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Comiendolo vivo

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—Taku Iwasaki es el hombre que ven en pantalla, es un narcotraficante de alto perfil y líder de un cartel de droga que se maneja en la zona roja de Tokio —dice Aran, el líder de la fracción de investigación de los Gu, apuntando la secuencia de imágenes que se muestran en la proyección dentro de la sala.

Son las cuatro de la mañana, y Atsumu no ha amanecido todavía completamente como para mantener ambos ojos abiertos y estar atento a lo que se discute en ese momento.

Tampoco es que lo necesite mucho porque no es la primera vez que oye acerca de Taku Iwasaki.

Por otro lado, a un costado suyo, Osamu luce mucho más concentrado que él evidentemente, con un porte y una entereza que no es para nada el de alguien que ha sido despertado tan temprano así como él pero no le sorprende tampoco, Osamu es estricto consigo mismo a cualquier hora del día y más si está en presencia de su padre, siempre queriendo conservar ese perfil obediente.

Atsumu bosteza, ignorando la falta de completo respeto que eso implica estando delante de su padre, quien, lo quiera o no, es el líder actual de la familia Gu, mismo que apenas le mira a los ojos, es como si quisiera sacárselos ahí mismo. A Atsumu no le importa, desde luego. De hecho, le encanta ser tan impertinente como Osamu lo es de obediente cuando están con Harada.

El hombre de la fotografía en la pantalla, lo conoce bien.

Antes de conocer a su padre, el tipo no era más que un delincuente de poca monta que sobrevivía apenas gracias a la venta de drogas y armas. Un negocio mal llevado que lo tenía hasta el cuello en números negativos y en la mira de muchos hombres que querían su cabeza arrancada de su cuerpo.

Hasta que, claro, conoció a Harada, quien le enseñó a expandir sus operaciones de lo local a lo global, volviéndose, en pocos meses, uno de los líderes de la zona roja de Tokio, sino es que del que más se hablaba actualmente.

Sin embargo, el haber instalado su base de operaciones en Tokio, mismo sitio donde la familia Itachiyama gobernaba —los enemigos jurados de su padre— tampoco había sido muy inteligente de su parte. Además de que al poco tiempo de su desconexión con Harada, sus intenciones de formar su propia mafia les ha roto las pelotas a muchas otras organizaciones, principalmente a las cinco más importantes.

Un don nadie que emerge de la nada y que ahora gobierna los barrios más importantes de Tokio de inmediato iba a atraer la atención indudablemente. De ser un trabajador más para Harada, ahora se convertía en un problema mayor.

—Es como si solo quisiera hacerte enfadar, padre —dice Atsumu, guasón y sonriente ante la expresión que Harada le da. Por dentro, lo está gozando aunque es más que evidente que su requerimiento ahí no es para que le diga algo que Harada ya sabe.

—Se sabe que tiene la droga y las armas repartidas en varias casas de la zona de Shinjuku, sin embargo, su paradero es desconocido a pesar de que muchos quieren su cabeza en una bandeja.

A Atsumu realmente le sorprendería no ver a las demás familias involucrarse en esto.

—¿Cómo? ¿No solo le debe dinero a mi padre? —habla Osamu, más interesado que Atsumu de obtener más información de la que ya les ha sido presentada.

—Le debe a medio Kabukicho, eso no habla de que sea muy inteligente aunque para esconderse es escurridizo. Se cree que tiene una nueva identidad, un nuevo rostro con el cual opera ahora, después de todo, dinero no le falta. Su nueva identidad es una contramedida temporal en lo que soluciona su mierda y para salir del radar de todos sus deudores. Los cercanos a él saben quién es, desde luego, pero para el mundo exterior su identidad, actualmente, es un misterio —cuando Aran termina de explicar, Atsumu deja escapar cortas e interrumpidas risas como si de verdad se estuviera aguantando la gracia que le da todo eso.

—Bueno, eso dice mucho también de la persona que se anima a colaborar con un completo desconocido creyendo que no se le van a virar las cosas en algún momento —Atsumu acompaña su comentario con una sonrisa cínica mirando hacia su padre, quien definitivamente no se ve nada contento con él.

Como resultado de su insolencia, recibe un golpe. Una fuerte bofetada que hace girar su rostro al lado contrario de dónde está Osamu. El sabor metálico de la sangre rápidamente se esparce por su boca, haciendo que casi de inmediato se lama los labios antes de volver su mirada a Harada quien lo mira ahora con fuego en los ojos.

—Se ha pedido tu obediencia, no tu opinión —esas son las únicas palabras que su padre comparte con él antes de volver a su asiento en tanto Atsumu solo se toca un poco la mejilla y juega con su labio antes de escupir al suelo la sangre acumulada—. Aprendan algo de una buena vez, nadie está por encima de mí, ni siquiera Dios. Así que vayan y traigan a ese infeliz, que para eso es que los llamé a ambos.

Cuando salen de la habitación, sus tareas son asignadas.

Ambos hermanos están en silencio, a solo apenas unos pasos de la puerta como si ninguno quisiera despegar aún los pies del suelo. Osamu es el primero en hacerlo antes de soltar un pesado suspiro, seguido de un Atsumu callado y ensombrecido que comienza a seguirlo de cerca.

—¿No te puedes contener tan siquiera un poco delante de él?

—Te digo lo mismo —responde Atsumu, jugando con su lengua en el interior de sus mejillas ante el ardor y picor que todavía siente por el golpe—. Eres tan obediente que a veces te tornas aburrido, Samu.

Tsumu —al darle avance, viendo como Osamu se ha quedado varios pasos atrás, Atsumu se voltea hacia él, frunciendo el ceño al verlo dudoso, como si quisiera decir algo. Sin embargo, todo el coraje ocasionado por su padre se esfuma cuando finalmente lo oye decir: —. En esta ocasión, iré por mi cuenta.

—¿Qué?

—Eso. Esta vez es mejor que vayamos por separado. Creo que-...

—¿Por qué? —la manera en la que Atsumu pregunta, sin embargo, no suena a enfado sino a preocupación—. ¿Es porque soy muy impertinente? Samu, sabes que solo bromeo. Sabes que nunca estropeo una misión y-... —el cambio de expresión en Osamu ante esa aclaración solo hace que su decisión sea más firme ahora.

Durante mucho tiempo los han tratado a los dos como un dúo. A pesar de eso, los mejores comentarios acerca del desempeño de cada uno, se los lleva Atsumu.

Nunca son: Los hermanos Gu. Siempre es primero Atsumu y luego él. A veces, ni siquiera Osamu es mencionado. Y eso, honestamente, está hartandolo. Que Atsumu sea dos años mayor no es una diferencia tan amplia como para que nunca lo tomen en cuenta.

Entonces llega a la conclusión de que es debido a que siempre trabajan juntos que su desempeño no es evaluado de la forma debida porque siempre es opacado, de algún modo, por su hermano mayor.

Y que Atsumu haya dicho justo ahora, inconscientemente, que nunca fallaría, le molesta también.

Esa sobreconfianza que tiene a cerca de él a veces es molesta.

Su luz, es molesta.

Él es-...

—...molesto.

¿Samu?

—¿Sí sabes que ya no soy un niño, no?, no tienes que cuidarme, puedo hacerlo solo —Puede. Puede. Puede. Porque...esa es la razón por la que Atsumu, todo este tiempo, no se le despega todavía, ¿no es así?

A veces su presencia le asfixia tanto que no sabe si es porque lo quiere demasiado o porque simplemente no quiere que aspire a más, llevándose así él lo mejor.

Atsumu no dice más, pensando en que quizá debió seguir insistiendo o preguntando para obtener una mejor explicación de parte de su hermano pero, en el fondo, no dice nada. No va en contra de las decisiones de Osamu. ¿Cómo podría?

Aún así, la sensación de su estómago revuelto no se esfuma tan pronto como cree.

