SEDUCCIÓN

La espalda de la Emperatriz

En verdad, lo último que necesitaba en aquel momento era detener otra pelea interna en su harem, con la enorme e inhumana cantidad de trabajo que había realizado y el que aún estaba esperando en su despacho era más que suficiente.

¿Cómo podía Guesta atraer tantos problemas?, realmente no estaba del todo segura si el problema era su personalidad tímida y retraída, o su valet, que parecía molestarse cada vez con más facilidad ante los alegatos y expresiones del resto de los consortes y el personal del harem.

Refunfuñando había vuelto a su habitación de un humor tan malo, que Sir Sonnaught no se había atrevido a decir nada o caminar siquiera a su lado, esta vez no hubo consejos sabios, ni palabras que intentaran hacerla reír, simplemente la Emperatriz y su escolta particular.

Nana la había ayudado a bañarse en completo silencio, las mucamas habían actuado en completo silencio también, de algún modo, el agua caliente de la bañera la había relajado hasta cierto punto, aún así, seguía sintiéndose incómoda y algo dolorida.

Decidió ignorar la sensación desagradable.

-Majestad -se aventuró su secretario apenas terminó de colocarse la ropa de dormir-, ¿ya ha decidido con quien pasará la noche ahora?

Suspiró con fastidio, de nuevo lo mismo.

Sopesó sus posibilidades, el recuerdo de la noche que había pasado con Ranamun le vino a la mente de repente, sonrojándola. Tentación y vergüenza se apoderaron de ella en ese momento, si dormía con él, solo los Dioses sabían que pasaría y ella realmente necesitaba dormir.

Las palabras que Carlein le dijera la primera vez, llegaron de repente a su memoria.

"Muy hábil con todo lo que hacían sus manos", ¿a qué se refería el rey de los mercenarios con eso?, ¿a que era un gran asesino?, ¿a su habilidad con la espada?, ¿o quizás…?

Ranamun había hecho maravillas con sus pies, recordó que sus mucamas habían intentado masajear su espalda en diversas ocasiones para ayudarla a relajarse sin mucho éxito.

-Dormiré con Carlein esta noche -decidió, planeando como poner a prueba aquella lejana aseveración.

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-Ama -había sido el saludo inmediato que había recibido, junto con un beso en cada mano y la nariz del albino inspeccionando el aroma en su cuello sin esperar siquiera a que la puerta fuera cerrada.

-Carlein, te he pedido ya varias veces que no me des un nombre tan extraño.

-Mi ama me pidió que la llamara a mi gusto.

-… Carlein -suspiró Latil con cansancio antes de explicar la razón detrás de su presencia-, dijiste que eras muy hábil con tus manos la primera vez que dormí aquí, ¿lo recuerdo bien?

-Si, ama, ¿qué desea que haga por usted?

De pronto, ya no estaba tan segura de querer continuar, el tono ligeramente más emocionado de lo usual la había preocupado, sin embargo, una punzada de dolor en uno de sus hombros la hizo evitar retractarse.

Latil suspiró un momento, completamente exhausta antes de mirar al mercenario a los ojos, tratando de leer la expresión del albino frente a ella.

-Mi espalda me ha estado doliendo muchísimo últimamente, quisiera poner a prueba que tan habilidoso eres con las manos para relajar mi espalda.

El hombre de rostro estóico casi no cambió su semblante, la única diferencia había sido un ligero brillo inusual y las comisuras levantadas menos de medio milímetro.

A Latil le dio la impresión de que habría tenido la misma reacción si ella le hubiera pagado alguna suma de dinero para que luchara por ella.

-¿Lo harás entonces?

-Si mi ama lo desea, mi ama lo tendrá.

Se quedó observándolo un momento, insegura de que hacer a continuación.

Carlein dio un paso al frente luego de un par de segundos, desatándole la capa con reverencia, deteniéndose con las manos a un centímetro del primer botón de la blusa que portaba aquel día.

-¿Pasa algo, Carlein?

