-Grazie tante, signorina.- le agradeció Hannibal a la chica que estaba esperándolos en el portal del edificio con las llaves. No debía tener más de 15 años; su madre la había mandado a hacerle el recado. Los miró a los tres con cierta extrañeza maleducada, intentando entender qué motivo había hecho a dos hombres una joven mudarse juntos.
Sus pasos retumbaban en la escalinata de mármol. Estaba oscuro, o eso les parecía después de cegarse con el brillo del sol sobre los adoquines de la calle. Llevaban muy poco equipaje pero después de haber permanecido toda la noche despiertos, tantas horas de avión y de tren, las maletas empezaban a pesar horrores. Al llegar al final de la escalera Hannibal se tomó su tiempo para abrir la gran puerta de madera. Las aldabas eran del tamaño de su cabeza, tal enormidad le hacía parecer mucho más pequeño de lo que era, física y metafóricamente. Cuando por fin hubo abierto la puerta, la luz mediterránea volvió a inundarlo todo y los dejó a solas en las salas de un palacete renacentista.
El suelo brillaba con la misma intensidad que el cristal de las ventanas. Las paredes pintadas al fresco representaban hojas y lirios entramados en patrones geométricos sobre un fondo rojo intenso. El techo, decorado con molduras, era exageradamente alto y hacía que cualquier movimiento produjera eco. Las salas contiguas al recibidor podían haberse decorado como cualquier sala de estar moderna, pero no había rastro de sofá ni de televisión. La mayoría de los muebles estaban cubiertos con telas que en otro tiempo fueron blancas. Sin embargo nada daba la sensación de estar sucio o descuidado. Es más, Hannibal suspiró con satisfacción tras llenarse los pulmones de olor a limpio.
-Bienvenidos.- anunció desde el centro de la habitación. -Ya he pensado cómo repartirnos las habitaciones. Si me seguís…
Abigail y Will lo siguieron sin dejar de mirar a su alrededor ni por un instante. La casa tenía instalación eléctrica perfectamente funcional y la cocina y los baños habían sido reformados de manera que suplieran la vida contemporánea sin renunciar a la estética.
La habitación de Abigail daba a un patio interior, aunque no por ello era menos hermosa que el resto de la casa. Estaba equipada con una cama barco alta de madera oscura y un escritorio a juego. Nada que ver con el cuarto que había ocupado en Port Haven después de quedarse huérfana. Por primera vez desde que había vuelto al mundo de los vivos mostró algún tipo de reacción en su rostro. Se giró hacia Will y le sonrió con alivio. -Creo que voy a empezar a instalarme.- dijo con un hilo de voz esperando la aprobación de Hannibal.
-Estás en tu casa.- le respondió éste antes de seguir la visita guiada con Will.
Al otro lado del pasillo, sólo unos pasos más allá de la habitación de Abigail, una puerta de dos hojas dejaba entender que tra ella estaba el dormitorio principal. Era el de Will. La estancia era realmente inmensa y estaba coronada por un dosel sin cortinas. A parte de la cama y las mesitas de noche no había más muebles, ni siquiera un armario. De cualquier manera no dejaba de ser una de las habitaciones más luminosas y cuidadas que Will había visto en su vida. Las ventanas daban a la calle principal, por la cual fluían los turistas en dirección a la Piazza della Signoria. A la izquierda, un arco con molduras daba paso al baño en cuyo centro había una bañera de color cobrizo. Todos satisfacía las expectativas de Will con creces, sobre todo teniendo en cuenta que él se había imaginado que acabarían en algún barrio bajo de Bratislava.
-¿Qué hay detrás de esa puerta?- preguntó Will señalando una salida estrecha que quedaba a su derecha, casi escondida en la esquina.
-Una pequeña reliquia arquitectónica.- le respondió Hannibal con levedad. Ya se había imaginado que le haría esa pregunta.
-¿Un pasadizo secreto?
-Qué va. Algo mucho más simple.- le dijo dejándole paso para que la abriese.
En el momento de hacer esa pregunta Will no había sido completamente consciente de que en aquella casa podía haber, efectivamente, pasadizos secretos. Habitáculos inaccesibles a simple vista, lugares en los que Hannibal guardaría su arsenal de carnicero. Lugares que sólo se podía imaginar en los más profundo de su empatía. Beverly Katz había abierto una de esas puertas. Will la empujó con inseguridad mientras sentía la mirada de Hannibal clavarse en su nuca. Al otro lado la versión espejada de su propia habitación lo sorprendió más que cualquier museo de las tortura. La misma cama, las mismas mesas y el mismo baño distribuidos distribuidos de manera simétrica en la habitación contigua.
-Hasta hace escasamente un siglo los matrimonios de las clases altas europeas dormían siempre separados. Por eso muchos de estos palacios tienen dos dormitorios grandes, casi siempre iguales.
-Es una buena forma de asegurarse de que no te vas a cansar de tu mujer, la verdad.- Will miraba a ambos lados de la puerta. Podía visualizar a un típico matrimonio de telenovela de época escondiendo a sus respectivos amantes.
