Los padres de Shinichi habían preparado su marcha de Estados Unidos desde que sospecharon que su hijo se iba a enfrentar a la Organización, y no se habían equivocado. Se dirigían hacia el aeropuerto de Los Ángeles para coger un vuelo con destino a Japón, sin embargo, la llamada del doctor Agasa, explicando la gravedad de la situación, había hecho que hubiera un cambio de planes. Yusaku había llamado a un contacto para que le hiciera un favor considerable: necesitaba un avión privado que los llevara a él y a su esposa a Tokio lo antes posible. A regañadientes, aunque no pidió explicaciones, el capitán aceptó bajo condición de recibir la suma de dinero que considerara justa. Kudo aceptó sin dudarlo. El matrimonio se dirigía a máxima velocidad y con solo un par de maletas al aeropuerto para poder embarcar, pero aún les quedaba unos minutos. El hombre miró a su esposa, que apretaba los puños y miraba el reloj, calculando la hora aproximada a la que llegarían.

— En Japón son las 5 menos 15 de la mañana. Depende del clima y las condiciones meteorológicas, considerando que viajamos en un avión privado, podemos tardar entre 8 y 11 horas; aunque intentar decir que tardaremos solo 8 horas es poco realista. Llegaremos sobre las 16 horas y estaremos en casa sobre las 16.40, hora japonesa. ¿Eso estabas calculando?

La actriz le miró con preocupación.

— ¿No hay ninguna manera de llegar más rápido? Shinichi… Él nos necesita. —Suspiró. — No puedo perdonarme no estar al lado de mi pequeño ahora.

— No te tortures. —La tranquilizó su marido. — Llegaremos antes de lo que imaginas.

— Pero… ¿Ran-chan? ¿Cómo está? Espero que esté mejor. ¡Ay, Yusaku!

— Tranquila, Yukiko. Estará bien.

— ¿Y si llamo a Eri-chan? Ella me dirá cuando la vea.

— No, mejor no.

Ella suspiró y se acurrucó en el sillón del coche.

— ¿Por qué ha pasado esto? No se lo merecen, deberían estar juntos, felices… No es justo.

Su marido la miró y posó sus ojos en las luces nocturnas de la ciudad.

— En ningún sitio estaba escrito que tenía que serlo. Qué mala suerte…

— ¿Cómo estará el niño?

— No lo pienses. —La respuesta le hizo saber que la situación era peor de lo que ella imaginaba. Agasa le había hecho saber que era una situación que pintaba muy mal, pero él había querido endulzar un poco la historia. Aunque confiaba en que su hijo no hiciera una tontería, podía deducir lo que rondaba su cabeza. Y no era bueno.

Aunque el trayecto transcurrió entre silencios preocupados e impaciencia, el matrimonio bajó del taxi a las 16.34 minutos justo delante de la mansión en la que habían criado a su hijo. Sin poder aguantar por más tiempo, Yukiko salió disparada e ingresó en la casa llamando al detective.

— ¿Shinichi?

— Yukiko-san.

— Profesor Agasa, ¿dónde está Shinichi?

— Por aquí.

Yusaku dejó las dos maletas en la entrada y los siguió hasta la habitación manteniendo una distancia prudencial. Dejaría, por el momento, que su esposa se hiciera cargo de la situación porque le era más sencillo orientar a su hijo con el corazón; él era más frío. En la puerta se encontraron con el joven de Osaka, con ojeras y la mirada perdida y supieron que él también se encontraba en una situación complicada, probablemente, por el mismo motivo, amor. El profesor les señaló el interior de la habitación en la que se encontraban Haibara, con los ojos cerrados y los brazos cruzados en una esquina, y el adolescente mirando por la ventana.

— Shinichi… —Lo llamó su madre situándose a unos metros de él, con las manos sobre el abdomen. Por supuesto, él reconoció su voz y su angustia. Giró la cara para mirarla e intentó sonreír para aliviar su preocupación, pero consiguió el efecto contrario: las ojeras, el azul apagado de sus ojos, su tez pálida y su sonrisa triste fueron más que suficientes para hacer que su padre se acercara a ellos también.

— Ai-kun. —La llamó el profesor, haciendo que ella abriera los ojos.

— Esperaremos fuera. —Dijo antes de que el profesor cerrara la puerta.

Los padres se miraron un instante, transmitiéndose mutuamente la preocupación.

— Shinichi…

— ¿Por qué habéis venido?

— Hemos venido a apoyarte, cariño. —Contestó la mujer con voz maternal mientras colocaba bien su pelo. — Creíamos que podías necesitarnos.

