¡Lo siento! Mi vida es un caos últimamente, por no hablar de lo devastada emocionalmente que me ha dejado el final de la serie. Pero aquí os dejo el capítulo nuevo. Espero que os guste después de lo mucho que se ha hecho rogar.

Bom proveito!


-¿Alguna vez te has parado a pensar qué habría sido de nosotros sin él en nuestras vidas?

-Probablemente todo sería mucho más simple.

Caminaban por el muelle cabizbajos pisando las tablas al mismo tiempo, con toda la planta del pie, repartiendo su peso por si se quebraban bajo sus pasos. El crujir de la madera se mezclaba rítmicamente con el chocar de las olas. A lo lejos, el horizonte estaba resaltado por una línea roja en mitad de la noche, podía ser el amanecer, pero también podía ser un incendio. Sobre ellos la luz del faro giraba incesante. En los sueños de Will Abigail siempre parecía más niña, un reflejo de la joven asustada que había conocido entre borbotones de sangre. -Por más que pienso en posibles variantes, no consigo dar con un final feliz.- Lo más gracioso de los sueños es que, aún sabiendo que son producto del subconsciente de uno mismo, nos creemos lo que los demás nos dicen en ellos.

-Él era el hombre del teléfono.- contestó Will. –Te habrías salvado… desde el principio, quiero decir.

-Jack Crawford lo sabía, hasta el último momento estuvo detrás de mí. Si no hubiera sido por esa llamada, mi padre habría acabado en el corredor de la muerte… y posiblemente yo también. Hannibal me salvó aquel día, y sigue haciéndolo desde entonces.

-Me temo que no puedo decir lo mismo.

-Si no fuera por él no podríamos ser una familia.- Las palabras de Abigail caían de su boca como bombas de certeza. El nivel del agua estaba subiendo y el camino quebradizo se desdibujaba en la distancia. La cresta de las olas más altas dejaba rastros de espuma escarlata a sus pies; hedía a óxido.

-¿De verdad crees que eso es lo que somos?- preguntó Will a la oscuridad. De repente estaba solo. Tropezó con un escalón en la penumbra y cayó de boca contra unas escaleras enmoquetadas. Cuando sus ojos se acostumbraron a la falta de luz reconoció la lluvia a través de los cristales que flanqueaban la puerta de entrada. Le tomó unos minutos, largos como horas, reconocer dónde estaba. Ya había pisado antes ese lugar, conocía la distribución de las ventanas, los desniveles en el suelo y el camino a la cocina. Era la casa de un amigo. La casa de Hannibal, pero sin Hannibal en ella. No había ni rastro de su extravagante decoración ni del olor a especias mezclado con perfume masculino. Una casa de Baltimore cualquiera, vacía, fría, polvorienta. En ella no había memorias de pacientes conducidos a la paranoia extrema, ni de mujeres confiadas gimiendo entre sábanas de seda. Franklyn Froideveaux, Miriam Lass o Alana Bloom nunca habían estado allí. Mucho menos Will Graham. Tampoco había recuerdos de copas de vino hasta altas horas de la madrugada, de palmadas en la espalda o de cenas para dos hombres que huían de su soledad.

Will tembló ante la idea de tan desalentadora nostalgia. En un mundo sin Hannibal Lecter, ¿a quién iba a querer matar con sus propias manos? ¿Quién iba a darle sentido en su vida a un réquiem de Mozart? ¿A quién iba a exponer su locura? En un mundo así nunca se habría sentido cuerdo.

Se despertó aparentemente más tranquilo de lo que era habitual, sin sudores ni respiración profunda, pero con el corazón a mil por hora y el dolor en la garganta de quien contiene una lágrima. Desde la cama se quedó hipnotizado mirando el hilo de luz anaranjada que se colaba por debajo de la puerta que daba a la habitación de Hannibal y la sombra de sus pasos sigilosos. Sabía lo que había estado ocurriendo esa noche, y la anterior, y la anterior, aunque no le hubiera pedido ayuda. Por fin lo tenían todo, pero parecía que la confianza todavía flaqueaba entre ellos. Will se debatió unos minutos tumbado en la cama sobre si levantarse o no. Su conciencia le decía que se quedara donde estaba e intentara volver a dormir, que nada bueno podía estar pasando en aquella casa de madrugada. No obstante, aquella parte de la razón que respondía más a sus deseos le animaba a asomarse, a buscar otra vez a Hannibal tal y como lo había visto en el callejón la noche después de la reunión con el Studiolo, más poderoso y atrayente que nunca.

