Los dos suspiraron aliviados al entrar en casa, seguros de que nadie los había visto. Cometer ese tipo de crímenes en la ciudad, en plena calle, era un lujo que tenían que dejar de permitirse. Pero ya estaba hecho, y ahora sólo les quedaba esconderlo lo mejor que pudieran. Hannibal llevaba una bolsa de papel debajo del brazo, si no se daba prisa la sangre podía empezar a filtrarse y a dejar un incómodo rastro en el suelo. Se dirigió a la cocina en lo que Will revisaba los zapatos de ambos y frotaba hasta la mas mínima mancha en la que se pudiera encontrar ADN. La trampilla que daba paso a la alacena privada de Hannibal se abrió con un estruendo metálico que les encogió el corazón por unos instantes.
Will se giró para descubir una silueta femenina, lejos, en el pasillo. La boca del estómago se le contrajo y le faltó el aliento, hasta que reconoció a Abigail en ella. Tenía el pelo desordenado y sujetaba la abertura de su bata a la altura del pecho.
-¿Puedo ayudaros en algo?- susurró soñolienta.
Will cruzó la estancia dirigiéndose hacia ella, con sumo cuidado de no rozar siquiera un mueble con la ropa ensangrentada. La luz tenue de su lamparita de noche era lo único que arrojaba luz a la escena. –Shhhh. Todo esta bajo control.- Le dio un beso paternal en la frente. –Vuelve a la cama.
Ella asintió con confianza, regresó a su cuarto y cerró la puerta tras de sí. El corredor volvía a estar a oscuras.
-Will, vamos.- Hannibal volvía de su escondite. –Tenemos que ser metódicos ¿Recuerdas?
Cierto. Todavía quedaban muchas pruebas de las que deshacerse. Will prestó atención al timbre grave de la voz de Hannibal para orientarse y seguirlo hasta su habitación. Una vez allí, encendieron la luz del baño y procedieron a revisar sus piezas de ropa una a una. Hannibal abrió un par de sacos negros de basura dentro de la bañera y comenzó a untar detergente sobre las manchas. –Es mucho más rápido entre dos.- comentó a la vez que echaba la chaqueta del esmoquin dentro de una de las bolsas.
-Tienes suerte de que el FBI no decidiera registrar tu armario con luz negra en su momento.- Will se desabotonaba la camisa con dificultad, luchando contra los ojales.
-En realidad deberías saber que soy mucho mas sofisticado que todo esto. Pero hoy... me ha podido la impulsividad. La próxima vez llevaré el atuendo adecuado.
Will no contestó. Estaba ocupado midiendo sus miradas y sus movimientos para que el hecho de estar desnudándose juntos no se conviertiera en nada demasiado incómodo.
-Quizá deberia buscarte uno a ti también.- Le sugirió Hannibal.
-Si lo consideras necesario…- Will terminó de aplicar el detergente a los bajos de sus pantalones y los arrojó rápidamente a la bolsa. El siguiente paso era echarlo todo a la lavadora con agua fría y asegurarse de que estuviera presentable para llevar ambos trajes a la tintorería como si nada hubiera pasado. Tenían que ducharse y dormir aunque sólo fueran unas pocas horas. Por la mañana volverían a revisar las escaleras y, en algún momento, llevar el coche a lavar.
Hannibal se paró delante de él con ademán firme, buscando el contacto visual. -¿Ha sido como lo esperabas?-le preguntó.
Will se llenó los pulmones. No se había parado a pensar en ello desde que se habían subido al coche y la carrera por aparentar tener una coartada había empezado. Pero había sido intenso, dulce, gratificante cómo el pulso de aquel hombre se había detenido ante ellos. La adrenalina. El beso. –Ha sido… lo que necesitaba.
-Siento que no hayamos tenido más tiempo para ser creativos. Sé que habrías hecho algo precioso con el cuerpo si hubiéramos tenido más tiempo o más privacidad.- Hannibal hizo una pausa en su discurso. Si movía la lengua en su boca y seníia su paladar y la cara interna de sus dientes, podía trazar el camino que Will había recorrido en ella. –La próxima vez me aseguraré de que sea en algún sitio mas resguardado. Quiero ver qué eres capaz de hacer.