— Oh… Así que ya lo sabéis.

— ¿Qué ha pasado? —Preguntó su padre tras sentarse en una silla justo delante. Su mujer se sentó cerca del adolescente y le tomó la mano.

— No lo sé, la verdad. Lo único que sé es que la he perdido para siempre.

— ¡No pienses eso! Ran-chan siempre ha sido una chica muy comprensiva. Necesitará tiempo para procesarlo todo, es una situación muy delicada.

— No, esta vez es diferente. —Dijo negando con la cabeza. — Le he hecho mucho daño.

Sin tener más fuerzas para hablar, el detective desvió la mirada.

— Yo… necesito verla. Saber que se encuentra bien y oír de sus labios que no quiere volver a verme.

— ¿Por qué no intentas hablar con ella cuando salga del hospital?

— Porque no puedo. Mouri-san, Sonoko y Kisaki-san no me dejarán acercarme siquiera.

Los tres se quedaron en silencio.

— Si es eso lo que te preocupa, quizás nosotros podamos hacer algo. —Dijo Yusaku. — Podemos pedirles que te dejen hablar con ella una vez más. Será un favor personal.

— ¡Eso, eso! Puedo llamar a Eri-chan y convencerla, aunque no será fácil…

— ¿De verdad? —Por primera vez en aquel día, los ojos del chico se iluminaron.

— Pero —añadió el escritor— debes tener en cuenta que la decisión final será de Ran. Si ella no quiere verte, nosotros no podremos hacer nada. ¿Lo entiendes?

— Sí.

Poco después de mantener esa conversación, los padres del detective salieron de la habitación para encontrarse con la mirada inquisitiva del científico.

— ¿Cómo está?

— Pues… —La actriz no sabía qué responder exactamente: la esperanza que había aflorado en su corazón era muy inestable, dependía de cómo Ran reaccionara.

— No está todo perdido. —Respondió su marido.

Agasa suspiró para liberar la tensión.

— Podéis iros a casa, nosotros nos encargaremos de él. Descansad. —Les dijo la mujer, pero reparó en un detalle. —Por supuesto, tú puedes quedarte, hay habitaciones disponibles.

— Ah, gracias.

— Por aquí, por aquí.

Una vez solo, Yusaku tuvo tiempo para pensar en la estrategia. Aunque le había dicho a su hijo que podrían convencerlo, se enfrentaban a un muro casi infranqueable: por un lado, sabía que los padres de la chica no reaccionarían bien a su petición y que debían medir muy bien lo que decían si querían tener una posibilidad; por otro lado, el señor Mouri no le tenía ningún aprecio al chico y, tras aquella trágica situación, no querría ni pensar en que se acercara a su hija. Lo mirara desde dónde lo mirara, era muy complicada.

— Querido.

Su cuerpo reaccionó a la voz de su esposa.

— Llamaré a Eri-chan ahora mismo.

— Sí, buena idea, aunque creo que nos va a costar convencerlos.

Ella lo sabía. Aunque se conocían de toda la vida, Kogoro y Eri no los mirarían como sus amigos, sino como los padres de Shinichi. No podia culparlos, probablemente ellos reaccionarían de la misma manera.

— ¿Prefieres que la llame yo?

— No, no, Eri-chan es mi amiga.

Sujetando el teléfono con seguridad, buscó el número de la abogada y marcó. A medida que sonaba, su pulso se aceleraba.

— Kisaki.

— ¡Hola, Eri-chan! Soy Yu…

— Ah, Minami-san, ahora mismo no estoy en mi despacho. La llamaré en cuanto tenga un momento.

La mujer miró a su marido pidiéndole consejo con la mirada. En respuesta, el escritor gesticuló "insiste".

— Creo que te has equivocado, Eri-chan.

— Si, Minami-san, entiendo que tenga mucha prisa, pero de verdad que no puedo atenderla ahora.

— ¿Pero quién te está llamando ahora? —Preguntó Kogoro enfadado.

— Es una clienta.

— ¿No le has dicho ya que estás ocupada?

— ¡Papá, no seas maleducado, seguro que te ha oído!

Yukiko reconoció inmediatamente la voz de Ran, aunque más calmada y profunda de lo habitual.

— De acuerdo, deme un momento, iré a por mi agenda y le daré cita.

— ¡Tu hija te necesita más!

— Será solo un momento.

Escuchó cómo una puerta se cerraba y los tacones de la abogada retumbaban en una sala prácticamente vacía.

— ¿A qué se debe tu llamada, Yukiko?

Ella guardó silencio un instante, ordenando las palabras en su cabeza.

