Muchas gracias por seguir mi historia a pesar de que actualice tan despacio. Tengo muchas ideas y vuestras reviews me animan a seguir maquinando cosas.
Buon appetito!
-Sí, por supuesto.- Will tragó saliva discretamente y procedió a presentar a los dos extraños. -Molly, mi esposo Roman. Roman, Molly. Nos conocimos hace unos días en el supermercado. -Tanta corrección social lo dejó agotado enseguida.
-Encantada.- dijo Molly con una sonrisa de oreja a oreja y le extendió la palma de la mano.
Hannibal respondió al saludo tan encantador como era siempre con los desconocidos. Las primeras impresiones determinan muchas cosas. Sobre su labio inferior asomaban sus incisivos y caninos en un esbozo de sonrisa, torcidos pero simétricos, cortantes. -Encantado.- Tras deshacer el saludo llevó la mano a la nuca de Will y sintió bajo sus dedos cómo el vello de su cuello se erizaba. -No tenía ni idea de que ya habías hecho una amiga en la ciudad.
La tensión acumulada en las cervicales no dejó a Will reaccionar a tiempo. Molly tomó la palabra en su lugar. -No sé si tanto como una amiga, pero desde luego fue agradable encontrar a alguien con un acento familiar. ¿De qué parte eres?
Will sintió cierto alivio al no tener que decir "Louisiana". -De Nueva York.- Acababa de librarse de su historia familiar de un plumazo.
-Wow. ¡¿De la ciudad de Nueva York?!- preguntó ella ferviente de curiosidad.
-No, no… De Albany. Bastante más aburrido.
-Igualmente, sigue sonando más glamuroso que Pensacola, Florida.- Hizo una pausa para risas, pero no llegaron. La conversación no estaba fluyendo todo lo que ella le hubiera gustado. -¿Y vuestra chica? ¿Ha venido esta noche?
Esas eran demasiadas preguntas para alguien a quien conocía desde hacía menos de dos minutos. Hannibal no abandonó en ningún momento la caricia forzosa que mantenía a Will en su lugar. -¿Erin? No… Hemos venido por trabajo, no de excursión familiar.- contestó procurando no sonar excesivamente agrio. -Así que, si nos disculpa…
Molly hacía aspavientos en dirección a la masa de gente que aún no había entrado. -¡Ay, no! Esperad sólo un segundo que os presente a mi marido.
De entre el gentío apareció un hombre alto, bastante en forma para su edad. Era notablemente mayor que Molly, italiano, las canas superaban en número a los cabellos negros y algunas manchas de sol ocupaban sus mejillas y las palmas de sus manos.
-Encantado. Rinaldo Pazzi.- Se presentó con brevedad.
-Roman estaba a punto de explicar a qué se dedica, así que has llegado justo a tiempo.- dijo Molly con descaro.
¿Qué eran aquellas confianzas? ¿Le acababa de llamar por su nombre de pila? ¿Qué demonios hacía aquella mujer interrogándolos? Hannibal manejó la situación lo mejor que pudo mientras Will seguía inmóvil a su lado, más preocupado por parecer sobrio y porque los dedos no le dejaran marca. -Soy profesor de Historia. Estábamos cansado de Estados Unidos, y cuando me enteré de que había una plaza vacante en la biblioteca Capponi vinimos para acá.
-¿La biblioteca Capponi? ¿En serio? A Molly y a mí nos encantan las exposiciones y nunca nos perdemos ninguna de la biblioteca. ¿Verdad, cariño?
-Ajam.- respondió ella con vehemencia. -¿Y tú qué haces, William?
-¿Yo?- fue como verlo volver a la vida. -Pues… en Albany era funcionario. Aquí… todavía no he decidido nada. -La mirada de Hannibal era tan intensa que pesaba. Respuesta correcta.
-Sé cómo te sientes. Yo tengo el mismo problema desde que llegué a Italia… hace ya ocho años. Jajaja. ¿Y qué has visto de la zona hasta ahora?- Puede que ella también llevara una copa de más. La pregunta se dirigía expresamente a Will.
