¡He vuelto! :)
Sinceramente, creo que nunca superaré los dos últimos episodios de la serie. Han sido demasiados feelings concentrados.
Espero que os guste este capítulo y sobre todo quiero saber qué os parece así que no dudéis en dejarme reviews, incluso si son para ponerme verde. Personalmente, a mí me ha encantado escribirlo.
Mahlzeit!


-¡Por el Dr. Fell!- Las copas chocaron en el aire con estridencia, dentro de ellas el Chassagne-Montrachet filtraba la luz de la araña y la descomponía en pequeños destellos amarillentos sobre las manos de los comensales. Los miembros del Studiolo habían adorado el proyecto de Hannibal; ahora le quedaba llevarlo a cabo. En cualquier caso, el trabajo ya estaba en su bolsillo y por mérito propio además. A la gratificación habitual de conseguir algo se le sumaba el hecho de no haberlo hecho por la fuerza, lo cual, de vez en cuando, le gustaba. La beca para estudiar medicina la había conseguido por méritos, igual que su prestigioso trabajo en Baltimore. Era justo conseguir el puesto en la biblioteca de igual forma. Su predecesor podía descansar en paz.

Will también estaba allí, actuando como el marido excepcional que había prometido ser. En esta ocasión no hubo excesos con el alcohol ni contestaciones pasivo-agresivas. Se limitó a sonreír y a asentir con la cabeza cada vez que alguien le decía que tenía motivos para sentirse orgulloso, daba igual el tono. En realidad no era orgullo lo que sentía, sino más bien asombro. Hannibal no era historiador ni había sido nunca curador de nada, pero ahí estaba él, codeándose con la flor y nata de la intelectualidad florentina. Nunca llegaría a conocerlo completamente, siempre tendría la capacidad de sorprender, de salir triunfante de cualquier situación y Will siempre estaría un paso por detrás, al menos eso pensaba él. Después de todo no le había llevado ni un par de meses convertirse en alguien absolutamente distinto. Cuando estaba con él se sentía seguro. Sabiendo lo que era, eso era lo más sorprendente de todo: sentirse seguro a su lado. A salvo de la incertidumbre de no conocerse a sí mismo.

-Me encantaría que la próxima vez nos reuniéramos en nuestra casa.- dijo Hannibal al resto. Will estaba incluido en "nuestra", como hacían las parejas de verdad. –En cuanto tengamos un motivo para celebrar prometo hacer algo especial. Están todos invitados.

-Cuando dice "hacer" se referirá a pedir catering, me imagino.- dijo uno de ellos con sarcasmo.

-Cuando digo "hacer" me refiero a prepararle la mejor cena de su vida, Profesor Sogliato, personalmente.- Hannibal estaba acostumbrado a que menospreciaran su cocina antes de probarla y siempre demostraba que estaban equivocados, así que ya no podían ofenderle.

-Es usted una caja de sorpresas.- dijo otra de las socias. Al parecer Will no era el único que pensaba así. –Díganos, Sr. Cassidy, ¿el doctor cocina tan bien como dice?

¡Le habían dirigido una pregunta! Procuró no sentirse demasiado importante. –Sólo le digo que desde que lo conozco no he vuelto a pisar un restaurante.- Todo el corro respondió con risas. No se le estaba dando tan mal el papel de hombre florero.

Al terminar la reunión los miembros del Studiolo fueron abandonando la sala con cuentagotas. Los que habían traído a sus parejas prolongaron un poco más la charla a fin de dar cuenta de la selección de vinos. Lo que debía haber sido una corta exposición de ideas se había convertido más bien en un evento social improvisado, cosa que no era rara cuando se trataba de un círculo tan selecto. Debían ser más de las diez cuando algunos de los que ya se iban se propusieron voluntarios para acercar a Roman y William a su casa, ya que no tenían coche. Hannibal declinó los ofrecimientos con educación, alegando que simplemente los complacía pasear. Will se hubiera quedado toda la noche si hubiera sido necesario; hasta el más ignorante de los bebedores se aficiona rápido a los hábitos alcohólicos europeos. No obstante Hannibal hacía caso omiso de sus peticiones. –Es de mala educación salir el último de una fiesta.- sentenciaba mientras recogía sus papeles y los colocaba meticulosamente dentro del maletín de cuero. Se despidieron con amabilidad y bajaron a la calle.

