SEDUCCIÓN
El baño de la Emperatriz
-¿Todo bien, Majestad?, ¿hay algo que pueda hacer por usted?
Algo en los ojos de zorro de Tasir no le daban buena espina. Aún si se llevaba bien con el mercader, nunca sabía que esperar realmente.
-No sé a qué te refieres -repuso Latil un tanto agotada, recordando que tan largo había sido aquel día, lamentándose porque incluso el entrenamiento de espada que había realizado con Sir Sonnaught había sido poco para aliviar la carga de trabajo de aquel día.
-Parece agobiada, Majestad… más agobiada de lo usual, ¿discutió con el capitán de su guardia?
-No
-¿Tal vez me extrañaba demasiado para soportarlo?
-Déjate de payasadas, Tasir -bromeó ella
Latil lo observó un momento, poniendo un rostro serio en un intento para que Tasir dejara de jugar con ella, aun si ambos parecían entenderse bien y compartían el mismo extraño sentido del humor, realmente no estaba de humor para juegos.
-Mi gente me trajo esta mañana un producto que seguramente podría ayudarla -ofreció rápidamente el pelinegro, jalando descuidadamente del pendiente en su oreja-, si me permite aplicárselo, la dejaré dormir sin más.
-¿Qué tipo de producto?
El mercader y espía atravesó la habitación, más parecida a una biblioteca un tanto desordenada, observando las pocas cajas enfiladas junto al muro más lejano a la cama, el único muro que no albergaba libros o papeles de ningún tipo y decidiéndose por una, la cual había abierto con facilidad, sacando lo que parecía un tubo de bambú de buen tamaño.
¿Bambú?, ¿necesitaba un poco de bambú?, ¿cómo iba un pedazo de bambú a quitarle el "agobio"?
La enorme sonrisa traviesa en el rostro de Tasir realmente le estaba dando mala espina, ¿qué demonios le estaba pasando por la cabeza ahora?
-ESTO es justo lo que su Majestad la Emperatriz necesita para acabar con su agobio esta noche.
Estaba a punto de objetar, segura de que su ceño se había fruncido cuando el mercader sacó un tapón del tubo de bambú, dejando escapar una fragancia exótica que le llamó la atención al momento.
-¿Qué es eso?
-Un shampoo creado con hojas de té y frutas exóticas del otro lado del continente.
Latil tomó la botella con curiosidad, extrayendo apenas una pequeña gota para frotarla entre sus dedos, deleitándose en el aroma novedoso y la cremosidad de aquel producto.
-Gracias, se lo entregaré a mis mucamas para que…
-No, majestad, no, ESTO debe ser aplicado por manos expertas.
Estaba segura de que lo estaba mirando como si le hubiera salido una segunda cabeza o un tercer ojo.
-¿Manos expertas?
-Por supuesto.
-¿Las manos de quien, exactamente, tienes en mente?
-¡Las mías, por supuesto!
La risa escapó de su cuerpo con la misma naturalidad con que se reía al lado de Sir Sonnaugh, esa debía ser la cosa más estúpida que había escuchado aquel día, no, aquel mes, sonaba incluso más estúpido que la ropa que se caía con solo tocarla.
Cuando dejó de reír, luego de limpiar las lágrimas que habían asomado a sus ojos, notó la mirada hosca de Tasir, quien la miraba como si estuviera molesto o se sintiera insultado.
-¿Hablas en serio?
-Muy en serio, llenaré la tina, por cierto, no es necesario que ordene ropa, conseguí algo de ropa de su talla junto con el shampoo.
¿Qué estaba pasando ahí?, ¿desde cuando había autorizado a Tasir para comprarle ropa? ¿ROPA? ¿sabía sus medidas? ¿CÓMO HABIA AVERIGUADO SUS MEDIDAS? ¿CUÁNDO? ¿CUÁNTO INFORMACIÓN HABÍA RECOPILADO DE ELLA ESE ZORRO ASTUTO?
Estaba en shock, aquel estúpido espía descarado se estaba tomando demasiadas libertades que realmente no le correspondía y para las cuales no estaba autorizado.
Podía sentir como la sangre comenzaba a hervirle, de pronto se sintió estúpida por no llevar su espada consigo para poner a ese desvergonzado en su lugar, estaba considerando de qué podía acusarlo para encarcelarlo sin que fuera posible que escapara cuando el pelinegro salió del área de baño con una sonrisa enorme en el rostro, brillante y falsa como las piedras que los alquimistas aseguraban haber convertido en oro.
-El agua está lista, agregué un poco de shampoo para llenar la tina con burbujas, de modo que no podré ver nada, Majestad, saldré por un momento para darle algo de privacidad y pueda desvestirse e ingresar.
-¿Y por qué habría de tomar un baño en tu habitación?
