, aunque en aquél entonces la salud mental del hijo mayor de Miya Harada estaba por los suelos.

Y es que cuando se referían a él, la gran mayoría veía una imagen de Atsumu Gu siendo oscuro, atractivo, sonriente y con las mejores habilidades desarrolladas como si en verdad hubiera nacido así.

Cuando en realidad era un chico al que se le había obligado a madurar para sobrevivir.

—Nos conocimos en una fiesta. Al menos ahí fue donde yo te vi por primera vez.

Un chico con un sombrero plano, ropa oscura y una sonrisa segura encubriendo todo lo que le sucedía.

Para todos, una mala influencia y un poderoso criminal.

Para Kiyoomi, solamente el hombre al que toda la vida iba a amar.

.

I

.

Vuelve a tener ese sueño de nuevo.

Ese sueño en donde luego de salir de la habitación de Sakusa Yoshiaki, lo único que desea es que alguna catástrofe se lo lleve a él y a toda la humanidad de paso.

Siempre ha sido algo dramático, lo era más cuando era pequeño, aunque ahora que es mayor su único deseo es que la obra en la que aparece como el ser más desgraciado e infeliz, concluya.

Sea con él vivo, o muerto, aunque prefiere la segunda opción.

Al amanecer no hay día en el que no maldiga estar vivo a pesar de que en algunas ocasiones se mire al espejo y sienta que la costumbre de los años han hecho que su cuerpo y mente haya aceptado ser el juguete sexual de Yoshiaki porque de otra no tiene.

Y no se trata de una cuestión de ver si ahora tiene la fuerza para matarlo. De ver si ahora que ha crecido es tan letal como dicen que se ha vuelto con el brutal entrenamiento al que ha sido sometido todo este tiempo.

Si por él fuera, ya habría ideado un plan para cortarle la garganta mientras duerme, pero no se trata de eso.

Es cuestión de poder.

Actualmente Atsumu no está tan en la cima como le gustaría.

Si lo estuviera, Sakusa Yoshiaki habría dejado de respirar hace muchísimo tiempo y él, al menos, habría gozado de una pseudo libertad luego del daño irreparable que ese monstruo le ha hecho durante tantos años. Ese daño no se va a borrar jamás, pero al menos se sentiría más tranquilo de saber que alguien como Yoshiaki ya no respira más en ese mundo.

Aún así, aunque Atsumu es considerado uno de los elementos más imprescindibles ahora dentro de su familia, su posición aún no es tan alta como lo es la gente como su padre y el líder de Itachiyama.

Su prestigio como miembro de sangre de los Gu, desde luego le han otorgado cierto poder y cierta posición, pero no ese tipo de posicionamiento que Atsumu desea para liberarse de una vez por todas. De hecho, él no quiere tal posicionamiento para gobernar. Él solo quiere salir corriendo de ahí y liberarse de los grilletes que hay en tobillos y muñecas desde que tenía diez años.

Despertar cada mañana con la realidad estrellándose en su cara, manifestada con almohadas y sábanas blancas, siempre ha sido la peor de todas. Porque siente que no ha cambiado nada de ese lado a pesar de sus múltiples esfuerzos por sobresalir y aplastar a todos.

Al menos sabe que si un día muere, todo acabará.

Es una idea muy tentadora y muy retorcida la que tiene acerca de lo que vendrá el día en que muera. Su madre, por ejemplo, encontró paz así ¿no?

—Traje tus favoritas, omma(*). Son para que NoMeOlvides, ¿recuerdas? —dice él a ella y no al revés. Atsumu piensa que su recuerdo o el recuerdo de lo que era antes de crecer y sufrir lo que ha sufrido, desaparecerá el día en el que él muera y ya nadie pueda recordar a la persona que más amó hace mucho tiempo: su madre.

Por eso es que, quizá, resiste a permanecer en esa vida porque sabe que si muere, nadie le llevará flores a omma.

Deja el ramillete de flores azules ahí, a un lado de la lápida y del jarrón con agua que también tiene un ramillete de flores similar al de él.

Distiende una sonrisa débil dándose cuenta que su pensamiento anterior ha estado un tanto errado. Por supuesto que aún queda una persona que le llevaría flores a mamá y, quizá, también a él.

Atsumu no tiene necesidad de voltear ante la presencia de alguien más cuando vuelve a ponerse de pie frente a la tumba de su madre, porque en cuanto se vuelve a colocar de pie, hay una figura parecida a él flanqueando su lado derecho.

No le ve el rostro por la máscara de zorro que lleva puesta pero sonríe aún así. Y la sonrisa se ensancha cuando esta persona le extiende otra máscara parecida a la suya.

—La olvidaste —dice Osamu a su derecha, refiriéndose a la máscara, serio pero suave a la vez, como la fuerte brisa acariciando apenas las flores y hojas de ese lugar—. Creí que olvidarías su aniversario también.

—Puedo olvidar la máscara, después de todo no significa nada para mí, pero nunca a omma, Samu —Osamu solo lo mira de refilón algo disgustado por la forma en la que se ha expresado al símbolo y espíritu animal del que por años ha estado enorgullecido la familia Gu pero tampoco le dice nada cuando Atsumu se coloca su respectiva máscara y ambos se quedan en silencio por unos minutos más frente a la tumba de Gu Yeeun.

Es otoño.

Y antes de que caiga la última hoja del árbol que adorna su tumba y cenotafio, ambos se marchan.

Hay un auto dispuesto al bajar la colina esperando por ellos. En la puerta trasera está Kita Shinsuke, mientras que montado guardia alrededor del vehículo están otros dos hombres vestidos de traje, entre ellos, Rintaro Suna, tres años mayor que Atsumu y el mayor de los cuatro.

—Viniste antes. Estoy sorprendido —dice Atsumu, quitándose la máscara casi un segundo después de que se sube al auto y el cristal polarizado, que divide esa cabina del área del chofer y el copiloto, se termina de cerrar, dándoles privacidad.

A través de la suya Osamu parece reprobar esa acción porque ¿cuántas veces le ha dicho su padre que no se la quite ni siquiera delante de los demás subordinados?

Aún así, le da por su lado, suspirando. Kita y Rintaro permanecen callados, casi como siempre están cuando Atsumu se suma a ellos. No es por nada del otro mundo de hecho pues la mayoría conoce el horrible temperamento del que el hijo mayor de Miya Harada a veces peca cuando está de malas.

Nadie quiere meterse con él estando de mal humor aunque Osamu también asume que nadie quiere entablar conversación con Atsumu, ni estado de buenas tampoco, por lo excéntrico que es.

O es un diablo o a veces peca mucho de ser un payaso.

—El sorprendido soy yo. Ayer estabas en Tokio y hoy despiertas en casa como si nunca te hubieras ido de viaje. ¿Puedo saber cuál era tu prisa por regresar el mismo día? Pudiste regresar luego.

