SEDUCCIÓN
Los juegos de la emperatriz
-Guestas, de verdad deben gustarte los libros, ¡siempre te encuentro aquí!
El aludido sonrió tímidamente, mostrando un sonrojo que iba de oreja a oreja, bajando ligeramente el libro que tenía entre las manos.
-¿Cómo has estado últimamente en el harem?
Su joven consorte bajó un poco el libro de filosofía que había estado leyendo, mirando distraídamente hacia el piso, lanzándole algunas miradas furtivas con una sonrisa tan diminuta, que si no estuviera observándolo con atención, no lo habría notado.
-Bien, Majestad.
Parecía querer decirle más cosas sin atreverse realmente. Sonrió al notarlo, Guestas siempre había sido muy tímido, justo ahora le parecía tierno, una cualidad que difícilmente encontraba en el resto de sus concubinos, además, todo indicaba que los pleitos con Clein habían cesado desde que ellos dos jugaran con vino y…
Latil ladeó un poco la cabeza, Guestas no parecía emocionarla como los otros, en realidad le despertaba un instinto casi maternal, quería protegerlo… pero él era uno de los hombres de su harem, estaba ahí para complacerla de cualquier modo que ella quisiera, ¿o no?
-Guestas, mírame a los ojos por favor.
-S, si, Majestad
Obediente como una mascota bien entrenada, Guestas alzó el rostro, mirándola a los ojos, pareciendo repentinamente sorprendido cuando ella se acercó, quedando apenas un milímetro entre ambos.
Podía sentir con claridad la respiración del joven acelerándose de manera repentina, podía notar como se sonrojaba más de lo normal, sus ojos abriéndose con sorpresa antes de que ella terminara de cerrar la distancia entre ambos, tomándolo de la barbilla para impedir que bajara el rostro, besándolo lentamente, sintiendo que aquel noble comenzaba a responderle poco a poco con algo de afecto, de forma todavía tímida y torpe.
Latil cortó el beso, mirando su obra.
Guestas parecía a punto de llorar, con una sonrisa ligera y conforme colgándole del rostro, al parecer, aquel primer beso entre ambos le había gustado, notar como Guestas se tocaba los labios de manera tímida y ausente la hizo sonreír.
-Iré a tu habitación esta noche, no es necesario que te pongas muy presentable, usa ropa cómoda, ¿de acuerdo?
-¿Eh?... si, ¡si Majestad!
Se levantó de ahí con un sentimiento extraño yagradable, despeinando ligeramente a Guestas como haría con un niño que se ha portado bien para luego tomar el libro que había ido a buscar y salir de la biblioteca, notando al instante los pasos de Sir Sonnaugh detrás de ella.
-Pensé que le daría un infarto, pero ha sido divertido.
-Su Majestad parece encontrar diversión en torturar a otros -comentó su guardaespaldas de manera un tanto ácida, obligándola a voltear sin dejar de moverse.
-¿Te parece que un beso sea una tortura?, Guestas parecía… agradecido en cierto modo.
-No me refería a Guestas, Majestad.
-¿A no?
Miró a Sir Sonnaught a la cara, aquel rostro serio y estóico no parecía dar señales de la acidez con que le había respondido hacía un momento, ¿lo habría imaginado?
Iba a preguntarle a qué exactamente se había referido con aquello de "torturar a otros" cuando su chambelán los alcanzó, la agenda del día había tenido un cambio de último minuto que debía ser atendido a la brevedad.
Latil simplemente agradeció, decidida a cumplir con todas sus obligaciones y escuchando con atención.
-Gracias, iré en seguida, por cierto, esta noche cenaré y dormiré con Guestas.
-Como ordene, Majestad.
Miró de soslayo al capitán de su guardia, pensando que en realidad su imaginación le había estado jugando una mala broma, no había cambios en su gesto o su actitud. Latil levantó levemente los hombros, resignada y dejando pasar el incidente, concentrándose en los asuntos a mano.
