SEDUCCIÓN

Ranamun

Lo había pensado mucho. Todavía le debía su corona a la familia de Ranamun, no tocarlo ahora que había comenzado a disfrutar de las mieles de su harem carecía de todo sentido.

Aún así, no podía evitar sentir su corazón latiendo desbocado, la respiración un poco agitada y un repentino nudo en la garganta. El hecho de que había estado arrugando su camisón cada dos pasos la había sorprendido. ¿Por qué estaba tan nerviosa?

Tomó aire profundamente, soltándolo despacio sin dejar de caminar detrás, escuchando como el guardia en turno bajaba el ritmo de sus propios pasos, acelerando poco después en un claro esfuerzo por seguirla sin dejar escapar ni un solo milímetro entre ambos. Lo que fuera que su adorado jefe de la Guardia había explicado a los otros miembros de su guardia real después de entregarle su virtud era realmente efectivo. No es que tuviera queja alguna de sus guardias antes de aquel acontecimiento, lo cierto es que desde aquella noche, Sonnaught no la había vuelto a acompañar al harem, de modo que el recorrido a aquel edificio era completamente silencioso y ahora, incluso sentía que caminaba ella sola.

—¡MAJESTAD!

Tanto ella como su guardia en turno se detuvieron. Apenas voltear observó al emisario que la había obligado a detenerse.

—¿Sucede algo? —preguntó Latil, agradeciendo que al menos no la hubiera alcanzado justo en la puerta a la alcoba de Ranamun.

—Ssi, majestad, mensaje urgente.

Habría preguntado más si no tuviera prisa ni hubiera notado lo cansado que parecía aquel mensajero.

Aceptó la misiva, abriéndola y leyendo con rapidez, sintiendo que la presión arterial se elevaba un momento por la impresión.

¿Cómo se atrevía ese traidor miserable a exigir que se le recibiera en el palacio al día siguiente?, ¿Y por una semana?, ¿pero qué demonios pasaba por la mente de Hyaccinth?

—Ya veo —murmuró la pelinegra en un intento por camuflar sus emociones, doblando de nuevo la nota y entregándosela a su guardaespaldas.

—Que Sir Sonnaught vea esto y tome las medidas que crea convenientes.

—¿Majestad? —preguntó el mensajero, aparentemente sorprendido. ¿Sería la decepción de haberla buscado para darse cuenta de que ella no haría nada en realidad?

—Tengo asuntos urgentes que atender con mis hombres, Sir Sonnaught está capacitado para preparar al personal y sabrá tomar la mejor decisión, solo una cosa —se interrumpió Latil mirando directamente al guardia, quien parecía esperar alguna orden más—, dile a Sir Sonnaught que hay más de una forma de despellejar un gato.

Tanto el mensajero como su guardia parecían ligeramente confundidos, ella simplemente sonrió antes de hacerle una señal a su guardia para ponerse en marcha. Luego observó al mensajero una vez más.

Un extranjero.

No era de extrañar que hubiera tenido problemas para ubicarla.

—¿Hyaccinth te envió?

—Ssi, si, Majestad, él…

—Dile que la próxima vez que decida autoinvitarse a cualquier otro reino, avise con varios días de antelación, es descortés esperar que se le reciba con las puertas abiertas y buena disposición si hace las cosas de esta manera, él había avisado hace una semana que enviaría una delegación, no que vendría en persona, y una cosa más, una vez el sol se oculta en mis dominios, si no hay nada verdaderamente urgente, tengo el derecho Y la obligación de pasar un buen rato con los hombres de mi harem, si tu monarca tiene dudas sobre el funcionamiento de dicha insitución, puede ponerse en contacto con su hermano mañana, estoy segura de que el príncipe Klein estará feliz de darle la información que requiera sobre lo que hago en este edificio, ahora, si me disculpa, el hombre más hermoso del reino me está esperando adentro para un baño de burbujas.

Se habría reído a carcajadas de buena gana luego de observar el rostro atónito del mensajero, o la forma en que se había sonrojado hasta tomar un color bastante similar al del cabello de su amado Sonnaught… sería bastante descortés, especialmente luego de haberse desquitado con aquel pobre hombre de esta manera. Suponía que el mensaje sería entregado… aunque no con sus exactas palabras… ese ya no era su problema en realidad.

Latil retomó entonces su camino, dándose cuenta de algo que la hizo sonreír.

Ya no estaba nerviosa.

—¡Majestad! —saludó Ranamun con un tono de reproche imposible de pasar por alto.

