¡Perdón por el retraso! Esta vez los días se me han ido de las manos, aunque al menos el capítulo me ha quedado un poquito más largo. Espero que os guste.
Itadakimaaaaasu!


En la sala abarrotada los miembros del Studiolo pululaban de un lado para otro comentando ansiosos las virtudes del Dr. Fell y lo altas que eran sus expectativas en la monografía sobre San Juan que iban a presenciar. También asistían algunos de los habituales a las clases magistrales de la biblioteca, profesores universitarios e investigadores en su mayoría. No era un ambiente en el que fuera fácil pasar inadvertido por la pompa del lugar, y si se tenía además en cuenta el nivel cultural y adquisitivo de los invitados era prácticamente imposible. Will y Abigail preferían mantenerse cerca de Hannibal, dando la bienvenida a todos, proyectando una imagen de familia feliz, aunque atípica. Will miraba nervioso hacia la entrada, Molly y Rinaldo tenían que estar a punto de llegar. Sabía que Hannibal no lo aprobaba, no porque hubiera discutido o puesto ningún impedimento a que vinieran, pero sabía que la idea de compartir su atención no le hacía ni la más mínima gracia. Con un poco de suerte llegarían con poco tiempo de antelación y se ahorrarían la conversación previa, o a lo mejor ni siquiera venían.

Por su parte, Abigail no daba señales de estar nerviosa por nada. Siempre que tuviera a Hannibal cerca para decirle qué hacer y cómo, estaría tranquila. Le habían regalado un vestido para la ocasión y por fin estaba poniendo en práctica sus recién aprendidos tiempos verbales en italiano. Cuando estaba con Hannibal ya no reconocía en sí misma a la cría que se había quedado huérfana en Minnesota. Ojalá pudiera ser así siempre, no más tiempo escondida, siempre en compañía de papá y papá. Hannibal la presentó a todos sus colegas, un poco indeciso al principio, pero orgulloso de verla desenvolverse con naturalidad. Era un buen psiquiatra, eso no era ninguna novedad, y ser padre también se le daba bastante bien. A Will también la complacía verla feliz, vital, ni siquiera cuando se ponía de perfil y se podía atisbar la falta de un oreja entre el pelo, ni siquiera sabiendo qué había sido de esa oreja, sentía lástima. No sabía qué habría hecho sin ella, sin alguien que sacara de él la poca bondad que le quedaba e hiciera merecer la pena todos y cada uno de los malos actos que había cometido en el último año, que los justificaba y le quitaba de encima el peso de la culpabilidad. Si Abigail era feliz, Will era feliz. Si Will era feliz, se dejaría llevar. Si Will se dejaba llevar, entonces Hannibal era feliz. No era una dinámica compleja y realmente se parecía mucho a cómo funcionan las familias convencionales.

Era la hora. William y Erin ocuparon las sillas que llevaban su nombre, en la primera fila. Molly y Rinaldo llegaron in extremis, buscaron dos sitios libres al fondo en lo que las luces se atenuaban y la imagen de San Juan proyectada al frente acaparaba la atención de todos. Las sombras de las columnas, las molduras barrocas y los expositores entre las paredes plagadas de libros creaban una atmósfera lúgubre. En mitad del silencio la voz del Dr. Roman Fell retumbó con la recitación de un pasaje en latín, su mirada fija en la luz del proyector intentaba discernir rostros. Molly, atenta entre el público, sintió su diafragma tensarse cuando sus ojos se cruzaron, como un instinto que alerta de la presencia de un depredador.

hhhhh

-¡Eso ha sido fantástico!- Rinaldo Pazzi se acercó deseoso de hablar con el protagonista de la noche. –Es la primera vez que venimos a una conferencia en la biblioteca Caponi y permítame decirle que ahora entendemos que las hacen tan exclusivas. Enhorabuena, Dr. Fell.- Se saludaron con un apretón de manos. –Muchas gracias por las invitaciones.

-Me temo que a quien tiene que dar las gracias es a William, Commendatore. Él se ha encargado de todo.- dijo Hannibal con toda la sinceridad del mundo, pues a decir verdad él no había movido ni un dedo por que la pareja asistiera al evento.

