Rinaldo Pazzi no era ni de lejos un amante de las alturas. Se había encaramado a una silla y su único soporte eran las baldas de conglomerado de dentro del armario. Mientras se incursionaba en la parte más alta del mueble, maldijo a IKEA, a las fábricas chinas y al mismísimo Jesucristo por haber sido carpintero. Cuando consiguió vaciar el altillo, se le presentó un panorama desolador: el volumen del pasado, apilado en cajas de cartón, horas y horas de trabajo impresas y archivadas por año, más o menos. Allí estaba todo, desde faxes de 10m de largo en papel contínuo, hasta anotaciones hechas en servilletas. El problema ahora era separar la información valiosa de la paja, lo que realmente podrían ser pistas valiosas de 12 años de caminos sin salida y basura para reciclar. También tenía que separar la información que había conseguido de forma legal de aquello que había llegado a sus manos de manera ilícita. Debía proteger la poca reputación que le quedaba en el departamento de homicidios y asegurarse de que, en caso de que aquellas viejas "pruebas" condujeran al asesino, realmente sirvieran de algo ante un juez. Ardua tarea.

Molly ya estaba arreglada para otro domingo en el pueblo con la familia. Este fin de semana llevaban ensalada de col. Monótona tarea. -¡Rinaldo, cariño, se nos hace tarde!- llamó a su esposo desde el recibidor. El orden debía esperar.

Se subieron al Fiat de Molly, otro domingo más con la hora en los talones. Molly apretaba el acelerador como había aprendido en las amplias carreteras de la Florida.

-¿Por qué dejaste de verte con los Fell?- dejó caer Rinaldo, la ensalada de col iba segura en su regazo.

Las manos de Molly inquietas sobre el volante -¿Qué quieres decir?

-Los Fell, ya sabes… del Palazzo Capponi, los americanos con la hija de diecimuchos. Pensé que os habíais hecho buenos amigos.

-Cassidy- corrigió la conductora - Will y Erin Cassidy. Fell no es el padre de la niña.

-Bueno, eso, nunca me explicaste por qué perdiste el interés.- Rinaldo tenía a su esposa por una mujer abierta de mente como para hacer esos comentarios.

-Sí te lo conté. Fell es muy controlador, con los dos, con Will y con Erin… me da mala espina- Molly se pasó al carril de adelantamiento y apretó aún más el acelerador. Cuanto antes llegaran, antes se acabaría la conversación.

-¿Pero qué pasó exactamente?- insistió Rinaldo- ¿Por qué piensas eso de Roman?... Si puede saberse.- Temió por la estabilidad de la ensalada sobre su ropa de domingo.

-No pasó nada.- Molly sabía que su marido, acostumbrado a interrogar sospechosos todos los días, no encontraría en un "nada" una respuesta satifactoria. -¿Te acuerdas de la noche que fuimos a cenar a su casa y Will se desmayó de repente?

-Sí...

-Pues desde entonces les perdí la confianza. No me digas que eso no fue muy raro…

Rinaldo se tomó unos instantes para recordar el evento antes de dar su opinión. -A ver, es verdad que son un poco… -eligió la palabra con cuidado- extravagantes. Pero tampoco me parece una razón para retirarles la palabra por completo.

-Es Fell del que no fío ni un pelo.- insistía ahora Molly.

-¿Tú crees? En todo caso yo diría que es William el que parece un poco inestable. ¿No te parece que bebe demasiado?

-Sus razones debe de tener con ese hombre en casa… Pero vamos a ver, ¿tú desde cuándo te has interesado por mis amigos?

-¡Claro que me intereso!- Rinaldo no estaba por la labor de ponerse a ahora a discutir. -Mira, no te voy a negar que a mí al principio no me caía muy bien ninguno de los dos, pero ayer me tomé un café con Roman y me pareció un hombre muy razonable… y no sé, a lo mejor te has precipitado un poco al juzgarlo…

Molly se cambió dos carriles a la derecha sin poner el intermitente. -¿Y qué hacías tú tomándote un café con ese tipo?

-Tranquila, cielo, no tienes de qué tener celos.- respondió él con una sonrisa socarrona.

-No es ninguna broma.