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La habitación de Guestas estaba tan pulcra y ordenada como era usual, había algunos adornos nuevos, seguramente enviados desde su casa. En cuanto a Guestas, estaba ahí, de pie, con una sonrisa tímida en el rostro y los ojos mirando al suelo, las manos entrelazadas, su cuerpo cubierto con una camisa blanca holgada cuyos puños y cuello eran adornados por un poco de encaje blanco, en cuanto al pantalón, una simple prenda de color azul holgada. Iba descalzo.
La pelinegra hizo un gesto distraído hacia su espalda, un carrito de servicio no tardó en entrar, llamando la atención de Guestas y de su paje, Trie, quien se apresuró a tomar el carrito de servicio y acomodarlo junto a la mesita de la sala.
-Trie, está bien así, déjanos solos por favor.
-Como ordene, Majestad.
Pronto se habían quedado solos. Latil caminó hasta su concubino, tomándolo de los hombros y notando como se sonrojaba ligeramente, haciéndola sonreír. Lo tomó de nuevo de la barbilla, tal y como había hecho a medio día en la biblioteca, depositando un beso ligero en aquellos labios simplemente para verlo sonrojarse todavía más.
-¿Tienes hambre?
Guestas asintió, ella lo tomó de la mano para guiarlo hasta los sillones, sentándose a un lado de él y destapando uno de los platos de comida.
-Majestad, no… yo debería servirla y…
-¿Deseas servirme la comida entonces?
Guestas pareció perder el aliento un momento, asintiendo fervientemente, pero sin atreverse a hacer nada más.
-Está bien, asegúrate de servir la cena para ambos entonces.
Aquel joven parecía completamente feliz, poniéndose de pie y sirviendo los platos de ambos, acomodando todo con cuidado en la mesa y sirviendo un poco de vino antes de sentarse.
Una idea perversa le pasó a Latil por la cabeza, ¿qué tanto podía sonrojar a Guestas?
Lo que había hecho con los otros a lo largo de las últimas dos semanas no tardó en llegar a su cabeza, todos y cada uno de ellos se las habían ingeniado para hacerla lamentar su promesa de esperar a que su mandato estuviera completamente asegurado y en paz, podía tomarle un año o dos, incluso cinco si tomaba a Hyacinth como ejemplo y realmente no sabía si podría esperar tanto tiempo… claro que con Guestas…
-¿Te gustaría alimentarme?
-¿Majestad?
Sonrió complacida al verlo repentinamente sorprendido y sonrojado, tenía que admitir que tenía su encanto que hubiera un elemento tan adorable en su harem, le daba sentido al hecho de que los emperadores anteriores hubieran tenido mujeres tan bellas e inocentes como ángeles en aquel mismo edificio.
-Inténtalo -animó ella, observando con interés como Guestas abría y cerraba la boca sin que nada saliera de ella, antes de sonrojarse de nuevo para tomar un trozo de fruta con el tenedor más cercano, acercándolo a ella… ¿estaba temblando acaso? ¿podía verse más adorable?
Ella se acercó hasta el tenedor, atrapando el primer bocado de su cena y alejándose con ello en la boca lentamente, sin dejar de mirar a Guestas, quien parecía un tomate con pelo que no dejaba de mirarle los labios.
Sonrió sin dejar de masticar, terminando el bocado antes de tomar el otro tenedor y ensartar un poco de fruta para ofrecérselo a aquel hombre inocente.
-Vamos, Guestas, abre la boca.
No estaba segura si él estaba realmente abochornado o demasiado feliz, era difícil saber si aquella era una sonrisa de satisfacción o de nerviosismo, ella solo quería reír a carcajadas, aguantándose todo lo que podía, no quería asustarlo.