Molly irrumpió en la conversación recién iniciada con su ya conocida risa. –Ay, Will, lo siento si te he causado muchas molestias.

-William.- Hannibal la rectificó pronunciando detenidamente cada consonante del nombre.

-¿Te molesta que te llame Will?- Se atrevió a ignorar las correcciones del Dr. Fell y siguió dirigiéndose a William. Su actitud no era la más correcta, pero así era ella con todo el mundo. No le gustaban los formalismos y, al menos en contextos como aquel, quedaba excusada por su acento norteamericano y un batir de pestañas. Molly era capaz de poner elegancia hasta en un desplante.

-Prefiero William.- dijo el tercero en discordia. Todavía le rechinaba en los oídos que lo llamaran así, pero más le valía acostumbrarse si no quería soportar más celos. –Es que sólo él puede llamarme Will.- dijo en voz más baja para distender la situación. Apoyó la sien en el hombro de Hannibal y miró por encima de las gafas en busca de una mirada de aprobación.

-Vaya, vaya…- Molly se colgó juguetona del brazo de su marido. –Te entiendo mejor de lo que crees… Rinaldo también es celoso. Por cierto, Erin, hoy te veo especialmente radiante.

Abigail había intentado mantenerse al margen el máximo tiempo posible, aunque no con mucho éxito. –Gracias.- dijo con humildad. –Es un día muy importante para nosotros.

-Ya me imagino.- Molly inclinó la cabeza y la miró con algo en los ojos que recordaba al instinto maternal. -Ahora que ya es seguro que os vais a quedar en Florencia, tengo un montón de cosas que enseñarte sobre los chicos italianos.- Le guiñó un ojo. –¿Has decidido ya a qué colegio quieres ir?

Ya empezaba el bombardeo de preguntas difíciles. –En realidad ya me gradué del instituto en Nueva York.- No estaba segura de que contestar un examen tipo test y mandarlo por correo desde la institución en la que había estado internada contara como una graduación, pero al menos tenía el diploma.

-Antes de nada tenemos que encontrar una buena academia para que aprenda italiano.- La noticia, anunciada por Hannibal como si nada, había pillado a Will y Abigail por sorpresa. –Si se le da tan bien como hasta ahora puede que en unos meses esté lista para empezar algún curso bilingüe en la universidad.

-¿Lo dices en serio?- La experiencia le decía que fuera cauta.

-Completamente.

-¡¿De verdad?! ¡¿La universidad?!- Abigail se despegó del suelo de un salto. Su felicidad alarmó a todos los invitados en cinco metros a la redonda; era alegría genuina. Ya había olvidado que querer ir a la universidad había sido el principio de su pesadilla, hacía ya dos tortuosos años. Abrazó a Hannibal y a Will con la fuerza de una hija que sabe que les debe todo a sus padres.

Molly y Rinaldo contemplaban la escena con la misma expresión cortés que todos a su alrededor, con la única diferencia de que Molly disimulaba una mueca de envidia apretando las muelas en medio de una sonrisa. Se arrimó a su esposo aún más para recordarse a sí misma que ella también era feliz. El móvil vibraba en un bolsillo y ella forcejeó un instante porque no lo cogiera. –Perdón. Es del trabajo. Es importante.- Rinaldo se excusó y se retiró a hablar por teléfono dejando a Molly sola ante tal escena familiar.

-Siempre es del trabajo. Siempre.- Hannibal y Will observaron el rostro de la mujer tornarse ácido al quejarse. –Hoy, por ejemplo, hemos llegado tarde precisamente por culpa de su dichoso trabajo.

-La investigación policial debe ser muy exigente.- comentó Will casualmente. Al fin y al cabo él no era más que un simple funcionario.

-Demasiado. Si me dieran un dólar por cada vez que me ha prometido tomarse un día libre…

Se abstuvieron de decir nada más y aguardaron unos segundos fingiendo que no se trataba de un silencio incómodo. Al fin regresó Rinaldo disculpándose, más a Molly que a nadie. –Lo siento. No puedo permitirme no coger el teléfono con el caso nuevo que me ha llegado esta mañana.- Odiaba decepcionarla. La envolvió por los hombros con cariño para que se animara.