-Creo que ya has visto de sobra de lo que soy capaz.
-¿Te refieres a Randall Tier? Sí… esa fue una bonita sorpresa, pero lo que vi ahí todavía estaba en proceso de evolución. Quiero verte crear sin pensar qué va a decir Jack Crawford.
En eso tenía razón. -Todo se trata de encontrar a la persona adecuada, en el momento y lugar adecuados.
Hannibal sonrió con orgullo y bajó la vista para encontrar el torso pálido de Will frente a sí. Como buen psiquiatra había aprendido a predecir sus propios impulsos y a controlar la mayoría de ellos, pero ni eso le impidió apoyar la mano sobre el costado ajeno, en el espacio más tierno entre las costillas y la pelvis.
El cambio de temperatura lo pilló desprevenido. El diafragma se le encogió involuntariamente. –Voy a mi baño a darme una ducha.- dijo Will apartándose de la caricia. "Demasiado rápido" le repetía su conciencia. –Hasta mañana.
-Buenas noches.- le deseó Hannibal, cabizbajo pero sincero.
hhhhhhhhhhhh
Como de costumbre, los teléfonos del departamento de desapariciones no dejaban de sonar. Ese era el pan de cada día para Rinaldo Pazzi: desde que llegaba por la mañana hasta que se iba casi por la noche, vivía evadiendo ese aparato. La mayoría de las veces se trataba de las familias de los desaparecidos intentando meterle prisa o directamente culpabilizándolo, las que menos era para agradecerle sus servicios. El caso era mantener las líneas ocupadas para que si había noticias importantes o se encontraba alguna prueba, él estuviera hasta el cuello con las relaciones públicas. Le ponía enfermo.
El contenido de las carpetas cambiaba, pero el volumen de papeleo no. Lo único bueno que tenía estar rodeado de aquellas pilas de documentos era que podía esconderse detrás si alguien lo buscaba a través del cristal de la puerta. Y eso fue precisamente lo que intentó cuando vio al inspector Lupano asomarse sin llamar. El cadete encargado de atender a los visitantes lo condujo jovialmente hacia su escritorio. No tenía escapatoria.
Lupano era visiblemente más joven que él y todavía no había perdido las ganas de ir a trabajar con una sonrisa o de abrocharse último botón de la camisa. Era un buen policía y todos decían que estaba hecho de la pasta necesaria para trabajar en homicidios. -Vamos Pazzi, no me hagas acudir a esferas más altas. Todo lo que te estoy pidiendo es que te pases por mi despacho y eches un vistazo al trabajo de los forenses.- le acuciaba al mismo tiempo que le quitaba seriedad al asunto.
-Aquí ya tengo más trabajo del que puedo manejar. Dudo mucho que a ningún comisario le interese tener este escritorio vacío.- Rinaldo procuraba mantenerse lo más alejado posible de homicidios desde que había sido transferido hacía ya casi 25 años. Por aquel entonces él también se paseaba por la comisaría con la misma soberbia que Lupano, también decían que él estaba hecho de "esa pasta".
-Esto es grande, Pazzi. Te necesitamos.- Lupano intentó cambiar de estrategia. -Y tú necesitas un poco de acción también, eso está claro.
Rinaldo se quedó pensativo durante unos segundos con la vista fija en el polvo acumulado sobre el marco de fotos, desde donde Molly le devolvía la mirada vestida de novia. El teléfono sonó otra vez en recepción, y a juzgar por la expresión del recepcionista, era otra pérdida de tiempo. -Está bien. Pero sólo por esta vez, Lupano, no te vayas a creer que te voy a estar salvando el culo cada vez que no sepas distinguir entre una herida de bala y una sobredosis.
El departamento de homicidios estaba considerablemente más ordenado y más limpio, tenía mejores vistas a los tejados rojos de la ciudad y la cafetera funcionaba con café molido de verdad. Pasaron de largo de la oficina del inspector Lupano y se dirigieron a la sala de juntas que estaba al final del pasillo. "Ya me la ha jugado" pensó Rinaldo al darse cuenta de que aquella no iba a ser una charla privada. Dentro, varios agentes de distintas gradaciones conversaban en corros. Todos guardaron silencio al verlo entrar.