Luego de que el castaño aceptara la comida y la terminara, una idea malévola pasó por la mente de Latil. Alcanzó su copa, dando un pequeño sorbo al vino antes de alcanzar la cabeza de Guestas, jalándolo para besarlo y obligarlo a abrir la boca, pasándole el vino sin dejar de mirarlo.
Los ojos del castaño se habían abierto muchísimo por la sorpresa, apenas soltarlo, él se había echado para atrás, tragando el vino y tosiendo un poco, completamente sonrojado y con algo de miedo reflejado en su rostro, haciéndola reír sin que pudiera evitarlo.
Era divertido molestar a Guestas.
-¿No te gustó el vino? -Se burló la emperatriz, pensando que cuando Clein le había hecho lo mismo, ella se había sorprendido apenas un segundo o dos antes de encontrarlo interesante y atrayente.
-S, si, si Majestad.
-¿Te gustaría intentarlo conmigo?
Lo notó titubeando con una sonrisilla estúpida, removiéndose apenas un poco, con los brazos demasiado pegados a sí mismo y las manos juntas, jugueteando con sus dedos.
-No tienes que hacerlo si no quieres.
-¡LO HARÉ! -había respondido el castaño repentinamente, enderezándose con convicción justo antes de mirarla de nuevo, sonrojado y volviéndose a sentar, desviando la mirada a otro lado, robándole otra risa.
-Muy bien, entonces yo te alimento a ti y tú a mí, ¿te parece bien?
Guestas asintió moviendo su cabeza con fervor, haciéndola sonreír.
Si bien no se sentía tan excitada como lo había estado al jugar con Clein, se estaba divirtiendo, Guestas se sonrojaba con cualquier cosa, parecía un poco torpe al momento de darle el vino o la fruta, completamente adorable.
Quizás lo más divertido de aquel juego de comida había sido usar su lengua para limpiar un poco de vino que había resbalado por la barbilla y el cuello de su concubino, realmente no había podido sonrojarse más de lo que se había puesto en aquel preciso momento, haciéndola estallar en carcajadas.
Cuando la cena terminó, Latil pensó en otro modo de molestar a Guestas, todavía no quería dormir, no estaba para nada cansada.
Se puso en pie, estirándose un poco y caminando detrás del sillón, fingiendo que no se daba cuenta de que Guestas la miraba con cautela sin moverse de su lugar. Ella simplemente lo tomó de los hombros, agachándose hacía uno de los oídos del noble, a la par que deslizaba sus manos por los hombros y el pecho de su hombre, sorprendiéndose al notar músculos definidos debajo de la ropa… en realidad, Guestas era el menos musculoso de los cinco hombres con los que dormía de vez en cuando, ella siempre había pensado que él solo leía libros, al parecer, él también se ejercitaba un poco.
Lo sintió temblar ligeramente, eso llamó su atención, dirigió sus dedos hacia el cuello de Guestas, alcanzando el primer botón y desabrochándolo, conteniendo la urgencia de reír a carcajadas al notar los ojos de Guestas abrirse enormes, de nuevo con un sonrojo increíblemente pronunciado.
-¿Tienes frío, Guestas querido?, ¡estas temblando!
Él negó frenéticamente, apretando los ojos cuando se detuvo.
-Quizás estoy llevando esto demasiado lejos -murmuró Latil para sí, sorprendiéndose cuando Guestas volteó a verla con el rostro horrorizado.
-¡NO!, no, no, su Majestad no está… le pertenezco a su Majestad, puede hacerme… lo que desee… cualquier cosa.
Ella estaba sorprendida, él completamente ruborizado desde la base del cuello hasta la punta de las orejas, mirando al sillón luego de haber hablado cada vez más y más bajo, como si se hubiera avergonzado por el súbito exabrupto, pero se negara a terminar de formular lo que quería decir.
-¿Estás seguro de lo que me estás diciendo, Guestas?
Él movió la cabeza como única afirmación.