La mirada que Tasir le dedicó, junto con esa sonrisa cínica que le mostrara aquel primer día en el hotel le provocó un escalofrío.
-Sé de buena fuente que uno de mis compañeros ha sido honrado hace pocos días, cuando su Alteza le permitió lavarle pies.
Estaba en shock, ¿cómo se había enterado de eso?
-También sé que cierto mercenario dio a su Majestad un masaje con aceites aromáticos, su Majestad incluso durmió esa noche medio desnuda al lado de este consorte fantasmagórico.
No sabía si sentía ganas de vomitar o de matarlo, si este mercader sabía eso, entonces también estaba al tanto de que no había consumado nada con nadie todavía, ¡ÉL DEBÍA SABERLO!
-¿Me estás chantajeando acaso, Tasir?
-Por supuesto que no, solo me preguntaba por qué mis amados "hermanos" tienen privilegios con los que, parece, solo puedo soñar, si fuera porque ambos son nobles, no podría decir nada, pero… uno de ellos viene de una estirpe aún menos noble que la mía, ¿o no, su Alteza?
Odiaba cuando él la miraba de esa manera, tan autosuficiente, tan confiado, tan arrogante, como un zorro a punto de salirse con la suya, dejando tras sus huellas la promesa de volverlo a hacer en un futuro.
-Así que, lo que me estás proponiendo es…
-Lavar su cabello, por su puesto, claro que si cambia de opinión y me permite lavarle la espalda… o algo más…
-¡El cabello está bien!, no hay necesidad de más.
El mercader le sonrió de nuevo, completamente triunfante.
-Esperaré afuera entonces, hay una campana junto a la tina, cuando su Majestad esté lista, puede tocarla y yo vendré.
-¿Y qué ganas tú con todo esto?
-Pensé que ya habíamos aclarado que usted me trataría como su hombre y no como un subordinado más, si ya ha empezado a intimar con los otros, no veo por qué no pueda hacerlo conmigo, en especial cuando ambos parecemos congeniar.
No pudo contestar ni alegar nada ante aquel argumento, como siempre, Tasir era extremadamente astuto, y de algún modo se las había apañado para conseguir más información de la que cualquier otro podría esperar.
El mercader salió, ella se apresuró al baño, metiendo una mano en el agua jabonosa y llena de burbujas de la sencilla tina extranjera con que Tasir había decorado su cuarto de aseo. Tristemente, el agua estaba a la temperatura perfecta.
Rápidamente, Latil se desvistió un tanto avergonzada, mirando a todos lados cada tanto, quedando finalmente desnuda y metiendo primero un pie, luego el otro, finalmente sumergiendo su cuerpo entero y buscando una posición lo más cómoda posible, comprobando antes que, en efecto, las burbujas cubrieran su desnudez.
Cuando logró serenarse del todo, alcanzó la campana y la agitó un momento, dejándola otra vez sobre el pequeño banco y observando al techo, dispuesta a disfrutar el tiempo que estaría sola… que no fue mucho.
-Su Majestad ha tardado menos de lo que esperaba en desvestirse -Pareció burlarse el pelinegro, peinando el cabello que le colgaba más largo que a los otros, acercándose gustoso con algunas telas entre las manos.
-¿No se suponía que estarías esperando afuera de la habitación?
-Tengo un excelente oído, Alteza, apenas escuché que usted había cerrado la puerta, yo entré a buscarle una toalla y algunas prendas nuevas traídas desde el otro lado del continente, estoy seguro que serán de su agrado.
Lo observó con desconfianza.
El mercader dejó los bienes con que había entrado en una mesita, no muy lejos de donde ella se encontraba, justo antes de sacar una cubeta con agua humeante.
Tasir quitó la campanita del banco, depositándola debajo de este, desabotonando sus ropas de manera completamente impúdica y obligándola a voltear.
-No te di permiso de entrar junto conmigo.
-Su Alteza se empeña en quitarle la diversión a todo, pero no se preocupe, no planeaba hacerlo.
Lo miró de nuevo, curiosa esta vez.
Tasir se había retirado toda la ropa que portaba sobre el pecho, doblándola pulcramente y depositándola en una cesta tejida al estilo de las tribus del desierto, luego volvió al banco donde se sentó portando únicamente sus pantalones, completamente descalzo.
-No planeo mojar tampoco mi ropa, Majestad, podría arruinarse.
Ella simplemente se volteó, aceptando aquella explicación y observando detenidamente la cantidad de cuadros, mesas y adornos con que Tasir había decorado el cuarto de aseo, saliendo de su escrutinio al sentir que su cabello era recogido por completo y que una mano suave y grande la movía ligeramente hacia atrás, hasta dejarla completamente recargada.
-Solo el cabello, Tasir.
-Tiene mi palabra, Su Alteza.