-Espero que no sea nada peligroso.- Ahí estaba, la curiosidad de Hannibal picándole otra vez.

-La mayoría de la gente vive ajena a las desapariciones hasta que le tocan de cerca. Casi siempre son Erasmus o turistas que se pasan con el alcohol y aparecen al par de días. Nada terrible.- Rinaldo le quitaba importancia a su oficio, lo cual era raro teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que le dedicaba.- Lo peor es dar las malas noticias. Pensaba que me ahorraría eso al dejar homicidios, pero es incluso más difícil.

-Eso sí suena peligroso.

Por el contrario, cuando hablaba de su antiguo puesto levantaba la barbilla y cierta nostalgia se desprendía de sus formas. –En homicidios estás tú solo contra el asesino, tienes un solo propósito. Pero en desapariciones el resultado final se escapa muchas veces de tus posibilidades y de una manera u otra te acaban haciendo sentir culpable.

Sin duda Will tenía mucho que decir en aquella conversación, por unos minutos le habría encantado dejar de ser el muermo de William Cassidy y tener algo que aportar a la charla. Volvió a reclinarse en Hannibal, eso le ayudaba a reafirmase, a recordar qué estaba haciendo allí. Contemplar la sonrisa de Abigail al otro costado le hacía sentir valiente en su pasividad y el contacto de los dos a ambos lados era más terapéutico que una dosis de morfina. –No puedo imaginarme lo duro que debe de ser…- dijo con serenidad.

-Lo es si te acercas demasiado. Por eso acabé pidiendo el cambio de división.- Rinaldo apretó a Molly contra sí; era un hombre profundamente enamorado. –Nunca más podría volver a poner en peligro a quien más quiero.

Molly se apresuró en cambiar de tema. –Bueno, bueno, se supone que estamos de celebración. No estropeemos el momento hablando del pasado. Jajaja.- Su risa más fingida que espontánea, pero igualmente encantadora. -¿Qué pensáis hacer ahora? ¿Tenéis algún plan en honor de tantas buenas noticias?

Charlaron largo y tendido de la cena que iban a ofrecer al Studiolo en casa, de los mejores sitios para comprar vino, de un posible viaje relámpago a Venecia, de sus museos favoritos de Roma o de navegar en Capri. Sin prisa, sin ansiedad. Will sugirió la idea de salir de pesca, a lo que Hannibal respondió con un gesto de algo que parecía ternura. Hannibal elegía momentos muy extraños para enseñar esas enigmáticas risitas suyas. Will se preguntó qué tenía de tierna la pesca con mosca y qué se le pasaba por la cabeza al fingir ese sentimiento, porque Hannibal tenía que estar fingiendo. No podía ser de otra manera.

hhhhhh

Todavía había mañanas en las que le costaba reconocer dónde estaba. A veces se despertaba y le tomaba varios segundos unir las piezas del puzzle en mitad de la cama vacía. Las sábanas blancas no acababan de sentirse suyas, tenían esa eterna rigidez y olor neutro que tienen las sábanas de los hoteles. El suelo de mármol estaba demasiado frío y el baño demasiado lejos. La gran mayoría de los días prefería quedarse revolviendo la cabeza entre las almohadas y poniendo su mente en orden. Si prestaba la suficiente atención podía oír a Hannibal al otro lado de la pared calzándose los zapatos, igual que lo oía por la noche quitárselos. Le divertía imaginárselo combinando la ropa. Ahora que tenía un puesto de trabajo y Abigail clases, la rutina a la que tanto le estaba costando habituarse cambiaría. Se quedaría solo toda la mañana. Otra vez sin nada que hacer.