-Yo me quedo con la de la derecha.- afirmó Hannibal.
-Ah sí, claro… Quizá deberíamos dejarla cerrada.- Will había olvidado por un momento que Hannibal también dormía.
-Si lo crees necesario… Tengo llaves para todas las puertas de la casa.- Hannibal cruzó el umbral maleta en mano.- Con permiso, voy a comprobar que el agua caliente funciona.
Will esperó un segundo a que Hannibal se alejara para echar el pestillo. Aquella habitación le quedaba grande. Todas las nuevas circunstancias que rodeaban su vida le quedaban grandes. Puede que en otro momento se sentara a pensar en ello, pero de momento lo que necesitaba era una buena ducha.
Hannibal no estaba acostumbrado a ponerse nervioso. Es más, para recordar la última vez que lo había estado tenía que remontarse a su infancia y, por supuesto, no iba a hacerlo, así que optó por recordarse a sí mismo que él siempre lo tenía todo bajo control. Dio un pequeño salto sobre sus puntillas para terminar de subirse los pantalones y abotonárselos.
Sorprendió a Abigail al salir al pasillo, la cual, asustada, retrocedió un paso para volver a meterse en su habitación.
-¿Te vas?- le preguntó la chica medio escondida detrás del marco de la puerta.
-Ya hemos hablado de esto, Abigail. Piensa que esta vez ya no te vas a quedar sola.
Sobre la mesita del recibidor se puso a alinear todo lo que llevaba en los bolsillos y a asegurarse de que no se dejaba nada. Sopesó el manojo de llaves repasando mentalmente qué puertas había dejado cerradas. Odiaba la idea de dejar solos a Will y a Abigail, fuera de su estricta supervisión. Pero era necesario. Una vida holgada en Florencia, con nuevas identidades y una buena coartada, sólo sería posible si corría ciertos riesgos. El olor del aftershave barato de Will lo alertó. Viéndolo acercarse desde el fondo de la casa pudo distinguir que tenía el pelo empapado.
-¡¿Llevas vaqueros?! Ahora sí que puedo decir que lo he visto todo.- le dijo en tono de broma mientras se limpiaba las gafas empañadas e intentaba ver algo con ellas. -¿A dónde vamos?
-Tú a ninguna parte, Will.- Le encantó ver cómo se tragaba sus palabras al soltarle eso. Sí, Hannibal siempre controlaba la situación. -Tengo que ir a París a buscar nuestros pasaportes nuevos.
-¡¿Y qué pasa con nosotros?!- Hannibal podía ver el miedo en el semblante de Will al decir aquello. El miedo era bueno porque lo mantendría a raya.
-Estaré de vuelta en un par de días. ¿Puedo confiar en que no te vas a meter en ningún problema?
-Claro que sí.- Ni siquiera él podía estar plenamente seguro de lo que acababa de decir.
Hannibal se paró frente a Will, muy de cerca, y le quitó las gafas húmedas sujetándolas por las patillas con ambas manos. -Tienes que prometerme que seguirás aquí cuando vuelva.- Se sacó un pañuelo de seda del bolsillo para limpiarlas correctamente. -Estamos en un momento crucial. No podemos permitirnos ningún error.- Cuando le volvió a colocar las gafas sintió bajo sus dedos que a Will le estaba dando un escalofrío.
-¿Por qué te cuesta ahora tanto confiar en mí?- le preguntó Will con tono de cierta irritación.
No había nada que Hannibal quisiera más que volver a confiar en Will como lo había hecho hasta hacía escasos días. Había apostado tan fuerte por él. Había estado tan cerca de exponerse. Creía que habían construido algo, que realmente habían forjado una relación, una amistad cuanto menos. El impulso de doblegarse se coló de nuevo entre sus fríos instintos. Pero no podía dar ni un paso en falso. Terminó de recoger su bolsa de viaje mientras Will esperaba una respuesta. -Escucha: en este sobre te he dejado suficiente dinero para que llenéis la nevera y compréis lo que os haga falta. No te lo gastes todo. Will, si en tres días no he vuelto coge el dinero y desaparece. Te encontrarán si te quedas aquí.- Arrancó un par de llaves del llavero y se las dio en la mano antes de marcharse. -Ah, y vigilia a Abigail.
Comenzar su nueva vida en un país cuyo idioma no entendían les hacía sentir ajenos a todo, como si flotaran en una especie de limbo de ignorancia. Los pasillos del supermercado eran más estrechos de lo normal, los productos estaban colocados en pequeñas cantidades y el Cheddar parecía brillar por su ausencia en medio de una ingente variedad de quesos europeos. Will y Abigail escudriñaban cada cosa que cogían asegurándose de que no se estaban equivocando. Llevaban solos un día, que habían pasado intentando ignorar el hecho de que la policía podía estar buscándolos y concentrándose en conocer la ciudad. Aunque no habían salido. En realidad estaban aterrorizados de salir, pero habían explorado los alrededores con Google Maps. Ya sabían dónde tenían la farmacia más cercana, cuántos monumentos rodeaban su casa y el horario del súper, al que habían decidido ir después de fallar estrepitosamente al pedir una pizza.