Rinaldo no quería hablar del caso, no en domingo y no con su mujer. -Simplemente coincidimos.- Tampoco quería darle detalles del contenido de la conversación. -Deberías darle otra oportunidad… y a William y a Erin también… estoy seguro de que tu amistad les viene bien, no conocen a nadie.

Molly tomó la salida en dirección a Montefioralle. No dijo ni que sí ni que no, porque ella tampoco quería discutir.

Los domingos eran días de máxima actividad en casa de los Fell-Cassidy, o de los Cassidy-Fell, como Will se había empeñado en grabar la placa del buzón. Hoy, en particular, esperaban la llegada del que para Hannibal era un nuevo miembro de la familia en pleno derecho; la sala de música ya estaba lista para recibir el clavicémbalo que la presidiría.

Era un espectáculo para ver en primera línea. Los clavicémbalos son pequeños en comparación a los pianos de cola, pero siguen siendo demasiado grandes y delicados como para dejar a unos aficionados subirlos por las escaleras. Una pequeña grúa alzó el instrumento hasta la altura del segundo piso donde un técnico de conservación (es decir, el perito del seguro) y Roman Fell lo esperaban con las manos enguantadas. Lo arrastraron hasta el centro de la sala sobre palets con ruedas. Con sumo cuidado y la ayuda de Will, lo depositaron en el suelo como una pluma. Abigail había hecho café para todos, incluido el conductor de la grúa, que estaba un poco gruñón porque le hicieran trabajar un domingo. El afinador llegó puntual, retiraron los plásticos y tras un poco de traqueteo y algunos chirridos, firmaron unos papeles y los visitantes se fueron.

Hannibal se quedó mirándolo desde la puerta de la sala, era precioso, más bonito incluso que el que había dejado atrás en Baltimore. Todo estaba a su gusto. Todo estaba listo. El plan que había esbozado en su imaginación hacía ya tantos meses, durante numerosas noches en vela, había llegado a su conclusión. Se acercó al instrumento y acarició sus aristas. Un lugar en el mundo, para él y su familia, ahora por fin culminado con música. Se sentó frente a las teclas y buscó una pieza en alguna de las salas más remotas de su palacio mental. La Suite Inglesa en La Menor, de Bach, siempre práctico e impoluto, surgió de sus dedos addaggio, con la anticipación del estreno, como un niño con zapatos nuevos.

Will y Abigail callaron su conversación y dejaron que el timbre arcaico los envolviera. Ella, que había sido parte instrumental del plan, que había muerto en vida en pos de las fantasías del músico, respiró profundamente, aliviada por lo que sabía que era para ella un final feliz. -Gracias- le murmuró a Will- por haber hecho esto realidad.

Abigail Hobbs bajó las escaleras y cruzó el umbral de la puerta, donde rápidamente adoptó la levedad y la inocencia quasi infantil de Erin Cassidy. Llevaba un vestido verde olivo y un pañuelo semitransparente al cuello. Sus sandalias nuevas hacían resonar sus pasos sobre los adoquines de la plaza, al otro lado de la cual Lucca la esperaba con su habitual sonrisa. Erin se dejó agarrar por la cintura, a sabiendas, por supuesto, de que sus padres la observaban desde la terraza.

El plan era sencillo, pero no por ello se podía permitir cometer errores. Hannibal y Will, como buenos padres, la empujaban cada vez un poquito más lejos de la manada, con la idea de que en un futuro ella fuera capaz de traer sola sus propias presas. Las instrucciones: una cita amigable en la parte norte de la ciudad, convenientemente cerca del apartamento de Molly y Rinaldo. Vigilar que no estuviera el Fiat 500 de Molly y que, como todos los domingo, no hubiera pasado todavía el camión de la basura. Antes del postre, excusarse para hacer una llamada de teléfono. Deslizarse por la calle oscura y, oculta tras la pila de basura del fin de semana, abrir con la ganzúa la entrada de servicio, tal y como Hannibal le había enseñado. Subir al apartamento y, una vez dentro, hacer fotos de cualquier anotación que estuviera a la vista entre los papeles del policía. Rápida y limpiamente, volver a la mesa con su cita en menos de 10 minutos. Volver a casa con la manada.

