¡Siento el retraso! Estoy de vacaciones con mi familia y se hace bastante difícil sacar tiempo para escribir en paz y tranquilidad.
Espero que os guste el capítulo y que vayáis intuyendo por dónde va a ir la historia.

Bon appetit!


Una luz amarillenta parpadeaba a lo lejos. Lentamente el paisaje se sumía en la oscuridad y se inundaba de luz de forma intermitente. Cegaba a Will. Lentamente. Su respiración se mantenía serena, a pesar de que intentaba caminar pero no avanzaba, porque debajo de él no había suelo. Hacía frío. Las constelaciones no le eran conocidas. La luz lo hipnotizaba y relajaba todos los músculos de su cuerpo. Si la muerte era así ya nada podía asustarlo. No había olor alguno, ni tacto. Su saliva era ahora más insípida que nunca. Sólo veía la luz parpadear. Intentó agudizar el oído, distinguir si alguien lo llamaba.

El ruido de las llaves en la cerradura lo despertó del primer sueño agradable que tenía desde hacía años. Hannibal estaba de vuelta. El vacío de la casa, sus techos altísimos, hacían que todo se oyera con mucha más claridad. Sin moverse un milímetro entre las sábanas, con los ojos cerrados, siguió el eco de los pasos. Podía verlo pararse frente al cuarto de Abigail, abrir la puerta y volver a cerrarla. Lo veía andar como si lo siguiera. Lo veía delante de su propia puerta, abriéndola. En la habitación sólo estaba él mismo, tumbado boca abajo con la espalda al descubierto, muy quieto. Hannibal cerró la puerta y continuó hacia su habitación. Lo último que Will pudo oír fueron sus zapatos caer sobre el mármol. Todo había salido bien.

A la mañana siguiente toda la casa olía a huevos con bacon. Hannibal se había levantado muy temprano, había organizado el frigorífico y estaba estrenando su nuevo juego de sartenes. "Incluso en un viaje de negocios uno se debe permitir ciertos caprichos" había pensado al verlo expuesto en Galerías Lafayette. Se había vuelto a vestir de punta en blanco como a él le gustaba: la camisa remangada hasta los codos y el último botón sin abrochar aún. La corbata esperaba sobre el respaldo de una silla del comedor. Levantó la vista del fogón por un segundo, al fondo del pasillo su mirada se encontró con la de Will. Probablemente llevara parado allí un rato observando. -La mesa está puesta, Will. Sólo faltáis tú y los huevos.- le dijo alzando la voz.

Abigail ya estaba sentada esperando. Hannibal se acercó sartén en mano a servir el revuelto junto a dos gruesas lonchas de panceta. Vio la duda en el gesto de Will, un temblor casi imperceptible en la mano con la que sostenía el tenedor. Abigail empezó a comer sin rechistar y finalmente Will la siguió. El suspiro de gusto que exhaló a continuación hizo a Hannibal sonreír. –Por el contenido de la nevera he deducido que necesitabais una comida de verdad.

-Gracias, Sherlock.- Will evitó comenzar el día con asuntos serios. La comida estaba buenísima, como de costumbre.

Hannibal lo miró disfrutar. Puede que algún día probara a darle de comer de su mano. Seguro que lo haría; tenía la receta perfecta para algo así.

-¿Qué tal París?- preguntó Abigail sin atreverse a mostrar demasiado entusiasmo.

-Hay ciertos lugares que no cambian nunca. Puede que algún día podamos ir los tres. Os enseñaré Monmartre...- respondió. Podía fingir que el viaje había sido un paseo, pero no podía ocultar las ojeras grises ni la voz de cansancio. Había pasado demasiadas horas despierto bajo grandes dosis de estrés y, si bien había sido divertido, empezaba a entender a qué se referían los oficinistas de clase media cuando decían que les apetecía pasar tiempo en familia. Tener cerca a Will y Abigail le proporcionaba una calma que antes sólo había sentido en soledad. –Os he traído unos suvenirs.