La emperatriz decidió ponerlo a prueba, apoyando sus propios senos en la nuca del castaño para terminar de abrir cada uno de los botones de su camisa, tenía curiosidad, sabía de sobra como se veían los otros con el torso descubierto, ya fuera que ellos se hubieran retirado algunas prendas de manera voluntaria, las portaran abiertas o los hubiera visto por accidente.
Guestas definitivamente había seguido completamente sonrojado, su respiración podía escucharse con claridad, al parecer, todo aquel jugueteo lo había obligado a respirar más rápido y él había intentado controlarla, sin mucho éxito, a decir verdad.
Latil abrió la camisa de Guestas, sonriendo complacida ante la vista de aquel pecho y abdomen de piel blanca y suave, no estaba tan marcado como los otros, aún así era una visión agradable por lo definido de su figura. La pelinegra paseó sus dedos sobre la piel expuesta ante sus ojos, si, era cálido y suave, apoyando sus manos era fácil notar lo rápido y fuerte que latía el corazón de Guestas ante sus juegos.
Latil depositó un beso entre los cabellos de su concubino y luego lo soltó despacio, alejándose con lentitud y dando media vuelta en el exacto momento en que un Guestas demasiado sorprendido y sonrojado volteaba a verla completamente confundido.
La emperatriz apresuró el paso entonces, caminando a la cama, retirándose la capa roja con que había llegado y rebelando una camisa de dormir que le llegaba por debajo de las rodillas, levantando las sábanas para recostarse en su lado de la cama, sonriendo divertida al notar la cara de Guestas, observándola embobado y aun confundido desde el sillón.
-¿No vienes?
El castaño sonrió tímidamente, poniéndose de pie, caminando hacia ella sin reajustar su ropa en ningún momento, iba encorvado, como si estuviera un poco incómodo y aún así con esa sonrisa ligera y los ojos mirando hacia otro lado, viéndola apenas un segundo antes de desviar la mirada otra vez.
Cuando Guestas estuvo de pie, a un lado de la cama, Latil sonrió ampliamente, los otros hombres de su harem desfilando de nuevo en su mente.
-¿Te ha gustado lo que hice hace un rato?
-S, si, su Majestad.
-¿Te gustaría hacerme lo mismo?, ¿quieres intentar sonrojarme?
Esta vez Guestas la miró a los ojos, no parecía haber esperado ese ofrecimiento, de pronto, todo rastro de rubor y timidez desaparecieron de sus facciones.
-¿Su Majestad no desea dormir?
-No aun, ¿qué hay de ti?
Si Guestas decidía dormir, ella simplemente se cubriría y se daría la vuelta para tratar de descansar, si en cambio aquel hombre tímido y adorable optaba por intentar…
-¿De verdad puedo… intentar… lo mismo con su Majestad?
Se sintió asombrada ante aquello, Guestas no estaba ni un poco sonrojado… esto podría ser interesante, era algo que nunca había visto en él y vaya que si había conocido a Guestas por una considerable cantidad de tiempo, técnicamente habían sido amigos desde la infancia… si es que puedes llamarle amigo al niño que huye de ti cada vez que te presentas en su casa y a quien los sirvientes deben obligar a permaneceré en la misma habitación que tú hasta entrada la adolescencia.
-¿Te parece si te doy un límite de tiempo?
Realmente estaba curiosa de qué podía hacer Guestas, sin embargo, algo en esa mirada le había advertido que, si le permitía abiertamente hacer cuanto quisiera, sería imposible que tuviera la oportunidad de elegir a quien se entregaría primero.
-Lo que haga sentir más cómoda a Su Majestad.
El sonrojo había regresado así como la actitud tímida, ¿Guestas solo actuaba así para llamar su atención acaso?
-Tienes cinco minutos entonces, puedes hacerme lo que desees, mientras no consumemos nuestra unión esta noche, ¿estás de acuerdo?
