Despertó de su profundo sueño con un bostezo felino. Un humidificador junto a la cama desprendía una dulce fragancia de lavanda y filtraba la luz del sol con vapor de agua. Por la orientación y la intensidad de ésta se imaginó que sería casi mediodía. Había sudado las sábanas y una sensación pegajosa lo sacó del idilio matinal. Intentó acomodarse pero tenía los músculos entumecidos. ¿Qué había pasado la noche anterior? La falta de recuerdos lo atemorizó por un instante. "¡Espera! ¡¿Estoy en mi habitación?!" Se incorporó de un brinco e inspeccionó la estancia desde la cama. "Sí." Todo estaba donde debía. Efectivamente, estaba en su habitación. El humidificador no era suyo, había una silla a su lado y la puerta que comunicaba las dos habitaciones principales estaba abierta, pero todo lo demás seguía en su sitio. Oyó pasos.
-¡A… ¿Abigail?!- Llamó en dirección al pasillo, aun sabiendo que a esas horas la casa debía estar vacía.
Hannibal entró en la habitación con un vaso de agua en la mano. –Buenos días, Will. Abigail quería quedarse hasta que te despertaras, pero la he mandado a clase.- Will estiró los brazos para alcanzar el vaso. La boca le sabía a alquitrán. Hannibal continuó hablando por encima de sus insaciables tragos. –Se levantó a las cinco para relevarme. Hemos estado controlando tu temperatura toda la noche.
-Anoche…- Su memoria empezaba a recomponerse. -¿Qué… qué me diste?
-Oh… Nada preocupante… Algo para relajarte…-
Will lo interrumpió en seco. –Entonces no es encefalitis otra vez.
-En absoluto.- Hannibal llevó el reverso de la mano a la frente. –Aunque he de reconocer que no había previsto que fueras a beber tanto alcohol.
-Debería estar furioso contigo.
-Pero confías en mí.- Le sonrió mientras ordenaba los rizos que le caían sobre la frente.
-Será eso…- Will no se atrevió a mirarlo a los ojos. Aquella era una confianza muy peligrosa si llegaba a romperse.
-Date un buen baño. Yo voy a llamar a Pia para que venga a hacer las habitaciones y luego podemos preparar juntos algo de almuerzo.
Will se puso de pie con algo de dificultad y obedeció. No quería estar de por medio cuando Pia llegara. No es que no fuera una buena mujer, todo lo contrario y además muy trabajadora, pero entrometida como ella sola. "Mr Cassidy sooo good man. Listen to ol' Pia, you need good woman. I know good Italian woman for you!" le decía todos los días.
hhhhhhhhhhh
La mañana transcurría tan corriente como cualquier otra en casa Pazzi-Foster. Las melodías de blues se intercalaban con otras más simples al antojo de la radio y Molly se encontraba de especial buen humor. Más tarde llamaría a Will para preguntarle cómo se encontraba y, con un poco de suerte, podrían quedar otra vez. Podría ir a la peluquería y sorprenderle con algo distinto. O quizás unos zapatos nuevos, o entradas al cine. También tenía que empezar a trabajar en su vínculo con Erin; no quería dejarla de lado. Podrían ir juntas de compras o podrían volver a usar la excusa de su suegra y repetir la escapada por la Toscana los tres juntos.
El timbre la sacó de su ensoñación. No estaba esperando a nadie. Bajó el volumen de la música y se apresuró a abrir la puerta. -¡Erin! ¡Vaya sorpresa! Justo estaba pensando en ti. Pasa, por favor.
Abigail sonrió con timidez y entró al recibidor. –Es sólo que… Tengo un par de horas libres hasta mi próxima clase. Mi padre me manda con un poco de queso y paté de ayer… Nos supo fatal que os tuvierais que ir tan de repente.