Ni Will ni Abigail sabían de qué estaba hablando. Antes de que pudieran terminar de tragar lo que estaban masticando, Hannibal salió del comedor y alcanzó un sobre amarillo y arrugado del bolsillo de una chaqueta. Hizo sitio en el centro de la mesa y extendió parte del contenido: tres pasaportes y algunas fotografías.

-Este hombre es, o mejor dicho, solía ser Roman Fell. Un hombre con carácter, eso sin duda. Doctor en Historia, lo suficientemente bueno para ser reconocido pero todavía anónimo en los círculos académicos europeos.– Abrió uno de los pasaportes. –Yo soy Roman Fell y fuera de esta casa ese es el único nombre por el que me vais a llamar a partir de ahora. Hace semanas que me estoy encargando de concertar una entrevista para una vacante en la biblioteca Capponi y el Dr. Fell tiene el currículum perfecto. Sólo he tenido que cambiar la foto.

-¿Y qué hace el Dr. Fell viviendo con un par de inadaptados sociales como nosotros?- preguntó Will mientras sorbía su café.

-Esa ha sido la parte más creativa de nuestra coartada.– Abrió los otros dos pasaportes. –Hace cosa de 6 años Roman Fell participó en unas jornadas de investigación en Albany. Allí conoció a William Cassidy, un administrativo viudo con una hija, Erin.- Los miró a los dos. –Más os vale que os gusten los nombres porque no pienso encargar más documentos. No os hacéis una idea de lo difícil que ha sido tratar con esa gente...

-Sigo sin entender qué hace William Cassidy viviendo aquí.- Will llevaba sosteniendo la taza de café en el aire demasiado tiempo.

-Cada vez me queda más claro que el FBI no era tu sitio.- Hannibal le dio un par de segundos de ventaja, a ver si llegaba él solo a la conclusión. –Will, Roman Fell y William Cassidy son pareja.- Vio la noticia caer como una bomba y los párpados de Will humedecerse como reacción a un trago de café demasiado caliente.

-Espera.- lo interrumpió Will dirigiéndose a Abigail. –Entonces... entonces toda esa historia de los padres gays que te inventaste en el súper... ¿tú ya sabías todo esto?

Abigail asintió sin decir palabra.

-Es más, Will. El Dr. Fell estaba casado.- dijo Hannibal en un tono que sugería lo mucho que estaba disfrutando la situación. Se retorció ligeramente en la silla para sacar de un bolsillo dos anillos de oro blanco y ponerlos sobre la mesa con un golpe seco. Si eso llegaba a la categoría de proposición de matrimonio, debía de ser la más pobre de la historia.

Will volvió a abrasarse el esófago con otro trago de café; esta vez lo hizo aposta, para asegurarse de que lo que estaba sucediendo no era producto de su imaginación. Sujetó uno de los anillos entre los dedos. Dentro brillaba la inscripción "R&W'13". Era una coartada jodidamente buena.

-¿Hay algo que no encaje?- preguntó Hannibal observando detenidamente cada reacción de Will. El anillo seguía bailando en sus manos, negándose a ocupar el sitio que le correspondía en su dedo anular. Ya había hecho todo lo que estaba a su alcance, ahora sólo le quedaba confiar en que Will aceptaría la alianza y le seguiría el juego. Hacía semanas en Baltimore, cuando había empezado a preparar su huida, había fantaseado con este momento. Su mente calculadora había dejado de lado la posibilidad de nada romántico, pero podría haber habido tiempo para una copa de vino antes de proponérselo. Se había imaginado que, a lo mejor, Will aceptaría con ilusión.

-No, nada. Sólo estaba pensando en que tenías razón. Has invertido mucho tiempo en esto.- Will se puso el anillo de una vez por todas y no hizo ningún otro comentario al respecto. Ni siquiera se miró la mano para ver cómo le quedaba. Simplemente aceptó los hechos y en sus ojos se podía ver de todo, aunque no precisamente ilusión.