Arrastró los pies hasta la cocina, donde le esperaba el desayuno delicadamente colocado en el plato y cubierto con film transparente. Olfateó las salchichas y acudió al frigorífico a consultar que el envase fuera del supermercado. Satisfecho con el origen del producto, se lo comió frío en la misma mesa en la que había empezado a hacer unos anzuelos. Tenía la esperanza de poder usarlos pronto, aunque ni sabía dónde. Recordó que había prometido salir a elegir y probar algún coche, pero tampoco sabía cómo llegar. Todo el mundo sabe que alguien que llega en taxi a un concesionario es una presa fácil. La vida sin una mínima cantidad de preocupaciones era aburrida.

Bajo la ducha se le ocurrió la descabellada idea de que podía llamar a Molly para salir a tomar un café. Ella aceptaría decidida y se enfundaría un escote y unos zapatos de marca aunque sólo fuera para ir a un Starbucks. El agua tibia le rodaba por la cara; ya iba siendo hora de afeitarse. Sí, podría quedar con ella para escuchar sus carcajadas y sus historias sobre Florida, para fingir que él nunca había estado allí. Podría preguntarle qué la había llevado a casarse con un hombre mayor que ella y tan serio; actuar como si no pudiera obtener la respuesta a sus preguntas con su sexto sentido empático de agente especial del FBI. ¿Qué pasaría si se encontraban a Hannibal por la calle? Aquellos ratos por la mañana en el baño eran los mejores para imaginarse escenarios poco probables.

Claro que no podía quedar con Molly. Hannibal lo alimentaría con media Florencia si hacía falta como castigo. Pensó en la nota que había acompañado al plato esa mañana: "No mueras de hambre en mi ausencia". La ene mayúscula era una obra de arte de la caligrafía y el pedazo de papel estaba rasgado con las manos. Seguramente lo había lamido antes de hacer el corte. Si quedaba con Molly no volvería a tener una nota con el desayuno, y lo cierto era que le agradaba. Hacían buena pareja, todos lo decían. ¿Por qué iba a romper una simbiosis tan perfecta? A esas alturas sólo existía una pequeña aunque muy importante diferencia entre ellos y un matrimonio real: no tenían sexo. No lo tenían porque en realidad era todo mentira y los dos eran heterosexuales. Will apoyó todo su peso sobre la pared fría de la ducha, sus pies haciendo un ruido molesto al resbalar. No era que quisiera tenerlo. Hannibal era… era su amigo. Había sido su psiquiatra. El sexo era ir demasiado lejos, lo mirara por donde lo mirara. El agua le caía por la espalda. Un beso en la mejilla era todo lo que se iba a permitir. Si tan solo pudiera quitárselo de la cabeza. Sus labios eran suaves; no se suponía que los labios de un hombre fueran suaves. Eran un martirio. Estaba harto de lo que no se decían, de que pasara las manos por el cuello de sus camisas todos los días y se detuviera antes de llegar a tocarle la piel, de que lo olisqueara por encima del hombro, de que le apartara el pelo de la frente sin pedirle permiso. Se repetía a sí mismo que no lo quería, mientras las baldosas se empañaban con su aliento irregular. Le gustaban las mujeres, le gustaba Molly. También le había gustado que se pusiera celoso. Le había gustado la presión de su mano amenazante aquella noche en la ópera. Le habían gustado sus dedos aferrándosele a la cintura con territorialidad y su nariz paseándose por su cráneo. Le gustaba el calor de su sudor debajo de la chaqueta y la firmeza de su espalda. ¡Lo quería, joder! Aunque solo fuera un poco, una vez.

Dejó el agua correr entre sus dedos en lo que volvía a circularle la sangre a la cabeza. Oyó el teléfono al cerrar el grifo y cruzó la casa empapado, sólo con una toalla a la cintura. Deseó que fuera Molly y que su voz femenina alejara a Hannibal de su mente por un rato. –Pronto.- dijo al aparato. Era una de las pocas palabras en italiano que había conseguido pronunciar sin problemas.

-¿Estás bien? Es la tercera vez que llamo.- La voz de Hannibal tendía a sonar más grave por teléfono.

-Sí. Estaba en la ducha. ¿Qué pasa?

-El Commendatore Pazzi se ha pasado por aquí no hace ni media hora.