—Es el aniversario de omma, por supuesto que no iba a regresar un día después —replica Atsumu, aflojando un poco la camisa, desabrochando solo los dos primeros botones de la pulcra camisa de manga larga que esconde ese saco. A diferencia de Osamu y los demás, Atsumu odia las corbatas. Nunca las usa por mucho que su padre se enfade, y si ha de llegar a usarlas solo es en casos especiales.

—La lápida de omma no se va a mover de ahí, ni tampoco sus restos —la forma en la que Osamu dice eso, a pesar de que no hay ninguna mala intención o falta de respeto, hacen que Atsumu mire a su hermano con algo de dureza. En ocasiones le asusta la insensibilidad con la que habla, casi que le recuerda a su padre—. Peor va a ser si por apresurarte en regresar sufres un accidente.

—Tu hermano tiene razón. Si algo te ocurre, Osamu será el más afectado —interviene esta vez Kita. Pocas veces lo hace pero parece hablar mucho más que Rintaro.

Atsumu lo prefiere mil veces a él que a ese tipo. Desde que su padre lo llevó a vivir con ellos y lo afilió a la mafia como su subordinado, nunca le ha dado buena espina.

Como sea, reparar en él es una preocupación menor, honestamente.

Alargando sus piernas y extendiéndose sobre el mueble de centro que hay ahí, se concentra mejor en Osamu y Kita, mirándolos con circunstancia al reparar en la verdadera interpretación de lo que el de cabello blanco ha dicho hace unos segundos.

—¿Enserio? ¿Te pondrías triste si tu hermano mayor tuviera un accidente, Osamucchi? —Atsumu le ve a su hermano fruncir claramente el ceño, incluso a través de la máscara—. ¿O será que lo que quiso decir Shin-chan es que por mi culpa Osamucchi se pondría triste si algo me pasara? Wow, cuánta lealtad. De pronto me siento mal de que Shin-chan no me quiera tanto como te quiere a ti, Osamucchi.

—¿Puedes dejar de comportarte como un niño? —contrario a eso, Atsumu se muerde el labio inferior intentando retener la risa que le provoca ver las mejillas de Osamu colorearse ante la segunda pregunta.

—Qué envidiaaaaaaaa —añade, comenzando una discusión sin sentido. Una de las muchas que tienen siempre porque Atsumu se ensaña y Osamu cae tan fácil a pesar de esa seriedad que presume tener—. Quiero a alguien tan fiel como Shin-chan a mi lado.

—Sobre-... —Kita tose, ya habiendo aguantado él también, lo suficiente oyendo a ambos hermanos, dirigiéndose a Osamu un poco nervioso—. Sobre lo que te pidió tu padre que le dijeras.

—¡Ah, claro, ahora quieren cambiar el tema! —Osamu pasa de la queja infantil de Atsumu, acomodándose mejor en su asiento mientras tose un poco y se aclara la garganta antes de hablar.

—Enserio era mejor que te quedaras en Tokyo, Tsumu.

—Ya te dije que-...

—Hay que ir a Itachiyama —ante la noticia, Atsumu calla rápidamente—. No creas que ha sido idea mía. Papá quiere que asistamos en su nombre.

—¿Por qué? —pregunta serio, con un tono de voz completamente abandonado a la risa y la satisfacción que hace unos segundos tenía.

—Yoshiaki Sakusa va a presentar a su heredero ante las demás familias. Aunque, bueno, esa es la excusa para solo montar una fiesta —ante el comentario añadido de más, Osamu voltea a mirar a Kita con circunstancia. A Atsumu ese momento le tendría que dar risa y tendría que guardarlo en su memoria para siempre pues Shinsuke nunca bromea, de hecho, rara vez sonríe, así que verlo ser irónico es algo sumamente divertido.

Sin embargo, no son ganas de burlarse, reírse y divertirse las que tiene ante ese acontecimiento.

En su lugar, sus manos comienzan a sudar y siente que su cuerpo se descompensa.

No puede ser que tenga que volver a ese maldito lugar otra vez en menos de 24 hrs.

¿Yoshiaki no tiene ni siquiera piedad con su cuerpo? Porque es obvio que el bastardo ha tenido planeado lo de la fiesta, seguramente, desde antes que se vieran hace unas horas.

Tsumu, ¿qué pasa? Estás pálido.

—Es el viaje. Quizá sí fue muy apresurado viajar tan rápido —miente, aceptando de buena gana una botella de agua que Kita le ofrece mientras Osamu se acerca a él con la intención de tocarle la frente para cerciorarse que no tenga fiebre, gesto que Atsumu rechaza bruscamente sin darse cuenta de que su mal humor ha escalado en cosa de segundos—. ¿Qué haces? Ya dije que fue el viaje —Osamu frunce el ceño ante la respuesta y la reacción.

—Qué genial. No llevas ni doce horas en Hyogo y ya vas de regreso a Tokio —esta vez es Rintaro quien habla, y honestamente Atsumu hubiese preferido que se mantuviera callado. Ahora no hace otra cosa que verlo con fastidio.

—Sí, cuánta diversión —responde, irónico y cortante, sosteniéndose la cabeza. Puta madre. Ahora le duele más—. ¿Y tenemos que ir los dos?

—De repente te acobardaste —contradice Osamu, todavía algo ofendido por la reacción de Atsumu hace un rato—. Como sea, por eso dije que era mejor que permanecieras en Tokyo. Te habría alcanzado allí —hace una pausa como si esperara que Atsumu fuera a decir algo pero no sucede—. Su hijo, Kiyoomi, está por cumplir los quince años y finalmente lo presentará a los demás.

—¿Es su ceremonia de iniciación? —pregunta Suna, curioso a lo que Kita solo niega.

—Es solo su presentación, su ceremonia ya ha sido hace años.

—Es cierto que al chico, luego de su ceremonia de iniciación, no se le volvió a ver más —añade Osamu, dubitativo—. Es raro.

—Bueno, dicen que el chico es un genio a pesar de que todavía no ha tenido una misión.

Un genio, oye Atsumu a Kita hablar del único hijo de Yoshiaki.

¿Genio por qué?

A él también lo llaman genio, y no por eso hace un circo o monta un escándalo.

Bueno, la verdad es que sí. A Atsumu le encanta ser el centro de atención y alardear ser el genio de su generación, y de vez en cuando se recuerda a sí mismo que él es muy superior a muchos gracias a su esfuerzo. Y eso lo llena de satisfacción porque de entre toda la mierda en la que se mueve.

Él es llamado genio pero con justa razón. Su conteo de misiones realizadas con éxito está sin una mancha por mucho que digan cosas acerca de su comportamiento.

Que llamen a alguien genio de esa forma tan irresponsable, sin haber realizado su primera misión, es ridículo.