Latil optó por ignorar tanto aquel tono glaciar como la mirada llena de desprecio que este hombre le estaba dedicando. Era cierto que no lo había visto en su habitación por algún tiempo… sin embargo, lo mismo podía aplicar para los demás, el espacio que dejaba de pasar entre una visita y otra era bastante amplia para todos.

—¡Ranamun! —respondió ella con una sonrisa, desatando su capa y entregándosela al pelinegro de su harem—, estos días han sido… atareados, el lavado de pies que me diste la última vez fue relajante, sin embargo, creo que esta vez necesitaré algo más… intenso.

Había sido menos de un segundo, pero estaba segura de que lo había notado abriendo mucho los ojos, la mandíbula suelta, casi como si se le hubiera caído y luego… luego había vuelto a ese rostro adusto y frío de siempre.

—¿Qué tiene en mente, su majestad?

Había picado su curiosidad, sin embargo, su orgullo parecía seguir lo suficiente herido para que aquel hombre no bajara completamente la guardia.

—Esperaba que… supieras de algo que pueda ayudarme, estos días realmente quisiera olvidarme de todo y bueno… puede que sepas lo necesario para ayudarme.

Había notado una sonrisa diminuta, casi imposible de notar, además del ceño repentinamente relajado de su concubino, quien había comenzado a caminar lentamente, como sopesando las opciones que tenía.

—¿Alguna restricción?

—Bueno —estaba segura de que Ranamun sospechaba que ella seguía siendo virgen… y a ella le convenía más que aquello permaneciera de ese modo, no quería ni imaginar lo que este témpano de hielo podría hacer… o dejar de hacer para castigarla por su orgullo herido—, mis damas comentaron que… ahm… bueno ellas…

Realmente esperaba que actuar tímida e indefensa le valiera algunos puntos, porque podía sentir perfectamente la mirada de Ranamun encina. Un vistazo rápido y comprobó que aquel hombre la observaba con toda su atención.

—¿Qué le dijeron sus damas, majestad?

¿Se estaba burlando?, el tono parecía ligeramente burlón, considerando lo poco que variaba su tono al hablar… permitió que sus mejillas se sonrojaran, aguantando todo lo posible para no arrugar el ceño o demostrar que se había sentido molesta, mirando una vez más a Ranamun y descubriendo una pequeñísima sonrisa de autosuficiencia.

—Dijeron que… alguno de ustedes podría… encargarse… las dos damas casadas que tengo… dijeron que sería bueno que alguno de ustedes… ¡oh, cielos! ¡es tan vergonzoso!

Se cubrió las manos, dejándose caer sobre el sillón que tenía más cerca, sintiendo de pronto que alguien se sentaba a su lado y que una mano comenzaba a frotar su espalda en círculos.

Se asomó, simulando timidez, notando que Ranamun había caído, le estaba creyendo por completo.

Evitó sonreír, descubriendo su rostro y tratando de imitar la manera en que había mirado a Sonnaught en su primera noche juntos, dejando que un poco del nerviosismo que había sentido de camino a esta habitación se notara un poco.

—No hay restricciones entonces, ¿o si?

Negó lentamente con su cabeza, notando que Ranamun sonreía de manera más abierta justo antes de ponerse en pie, tenderle la mano, ayudarla a levantarse y cargarla en ese momento entre sus brazos, caminando con ella hasta la cama.

—Leí que suele doler la primera vez, majestad, sin embargo, también encontré algunos… ejercicios de lo más interesantes para impedir que pueda sufrir, ¿confía en mí?

—¡Por supuesto, Ranamun!

—Entonces, solo permítame hacer mi trabajo y no se preocupe por nada más.

Se limitó a guardar silencio, dejándolo llevarla hasta su cama, observándolo desvestirse despacio, hasta quedar en ropa interior, mirándola con una pequeña sonrisa de complacencia y haciéndola darse cuenta de que estaba sonrojada.

¿No era acaso normal?, ¿quién no se sonrojaría teniendo un atractivo hombre con el rostro de un ángel desvistiéndose despacio y sin pudor alguno?, completamente pecaminoso se viera desde donde se viera.

Se cubrió la boca para simular que seguía siendo virgen, observando como Ranamun seguía sonriendo, acercándose a ella y comenzando a desvestirla despacio.

Era justo como la vez que le había lavado los pies, sus manos no dejaban de hacer contacto con su piel. Los roces de Ranamun contra su pecho, sus brazos, sus piernas y glúteos eran adictivos. Estaba segura de que seguía sonrojada, más por la anticipación ante las promesas que le daban las manos de su concubino, que por timidez.