Se levantó de la cama y, tras dudarlo por un segundo, prefirió salir al pasillo y llamar a la puerta principal del dormitorio. Hannibal entreabrió una de las hojas y sus miradas se cruzaron con amabilidad, igual que cada vez que le había dado la bienvenida en las consultas. -¿No puedes dormir, Will?- Su camisa estaba visiblemente manchada de sangre y no le interesaba ocultarlo, ya no.

-No.- Daba igual lo mucho que se concentrara Will en hablar con normalidad. No hacía falta más de una sílaba para que Hannibal percibiera el estado de nervios en el que se encontraba.

-Pensaba que tus pesadillas ya eran más moderadas.- Hannibal escudriñaba cada pequeño tic en el rostro de Will a sabiendas de que éste se sentiría intimidado.

-Bueno, esta noche… Esta noche no ha sido para tanto. Es solo que…- Hannibal empezó a desabotonarse la camisa sucia mientras prestaba atención al discurso entrecortado de Will. –He pensado que a lo mejor podías necesitar mi ayuda.

-Primero me dices que sí, después que no, ahora me vuelves a decir que sí. ¿Sabes la cantidad de carne que se necesita en una cena para 15? No puedes dejarme en la estacada como la última vez.- Hannibal contempló con gusto cómo los ojos de Will buscaban un lugar donde posarse lejos de su torso desnudo.

-Es muy difícil para mí premeditar todo esto. A veces lo necesito, me muero por hacerlo, pero otras me tortura la culpa.

-La culpa siempre ha sido tu gran enemiga, Will. ¿Quieres pasar y hablamos de ello?- le preguntó abriendo la puerta del todo. Eran casi las 3 de la madrugada y todavía tenía que darse un baño, pero nunca le negaría a Will una charla reconfortante. Si tenía suerte la discusión no se alargaría mucho, o incluso podrían discutirlo en la ducha. Eso sería perfecto.

-No.- La negación fue tajante. –Mañana por la mañana… Ya me está entrando sueño otra vez.

-Está bien.- Hannibal se mantuvo serio, conteniendo la decepción.- Por cierto, voy a servir también un plato de pescado, por si es lo que no te deja dormir.

-Gracias.

-Buenas noches, Will.

-Buenas noches.- dijo, y desapareció en la oscuridad del pasillo.

hhhhh

-Bongiorno, signore.- Rinaldo Pazzi irrumpió en la tienda a primerísima hora de la mañana. Quería asegurarse de que el dependiente del turno de noche seguiría allí cuando él llegara.

Ni el intenso sol toscano del amanecer podía hacerle frente a los fluorescentes fríos y los neones de los frigoríficos que iluminaban el local. El comisario había inspeccionado la zona al llegar. Efectivamente si se asomaba a la parte trasera alcanzaba a ver la calle en la que se encontraba la residencia del Dr. Fell y compañía. Todavía no habían pasado los suficientes días como para que la familia del desaparecido perdiera la esperanza, pero sí para que Rinaldo supiera que le iba a ser muy difícil encontrar pruebas en ese lugar lleno de basura. En cualquier caso, su trabajo en ese momento era interrogar a quien estuviera en la tienda la noche de la desaparición. El hombre en cuestión era arisco, desagradable para tratarse de alguien que trabaja cara al público, pero se mostró muy voluntarioso para colaborar con la policía. No reconoció la foto de Giancarlo excepto porque había visto los carteles pegados por la zona.

-En realidad fue una noche especialmente aburrida. Los fines de semana viene más gente, ¿sabe? Siempre hay algún pleito. Pero en días de diario sólo vienen taxistas y gente con insomnio. Una vez me atracaron, ¿sabe? Pero como era lunes apenas había nada en la caja.

-¿Recuerda a dos hombres con acento extranjero? Uno delgado de pelo negro y otro más alto, seguramente trajeado y repeinado.

-Por supuesto que los recuerdo. Mire, no tengo nada en contra de los maricones, pero que hagan sus cosas en su casa, ¿sabe? Yo no tengo por qué estar aguantando espectáculos.

-¿Podría decirme exactamente cuánto tiempo pasaron aquí?

-Si quiere podemos verlo en los vídeos de seguridad. Después del atraco pusimos cámaras nuevas, digitales. Lo tengo todo en el ordenador de la trastienda, ¿sabe?