-Hasta ahora no mucho. La mudanza nos ha tenido muy ocupados.
-Deberíamos quedar para que te enseñe algunos de mis rincones favoritos.
La señal de alarma saltó en Hannibal. Aquella mujer era, sin lugar a dudas, una impertinente.-Me temo que tendremos que pensarlo. Estos días estoy hasta arriba de trabajo y…
-Vamos, Roman, no seas aguafiestas.- Will había visto el cielo abierto. La oportunidad perfecta se le había presentado sin esperarla siquiera. Agarró a Hannibal del brazo con decisión pero con mucho, mucho tacto. -Además, en casa no hacemos más que molestarte.- Las gafas amplificaban el efecto de sus ojos de cordero degollado.
Rinaldo también se metió de por medio alentando a su esposa. -Podéis ir en tu coche. Me temo que yo también estoy hasta arriba esta semana.
-¿A qué se dedica usted?- Por fin Hannibal tuvo la oportunidad de preguntar algo relevante.
-Soy inspector de policía.
La noticia cayó como un jarro de agua fría. La sensación que recorrió el cuerpo de Will en ese momento hacía parecer el agarre de Hannibal un arrumaco.
-Pensadlo y tomamos una decisión después de la función. ¿Sí?- Molly les dirigió una mirada cargada de esperanza.
Las dos parejas se separaron para ocupar sus respectivas butacas. Subieron las escaleras hacia los palcos, Hannibal varios escalones por delante de Will, dándole la espalda. La tensión en el aire podía cortarse con un cuchillo. Will intentaba seguirle el ritmo sin deslizarse sobre las suelas de sus zapatos nuevos. Cuando por fin llegaron a su sitio no hablaron. El palco estaba lleno de los que, probablemente, pronto serían los compañeros de oficio del Dr. Fell, por lo que no convenía llamar la atención.
A Will le fue imposible prestar atención a la ópera, mucho menos echarse la siesta que tanto le habría gustado. En su lugar los ojos se le iban hacia el rostro severo de Hannibal, que nunca le devolvían la mirada. Parecía estar cómodo, con los codos sobre los reposabrazos y las piernas cruzadas, pero apretaba visiblemente las mandíbulas y las fosas nasales se le inflamaban al inhalar. Intentaba disimular la rabia manteniéndose centrado en el escenario.
Will no supo cuánto tiempo habían pasado en ese estado cuando Hannibal miró su reloj y se levantó como si nada. Le dio una palmadita en el hombro para que lo siguiera. Salieron del palco y cruzaron varios pasillos hasta los aseos masculinos. Dentro la música reverberaba con fuerza. Hannibal abrió las puertas de todos los cubículos para asegurarse de que estaban solos y echó el seguro.
-Un inspector de policía.- le dijo en su tono habitual. Hannibal Lecter nunca perdía la compostura. -De excursión con el inspector.
Will se miró los pies como un niño que estaba siendo reprendido. Ya era mala suerte. -¿Cómo querías que lo supiera?- dijo.
-Y me quejo de Abigail… es a ti a quien no puedo perder de vista.
La música seguía retumbando en las paredes. Che tua madre dovrá ya había terminado hacía rato y Will hinchó el pecho al respirar; ya había tenido humillación más que suficiente. Hannibal siempre había sido sutil en su manipulación, persuasivo con delicadeza, movía los hilos mejor que nadie. Sin embargo aquello se le estaba yendo de las manos y Will lo supo. -¿Y qué quieres que haga? ¿Le digo que ya no me interesa porque su marido es policía? ¿O que mi novio caníbal no me deja?
Hannibal rechinaba los dientes conteniendo la ira. -Dile que tienes algo que hacer.