Una vez desnuda, hizo ademán de cubrirse, recordando de nuevo su primera noche. Él no lo permitió, tomándola delicadamente de las muñecas para que las mantuviera abiertas, justo antes de obligarla a recostarse.

Tuvo que admitir para si misma que estaba sorprendida.

Ranamun le había besado en la frente, una caricia apenas insinuada, besándola de la misma manera sobre un pómulo, en la punta de la nariz, en la barbilla, en la mandíbula y a medio camino a sus hombros desde su cuello.

Sintió algo cálido y húmedo delinearle una oreja, temblando por un escalofrío cuando el aliento del pelinegro impactó contra la piel sensitiva y recién humedecida.

Las yemas de los dedos de aquel hombre comenzaron a acariciarla desde las muñecas hasta su torso con lentitud, dándole a él suficiente tiempo como para dejarle besos un poco más largos, un poco menos insinuados por su cuello, sus clavículas y a lo largo de su escote.

Caricias casi fantasmales comenzaron a deambular por todo su torso, dibujando pequeños círculos alrededor de sus senos, subiendo despacio, erectando sus pezones en el proceso.

No pudo tragarse más de sus suspiros, ¿quién podría culparla?, los dedos de Ranamun parecían haber sido entrenados de manera especial para volver su piel un mapa de nervios hyper sensibles, enloqueciéndola con las caricias giratorias de aquellos dedos hábiles de piel suave.

El noble de cabellos negros la besó con devoción en las zonas que acababa de activar, por así decirlo. Despacio, suave y con calma, rozándola todavía con las yemas por un minuto o dos antes de comenzar a tocarla de lleno con sus manos, acariciando la piel sensible con sus dientes y su lengua, justo antes de dar algunas succiones ligeras.

—¡Ranamun! —gimió Latil, sorprendida y avergonzada por haber llegado al pináculo del placer tan rápido.

Él la miraba ahora, no recordaba haberlo visto tan complacido antes, tan radiante y orgulloso por lo que acababa de lograr.

—Majestad, le daré tanto placer, que su cuerpo será incapaz de sentir dolor cuando la desflore.

Estaba ansiosa, deseosa por completo, preguntándose hasta donde pensaba ir Ranamun con esto, recordando que le había parecido demasiado la semana pasada, cuando Tassir se había encargado de llevarla al orgasmo por lo menos tres veces antes de terminar él mismo.

¿Qué debía contestar?

Simplemente asintió, no confiaba en su voz para nada y al parecer, aquello había sido la respuesta correcta, él volvió a sonreír, acariciándola con la lengua un poco más antes de continuar bajando, retomando aquellas caricias fantasmales y casi insinuadas por su vientre, sus caderas, sus muslos y piernas, alcanzando sus pies y dejando besos en las puntas de sus dedos.

Los dedos de Ranamun se arrastraron lenta y suavemente por sobre la piel de sus piernas justo antes de que aquel hombre la volteara, dejándola acostada boca abajo.

Lo sintió acariciándole los glúteos, dejando besos y mordidas suaves a su paso, acariciándole la espalda y depositando besos como mariposas por toda su columna, tensándola ante los pequeños escalofríos que le había provocado con dichas acciones.

Luego sintió algo más, debía ser el miembro de Ranamun, todavía enfundado en la ropa interior, frotándose lentamente entre sus nalgas, estimulándola al tiempo que los labios de Ranamun dibujaban un camino de besos ligeros de uno a otros de sus hombros.

—Su majestad es hermosa —escuchó que Ranamun le murmuraba a medio camino—, pero se vuelve bellísima cada vez que se sonroja.

Si su intención era sonrojarla de nuevo, lo había logrado, no sabía que contestar, especialmente cuando él la tomó de las manos, entrelazando sus dedos con los de ella sin dejar de besarla o frotarse delicadamente.

—Ranamun, esto…

—Es solo un poco de lo que aprendí para complacerla, majestad, mis manos, mi cuerpo, todo lo que he estudiado, le pertenecen solo a usted.

La lengua de Ranamun comenzó a desplazarse a lo largo de su columna en ese momento. Más escalofríos deliciosos, más jadeos.

El pelinegro la soltó, bajándose de encima de ella justo antes de que sus manos la tomaran de las caderas, amazando despacio y con delicadeza, como si estuviera pintando un cuadro en su piel. Lo que hizo después, le robó el aliento.

Ranamun la había levantado hasta dejarla sobre sus rodillas, pasando sus dedos delicadamente por sobre sus pliegues. Su rostro lo suficientemente cerca para que Latil pudiera percibir su respiración. Luego vino la lengua de Ranamun, recorriéndola de arriba abajo con lentitud, así como sus dedos abriéndola y cerrándola despacio, como examinando delicadamente, como si buscara algo.