-Eh... esto...- Abigail buscaba las palabras correctas para lo que quería decir. –Yo... lo que te pedí...

Hannibal apartó la vista de Will y la dirigió hacia la chica. Estiró los brazos y sostuvo las manos de la joven entre las suyas con una frialdad de la que sólo un psiquiatra o de un psicópata sería capaz. –Abigail, ¿de verdad crees que estás preparada?

-Posiblemente no.

Will los miró desconcertado, intentando deducir algo de aquella conversación de la que claramente lo habían excluido. -¿Se puede saber de qué estáis hablando?

Hannibal tomó la palabra antes de que Abigail pudiese explicarse. –La última vez que Abigail salió de donde debía estar todo se complicó más de la cuenta.– Will lo interrumpió con un carraspeo irónico pero le dejó continuar enseguida. –No queremos que eso vuelva a ocurrir, ¿verdad?

-Verdad.- sentenció Abigail cabizbaja.

-Vamos a ver si consigo el trabajo y nos dan los permisos de residencia. Ya después Will y yo nos preocuparemos de encontrarte algo que hacer aquí.- La soltó para que terminara de comer. –Por cierto, el Studiolo nos regala entradas para la ópera a modo de bienvenida.

Will volvió a sorber el café demasiado rápido. Llevaba demasiadas sorpresas para una sola mañana. –Yo nunca he ido a la ópera. Seguro que te avergonzaría.- dijo como si pudiese quitarse el compromiso de encima con una excusa tan tonta.

-Sólo habría que acicalarte un poco.- Hizo una pausa para contemplar el pijama desparejado de Will. –Además, nos han invitado también al cóctel previo y tenemos que aprovechar para dar una buena impresión.

-Me disculparás si no hablo con nadie... Me temo que tres días en Florencia no son suficientes para aprender italiano. -Bueno, si eso no funciona siempre puedo preparar algo especial para cenar.- Hannibal sonrió con malicia y devolvió su atención al plato sin dejar de observar, por el rabillo del ojo, cómo Will había encontrado la frase graciosa.

La Piazza del Duomo bullía, un día más, de turistas de todas partes del mundo. A un lado de la catedral serpenteaba una larga cola de gente que esperaba para subir a la cúpula. Aquellos que tenían un mínimo de conocimiento artístico se arremolinaban entorno a las puertas del Baptisterio de San Juan. En algún momento, en el siglo XIV, aquellas perspectivas y relieves habían sido como abrir una ventana al futuro. Mucho antes del cine en tres dimensiones, antes de que la fotografía fuera siquiera un sueño, un pequeño puñado de artistas tuvieron el privilegio de representar la realidad. Eligieron grabar las puertas del Paraíso, tal y como les hubiera gustado verlas. Will Graham nunca había sido un apasionado del arte. Sabía algo más que el americano medio, pero más que por interés propio porque su trabajo se lo había exigido en algún momento dado. Había aprendido algo de Hannibal también; mitología e iconografía sobre todo. Él, que nunca se había preocupado por el aspecto de nada, ahora se veía arrastrado a un estilo de vida en la que lo estético se elevaba al nivel de lo religioso. Caminaban juntos en silencio, dejando que el mar de idiomas que todos hablaban a su alrededor se interpusiera entre ellos. Will jugueteaba con el anillo puesto en su dedo al mismo tiempo que se esforzaba en mantener cierta distancia con Hannibal.

-¿Sigues enfadado conmigo?- le preguntó Hannibal sin darle demasiada importancia al asunto.

-No estoy enfadado contigo.- le replicó Will forzando masculinidad en su voz. –No me hables como si de verdad estuviéramos casados.