Guestas pareció enrojecer por completo ante la parte de no consumar nada, tanto, que parecía que era una manzana roja la que estaba asintiendo y no el hijo de un noble.
-¿Dónde quieres que me coloque entonces?
-Su, su Majestad está, está bien ahí… si eso está bien.
Ya no sonrió, ¿dónde había quedado la actitud de hacía un momento?, ¿Cuál era el verdadero Guestas?
De pronto eso ya no le importó para nada, el castaño había subido a la cama, descartando rápidamente la prenda que ella había abierto en el sofá y avanzando con seguridad sobre la cama hasta llegar a ella.
Guestas se había colocado a horcajadas sobre Latil sin hacer contacto con su cuerpo en ningún momento. Las manos bien cuidadas y suaves del joven no tardaron en acercarse a los botones de la camisa de dormir de Latil, quien había esperado ver algún temblor en aquellos dedos sin encontrar ninguno.
El primer botón salió del ojal, seguido por un segundo y luego un tercer botón.
Guestas abrió ligeramente la ropa, agachándose para depositar un beso entre las clavículas semi descubiertas de la pelinegra, cuyo corazón comenzó a latir más rápido solo con eso.
Tres botones más fueron liberados, las manos de Guestas rozaron su piel como si fuera un accidente al retirar la ropa, dejando esta vez el escote de Latil al descubierto. Ella se sorprendió en cuanto Guestas se agachó de nuevo, paseando algo húmedo y cálido por entre sus senos, esa debía ser su lengua, dándole toda clase de sensaciones placenteras y excitantes.
Latil se mordió el labio inferior en un intento por evitar el sonrojo que, estaba segura, no tardaría mucho en lucir.
Las manos de Guestas se habían vuelto tan hábiles con sus botones como con las hojas de los libros de la biblioteca, en un momento ya había terminado de soltar todos los botones que faltaban y que mantenían la prenda cerrada hasta la mitad de sus muslos.
Guestas apoyó sus manos a ambos lados del cuerpo de Latil, sin tocarla de modo alguno, luego acercó su nariz hasta el cuello de la emperatriz, acariciándola con la punta, haciéndola sentir escalofríos ante cada respiración sobre su piel blanca.
Para cuando la nariz de Guestas había llegado hasta el final de su escote, Latil ya no pudo evitar el enorme sonrojo apoderándose de sus mejillas, las cuales habían comenzado a hervir en el mismo instante que Guestas tomó la tela de la camisa entre sus dientes para hacerla a un lado, destapando uno de sus senos.
La acción se había repetido en el otro lado, Guestas, pareció relamer sus labios sin dejar de mirarla, haciéndola sonrojar todavía más. Los ojos del castaño se engarzaron con los de la emperatriz por un segundo y una pequeña sonrisa de autosuficiencia cruzó el rostro antes tímido e ingenuo del concubino.
-Su Majestad aún debe sonrojarse hasta las orejas, ¿cierto?
Latil tragó con dificultad, asintiendo lentamente, repentinamente acalorada y cerrando los labios en cuanto notó que su boca se había abierto por la sorpresa.
Guestas sonrió con dulzura para ella, justo antes de llevar sus manos al rostro de Latil, acunando sus mejillas y besándola con dulzura, apenas unos pocos roces de labios antes de que el hombre sobre ella se alejara lo suficiente para mirar.
Latil estaba a punto de preguntarse que miraba aquel hombre cuando sintió como las manos de Guestas comenzaban a moverse con lentitud.
El noble había dejado de usar la mayor parte de sus manos, empleando solo las yemas de sus dedos para pasearlos por los hombros desnudos de la pelinegra, haciendo dibujos apenas insinuados que habían comenzado a bajar por ambos lados de sus senos, rodeándolos hasta llegar a su vientre, donde los había deslizado con lentitud de un lado al otro, haciendo diseños en la piel de Latil, quién podía sentir aquellos trazos aún cuando los dedos de Guestas ya habían llegado a otro sitio.