Si van separados, no irán como enemigos, desde luego. Ambos siguen perteneciendo a la misma familia. Son hermanos, puta madre. Además de que ambos van tras el mismo objetivo, que es atrapar a Iwasaki y llevárselo a su padre pero que Osamu esté por ahí saltando y exponiéndose sin él cubriendo su espalda, tiene que admitir que le pone nervioso por el resto de ese día.

—Toc-toc. ¿Estás ocupado?

—Estoy para la mierda, así que sí, estoy muy ocupado ocupandome de mi mierda —dice Atsumu a Aran desde el sofá de una pieza en el que está en su habitación, sin dirigirle la vista en tanto está cambiando los cartuchos de una de sus armas antes de alcanzar la cerveza que hace rato lleva tanteando si beber o no.

—¿Es enserio? ¿Te vas a enviciar tan joven?

—Me hacía falta una.

—¿Y desde cuándo te gusta beber? Apenas ayer todavía terminabas de amamantar—bromea Aran, asentando una maleta negra en la mesa de billar que Atsumu pocas veces toca pero que aún así adquirió hace tiempo porque le pareció algo sumamente mafioso y acorde de ver todos los días en su pieza—. Es por Osamu, me imagino —Atsumu pasa ese siguiente trago con más dificultad que el anterior, todavía manteniendo el líquido espumoso en su boca unos segundos antes de tragarlo con fuerza y sentir como le raspa—. ¿Sabes? Él ya no es un niño. No necesitas estar pegado a él como si fueran siameses.

—¿Él te pidió que me vinieras a decir todo esto?

—No. Pero es lo que todos piensan cada vez que intentas arreglarle los problemas a él como si fueras la mamá —Atsumu suelta un sonido seco y disconforme, como si le molestara estar oyendo esas palabras de parte de Aran. Aprieta el arma con más fuerza, volviendo sus movimientos más bruscos—. Él puede arreglárselas sola.

—Ya lo sé, carajo —suelta finalmente, sintiendo una presión horrible en la garganta al decir eso—. Sé que puede. Siempre ha podido. ¿Cómo no va a poder? Es mi hermano. Lo puede todo. Es solo que-...

—Que lo sobreprotejas le molesta.

—No lo sobreprotejo. Solo-...Solo cuido que no se lastime tanto.

Aran hace una mueca, lo suficiente para Atsumu le responda con otra, dejando en evidencia que tiene razón y que lo que ha dicho ha sido una estupidez.

—Pero lo haces ver débil. Cualquiera pensará que no puede defenderse. Eso lo pone todavía más en la mira de otras personas —Atsumu escucha pero no responde, cuando se cansa de sostener su arma, la avienta sobre la mesa para alcanzar de nuevo la cerveza y beberla toda de una sola vez—. No te gusta no tener razón en todo ¿No?

—Solo no me gusta que seas tú el que me diga que no tengo razón —Aran se ríe y el mal humor de Atsumu prácticamente desaparece de inmediato al oírlo reír.

No puede enfadarse con él.

Es, prácticamente, el único amigo que tiene que no está con él por interés y posición. Después de Osamu, es la única persona a la que le puede confiar su espalda además de que con Osamu hay ciertas cosas que se reserva de decir mientras que Aran conoce prácticamente cada parte de él y de lo que ha vivido, incluyendo el abuso que sufrió de parte de Yoshiaki. Es el único al que se lo ha confiado, de hecho.

—Mira, Tsumu, si tanta es tu necesidad de proteger algo, consíguete una mascota. Las lagartijas de tu baño son lindas —Atsumu es quien ríe está vez—. Ah, es verdad. ¿Qué hay de ese niño? ¿Sakusa Kiyoomi? —La mención de ese nombre hace que el recuperado buen humor de Atsumu se estropee de nuevo.

—¿Qué con él?

—Él es de los más jóvenes de su generación. Ya que tienes tantas ganas de cuidar algo, ¿Porqué no lo cuidas a él?

—Para intentar ser bromista, te falta gracia, Aran —Atsumu se pone de pie, estirando sus labios en una mueca desagradable. Inconsciente, su mente se remonta a semanas atrás, a la noche en la que conoció, finalmente, al heredero de los Sakusa.

Acerca de él, no puede decir que su primera impresión haya sido totalmente mala salvo reconocer que se trataba de un mocoso cínico e impertinente aunque tampoco es que pudiera tener más detalles sobre él por el poco tiempo que lo tuvo a su lado.

Físicamente se parece un poco a Yoshiaki, con ese cabello negro y casi la misma mirada de desprecio hacia las demás personas, sin embargo su cabello rizado y esos dos lunares encima de su ceja no eran, genéticamente, herencia de él.

Nunca escuchó hablar de la madre de ese niño aunque tampoco esperaba que su historia se remontara a que fue tratada diferente al modo implícito al que a todas las mujeres dentro de la mafia se les trataban también.

Su madre, Gu Yeeun, al parecer fue la única que se opuso a ser ridiculizada y apartada de esos asuntos que, le repetían constantemente, no le concernía.

¿Cómo no iban a concernirle?

Ella era la maldita Donna de Gu. Ella era la única hija de su abuelo. Su sangre valía más que la de esos perros ¿Solo por no tener un par de bolas entre las piernas era suficiente para que la desestimaran?

Atsumu la recuerda con tanto amor a la vez que con tanta admiración. Él, a diferencia de las veces en las que Osamu lloraba oyendo las discusiones de sus padres, solo la recibía con una sonrisa y los brazos abiertos esperando que lo levantara del piso y lo abrazara, solo para decirle lo mucho que la quería.

Aunque nunca se lo dijo, y era muy joven para entender lo que significaba la palabra orgullo, para él, Gu Yeeun era eso.

Gu Yeeun era su ejemplo. Era su orgullo. Y Atsumu soñaba con que, un día, su madre también pudiera sentirse orgullosa de él.

Para Osamu seguramente su madre también lo era todo aunque. Él también la amaba del mismo modo que Atsumu amaba que su madre nunca se dejara pisotear por nadie. Atsumu creció, hasta el tiempo en que los años le prestaron vida a la mujer que más amó, viéndola desfilar por esa casa muy orgullosa y engalanada de las ropas finas que Atsumu, en su inocencia, se moría por usar también algún día.

Creció con su ejemplo más que con el de su padre, y aunque también creció con la mitad del amor que un niño debería recibir de ambos, no sentía que amor le hubiese faltado en lo absoluto.

Definitivamente, fue afortunado al menos en eso.

De pronto no puede decir que empatice con un mocoso como lo es Sakusa Kiyoomi comenzando porque es, precisamente, el hijo de su abusador pero si algo aprendió de Gu Yeeun es que por más jodida que sea la vida, esta siempre es mejor que la muerte.

La prueba de eso, es él mismo. Está ahí, vivo, precisamente gracias a sí mismo aunque...sí que se siente cansado de vez en cuando.

—¿Tsumu? —lo llama Aran, y por un momento Atsumu cree escuchar a Osamu con el mismo tono de voz preocupado con el que, durante tanto tiempo, le ha hablado.

Atsumu sacude la cabeza, acercándose a la maleta que hace rato Aran ha dejado sobre la mesa de billar, abriendola para ver la cantidad de armas y herramientas que, supone, le ha llevado para esa misión.

—Cínico e impertinente —Aran frunce el ceño, sintiéndose perdido antes de escucharlo hablar otra vez. Atsumu saca varios cartuchos y varios revólveres de la maleta, todos de diferente tamaño en el armazón antes de tomar entre sus manos la glock con corredera automática, misma corredera que está bañada en un metal que simula el oro, la favorita de él—. Así es Sakusa Kiyoomi —dice, apuntando a un punto de su habitación antes de volver a revisar el arma.

—Vaya, suena a que te estás describiendo a ti mismo —Atsumu hace una mueca, que si bien no es porque le haya dado risa el comentario, le ha salido de la nada.