Al chico no lo conoce, al menos nunca se lo ha topado personalmente pero, siendo honestos, el día que Atsumu supo de su existencia, encontró todavía más repulsivo el hecho de que Sakusa Yoshiaki le hiciera todas esas cosas teniendo él mismo un hijo varón. Un hijo que si bien es tres años menor que Atsumu, debe seguir viéndose como un mocoso.

A él le hizo todas esas cosas cuando tenía diez, lo que significaba que su hijo tendría seis años en ese entonces.

¿Cómo-...? ¿Con qué cara se atrevía a mirar a su hijo cada mañana siguiente a la que él lastimaba su cuerpo de esa manera?

Lo encontró repulsivo y abominable. Incluso más que la violación que le había inferido a su cuerpo hace años.

Y hacia Sakusa Kiyoomi, a quien solo conocía de nombre, inconscientemente comenzó a sentir pena por él. Pena y, al mismo tiempo, un sentimiento negativo bañado en odio y resentimiento, quizá, solo por ser hijo de ese monstruo.

Solo por ser su hijo, era intocable.

Y Atsumu por no serlo, por ser el hijo de alguien más, por haber caído en sus manos inocentemente, era todo lo que podía herir, humillar, lastimar y pisotear.

Ahora, ese hijo suyo está por afiliarse a la mafia. Incluso Yoshiaki Sakusa tuvo la decencia de esperar casi cinco años más, a pesar de que ya se ha llevado a cabo su ceremonia de iniciación, para presentarlo como un miembro oficial de sus filas. Eso era algo que tuvo que hacer tan pronto cumplió los diez años, no después.

Miya Harada ni siquiera había esperado las primeras horas cuando Atsumu y Osamu cumplieron diez años. Prácticamente los envió al matadero sin tentarse el corazón. Sin embargo, que a su hijo, Sakusa Yoshiaki lo esté por presentar a la mafia a los quince no significa que sea un mejor padre.

Atsumu lo sabe de sobra.

Las razones no le importan tampoco, porque aun sabiendolas, siente que detesta a ese niño solo por existir.

O por ser la manifestación más cercana que tiene a lo que se puede tocar y a lo que no.

Nunca se sentirá bien pensar, por un momento, que todo lo que le pasó a él lo hubiera pasado también Osamu o Shinsuke. Incluso tampoco se lo desearía al tonto de Rintaro. Pero al ser ese niño engendro de Yoshiaki, hay una implícita necesidad de sentir que no le cae bien solo por llevar su sangre.

Es un pensamiento bastante infantil pero considerando lo que él ha pasado, no se le hace tan injusto tenerlo.

A él más que nadie no le interesa si su hijo se afilia a la mafia a los veinte años si quiere. No lo quiere conocer. Seguramente...es una copia en carbón de su asqueroso padre.

Aún así, Atsumu no puede oponerse a las órdenes de Miya Harada porque no tiene la clase de poder aún para hacerlo.

La clase de poder que le permitiría ser un líder y hacer lo que le plazca.

De nuevo le duele la cabeza.

De nuevo tiene ese sueño tan pronto vuelve a tocar su asiento en uno de los aviones privados de su padre días después de aceptar ir a Tokio otra vez.

El único buen sueño que ha tenido en esos últimos días.

El de la persona tocando esa pieza de piano y él de pie viendo su espalda solamente por la penumbra, luego de una noche tormentosa en manos de un lobo hambriento.

.

II

.

—La mano, niño.

No hay ovaciones cuando el encuentro entre ese chico y Kiyoomi finaliza, dejando al último como vencedor.

De hecho, no hay ni un sonido que se escuche durante los primeros segundos hasta que finalmente se oyen algunos cuchicheos inconformes del grupo de entrenamiento actual.

Un quejido, y el resultado de ese quinto encuentro, acompañan la orden de Iizuna para hacer que Kiyoomi, tan siquiera, ayude a su contrincante a levantarse, cosa que no ha conseguido desde hace cuatro duelos atrás.

—¿Él está-...?...¿está sonriendo? —pregunta Komori, viendo el sexto encuentro iniciar casi de forma inmediata y con Kiyoomi sin haber obedecido la orden anterior.

Apenas puede darse cuenta de que en realidad lo que Kiyoomi está haciendo es menospreciar el esfuerzo ajeno con esa mueca irónica suya cuando su sexto contrincante se va con todo sobre él.

Su intención es obvia, desde luego, pues ni siquiera le ha dado tiempo a Kiyoomi de que se recupere, todo con la idea de poder vencerlo así, de forma rápida y segura, solo hasta que el sonido de la audiencia animando se rompe cuando el azabache, que es tres años menor que él, lo somete contra el suelo de forma brutal.

Tres años.

¡La mayoría de ahí le llevan tres años a Kiyoomi!

Y aun así, Komori piensa que su primo es excepcional.

La forma en la que no duda de sus capacidades y no se deja intimidar por la fuerza de otros es envidiable pero si tuviera que hablar acerca de los malos hábitos de su primo, definitivamente comenzaría por esa cara engreída suya que siempre hace cuando algo le satisface por encima de la humillación ajena que él mismo ocasiona.

Komori no sabe exactamente a qué se debe que Iizuna los haya llevado repentinamente a uno de los entrenamientos grupales en la casa principal de Itachiyama, aunque puede asumir que se debe a que Kiyoomi está próximo a formar parte de la familia como miembro activo de forma oficial.

Desde hace años que Kiyoomi y él se preparan para ese momento aunque a Motoya aún le causa curiosidad el motivo por el que ambos fueron criados y entrenados apartados de todos los demás.

Si bien han llevado el mismo estricto y duro sistema de entrenamiento que los otros, lo han apartado de todos, en la segunda casa de la familia Itachiyama. Komori no conoce las razones del por qué, pero además de ser el compañero de Kiyoomi y de ser su primo, en varias ocasiones ha sido también su saco de boxeo.

Sin embargo, que durante el último tiempo solo hayan sido ellos dos, a Kiyoomi nunca lo desalentó a dejar de forjarse y fortalecerse tanto física como mentalmente. Al contrario, mientras lo ve ahora enfrentarse a chicos que son más grandes que él, es como ver a una fiera que ha sido soltada luego de haber estado encerrada en cautiverio durante un largo tiempo.

Para él, es una escena increíble de ver pero para el hombre a su lado, mismo que evalúa su desempeño, parece que no.

Iizuna, a diferencia suya, sí está molesto, y Komori se puede hacer una idea de por qué.

¿Es porque Kiyoomi está siendo muy arrogante?

Bueno, no es para menos. Komori apenas ha podido con tres encuentros en los cuales solo ha salido vencedor en dos. Kiyoomi, en cambio, va por su sexto duelo y en cada uno de ellos ha ganado aunque...