Latil suspiró repentinamente, reprimiendo el impulso de empujar a Guestas y cubrirse para cumplir con su palabra, solo dos minutos más y ambos tendrían que detenerse y dormir… claro que no estaba del todo segura de si podría dormir, en especial cuando los dedos de Guestas habían comenzado a recorrer sus senos en perezosos círculos, delineándolos desde la parte de afuera, dibujándole caracoles sobre la piel, tan agónicamente despacio, que para ninguno de los dos había pasado desapercibido el momento exacto en que las cumbres rosadas de la emperatriz se habían erectado con necesidad, momento en el cual Guestas había sonreído por un segundo de forma malévola y perversa, antes de volver a su sonrisa tímida, llevando sus caricias a un nuevo nivel de lentitud.
Latil empezaba a sentir que era torturada también por Guestas, su entrepierna repentinamente húmeda e inconforme, su cuerpo más excitado de lo que había esperado.
Para cuando aquellos dedos suaves llegaron hasta su objetivo, Guestas se agachó de nuevo, besando ambos pezones con una leve succión antes de mirarla, apenas un segundo o dos, con una sonrisa de autosuficiencia que la había echo sonrojarse desde la base del cuello, hasta la punta de sus orejas, luego de lo cual, como si hubiera visto un espejismo, los ojos de Guestas se dirigieron al suelo junto al lecho, un ligero sonrojo cruzando sus mejillas y el cuerpo repentinamente encorvado.
-¿Es esto su, suficiente para, complacerla, Majestad?
No solo la había dejado sin palabras, la súbita necesidad de empujarlo al otro lado de la cama para montarlo salvajemente le había pasado por la cabeza con tanta fuerza, que sus manos realmente habían alcanzado a tomarlo de los hombros, haciéndola detenerse en el último minuto, sintiendo su corazón desbocado y la respiración rápida y entrecortada.
-S, si, Guestas… los cinco minutos terminaron -respondió Latil, obligándose a sonreír cuando lo que deseaba era otra cosa.
-Si su Majestad está de acuerdo, entonces -ofreció el castaño tomando ambos extremos de la camisa de dormir de la emperatriz para volverla a cubrir, cerrando solo los tres botones del escote con firmeza-, iré al baño antes de venir a dormir.
-Ajá -fue todo lo que Latil pudo responder, observando como Guestas volvía a su actitud tímida, bajando de la cama y andando rápidamente y casi de puntitas hasta el baño, volteando a verla rápidamente desde la puerta, sonrojado y como si no pudiera creer lo que había hecho… o que ella no lo hubiera seguido, en realidad la emperatriz ya no estaba tan segura.
¿Y si resultaba que Guestas solo había estado fingiendo ser un hombre ingenuo y dócil todo este tiempo? ¿qué otras sorpresas guardaba aquel noble? ¿qué otras sensaciones podría regalarle en el futuro?
Latil sonrió repentinamente divertida, cubriéndose con la sábana y bien dispuesta a encargarse del problemita entre sus piernas antes de poder dormir, repentinamente impaciente por asegurar que su trono estaría bien establecido y que ella podría disfrutar de cada uno de sus hombres con toda seguridad.
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Notas de la Autora:
¿Cual es el Guestas real?, ¿el jovencito tímido? ¿o el que dejó a nuestra emperatriz a punto del infarto?, opino igual que Tassir, por alguna razón Guestas solo está disimulando ser... exactamente lo contrario, en la novela hay ocasiones en que se deja ver, muy brevemente, que es un poco manipulador, en todo caso, jejejejeje, espero que hayan disfrutado con este capítulo, para mí fue extremadamente divertido de escribir.
Gracias a quienes han llegado hasta aqui, les agradecería también algún comentario y bueno, trataré de actualizar muy pronto, todavía nos falta un hombre para que Latil juegue.
SARABA