Aran lo mira unos segundos, dejando el tema por la paz, acercándose a él para terminar de sacar lo que hay en la maleta y mostrarle: —Te traje tus juguetes favoritos. Y algunos son nuevos. Pasé con Osamu antes de venir contigo a dejarle sus cosas. Al parecer Kita lo acompañará —Atsumu parece soltar un suspiro semi aliviado al oír eso aunque igual sigue sintiéndose un poco molesto.

—Sí permite que Shinsuke vaya con él pero cuando se trata de mí-... —su queja hace que Aran vire los ojos y que Atsumu se de cuenta de lo mal que está tomando esa situación que, indudablemente, algún día iba a suceder.

Aran tiene razón, por supuesto. No puede estar para siempre detrás de Osamu vigilando todo lo que haga, pero su responsabilidad de querer protegerlo es algo que nadie le puede pedir que desvanezca tan fácil. Aún así, intenta poner de su parte. Tiene qué admitir que le tranquiliza que alguien como Kita vaya con él.

—¿Tú no llevarás a nadie? —pregunta el moreno al cabo de unos segundos, haciendo una revisión rápida a las armas aunque antes de ir a ver a Atsumu ya las ha revisado también unas dos veces—. Puedes llevar a Rintaro —esta vez Atsumu es quien vira los ojos haciendo una mueca de completo desagrado.

—Sí, claro, y este no perderá la oportunidad de clavar una navaja en mi cuello si me descuido. Prefiero comer vidrio a que él vaya cubriendo mi espalda —Aran suelta una risita en tanto revisa la última arma—. Iré solo.

—¿Estás seguro?

—Vamos en busca de un tipo que no quiere ser encontrado. Creo que lo mejor que se me puede ocurrir es no llamar la atención llevando a más gente conmigo.

—Wow, ¿Así de inteligente has sido siempre? Te recuerdo más tonto —Atsumu lo mira con gracia mordaz, dandole un golpe en el hombro en complicidad.

—Qué gracioso. Aunque, si quieres, siempre puedes ir conmigo. Puedes calentar el otro lado de la cama donde duerma.

—Estaba esperando que me lo pidieras, estúpido —Atsumu dibuja una última sonrisa complacida antes de decir:

—Bien. Entonces... —vuelve a hacer sonar la corredera automática de la glock—. ¿Cómo damos con Taku Iwasaki?

Así, en menos de un día, están en Tokio, rumbo a un bar en el corazón de Shinjuku, una de las zonas que Iwasaki controla.

Si quieren acercarse a él, tienen que buscarlo justamente en el barrio donde se mueve. Para nadie es desconocido que los mejores lugares para obtener información acerca de alguien que se esconde son las tabernas y bares de mala muerte por lo que deciden comenzar por ahí.

Aran no demora mucho tiempo en mover sus contactos para conseguirles a ambos identidades falsas y recicladas para llevar a cabo ese trabajo que aunque, honestamente, Atsumu odia, les asegura dar con el paradero de Iwasaki más rápido a tener que ir rastreando una pista yendo y viniendo mientras se muestran con sus identidades reales, después de todo, el tipo debe de tener más que ubicados a cada miembro de la organización de su padre así como debe tener gente que le trabaja dando y actualizando información sobre cada uno de sus deudores para así no ser interceptado nunca.

Si lo piensa bien, el tipo no es tan idiota.

Tiene una nueva identidad y aun así conserva el misterio de mostrar su nuevo rostro para no dejar ninguna abertura y darle la oportunidad a nadie de que lo descubra.

Lo único que odia Atsumu de esa situación es tener que teñirse el cabello de otro color para desviar la atención pues aunque siempre que sale realiza sus tareas portando su máscara, no quiere dar ningún indicio de quién es él.

Aran no le dice nada cuando lo descubre, una noche antes, mordiéndose un poco las uñas mientras se mira al espejo una última vez sosteniendo el recipiente de tinte, como si dudara, antes de echarselo a la cabeza y comenzar a teñirlo.

Con Osamu tiene una promesa. Una promesa que es irrompible y significa mucho para los dos. No quiere faltar a su palabra pero asume que Samu entenderá cuando le explique el motivo por el que tiene qué teñirselo ahora.

—El rubio va contigo —Aran le hace un cumplido a través del intercomunicador en forma de zarcillo que Atsumu tiene en la oreja cuando ingresa él primero al bar. Lo hacen por separado, por lo que la comunicación solo la mantienen a través de los comunicadores—. Tienes buen culo, eh —dice Aran refiriéndose a cómo va vestido esta vez mientras Atsumu niega, aguantandose la risa cuando es su turno de que revisen que no lleve ninguna arma encima en la entrada, lo cual se le hace absurdo cuando, al ingresar finalmente y comenzar a reconocer el lugar, lo primero que salta a la vista, además de las luces de colores y ver mujeres con poca ropa entretener a los hombres tanto en sus mesas como en el escenario, es ver a varios hombres armados mientras inicia su recorrido hacia la barra —No se ve a Osamu por ninguna parte. Parece que llegamos antes que él —añade el moreno tras ingresar ahora él y separarse de Atsumu, buscando otra posición a varios metros de él, lo suficiente para que no los asocien ni los vean juntos.

Atsumu no dice nada por el momento, solo se empina su primer trago para entrar en calor para luego apoyar la espalda sobre la barra y hacer un recorrido rápido con la mirada. Acción que imita Aran desde su sitio.

En el centro hay toda una orgía con ropa al parecer, lo suficientemente asquerosa como para que Atsumu aparte la vista y se concentre en otra cosa que no sea en pechos y hombres drogados queriendo comérselas vivas.

— Los de la entrada-...

—Mercenarios —dice Atsumu, interrumpiendolo, llamando al barman con la mano para que le rellene su vaso. Aran apenas va por su primera bebida.

—Veo demasiadas armas para ser un simple bar.

—Es un bar yakuza. ¿Qué esperabas? ¿Serpentinas y globitos? —aunque que los hayan revisado a ellos minuciosamente en la entrada hace que pierda todo sentido el hecho de que se distingan fácilmente varios hombres armados. Atsumu camufla sus siguientes palabras con el borde de su vaso antes de volver a beber—. Deben ser hombres de Iwasaki.

—Si hay tanta seguridad y están tan armados, hay alta probabilidad de que esté cerca —completa Aran sonriéndole a una chica que pasa delante suyo y que lo mira sugestivamente.

—Voy a recorrer un poco el lugar —antes de que Aran proteste a la idea de que su compañero se mueva solo, Atsumu ya está terminandose la bebida de un solo trago, dejando el vaso vacío sobre la barra para comenzar a circular por el lugar.

El lugar tiene varios desniveles. El escenario principal está en el último, al menos en el nivel que salta a la vista tan pronto entras, rodeado de varios escalones de donde se conectan los pasillos que dan hacia las mesas y las salas. El recorrido de Atsumu es rodeando todo el escenario, mirando las distintas salidas y pasillos que tiene el lugar en caso de que sea necesario retirarse de manera precipitada.

Más allá del escenario hay una zona en la que parece que todavía se desciende más.

—Parece que hay un sótano —dice, sin perder de vista el camino, sonriéndole a cuanta mujer se le atraviesa, llegando un poco más lejos con algunas que se le rozan por encima del cuerpo, apartandolas astutamente con un par de caricias y una que otra sonrisa pícara—. Hay suficiente seguridad en la sección de atrás como para que solo sea donde guardan la cerveza.

—Si está la droga, está el jefe del sitio. Si tenemos suerte, podría ser Iwasaki.

—Bien, Papi guía esta vez.

—Como si no lo hicieras siempre —responde Aran sin más remedio, apartándose de la barra para comenzar a caminar alejado de donde Atsumu se encuentra para reconocer el perímetro él también.

Atsumu se demora un poco más buscando alguna forma en la que no tenga que llamar tanto la atención para acceder al sótano cuando lo ve.

Lo ve, y es como un imán reconociendo a otro.

Lo ve, a un chico con una energía y una seguridad dominante para la edad que se mira que tiene.