-¿Algo como qué? No tengo trabajo, no tengo amigos, por no tener no tengo ni un puto coche con el que salir a dar una vuelta.- Se dio a sí mismo un instante para analizar la reacción de Hannibal a sus palabras; aunque abía que nunca podría estar seguro de sus impresiones. -Te has preocupado tanto por tu mierda de trabajo… Abigail y yo sólo somos accesorios de tu bonita coartada.
-No vayas por ahí, Will.
-Entonces déjame hacer algo con mi vida.- El aburrimiento hablaba por él.
-¿Para qué? ¿Para irte de barbacoa con el comisario?
-Sabes que yo me puedo ocupar de eso.- El volumen de la música no les dejaba más remedio que alzar la voz. -Además, pensaba que eras tú el que siempre tenía curiosidad por ver qué pasaba.
-Ya no. No contigo.
-Ojalá eso se te hubiera pasado por la cabeza hace un año.- Ahora era Will el que estaba reprendiendo a Hannibal. -¿Estás celoso?
-No.- La contestación fue unas décimas de segundo demasiado rápida.
Sí, sí que lo estaba. Will lo había sentido desde que le había presentado a Molly. Bajó la voz; estaba aprendiendo a ser el abogado del Diablo. -Escucha. Sólo sería ir con Abigail a dar un paseo. Te prometo que no me voy a acercar mucho a Pazzi. Déjame un día para ocupar mi mente en algo. Te juro que después seré un esposo admirable, no volveré a abrir la boca delante de tus colegas. Iré a verte a la biblioteca y te llevaré el almuerzo si hace falta, pero déjanos a Abigail y a mí respirar un poco. -A mitad de su discurso el teatro rompió en un aplauso.
Hannibal volvió a arrimarse a la puerta para quitar el seguro. -Preferiría que no cocinaras nada.- Salió aceptando su derrota. Aquella debía de haber sido la primera vez que perdiera una discusión, o al menos la primera vez que no se le ocurriera cómo tergiversarla para su propio beneficio.
Durante el intermedio les dio tiempo a volver a encontrarse con Molly, intercambiar números de teléfono y quedar para el día siguiente. Todavía les quedaba el tercer acto. Hasta Will se emocionó con Tu tu piccolo iddio y el suicidio de Madama Butterfly. Para la sangre que se derramaba de su estómago tras hacerse el seppuku habían utilizado una tela burdeos que cubría toda la superficie del escenario.
Era como si la calle oscura, toda la ciudad oscura, los contuviera sólo a ellos. Sus pasos los llevaban a casa, pero no en línea recta; Florencia era demasiado hermosa como para irse a dormir sin admirarla. La fachada de Santa Maria Novella presidía la plaza que dos hombres solos atravesaban en diagonal. Nada daba señales de vida excepto por alguna que otra ventana iluminada desde el interior.
-¿Te parece atractiva?
-¿Quién?- Will creyó por un segundo que se refería a la soprano protagonista de la obra que acababan de ver.
-Molly.
-¡Ah!- Por si le quedaba alguna duda de los celos, ya tenía la prueba definitiva. -Sí, no está mal.
Hannibal no siguió hablando, sencillamente anduvo con la mirada al frente. Will giró la cabeza y prestó atención a su perfil recortado a contraluz por el haz anaranjado de las farolas. Su rostro estaba lleno de aristas, tenía los ojos pequeños y los huesos afilados salvo por una pequeña curva en el labio superior, justo debajo del filtrum. Will entendió muchas cosas mirándolo desde ese ángulo, entre ellas por qué cautivaba a las mujeres. -¿Cómo era el sexo con Alana?- preguntó.
Hannibal miró en varias direcciones antes de responder, no se había esperado una pregunta así. -No estaba mal. ¿Todavía me guardas rencor?
-Un poco. Fue un golpe bajo.
Sus pasos se habían sincronizado, los brazos rectos en paralelo al cuerpo. Estaban tan cerca que podían sentir en el dorso de sus manos el calor corporal del otro.