—¡Hey! ¡Borra la sonrisita y termina el encuentro, joder! —dice en tono alto Iizuna esta vez, confirmando sus sospechas.

Sí, definitivamente otra de las cosas que le gusta hacer a Kiyoomi, además de sacar de quicio a las personas, es alardear. Lo peor es que ni siquiera se esfuerza por hacerlo y caerle bien a los demás. Él siempre ha sido así.

No es la manifestación de la desobediencia ni tampoco es que le encante ser el centro de atención de ninguna forma pero su ya de por sí retorcida personalidad lo posiciona como una persona desagradable delante de cualquiera.

Eso, sumando que la gente tiende a fijarse primero en su linaje más que en él mismo, a Komori a veces ya ni le sorprende que Kiyoomi siempre se enfade y sea provocado no solo porque lo llaman mocoso, sino porque también mencionan el nombre de su padre.

—La mano —cuando el sexto encuentro finaliza, todo es silencio de nuevo a excepción de la voz enfadada de Iizuna que se escucha de nuevo.

No hay gritos de júbilo por el resultado. Ni mucho menos una porra que lo aliente o empatice con él.

Lo único que se escuchan son los jadeos del derrotado, tendido en el suelo y aprisionado con las piernas de Kiyoomi antes de que este se levante solo para mirarlo, de nuevo, de forma engreída.

Kiyoomi no se mueve, no porque no haya oído la orden de su superior, sino porque le complace demasiado ponerse a admirar a la persona que ha perdido debajo de él casi como si se lo restregara en la cara.

A cambio, hay una expresión visceral y llena de odio e inconformidad de su oponente hacia él pero eso parece no importarle.

—Que des la puta mano, joder —vuelve a decir Iizuna; y esta vez Kiyoomi se toma un largo tiempo pensando qué hacer.

La mano.

Que de la mano y ayude a levantar a su oponente.

Algo tan estúpido para él pero simbólico para el grupo, aparentemente pero, ¿por qué tendría qué hacerlo? Esa cláusula no escrita que habla acerca de no humillar a otros miembros de la familia es una cosa absurda para él.

No son un grupo de autoayuda, son criminales. Hacen cosas por debajo de la ley y se comportan de una forma violenta para intimidar a otros. ¿Qué caso tiene dar la mano en un entrenamiento a alguien que lo ha subestimado también?

A ellos ni siquiera les cae bien.

Finalmente, a Kiyoomi no le queda más que obedecer a regañadientes.

Sin embargo, como es de esperarse, su gesto casi forzado y asqueado de extender su mano para ayudar a levantar a la persona frente a él, no es bien recibido.

En cambio, un golpe inesperado hace que quede con el brazo hacia un lado en tanto la persona debajo de él lo empuja para ponerse de pie solo.

Kiyoomi puede ver a esa persona a unos metros de él completamente enfurecida e indignada, con un calor abrasador capaz de quemar todo a su paso, pero conteniéndose. Quizá porque Iizuna está ahí. Kiyoomi no devuelve la agresión pero tampoco le ofrece una mirada amistosa a él ni al resto de chicos que ha vencido, y a los que no, también.

Su recompensa, a pesar de sus victorias, es recibir una sacudida fuerte en la cabeza por parte de Iizuna cuando pasa a su lado, casi empujándolo para que se aparte de ahí con Komori en lo que él se concentra en su grupo, después de todo, no solo es el instructor de los entrenamientos sino que además dirige la importante unidad de asalto de Itachiyama, sin olvidar mencionar que es la mano derecha de su padre.

—Kiyoomi...¿Estás bien? —pregunta Komori al verlo tan silencioso, una vez fuera del galerón, dirigiéndose a una de las zonas de descanso.

Sakusa Kiyoomi es el único hijo de Sakusa Yoshiaki, el hombre por el que todos sus subordinados, según él, darían sus vidas. El hombre que se casó con su madre y lo tuvo a él meses después solo porque quería un heredero al cual hacer a su semejanza.

El hombre al que le adjudica, muy resentidamente, todo ese temperamento de mierda que tiene.

—Haciendo todas esas estupideces no vas a conseguir que te respeten, solo que te teman.

—¿Y eso no es mejor? —responde a Iizuna, una vez que este los encuentra y comienza a reprender a Kiyoomi por algo que el menor cree, es injustificado. La consecuencia de eso, de hablarle así a alguien como Iizuna, debería ser una virada de rostro por una bofetada.

Pero no la hay.

Hay castigos peores que esos, piensa Kiyoomi, viendo la mirada frustrada y decepcionada que hay en el rostro de Iizuna mientras lo ve pero...¿Por qué lo está? ¿Por haber vencido a los chicos que él también entrena o por ese carácter suyo que, por más que intenta, no puede cambiar?

Entiende que debe ser humillante que un chico que es tres años menor que la mayoría de las personas ahí los derrote, pero ese no es su problema.

Además, él no está ahí para hacer que lo respeten.

Al menos no de la forma en la que Iizuna quiere que lo hagan.

Eso fue lo que le enseñaron.

Eso fue lo que le metieron a la cabeza los simpatizantes de su padre antes de que Iizuna lo tomara bajo su estricta tutela hace apenas unos años atrás.

Las personas que lo educaron antes que él, eran así de duras como él pero también eran crueles. No aplaudían ninguno de sus logros pues parece que era lo mínimo que esperaban de él por ser el hijo de Yoshiaki. Nunca tuvo momentos en los cuáles fuera elogiado o aconsejado de una forma distinta así como tampoco hubieron oportunidades en las que pudiera aprender que para poder obtener algo tenía que prescindir de la fuerza bruta y de humillar a los demás.

Yoshiaki se encargó de que la gente que lo cuidó y crio hasta ese momento le hiciera creer eso.

Que era un arma.

Y que tarde o temprano el que tiraría del gatillo de esa arma, sería él.

Así que...¿Cómo pretende Iizuna vaciar una taza que ya está llena?

—No todo se trata de pelear, niño. Tienes que aprender a escuchar y a callarte cuando el momento lo amerite —¿Y se lo dice él? El que es el instructor del entrenamiento de asesinos y la unidad de asalto de su padre? ¿Cómo se supone que soluciona las cosas él? ¿Hablando y alentando a la gente? —. También te dije que te comportaras.

Kiyoomi frunce el ceño, poniéndose de pie, molesto.

Iizuna le lleva fácilmente como dos cabezas de diferencia y aún así tiene la osadía de ponerse frente a él como si fuera un titán. Iizuna, por supuesto, está acostumbrado a esos desplantes infantiles, lleva educando (o intentando educar) a Kiyoomi desde hace años además de que es algo así como su guardián, pero decir que le fascina ver que el progreso con su carácter es mínimo, sería mentir.

A Kiyoomi no le puede discutir su desempeño físico pues es tal y como se lo describieron los antiguos instructores que tuvo antes de que él lo tomara bajo su cuidado, pero en cuestiones de trato interpersonal y su relación con las demás personas, es deficiente.