Latil quiso golpearse en la cabeza por la súbita anticipación que había sentido al darse cuenta de lo que pasaba, comparando la técnica de Ranamun con la de Tassir, quien le había hecho lo mismo en una posición completamente distinta.

Besos, succiones, caricias húmedas sobre sus pliegues y los hábiles dedos de Ranamun acariciando de forma fantasmal en los senos la habían orillado a un nuevo orgasmo un tanto ruidoso.

Los labios de Ranamun se posaron entonces sobre el nódulo sensible que parecía haber estado buscando, dándole todo tipo de atenciones en un ritmo cada vez más acelerado, con caricias cada vez más rápidas por parte de sus dedos.

Pudo sentir la lengua del noble ingresando en ella un par de veces, sus manos jugueteando con sus pezones, pellizcándolos suavemente, frotándolos en círculos cada vez más rápido o amasando sin más, haciéndola terminar de nuevo.

Al parecer, la paciencia de Ranamun se había terminado, o bien sus jugueteos habían pasado a otro nivel. El pelinegro la había volteado de un modo algo violento ahora, aferrándose a sus caderas con fuerza, acercando su miembro a su entrada para frotar de manera violenta y provocando un ruido de lo más curioso. ¿Tan mojada estaba ya?

Su concubino se inclinó al frente entonces, atrapando sus labios en un beso húmedo y pasional, justo antes de que comenzara a morderle ligeramente el labio inferior, amasando con fuerza uno de sus senos, atrapando su pezón entre los dedos para poder pellizcarlo conforme iba cambiando la presión y más abajo, el miembro húmedo y cálido de Ranamun frotándose contra su entrada de manera insistente, posiblemente guiado por la mano libre de su hombre.

—Ranamun, esto, esto es… AAghhhh

Apenas comenzar un nuevo orgasmo, lo sintió entrar de golpe, frotándola con una mano y atrapando con su boca el seno que había descuidado.

Cuando las sensaciones de placer terminaron, Latil acarició el cabello de Ranamun, deleitándose en la sensación sedosa y limpia de aquella cabellera tan negra como una noche cerrada. Su concubino la miró a los ojos, a pesar de lo serio que parecía, sus ojos no dejaban de hablarle de orgullo y deseo, las manos de él, acariciando su rostro le decían lo complacido que estaba.

Ranamun comenzó a moverse, aferrándola de las piernas y obligándola a plegar un poco las rodillas, lo suficiente para quedar muy abierta.

—Le dije, que no sentiría dolor, ¿cierto?

Tuvo que sonreír, incapaz de decirle la realidad detrás de su falta de dolor, asintiendo y disfrutando las sensaciones de aquel cuerpo hermoso y bien formado sobre ella.

—Recuérdelo, recuerde lo que soy capaz de darle, y venga a buscarme cada vez que lo necesite.

Los embistes de Ranamun se volvieron pronto más agresivos, más rápidos y fuertes, una de sus manos acariciándole un muslo de manera ininterrumpida en lo que su otra mano descansaba sobre el vientre de Latil, con el pulgar acariciando con insistencia el nódulo de placer ubicado entre sus piernas.

—Lo haré, lo juro.

Las caricias del noble sobre su cuerpo se volvieron de pronto más rápidas y demandantes, un contraste completo contra el ritmo de sus envistes, cada vez más lento y largo, como si quisiera asegurarse de retrasar algo en él y elongar eso mismo en ella.

Le faltaba algo de aire, sentía una sed extraña en la boca y sus manos no podían soltar las sábanas, mismas que sostenía como si su vida dependiera de ello.

Ranamun se colocó las piernas de Latil al hombro, penetrándola con unas estocadas tan largas y unas retiradas tan rápidas, que la emperatriz estaba segura de que enloquecería si no terminaba pronto.

Uno de los dedos de su hombre no tardó en delinearle los labios, ella no pudo evitar abrir la boca, succionando aquel dedo con desesperación, deleitándose en el sabor salado y el tacto suave de aquella extremidad, sintiendo como el noble aceleraba de nuevo con furia, obligándola a venirse de un modo brutal, con tanta fuerza, que no pudo notar que él mismo había terminado.

Jadeaba, sus pulmones parecían estarse incendiando, los espasmos de placer estaban sucumbiendo finalmente cuando él salió de su interior, ayudándola a cerrar y bajar las piernas para que pudiera descansar, besándola en el rostro con dulzura antes de ponerse en pie para dejarla sola en la cama.