Abigail se concentraba en atarse los cordones de las botas sin que le temblaran las manos. No sabía si estaba nerviosa por salir a la calle, a hacer algo que involucrara a terceros, o si tenía miedo de los que ello podría acarrear si no salía bien. En sus sesiones con Hannibal ya habían superado la culpabilidad, pero todavía quedaba mucho de lo que hablar. La idea de pasar todo el día lejos de él más que aliviada la hacía sentir profundamente insegura. Había sido demasiado tiempo aislada, protegida del mundo exterior. Lo único que le reportaba algo de tranquilidad era que Will estaría con ella, si no controlándola por lo menos haciéndole compañía en las mentiras.
Hannibal tocó en su puerta para avisarla de que Molly había llegado. -Hemos estado trabajando en esto. Puedes hacerlo.- le dijo comprensivo. Nadie sabía mejor que Hannibal por lo que estaba pasando, sobre todo porque él había sido en gran parte el artífice.
-¿Por qué le dejas? ¿Por qué a él sí y a mí no?- No era que Abigail estuviera celosa de los privilegios de Will ni mucho menos, pero la curiosidad la carcomía por dentro.
-¿El qué?
-Cualquier cosa. A mí ni me dejas salir de casa.
-Ha sido todo un malentendido.- La respuesta era mucho más compleja y abigail lo sabía, pero no tenía mucho sentido seguir indagando.
Bajaron al portal los tres. En la puerta esperaba Molly, con gafas de sol y otra de sus radiantes sonrisas. Su Fiat 500 azul cielo estaba aparcado allí mismo, con las puertas abiertas dándoles la bienvenida. Hannibal se despidió de ambos acariciándoles el pelo. En el caso de Will no llegó a apoyar la mano, sólo dejó los dedos muertos entre sus rizos por unos segundos cuando éste ya le había dado la espalda. Cuando emprendieron la marcha, Abigail se quedó mirando la figura de Hannibal empequeñecerse en uno de los retrovisores y una sensación de vértigo la invadió.
-Erin, dime, ¿qué música te gusta?- la sorprendió Molly.
Hacía una eternidad que se había olvidado de esuchar música o de hacer prácticamente cualquier cosa típica de su edad. -Pues un poco de todo, supongo.
-Ten, usa mi móvil, pon lo que te guste.
Ya no recordaba qué le gustaba antes de que los vinilos de Hannibal se convirtieran en lo único que pudiera escuchar. No tenía sentido intentar acordarse. Cuando su padre vivía, en los últimos años, no había tenido muchas ocasiones de sentir ninguna alegría mediante la música. Tomó el teléfono en sus manos sin ninguna intención clara.
-Mala idea.- dijo Will de pronto. Quería ayudarla a parecer normal. -Nos va a poner el último disco de Taylor Swift hasta que queramos estrellar el coche.
Abigail tecleó rápidamente y una melodía country-pop salió de los altavoces. Sería por el lavado de cerebro o porque de verdad había madurado, pero seguía prefiriendo a Mozart. Los edificios históricos empezaron a decrecer en densidad y dejaron paso a bloques de apartamentos más modernos, después casas bajas y, finalmente, la campiña toscana. En el cielo no había ni una nube, el sol lo cubría todo y se les posaba en la cara indiscreto.
-¿A dónde vamos?- preguntó ella sin apartar la cara de la ventanilla.
-Al pueblo de mi suegra.- Molly se rió entre dientes. -No me miréis así. Os prometo que os va a gustar.
Montefioralle podía ser perfectamente la portada de una guía de viajes. Era un pueblo minúsculo en la cima de una colina verde, con edificios rojizos y calles toscamente empedradas. De algunos balcones colgaban flores y las señoras charlaban en las puertas de sus casas.
La madre de Rinaldo Pazzi los recibió en su casa como si fueran amigos de toda la vida. Les sirvió una copiosa comida a base de pasta rellena, ensalada, embutidos, quesos y vino. Su italiano era rápido y ruidoso, aunque Will no lo habría entendido ni aunque lo hubiera pronunciado sílaba a sílaba. La señora, amable de corazón pero chapada a la antigua después de todo, había susurrado algunas cosas con Molly cuando llegaron a la casa, hasta que se había dado cuenta de que ni él ni Abigail entendían lo que decía. -E' questo il tuo nuovo amico? Ma è finocchio da vero?!- había preguntado. Molly había asentido con la cabeza y había elegido no traducir.