—Ellos empezaron. ¿Por qué no los reprendes a ellos en lugar de a mí? —Iizuna solo se lleva las manos dentro de los bolsillos de su pantalón, flexionando un poco el cuerpo hacia adelante para mirar con más intención a Kiyoomi, quien no cede a pesar de la diferencia de estatura.

—Que no se te olvide a quién le estás alzando la voz.

—A ti tampoco —esa acción debería ser suficiente para que enserio lo golpee.

Si lo hiciera, nadie tendría por qué decirle nada de hecho.

Según los rumores, los antiguos instructores de Kiyoomi no soportaban ni media palabra de él siendo irrespetuoso con ellos, lo que le ocasionó muchos castigos y golpes a su mejilla.

De ese modo era tratado y de ese modo también respondía a pesar de que ya se le hacía la advertencia, con anterioridad, de que aprendiera a comportarse.

Él también podría hacer lo mismo ahora, someter a Kiyoomi a base de golpes para que obedezca y conozca su lugar a pesar del alarde que hace reconociendo el privilegio que le da su posición al ser hijo de Yoshiaki.

Sin embargo, Iizuna nunca le ha puesto una mano encima en todo ese tiempo que lleva con él. Lo más cercano a castigarlo es cuando lo entrena personalmente y hace que Kiyoomi casi desfallezca durante sus encuentros.

Nunca lo ha tocado ni nunca lo tocará pues a pesar de que Iizuna es uno de los hombres más letales que tiene su padre como subordinado, y de que es reconocido por la brutalidad con la que tortura a sus víctimas y lleva acabo varias de sus misiones, con Kiyoomi es distinto.

Y eso, al azabache, le enfada.

Porque le hace tener ideas erróneas del por qué, por más que saca de quicio a Iizuna al desobedecerlo o querer pasarle por encima, nunca le castiga como los demás.

La lógica de Kiyoomi le dice que es porque su padre se lo ha pedido quizá, después de todo es su mano derecha. Algún acuerdo deben tener para que Iizuna quiera simpatizar con él tanto que a veces es muy encimoso.

Cuando regresan a casa, el trato de Kiyoomi hacia el personal que lo cuida y su cuerpo de seguridad no es diferente al que tuvo hace unas horas en la casa principal de Itachiyama.

Kiyoomi vive en la segunda mansión de su padre, lugar al que le bastó mandarlo tan pronto murió su madre para mantenerlo alejado de él. Kiyoomi apenas tenía dos años cuando eso sucedió. Desde ese momento, ese ha sido su hogar, si es que puede llamarle así.

Toda su infancia y parte de su ahora adolescencia ha sido criado ahí. No por él pero si gracias a los recuerdos y a la gente que el hombre designó para que lo cuidara y lo atendiera. Antes de que llegara Komori e Iizuna, sus días en esa casa eran un estrés constante.

Que Kiyoomi haya desarrollado una personalidad tan apartada de todos, sin tener el más mínimo tacto o conocimiento de cómo tratar a otras personas, quizá se haya originado ahí. Por la falta de atención y también por la libertad que se le dio para hacer y tratar a las personas como él quisiera.

Las razones del por qué fue dejado ahí como un perro, las desconoce aunque todas las noches las piensa e intenta reflexionar sobre ellas.

Sin embargo, para Iizuna, no es justificación suficiente para que Kiyoomi sea petulante, majadero, engreído y hostil por mucho que él mismo ya dé una imagen de temor por la reputación que le precede.

Ese es solo su trabajo pero él jamás torturaría a un niño así aunque, bueno, considerando que no se rigen bajo un noble sistema normal, a Iizuna no le queda más que aprender a lidiar con Kiyoomi aunque sí que ha intentado educarlo de un modo distinto para que su condición mejore.

—¿El pequeño joven amo se encuentra bien? —dice Kaede, la dulce mujer que ha sido la cuidadora de Kiyoomi desde que llegó a esa casa hace tantos años ya. La única mujer en esa casa con la que Kiyoomi parece comportarse como un ser humano decente a veces.

Su preocupación salta a la vista cuando los ve llegar en las camionetas y Kiyoomi aparece en su campo visual con el ceño fruncido y algunos raspones en la cara.

La forma en la que también azota la puerta del vehículo de forma grosera hace que el cuerpo de mucamas que lo esperan en el vestíbulo también se estremezcan un poco porque aunque Kiyoomi es un mocoso de casi quince años, parece que tiene los mismos arranques violentos e incontrolables que suele tener su padre aunque Iizuna no puede decir que sea únicamente porque se parece a Yoshiaki.

Kiyoomi está en la edad de ser rebelde y cuando está ya en la mansión, se comporta como un adolescente normal.

Un adolescente al que quiere darle un par de golpes para que aprenda algo de modales.

—Está más que bien. Solo míralo. Todo enano y enrabietado como un Godzilla—dice Iizuna, más para tranquilizar a la mujer que otra cosa en realidad.

—¿Le fue mal acaso en el entrenamiento? ¿Está herido? ¿Quiere que le lleve el botiquín de primeros auxilios? ¿Ya comió?— vuelve a hablar la mujer, e Iizuna se siente un poco mal por ella porque en verdad su preocupación por el muchachito, al que lleva años cuidando, se ve que es honesta.

—Le fue bien, tía. Kiyoomi derrotó a todos. Es solo que-...

Komori no precisa decir más para que la mujer entienda.

No es la primera vez que sucede que su desempeño es espléndido pero su actitud, indeseable.

Que el propio personal de su casa le tenga miedo es inaceptable para Iizuna, y lo de hoy solo ha sido una prueba de que Kiyoomi está lejos de moldear su carácter para, algún día, volverse el líder que mejore a esa familia.

Iizuna sabe que cada quién tiene sus motivos propios por los cuáles terminaron en la mafia pero el sistema actual que maneja su líder es completamente desequilibrado. Yoshiaki es un líder excéntrico que, aunque se mantiene alejado de los problemas que no le conciernen, tiene otras formas de llamar la atención, además de que sus extraños y poco ortodoxos métodos para negociar no son nada furtivos.

Si ve el panorama actual, aquello no debería de escandalizarle pues nadie dentro de la mafia está exento de un mal registro pero-...

—¿Y ahora a qué vienes? —a la defensiva, Kiyoomi lo interroga varios metros antes de que se acerque por completo a él.

Iizuna no ha tardado en encontrarlo pues es algo muy de Kiyoomi el de ir a la parte trasera de la casa a sentarse apoyado la espalda en el tronco del árbol donde está esa casa de madera a medio terminar.

Iizuna la ha visto desde el primer día que llegó a ese lugar y siempre se preguntó la historia detrás de ella pues para él fue bastante obvio que algo como eso no fue hecho por Yoshiaki.