Lo primero que sintió fue la mano del pelinegro acomodándole la cabeza delicadamente, justo antes de comenzar a verter agua tibia sobre su cuero cabelludo, dando un ligero masaje, mientras ella se entretenía en el sonido del agua cayendo directa al suelo.
Escuchó después como Tasir retiraba un corcho, seguramente para abrir la famosa botella de bambu, escuchó un sonido extraño y acuoso y luego, los dedos de Tasir sobre sus cabellos, ambas manos parecían trabajar en el, expandiendo el shampoo, dándole una sensación de espuma formándose… y luego los dedos de Tasir.
Si el lavado de pies le había supuesto una sorpresa y el masaje a su espalda una revelación, los dedos de Tasir frotando pequeños círculos armónicos lentamente por todo su cuero cabelludo le estaba dando una satisfacción que jamás había experimentado antes.
-El aroma de este shampoo ya esun regalo de los dioses a causa de las hojas de té que se usan para elaborarlo, uno puede sentir que flota en una nube exótica conforme el aroma se expande al frotar.
Ella simplemente gimió una respuesta afirmativa sin siquiera abrir la boca, completamente embelesada por aquellos dedos paseando por su piel, entre las raíces de su cabello.
-La suavidad de esta espuma dejará su cabello tan brillante y sedoso, que no querrá utilizar ningún otro producto nunca más.
No pudo evitar soltar una risilla de incredulidad, demasiado absorta en los agradables escalofríos que habían comenzado a recorrerla desde donde los dedos del comerciante hacían contacto con ella, hasta su pubis mismo.
-Y tengo fé en que regrese a mí para más aplicaciones, si le parece excitante como le lavo el cabello ahora, espere a que lo haga estando dentro de la tina.
Aquello último lo había murmurado él junto a su oído, sin dejar de masajearle el cabello y con una voz súbitamente más profunda de lo usual, haciendo que algo se activara en su interior, era como una piedra cayendo dentro de un lago apacible, formando ondas de un modo incontrolable por todo su ser, robándole incluso un suspiro.
-¿Qué? ¿qué has dicho? ¿Tasir?
El mercader no respondió, simplemente comenzó a reír un poco, antes de comenzar a pasear sus dedos por todo lo largo del cabello negro de Latil, tomándolo todo en algún momento para inmovilizarla, besándola desde atrás, de un modo un tanto extraño, obligándola a abrir sus ojos y encontrando primero la barbilla de su concubino.
El beso se cortó, Tasir empezó a reír nuevamente, observándola sin dejar de frotar su cabello a todo lo largo, justo antes de llegar a las puntas.
-Su Majestad sabe muy poco de besos, tanto que no ha disfrutado este como es debido.
-¿Porqué…?
-Un premio de "agradecimiento" adecuado por mis esfuerzos, ¿no le parece?
Esa mirada acusadora la había dejado perpleja, la manera en que había pronunciado la palabra agradecimiento, como si estuviera jugando con ella de algún modo, la hicieron pensar que probablemente él sabía incluso de aquel pedido por parte de Ranamun.
-Así que se ha dado cuenta, Majestad, sin embargo, tengo entendido que valió la pena, esto ha sido apenas un intento, ¿no lo cree?
Tragó con dificultad, repentinamente nerviosa.
Estaba completamente desnuda, en una tina llena de agua jabonosa, completamente a merced de este tipo al que había convertido en su concubino a pesar de parecer un traficante de drogas, incapacitada a moverse debido a que él no había soltado su cabello en ningún momento.
-Pensé que solo querías lavar mi cabello.
-Y yo pensé que lo estabas disfrutando de una forma… poco inocente, Alteza.
No supo que responder, o que más hacer además de sonrojarse, sintiendo su corazón latir con fuerza, como si se encontrara entrenando con su guardaespaldas particular.
-Entonces, ¿qué le parece si yo sigo besándola hasta estar conforme con mi agradecimiento?, prometo enjuagar su cabello, secarlo y salir después para dejarla vestirse y dormir.
No confiaba en él en este momento, no confiaba para nada en él, pero estaba desarmada, sin muchas posibilidades de escape.
Tasir no se veía tan ejercitado como Klein, Ranamún o Carlein, estaba segura que de tener su espada, podría enfrentarlo y salir airosa, pero en combate cuerpo a cuerpo, en aquellas condiciones…
-No quiero más trucos, Tasir.
-¿Su Majestad planea castigarme?
-Estoy considerando seriamente no volver a visitarte y en cambio conseguirme otro consorte que tome tu lugar.
-¿Su Majestad desea tener seis hombres a su merced aquí encerrados en lugar de cinco?, ¿está segura de querer ser recordada por un aparente apetito difícil de satisfacer? ¿Y otro consorte para hacer qué? ¿dormir a su lado?