-Coge lo que quieras. ¿No tienes ganas de probar algo?- dejó caer Will con intención de empezar alguna conversación que durara más de cinco minutos.
-No sé si es buena idea.- respondió ella contemplando con resignación los congeladores repletos de helado. -A él no le gustaría.
-¿Por qué le dejas controlar lo que comes?- Will sintió su estómago encogerse con la simple idea de que Hannibal estuviera cebando a Abigail.
-No es lo que piensas. Está "educando" mi paladar.
-Sigue sonando a control para mí. No sé qué mal puede hacerte un poco de comida basura.
Siempre hay un padre más estricto que el otro; Will era definitivamente el blando. Lo cierto es que las dotes manipuladoras de Hannibal habí´an dado sus frutos muy rápido en la mente joven y fértil de Abigail. Por un segundo sintió que había vuelto, que Hannibal estaba allí con ellos sosteniendo una larga lista de ingredientes exóticos para sus platos. Abigail lo sacó de sus fantasías. -Esto. Esto es lo que quiero probar.- le dijo echando en el carro una bolsa que decía "Gocciole al cioccolato". -Cúbreme cuando vuelva.
-No problemo, señorita.
-Eso es español.- le dijo haciendo mímica, muy estirada, con las cejas levantadas y marcando los pómulos. Los dos se rieron. -¿Sabes? A veces oigo su voz en mi cabeza, como si pensara por mí.
-Sé exactamente cómo te sientes.- Will miraba los tetrabriks de leche con el ceño fruncido. Todo estaba en italiano; todo era demasiado pequeño y sofisticado.
-¿Por qué has venido?- le preguntó Abigail.
-No creo que este sea el mejor lugar para hablar de ello.
-¿Ha sido por mí o ha sido por él?
Will se rascó los ojos por debajo de las gafas; de verdad que no estaba para preguntas difíciles. -Yo... no iba a permitir que te pasara nada, no otra vez.
-Entonces no lo has hecho por él.- Abigail lo miró con lástima. -Me había hablado tanto de lo maravilloso que sería esto, de lo mucho que iba a sorprenderte. Estaba convencido de que lo seguirías a cualquier parte.
-Tuve is dudas, Abigail, es cierto que las tuve. Pero ya no. Nunca os abandonaría, ni a ti ni a él. No me tengas miedo.
Mantuvieron un silencio incómodo durante algunos segundos, mirando a los lados, buscando la caja, buscando cómo volver a su zona de comfort.
-Disculpadme.- Una voz de mujer con típico acento sureño los sorprendió desde el otro lado del pasillo de los refrigerados. Decir que parecía sacada de un bar de jazz de Nueva Orleans no sería exagerado. -Es que no he podido evitar escucharos. No hay muchos americanos por aquí, excepto los turistas, claro.- Empujaba su carro lleno hasta arriba con la sutileza propia de una aristócrata. En Estados Unidos nadie se habría recogido el pelo y calzado botas de tacón para bajar a la compra, pero en Italia no parecía sorprender a nadie. Debía estar en algún punto entre los 35 y los 40; era el tipo de mujer cuya sonrisa la haría eternamente joven. -¿Qué os trae por esta parte de la ciudad?
Will balbuceó un poco mientras en su mente se reproducía el sermón de Hannibal sobre cometer errores y meterse en líos.
-Nada definitivo todavía.- respondió Abigail con una sonrisa de niña tierna.
-¿Os gusta Florencia?
-Mucho. Aunque el idioma se nos está atragantando un poco.- Abigail se rió con su naturalidad más falsa. -Hemos pasado 10 minutos buscando el queso Cheddar hasta que nos hemos rendido.
-Ah, yo os puedo ayudar con eso. A mí también me costó acostummbrarme a los supermercados europeos.
Anduvieron juntos unos metros. La desconocida se inclinó sobre una de las baldas y les alcanzó un paquete naranja con la palabra "CHEDDAR" escrita en rojo.
-Muchas gracias.- le dijo Will avergonzado de lo fácil que había sido.
-No hay de qué. Mi nombre es Molly.- Le extendió la mano en forma de saludo.
Will se la estrechó sin fuerza, su cerebro echaba humo intentando improvisar un plan. Sólo se le ocurrió sonreír. Will Graham no sonreía a menudo.
-Papá, los de protecció´n de testigos se van a enfadar otra vez con nosotros.- Abigail los interrumpió en tono socarrón. Los tres soltaron una carcajada. -Perdónanos.- Abigail habló rápido. -Pero mi padre se ha quedado en el coche y no veas cómo se pone si le haces esperar más de la cuenta.
La mujer, o mejor dicho, Molly se quedó muda ; se veía claramente que le estaba costando procesar lo que acababa de oír. Will y Abigail se despidieron con otra sonrisa de cortesía y se apresuraron a pagar y salir de allí.
-Esa, Abigail, ha sido una buena estrategia.- Will se sentía orgulloso de ella, tanto como Hannibal si lo hubiera visto la escena.
-Estoy aprendiendo del mejor.