A su izquierda había una pizarra blanca y tres tablones de corcho plagados de chinchetas. Reconoció la fotografía pegada en el primero, porque él mismo la había tenido pegada en la pared de su departamento. Junto a su retrato sonriente, había numerosas fotografías de su cadáver semidescompuesto y un inventario de órganos en el que habían subrayado la falta de pulmones. En el siguiente tablón estaba la prometida, tan risueña como su compañero en vida. Las fotos de la escena del crimen mostraban su apartamento impoluto y su cuerpo, cuidadosamente extendido y con las manos en posición de oración, vestía el traje de novia con la etiqueta todavía puesta. En el informe de la autopsia destacaba esta vez la falta de riñones. Finalmente, el último tablón era el más vacío: la foto del carnet de identidad de un hombre de mediana edad con barba, desconocido para Rinaldo, y de su cadáver abierto en canal en plena calle. Las notas preliminares de la policía científica indicaban que el hígado le había sido extirpado mientras aún estaba consciente.
-¿Lo ves?- le preguntó Lupano dándole la espalda a todos los demás agentes.
Rinaldo Pazzi contempló el resumen de los tres crímenes, tan diferentes pero tan familiares. Buscó en su memoria todo lo que pudiera ayudarle a formar un perfil, un patrón, cualquier cosa y encontró a los fantasmas del pasado acechándolo en cada fotografía. -¿Está claro, no? Es él otra vez. IlMostro.
hhhhhhhhhhh
Will supo que sus horas de paz y tranquilidad habían llegado a su fin cuando oyó la estampida de voces y risas subir las escaleras y acercarse a la puerta. Guardó meticulosamente los hilos de colores en sus respectivos compartimentos dentro de la caja de herramientas y apartó la lupa del medio. En la entrada Erin daba paso a sus compañeros, los cuales admiraban asombrados la decoración y preguntaban "¿se puede tocar?" con cierto ademán impertinente. Will los sorprendió plantando las manazas en las brillantes espadas del escudo de armas que daba la bienvenida al interior de la casa. El Will Graham que arreglaba pistones aceitosos encima de la alfombra en Wolf Trap, Virginia no se habría inmutado al ver las marcas de dedos en el acero pulido. Pero el Will Graham que vivía con Hannibal Lecter en un palacete florentino empezaba a encontrar esos pequeños actos cotidianos cada vez más arritantes.
-Perdón Sr Fell.- habló una de las chicas, aproximadamente de la misma edad que Abigail, de piel morena y pelo negro y lacio. Apartó la mano rápidamente al darse cuenta de la presencia de aquel hombre tímido y sombrío. Los demás la imitaron.
-No sé de qué os habrá advertido Erin, pero yo no soy el señor Fell. Podéis llamarme William.- los recibió con el mejor tono del que fue capaz.
-¡Hola! Te presento a Padma, Tiffany, Zach y Lucca.- Todos sonrieron a modo de saludo. -¿Ha llegado ya papá?
-No, pero tiene que estar al caer. Voy a empezar a poner la mesa. Vosotros estad a vuestras anchas.
-Había pensado en usar la sala de música, si te parece bien.
-Sí, claro, no veo por qué no.
La sala de música era una pequeña habitación contigua al comedor que, por el momento, sólo tenía un viejo piano de cola, un escritorio y estanterías vacías. Hannibal la estaba reservando para su nuevo clavicémbalo y su ceremín, pero todavía no había encontrado el tiempo que dicha compra requería. Will los acompañó y se aseguró de que estuvieran cómodos; no los quería rondando por la casa cuando Hannibal llegara.
hhhhhhhhhh
-¿Y bien? ¿Qué te parecen?
-¿Qué me parece qué?- Will alcanzaba sobre sus puntillas dos vasos cortos tallados de la vitrina más alta de la cocina.
-Los... "amigos" de Abigail.- especificó Hannibal en voz baja. Entre sus dedos traqueteaban las articulaciones de un faisán desplumado.
-No sé... Parecen muy normales... No he hablado con ninguno.- Un terrón de azúcar blanca en cada vaso.
-¿Te pasas el rato asomándote a la puerta pero no has hablado con ninguno? Tan sutil como siempre, Will.