Will contuvo la respiración. -¿Qué quería?

-Algo de su último caso... quiere hablar también contigo. Ha intentado interrogarme aquí mismo, tratándome como si me conociera de toda la vida. No me gustan sus métodos.

-¡¿Y qué hago?! ¿Voy a buscar a Erin?- Habían acordado no usar nunca sus verdaderos nombres si no era en persona y en privado.

-No tienes que hacer nada. Le he dicho que iríamos los dos a comisaría en cuanto terminara lo que estoy haciendo aquí.

-Recuérdame por qué haces estas cosas…

-Curiosidad.

-Sí, eso.

-Vete a vestir. Nos vemos en la entrada de la biblioteca en una hora.

-Ok. ¿Cómo sabes que me tengo que vestir?

-Me acabas de decir que estabas en la ducha.

-Es verdad… Ya me temía que me estuvieras espiando.

-¿Me echas de menos?

-¿Qué? ¿Por qué iba a echarte de menos?

-Dímelo tú. Parece que tienes muchas ganas de charlar.

-No digas gilipolleces. Te veo todos los días.

-Entonces cuelga el teléfono y vístete, anda.

Will tuvo que contenerse las ganas de decir "cuelga tú". –Está bien. Hasta ahora.- Finalmente colgó y se fue a buscar algo que ponerse. "Cuelga tú"; ni que tuviera quince años.

hhhhhhh

Al caos habitual de una comisaría italiana había que sumarle el hecho de que era la hora del almuerzo y de que prácticamente nadie tenía ganas de dar un palo al agua. A nadie parecía sorprenderle que el papeleo se acumulara en las esquinas de los escritorios o que los teléfonos sonaran y sonaran sin ser descolgados. Rinaldo Pazzi los recibió con cordialidad y los invitó a sentarse frente a él en su mesa, en medio del desastre. Entre los papeles había un bocadillo a medio terminar y una foto enmarcada de Molly. –Perdonad el desorden. Nos están cambiando toda la red informática y no hay quien se organice.

La cara de Hannibal en aquella oficina era de puro entretenimiento. –No se preocupe.- dijo sentándose. Will sólo había visto esa expresión en su rostro en una ocasión, la primera vez que se habían visto en el despacho de Jack Crawford, y la había confundido con simpatía.

-¿Puedo ofrecerles café?- Hannibal asintió con la cabeza. Will no se pronunció y el inspector siguió hablando. –No sé si el Dr. Fell le ha dado detalles de por qué estamos aquí. Yo habría estado encantado de zanjar el tema esta mañana, pero el doctor ha insistido mucho en que nos reuniéramos.

-Espero que no estemos involucrados en ningún asunto comprometido.- dijo Will poniendo en práctica toda su buena educación.

-No exactamente, pero necesito su colaboración. Cuanto antes los descartemos como sospechosos mejor.

Un agente uniformado pasó junto a ellos y depositó un pedazo de papel codificado sobre una pila de carpetas de colores. –Pazzi, la tua nuova password.

-Grazie.- Ignoró el papel y continuó explicando la situación. –Es una denuncia de hace un par de días, un tanto extraña tengo que admitir. Creo que comenté algo el día del evento en la biblioteca.

-Sí, sí.- Will necesitaba respuestas y las necesitaba ya mismo.

-Giancarlo della Rosa, 32 años. Su prometida hizo la denuncia enseguida. Trabajaba como ayudante de sastre en un local del centro, aquí cerca.- Hizo una pausa para dejar sitio a la taza de café en la mesa. Will se quedó mirando fijamente la fotografía del hombre que había visto sucumbir en manos de Hannibal hacía cosa de una semana. Ahora tenía nombre, y prometida. Al lado de la foto estaba el documento que acababa de recibir el inspector, con un sello de la Interpol. Rinaldo siguió hablando. –Tenemos razones para pensar que ustedes dos fueron los últimos en verlo antes de su desaparición. Hemos consultado todas las cámaras de seguridad públicas que había de camino entre el bar en el que estuvo bebiendo con sus amigos y el lugar donde aparcó el coche. La cámara de un cajero lo registró alrededor de las 22:00, y casualmente, ustedes dos caminaban detrás de él.