Los pasos a seguir estaban muy claros y los repetía en su cabeza una y otra vez, mientras fingía prestar atención a los comentarios de Lucca sobre su pelo, y sus ojos azules, y su acento americano tan dulce, y otro montón de falacias más. Según se iban terminando el plato fuerte, sus nervios empezaron a aflorar y toqueteaba el móvil y las ganzúas dentro del bolso con impaciencia.

-Entonces, Erin -continuaba hablando Lucca, que a diferencia de la impresión que había dado en su casa el otro día, no se callaba ni debajo del agua- no me vas a contar tú nada… ¿has dejado atrás algún corazón roto en Nueva York?

-Uhmmm… no, la verdad, nadie me está echando de menos aparte de mis amigas.- No era del todo mentira, excepto porque sus amigas hacía ya mucho que no pensaban en ella.

-¿Ningún novio, lío, amorío… nada?

-Pues no…

Lucca la interrumpió -¿Entonces eres virgen?

Ella se aclaró la garganta antes de contestar -Creo que no te he entendido bien.

-Sí, virgin… vergine… como María.- hizo un gesto como de niño bueno rezando- Oye, que no me importa si eso es importante para ti, que podemos hacer otra co...

-¿Perdona?- Abigail se puso de pie asqueada de la osadía que acaba de oír. -Lo siento, tengo que salir a la calle a hacer una llamada. Vuelvo en seguida, ¿sí?

Se alejó del restaurante lo más rápido que pudo. El gentío que fumaba junto a la fachada del local la ignoró por completo. Despareció entre los contenedores de basura buscando la puerta de servicio que daba a la escalera de Rinaldo y Molly. Todo bien hasta ahí pero… ¡mierda! ¡mierda! ¡mierda! Había salido tan despavorida de allí que se había dejado el bolso colgando de la silla.

Volvió a entrar en el local para recoger sus cosas. Lucca la miró como si estuviera loca. -¿A dónde vas?- le preguntó claramente molesto.

-A hacer una llamada, ya te lo he dicho.

-No, no, no… te he visto doblar la esquina y ahora vuelves a recoger tus cosas.

-Sí, ¿qué pasa?

-Deja aquí el bolso… no te hace falta todo el bolso para hacer una llamada.

-¿Y desde cuándo tú me dices lo que tengo que hacer?- podía ver el plan resquebrajarse por culpa de ese idiota.

-Esto no es América. Aquí es de mala educación dejar a un hombre plantado.

Erin Cassidy se habría sentado y hubiera esperado al postre, puede que incluso hubiera contestado a esa ordinariez de pregunta. Pero Abigail Hobbs tenía asuntos pendientes y le respondió en perfecto italiano -Lucca, voy a llamar por teléfono y vuelvo en 10 minutos. Si te esperas aquí quietecito podemos terminar la velada en paz, pero si me vuelves a hablar así, me voy derecha a mi casa y el que se va a meter el postre y la factura por el culo vas a ser tú.

A las 22:15 empezaron a inquietarse. Las 22:00 era la hora límite y, desde que la habían visto desaparecer de la plaza, no habían recibido ni un mensaje. Will se estaba poniendo los zapatos para bajar a buscarla cuando el teléfono de Hannibal sonó. Era Rinaldo Pazzi. Los dos contuvieron la respiración.

"¿Roman? Soy Rinaldo. Erin está con nosotros en casa. No te asustes, que está bien, pero nos la hemos encontrado aquí cerca sin móvil y sin dinero y hemos insistido en que teníamos que llamaros… te la paso."

Erin procedió a explicar, entre algún que otro sollozo, cómo había discutido con Lucca y cómo, después de salir del restaurante para intentar subirse a un taxi, éste le había arrancado el bolso y había vaciado el contenido en una alcantarilla. Estaba intentando alcanzar sus cosas cuando, milagrosamente, había visto el coche de Molly y había pedido ayuda. Ella insistía en que no había sido para tanto, pero Rinaldo y Molly habían insistido en que subiera a casa a tranquilizarse y que ellos llamarían a alguien para abrir la alcantarilla.

Hannibal mantuvo la calma al teléfono. -¿Me oyes bien, Erin?

-Sí.

-¿Alguien más puede oírme?

-No.

-¿Están las ganzúas en la alcantarilla?

-No.

-¿Tenemos alguna razón para preocuparnos Will y yo?

-No.

-¿Está todo bajo control?

-Sí.