-¡Oh, no hacía ninguna falta! ¿Te apetece algo de beber? ¿Tomas café? Pasa, pasa.- Casi tiraba de ella para que se sentara en la sala. Trajo varias clases de galletas, refresco y té de la cocina y se sentó delante de ella con la intención de hacerse su mejor amiga cuanto antes. –Cuéntame, ¿cómo está tu papá?
-Pues cuando he salido seguía durmiendo, pero al menos ya le había bajado la fiebre.- Abigail contestaba a sus preguntas con cautela. Tenía una pequeña misión que cumplir en aquella visita y se esforzaba en recordar hasta el más mínimo detalle de la conversación.
-Menudo susto nos dio cuando se desmayó, eh. ¿Le había pasado antes?
-No… Aunque papá dice que se pone nervioso en las reuniones sociales y bebe más de la cuenta.
-Cuando dices papá…
-Roman.
-¡Claro! Perdóname. Es que nunca… No sé muy bien cómo funcionan las familias como la tuya.- Molly no quería sonar grosera, pero al mismo tiempo era incapaz de contener su curiosidad.
Una curiosidad que le era muy propicia a Abigail para tirarle de la lengua. –No pasa nada, en la academia me pasa constantemente. En realidad no es tan diferente de cualquier otra familia.- Fingía timidez para apartar la vista y poder escudriñar el salón. Hannibal no había querido explicarle por qué era tan "absolutamente necesario" que fuera a espiar a Molly. Tampoco le había dado motivos para su enfado con Will aquel día que la había sacado de clase para salir de caza. Pero no era tonta. Nunca lo había sido. – ¿Tú nunca has querido tener hijos, Molly?
La pregunta la pilló por sorpresa. –Eh… Bueno… Cuando vivía en América sí que quería. Pero luego me casé con Rinaldo y nunca salió el tema… Creo que porque él ya se siente viejo para tener hijos.
-Papá me cuenta muchas veces que él nunca se había planteado tener su propia familia hasta que nos conoció a mi padre y a mí. Y yo, personalmente, creo que tengo mucha suerte de que estén juntos.
En el rostro de Molly ya sólo quedaba el vestigio falso de lo que hacía unos minutos había sido una sonrisa. -¿Quieres mucho a Roman, verdad?
-Muchísimo.- Aguardó un segundo para analizar los rastros de decepción en la mirada de Molly. –Todavía me acuerdo de mi padre cuando estaba solo; se sentía siempre tan culpable e inseguro por todo. Y me acuerdo de cuando conocí a Roman, y de cómo cambió nuestras vidas. Él nos cuida. A su manera, pero nos cuida.
-¿A su manera? Es curioso… Will dijo algo pare-
Abigail no la dejó seguir hablando. –Lo que quiero decir es que somos una familia normal, con nuestros problemas de vez en cuando, pero unida. Y odiaría ver eso cambiar.- Creyó haber sido suficientemente tajante, pero Molly se empeñó en continuar la discusión.
-Erin, cielo, entiendo perfectamente lo que quieres decir. Has sufrido mucho. No quiero ni imaginarme cuánto debes de extrañar a tu madre. Pero… con el tiempo entenderás que no es asunto de los hijos proteger el matrimonio de sus padres.
Cuando alguien mencionaba a su madre no podía evitar manosear el pañuelo que le cubría la cicatriz del cuello. Sus traumas no la habían matado, la había hecho más fuerte. La miró a los ojos. No la miró con su máscara de Erin Cassidy, la pobrecita huérfana de madre que vive bajo el ala de sus papás sobreprotectores. La miró como Abigail Hobbs, la que tenía las manos manchadas de sangre, la que había jugado a manipular al FBI y había salido victoriosa. -Molly, no nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero te lo digo como amiga. La relación de mis padres es más compleja de lo que te puedas imaginar y tú no eres diferente, no vas a cambiar sus reglas.
-Comprendo.- En aquellas décimas de segundo se le quedaron tantas cosas por decir, pero decidió dejar el tema por zanjado.- Espero que esta… conversación… no cambie nada, Erin. William y tú sois de los pocos amigos que he hecho en esta ciudad en mucho tiempo.