Aquella noche tomaron un camino diferente que daba un rodeo lejos del centro histórico. El urbanismo caótico fruto de cientos de años de historia hacía que la ciudad pareciera un laberinto de vías estrechas, esquinas cerradas e iglesias, algunas exquisitamente restauradas y otras en estado semi-ruinoso. Sobre las aceras se reflejaba la luz de los pocos locales que quedaban abiertos, la mayoría bares de los emanaban los gritos ebrios de los clientes y el olorcillo dulce de la sambuca. Hannibal empujó a Will con más bien poca suavidad hacia un recodo de la calle y le impidió la huida apoyando un brazo en la pared, a la altura de su cabeza. Will sintió sus bronquios helarse al respirar, intentó abrir la boca para decir algo.

-Shhh.- Hannibal se lo impidió acercando el dedo índice a sus labios sin llegar a tocarlos. –Mira, muy despacio, quién está ahí.

Delante de un bar un joven trajeado voceaba hacia dentro del local una serie de improperios dirigidos, con toda seguridad, a una mujer. Estaba en ese punto de embriaguez en el que todavía podía tenerse en pie aunque desafiando todas las leyes del equilibrio.

-¿Quién es ese?

-Fíjate bien.

Will se asomó por encima del brazo de Hannibal con la discreción de quien se asoma dentro de una casa ajena. No tardó en reconocer la expresión altiva y el cuello almidonado del hombre. Era el sastre que le había tomado medidas para el mismísimo traje que llevaba puesto. -¿Cómo sabías dónde estaría?

-No lo sabía. Bueno, no es la primera vez que paso por aquí, pero tampoco podía estar seguro.- se excusaba Hannibal. Era cierto que había sido un golpe de suerte.

-No… no sé si quiero hacer esto… aquí y ahora.- El aburrimiento de tantos días había desaparecido sin dejar rastro. Will no conocía a ese hombre. En él sólo veía a un pobre borracho que había cometido el terrible error de ser maleducado con un asesino en serie. No era nadie digno de representar uno de sus tormentos personales. No merecía la pena.

Hannibal vio la duda en lo poco que podía distinguir de sus ojos en la penumbra. Su decepción fue inevitable pero, al mismo tiempo, predecible. No podía esperar de Will sus mismos patrones, ni su misma espontaneidad ni su misma hambre. Will era todavía un proyecto a medias. La presa se alejaba calle arriba dando tumbos; la transformación de Will tendría que esperar. –Está bien. Tú sólo sígueme.

Caminaron unos pocos cientos de metros hasta que Will empezó a reconocer los alrededores. Sabía situar el Duomo y la Piazza della Signoria en algún punto a su derecha. Sabía que si seguían mucho más en línea recta llegarían al río, que a esas horas aún estaba lleno de parejas paseando y de restaurantes abiertos. Quizá la mejor idea era desviarse a la izquierda y seguir la paralela, subir a casa y fingir que nada había pasado. Pero no podía, porque ahora esa era su vida. A medida que subían la calle empezaba a estar mejor iluminada y las esperanzas que tenía Will en que aquel hombre saliera corriendo iban en aumento. ¿Quién diría que después de todo su conciencia seguía viva? "Yo no puedo hacer esto" se repetía en su cabeza aún a sabiendas de que ya había matado antes, con violencia, con sus propias manos. A sabiendas de que parte de él deseaba hacerlo de nuevo.

Habían apretado el paso y el hombre, perdido en sus monólogos de borracho, ni había notado su presencia a escasos metros de él. Will movía los ojos frenético en busca de testigos indiscretos. Todavía podían arrepentirse. Hannibal enredó el brazo entorno a la cintura de Will y pegó el cuerpo contra el suyo. Pasaron por delante de un banco y luego por una tienda 24 horas. Vacía. El dependiente no apartaba la vista de su lectura. Sólo unos cuantos pasos más. Todavía podían arrepentirse. La acera terminaba en una callejuela donde se acumulaban los contenedores de los negocios cercanos. Olía a muerte.