A un chico mucho más joven que él, con cabello y ojos como el carbón, lo suficientemente contrastante con lo pálido que es el color de piel. Por cortos segundos, Atsumu se queda sin aliento, hechizado por la exótica e inesperada belleza en un rostro tan joven hasta que, pasado más tiempo, la revelación viene a él.

Madre de Dios.

Es él.

El hijo de Yoshiaki.

El heredero del grupo Itachiyama.

El mocoso impertinente y grosero que conoció hace poco en esa fiesta de mierda.

—Sakusa Kiyoomi —brota de sus labios de forma inmediata. Sintiendo la boca seca y como si no hubiese podido retener esas palabras por más tiempo.

Antes de conectar miradas con él y ponerse en evidencia también, Atsumu se vira, tomando el camino por un pasillo distinto para fingir que no lo ha visto de la misma forma en que se finge creer que se ha visto a un fantasma.

—¿Qué? —Aran responde segundos después pero Atsumu apenas y puede prestarle atención, reprobando un poco su estupidez al soltar su nombre de una forma tan irresponsable.

—"¿Qué carajos hace él aquí?" —piensa primero para él mismo antes de soltar la pregunta a Aran, pasando de cero a cien en la escala del estrés en cuestión de segundos—. Es...Creo que es él pero ¿Qué hace aquí, puta madre?

—No tengo ni la más remota idea.

Atsumu no esperaba una respuesta realmente de parte de su compañero porque su ansiedad ahora es más fuerte a diferencia de cuando ambos llegaron a ese lugar.

No puede evitar maldecir en ese momento al maldito mocoso por estar ahí. Por haberse infiltrado en un sitio en el que, en primer lugar, no tendría por qué estar.

Atsumu tenía claro, gracias a la información recopilada por Aran, que no solo ellos serían los que estarían tras las huellas de Iwasaki, ya que al deberle dinero a tanta gente, era más que obvio que esa cazería involucraría a más personas queriendo su cabeza pero de eso a toparse con Sakusa Kiyoomi en ese preciso momento hay una diferencia muy grande comenzando porque el sujeto en cuestión es un puto niño.

El puto engendro de Yoshiaki.

No entiende un carajo.

¿Acaso Iwasaki también le debe dinero a él? ¿O por qué otra razón su hijo inexperto de quince años estaría haciendo, lo que se supone, ellos también hacen?

No puede ser.

Todo eso se ha vuelto una mierda ahora.

—¿Qué es esto? ¿El torneo de los tres magos o qué carajos? —dice Atsumu, un poco sobrepasado por los hechos mientras se pasa una mano por el rostro y busca un mejor ángulo para mirar a Sakusa Kiyoomi al mismo tiempo que sea ciego para él—. Aran, puta madre, no dijiste nada acerca de que Itachiyama también estaba involucrado en esto —reclama en voz baja a su compañero pero con la suficiente indignación impregnada en él. ¿Es que nunca va a poder mantenerse lejos de esa organización de mierda? No los quiere ver ni en pintura, y ahora resulta que tiene al hijo de ese bastardo a unos metros de él.

—¿Te quejas conmigo? Esa información deberías saberla tu —dice el moreno, refiriéndose únicamente a que Atsumu está más que familiarizado con los movimientos de Itachiyama que él, no porque Yoshiaki comparta ese tipo de información deliberadamente con cualquiera sino porque si Atsumu ha soportado estar a su lado tanto tiempo no es solo para quedarse sin obtener nada de él a cambio.

Desde código de armas, claves, cuentas bancarias ficticias y una lista interminable de los clientes con los que tiene tratos, no solo en Japón sino en otras partes del mundo, Atsumu, desde que cayó en sus garras, ha estado recopilando cada dato de cada negocio en el que Yoshiaki pueda estar involucrado para poder usarlo algún día a su favor.

Sin embargo, nunca escuchó algo acerca de que tuviera nexos con Taku Iwasaki. ¿Lo había pasado por alto o ese infeliz simplemente no lo había mencionado nunca?

Que Sakusa Kiyoomi esté ahí solo hace que Atsumu asuma que ha sido enviado por su padre de la misma forma que él y Osamu fueron enviados por Harada.

—Par de padres de mierda —maldice muy personalmente sin preocuparse si Aran lo ha escuchado o no.

Al menos él ya está un poco familiarizado con todo ese entorno al igual que Osamu pero ese mocoso apenas tiene quince años. ¡Quince!

Que haya más gente tras la pista de Iwasaki no es el problema, Atsumu puede encargarse de eso él solo pero, por alguna razón, ver a Sakusa Kiyoomi ahí, le llena de ácido las vísceras y le pone los nervios de punta. No porque le preocupe su integridad, sino porque cualquier error que cometa va a poner sobre aviso a toda la seguridad de ese bar y, por consiguiente, en alertar a Iwasaki de que lo están cazando.

Con disimulo, Atsumu voltea a mirar por encima de su hombro, ahí donde Sakusa Kiyoomi parece hacer un rápido reconocimiento visual del lugar.

Al ahora rubio se le retuerce el estómago, ¿tan siquiera ha estado en un sitio como ese antes?

Sakusa Kiyoomi luce desarreglado, como un joven delincuente vestido de jeans y una campera negra que tiene anexada una caperuza del mismo color. ¿Acaso pretende que con eso su cabello rizado no llame la atención?

Sorprendentemente, la llama, pero no de la forma que Atsumu piensa que podría traerle problemas. Su calidad de belleza es la justa que hace que las mujeres se le acerquen a pesar de que estas les sacan casi una cabeza por encima de él. Atsumu evalúa su desenvoltura a la distancia, y es realmente asqueroso y penoso ver como las mujeres se le enciman aunque, a diferencia de la reacción violenta que esperaría que tuviera un mocoso descortés e inexperto como se ve que él es, la facilidad con la que Sakusa Kiyoomi se las quita de encima es inesperada.

—Qué interesante. Quizá no es tan virgen como se ve —dice Aran desde su posición, disfrutando del espectáculo. Oye un bufido de parte de Atsumu—. ¿Te molesta que esté aquí?

—Cualquier persona que esté vinculada con Itachiyama me hincha las pelotas —pierde la concentración solo un momento antes de volver a mirar por encima de su hombro hacia atrás—. Míralo, nada más falta que se ponga un cartel en la frente que diga "chico virgen" para que se le vayan como hienas encima —aunque ya lo hacen, piensa—. Ni siquiera ha de saber en qué hoyo poner la verga, seguro va a saber cómo rastrear a un puto narcotraficante —dice eso en tono muy bajo, casi imperceptible, aunque con el escándalo de la música es casi imposible que alguien lo oiga.

—¿Se te olvida que el chico ya es miembro oficial de su organización?

—Tiene quince, Aran.

—Y tu dieciocho, Tsumu. Y aun así, a veces, te comportas como un niño. Justo como ahora así que no veo la diferencia —Atsumu tamborilea los dedos con más fastidio, sobre la superficie de la barra donde está.

—Yo ya tuve misiones, puta madre. Osamu también. Sabemos lo que significa bañarnos las manos de sangre, por mucho que me pese tomar eso como una experiencia buena y más de mi hermano menor. Ese niño se ve que no ha tenido ni una puta misión.

—Bueno, esta debe ser su primera misión —Aran suspira, exasperado—. En todo caso, ¿qué te importa eso? Solo hay que ignorarlo.

Ignorarlo, dice.

Es obvio que Sakusa Kiyoomi no ha ido ahí para que le quiten lo virgen.

Observandolo desde lejos, viendo cómo recorre el lugar y cómo se mueve y desenvuelve, es obvio que está en busca de algo. De alguien. Tienen que estar tras la misma persona.

—Entonces ¿Qué hacemos? ¿Volvemos otro día o-...?

¿Volver luego? Y una mierda. Él llegó primero. Mientras más rápido den con Iwasaki, más rápido se acaba esa mierda para él.