-¿Y qué quieres que haga? Nunca he tenido hijos... Nunca me he llevado bien con nadie menor de 30 años. Hago lo que puedo.- Sobre los terrones añadió dos gotas de Angostura y una pizca de agua. -Además, yo siempre era el poli bueno. ¿Recuerdas?
Hannibal se rió entredientes. Le gustaba sentirlo de buen humor. No recordaba exactamente si se podía considerar a Will "el poli bueno", pero ciertamente lo recordaba sentado en su consulta, debatiéndose entre el bien el mal. Recordó lo mucho que le había gustado hacerle reír por primera vez.
Después de disolver el azúcar, retorció dos peladuras de naranja y dejó caer los cubitos de hielo con un armonioso tin-tín. -El profesor Sogliato ha salido hoy en las noticias. ¿Qué han dicho en el trabajo?- A continuación, un generoso chorro de bourbon.
-Estamos desolados con lo que ha pasado. Vamos a colaborar todos con la polizia para que este asunto se resuelva cuanto antes.
Como toque final, una guinda y un suave meneo con una cucharilla. -¡Por nosotros!- proclamó el experto coctelero acercándole la bebida a Hannibal.
-Tengo las manos llenas de bacterias de ave cruda.
Will se paseó alrededor de la isla de la cocina con el vaso en la mano hasta estar a su lado y acercárselo a los labios. Los reflejos dorados se proyectaban en sus dedos y en las mejillas de Hannibal.
hhhhhhhhhhhhh
Ya sea bilógico o adoptivo, es muy difícil para un padre contenerse la necesidad de interrogar a cualquiera que se acerque a su niña. Incluso si esa niña ya se ha graduado del instituto y es una asesina consumada. -Entonces, Padma, ¿qué te trae por Florencia?- preguntó Hannibal con su sonrisa más encantadora.
La chica soltó los cubiertos y los alineó en el borde del plato antes de recitar su pequeño monólogo. -Yo también me gradué el año pasado. El problema es que no me interesaba nada de lo que mis padres querían que estudiara... así que me están pagando un año sabático para practicar italiano.- Tenía acento de clase alta londinense. -Me encantó la idea de Erin de solicitar un programa bilingüe aquí en la Universidad de Florencia... así que lo mismo yo también me animo.
El siguiente era asunto de Will, le gustara o no, pues las patadas de Hannibal por debajo de la mesa no le dejaban otra elección. -Y perdona... tú eres...
-Zach.- respondió un chico rubio y larguirucho, bastante más alto que el propio Will y con una voz grave y monótona. -Yo estoy haciendo un programa de intercambio.- Éste también tenía acento británico, y también de colegio privado. -Hago Económicas en Oxford.
Para la siguiente, la llamada Tiffany, no hizo falta ni preguntar. -Bueno, mi caso es un poco diferente.- Tiffany no debía de tener ni 25 y ya hablaba como cualquier esposa trofeo de Bel Air. -Mi marido se pasa la vida de viajes de negocios y ahora está destinado aquí en Italia, así que me he venido con él.
Cuando Abigail había sugerido la idea de traer a sus compañeros a casa había dicho que no serían más de tres personas, pero allí había cuatro invitados. El último era el más callado, o por lo menos eso parecía delante de los anfitriones. Al sentarse a la mesa se había bajado el cuello del polo y había preguntado si él también se podía tomar un whiskey con la comida, a lo cual la respuesta había sido un no por parte de Will, tan tajante que no había vuelto a abrir la boca durante el resto de la cena. Hannibal, el célebre señor Fell del que tanto habían oído hablar, no le quitaba el ojo de encima. -¿Y tú, Lucca? ¿Qué haces tú en un curso de italiano?- le preguntó.
El joven se tomó su tiempo para contestar. Su gramática era correctísima, pero la pronunciación no tanto. -Oh... yo... ehh... en realidad no estoy en la misma clase que Erin. Estoy preparando la maturità y voy a clases de repaso. Erin y yo hacemos intercambio de idiomas en nuestro tiempo libre.- Acompañó su último comentario con una risilla socarrona y nada de cautela.
hhhhhhhhhh
-¡¿Cómo que intercambio de idiomas?!- Will expresaba su enfado haciendo todo el ruido que podía al meter los platos en el lavavajillas.