Tras una caminata que se les hizo mucho más larga de lo que en realidad había sido, llegaron a un pequeño local clásico con toldos verdes y moqueta granate. Un hombre anciano de fuerte acento británico les dio la bienvenida con un apretón de manos y los acompañó a uno de los vestidores, donde los dejó a solas. La habitación era cuadrada y oscura y el papel azul de la pared llevaba décadas pasado de moda. Un espejo en forma de biombo con marcos dorados daba media vuelta al cajón de madera sobre el que Will esperaba de pie. Contemplaba las pintas que traía: la combinación de pantalones de pana con botas gastadas lo hacían pasar inadvertido entre la decoración setentera del lugar. Le gustaba su ropa cómoda y barata.

El anciano llamó a la puerta y entró con una silla que dejó en una esquina. Hannibal se sentó de lado con las piernas cruzadas y el codo sobre el respaldo. Reposó la cara en horizontal sobre la palma de la mano en un gesto que resultaba demasiado infantil para un hombre como él. Se miraron a través del espejo durante algunos segundos eternos. Will recurrió a su impulso de recolocarse las gafas, como cada vez que se sentía observado o invadido, pero ni así rompieron el contacto visual. Los iris de Hannibal, a medio camino entre el verde y la miel, eran hipnóticos. Will se desabrochó el cinturón y se bajó los pantalones de un tirón. Sus miradas seguían clavadas. Will llevaba los que probablemente fueran los calzoncillos más feos de la última temporada de Walmart.

-Creo que también vas a necesitar unos cuantos de esos nuevos.- dijo Hannibal impasible, sin deshacer su trabajada postura sobre la silla. De fuera del vestidor llegaba el rumor de una discusión en italiano.

Will suspiró con los ojos cerrados, pues al fin y al cabo esa era la única forma que tenía de escapar de la hipnosis a la que se estaba sometiendo voluntariamente. -¿En serio?- preguntó apartando el rostro del espejo.

-¿En serio qué?

-¿En serio hace falta todo esto?- Will saltaba a la pata coja sobre el cajón de madera sacándose el pantalón por los pies. –Quiero decir que una cosa es que finjamos estar casados y llevemos una vida bohemia europea y todo eso... y otra cosa es que te sientes ahí a contemplar cómo me cambio de ropa.- Arrojó lo los pantalones al suelo y empezó a desabotonarse la camisa. -¡Y encima criticas mi ropa interior!

-¿Te avergüenzo, Will?

-No, no es eso... bueno, puede que un poco.

-¿Por qué? ¿Desde cuándo te importa lo que piensen los demás?

-¿De verdad te vas a poner a psicoanalizarme ahora?

-Te noto irritado. ¿Es algo que he hecho? ¿O es algo que tú has hecho?- el tono de voz era, efectivamente, el mismo que utilizaba durante las sesiones.

-¡No paras de mirarme!

-Eso es lo que se hace cuando hablas con alguien, mirarlo a los ojos. Pensaba que ya teníamos ese obstáculo superado.

-Uhm.- asintió Will desganado. Estaba parado ahí encima y la ropa que supuestamente tenía que ponerse no llegaba.

-¿Estás seguro de que no tienes ningún inconveniente con la coartada?

-No... quiero decir sí, sí que estoy seguro.

-No estamos haciendo nada que no haga ninguna pareja casada normal y corriente. Sólo hemos bajado la calle andando. ¿Eso te hace sentir vergüenza? ¿Enfado?- las frases prefabricadas de cualquier manual de Introducción al Psicoanálisis salían de su boca con tal naturalidad que cualquiera hubiera dicho que se le habían ocurrido de manera espontánea. Acercó el oído a la puerta; la discusión entre el dueño y el empleado parecía no tener fin.

-No tiene nada que ver con eso. Tampoco soy tan inseguro como para no poder caminar en paralelo a otro hombre, si es lo que estás pensando.

-¿Entonces qué te preocupa?

-Deja de actuar como si nada.- En realidad, el motivo del malhumor de Will era bastante lógico y obvio. -¡Has dejado a Abigail encerrada!- dijo en un tono de voz demasiado alto. Por un segundo había olvidado las consecuencias que podía acarrearle tratar así a Hannibal.