Hannibal se adelantó, o Will se quedó atrás al comprender lo que estaba a punto de suceder. Soltó el maletín. –Scusa. Mi puoi aiutare per un attimo?

El borracho dio media vuelta sobre sus talones. Reconoció enseguida las facciones feroces de Hannibal. No tuvo tiempo ni de relacionar conceptos, de predecir nada y mucho menos de pedir ayuda, antes de sentir la pared de ladrillo clavarse en su lóbulo occipital. Ojalá hubiera perdido el sentido.

-Will, ¿viene alguien?

Will echó un vistazo a la calle principal, obediente. Por un segundo se había quedado ensimismado observando los dedos de Hannibal rodear el cuello de su víctima, enrojecidos, y las venas en el dorso de su mano, inflamadas. Las mismas manos que habían cogido la costumbre de retocarle el nudo de la corbata antes de salir de casa. La inyección de adrenalina le había puesto la carne de gallina y sentía la piel tirante en todo el cuerpo. Ya no podían arrepentirse. La calle estaba igual de vacía que hacía 15 segundos.

Hannibal miraba a su víctima a los ojos, presionándole la garganta bajo la nuez lo justo y necesario para que no pudiera emitir ningún sonido. Del bolsillo de la chaqueta alcanzó su pluma. Llegó a la conclusión de qué haría con ella tras medir su grosor con el dedo índice. Se la introdujo por la fosa nasal izquierda, muy lentamente, ante la mirada de horror del hombre, y la empujó con la parte baja de la palma de la mano. Unos espasmos leves, los ojos en blanco y el hombre yació inconsciente entre la basura. Nadie había visto ni oído nada. A penas habían tardado un minuto. Hannibal recogió su maletín del suelo, se estiró y sacudió el chaleco y le cogió la mano a Will con firmeza. –Todavía no hemos acabado.- le dijo. –Disimula.- y lo arrastró dentro de la tienda, a menos de diez metros de donde habían dejado al hombre tirado.

Tampoco el tintineo de la campanilla al abrir la puerta desvió la atención del dependiente, que seguía absorbido por las fotografías de una revista de coches. Hannibal volvió a agarrar a Will por la cintura, esta vez por debajo de la americana, y hundió el rostro en su pelo negro. Andar tan justo les podía hacer tropezar en cualquier momento. El corazón de Will latía como si ya no quisiera pertenecer a su cuerpo. La nariz de Hannibal jugaba con sus rizos y acariciaba su cuero cabelludo. "Disimula". La voz se repetía en su cabeza. Recorrían la tienda con parsimonia, deteniéndose frente a cada estantería, cogiendo cosas que luego volvían a dejar en su sitio. El local tenía cámaras de seguridad en todos los rincones. "Disimula". Will escondió la cara bajo el hombro de Hannibal, en parte llevado por el impulso de querer ocultar su rostro. No sabía muy bien qué estaban haciendo allí, sólo que tenía que obedecer y disimular. Del perfume que había esperado encontrar ahí sólo quedaban trazas muy débiles y en su lugar Will, ahí escondido, sólo podía oler la piel de Hannibal. Él también tenía su propio olor particular, como cualquier ser humanos exudaba feromonas; era dulce. Hannibal seguía haciendo la compra, dejaba a Will ponerse cómodo mientras lo agarraba cada vez con más fuerza entre la pelvis y las costillas. Le estaba costando mucho mantenerse alerta con tanto contacto.