Lo siente por Samu si es que le llega a ganar otra vez, pero prefiere ser él quien se enfrente a esa calaña de hombre a que sea su hermano menor.

Dando un golpe seco sobre la barra, vuelve sus pies por los pasillos hacia el lugar donde asumió, desde hace rato, era un lugar inaccesible hacia el sótano.

Se toma sus precauciones, desde luego, y es que toparse con el hijo de Yoshiaki, no tiene ni idea de los problemas que podría causarle. Sakusa Kiyoomi nunca lo ha visto sin máscara, y aunque esa debió ser su primera alerta al llevar a cabo ese plan, es obvio que el mocoso también tiene noción de eso.

Aran, él, y ahora ese niño, están arriesgando demasiado.

Al menos le da puntos por los huevos que se carga al ir a un lugar así y de esa forma.

Cuando pasa por unas dos filas por detrás de donde él está, sin embargo, la atracción como imanes es casi inmediata. No sabe quién de los dos ha sido el primero que ha volteado a ver al otro pero Atsumu rompe la conexión de sus ojos apenas transcurre un segundo, continuando su camino.

—¿Atsumu Gu?

—¿Qué? ¿Él está también ahí? —Kiyoomi frunce el ceño, maldiciendose segundos después de haber pronunciado su nombre sabiendo que Komori lo escucha desde otro sitio por el intercomunicador.

Kiyoomi vuelve sus ojos al frente, buscando a la persona con la que acaba de hacer contacto visual hace unos segundos pero ya no lo ve. ¿Por qué dijo su nombre tan inesperadamente?

Solo le vio los ojos, ojos dorados y brillosos, y fue como si supiera que era él.

Con que así luce el rostro del ingobernable e irracional Atsumu Gu.

—¿Estás seguro que era él? —pregunta Komori en un tono más ansioso que él. Kiyoomi no conoce a mucha gente como para decir un nombre tan arbitrariamente. Y aunque nunca se quitaron las máscaras durante ese momento en la fiesta, recuerda sus ojos—. Kiyoomi.

—Olvídate de él —da por zanjado el tema Kiyoomi, volviendo a concentrarse en lo suyo aunque mentiría si dijera que no se siente intranquilo ahora que sabe que no es el único que ha ido a ese lugar en busca de Iwasaki.

Atsumu Gu, además de ser conocido por ser lo contrario a lo que uno se esperaría de un joven amo obediente, abusa de ser uno de los miembros más valiosos de su organización para la edad que tiene. Ha hecho cosas terribles y desubicadas, mismas que le han traído problemas a su familia, pero Kiyoomi también mentiría si dijera que no le han parecido increíbles.

Como sea, ese no es momento para adular a un sinvergüenza como él.

A diferencia de Atsumu Gu, Kiyoomi ha ido ahí, no porque se lo hayan ordenado, sino por cuenta propia. Y de paso ha arrastrado a Komori con él.

Es probable que Iizuna ya se haya dado cuenta, para este momento, de que ha faltado a su palabra de no meterse donde no lo llaman. Luego de la imprudente y forzada forma de obligar a su padre de incluirlo en asuntos más serios a tener que vivir esperando a que se le requiera, fue duramente reprendido por Iizuna.

Kiyoomi sólo lo escuchó, atento a la vez que emprendía en su mente un modo de no quedarse fuera del asunto de un hombre que, presuntamente, le había estado robando a su padre durante los últimos meses.

Iizuna incluso tuvo el descaro de decirle que tendría que esperar más tiempo.

Y una mierda, pensó en ese momento ¿Que esperara? ¿Esperar cuánto?

No es que le urja involucrarse en los asuntos de la organización como si fuera su mayor logro en la vida volverse líder pronto pero está poniendo a prueba justamente las cosas que Iizuna quiere que aprenda.

¿Quería que se involucrara más? Lo está haciendo, aunque puede que, realmente, no haya ido a ese lugar con un plan primero.

De hecho, la información obtenida para llegar hasta ahí, además de la que es en relación a quién es Taku Iwasaki, la tiene gracias a Komori quien no lo ha dejado solo en eso por mucho que, en un principio, se haya negado a ayudarlo.

Cuando regrese va a intentar ser más amable con él. Con él solamente porque, honestamente, luego de eso, Kiyoomi no va a tener ganas de serlo con nadie más.

El asco que le produce estar en ese lugar luciendo así es penetrante.

Quiere acabar con eso rápido para salir de ahí y vomitar luego por horas.

—Síguelo —sugiere Komori, trayéndolo de vuelta a la realidad. Y la realidad es que tan pronto lo oye, no se pone a discutir con él ni con su orgullo. Sus pies rápidamente están persiguiendo a la figura alta que se mueve con naturalidad por el lugar hacia la parte trasera del escenario principal.

—Te está siguiendo —informa Aran a Atsumu esta vez, quien en todo el rato se resiste a voltear. ¿Qué cree que hace? —. Tienes razón, va a ser un estorbo, quítatelo de encima.

—Esto es una mierda —maldice el rubio con la voz cargada de molestia y estrés —Creame una distracción —pide Atsumu a Aran ya solo a unos pasos del filtro donde están dos hombres armados, mismos que impiden el camino hacia esa sección del bar.

—Estoy en eso —dice en moreno en respuesta, arrastrando su mano por debajo de la barra de bebidas, colocando una cápsula, misma que activa con su teléfono y que al instante produce una cantidad considerable de gas simulando un presunto incendio.

Los primeros en alterarse son los civiles, y el grito de las mujeres en especial es demasiado alto y agudo como para alterar, ahora, a los hombres armados casi de forma inmediata. No porque crean que no se trate de un incendio o una fuga, sino también porque cualquier suceso de ese estilo, se transmite a ellos como un peligro.

Atsumu se mantiene apartado del disturbio cuando tanto civiles como hombres armados se movilizan, dándole el suficiente tiempo, gracias a la distracción, de colarse por ese acceso sin ser visto.

—No lo pierdas —insiste Komori y Kiyoomi ya se encuentra saltándose dos filas enteras de asientos, pasando por encima de ellos, para darle alcance a Atsumu Gu y no perderlo.

—No viene solo —dice Kiyoomi, ya dentro de esa sección pero perdiendo la concentración y un poco el equilibrio por unos segundos ante la llave que alguien hace a su cuello mientras lo acorrala contra una de las paredes.

—Y ya veo que tú tampoco vienes solo, Omi-yah —dice Atsumu sin verlo, arrancándole a la fuerza del cabello el pequeño intercomunicador que, desde que lo vio, asumió que estaría ahí. Kiyoomi se queja un poco, forcejeando con él para intentar quitarselo de encima pero parece que la diferencia de fuerza y edad le sobrepasa por primera vez.

¿Kiyoomi? ¡Kiyoomi! —Atsumu se acerca el intercomunicador a los ojos con la mano libre, teniendo fuertemente presionado el cuello del mocoso con la otra para que no se mueva en tanto inspecciona el objeto y escucha como una voz mucho más aguda sale del aparato—. ¿Quién es? ¿Otro mocoso zopenco como tú?

—Su-Suéltame —Atsumu tira el objeto al suelo, aplastandolo, volviendo su atención al enano azabache que forcejea como una fiera entre sus brazos.

—Lo haré cuando me digas qué carajos haces aquí.

—¡No te incumbe! —Atsumu hace una mueca. Dios. Enserio que no se equivocó cuando pensó que era un maldito niño gritón.

—Me incumbe porque tu presencia me está rompiendo las pelotas justo ahora, niño estúpido—para cuando finalmente lo suelta, Kiyoomi ya está en posición de devolverle la agresión. Atsumu solo vira los ojos, sintiendo toda esa situación demasiado hilarante y molesta—. ¿Tu padre te envío? —el mocoso no responde pero hace cierto gesto con su cara de estreñido que es suficiente para Atsumu para que se haga una idea de lo que sucede—. Ya veo. ¿Qué me impide ir de soplón y decirle a él qué estás aquí?

—Lo mismo que me impide a mí romperte las pelotas todavía más.