—¿Nunca la terminaste? —sin entender el hecho los primeros segundos, Kiyoomi se queja cuando siente una presión en su hombro a través de la mano de Iizuna al apoyarse en él para sentarse a su lado.

—¿Ah?

—La casa del árbol. La hiciste tú, me imagino —Kiyoomi no se sorprende ni hace un escándalo por la deducción, solo vuelve la mirada al césped que está arrancando con las manos y con algo de rabia—. Hey, el pasto también siente —viendo y sintiendo su enorme mano sobre la suya, Kiyoomi gruñe, apartándola para seguir en lo suyo, volviendo a sentir, segundos después, la misma intención de Iizuna de detenerlo—. Obedece cuando te hablan.

—Obedece. Obedece. Obedece. ¿No te sabes otra cosa?

Haberse criado por personas extrañas hace que las marcas de una conciencia dura y estricta estén grabadas en cada desplante que hace. No es cortés ni justo en muchas cosas a pesar de haber sido sumamente educado para obedecer.

Aire de elegancia y una cara de indiferencia, que se reveló debido a sus duras circunstancias, incluida la muerte de su madre.

Creció para ser frío y distante con los demás.

Esa fue la descripción que le dieron a Iizuna tan pronto llegó a esa casa pero ahora, lo único que ve es un niño al que le arrebataron la inocencia y le implantaron ese sistema a la fuerza.

No puede decir que Kiyoomi sea una mala persona, apenas cumplirá los quince años, pero está lejos de parecerse a su padre aunque si sigue comportándose como hasta ahora, no va a ser un líder diferente a él cuando llegue el momento.

—¿Por qué no la terminaste? —vuelve a preguntar Iizuna, refiriéndose a la casa del árbol sobre sus cabezas. Kiyoomi lo mira extrañado y confundido. ¿No está ahí para seguir regañandolo?

—No te importa —responde y esta vez Iizuna no es tan paciente como al inicio.

—¿Quieres dejar de portarte así? Si te reprendí hoy fue por culpa tuya y de tu arrogancia. Un líder debe evitar la arrogancia que lleva a no escuchar. Si sigues así, nos vas a llevar a todos a la ruina en el futuro. Además, ¿qué te dije de ser flexible? Nunca infravalores a tu adversario.

—¿Enserio viniste a repetirme lo mismo que ya me dijiste? Cumplí con el propósito de que me llevaras. No sé qué más quieres de mí —contrario a la respuesta que espera, cuando Kiyoomi pretende levantarse e irse a otro lado, la mano de Iizuna lo devuelve al suelo casi sin esfuerzo, haciendo que caiga de espaldas contra el césped.

—¿Que qué espero de ti? Espero que en el futuro seas inteligente y no solo un idiota troglodita. Esos chicos serán tus subordinados un día. Seguirán tus órdenes. Pero eso no significa que los trates como basura. Lo único que ocasionarás es que se viren en tu contra—Kiyoomi lo sabe. Sabe a lo que se refiere pero tampoco está tan preocupado por eso ahora. No es como que ya mañana vaya a ocupar el lugar de su padre. De hecho, ni lo quiere, pero es algo que tarde o temprano tendrá qué ocurrir por lo que ve—. Si no construyes una buena comunicación con tus subordinados, la falta de eficacia tendrá consecuencias. Por algo somos una organización y-...

—Sí, sí, ¿ya acabaste? Me quiero ir —no tiene nada mejor qué hacer en realidad pero no quiere seguir escuchándolo.

No lo entiende.

¿Por qué Iizuna es así con él?

Su padre, por ejemplo, no es para nada el tipo de padre que es cariñoso. La prueba está en que con solo dos años lo apartó de su lado, le construyó una casa y lo mandó ahí.

La mayoría en esa casa puede que sienta pena por él pero Kiyoomi prefiere que la gente lo aborrezca por ser un engreído, solo por llevar su apellido, a que simplemente lo traten bien por ser hijo de quien es, que, a fin de cuentas, esa debe ser la razón por la que todavía lo soportan.

Si Iizuna dice que es arrogante, al menos quiere que los motivos por los que lo llamen así sean propios y no porque solo es hijo de Yoshiaki.

—¿Sabes qué? Olvídalo. Un día vas a conocer a alguien que no va a ser tan paciente y amable como yo. Alguien que te haga entender que no siempre vas a tener el poder y control de todo. Seguramente ese alguien ya está allá afuera, hace todo lo que tú haces y hasta mejor —sabiendo que Kiyoomi es fácil de molestar, lo ve de nuevo ponerse de pie para dejarlo ahí solo. Esta vez Iizuna se permite burlarse un poco antes de volverlo a tirar del brazo para que se siente de nuevo.

—¡¿Y ahora qué-...?!

—Te quiero decente y formal para el fin de semana, así que mañana será tu último día de entrenamiento en casa —el azabache acentúa más el ceño fruncido, inconforme. ¿Toda esa conversación sin sentido para informarle acerca de algo que no puede evitar que suceda? —. ¿Qué? ¿Ya lo olvidaste? Tienes una fiesta a la cual asistir.

Fiesta.

Parece que en ocasiones —muy contadas, la verdad—, Iizuna tiene razón en eso de que es un troglodita.

Cuando llega el fin de semana, no puede creer que en verdad esté odiando mucho el tener que vestirse formal para asistir a su propia fiesta en celebración de su cumpleaños. Fiesta que, evidentemente, es solo una excusa de la que su padre se agarra para montar todo ese circo en el que lo arrastra, aparentando una excelente comunicación y dinámica con su único hijo y heredero.

Inconformidad era lo primero que saltaba a la vista de cualquiera que lo veía antes de salir de casa, junto a un claro desencanto aun sabiendo que mucha gente solo asistirá para verlo.

No es ni de cerca una celebración de iniciación, Kiyoomi ya la ha tenido hace años atrás, pero incluso si la tuvo a una edad temprana, su padre parecía solo haber seguido el protocolo a medias pues nunca demostró real interés en sumar a su hijo, al menos no tan pronto, a su cuadrilla de hombres más cercanos.

En su lugar, solo lo volvió a encerrar en esa mansión y volvió a poner a personas a cargo de él para que lo cuidaran aunque Kiyoomi piensa que es más una vigilancia eterna la que tiene siempre que otra cosa.

Nadie le cuestionó, desde luego, al ser el Gran Líder, así como tampoco Kiyoomi lo hizo.

Años atrás, tampoco le cuestionó acerca de por qué él tenía que vivir en un sitio diferente. ¿Por qué no podían vivir en la misma casa? Que nunca le haya hecho esa pregunta no significa que al día de hoy no persista en querer hacerla.