-Bien. Haz lo que tengas que hacer. En media hora te recogemos.

-Sí, claro…- y se inventó algo más de conversación antes de colgar.

Aún visiblemente afectada por los acontecimientos, se excusó para ir al baño. No tenía mucho tiempo y, dadas las circunstancias, Rinaldo y Molly iban a estar encima de ella preocupándose por su bienestar más de lo necesario. Ya estaba claro que no había nada en la sala o sobre la mesa del comedor. De camino al baño echó un vistazo tras algunas puertas, Rinaldo tenía que tener un despacho o algo parecido, pero el apartamento era pequeño y no podía estar paseándose por las habitaciones sin levantar sospechas.

Encendió la luz del baño y cerró la puerta sin entrar. Se deslizó por el pasillo a oscuras hasta la habitación principal. Tocar las notas de Rinaldo que estaban sobre su mesita era demasiado arriesgado. Agudizó la vista para leer lo que estaba escrito en las páginas que tenía a la vista. Eran las entradas y salidas de los guardas del museo. "R. Fell - cohartada por confirmar" leyó al final de la página. En el dormitorio no había nada más. Sólo le quedaba una última habitación y por lo tanto una última oportunidad de encontrar algo de provecho. ¡Bingo! Acababa de dar con su particular tesoro al otro lado del arcoiris, un tesoro de evidencia ordenada cronológicamente, lista para ser manipulada. Abrió una de las persianas para dejar entrar algo de luz y fue directamente a las cajas marcadas "1994". Nada más abrir la primera, reconoció los primeros pasos de un artista todavía naive e impulsivo. A pesar de la hinchazón de los cuerpos y los rastros de fluidos, Abigail reconoció el distintivo arte de su mentor. Pero no tenía tiempo de quedarse a admirarlo y su teléfono estaba en lo más profundo de una alcantarilla. Continuó rebuscando entre las cantidades ingentes de papel y cintas de cassette, esperando ese impulso eléctrico que le apuntara en la dirección correcta. Hojeó unas carpetas llenas de algo que parecían expedientes académicos, eran faxímiles certificados, y, por algún capricho de la casualidad, Dios quiso que Abigail abriera una de ellas directamente por la "L" y que encontrara exactamente lo que Pazzi no podía redescubrir. El expediente de Lecter, Hannibal BSc 1991 PhD 1994, fotografía incluida, era parte del enorme bulto de personas que habían obtenido licencia para practicar cirugía por la Universidad de Florencia entre 1980 y 1994. La mejor parte era que ni siquiera estaba numerado y, tras su breve experiencia con la burocracia italiana, seguro que tampoco estaba digitalizado. Con extremo cuidado abrió las anillas del archivador y sacó las páginas que necesitaba. Las dobló en cuatro con cuidado de no dañar la foto y se las escondió en el sostén.

Volvió a la sala con la cara lavada y se sentó en el sofá a hacerse la víctima. Le explicaron que, por la hora, no iban a poder abrir la alcantarilla hasta por la mañana temprano, "pero mi identificación está ahí dentro, mis padres me van a matar" había dicho muy a sabiendas de que estaba exagerando. "No es tu culpa" le repetía Molly que, enternecida, se le había sentado al lado y le había echado una mantita por encima.

El timbre sonó con un ding-dong eléctrico y Rinaldo le abrió la puerta a unos padres consternados. Erin abrazó a Will repitiendo de nuevo su cántico victimista "lo siento, lo siento, lo siento mucho".

Rinaldo, siempre con el semblante serio, invitó a los recién llegados a un café, que ellos rechazaron muy amablemente porque eran casi las 11 de la noche. Les dijo -Lo que haga falta, cuando haga falta, sabéis dónde encontrarme. Denuncia, orden de alejamiento, lo que sea.

-Muchas gracias, Rinaldo. De momento creo que lo mejor es descansar y ya mañana lo hablaremos todo con más calma.- le respondió Roman Fell mientras acariciaba el pelo de la chica.

Molly se levantó del sofá para despedirse en el rellano. -Erin, sabes que me puedes llamar si quieres hablar conmigo de lo que sea. Somos amigas, ¿verdad?