—¿No tienes ni idea de cómo se resuelve esto si te atrapan, verdad?

Atsumu cree que el término morir es muy universal y es fácilmente comprendido por todas las personas que están involucradas con la mafia.

Todos los días es como si tuvieran una pistola apuntandoles cabeza y corazón. La sensación es asfixiante y preocupante durante todo el día porque siempre se corre un alto riesgo de que las cosas terminen mal.

Sin embargo, este niño...este maldito niño engendrado por Yoshiaki, no solo le está rompiendo las pelotas justo ahora, sino que el escrutinio en sus ojos hace que se ponga nervioso por primera vez.

Tiene la piel más blanca que Yoshiaki, piensa, como si ese tipo de pensamientos tuviera cabida en un momento así pero es que no puede evitar enfocarse en su apariencia aunque sea unos segundos.

No le sorprende que las mujeres le hayan prestado tanta atención tan pronto lo vieron entrar.

Como sea, vuelve su vista a su rostro, concentrándose en la respuesta que le dio anteriormente. ¿Cómo debería interpretar esa insinuación a que si él está ahí es porque ha ido en contra de las órdenes de su padre?

Cuando lo vio por primera vez en esa fiesta, solo le pareció un adolescente demasiado resentido con su padre por la falta de atención que pudo haber tenido durante su infancia pero, viéndolo ahora, percibe que no es solo eso.

Hay fuego en los ojos color laca de Sakusa Kiyoomi. Un odio tan especial que...es parecido a la de él.

Atsumu no tiene más tiempo de analizarlo cuando tiene que colocar sus dos manos cerca de sus testículos y detener la certera y poderosa patada que el hijo de Yoshiaki le manda. Mantiene las manos ahí, apretando y torciendo su pierna hasta que en un parpadeo tiene el cuerpo del adolescente levantado en el aire, como si desafiara la ley de la gravedad, con la intención de envolver sus piernas en su cuello para tumbarlo.

¿Qué carajos?

Forcejean más de lo que a Atsumu le gustaría, dándose cuenta de que está desperdiciando el tiempo que Aran le ha dado para inspeccionar esa zona. Sin embargo, es esa milimétrica distracción al pensar en su compañero la que Kiyoomi aprovecha para llevarle ventaja, logrando tumbarlo contra el suelo enrejado y librarse de él, comenzando a correr por el pasillo y adentrarse más en esa zona.

—¡Me estás jodiendo-...!—poniéndose de pie rápidamente, corre a alcanzarlo en tanto el caos colectivo dentro del bar parece incrementar. Piensa en Aran por un momento, confiando en que el grandote se las puede arreglar solo sin él. Ya luego le invitará una cerveza cuando salgan de eso.

No avanza tanto para encontrarse con el mocoso nuevamente aunque esta vez Atsumu se esconde detrás de unos contenedores, a una distancia adecuada para ver como Sakusa Kiyoomi es engullido a una recámara de la que Atsumu solo percibe el olor concentrado a drogas, alcohol y sexo.

Inconscientemente hay un presentimiento muy malo que se apodera de él al perderlo de vista, notando la mirada llena de lascivia con la que el hombre que le abrió la puerta le dio mientras lo inspeccionaba de arriba abajo antes de dejarlo pasar.

Las ganas de vomitar vuelven de pronto, aumentando también su ansiedad.

Cuando Kiyoomi entra a ese cuarto, de inmediato percibe un olor nauseabundo que no reconoce pero no dice nada. Así como tampoco ha dicho nada cuando ha entendido que la única razón por la que lo han dejado pasar es porque, al parecer, lo han confundido con otra persona.

—Ah, hasta que llegas. Me preguntaba qué tanto les estaba demorando en traerme a alguien con quien revolcarme un rato —el hombre que está extendido a lo largo de ese sofá circular, de cicatriz grotesca en el rostro y cabello deslavado y tieso, debe ser el jefe del lugar. El que lo administra. Por un momento, Kiyoomi piensa que es Iwasaki pero lo descarta rápidamente.

Aquél hombre solo se ve como un imbécil que sigue las órdenes de alguien más. Alguien que sí debe ser Iwasaki.

Hay dos hombres detrás del sofá donde el hombre está, dos más en la puerta, además del que le ha abierto la puerta anteriormente. Seis, contando a ese cerdo.

Decir que no siente náuseas y nervios ante ese giro de los acontecimientos en tanto ha sido confundido con un prostituto, sería mentir. De hecho, quiere vomitar y gritar al mismo tiempo pero no lo hace solo por llevar esa actuación suya hasta el final.

—Los voy a premiar, chicos. Me han traído al más bonito esta vez —dice el hombre que, en cosa de segundos, ya está frente a él flexionandose un poco mientras le baja la caperuza de la cabeza y le toca la piel de la mejilla. Kiyoomi siente asco mezclado con escalofríos, pero sigue permaneciendo rígido aunque no sabe por cuánto tiempo más podrá hacerlo.

Sus ojos, fríos y hostiles, en lugar de intimidar al hombre, parecen calentarlo, tanto que en un repentino movimiento, toma a Kiyoomi de los cabellos de su nuca, tirando de él hacia atrás para estirar la piel blanquecina y lechosa de su cuello, y acercar su cara a olerlo.

Las alertas de su cuerpo se disparan pero también, por un segundo, las aborrece al ser su primera sensación el miedo que siente cuando el hombre le retira con fuerza la campera, dejándole el hombro descubierto por la playera negra que hay debajo de ella.

Va a castigar a Komori cuando salga de ahí, por haberle vestido de ese modo tan corriente.

Las intenciones del hombre de lamer su hombro son suficientes para que Kiyoomi salga de ese trance y reaccione impidiendo que el hombre siga tocando. Sin embargo, en respuesta a su insolencia, un insoportable dolor le atraviesa todo el cuerpo cuando, desde atrás, alguien le ha dado en la espalda con un taser.

Su sistema nervioso se inmoviliza, extendiéndose rápidamente por sus músculos hasta que cae al suelo de rodillas resintiendo la descarga.

—Así me gustan. Rudos —cuando Kiyoomi hace un segundo intento por moverse, de nuevo es atravesado por el extremo dolor, esta vez encogiendo todo su cuerpo hacia adelante.

El dolor paralizante le quema por dentro cuando recibe una tercera descarga, misma que lo dejaría completamente en el suelo si tan solo ese hombre no estuviese tirando fuertemente de su brazo izquierdo ahora, torciendolo mientras le levanta medio cuerpo y hace que lo mire—. He visto temblar a muchos antes que tú pero tu expresión es...divina...

Afuera, Atsumu ya va en su quinta mirada hacia el pasillo por donde vino, oyendo cada vez menos bullicio que antes, lo que lo pone sobre alerta de que en cualquier momento esos hombres volverán a pasar por ahí.

"Duele...Duele mucho"

Atsumu cierra los ojos y es casi como si pudiera regresar a ese día.

Al día en el que le hicieron ese daño irreparable a él.

A cómo suplicó que alguien, quien fuera, lo salvara de ese horrible dolor.

Volviendo su mirada a la puerta por la que vio a Sakusa Kiyoomi entrar, el estómago se le revuelve más y se siente frío de pronto. Como si estuviera mareado y no supiera qué hacer ni a dónde ir.

No es su asunto, se repite.

Él se lo buscó, vuelve a pensar.

Que se las arregle él solo...

Ya pasan más de cinco minutos desde que Sakusa Kiyoomi entró a esa habitación de la que no sale ningún sonido. ¿Está insonorizada? ¿Por qué nadie más entra?

Es el hijo de Yoshiaki.

El hijo del monstruo que abusó de él.

¿No es eso una especie de karma de la que debería estar disfrutando?

Van a tomar a su hijo.

Van a hacerle lo mismo que le hicieron a él.

Van a-...

—Carajo —aprieta las manos alrededor del contenedor que le tapa un poco la visión, sintiendo su corazón intranquilo, antes de maldecirse una última vez y salir de su escondite y tumbar esa puta puerta de una sola patada.