Kiyoomi solo pisa la mansión de su padre de vez en cuando. De hecho, estuvo ahí hace un par de días por un fin de semana, así que tampoco es como si estuviera adentrándose en un sitio desconocido, pero mientras más vuelve a ella, más se siente ajeno también.

Cada vez que vuelve a pisar esa casa, no hay ningún recuerdo feliz o que tenga que pueda atesorar. Sabe que los primeros dos años de su vida los vivió ahí junto a su madre pero nada más. Conforme crecía, esa enorme mansión de 3 pisos se volvió su lugar menos favorito. Le daba miedo, incluso, la entrada circular de adoquines con esas dos esculturas de titanes a los lados.

Hasta hace poco Kiyoomi no conocía nada acerca del estilo de esa casa, solo sabía que le asustaba lo monumental que era.

Ahora que vuelve, la sensación que le produce avanzar por el pasillo hacia el glamoroso salón oval con esos elementos de estilo imperial y molduras bañadas en oro, solo le produce asco.

Su padre es así de exuberante, tan distinto a él.

El estilo de Kiyoomi es más sutil pero tampoco puede hacer mucho al respecto acerca de las cosas que le gustan sabiendo que su padre lo vigila a todas horas.

Luego del palabrerío sin sentido, los saludos intercambiados y las respuestas cortas que tiene qué repetir un sin fin de veces a las personas que lo felicitan, se siente agotado. Ha tenido que estar parado y a un lado de su padre todo el rato mientras le presenta a un montón de personas con las que Kiyoomi no ha querido reunirse por gusto pero tiene que aguantar.

Avanzada la fiesta, como es costumbre a casi todas las que asisten por obligación, su padre y su grupo de invitados cercanos son llevados a la planta alta, seguramente a las habitaciones del tercer piso. Y como siempre, todo un grupo de seguridad se queda cerca de las escaleras, custodiando que nadie suba.

Kiyoomi solo ve como su padre y sus invitados se alejan, y esa acción es suficiente para que él también se escabulla de la fiesta y se desaparezca, al menos, hasta que Iizuna vaya por él.

—¿Enserio tengo que ir?

Todavía recuerda la conversación que tuvo con Iizuna hace unas horas, antes de verse una última vez al espejo y reflexionar acerca de todo eso.

—Nunca hablas ¿y de la nada vas a ponerte a exigir cosas, niño? —Kiyoomi suelta el aire contenido de todo ese rato una vez llega a una de las terrazas que se conectan con el Gran Salón, sintiéndose sofocado.

—Soy el hijo de tu jefe, ¿no vendrías a ser algo así como mi esclavo? —recuerda haberle dicho eso a Iizuna e inevitablemente una risita se le escapa al recordar también su reacción.

Esa pequeña discusión que tuvieron, al final, no les llevó a nada. Al menos a Kiyoomi no le sirvió de mucho porque por muy en contra que estuviera de asistir, sabía que si no lo hacía, su padre lo llevaría a la fuerza de algún otro modo.

Y es que, por favor, todos los que han asistido a esa fiesta no han sido por él. Para esos hombres debe ser difícil imaginarse que, en un futuro, el próximo líder de Itachiyama sea un mocoso con un temperamento horrible. La prueba está en que ya lleva alrededor de quince minutos ahí afuera estando solo y nadie se ha dado cuenta que se ha ido de la fiesta.

Lo prefiere así.

Solo espera que Iizuna no tarde tanto para-...

—¿Por qué estás tan apartado de los demás?

La mirada de Kiyoomi se amplía cuando oye una voz que no reconoce.

Al voltear a su derecha, su silencio, su paz, su mundo, se ven sacudidos por una compañía que no pidió.

El sombrero que lleva puesto la persona a su lado, sin embargo, interrumpe la mirada rápida que pretende darle para ver si ha escuchado mal o, al menos, es alguien a quien ha visto de lejos alguna vez. Aunque, con esa forma de vestir tan rara, Kiyoomi sería el primero en reconocer a una persona así.

Nunca lo ha visto en su vida pero, pasados unos segundos después, parece que finalmente asocia esta extravagante, y a la vez descuidada, forma de vestir y hablar, con los comentarios que ha estado oyendo los últimos días a cerca de alguien que ha dejado mucho de qué hablar dentro de la mafia de un tiempo para acá.

En todo ese rato que Kiyoomi parece estar deduciendo quién es la persona molesta que ha ido siguiéndolo hasta la terraza, Atsumu Gu hace lo mismo pero a la inversa.

Desde luego que llegó ahí mucho antes que la mayoría de invitados, incluyendo antes del amistoso festejado.

Cuando lo vio entrar, de inmediato supo que se trataba de él.

Ahí estaba, el hijo de Yoshiaki, con una mirada seria y hasta puede decir que molesta.

Durante toda esa jornada en la que no se despegó de su padre, saludando a un sin fin de personas, no le quitó la mirada de encima. Su motivo detrás de eso era, en un principio, la de simple reconocimiento y curiosidad, como todos la tenían, acerca del hijo único del líder de Itachiyama. Sin embargo, avanzada la fiesta, no lo vio interactuar con nadie más luego de que finalizara su ridícula peregrinación saludando a los amigos de su padre.

Tal extraño comportamiento, al verlo apartarse de la fiesta, tampoco lo pasó por alto aunque sí que al principio tuvo que reprimir sus impulsos, de seguirlo enseguida, solo para recordarse que antes de hacer algo, lo que estaba haciendo era solo para prevenirse, algún día, de la descendencia de ese monstruo con el que estaba enredado.

El hijo de Yoshiaki, así como los hijos de los demás líderes, no solo seguían siendo la ambición a futuro para continuar con ese modo de vida en el que el poder era lo único que importaba, sino también seguían siendo armas letales que, a corto plazo, podrían significar la debilidad y caída de toda una organización si es que no llegaban a dar la talla de su predecesor.

No por nada a los niños de la mafia, se les criaba y educaba tanto desde muy pequeños a la vez que se les cuidaba como si fueran trofeos.

Su padre, Miya Harada, por mucho que apenas los mirara a él y a Osamu, sabía lo irremplazables e importantes que eran solo por ser parte del linaje de los Gu, después de todo las sucesiones de poder y sangre le correspondería a uno de ellos en el futuro.

Así que, en resumidas cuentas, que haya seguido hasta ahí al hijo de Yoshiaki es meramente como parte de su investigación acerca de cómo es y de anteponerse al cómo sería una vez el mocoso creciera.

Conocerlo y acercarse a él, definitivamente, lo pondría por delante de muchos y también de Yoshiaki por si, algún día, Atsumu reunía el suficiente valor para vengarse de él por todo lo que le ha hecho.

Aunque sí que hay una parte meramente curiosa en querer conocerlo de cerca la que lo ha llevado hasta ahí, recibiendo casi de inmediato una mirada desaprobatoria de su parte.