La puerta del probador se abrió con brusquedad y un hombre joven, con una cinta de medir al cuello y el traje nuevo de Will sobre su regazó entró dando pasos firmes. Dejó que la puerta diera un portazo tras de sí. Hannibal corrigió su postura y se reacomodó en la silla. Will empezó a vestirse por la camisa, la cual se probó en dos tallas distintas. Eligieron la que le quedaba un poco más justa, a pesar de que él estaba acostumbrado a llevar la ropa holgada. El hombre que los atendía no hablaba nada y se limitaba a alcanzarle las prendas con cara de pocos amigos. Will miró de nuevo a Hannibal, esta vez volteándose. -¿Sabe inglés?- le preguntó haciendo un gesto hacia el dependiente.

-Por supuesto que sé inglés.- contestó con un suave deje italiano y ese tono altivo que a veces parece que acompaña al acento de las lenguas romance. Hannibal empezaba a incomodarse.

El siguiente paso fueron los pantalones y la chaqueta. Se estaba probando un traje azul marino, casi negro, con las solapas en seda. Al mirarse en el espejo se sintió como alguien completamente diferente; incluso con el pelo desordenado y la barba crecida se veía elegante. -¡Auch!- soltó al sentir el pinchazo de un alfiler en el costado. Si el sastre pidió perdón lo hizo demasiado bajo como para que nadie allí pudiera aceptar las disculpas.

-¿Entonces, Will, a estas alturas no aceptas mis métodos para educar a nuestra hija?

A Will le molestó visiblemente la rimbombancia de la frase; cada una de aquellas palabras le sonó más falsa que la anterior. -¿Podemos no hablar de eso aquí?

-Hace sólo un rato no parecía que te importara discutirlo.- Hannibal podía ser a veces, con sus buenos modales y su tonito condescendiente, realmente cargante.

Por último tocaba elegir una combinación de complementos que le hicieran justicia al traje. Will intentó anudarse la corbata, también de seda, lo mejor que pudo sin arrugarla. La etiqueta marcaba 90€ y él la estaba dejando hecha un desastre. El sastre lo miraba con impaciencia y con más bien poca intención de ayudar. Finalmente Hannibal se hartó de tan lastimera escena y se subió al cajón para hacer ese nudo como mandaban los cánones. Sus manos cuidadas, las de alguien que se dedica la mayor parte del tiempo al trabajo intelectual, a penas emitían sonido alguno al rozar la tela. Will contuvo la respiración en el momento en que se la estaba ajustando al cuello; era el instinto inmediatamente anterior a la asfixia. El resultado final fue sencillamente digno de admirar.

-¿Te convence la corbata lisa? Quizá si pudiera probarte una con algún patrón...- sugirió Hannibal. Will sintió algo morir dentro de él al imaginarse con alguna de las estridentes corbatas de éste.

-Miren, no sé.- respondió el dependiente. –Yo sólo sé que ya hace más de 20 minutos que terminé mi turno.

No hacía falta ser un experto forense ni tener ningún desorden de la empatía para saber qué estaba pensando Hannibal en ese momento, mientras forzaba una sonrisa y daba instrucciones para el pedido final. Will ni se inmutó cuando felicitaron al dueño por su "su personal tan trabajador", después de todo esas eran las pequeñas ironías cotidianas que hacían de Hannibal un hombre interesante. Sin contar el canibalismo, claro.