En cuanto la puerta se viene abajo, sin embargo, la imagen que tiene del interior es inaudita.

Sakusa Kiyoomi dándole una demostración de toda su fuerza y lo duro que, seguramente, fue entrenado desde que era un niño para tener ese tipo de movimientos en el aire mientras se ocupa de todos esos seis hombres a la vez él solo.

Atsumu se tiene qué hacer un lado cuando uno de ellos sale proyectado hacia donde él está parado en la puerta luego de Sakusa Kiyoomi le haya dado una patada en el pecho.

Tiene las manos esposadas a un tubo, seguramente algo que le hicieron tan pronto entró a la habitación con la intención de que no escapara o que pusiera resistencia a las cosas asquerosas que pretendiera hacerle el jefe en cuestión, sin embargo, eso no impide que ahora haga uso de él para soportar su peso, y con ayuda de su ridícula flexibilidad y destreza, eleve su cuerpo como si fuera una resortera humana, lanzando puñetazos y patadas a diestra y siniestra.

Dios mío.

La imagen es, por sí sola, alucinante.

Gracias a su delgada y pequeña complexión, es capaz de moverse incluso más rápido de lo que Atsumu es cuando combate cuerpo a cuerpo con alguien de su tamaño. Kiyoomi, en cambio, está más que acostumbrado a pelear con hombres que son mucho más grandes que él.

El miedo que anteriormente sentía acerca del desconocimiento de no saber qué hacer se tradujo, en cosa de segundos, en un potente odio y asco cuando ese hombre intentó lamerle la mejilla, emanando un olor agrio de su boca.

Aquello fue suficiente para que Kiyoomi, aun resintiendo los remanentes de la última descarga, se encendiera.

La fuerza que debe tener en las piernas y en los brazos para jugar con su cuerpo así, con una precisión increíble además, hacen que Atsumu se sienta un imbécil de pronto.

Él solo tiene que terminar de darles el último golpe a los hombres que, uno a uno, salen y caen por la puerta, solo para que no se levanten de nuevo y no tenga que lidiar con ellos después.

Poco le dura seguir viendo ese desenfreno de golpes cuando el pasillo se llena de los hombres que Atsumu temía que se presentaran, volviendo eso una interminable fila de tipos a los que tiene que hacerle frente él primero porque es quien está más cerca de ellos.

—¡Aran! —llama a su compañero ya consciente de que esa misión se ha ido al carajo—. ¡Aran, cabrón! ¡Responde-...! —tanto Atsumu como los hombres se estremecen cuando oyen un disparo provenir de la habitación donde su jefe se mantenía oculto hasta hace poco, lo suficiente para volver su mirada justo en el momento en el que una bala sale del piso de rejillas y da en el punto exacto para romper las esposas de Sakusa Kiyoomi —. ¿Pero qué coño-...? —Atsumu no da crédito a lo que ve cuando, del mismo suelo de rejillas, por el que fácil puede caber un arma, dos glocks salen de ahí, levantándose en el aire en el momento exacto en el que ese cabroncito de mierda, que ya tiene liberadas sus manos, las cierra para sujetarlas y comenzar a disparar.

Atsumu apenas puede percibir cómo corre hacia él y empieza a hacer una segunda demostración de su forma de pelear delante suyo. A él lo pasa casi que de largo aunque en algún punto, un giro inesperado lo hacen sostener un arma, de las que Kiyoomi obtuvo de de la persona que se las proporcionó —seguramente la misma persona que lo acompañó así como Aran a él—, justamente porque el azabache se la ha dado.

Atsumu no se va a poner a pelear con él ni mucho menos a gritonearle como si fuera su superior o algo así. Lo que quiere es salir de ese lugar y reunirse con Aran. Ya luego verán en qué mierda acaba todo eso pero por ahora solo está interesado en salir con vida.

En algún momento deja de ver al chiquillo con el que se ayudó a salir del pasillo, deshaciéndose cada quien de, mínimo, ocho hombres.

Cuando ubica a Aran, solo se dan una mirada de reconocimiento el uno al otro para asegurarse que están bien por mucho que ambos estén asestando golpes y disparos al por mayor.

A Sakusa Kiyoomi lo vuelve a ver, en medio del disturbio, persiguiendo al tipo, al que todo apunta, es el jefe del lugar. Ese que tiene una grotesca cicatriz partiendo de su rostro hacia su frente pero que también tiene una nueva y enrojecida cubierta de sangre que va desde su labio hacia su mejilla derecha en posición horizontal.

Kiyoomi se la hizo y lo único que lamenta es haberse salpicado con su asquerosa sangre parte del rostro cuando le desgarró la piel con la pequeña cuchilla guardada en un casi invisible compartimiento del anillo metálico que Iizuna le regaló hace poco por su integración oficial a la familia Itachiyama.

Eso fue lo que desencadenó todo el caos que ahora deja atrás mientras persigue al hombre hacia lo que parece una sección todavía más exclusiva del bar. Pasa por estrechos pasillos y varias intersecciones que le toman pocos segundos contemplar hasta que llegan a un galerón abierto donde el ruido de las máquinas y el transformador que suministran luz eléctrica al bar lo obliga a llevarse una mano a los oídos solamente, mientras con la otra continúa apuntando y adecua sus ojos a la penumbra.

—¿Dónde estás? —una silueta pasa a su lado tan rápido que su primer instinto es apuntar y disparar, dándole a la nada.

Observando con más detalle, solo hay ventanas altas ahí, ninguna puerta, lo que significa que no hay manera de salir de ahí. Entonces, ¿dónde-...?

El sonido de un encendedor atrae su vista demasiado tarde cuando la mecha ya está tocando la gasolina que ha sido vertida cerca del transformador de alta tensión, haciendo que sus ojos reflejen el fuego cuando la explosión ocurre.

—¡Kiyoomi! ¡Kiyoomi! —Komori se le va encima a su primo cuando lo ve salir, más o menos ileso del bar, en compañía de Atsumu Gu con una tos horrible y casi en el mismo estado que él.

—Hey.

—Hey —saluda Atsumu a Aran cuando se deja caer en el suelo y este se acerca a él.

—¿Estás bien? —Atsumu no responde de inmediato, apenas está recuperando el aliento, pero pasados unos segundos voltea a su derecha, ahí donde el mocoso Sakusa Kiyoomi está con los brazos apoyados en el suelo al igual que sus rodillas mientras su cuerpo tarda más en respirar aire limpio que el quemado de allá adentro.

—Estoy de puta madre —manifiesta con fastidio, oyendo fuerte y claro el sonido de varios vehículos aproximarse. De inmediato, Aran se pone en posición de defensa frente a él mientras Komori hace lo mismo frente a Kiyoomi aunque su rostro está lloroso todavía.

Camionetas negras y blindadas aparcan a unos metros de ellos y cuando el primer hombre desciende de una de ellas, Atsumu no sabe si sentir alivio o más estrés.

—Iizuna-... —el llamado tembloroso y temeroso de Komori queda interrumpido cuando el sonido de una fuerte bofetada estalla. La mejilla de Kiyoomi, además de estar sucia por el escombro y las cenizas de la explosión, también se queda enrojecida con su rostro girado hacia el lado opuesto a donde Iizuna lo ve furioso.

—¡No estabas autorizado para venir aquí!

Mientras Sakusa Kiyoomi es reprendido, Atsumu y compañía lo presencian todo. Su primer pensamiento es que se lo merece, dandose cuenta de que tenía razón cuando indagó acerca de si su Yoshiaki sabía que estaba ahí. Que Tsukasa Iizuna, la mano derecha del líder del grupo Itachiyama, esté ahí, significa que es así.

Las razones, a Atsumu no les interesa saberlas.

Si fuera un poco amigable con la gente de Itachiyama, hasta le echaría porras a la mano derecha de Yoshiaki para que le de otros tres golpes a su hijo, después de todo, no solo acaban de poner sobre alerta a Taku Iwasaki y se acaban de cargar uno de sus bares, sino que los ha expuesto a él y a Aran.