Abigail volvió a meterse en su personaje sin ninguna dificultad. –Y estoy segura de que si le das una oportunidad a Roman también acabaréis congeniando.
Ambas se esforzaron en cerrar la charla con sonrisas, todas falsas pero bien intencionadas. Abigail se marchó con las certezas que buscaba y Molly volvió a sus tareas de ama de casa, esta vez sin música.
hhhhhhhhhhh
-¿Estás faltando al trabajo?- Will se apareció en la puerta de la cocina, ligeramente encorvado pero con una seguridad inusual en él y sin las gafas. Llevaba sus clásicos pantalones de pana, horriblemente conjuntados con una de las camisas lisas que le había comprado Hannibal. Se había esforzado. Ese no era su estilo.
-He llamado para decir que estaba enfermo. Creo que podrán sobrevivir sin mí por un día.- Hannibal llevaba su atuendo de costumbre en la cocina: camisa remangada y delantal a la cadera. Acababa de empezar a elegir los ingredientes y a alinearlos sobre la encimera.
En el equipo sonaba Sueño de una Noche de Verano de Mendelssohn con las ocasionales interrupciones del tráfico y el murmullo del gentío que entraba por la ventana. Hannibal le alcanzó un delantal a Will y le mandó a cortar las verduras. Le explicó el grosor del corte y cómo mover la muñeca y colocar los dedos para que le fuera más fácil. La hoja del cuchillo tenía los matices anaranjados característicos del acero al carbono tras años de uso y la empuñadura de madera estaba gastada.
-Es la primera vez que cocinamos juntos desde que llegamos a Florencia.- declaró Will tras varios minutos de silencio.
-En Baltimore tampoco solíamos hacerlo.- Hannibal estaba concentrado en amasar la que iba a ser la base del pastel.
-La última vez fue cuando Fr…
-Freddie Lounds, sí, esa fue la última vez. Will, lo sé.
Las manos de Will empezaron a sudar incontrolablemente hasta el punto de parar por miedo a cortarse. Echaba de menos sus gafas. -¿Qué?
-Sé que no mataste a Freddie Lounds. Sé que me engañaste, que tenías un plan con Jack Crawford y que planeabais arrestarme la misma noche que planeaste conmigo matarlo a él.- A medida que incorporaba harina, la masa iba necesitando de más y más fuerza.
Will buscó su mirada, confuso. -¿Lo has sabido todo este tiempo?
-Sí.
"¡¿Y por qué sigo con vida?!" quiso preguntarle a voz en grito. Se controló lo mejor que pudo. -¿Y qué te ha hecho… abstenerte de la venganza?
La masa ahora era una bola sólida que Hannibal golpeaba contra la superficie de granito. –Que estás aquí conmigo. Que ahora sé que estás de mi lado.
-¿Qué me habrías hecho si te hubiera dicho que no quería venir contigo?- preguntó Will a pesar de conocer de sobra la respuesta.
-Después de darle muchas vueltas, creo que te habría dejado con vida. Pero te habría hecho daño, Will, mucho daño. Lo sabes, ¿verdad?- Esperó a que Will asintiera. –Valoro tu lealtad y la de Abigail más que nada.
-Abigail… ¿qué le habrías hecho a ella?
-Habría hecho que te atormentara incluso fuera de las pesadillas. Imagínate lo que habría sido verla morir otra vez, por tu culpa.
Will no quiso seguir hablando del tema y volvieron al silencio hasta que la masa estuvo lista en el molde. El siguiente paso era hacer el relleno con las verduras. Hannibal controlaba el fuego y el espesor de la gelatina e iba indicando a Will en qué orden añadir los vegetales. Una vez todos estuvieron en la cacerola, Will se retiró y dejó al maestro poner un poco de su magia.