Hannibal había estado removiendo el café durante todo el discurso, aparentado interés. –Como ya le dije en la biblioteca, ese hombre estaba terriblemente borracho. Nosotros lo perdimos de vista en la esquina.

-¿Qué hacían en esa calle? No parece un camino muy lógico hacia su casa.

Will tomó la palabra decidido a hacer frente a las preguntas agresivas del inspector. –Teníamos que comprar un par de cosas que nos hacían falta. Nos desviamos por ahí a menudo.

-¿Y después?

-Estuvimos en la tienda dos minutos y cuando salimos ya no había nadie.

Rinaldo Pazzi no parecía todo lo convencido que debía. Los miró a ambos con desconcierto. ¿Qué motivo podrían tener esos dos para cometer un secuestro o un asesinato? Ninguno. –De acuerdo. Se lo haré saber en cuanto corroboremos su coartada.

-Muchas gracias por no dejarnos en el calabozo.- dijo Hannibal sarcástico, sin borrar la sonrisita divertida de su cara. Fue a terminarse el café, la taza acababa de despegar del plato, cuando Will se apoyó en su antebrazo para levantarse. La taza dio a parar contra el borde de la mesa y se hizo añicos con un estruendo que llamó la atención de toda la oficina. El contenido se había regado entre los papeles y había salpicado hasta la foto de Molly. Will se disculpaba lo mejor que podía, en inglés y en italiano. Rinaldo le decía que no se preocupara. Hannibal, arrodillado en el suelo, recogía pedacitos de porcelana. Pasado el susto, ya nadie miraba en su dirección. Un par de agentes ayudaban al inspector a cambiar las carpetas de sitio. Los tres se dieron la vuelta al mismo tiempo. Era ahora o nunca. Will alcanzó el pedazo de papel con la contraseña, lo arrugó con la palma de la mano y se lo echó al bolsillo.

El sol les hizo entornar los ojos a la salida de la comisaría. Era la peor hora del día, cuando los turistas salían de hoteles y museos a la caza de una pizza. Tomaron rumbo a la academia de Abigail, pensaron que sería una buena idea recibirla a la salida tras su primer día. Comprarían helado para el postre.

-Creo que me debes una explicación.- dijo Hannibal con severidad. Se negaba a creer que la mancha de café en su camisa nueva fuera producto de una simple torpeza. Will se sacó el papel arrugado de los vaqueros y los sostuvo con triunfalismo. Podría haber sido un trozo de la Declaración de Independencia, que nadie a su alrededor se habría percatado. Hannibal sonrió enseñando los dientes. -¿Dónde has aprendido eso?

-Tengo demasiado tiempo libre.

-¿No crees que Pazzi lo echará en falta?

-No ha firmado el recibo, ni siquiera lo ha mirado. Es como si nunca hubiera pasado por sus manos.

-¿Y qué piensas hacer con eso?

-Primero necesito encontrar un lugar seguro desde el que acceder. Luego podría echarle un vistazo a lo que se trae el FBI entre manos… o ver si Jack Crawford nos extraña?

-¿Extrañas esa vida?

-Pareces muy preocupado por lo que echo o dejo de echar de menos.

-Me intereso por cómo te sientes, Will, como he hecho siempre.

-La verdad es que no mucho. Echo de menos a mis perros.

Hannibal lo miró con la misma ternura que Will pensaba falsa. -¿Te habrías quedado en Wolf Trap por ellos?

Will tardó un poco en responder a la pregunta; hablar de sus perros le tocaba la fibra sensible. –Si me hubiera quedado… os habría echado de menos a Abigail y a ti.


He dejado las buenas noticias para el final. Mis vacaciones llegan a su fin y tengo por delante un vuelo de 11 horas, lo que significa mucho tiempo para escribir y que cuando vuelva a mi rutina podré actualizar más a menudo.
¿Alguna objeción hasta ahora? Espero vuestros comentarios :)
Nos leemos en una semanita.