A él, por otro lado, lo orilló a tener que salvarle el jodido trasero al verlo perseguir a ese hombre como si realmente tuviera un puto plan detrás.

¿Qué iba a hacer luego de acorralarlo? ¿Llevarselo a Yoshiaki para ver si él mismo le sacaba la ubicación, por medio de tortura, de Taku Iwasaki?

Con todo el alboroto que ya se había generado en el bar era más que suficiente para que la alerta ya hubiese sido enviada desde mucho antes. Capturarlo no iba a cambiar nada, ni mucho menos iba a ocasionar que le dijeran su ubicación. Al contrario, a esta hora ya deben estar triplicando la seguridad de todas las casas donde almacena la droga y sus armas todo por culpa de este niño.

Niño que, aunque debe saber lo que ha hecho, todavía tiene el descaro de plantarse frente a un hombre como Tsukasa Iizuna.

—Tremendo huevos se carga ese niño —dice Aran como si lo elogiara, recibiendo una mirada hostil de parte de Atsumu.

—Tremendos huevos una mierda. Se cagó en todos nuestros esfuerzos. Ahora el viejo va a creer que tú y yo somos unos ineptos cuando se entere de esta cagada. Osamu va a estar llorando de felicidad cuando también lo sepa. ¡Y Suna! ¡Dios! ¡Ya veo su cara de mierda regocijándose por esto! —dice enfadado, primero refiriéndose a Harada.

—Atsumu Gu —el aún rubio voltea a mirar a Tsukasa Iizuna, creyendo que va a ofrecer sus disculpas por la falta grave que el hijo de Yoshiaki ha hecho, además de agradecerle y besarle los pies por salvarlo, cosa que, a estas alturas, Atsumu se está arrepintiendo de haber hecho—. Mi líder desea comunicarse contigo —percatandose de que le extiende su celular, Atsumu se descompone, solo un poco, tras escucharlo y tomar la llamada con algo de repudio.

Mientras lo hace, Komori no deja de preguntarle a Kiyoomi si de verdad se encuentra bien. Pregunta, muchas veces también, si esos hombres no le han hecho daño.

Pregunta, pregunta, pregunta, pero Kiyoomi no puede apartar sus dos turmalinas negras de Atsumu Gu.

Antes de que Iizuna se dirigiera a él, Kiyoomi tuvo a su padre del otro lado de la línea, oyendo sus duras palabras.

—"Como si de verdad te importara" —pensó en algún punto de la conversación con Yoshiaki, de la que, honestamente, poco prestó atención en realidad.

Ni Iizuna ni Komori saben que, en realidad, si no conseguía algo de información a cerca de Taku Iwasaki, no iba a regresar a casa con las manos vacías sin, al menos, provocarle un tremendo coraje a Yoshiaki luego de que se enterara de lo que había hecho.

Realmente no le importa si a su padre le roban o no, si le ven la cara y juegan con él y su dinero. Al menos no fue a ese sitio, y arrastró a Komori consigo, porque le interesara proteger el orgullo de su familia.

Lo hizo para sí mismo.

La mejilla, donde Iizuna hace un rato le golpeó, todavía le arde pero poco a poco esa sensación se va desvaneciendo. En unos cuantos minutos, desaparecerá por completo.

Lo que no lo hace es la manera en la que no deja de mirar a Atsumu Gu de reojo y siente todo el estómago revuelto.

No va a mentir diciendo que no le interesa saber qué carajos quiere su comunicarle su padre luego de haber hablado con él.

Sabe que el tipo es tres años mayor que él, y que, probablemente, podrá tener una relación más cercana con gente que es de su mismo estatus o mayor pero ¿qué querría su padre de él como para solicitar hablarle?

La familia Gu y la Itachiyama no son precisamente organizaciones amables la una con la otra comenzando porque ambos líderes parecen competir en ver qué familia controla la mayor parte de Japón con sus negocios así que, partiendo de ese pensamiento primario de que son algo así como enemigos naturales de los zorros de los Gu, no puede evitar sentir que su curiosidad aumenta con respecto a ese sujeto.

El mismo sujeto que le salvó de terminar reventado en pedacitos.

Bueno, era lo mínimo que podía hacer ¿no? Él también le salvó el culo y no se está quejando. Incluso le dio una de las armas que Komori le dio en ese momento. Justo cuando está por comenzar a alardear por eso, ve como Atsumu Gu se aleja de su compañero y también de Iizuna para hablar de una forma más privada con su padre, también lo ve fruncir el ceño cada vez más hasta que regresa sobre sus pasos hacia donde él y Komori están.

Iizuna también se aproxima, casi de inmediato, aunque su expresión no parece muy agradable desde el momento en el que su líder pidió hablar con el hijo mayor de los Gu tras informarle que se encontraba ahí.

—Bien, lo haré, siempre y cuando tu angelito se disculpe conmigo y me lo pida amablemente —pasándole el teléfono a Iizuna, este frunce el ceño ante la informalidad con la que alguien como él tiene hacia su líder.

Un par de segundos más y la línea tensa en los labios de Iizuna se aprieta con más fuerza ante las indicaciones que su líder le da antes de apartarse del teléfono y dárselo a Kiyoomi de vuelta.

—Discúlpate con él y pídele que te acompañe en esta misión —resuena como un eco la voz de su padre en sus oídos, y Kiyoomi tarda en procesar sus palabras como si creyera que toda esa oración está mal.

—¿Qué? —Atsumu, cruzado de brazos, eleva una ceja, engreído y muy satisfecho de la reacción descolocada que Sakusa Kiyoomi está haciendo en este momento—. ¿Por qué tendría qué-...?

—No es una sugerencia. Hazlo —no hay una amenaza de por medio, lo que significa que su padre es rotundo con lo que le está pidiendo pero ¿por qué?—. Hazlo —vuelve a repetir su Yoshiaki y Kiyoomi ya está devolviendo el teléfono a Iizuna que parece solo estar esperando su respuesta para informarla a su jefe antes de colgar.

—Lo siento...por joder tu plan de mierda e hincharte las pelotas. Y-... —dice, rechinando los dientes, mientras cierra los ojos, negando con la poca paciencia que le queda, no lo puede creer.

Cuando levanta la cara, Atsumu Gu lo mira como un sirvenguenza, con esa sonrisa engreída que le vio hacer hace semanas en esa fiesta cuando lo vio por primera vez detrás de una máscara.

Bueno, ahora no está detrás de una máscara, por lo que ya no le importa nada.

—¿Qué pasa, Kiyoomi-yah? Aún te falta pedirme que te cuide el culo y te enseñe cómo limpiarlo —Kiyoomi da dos pasos hacia él y Atsumu solo engrandece los ojos un poco viendo que todavía tiene el descaro de plantarse delante suyo cuando le lleva casi una cabeza de diferencia.

— ¿Sabes qué? No te voy a pedir nada. Descuidate un poco, y te voy a dejar una cicatriz peor a la que dejé a ese tipo. Y de pasar de estar todos hablando de ti, van a hablar de mí. Creo que ya viste de lo que soy capaz allá adentro, sapo.

—¡Hey! —el reclamo de Iizuna llega demasiado tarde, volviendo a concentrarse en su jefe—. Sí, señor, él ya-... —Atsumu no le pone más atención a las palabras dichas por el hombre, clavando su mirada en la espalda de Sakusa Kiyoomi cuando se aleja para montarse en una de las camionetas de su familia.

La extraña satisfacción que hay en su rostro lo dice todo.

La sonrisa, en Atsumu, no se le borra, solo se extiende, sabiendo que ahora no solo tiene que encontrar a Iwasaki, sino que tendrá que soportar a un mocoso problemático muy parecido a él solo porque se lo buscó.

Porque sabe que si se descuida, esa salvaje comadreja va a terminar comiendolo vivo.