-Hablando de Abigail,- Hannibal reanudó el tema. –me ha preguntado si me puede llamar papá en casa y no sólo en la calle. Y te lo quiere pedir a ti también, pero no sabe muy bien cómo. Le he dicho que lo hablaríamos.
A Will se le iluminó el semblante, por lo general cansado, al imaginar cómo se debe sentir uno cuando lo llaman 'papá' genuinamente. –Menudo par de padres con los que ha ido a parar…- respondió con sarcasmo.
-Padres que son fieles a sí mismos. ¿Qué puede haber más apropiado que eso?- Hannibal metió el pastel en el horno y se dispuso a preparar la guarnición. Will estaba atento a todos sus movimientos. La silueta de sus manos cortada a contraluz, sus dedos fuertes, algún que otro resto de harina en sus antebrazos descubiertos. ¿Qué sentido tenía ya negarse las vistas? ¿Qué resquicio de orgullo masculino rancio le quedaba por preservar cuando estaban solos en casa? Hannibal Lecter había sido una de las poquísimas personas con las que había conseguido mantener el contacto visual desde la niñez. ¿Si podía mirarle a los ojos por qué no a las manos? ¿Por qué no a la línea de la mandíbula o a la raíz de las canas? –Tráeme una pizca de romero de la ventana, por favor.
-Erm… sí, voy.- Ya se había aprendido casi todas las plantas aromáticas que tenían en la cocina por el olor, y el romero era de las más fáciles. Volvió a los fogones y arrojó la ramita a la sartén sintiendo la seguridad de lo cotidiano en cada uno de los pasos.
Hannibal pinchó un pedacito de pan y lo sumergió en la reducción de vino tinto especiado que burbujeaba al fuego. –Ven aquí, prueba esto.
Will se le acercó hasta que sólo los separó una distancia del largo del cubierto, dejó a Hannibal apoyar el pulgar en su barbilla para abrirle la boca y engulló el bocado con ansia. Una auténtica delicia. Hannibal le sacó el tenedor de la boca pero mantuvo el pulgar en su lugar al mismo tiempo que extendía el resto de los dedos por el cuello y sentía a Will tragar. Separó los labios, entre los que dejaba entrever sus prominentes colmillos y sus incisivos ligeramente torcidos hacia dentro. Por fin deshizo la caricia y aumentó lentamente la distancia entre los dos cuerpos. A Will se le encogió la boca del estómago. Había estado tan cerca, tan pero tan cerca. Habría jurado que ese iba a ser el momento y el lugar, lo que tenía que ser.
-¿Te importa bajar a abrirle la puerta a Pia? Tiene que estar al llegar.- Le pidió Hannibal con amabilidad.
-Claro…- Tardó un poco en moverse. –Hannibal…
-¿Sí, Will?
-Quiero ir contigo la próxima vez. Lo digo en serio. Necesito volver a sentirme… hábil.
-¿Entonces te has decidido?
-Sí.
Uno a uno, los añicos de la taza iban encajando de vuelta en su lugar.
hhhhhhhh
-Estaba pensando que podría traer a unos amigos a cenar.
Era otra mañana de diario en casa, con un desayuno abundante y la paz de una buena conversación. Will ya no dormía la mañana para poder pasar tiempo con Abigail antes de que ella se fuera a clase, además había empezado a combatir el aburrimiento. Hannibal le marcaba los horarios para utilizar el coche y se iba hacia el interior, buscando recodos tranquilos de pesca cerca del nacimiento del Arno. Conducir lo mantenía entretenido en lo que esperaba a que Hannibal eligiera una presa para él.
-¿Estamos hablando literalmente?- preguntó Hannibal lleno de curiosidad por el contenido de la palabra "amigos".
-Tengo que hacer un proyecto de grupo, eso es todo. No me apetece ir a casa de nadie. ¿Pueden venir aquí?
Will se entrometió haciendo las veces de padre, algo que lo llenaba de satisfacción. -¿De cuánta gente estamos hablando?
-Sólo tres personas.- Abigail los miraba esperanzada.