Erin Cassidy asintió con la cabeza y se despidió con dos besos. Will Cassidy no se despidió. Roman Fell le apretó la mano a la mujer con fuerza y entonó lo suficientemente alto como para que Rinaldo también lo oyera. -Muchísimas gracias, Molly. Os debemos una.- De vuelta en el apartamento, ya lejos de miradas ajenas, la pareja tuvo una larga discusión que empezó con un "te lo dije" lleno de agrio desdén por parte de Rinaldo.

Nada más cerrar las puerta del coche, la atmósfera tensa se disipó y los tres volvieron a ser ellos mismos. Will rompió el silencio -Entonces, ¿tenemos que cortársela a ese inútil de Lucca o no?

Abigail se recostó en el asiento trasero ahogando una carcajada y se sacó del vestido las ganzúas y la página que había recogido del archivo privado de Pazzi. -El muy cerdo, no sé qué se ha creído… No, no tenéis que cortársela, ya está advertido de sobra.

Hannibal les recordó con tono irritado el término anatómico para eso que decían que iban a cortar y les recomendó que, en caso de amputar nada, los testículos serían mucho más versátiles en la cocina. Will tenía ahora las páginas del expediente de Hannibal desdobladas en las manos. En la foto, además de estar 30 años más joven, parecía más delgado, algo lampiño y llevaba una corbata lisa muy poco afín a su gusto actual. Miró su perfil por el rabillo del ojo; unas arrugas aquí y allí, canas en las sienes, un poco más cansado quizá, pero no había cambiado tanto. Lugar de nacimiento; intentó leer el nombre de la ciudad en voz alta, no era la primera vez que lo intentaba, Pani… Pane… "Panevėžys" le corrigió Hannibal usando los sonidos sibilantes de un idioma que nunca le habían oído hablar. Eso, Panevėžys, República Socialista Soviética de Lituania. Fecha de nacimiento: 22 de Noviembre de 1967. Unas notas excelentes, especialmente en Anatomía. Especialidad: Cirugía General. Y hasta ahí todo el italiano que podía leer Will. Además de una copia de la licencia, también había una copia de su juramento hipocrático firmado. Abigal tradujo su contenido para la diversión de los presentes: "Como miembro de la profesión médica, prometo solemnemente dedicar mi vida al servicio de la humanidad; velar por la salud y el bienestar de mis pacientes; respetar su dignidad y autonomía; velar con el máximo respeto por la vida humana.." y seguía con una larga lista de promesas hechas en vano.

Al llegar a casa, e invadidos por esa sana sensación de haber tenido un día productivo, se desperdigaron por las habitaciones y reinó el silencio por unos minutos. En la cocina, un cazo de leche caliente estaba llegando a su punto de ebullición. Hannibal añadió azúcar y un puñado de flores de camomila enteras y redujo el fuego al mínimo.

Will también tenía su particular remedio para el insomnio; un dedo de whisky sin hielo. -¿No es muy temprano para ti?- le preguntó.

Hannibal daba vueltas a las flores en la leche. -No es para mí, es para Abigail que ha tenido una tarde muy larga.

-¿Qué haces esta noche?- Will había apoyado la cadera contra el fregadero en una postura que les recordaba a los dos sus escarceos de hacía un par de noches. Cualquiera hubiera dicho que estaba flirteando.

-No mucho, tengo que poner las perdices a marinar y adelantar un borrador para el Studiolo.- Vio a Will arrimarse a él por el rabillo del ojo y pensó seriamente si estaba flirteando.

-¿Cuándo vamos a volver a salir... de caza?

Aunque nunca lo habría admitido, a Hannibal le encantaba el flirteo. -No te tenía por un hombre impaciente, Will, pensaba que eras más de pescar.

-Tú tienes tantas ganas como yo, lo sé, lo veo en tus ojos. No será porque no faltan candidatos.- Will buscaba la mirada de Hannibal a través del fondo del vaso en cada sorbo que daba.

-Will…- le llegaba el olor envejecido del whisky -Tenemos que mantener un perfil bajo un tiempo. La polizia se aparca delante de mi trabajo todos los días.

-Pensaba que teníamos a Rinaldo en el bote.

-Sí, y aún así no quiero correr riesgos innecesarios. Los cimientos de nuestra vida en Florencia todavía son frágiles.- Hannibal filtró el contenido de la cazuela en una taza que a su vez puso en un plato con galletas en el borde.