-Mi ama ha mostrado desagrado cuando he intentado ayudarla a ponerse más cómoda, ¿quizás mi ama desee quitarse la blusa por si misma?

-¿Quitarme la… QUÉ?

-Mi ama desea que le quite el dolor de su espalda con mis manos, será más efectivo si no hay nada que se interponga entre ambos.

Lo observó como si acabara de decir un disparate, sus mucamas siempre le habían masajeado el cuello y los hombros con la ropa puesta… claro que ellas jamás habían logrado quitarle el dolor por estrés del todo.

-Muy bien, retiraré mi ropa entonces, ¿Qué debo hacer luego?

-Mi ama debe recostarse boca abajo en la cama, de ese modo, podré ayudarla a relajarse de manera adecuada.

-¿Podrías voltearte mientras me desvisto, Carlein?

El hombre no le respondió, simplemente se dio la vuelta y caminó lejos de ella, dejándola repentinamente sola en la habitación.

¿Se había negado entonces?, ¿solo porque le pidió que se volteara?

Posiblemente hubiera ido a buscar algo, ¿o no?

La emperatriz observó a su alrededor, para ser un mercenario, su habitación era, posiblemente, la más austera de todas las habitaciones de su harem. Que él hubiera optado por salir a buscar algún aditamento tenía sentido.

Recordó a Ranamun vertiendo sales de baño y aceites aromáticos en el agua con que le había lavado los pies, sintiéndose repentinamente más relajada ante la perspectiva de lo que su albino podría haber ido a buscar.

Latil caminó con más confianza hasta el lecho.

Se retiró la blusa, dudando un poco con respecto a su ropa interior, decidiendo que sería mejor hacerlo ella misma estando sola, cubriéndose el pecho con la ropa recién retirada justo antes de sentarse, recostarse y girar, teniendo algunos problemas para acomodarse, sintiéndose más adolorida por el susto de escuchar la puerta abriéndose de repente, cerrándose posteriormente y luego los pasos fantasmagóricos y amortiguados del rey de los mercenarios.

Los pasos se detuvieron a su lado. Latil volteó por simple reflejo, lamentándose al sentir un pinchazo de dolor en la base de su cuello.

-Ama, voy a retirarle esa almohada para que deje de enchuecar su cuello.

No pudo ni siquiera negarse, ni dos segundos después, la almohada ya había desaparecido. A continuación, el mercenario tomó con cuidado cada uno de sus brazos, acomodándolos a ambos lados de su cuerpo, haciéndola sentir un leve alivio con aquel reposicionamiento.

-Ama, ¿me permite usar un poco de aceite?

-¿Para qué es el aceite?

-El aceite va a generar calor, el calor suavizará los músculos adoloridos y esto la ayudará a relajarse.

Miró las dos pequeñas jarras de vidrio que el hombre había depositado en la mesa ubicada a unn lado de la cama, el contenido de ambos se veía similar. Latil se estremeció ante la idea de ser marinada como un cerdo para festín.

-¿Es necesario que uses todo eso?

Carlein miró un par de segundos hacia las dos jarras, ladeando un poco su cabeza al tiempo que sus ojos verdes la miraban a ella.

-No, pensé que mi ama preferiría escoger el aceite de su elección, colocaré solo lo suficiente para relajarla.

-¿Escoger?, ¿no son iguales acaso?

Era la primera vez que veía a Carlein sonreír divertido, las comisuras de sus labios levantadas, inflando de forma sutil sus mejillas y haciendo brillar sus ojos, al tiempo que una especie de golpe de viento salía de él, como si no fuera capaz de reír del todo.

-Ama, he conseguido un aceite de hierbas y otro floral, me gustaría que escogiera uno.

Ella se limitó a observar ambas jarras sintiéndose confundida, ¿cómo iba a decidir cual quería utilizar?

La respuesta no tardó mucho en llegar.

Carlein se había arremangado la camisa de dormir hasta los codos, levantando una de las jarras para verter apenas una gota sobre una de sus muñecas, misma que acercó a ella para dejarla aspirar una fragancia agradable, delicada y en cierto modo deliciosa, obligándola a fantasear con panes caseros y comidas cálidas una pacífica tarde de invierno.