-Uhmmm… ¿de tu edad?- preguntó Hannibal con pocas ganas.
-Sí, más o menos.- No parecía que sus esfuerzos estuvieran dando frutos. –En realidad ni siquiera son mis amigos, pero con alguien tengo que hacer el trabajo.
-¿Chicos o chicas?- la interrogó Will sin ningún tipo de escrúpulo.
-¡¿En serio?! ¡Papá, dile algo! ¿A que a ti no te importa?
Hannibal saboreó la situación sin inmutarse. Era tan real como la vida misma. –Claro que no me importa. Y a Will tampoco, lo que pasa es que si ya le cuesta hacer buenas migas con la gente en general, imagínate con los jóvenes.– Se deleitó con la mueca de disgusto de éste. –Pero tendrá que esperar hasta mañana. ¿Puede ser?
-Sin problema. ¿Por qué? ¿Hacemos algo esta noche?
Will entornó los ojos con condescendencia. –Por favor, dime que no es otra reunión con el Studiolo. –Fue tajante con sus gestos.- Como me vuelvan a preguntar otra vez "quién es la mujer" me levanto y me voy.
Abigail frunció el ceño incómoda e hizo el amago de levantarse de la mesa.
-No pongáis esas caras.- Hannibal le hizo un gesto a la chica para que se terminara el desayuno. –No tiene nada que ver con el Studiolo. Will y yo tenemos una cita esta noche.
-¿Ah sí?- contestaron los dos prácticamente al unísono.
-Hay un concierto al aire libre. No soy un gran admirador de la ópera contemporánea, pero he oído que la puesta en escena va a ser sublime. Haré algo sencillo para cenar pronto. Tú ven directa a casa después de clase, sin discusiones, Abigail. Tú lleva nuestros esmóquines a la tintorería y asegúrate de que estén listos para esta noche. ¿Alguna pregunta?- Aunque no lo pareciera, estaba entusiasmado con la idea.
Will levantó el dedo con ironía. -¿Qué esmoquin quieres? ¿Liso o a rayas?
hhhhhhhhhhhhhh
Al atravesar la cancela bajo los arcos de medio punto recogieron los programas y fueron obsequiados con una copa de champagne. La cubierta del tríptico era de ese negro en el que las huellas dactilares brillan con la grasa de las manos. No tenía una foto de una soprano excesivamente maquillada sino el manuscrito de una partitura que más bien parecía un garabato y las palabras "Nympheo. Tributo a Sylvano Bussotti" coronaban el sobrio diseño.
Ante ellos se extendía una amplia superficie cubierta de césped fresco en la que habían distribuido sillas blancas para unas 250 personas. Eso, además de la calidad del catering y la pulcritud del uniforme de los camareros era una muestra clara de la exclusividad del evento. A los lados del improvisado teatro el gentío se agolpaba con sus bebidas junto a las paredes de piedra grisácea. Encima, el cielo negro y el frescor nocturno.
El escenario se encontraba bajo los restos de una semi-cúpula que reflejaba la iluminación violenta de la obra y proyectaba las voces de los barítonos protagonistas hacia el público. Los músicos eran pocos y su agrupación se confundía entre actores y espectadores. Tocaban melodías disonantes; los violonchelistas convulsionaban por debajo de una flauta travesera demasiado aguda y el pianista golpeaba las teclas como si nunca le hubieran enseñado a usar un metrónomo. Algo en la vestimenta de los cantantes recordaba al Renacimiento, a esas pinturas en las que los personajes de la mitología griega van o bien vestidos a la última moda del siglo XV o bien desnudos. A Will le costaba seguir el libreto en italiano, y aunque Hannibal se inclinaba hacia él para susurrarle pistas al oído, el clima general de la obra le hacía sentirse incómodo. La pajarita le apretaba y la costura de los pantalones almidonados se le clavaba en la ingle. Si mantenía demasiado la atención, los acordes estridentes se le metían en la cabeza por los oídos como un taladro. No alcanzaba a distinguir si los personajes estaban copulando o matándose los unos a los otros.