Will sintió una brisa fría en el costado cuando Hannibal se alejó de él y salió de la cocina rumbo al cuarto de Abigail. Se dio un par de vueltas por la cocina ansioso, intentando que el último sorbo de whisky le cundiera como un vaso entero. Flirtear nunca se le había dado bien. Metió el vaso en el lavavajillas y apagó la luz. Por el pasillo, de camino a su habitación, se encontró de frente con Hannibal que acababa de cerrar la puerta de la habitación de Abigail tras de sí.

-¿Estás bien, Will? Si me acompañas podemos seguir hablan…

Will lo interrumpió con un beso. -Mírame- le susurró, y clavó los ojos en los suyos. El ámbar brillaba tenue a la luz de las lámparas. Hannibal hizo el amago de alcanzar sus labios otra vez cuando Will dijo "es que te tengo que hacer señales de humo" y reanudó el beso. Debía ser probablemente porque había tenido el día libre de acontecimientos sociales, pero el afeitado de Hannibal no estaba tan apurado como de costumbre. Y puede que fuera porque le había pillado desprevenido, pero su pulso estaba ligeramente más acelerado de lo que debía. El sabor amargo del alcohol en la lengua no le importaba lo más mínimo (era Will, después de todo). Su piel, en cambio, había retenido el aroma cálido de la camomila y el azúcar. Ojalá le dejara lamerlo por lo menos, ahora que ya había decidido que no se lo iba a comer. Sumergió las manos en el pelo de su nuca y lo sintió vibrar con un escalofrío.

En la habitación de Hannibal solo estaba encendida la luz de la mesilla. Will lo atrajo al borde de la cama con el movimiento sinuoso de un anzuelo sobre la superficie del agua. Él lo siguió con prisa, y esta vez, cuando le puso las manos alrededor de la cintura, pidió en silencio que no se asustara con la idea de lo que había debajo de su ropa. Le encantaban los besos, sabían a lo que saben los sueños cumplidos, y quería dárselos en el cuello, la espalda, las costillas. Desabrochó el primer botón, casi como pidiendo permiso, y como no encontró resistencia, los desabrochó todos. La miel de la gratificación inmediata. Will correspondió el gesto, despacio, se deshizo de la camisa de Hannibal. Despacio, paseó las palmas de las manos por su pecho y buscó de nuevo su boca.

Will se enderezó y caminó de puntillas para echar el cerrojo, despacio, en silencio. De pie frente a la cama, deshizo la hebilla de su cinturón e hizo un gesto a Hannibal para que lo tomara en su boca, de rodillas, en silencio. Sabía a… ¿piel de limón? ¿cúrcuma? No, sabía a vino de misa. Y allí de rodillas, con los dedos de Will en su pelo siguiendo los movimientos oscilantes de su cabeza, ya no estaba solo. ¿A qué sabe llenar un vacío?

Will se retiró dando una bocanada de aire. -Vas muy rápido- le dijo -dame un respiro.

Hannibal lo miró desde su posición de penitencia -¿No te gusta?

-No, no, claro que me gusta. Pero a este ritmo… creo que tengo que sentarme.- dijo andando con torpeza hacia la cama.- Hannibal lo siguió con la mirada y, sin ponerse de pie, se arrastró unos pocos pasos para terminar lo que había dejado a medias. Intentó ir más despacio, pero la respiración agitada de Will sólo lo alentaba más.

-Hazlo como la otra vez, con los dedos.- Susurraba Will, con los ojos cerrados- Mételos. Métemelos.

Hannibal se escupió en la yema de los dedos y atendió a sus exigencias. Quería colmar todos sus deseos. Su propia erección, ignorada todavía bajo la presión de sus pantalones, le incomodaba, pero necesitaba las dos manos para complacer a Will. Y aunque le empezaban a doler las rodillas de apoyar todo su peso sobre el mármol, le habría gustado que durara un poco más. Un gemido reprimido le dijo que ya no había vuelta atrás, cuando Will agarró un puñado de su pelo y se dejó ir al final de su paladar. Contuvo el principio de una arcada lo mejor que pudo e intentó, aunque sin mucho éxito, que Will no lo oyera aclararse la garganta.