El mercenario retiró su mano, limpiándola con un pañuelo justo antes de tomar la otra jarra para verter una gota en la muñeca contraria, acercándola de nuevo a su rostro. Flores, dulces y delicadas flores transportándola a un amplio prado primaveral, fresco y reconfortante, con un cielo azul tan limpio como si hubiera llovido un par de horas atrás.

Latil cerró los ojos, sonriendo ante la imagen que el aroma le había echo evocar, la sensación de felicidad que había experimentado ante aquella imagen era una que no había tenido en muchos años.

-Mi ama prefiere los aceites florales entonces -murmuró el albino con un tono de voz ligeramente cargada de asombro y algo que Latil no supo nombrar.

Iba a confirmar la elección, quedándose repentinamente sin palabras al sentir un líquido a temperatura ambiente corriendo lentamente sobre su columna. Estaba decidiendo si la sensación era desagradable o agradable cuando las manos callosas y duras de Carlein comenzaron a recorrer su espalda, sus hombros y su cuello.

No pasó mucho, antes de que un fuerte aroma floral la envolviera por completo, relajándola al tiempo que la fricción de las manos del albino sobre su piel comenzó a generar un calor agradable y embriagador.

Los dedos del mercenario dibujaban círculos desde el nacimiento de sus orejas hasta la base de su cuello, cuando dejó de sentir tensión en el cuello, las manos de Carlein comenzaron a trabajar sus hombros, amasando, frotando e incluso pellizcando levemente la piel y el músculo, haciéndola gemir en contra de su voluntad ante el alivio que había comenzado a aligerarle el peso que sentía sobre sus hombros.

Dioses, ¿sería igual de placentero que la amasara y frotara por el frente?

No pudo evitar sorprenderse por el rumbo que habían tomado sus pensamientos, o por el calor que parecía haberse encendido en su pubis, junto a la súbita necesidad de sentir aquellas mismas manos manejando partes de su cuerpo con aquel aceite que nadie más que su nana y ella habían visto, aquellas zonas donde ni siquiera el sol osaba tocarla nunca.

Se mordió el labio inferior, cerrando los ojos y volteando su rostro al otro lado, sintiendo como el masaje se detenía un momento. El albino se había tomado su tiempo para apartar el cabello repentinamente desperdigado sobre su espalda, antes de retomar con movimientos circulares y algo fuertes, dándole la idea de que, en realidad, él estaba completamente seguro de lo que estaba haciendo.

Las manos de Carlein comenzaron a recorrer su espalda lentamente, hasta llegar a la base de la misma.

Latil sintió como el hombre se alejaba un momento, reacomodándose hasta quedar al lado de su cadera, habría volteado para preguntar que estaba haciendo cuando las manos del mercenario volvieron a recorrer su espalda con lentitud, desde arriba, ejerciendo presión a ambos lados de su columna antes de comenzar a delinear los huesos de sus omóplatos con pequeños círculos, completamente relajante.

Las manos de Carlein la estaban enloqueciendo de deseo, robándole gemidos y quitándole el dolor y el estrés. Aquellas manos de soldado subían, bajaban, amasaban, pellizcaban, deslizaban y acariciaban su espalda a todo lo largo y ancho, sin dejar un solo pedazo de piel desatendida.

Latil había soltado un suspiro de placer cuando Carlein tomó uno de sus brazos, las manos con aceite nuevo para provocarle calor con la fricción una vez más.

El mercenario apoyó una de las manos de la Emperatriz en su propio pecho, no solo se sentía duro y trabajado, la sensación tersa le hizo preguntarse a Latil con qué tipo de seda se había confeccionado aquella ropa tan suave, no pudo evitar apretar un poco, dándose cuenta en ese momento de que estaba tocando la piel de su concubino en lugar de ropa, sintiendo al momento como la sangre fluía con rapidez hasta su rostro, sonrojándola y haciéndola temer que pudiera sangrar en cualquier momento.