-Ay... ya... tampoco es para tanto. No es como si me fuera a casar con él.
-Más te vale que no.- Hannibal estaba preparando una bandeja de hojaldres en miniatura para que picaran mientras terminaban el dichoso trabajo de grupo. -No me he jugado la vida trayéndote hasta aquí para que nos abandones por ese inútil.
-¡Vamos, papá!- Abigail se colgaba del hombro de Hannibal en lo que esperaba a que el tentempié estuviera listo. -A penas le hago caso... sólo pasamos el rato, y me está ayudando con lo de entrar en la universidad.
Will emergió de debajo de la encimera. -Dime que les estás dando setas o algo.- Los hojaldres tenían una pinta exquisita, como todo lo que preparaba Hannibal.
-Nada de eso... sólo son unos restos de alguien que me quedaba en el congelador.
Abigail se dispuso a llevarse la bandeja a la sala de música, cuando Will la detuvo para pedirle algo susurrando, entre los tres. -Sólo te pido que no nos vengas un día con él en el maletero diciendo que no sabes qué hacer. Mucho pero que mucho cuidado. ¿Prometido?
-Prometido.- Abigail le sonrió, contenta por haber llegado a un acuerdo.
hhhhhhhhhhhhhhh
Los rayos de luz fríos de la televisión envolvían la atmósfera del salón. Molly estaba tumbada en el sofá con la mente perdida en las noticias, las piernas en alto y la hundida en un cojín. Rinaldo se había quedado en la mesa, con el postre a medio terminar y el ordenador portátil abierto junto a los documentos que le acompañaban a todas partes. Habían estado hablando de ello durante la cena. La carta del comisario seguía frente al puesto de Molly, que ni la había vuelto a meter en el sobre. Lo exhoneraba de sus responsabilidades en el departamento de desapariciones si decidía dedicarse a tiempo completo al caso de los tres cuerpos mutilados con Lupano. Supuestamente era voluntario. Él habría rechazado la oferta si Molly se lo hubiera pedido, pero ella no le vio ninguna pega. Todo lo contrario: "Seguro que te ganas un aumento" le había dicho. Él había intentado explicarse, pero todo lo que recibió a cambio fue "Puede que ésta sea tu única oportunidad para zanjar esa época de tu vida".
Ni siquiera podía estar seguro de si se estaba enfrentando al mismo demonio de hacía 25 años. Algunos de los investigadores aún discrepaban en cuanto a reabrir el caso de Il Mostro. La prensa se volvería loca, y no podían permitirse escándalos sin antes estar completamente seguros de que estaban justificados. Repasó sus notas de entonces, en las que ni reconocía su propia caligrafía. Estaban llenas de errores de manual y de caminos sin salida, pero las fotografías le seguían dando los mismos escalofríos.
Le llegó el e-mail de Lupano con la hora y el lugar en el que se verían a la mañana siguiente. Puesto que el profesor Sogliato no tenía parientes cercanos, tendrían que empezar por sus compañeros de trabajo en la universidad y en el Palazzo Capponi. -Cariño...
-¿Sí?- respondió sin apartar la vista de la televisión.
-¿Sigues viéndote con William Cassidy?
Molly levantó la cabeza con el cuello estirado como si la hubieran electrocutado por los pies. -¿Eh? Pues hace semanas que no sé nada de él. ¿Por?
-No, por nada... Mañana seguramente vea al Dr. Fell... Puedo saludarle de tu parte si quieres.
-No te molestes.
Rinaldo conocía a Molly demasiado bien, sabía que no solía desaprovechar una oportunidad para quedar bien. -¿Y cómo es que ya no os véis? Parecía que estabas haciendo buenas migas con él y con su hija.
-Es que su esposo lo controla demasiado.
Rinaldo quiso preguntar algo más, pero ella volvió a sumergirse en la tele para restarle importancia al asunto.
hhhhhhhhhhhhhhhh
Will había preparado un bis de old fashioned, esta vez un poco más subidito de bourbon, y aguardaba pacientemente en el sofá a que Hannibal eligiera un disco. Se inclinó por los Nocturnos de Chopin, cuyas primeras notas empezaban a emanar de los altavoces repartidos por la sala y tapaban las voces que salían de la sala de música. No les debía de faltar mucho para marcharse, pero el tiempo transcurre lento cuando miras constantemente el reloj.