En la parte inferior derecha de la grabación aparecía la fecha y hora que el departamento de policía había estimado para la desaparición. No era difícil reconocer el paso imponente de Roman Fell, aunque tardó un poco más en encontrar el ángulo apropiado desde el que se distinguiera a William Cassidy. Recorrían los pasillos abrazados, como si tuvieran todo el tiempo del mundo; una pareja enamorada de lo más corriente. Quizá lo más interesante del vídeo era el dependiente escondiendo y asomando la cabeza tras su revista, siguiéndolos con la mirada a todas partes como si estuviera viendo un extraterrestre. Tal y como le habían dicho en comisaría, habían hecho la compra y se habían ido. La única diferencia con la declaración que habían hecho era que no habían pasado en la tienda 5 minutos, sino 25. Tiempo más que suficiente para que Giancarlo della Rosa hubiera caminado, incluso estando borracho, muy lejos de allí.

hhhhh

En la cocina flotaba un aroma denso a mantequilla y ajedrea. Sobre la isla central, coronada con una gruesa de encimera de granito macizo, distintos cortes de carne y vísceras esperaban en su adobo a pasar por las manos del artista. Hannibal coreografiaba sus movimientos a la perfección; nada fuera de su lugar, ningún ingrediente olvidado. En una esquina aguardaba un lomo de lubina fresca que filetearía directamente en la mesa, cuando todos los demás platos estuvieran ya servidos.

En el comedor corría el vino, que era ya costumbre, y la risa pretenciosa del profesor Sogliato se alzaba por encima de las del resto. Comentaban la extravagancia de algunas de las antigüedades que hacían las veces de adornos. Will salía al paso lo mejor que podía procurando que su ignorancia no fuera vista como debilidad. Conocía a todas aquellas personas, pero ninguna lo conocía a él.

-¿Está evitando la carne roja?- preguntó uno de los comensales al notar que Will no se servía de nada. A su lado, Hannibal cortaba el contenido del plato especial en lonchas tan finas que dejaban ver por debajo los dibujos de la porcelana.

-Estoy a dieta.- fue lo único que capaz de contestar. La atención que estaba atrayendo la escena le incomodaba un poco. –La verdad es que hay algunos de estos platos que siento mucho perderme.- decía con condescendencia, sin mirar fijamente las tajadas de carne humana que todos a su alrededor, incluida Abigail, se llevaban a la boca.

Hannibal terminó de colocar el pescado crudo delante de Will, a lo que este respondió con una mirada de alivio, cargada de agradecimiento. -¿Quién puede negarte un capricho?- preguntó retóricamente a media voz.

En la mesa no hubo reacciones desmesuradas hacia tal muestra de afecto. Los mismos que hacía pocas semanas habían murmurado a sus espaldas durante la recepción en la ópera acababan de olvidar todas sus reticencias hacia el estilo de vida del Dr. Fell con tan solo un bocado de su exquisita cocina. Todos menos Sogliato. El profesor volteó los ojos con dramatismo arqueando las cejas. Quizá pensó que por estar al otro lado de la mesa sus anfitriones no se darían cuenta.

hhhhh

Recorrer la ciudad contemplándola desde los asientos de su nuevo coche les hizo sentir que por fin habían terminado de instalarse. Ya no eran recién llegados, ni turistas, sino inmigrantes acreditados con una flamante tarjeta de residencia que paseaban en su Jaguar XJ. Hannibal no se privaba de nada. Desde el asiento del copiloto escuchaba a Abigail hablar de sus compañeros de la clase de italiano, de lo poco interesantes que le parecían todos y de lo bien que se mimetizaba entre su simpleza. El ruido de los neumáticos sobre los adoquines era un leve zumbido, sólo acrecentado por un tirón demasiado brusco en la transmisión. El puño derecho de Will envolvía la palanca de cambios entera, con inseguridad. –Perdón.- Se excusó. –La última vez que conduje manual fue con la furgoneta vieja de mi padre.

-Yo quiero aprender. ¿Me vais a dejar probarlo algún día?- Quiso saber Abigail desde el asiento trasero. Estaba prendada del tacto del cuero nuevo y de las estampas florentinas recortadas por el marco metálico de la ventanilla.