El primer acto había sido corto, pero tan intenso que todos se levantaron aturdidos. Los canapés ya no parecían tan apetecibles, y mucho menos el alcohol para aquellos que pretendían mantenerse serenos hasta el final de la obra. Hannibal tomó a Will de la mano y lo llevó consigo a participar de la actividad que él más odiaba: socializar. Conversaciones vacías, chistes forzados… Will sabía que Hannibal sólo aguantaba esas cosas porque eran parte de su fachada. Lo había odiado tanto como ahora le fascinaba.
-Ma guarda chi è qui! Dottore Fell.- La mueca falsa del profesor Sogliato los saludó con la mejor sonrisa de la que fue capaz. –No sabía que fueran ustedes aficionados a estas… calamidades.
Hannibal, mejor conocido en estas circunstancias como Roman Fell, aceptó su apretón de manos. –Professore. William y yo nos divertimos viendo qué se cuece fuera de los museos. No es que yo mismo sea un grandísimo admirador, pero no puedo pretender que mi esposo encuentre la historia pre-renacentista tan entretenida como yo.
Sogliato ignoró por completo la presencia de Will, aunque sí le pareció adecuado hablar de él. –No, claro que no… Esto debe de ser mucho más de su… gusto.
-Tengo entendido que Bussotti obtiene gran parte de su inspiración de textos antiguos. ¿Es eso lo que le trae por aquí?- Hannibal tampoco iba a dejar a hablar a Will, por supuesto que no.
-Ya sabe cómo es este mundillo… Siempre fingiendo que a uno le interesan las cosas. Todo el mundo sabe que la ópera tocó techo con Rigoletto.- Si existiera una escala de medida de la pretenciosidad se basaría en las estupideces de Sogliato.
Will tomó la palabra. – ¿Entonces cuando alabó a la soprano de Madama Butterfly en nombre de todo el Studiolo, estaba mintiendo?- pestañeó unas cuantas demasiadas veces detrás de sus gafas-escudo, pero mantuvo el contacto visual.
-No sabía que estaba usted cualificado para opinar sobre ópera.
Hannibal introdujo a más gente en la conversación antes de que aquello pudiera llegar a considerarse un altercado. Ocuparon sus asientos tras el anuncio de que el segundo acto estaba por comenzar y en cuanto todos estuvieron sentados en sepulcral silencio, se marcharon con la música in crescendo tras de sí.
hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh
Desde la callejuela que eligieron como escondite se veía perfectamente el portal del edificio de apartamentos en el que vivía Sogliato. Sólo tuvieron que encontrar una forma de encaramarse a la farola que sobresalía de la pared para cortar el cable de alimentación y asegurarse un poco de intimidad. Se aflojaron los gemelos y escondieron los puños blancos bajo la chaqueta. Sólo quedaba esperar callados, inertes, pacientes, a que apareciera la presa.
Un taxi dobló la esquina a una velocidad probablemente indebida en zona urbana, puso el freno de mano junto a la puerta y se marchó aún más rápido de lo que había llegado. La silueta delgada del profesor, que buscaba las llaves en la oscuridad, sólo se distinguía gracias al neón verdoso de una farmacia distante. Aguantaban la respiración a la espera del momento adecuado. A Will le sudaban las manos. Ahora.
Hannibal agitó su llavero en el aire con fuerza y el perfil de Sogliato se volvió hacia ellos buscando el origen del ruido. No vio nada. Palpaba todos los bolsillos con desespero sin despegar los talones del suelo. Cling, cling, cling. El tintineo no cesaba. El pez no picaba. Will lo miró a los ojos, sabiéndose oculto, y un calor brutal lo invadió desde los pies. "¿Ese era el plan? ¿Por qué no se habían abalanzado ya sobre él?" Hannibal seguía agitando las llaves.