Latil comenzó a regular su respiración poco a poco. Aquella sesión había sido tan intensa, que en verdad se había olvidado de todo en absoluto.

Cuando Ranamun volvió, portaba un pantalón holgado y llevaba un vaso de agua que no tardó en ofrecerle, ella aceptó, enderezándose lo suficiente para tomar algunos tragos largos con la calma que había podido reunir.

—Su majestad debería ir a asearse también, descansará mejor.

No pudo evitar mirarlo como si fuera estúpida por al menos cinco segundos, tiempo que tardó su mente en recordarle que este hombre había terminado en su interior y que, obviamente, todo tendría que salir tarde o temprano.

Por un momento lamentó no estar con Tassir, aún podía recordar cómo la había asistido incluso con eso en la oficina.

Se sonrojó completamente apenada, era un alivio que Ranamun no pudiera leer su mente o se sentiría molesto con toda razón, acababa de darle una experiencia completamente increíble… y ella seguía pensando en sus otros hombres.

—Tienes, tienes razón, iré de una vez.

Se levantó con cuidado, caminando con apuro al sentir que algo comenzaba a asomarse y obligándola a apretar sus piernas de camino al cuarto de aseo.

Cuando volvió, se metió entre las cobijas todavía desnuda, reclamando el espacio entre los brazos de Ranamun, quien la había recibido sin quitar los ojos de lo que fuera que estaba leyendo.

—¿Qué lees?

—Estudio un poco más.

—¿No deberías dormir conmigo?, me has dejado tan satisfecha que…

—No encontré sangre entre las sábanas, me preguntaba por qué.

¿En serio? ¿la había descubierto?

Tímidamente se asomó un poco al libro que él había estado leyendo, conteniendo el aliento hasta decidirse por completo.

—¿Y, encontraste la razón?

Silencio.

Por varios minutos no pudo escuchar más que las respiraciones de ambos y las páginas al pasar de un lado al otro.

¿Estaría molesto?

Estaba a punto de preguntarle de nuevo, cuando el pelinegro cerró el libro, colocándolo en la mesita de noche y soltando un tenue "ya veo" que de no haber estado en silencio, Latil se habría perdido.

—Algunas pocas vírgenes no sangran durante su primera vez, al parecer, el himen se vuelve elástico y complaciente, si eres correctamente estimulada, podría tardar algunas veces más antes de romperse.

—¡Oh!

—También podrías haberlo roto montando a caballo, eso explicaría que no sangraras ni una gota.

De pronto quería gritarle que ni era elástico, ni se le había quebrado montando a caballo… pero se mordió la lengua y el labio inferior, respirando profundamente para tranquilizarse y depositar un beso en el pecho que estaba fungiendo de almohada para ella. Tendría que admitir que había sido Sonnaugh y no él quien rompiera esa pequeña barrera de piel en su intimidad… y no estaba dispuesta a decírselo.

—¿Esta bien si duermo ahora?, me siento completamente relajada y lista para dormir.

Intentó levantar su cabeza para mirarlo, pero él se había adelantado, abrazándola de verdad y depositando un beso entre sus cabellos, tomándola desprevenida con aquel breve despliegue de ternura.

—Descansa, Majestad.

—Descansa, Ranamun.

Otra respiración profunda, se reacomodó, abrazando aquel cuerpo perfecto y sin darse cuenta, se quedó profundamente dormida.

.

Notas de la autora:

Ustedes lo pidieron, ustedes lo tienen Ranamun a la orden.

¿Y qué les pareció?, ¿qué calificación le ponen?, ¿le ponemos un 10 por alumno aplicado o le bajamos a 8 por despistado?

Sea lo que decidan, espero que hayan disfrutado con este capítulo y si... existen los elásticos, los que se rompen por andar a caballo, practicar gimnacia o... en casos más actuales, que ni siquiera estuvieran ahí desde el momento del nacimiento, ¡que loco! ¿no?

Bueno, pues mil gracias a quienes han estado comentando esta historia y a quienes la siguen.

Solo para engancharlas un poco más (vamos, como si escribir estas cosas no fueera suficiente), tendremos invitado especial en el siguiente capítulo, no sé si al inicio o al final, pero alguien tiene que pagar por andar ilusionando chicas de otros reinos o imperios, jejeje, y estoy considerando muy seriamente reproducir las portadas cuando hayamos terminado de estrenar a todos los consortes... si, las portadas, la de Webcomic y la de las novelas... mi primer trío, ¡que barbaridad! jajajajajaja, no puedo evitarlo, no sé ustedes, pero yo comencé a leer las novelas y el webcomic por ESAS portadas.

Nos leemos pronto.

SARABA