Will se separó un instante, sólo unos centímetros; había recordado que no quedaban de las galletas que le gustaban a Abigail. El frío que los invadió durante los pocos segundos que estuvieron separados fue tan intenso que los dos desearon rehacer pronto el abrazo. Will regresó a su escondite, esta vez motivado solamente por su necesidad de calor. Disimulaba como si nada lo obligara a ello. La visión de aquel hombre anónimo abandonado en el callejón parecía un recuerdo tan lejano ya como su vida en Baltimore, en comparación con las manos de Hannibal matándolo, que tenían un brillo lúcido en su mente, como si todavía pudiera verlas. Levantó los párpados para contemplar el perfil de Hannibal; se estaba convirtiendo en una costumbre espiar su físico. Estaba tan cerca que podía contar los poros de su cuello y de su barbilla. Hannibal se afeitaba todos los días, incluso si no tenía que salir de casa. El apurado era siempre milimétricamente perfecto, maniático. Will se irguió hasta rozarle la mandíbula con los labios, bajo los que notó efectivamente el vello incipiente, áspero como papel de lija. ¿Eso era un beso? Sí, podía considerarse como tal. Hannibal renunció al gobierno de sí mismo por un momento. Se retorció entero como un gato buscando mimos entre las piernas de su dueño, para colocarse frente a Will y devolverle el favor, en la mejilla, con suavidad, su frente apoyada en la montura de las gafas. Un beso casi fraternal.

-Ejem, ejem.- Los interrumpió el dependiente desde la caja, al otro lado del pasillo, con una mueca de disgusto.

Disolvieron la caricia invirtiendo mucho esfuerzo en ocultar su malhumor y se acercaron a pagar. El empleado no les quitaba ojo de encima mientras pasaba los productos por el lector de códigos de barras. Will se mantenía de nuevo un paso por detrás, avergonzado por el contenido de la cesta: agua con gas, tomate seco en conserva, lubricante y galletas de chocolate. Pagaron y se marcharon.

De vuelta en el callejón, el hombre trajeado no daba señales de vida excepto por un movimiento espasmódico en la pierna y un rastro de babas sobre su pronunciado mentón. Hannibal se encargó de cargarlo la corta distancia que los separaba de su casa, mientras Will iba delante con la compra y asegurándose de que nadie los descubriera. Sólo el ruido de los envases de vidrio en la bolsa los importunaba. Hannibal hacía que matar pareciera fácil.

Hay quien dice que flotar en el agua es lo más parecido a la calma del útero, que recuerda a los orígenes y tranquiliza. Para Will era uno de sus mayores miedos. Las estrellas ya no estaban. El océano oscuro e infinitamente profundo era lo único a su alcance. El agua negra como brea le llenaba los oídos, la boca, los lagrimales.

Tos salvadora. No sabía cómo había llegado a la playa, sólo podía sentirse agradecido por el tacto seco de las piedras bajo las palmas de sus manos. Por encima de él el destello blanco de un faro atravesó el cielo nocturno; supo que estaba soñando. Tenía que salir de allí, se golpeó la cabeza en un intento desesperado por espabilarse. El temblor en las rodillas no lo dejaba ponerse de pie. Sus globos oculares rodaban hacia arriba. Debía controlar la ansiedad y despertar. Palpaba el terreno pedregoso buscando una salida y avanzaba bajo la luz intermitente del faro. Las piedras dejaron de hacer ruido bajo su peso y sintió que tocaba algo cálido y acuoso, resbaladizo. No estaba seguro de querer saber qué estaba tocando. "¡Despierta!" La luz del faro regresó para mostrarle el rostro pálido de Abigail y sus manos presionándole con torpeza la yugular abierta. La luz se iba y volvía, mortificaba a Will, una y otra vez. "¡Despierta! ¡Despierta!"

Abrió los ojos empapado en su sudor frío, tiritando, como tantas veces le había ocurrido ya. Lo primero que hizo fue cruzar el pasillo para cerciorarse de que Abigail estuviese en su habitación. Y allí estaba, dormía plácidamente con la compañía de un libro abierto y la lamparita encendida. Acudió a arroparla. Podría haberle apagado la luz, pero nadie mejor que él conocía el miedo a la oscuridad en los sueños.