El sabor de la comida y toda la vitamina D que acababa de sintetizar su cuerpo con tanto sol le hicieron sentir vital. Sepreguntó qué tal estaría Jack Crawford de vuelta en en América. Intentó imaginarse la cara de Alana Bloom al leer su nota. Su cara tendría que haber sido un poema y él se la había perdido. Una pena. El ladrido agudo del chucho de la casa le hizo extrañar a sus perros, ellos eran los únicos cuya falta sentía sinceramente.
-¿Echas de menos Estados Unidos?- le preguntó Molly como si le hubiera leído la mente. Abigail había salido a jugar con el perro.
-La verdad es que no. Todavía no ha pasado bastante tiempo como para echar nada de menos. ¿Tú?
-Ya llevo muchos aquí. De vez en cuando echo de menos a mis padres, pero muy de vez en cuando.- Molly hizo una pausa larga en lo que removía el café. Pensaba en algo incómodo de preguntar. -Supongo que tú y yo somos iguales.
Si Will hubiera tenido que elegir a una persona parecida a él en este mundo, Molly habría sido su última opción. -¿Sí? ¿En qué sentido?
-Los dos hemos venido a Italia por amor.
Aún no la conocía lo suficiente para hacer juicios sobre su personalidad, pero hasta ese momento nada había apuntado a que fuera una persona especialmente romántica. Afable, optimista, cariñosa como mucho, pero no romántica. -Nosotros… ya no teníamos nada que nos atara a Albany.
-Yo sí tenía mucho que me atara a Florida.- Will no tenía ningunas ganas de escuchar la vida de Molly, pero ella siguió hablando. -Cuando conocí a Rinaldo estaba comprometida, con un jugador de baseball nada menos, de mi edad y muy prometedor. Fantaseábamos con irnos a vivir a los Cayos y pensábamos tener hijos.- Paró un instante, pero sólo era otra pausa. -A veces me pregunto cómo sería mi vida si me hubiera quedado allí.
-Yo...- La historia que Will tenía preparada no llegaba a tal nivel de detalle y tampoco estaba preparado para emocionarse hablando de su pasado ficticio.- En nuestro caso es pronto para sacar conclusiones.
-No he dicho que me arrepienta.- Molly era ambiciosa. Le acababa de quedar claro. Una persona que rara vez no obtiene lo que desea. -¿Puedo hacerte una pregunta?
-Sí, claro.- Nadie contestaba a algo así con un no.
-¿Cómo tuvisteis a Erin? Roman y tú, quiero decir.
Ahora sí era el momento de contar milongas. -No la "tuvimos". Erin es hija mía con mi primera mujer. Enviudé cuando ella era una niña pequeña.- Mentir había sido extremadamente fácil, mucho más que contarle nada sobre Garret Jacob Hobbs o de sus visitas al psiquiatra.
-Ah… Hacéis buena pareja. Habría jurado que llevabais toda la vida juntos.
-Qué va. Llevamos juntos seis años, y sólo hace dos que nos casamos.- Se sentía tan alagado por sus buenas dotes de actor.
-Entonces… también has tenido relaciones con mujeres.- Daba igual que hubieran terminado el café. Habían cruzado un pequeño umbral de confianza y Molly no iba a dejar de preguntar ahora.
Will luchó por doblegar su orgullo. Ya no le quedaba mucho, de todas formas. -Para serte completamente sincero, antes de conocer a Roman yo sólo había salido con mujeres.- dijo. Era la verdad. A lo mejor si Molly no hubiera sido tan bonita, si no hubiera tenido ese acento sureño que le recordaba a su infancia, habría sido capaz de mentir. -No le digas a él que te lo he dicho. No le gusta que cuente esas cosas.