El profesor se dio la vuelta por completo e hizo el amago de cruzar. Del bolsillo del pantalón sacó su teléfono móvil. "¡Vámonos!" fue lo primero que se le vino a Will a la mente, pero el caníbal mantenía la calma. La luz de la pantalla no era lo suficientemente potente como para iluminar el otro lado de la calle. Por fin dio un paso al frente, sosteniendo siempre el móvil frente a sí con el brazo rígido y tembloroso. Dio otro paso. Se consoló pensando en el gato de su vecino. Dio otro paso. El gato de su vecino llevaba un cascabel y a menudo lo dejaban salir a la calle. Dio otro paso. Era el gato, estaba seguro. Sería mejor llamar al portero o a un cerrajero.
Niebla. Su cabeza dentro de una bolsa. Plástico transparente y elástico alrededor de su cuello. La saliva pegándosele al intentar respirar. El vaho acumulándose al intentar gritar por ayuda. Will lo había derribado y mantenía su cráneo pegado al suelo con ayuda de una rodilla. Se preguntaba si sabía quiénes eran. Se agachó para susurrarle al oído. Las palabras exactas no eran lo importante, sino hablar lo suficiente para que su voz distorsionada a través de la bolsa fuera reconocible. Cuanto más intentaba gritar más se asfixiaba y más le hincaba la rodilla en las mejillas, que le sangraban por dentro al arañarse con sus muelas.
Sogliato dejó un cadáver patético. Causa de la muerte: hemorragia por extirpación del hígado. Sólo había hecho falta una bolsa, una navaja y las manos expertas de un cirujano. Se levantaron del suelo exhaustos, con tan solo la suficiente consciencia como para tener cuidado de no pisar el charco que se había formado entorno al cuerpo. Hannibal se irguió con la cabeza alta e inspiró profundamente. Tenía las manos cubiertas de sangre hasta las muñecas y el pelo se le venía a la cara. Lo único que se escuchaba era la respiración fuerte de Will. Olía su desodorante, y el aftershave nuevo que usaba para complacerle. A solas con Will Graham en un callejón florentino.
Al acercarse a él sintió cómo el calor vivo que ambos emitían colisionaba y se fundía; indicio de que el espacio personal ya no existía entre ellos. Sabía que a Will le estaban temblando las manos, que sus ojos se perdían buscando dónde fijarse y que seguramente la culpabilidad se estaba apoderando de cada una de sus sinapsis neuronales. -¿Qué sientes?- le preguntó preservando cierta profesionalidad terapéutica.
-Que vuelvo a ser dueño de mí mismo.
Contra sus pronósticos, cuando agarró a Will por el hombro encontró firmeza, y el tenue brillo de sus globos oculares se mantenía quieto en la misma posición. "Impredecible." Deseó manosearlo, colgar las manos de sus mandíbulas, oler su aliento. Lo había deseado cada vez que había estado celoso, cada vez lo había lastimado con la curiosidad y la impulsividad como únicos pretextos. Lo empujó con brusquedad, sin saber exactamente a qué distancia estaba la pared de ladrillo de su espalda. –Te he dejado conocerme… verme.
-Un privilegio.- Will respondió con la poca voz que sus pulmones oprimidos le permitieron. No tenía miedo. Era sincero.
Fueron los labios de Hannibal los que temblaron justo antes de tropezar en un beso, un beso que no les dejaba respirar, que los ahogaba en ansias. Will se escurría dentro de su ropa; sus piernas habían dejado de responderle y lo único que lo mantenía en pie era el peso de Hannibal contra el muro y la necesidad de seguir pegado a él. Inspiraban por la nariz a destiempo, concentrados en no deshacer lo que tanto valor les había costado empezar. Habrían cambiado todo el oxígeno del mundo por más tiempo de sus bocas.
Un gato blanco olisqueaba los zapatos de Sogliato. Llevaba un cascabel. La señal de que era hora de volver a casa.