Necesitaba un vaso de agua, también aprovechó para enrollar unas lonchas de queso en pan de molde. No había cenado. Hacía poco que Hannibal había terminado de hacer lo que fuera que hubiera estado haciendo en la cocina. Los utensilios recién lavados goteaban junto al fregadero y sobre los fogones reposaba una cacerola todavía caliente. Will prefirió no saber qué había sido de la víctima de aquella noche después de que llegaran. A lo mejor seguía con vida, aunque a esas alturas el daño cerebral ya debía de haber acabado con él. A todo se acaba uno acostumbrando, hasta al sentimiento de culpabilidad. Había estado bien observar los métodos de Hannibal desde un tercer plano por una vez, sin ser juez ni víctima. Todavía no estaba preparado para ver más allá pero, por lo poco que había atisbado, el Hannibal real, el que se encubría bajo la apariencia de un hombre encantador, el caníbal, no le había horrorizado tanto como cabía esperar.

-¿Vas a venir a ver mi primera clase magistral en la biblioteca?- Hannibal estaba de especial buen humor aquella mañana.

-¿Me estás dejando salir de aquí?- Abigail no lo estaba tanto. Se había levantado temprano con la esperanza de poder hacer algo especial, como visitar alguno de los museos cuyos catálogos se había aprendido de memoria por internet. Por el contrario hoy tocaba repasar el imperfecto de la tercera conjugación, después terapia y después mirar por la ventana de la sala cómo todo el mundo a su alrededor tenía algo interesante que hacer menos ella.

-Siempre que no te separes del lado de Will puedes ir a donde quieras.- Hannibal sabía que Will rara vez iba a ningún sitio que él no le sugiriera primero, especialmente después de su pequeña promesa. –¿Hay algún sitio al que te gustaría ir?

-A donde sea. Puedo ir contigo… podríamos buscar alguna academia.

-¿Otra vez, Abigail? ¿En serio?

-¡Necesito una rutina! Estar aquí sin hacer nada va a terminar de volverme loca.- Bajó un poco la voz. –He hecho todo lo que me has dicho… ni siquiera he pensado en resistirme. Dame una tregua.

-Veremos cómo te portas cuando te presente al Studiolo… y luego hablamos. –Ese pretendía ser el final de la conversación.

-Siempre hay una condición. En realidad da igual cómo me porte,- decía con su mejor expresión de desidia adolescente –lo único que quieres es una excusa para ponerme otra condición.

-Y supongo que ya sabes qué pasa si no cumples con dichas condiciones.

Abigail guardó un silencio sepulcral. Claro que conocía los términos de su trato. Ella estaba allí para ser su discípula, su pequeña y maleable semilla preparada para manipular emocionalmente a Will si hiciera falta. A cambio obtenía protección, la garantía de que sus secretos estaban bien guardados y, por raro que pudiera sonar, cariño. No podía saltarse ninguna cláusula o lo pagaría con creces. ¿Pero acaso era pecado pedirle un poco más a la vida?

El teléfono interrumpió su silencio incómodo. Sólo podía ser para Hannibal o, en este caso, para el Dr. Fell, por lo que ambos se sorprendieron al oír a Will entablar una conversación, una charla casual en inglés que se extendía más de lo que la cortesía exigía. Tenía que ser Molly. Los dos silenciaron hasta su respiración y agudizaron el oído intentando captar alguno de los murmullos que llegaban del salón. Los dos desearon fervientemente que colgara cuanto antes. Se suponía que el compromiso estaba resuelto, no esperaban más intrusiones de esa mujer en sus vidas. Distinguieron risas. ¡Las risas de Will al teléfono! Algo sobre la biblioteca Capponi y sobre Roman dando una clase. Ninguna novedad de momento. Hannibal se acercó a la puerta con sigilo, necesitaba saber. No había sacado el tema de Molly porque no había encontrado el momento y ahora se encontraba con que ella se le había adelantado y estaban hablando de él.

-No, para nada… Roman nunca se pone nervioso… Por supuesto… Ajá… Enseguida se lo digo, claro… Sí, creo que os podría conseguir un par de entradas… Déjame preguntar y te llamo esta tarde… Tú también… Ciao.- Will colgó. Se quitó las gafas y se frotó el puente de la nariz. Esa mujer tenía la manía de meterlo en problemas.


A estas altura sobra decir que mi Molly está resultando ser bastante más diferente a la de la serie. Yo sólo digo que tengo bastantes ideas para ella.
¡Nos vemos en otros 10 días!