A partir de ese momento, Molly la afable, la optimista, la ambiciosa Molly, cambió su forma de mirar a William Cassidy.
El rascar de la pluma sobre el papel verjurado era lo único que se oía en la casa. El tap, tap, tap que hacía al empezar y terminal cada palabra recordaba a al segundero de un reloj. Hannibal levantaba la vista cada poco tiempo desde el escritorio hacia la ventana esperando encontrar el cochecito azul abajo. Nada. No habían dicho a qué hora volverían, pero ya había pasado el mediodía. Llevaba toda la mañana preparando la clase magistral para el Studiolo y empezaba a estar harto. Se levantó haciendo ruido con la silla y eligió algo de música: Carmen de Bizet. Le apetecía cantar. De su mesita de noche sacó el manojo de llaves que guardaba con tanto recelo y subió la música hasta que casi no podía oír sus propios pasos. Puso la cadena a la puerta principal. Ropa cómoda y a la cocina.
La puerta que quedaba junto al refrigerador daba paso a la despensa; no hacía ni dos días que había puesto especias frescas a secar y el romero lo perfumaba todo. Apartó una caja de madera y la estera que tenía debajo, lo que dejó al descubierto una trampilla con una pequeña cerradura casera. Se deslizó por el agujero con facilidad hasta que sintió las suelas de sus zapatos chocar contra una superficie metálica. Si habría la trampilla del todo la entrada era lo suficientemente grande para que cupieran varias personas. Una vez abajo encendió la luz, luz eléctrica de neón. Las paredes estaban preparadas para alojar centenares de botellas de vino y del techo colgaban ganchos para colgar carne a curar. Era perfecto. Sólo un poco más pequeño que su sótano de Baltimore pero tranquilo y bien acondicionado. Junto a las escaleras de forja que descendían desde la puerta tenía un mando para controlar la temperatura ambiente y la humedad y una bombilla de led roja le avisaría si alguien llamaba al timbre. De momento tenía lo básico.
Dejó pasar el tiempo dedicado a la decoración del lugar. No era su tarea favorita pero le dejaba tiempo para pensar. Plástico en el suelo y cortinas de PVC para separar ambientes de trabajo. Bajó la única caja que había podido comprar hasta el momento, ya que en Ikea no vendían mesas camilla aptas para cirujía. Tampoco sabía cómo iba a transportar hasta ahí un arcón congelador industrial sin llamar la atención de los vecinos. Tenía tanto que planificar. L'amour est un oiseau rebelle acababa de empezar a sonar en el tocadiscos. Se arrodilló en el suelo para montar el mueble sin poder evitar que la letra del aria se escapara por su boca. La anticipación al sentir el tacto frío del acero inoxidable le hizo vibrar. Quería tenerlo todo preparado para bajar allí con Will. "Si tu ne m'aimes pas, si tu ne m'aimes pas, je t'aime." seguía la letra de la canción. Estaba salivando. Una máquina de envasado al vacío, sí, eso sería más fácil de conseguir. Y Will. Will sobre la mesa. Will sobre la encimera de la cocina. Will debajo de él. Will encima. Will comiendo de sus manos lo que él mismo había cosechado. "Mais si je t'aime, si je t'aime, prends garde à toi!"
-Quiero que quede constancia de que el agente Pazzi es más bien el del libro/película Hannibal, por lo que NO conoce a Hannibal de antes.
Traducciones:
-E' questo il tuo nuovo amico? Ma è finocchio da vero?! - ¿Este es tu nuevo amigo? ¿Pero es marica de verdad?
-Si tu ne m'aimes pas, si tu ne m'aimes pas, je t'aime. Mais si je t'aime, si je t'aime, prends garde à toi! - Si tú no me amas, si tú no me amas, yo te amo. Pero si yo te amo, si yo te amo, ¡ándate con cuidado!
¡Nos leemos dentro de unos 10 días!