-Por supuesto.- contestó Hannibal. –Si nos prometes que vas a tener cuidado con lo que metas en el maletero.- dijo al mismo tiempo que arrancaba la mano tensa de Will de las marchas y lo obligaba a cambiarlas con más delicadeza. Un teléfono móvil vibró junto al cenicero e interrumpió la clase práctica. Hannibal descolgó. –Buenos días, Molly, querida. Precisamente estábamos hablando de ti.- Murmullos ininteligibles desde el otro lado del aparato. –Está conduciendo. Estamos estrenando el coche nuevo antes de dejar a Erin en la academia.- A Will le volvió a temblar el pulso. –Si me dices dónde queda tu casa te lo dejo allí de camino a la biblioteca.- Hannibal memorizó las indicaciones sin tener tan siquiera que repetirlas. –De acuerdo. Tú también ten un buen día. Gracias por llamar.

-¿Qué quería?- preguntó Will en cuanto oyó el pitido que marcaba el final de la llamada.

-Invitarte a tomar un café para disculparse por las molestias que nos haya podido causar su esposo. He aceptado la invitación por ti, necesitas socializar un poco.

Si Will hubiera podido apartar los ojos del camino lo habría mirado con absoluto desconcierto. -¿A mí solo?

-Eso parece.

-¿No te importa?

Abigail los miraba en silencio, queriendo saber exactamente qué clase de relación existía entre ellos. Ahora eran sus padres, sus mentores, y hasta ese momento en el coche había pensado que el único lazo que los unía era el de los secretos. Había engañado a todo el mundo con la naturaleza romántica de su relación, y si bien había tenido todo el tiempo del mundo para imaginarse la profundidad de lo que Hannibal sentía por Will, nunca se le había pasado por la cabeza que Will pudiera corresponderle, ya fuera de verdad o fingiendo, de forma tan auténtica. Eso podía aliviar un poco el peso de las mentiras. Le gustaba la idea de que al menos una pequeña parte de toda su coartada, que ahora era su vida, fuera cierta y que sus padres se comportaran como una pareja genuina.

-Will, no quiero que vuelvas a decir que no confío en ti.

No estuvieron aparcados delante de casa los Pazzi ni dos minutos, el tiempo justo para que Will se bajara del coche y Hannibal se cambiara al asiento del conductor. En un momento así la confianza era algo demasiado frágil, fácil de romper del todo, fácil de utilizar como trampa. Will sabía que debía comportarse, tomarse el café y volver a casa. No se le daba bien tener momentos a solas con mujeres, cosa que al principio había achacado a la inseguridad normal de cualquier adolescente, luego a su timidez y su necesidad de poner barreras, más tarde a su inestabilidad. En esta ocasión se debía al miedo. Pobre Margot, era la que peor parada había salido. Y pobre Alana, tan cerca del riesgo y tan ciega. Will rascaba el felpudo con la suela de los zapatos en lo que esperaba que le abrieran la puerta de la casa. Las consecuencias de los celos de Hannibal podían ser nefastas, no quería tener que pensar algún día "pobre Molly". No quería ni imaginarse lo que sería de él. La anfitriona le dio la bienvenida; llevaba el pelo suelto y el corte de la blusa dejaba al descubierto sus clavículas. Puede que ese fuera el precio que tenía que pagar por una vida de lujos y ultraviolencia: mantener la polla dentro de los pantalones.

-Me imagino que Roman y tú estaréis aliviados de que todo haya acabado.- le dijo Molly indicándole con un gesto que tomara asiento en el sofá. Will no supo qué responder y ella enseguida notó que no tenía ni idea de lo que estaba hablando. –Ya sabes, el caso aquel por el que os interrogó Rinaldo ya está resuelto. Lleva desde ayer en las noticias.

Todo parecía estar en orden en su vida, así que muy bien resuelto no debía de estar. -¿Ah sí?- Era cierto que no había vuelto a oír nada de eso desde el día en la comisaría, por lo que tampoco tuvo que fingir.

-Ha sido terrible. Encontraron el cuerpo en el río, ya en estado de descomposición, se debió perder y caerse. No sé los detalles pero mi marido está destrozado.

-No te preocupes, Molly. Roman y yo sabemos que Rinaldo sólo estaba haciendo su trabajo.

Molly suspiró profundamente e intentó recuperar el buen ánimo, al menos lo que le permitían las circunstancias. –Si quieres puedo leerte algún artículo… Sólo si quieres, claro, ya que no lo has visto en televisión.

-Sí, estaría bien. Gracias.- Un poco de estimulación laboral no le vendría mal, por recordar los viejos tiempos.