Él había vuelto a empezar con el masaje a su cuero cabelludo, aplicando la presión exacta en las zonas exactas para hacerla suspirar, tranquilizándola repentinamente, haciéndola traicionarse a sí misma.
-Solo un beso, Tasir.
-Eso depende de usted, Majestad.
Los dedos del pelinegro se detuvieron ahí donde habían estado masajeando, aplicando presión todavía, justo antes de sentir el aliento perfumado de Tasir, luego sus labios y posteriormente, una leve succión a la que no tardó en responder.
Era un beso extraño, pero para nada desagradable.
El mercader movió sus dedos un poco, arrancándole un suspiro involuntario que él había aprovechado para introducir su lengua, la cual había comenzado a pasear libremente, tomándola por sorpresa en un principio, dejándolo hacer lo que quisiera luego de un rato.
De haber podido pensar con propiedad, Latil habría notado que este beso en particular no solo era más profundo que los otros que había tenido, también más largo, mucho más que cualquier otro.
Estaba deleitándose tanto con las sensaciones en su cuero cabelludo y en su boca, que ni siquiera se había dado cuenta de que había alzado sus brazos para acunar la cabeza de aquel hombre, enredando sus dedos húmedos entre aquellos cabellos negros y lacios, obligándolo a volver a besarla cuando él intentó alejarse una vez y luego otra más. En algún momento, Latil había introducido su lengua en la boca de Tasir en aquella extraña posición. Su cuerpo se había vuelto un mar de escalofríos agradables y deliciosos, incluso había comenzado a desear que los dedos del mercader abandonaran su cuero cabelludo para lavar el resto de su cuerpo sin que esto llegar a ocurrir.
Un beso más y los dientes de Tasir la sorprendieron, él estaba mordiéndole el labio inferior levemente, jalándolo un poco y robándole un gemido de satisfacción en el proceso, luego sintió unas manos tomarla de las muñecas, obligándola a soltar a su presa y abrir los ojos. Tasir la miraba desde arriba de modo extraño, como si estuviera haciendo un enorme esfuerzo para no recorrerla con la mirada sin mucho éxito.
-¿Pasa algo? -Se atrevió a preguntar finalmente.
-A menos que Su Majestad esté dispuesta a consumar su relación conmigo esta noche, creo que es mejor que me retire.
-¿A qué te refieres, Tasir?
-A que Su Majestad tiene un cuerpo demasiado perfecto, y yo no podré obedecerla si me quedo aquí más tiempo.
Él se levantó luego de soltarla del todo, ella se irguió para voltear, quedando de rodillas dentro de la tina, con el cabello aun jabonoso y escurriéndole por la espalda sin que lo notara. El mercader se dio la vuelta y se apresuró a caminar hacia la puerta, no lo suficientemente rápido para desgracia de Latil, quien había notado perfectamente la enorme erección en los pantalones de su concubino.
¿Qué había pasado exactamente?
La Emperatriz volvió a voltearse, reacomodándose en la tina, completamente estupefacta, notando repentinamente la ausencia de espuma sobre su cuerpo y la notoria transparencia en la tina… ¡Ese idiota la había visto!
Tal vez, si Latil hubiera consumado con alguno de sus hombres antes de aquel encuentro, habría llamado a Tasir con la campana para terminar lo que habían empezado ahí mismo debido a la urgencia que sentía ahora entre sus piernas, picándole la piel de su cuerpo y erizándole los senos… sin embargo, la pelinegra seguía siendo una virgen pudorosa, aferrada a la idea de que la única manera de evitar un embarazo era evitar consumar cualquier relación con cualquiera de sus hombres. Lo único que pudo hacer fue tocarse un poco antes de salir de la tina y comenzar a enjuagarse el jabón con lo que había en la cubeta y posteriormente con agua fría.
Haciendo memoria, sintiéndose completamente avergonzada, jamás había estado tan excitada como en ese momento, de modo que terminar de bañarse, vestirse y dormir en la misma cama que el mercader le había llevado bastante tiempo. Por suerte, cuando salió del baño se sorprendió de encontrar al dueño de la habitación profundamente dormido.
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Notas de la Autora:
Tasir es un chico malo, ¡y qué chico!, admito que es de mis favoritos, me encanta la manera en que se lleva con Latil en la novela, creo que si Sonnaught fuera un poco más abierto, podrían tener una relación similar... claro que Tasir no deja de lanzarle indirectas de lo más directas a la pobre de Latrasil, jajajajajajajajajaja, y es que, a más avanza escenas encuentro de Tasir interactuando con Latil, más me agrada la dinámica que tienen estos dos, claro que nuestra querida emperatriz morocha no siempre está de humor para las payasadas de Tasir, jejejejeje.
Muchas gracias si han llegado hasta aqui, espero subir el siguiente capítulo en esta semana y ya saben, cualquier tipo de comentario (literalmente cualquier tipo) es bien recibido.
SARABA