Carlein terminó de masajearle el brazo, la palma de la mano e incluso cada uno de sus dedos.

Latil se relajó aun más, sintiendo como el cuerpo del albino se alejaba de su lado, escuchando los pasos fantasmales rodeando la cama.

La emperatriz cerró los ojos, pensando que aquel hombre se acostaría a dormir, abriéndolos de nuevo al sentirlo demasiado cerca de ella de nuevo, tomándola de la mano que no había masajeado para empezar de nuevo.

La joven monarca no tuvo que mover mucho su cabeza para observar el pecho blanco de músculos marcados y salpicado de cicatrices en diferentes zonas, al mismo tiempo que las hábiles manos de aquel hombre se encargaban de hacer magia en su brazo derecho, posteriormente en su muñeca y luego, despegando su palma de aquel pecho de piel tersa y completamente lampiño para masajearla a conciencia.

La emperatriz esperaba sentir como sus dedos eran masajeados uno por uno, cuando Carlein se reacomodó, doblándole el brazo a una posición más cómoda, excitándola al sentir repentinamente algo cálido y húmedo envolviendo su dedo índice, seguido de una leve succión.

-¿¡Carlein, qué…!?

El albino le sonrió de manera seductora, sacando lentamente el dedo índice que había metido a su boca, justo antes de ingresar el siguiente, masajeándola con su lengua y haciéndola desear sentir aquello en otras partes de su cuerpo.

Si el arzobispo supiera lo que el mercenario estaba haciéndole, lo que ella estaba sintiendo, seguramente se infartaría tres veces antes de obligarla a pedir perdón a los dioses por varios días, tanto placer con tan solo un poco de aquella succión debía ser un pecado, desear aquellas sensaciones en otras partes de su cuerpo debían ser una condena segura para morar en el infierno apenas muriera.

Carlein había terminado de succionar sus dedos, masajeándolos brevemente como si en realidad nada hubiera pasado, dejándola completamente confundida, ansiosa y ardiendo en deseos de más, acomodándole el brazo a un lado antes de alejarse de su lado.

-¿Cómo se siente ahora, ama?

¿Era su imaginación o Carlein se estaba burlando de ella?

No estaba segura de qué responderle, la idea de tomar su ropa para incorporarse y darle la espalda le pasó por la mente, sorprendiéndose cuando sus brazos simplemente no le respondieron.

-¿Qué le hiciste a mi cuerpo? ¿no me responde?

-Mi ama estaba tan tensa, que su cuerpo ha decidido tomar un descanso, no me gustaría incomodarla más, así que yo también me dormiré, prometo no pasar a su lado durante la noche ama, descanse.

Sintió con claridad una sábana cubriéndole la espalda descubierta, notó la luz del cuarto apagándose y el cuerpo del albino acomodándose al otro lado de la cama. Si era alguna especie de castigo, era uno demasiado perverso.

Si, el dolor se le había pasado por completo, nunca se había sentido tan relajada… o agitada internamente, preocupada por el deseo que tenía de tocarse envuelta en aquella oscuridad y sin la más mínima oportunidad de hacerlo, ya que ninguno de sus brazos le respondería las próximas dos horas.

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Notas de la Autora:

Regresé, esta vez con el rey de los mercenarios. ¿Qué les ha parecido la actuación de nuestro albino de ojos verdes? Yo tengo la sospecha de que o es un vampiro o es un ghoul... no diré más, no sé que es pero humano no, estoy segurísima de que experiencia tiene en TODOS los campos que necesita nuestra emperatriz de pelo negro, jejejejeje, ¿qué opinan ustedes?, digo, al menos a mi, por el momento, es el que me provoca más curiosidad.

No olviden dejar un comentario para esta humilde historia, de antemano gracias por tomarse el tiempo de llegar hasta aqui y si lo han disfrutado, les advierto que no tardo mucho en subir el que sigue. ¿Qué concubino se encargará de consentir a Latrasil esta vez?

SARABA