La mancha de saliva y semen en las sábanas limpias no le había hecho ninguna gracia y, mientras la raspaba con la toalla de manos, se convenció a sí mismo de que era hora de ponerse a adelantar trabajo. Will había gateado hasta dejar caer la cabeza sobre la almohada y lo miraba recoger la ropa del suelo y doblarla. -Podemos hacer eso luego… ven a la cama.

-Tengo cosas que hacer esta noche.

Will lo miró atónito -¿Cómo? ¿Y qué pasa contigo?

-¿Qué pasa conmigo?

-¿No quieres nada? ¿Ya está? ¿Te vas a ir a marinar perdices con eso entre las piernas?- le dijo apuntando al bulto de sus pantalones, que era más que visible.

-La próxima vez. No voy a estropear una noche tranquila haciéndote daño.

Will tardó unos segundos en encajar esa frase. -Ermmm… ¿qué?

-¿Qué de qué?

-Ah no… no, no... creo que estamos teniendo un malentendido.- Aclaró Will, porque en su imaginación el sexo con Hannibal transcurría de manera muy distinta a lo que creía que éste estaba sugiriendo.

-Uhmmm… a mí me parece que nos estábamos entendiendo muy bien, Will.

-Y a mí me parece que estás sacando conclusiones precipitadas.

Hannibal se sentó a su lado, ya vestido de cintura para arriba con una camiseta interior. -¿Y qué conclusiones habías sacado tú? ¿Acaso te parezco proclive a la sumisión?

-¿Proclive? No… Pero todos tenemos nuestras debilidades.

Hannibal le dio un beso antes de irse de la habitación. "Ya hablaremos de esto con más tiempo" es lo único que había dicho para zanjar la conversación. Hizo todo lo que tenía que hacer; las perdices, el borrador… Luego se entretuvo navegando en internet: ofertas de cuchillos de cocina, 2x1 en corbatas por el Día del Padre, noticias de sucesos en Florencia y alrededores, "Rinaldo Pazzi" en Google Noticias, "Rinaldo Pazzi" en el archivo online del Corriere della Sera, "Il Mostro" en el archivo online del Corriere della Sera, "primera vez anal mejores posturas" en una ventana de incógnito, "primera vez anal mejores posturas hombre" en la misma ventana de incógnito. Tomó nota mental y cerró el portátil; eran las 3 de la madrugada. De vuelta en su habitación, Will seguía en su cama durmiendo plácidamente. La luz de la calle se colaba por las rendijas de la persiana y trazaba su silueta bajo las sábanas.

Hannibal se metió en la ducha - sabía que no iba a poder dormir en ese estado. Cuando eres un hombre tan ocupado como Hannibal Lecter, el sexo por placer es un lujo que no te puedes permitir a menudo. En los últimos años, el sexo había sido más bien una herramienta que usaba para adornar la fachada de hombre normal tras la que se escondía o para manipular a alguien en un momento dado. Quedaba también, por supuesto, la necesidad fisiológica, esa no se iba a ninguna parte. Por eso, la masturbación era una rutina que le ayudaba a mantener la mente clara y fija en sus objetivos. No había mentido cuando le había dicho a Will que no quería hacerle daño. Su objetivo para su incipiente vida íntima con él era el mismo que para todo lo que atañía su relación -la dependencia- y eso no lo iba a conseguir empotrándolo contra una mesa. Tenía que tomar el camino largo, el camino de las caricias y de los besos, el camino de dejarlo que se corriera en su boca sin rechistar. Las cosas como son, si Will se hubiera ofrecido voluntario, si hubiera tenido la oportunidad de tirárselo contra cualquier superficie, ya lo habría hecho. Estaba la isla de la cocina, la mesa-camilla de la bodega, la mesa del comedor, tenía que ver qué clase de daños cubría el seguro del clavicémbalo nuevo, pero esa también era una opción… o en el coche, podían conducir a uno de esos sitios donde Will iba a pescar, aparcar en algún lugar discreto y hacer el misionero en el asiento trasero.

Frenó sus fantasías en seco. De la colección de sitios donde quería hacerlo con Will, el coche era su favorito. Contempló esa visión en su imaginación unos segundos más y por fin liberó la tensión que tenía acumulada desde hacía horas. Si se daba prisa para meterse en la cama, conseguiría de dos a tres horas de sueño - un domingo perfecto.