El barman agitaba el tercer Martini de la noche para Will, que descansaba con los codos sobre la barra. Todavía no había empezado la ópera y ya estaba agotado de conversaciones incomprensibles y señores engominados que lo miraban por encima del hombro. Hannibal no podía traducir absolutamente todo lo que les decían, pero era evidente que la peculiar pareja había sorprendido a muchos miembros del Studiolo. Allí no sólo estaban los curadores, sino también toda la panda de millonarios de varias partes de Italia que donaban sus migajas a la causa cultural para desgravar unos cuantos miles a final de año. Will no tenía ninguna duda de que Hannibal conseguiría impresionarlos. En todos sus años estudiando y conociendo a gente como él, a cada cual más monstruoso, nunca había dado con nadie que se deslizara con tanta clase entre la gente corriente. Viéndolo de lejos, como él estaba haciendo ahora mismo, habría sido imposible advertir el sadismo del que era capaz. Los Martinis se subían rápido. De repente una gran ola de aburrimiento invadió a Will desde lo más profundo de sí mismo. Se tomó su cóctel en silencio mientras combatía el tedio pensando en Randall Tier y en el buen trabajo que había hecho con él. Esa era una buena razón por la que pasar por todo aquello. Deseó que entre toda aquella gente hubiera al menos una persona que diera el perfil para ser su nuevo proyecto. El alcohol estaba desatando su imaginación. Hannibal podría ayudarle con el trabajo sucio y él se encargaría de hacer algo realmente hermoso con el cuerpo. Desde que no reprimía ese tipo de pensamientos se sentía mucho más en control de sí mismo.

Hannibal le hizo un gesto desde el otro lado del salón de fiestas para que se acercara. Allá fue, con su sonrisa de complaciente esposo cargada y lista para matar.

-No nos habíamos imaginado que vendría usted con... con su... compañero, Dr. Fell.- afirmó la mujer que tenían delante, cuyo bótox desafiaba la gravedad. Era una de las mayores contribuyentes.

-Marido. El estado de Nueva York es de los más progresistas del país, como me imagino que ya sabrá.- Corrigió Will. Él podía necesitar reafirmar su heterosexualidad de vez en cuando, pero si tenía que fingir ser gay no iba a permitir ningún comentario retrógrado en su presencia.

-Por suerte o por desgracia algunos de esos progresos todavía no han llegado a Italia.- La sonrisa de la mujer no habría sido natural ni aunque su frente y pómulos no hubieran estado paralizados.

Hannibal los interrumpió antes de que la conversación derivara en un debate político social. –No tiene de qué preocuparse. Yo no he venido aquí a revolucionar nada. Entiendo y respeto profundamente cómo cuidan la tradición en esta institución.- Casi no tenía ni que esforzarse por agradar, especialmente si acompañaba su discurso con una bonita sonrisa y una mirada amable.

Los asistentes empezaban a mirar sus relojes nerviosos y a dirigirse a la salida del reservado. Will sentía que se moría por salir de allí o por que la tierra lo tragara y se acabara cuanto antes esa pantomima. Al menos durante el espectáculo podría echar una cabezada. Cuando por fin se dirigieron al teatro, con la señora recalcitrante agarrada del brazo de Hannibal, se alegró de que todo hubiera salido medianamente bien. No había hablado con mucha gente y, no entendía muy bien por qué, más de uno había pensado que era una buena idea contar un chiste de "un marica entra en un bar". Pero nada había salido mal.

-¡Eres tú!- Distinguió una voz chillona que venía desde algún punto del pasillo repleto de gente. -¡El del queso Cheddar!- Tenía acento de Florida. Era la mujer del súper.

Se les acercó por detrás corriendo sobre sus sandalias de tacón de aguja. A Will le pareció una de las mujeres más bonitas que había visto en su vida; después de que la más joven de todas las que conociera aquel día rondara al menos los 60. Hannibal también se volteó.

-Ah... erm... ¿Mo... Monique?- Will nunca había sido bueno para los nombres, mucho menos con tres Martinis encima.

-Molly.- A ella no pareció importarle que no lo recordara.- Nunca me dijiste tu nombre.

-Sí, perdona. William.- dijo con simpleza. Odiaba que le llamaran William.

Hannibal dejó a la señora de la parálisis facial acudir sola a su butaca; con lo que le estaba costando dorarle la píldora. Se dirigió a Molly con la más amenazadora de sus sonrisas –William, Tesoro, ¿no me presentas?