Hannibal se acomodó a una distancia prudencial de su compañero de espera dejando que el piano llenara el silencio.
-Mis pesadillas han cambiado.- se confesó Will, después de tanto tiempo evitando el tipo de conversación que solían tener en terapia.
-¿Respecto a qué han cambiado?
-Hay...- Will hacía girar el hielo dentro del vaso. -Siempre hay un faro y yo estoy fuera... a veces camino por el muelle y Abigail está conmigo... Y otras me ahogo. El agua es negra y... el cuerpo me pesa.
Hannibal se esforzaba, a pesar del cansancio y del alcohol, en mantener la profesionalidad que Will esperaba de él cuando tenían esas charlas. -¿Qué te dice Abigail cuando paseais por el muelle?
-Me hace preguntas hipotéticas. A veces repite lo que pienso cuando estoy despierto...
-Proyectas en ella tus preocupaciones porque sois parte de la misma familia. Eso es un impulso paternal perfectamente normal, Will.
Will dejó el vaso sobre la mesa y buscó una postura más cómoda sobre el mueble de inspiración barroca. Subió las piernas al reposabrazos de madera y se recostó bocarriba en el regazo de Hannibal, el cual vaciló ligeramente. -El problema no es Abigail. Esos sueños suelen ser los menos malos. Lo peor es cuando me ahogo y aparezco de vuelta en Minnesota o en Virginia. He llegado a aparecer en la casa de mi infancia, y todo parecía tan real que me planteaba si estaba teniendo lagunas temporales otra vez. Esos sueños son mucho más cortos y me despiertan aterrorizado.
Hannibal no supo qué debía hacer con los brazos, así que enmarcó con ellos el cuello y la cabeza de Will. Era precioso desde ese ángulo. -¿Estoy yo en eso sueños?- le preguntó con los dedos entrelazados en sus rizos.
-En el último... Después de ahogarme, aparecía tumbado... en el suelo de tu cocina. Todo estaba... estaba cubierto de sangre, se me pegaba en la cara... y... veía tus pies. Te ibas y me dejabas allí.
-Te da miedo la soledad, ahora que ya sabes qué se siente al no estar solo.
Will tragó saliva al tacto de los dedos de Hannibal dibujando el contorno de su laringe. -¿Es por eso que no me comes y ya está?
-Will, mi buen Will...- dijo negando con la cabeza –Mi compasión por ti es tan inconveniente.- Arqueó la espalda hacia delante para rozar sus labios. La respiración de ambos tenía un regusto a trigo y roble. Éste quedaba atrapado tras el pelo lacio y gris de Hannibal, que se derramaba por delante de sus caras y atenuaba la luz. Esta vez sin violencia, pequeños besos dulces se sucedían despacio. La posición era incómoda, pero dejaba a Hannibal maniobrar a sus anchas. Tanteó el pecho de Will por encima de la camisa hasta que encontró su ritmo cardíaco, acelerado. Extendió los dedos para tropezar con uno de sus pezones y juegueteó con él sin vergüenza, todo ello sin dejar en ningún momento de saborear sus labios.
"Lo que necesitaba" pensaba Will complacido con el rumbo que estaba tomando aquella sesión de psicoanálisis. Podía acostumbrarse a eso, así, sin prisa... Las mismas manos que mataban sin hacer distinción, a él lo acariciaban. Si hubieran estado solos le habría dejado tocarle por debajo de la tela. Puede que incluso, si hubieran estado solos y con un tercer vaso de bourbon encima, él también estaría utilizando sus manos. Pero no lo estaban; la algarabía se movía hacia el comedor. Siempre tenía que haber algo que los importunara.
Hannibal se llevó el flequillo hacia atrás con los dedos a modo de peine en lo que Will regresaba a su posición original. -Ven a mi habitación esta noche.- le sugirió con una nota de desesperación.
Will le dio otro sorbito a su bebida para refrescarse. -¿Las palabras mágicas?
-Tengo cloroformo, si hace falta.