Molly, sentada en el sillón a su izquierda, le tradujo en voz alta lo que decían un par de periódicos y páginas web de sucesos. Nada significativo, los típicos textos que esconden la desinformación bajo fórmulas morbosas. Cuando Internet dejó de ofrecerles nada relevante, Molly dejó el ordenador portátil abierto sobre la mesita y se fue a la cocina a preparar el café prometido.

-¿Puedo consultar mi correo electrónico?- preguntó Will desde la sala en tono inocente.

-Claro.- Un café italiano bien hecho requiere buena mano y un poco más de tiempo del habitual. El escritorio estaba atestado de carpetas fechadas, y dentro de ellas fotografías de personas desaparecidas. En la más reciente estaban incluidas las fotos tomadas a la orilla del Arno el día anterior, mostraban el cadáver de Giancarlo della Rosa, todavía vestido, con el vientre abierto y destrozado por las gaviotas. Reconocía el trabajo experto de Hannibal en lo que la policía italiana sólo vería la repulsión del ser humano hecho carroña.

Entonces se acordó. Molly le acababa de dar unos cuantos minutos privilegiados sin saberlo. Por supuesto no abrió ningún servidor de e-mail, sino la página de acceso a los archivos de la Interpol. Se sacó la billetera del bolsillo trasero de los vaqueros y de ésta un papel arrugado con todos los datos necesarios. Tecleó rápido, rezando porque Pazzi no hubiera cambiado su contraseña asignada. Cuando el portal se abrió ante sus ojos, como tantas veces lo había visto cuando trabajaba en el FBI, sintió un dolor agudo en el corazón que no supo si identificar o excitación o miedo. La cafetera todavía no había empezado a burbujear y delante de él el cursor parpadeaba a la espera de una búsqueda. "Hanni…" no, mejor no. "Will Gr…" no, peor todavía. "Jack Crawford" sí, bastante menos incriminatorio. Presionó Enter. La ficha de agente de Jack no mostraba nada fuera de su lugar, la carpeta del caso "Chesapeak Ripper" aún tenía la etiqueta "ABIERTO". Al final del todo una nota en letras rojas anunciaba "Agente destituido temporalmente". ¿Cuándo? ¿Por qué? El olor del café le alertó de que Molly volvería a sentarse con él en muy poco tiempo. Pinchó sobre la carpeta del caso y buscó la lista de sospechosos. Su nombre y su fotografía aparecían en ella junto a la etiqueta "DEMOSTRADO INOCENTE" y un enlace a sus evaluaciones psiquiátricas, que prefirió no abrir. No había nada más. El caso no había avanzado ni un milímetro desde que se habían ido. Ni siquiera conocía a la nueva agente encargada. El tintineo de las tazas cada vez más cerca fue su señal para cerrar la sesión, salir del explorador y bajar la tapa del ordenador portátil.

-¿Alguien te escribe desde los Estados Unidos?- le preguntó Molly mientras alineaba las tazas frente al sofá y se sentaba a su lado.

-No. Parece que se han olvidado muy rápido de mí.- respondió Will con una sonrisa que ni siquiera tuvo que fingir. Necesitaba más respuestas, eso era cierto, pero realmente era un alivio saber que la policía no le tenía en busca y captura.

-No me engañes… Seguro que tu madre te llama todos los días.

-Mi madre murió cuando yo era pequeño.- Decir aquello nunca le hacía sentir triste. Sencillamente era algo que decía cuando otras personas se referían a su relación con sus padres.

-Oh… Lo… Lo siento mucho.- Eso era lo que contestaban siempre.

-No pasa nada, ni siquiera la recuerdo. Crecí solo con mi padre, de aquí para allá, no estuvo tan mal.

Molly se acomodó un poco más cerca de Will con la tacita entre ambas manos. –¿Es un buen hombre tu padre?

-Sí que lo era. Era mecánico, de barcos, y nos mudábamos según la temporada alta en los lagos. Si no hubiera sido por eso yo no habría podido ni terminar el instituto.- El acento familiar de Molly en cada pregunta era como un suero de la verdad. Tenía que concentrarse sobremanera para no exponerse demasiado.

Ella subió ambas piernas al sofá, lo que dejó la piel tostada y tensa de sus pantorrillas brillar bajo la luz cálida que llegaba de la calle. Llevaba las uñas de los pies pintadas de rojo y sus tobillos eran finos, casi punzantes. -Y ahora estás aquí, disfrutando de la buena vida con Roman. Eres un hombre con suerte, Will Cassidy.