A Atsumu le da gracia, porque aunque ambos están usando las respectivas máscaras de sus familias, el enano que tiene enfrente le da la impresión de que no es una persona para nada sociable pues en todo ese rato de divagación mental, no le ha respondido ni ha dado indicios de que quiera hacerlo.

—Qué frío —cuando Kiyoomi lo oye decir eso, no sabe si se refiere al descenso de la temperatura por ser tan noche o se refiere a él.

Sí, bueno, tampoco le importa. No está obligado a responder.

Él solo quiere regresar a casa —su casa— para reclamarle a Iizuna por qué demonios tuvo que obligarlo a ir a ese lugar. Por su culpa, ahora está teniendo qué aguantar a esta persona.

El chico delante suyo es Atsumu Gu.

O debe de serlo luego de unir cabos y poner en primer plano la información que sabe acerca de él.

Sabe cosas específicas de algunos miembros de otras familias gracias a Iizuna, y una de las personas que tachó en su lista de personas con las que nunca debía juntarse, era justamente él.

Atsumu Gu era el hijo mayor de Miya Harada y Gu Ye Eun. Uno pensaría que por ser el primogénito, este siempre será el más bendecido con el orden y la rectitud pero con Atsumu Gu es todo lo contrario. Lo poco que sabe de él es que es una persona conflictiva que siempre está metiéndose donde no lo llaman.

Imprudente.

Intolerable.

Metiche.

Eso último definitivamente es cierto, piensa el azabache, viendo la situación en la que se encuentran ahora.

Mirándolo con más detenimiento, lo único que puede destacar de él es su apariencia. Sí, se viste raro, pero es la primera vez que Kiyoomi ve unos ojos tan brillantes y llamativos en toda su vida aunque tampoco puede decir que su mirada le inspire confianza por la forma en la que lo mira.

Llamativo.

Insidioso.

¿Qué cosa podría salir bien de entablar una conversación con la persona que, la mayoría considera, es la oveja negra de la mafia?

—¿Sabes? Por cortesía, se le debe responder a tus mayores.

—Tú no te ves tan mayor —responde Kiyoomi, de inmediato, y Atsumu extiende los labios, finalmente, sintiéndose satisfecho de oírlo.

Su voz no es la de un niño, de hecho, es un tanto grave para la edad que tiene pero sigue conservando esa frescura que incluso él también posee.

La respuesta que Kiyoomi ha dado no ha sido precisamente porque el chico le caiga mal, aunque tampoco está en sus planes tratarlo en el futuro para que su imagen sobre él cambie. Lo ha hecho porque simplemente está acostumbrado a ser cortante con los demás y ya está pero por la forma en la que Atsumu Gu está mirándolo, parece que su contestación le causa emoción en lugar de molestia.

Es una reacción...inusual a la que siempre recibe de las personas a las que les responde así.

Maldita sea, no deja de mirarlo.

¿Por qué Iizuna tarda tanto en aparecer?

¿Y por qué este individuo de cabello rubio le mira intensamente?

Rubio.

¿Su cabello es de ese tono en realidad?

¿Y por qué de repente está pensando en cosas tan irrelevantes y absurdas?

—Con que sí puedes hablar —Kiyoomi no responde ante la clara insinuación pero tampoco lo ignora del todo esta vez. Solo lo mira de refilón, intentando concentrarse en el jardín que tiene enfrente—. ¿Cómo te llamas? —esta vez el moreno sí que lo mira aunque muy desconfiado.

—Entonces, me estás diciendo que viniste a una fiesta sin saber a quién se celebra—esta vez, el desconcertado es Atsumu.

No, no es que esté desconcertado, es que está genuinamente fascinado por esa forma de ser tan soez y forma de responder tan perspicaz.

La mayoría de chicos que conoce que tienen la edad de Kiyoomi no tienden a ser muy amplios e ingeniosos al hablar. Son más callados y obedientes. El azabache, en cambio, tiene una lengua bastante filosa y hasta puede decir que impertinente.

Le recuerda un poco a él mismo.

—Kiyoomi Sakusa.

—Atsumu Gu —secunda el azabache segundos después de que, finalmente, el rubio revela su nombre. Atsumu, por otro lado, solo amplía una sonrisa complacida, casi como si estuviera saciado de ese corto e inusual intercambio de palabras. Más que el hecho de que el moreno haya sabido, todo ese rato, su nombre también.

A Kiyoomi solo le basta verlo sonreír para confirmar que ha dado en el blanco y que la persona frente a él es a quien menos esperaba conocer en esa fiesta y en esas circunstancias tan raras.

—Joven Amo Sakusa —viéndose interrumpido, Kiyoomi agradece internamente la aparición de uno de sus hombres como consecuencia, seguramente, de que Iizuna ha llegado—. El jefe Iizuna está aquí para llevarlo a casa.

—Parece que es hora que Cenicienta deje la fiesta ¿no es así? —comenta Atsumu, en la misma posición despreocupada mirando a Kiyoomi quien, a diferencia suya, está tan derecho como desde un inicio.

Kiyoomi, quien está acostumbrado a responder de forma grosera, esta vez se le queda mirando a través de la máscara.

Los ojos dorados de Atsumu Gu brillan por sí solos, acompañado de todas esas incrustaciones de piedras que tiene su máscara, dándole un aire tenebroso a la vez de atractivo a la vez como si cobraran vida de acuerdo a los pensamientos emocionados que hay en su mente.

De alguna forma, esa mirada tan segura de sí misma, le molesta.

Esta tampoco será la primera vez que le permita a alguien ser así de descarado con él.

—Sí. Qué lástima que no haya llegado el príncipe y en su lugar me haya topado con un sapo cualquiera.

La risa que escucha a lo lejos, luego de que le da la espalda y comienza a caminar en dirección a la salida, le estremece un poco y le hace desaprobar, en un inicio, su forma de contestarle.

Es tan ruidoso, piensa oyendo el eco de su risa perderse en los demás sonidos de la fiesta en el interior de la mansión, aunque luego parece que cambia de opinión.

—¿Y esa sonrisita por qué? —Kiyoomi no responde al cuestionamiento de Iizuna tan pronto lo ve.

Solo se sube a la camioneta en silencio, apretando los labios un poco, tirando de ellos hacia arriba, una vez se ponen en marcha, en algo que apenas se asoma y que libera como una sonrisa entretenida ante lo que acaba de pasar hace apenas unos minutos atrás.

Casi al mismo tiempo, Atsumu suelta los últimos sobrantes de la carcajada que se le acaba de salir hace unos momentos antes de sacudir la cabeza y mirar en dirección al enano insolente que acaba de irse.

Kiyoomi Sakusa

y

Atsumu Gu.

"Qué tipo tan molesto...pero qué interesante también", piensa cada uno del otro, sin saber que ese sería el inicio del sin fin de veces que se volverían a ver.