Le había vuelto a llamar "Will" y ya no estaba Hannibal delante para impedírselo. –Suerte… Suerte… Yo no lo llamaría suerte. Tú no le conoces.

-¿Por qué lo dices?- Molly dejó la taza sobre la mesa y se acurrucó a su lado, con la cabeza sobre su antebrazo. -¿Crees que le molestaría saber que estamos hablando de él, así?

-Seguramente.

-¿Y que insista en llamarte Will? ¿Eso le molestaría?

-No tanto como que yo te lo permita.- Tenía el pelo de Molly a escasos centímetros de la cara y el peso de su cabeza se le clavaba bajo el hombro.

Ella cambió de postura con un movimiento sinuoso de la columna hasta que sus ojos miraron fijamente los de Will y su mano estuvo apoyada en la cara interna de su rodilla. -¿Se porta mal contigo?

Will intentó articular las palabras mientras pestañeaba frenéticamente detrás de sus gafas. –No. No es eso. Es celoso y… y… persuasivo, pero… me cuida, como él puede… o sabe.- Posiblemente no había captado nada. A él mismo le costaba entender la idea según salía de su boca.

Molly se arrimó aún otro poco. Ahora el brazo de Will estaba atrapado entre sus senos. -¿Nunca echas de menos el sexo con una mujer?- Con los labios húmedos le dio un beso.

Will no respondió a la pregunta, no hizo falta. Llevó las manos al contorno de la cara de Molly y abrió la boca para besarla con voracidad. Sus bocas todavía guardaban la calidez del café. En escasos segundos ambos se habían perdido en los cuerpos ajenos, Molly masajeaba a Will por encima de los vaqueros hasta clavarle las uñas, y Will desataba el cierre del sujetador. Él no pudo contener un gemido apagado al sentir los pechos turgentes de ella entre sendas manos. La costura de los pantalones se le empezaba a hincar entre las piernas, pero quería dejarse hacer, dejarse tocar. Hacía demasiado tiempo que no se había sentido deseado por una mujer. Will Graham, con sus tics nerviosos y su falta de conversación, era para muchas el último hombre con el que querrían acostarse. En el fondo le supo mal engañar a Molly de aquella forma, ocultándole completamente quién era. Pero que nadie te quiera tal y como eres era algo jodidamente penoso de aceptar.

-¿Qué te pasa? Muévete un poco, ¿no?- Molly no parecía del todo satisfecha con la pasividad de Will, que no había movido las manos desde que las había posado bajo el sujetador. -¿O ya te has acostumbrado a ser tú al que follen?

La sonrisa pícara que siguió a esa frase, como queriendo decir que era una broma, no fue suficiente para aplacar la ira que había despertado en Will. Por una milésima de segundo odió a aquella mujer con todas sus fuerzas. ¿Por qué tenía que decir algo así? De los pedazos que quedaron de su orgullo hecho trizas sólo quedó la rabia. Estaba claro que la comprensión que buscaba no la iba a obtener a través del sexo. Escaló rápido por debajo de su falda de lino para bajarle las bragas de un tirón y la cargó para dejarla caer boca arriba sobre el sofá. Fue seco, primario. Sus gargantas emitían sonidos graves, fácilmente confundibles con lamentos. El vaivén enérgico, pero nunca más amplio de lo necesario. Will obviaba si Molly disfrutaba o no, a pesar de tenerla al lado y oírla gemir. Tenía clavada la frente en el reposabrazos, los ojos estrujados, las gafas torcidas y Hannibal en su pensamiento. Visitó las mismas imágenes a las que recurría cuando se masturbaba en la ducha, una y otra vez las veía en su mente cada vez más intensas. Recordaba todas las caricias de Hannibal, hasta la más nociva y traicionera, y le daban ganas de rogar por más. Apretó los dientes para no escupir el dichoso nombre en un grito y eyaculó fuera, en su propia mano. Molly recorrió su rostro sudoroso hasta encontrar sus labios y besarlos con ternura.


He de reconocer que parte del retraso se ha debido a que he tenido muchos conflictos creativos en este punto de la historia. El capítulo originalmente llegaba a las 5200 palabras y todo era un poco diferente, pero creo que ahora lo estoy llevando por mejor camino. Decidme qué tal os ha parecido.
Nos leemos pronto! (No volveré a dejar pasar tantos días, lo prometo.)