— Hemos oído lo que ha sucedido y hemos cogido el primer vuelo que había con destino a Tokio.

— Entiendo.

— ¿Cómo se encuentra Ran-chan?

La madre de la chica suspiró.

— Está… ingresada, aún. Estamos… arreglando todo para cuando salga de aquí.

— ¿Todavía está en el hospital? ¿Tiene heridas o algo grave?

— Necesita atención psiquiátrica, le están dando antidepresivos.

La actriz tragó saliva y su marido cerró los ojos y se cruzó de brazos. Era más grave de lo que pensaban. Con un gesto silencio, sabiendo que su esposa no podría continuar, Yusaku tomó el teléfono.

— Eri, soy Yusaku. Siento muchísimo lo que ha sucedido, queremos apoyaros en lo que podamos.

— Gracias. Oye, tengo que colgar.

— Solo una cosa. Querríamos llevarle unas flores a Ran-chan, ¿podrías decirnos en qué habitación está?

— No, imposible.

Yukiko se llevó una mano a la boca para cubrirsela.

— Todo lo relacionado con tu hijo queda vetado para Ran. Sé que no sois responsables directos de lo que ha pasado, pero estamos intentando proteger a nuestra hija. No espero que lo entendáis, solo que lo respetéis.

Tras aquella conversación tan poco cordial, los padres del detective adolescente debatieron durante mucho tiempo qué debían hacer.

Al día siguiente, los médicos del hospital general de Beika consideraron que la karateka podría irse a casa si el psiquiatra no ponía ningún impedimento. Además de las visitas pautadas para estudiar su evolución, se le recetó fluoxetina y le recomendaron que se tomara varios días de descanso, que no recibiera a demasiada gente y que huyera de la fuente de su estrés. Ran miraba por la ventana dándose cuenta de que sus padres hablaban en plural sobre lo que harían en adelante y sonrió con tristeza: le parecía triste que su desgracia los hubiera vuelto a unir. Suspiró.

— Ran, ¿estás bien? —Preguntó su madre observándola a través del espejo.

— ¿Eh? ¡Sí, claro que estoy bien!

— Debe de ser solo cansancio, Eri.

— ¿Es eso cierto?

— Sí, la verdad es que estoy muy cansada. —Mintió. Su cuerpo estaba perfectamente, pero su mente era un absoluto desastre. Apenas recordaba nada desde que llegó al hospital y le preocupaba excesivamente cómo iba a continuar con su vida en adelante. Sin embargo, esa preocupación se disipó momentáneamente en el momento en que vio a sus amigas Sonoko y Kazuha, a Makoto, al doctor Agasa y a la liga de detective en la puerta de la agencia de detectives Mouri con flores y globos para darle la bienvenida.

— ¿Qué es todo esto? —Preguntó al bajarse del coche, con una gran sonrisa adornando su cara.

— Bienvenida a casa, Ran. —Dijo su padre acariciando su espalda.

Ella lo miró y le sonrió con ternura. Pese a que era un desastre, no podía dudar de que la quería con el alma.

Los amigos se acercaron a recibirla y a darle su apoyo, intentando que no echara de menos al detective.

— ¡Muchas gracias! ¡A todos! —Les dijo despidiéndose en la puerta.

— Avísanos si necesitas algo, Ran-neechan. —Le dijo Ayumi despidiéndose con la mano.

— ¡Gracias por venir, chicos!

— Ran, Makoto y yo nos vamos también. —Le dijo Sonoko abrazándola.

— No hacía falta que os molestárais.

— ¡No seas tonta! —Le dijo molesta. — ¡Soy tu mejor amiga!

— Sí, sí… —Le dijo riéndose.

El profesor Agasa también se despidió de la familia y se fue.

— Bueno, creo que iré a preparar la cena… —Dijo Eri tras levantarse y sacudirse la falda. Kogoro no pudo evitar abrir los ojos y negar con fuerza la cabeza.

—¡No, no, eso no hace falta! —Se apresuró a decir. —¿Por qué no salimos a cenar?

— ¿Salir? Pero Ran parece agotada, no creo que sea buen momento.

— Yo me quedaré aquí. —Dijo la chica. —No tengo apetito ahora. Salid vosotros.

— Yo también me quedo. —Dijo Kazuha. — Cuidaré de ella.

— ¿Eeeeeeh? —Se quejó el señor Mouri. —¿No queréis?

— Id vosotros dos. Insisto. Además, hace mucho tiempo que no tenéis una cita.

— ¿U-una cita? ¡No, no, no!

— ¿Quién querría tener una cita con esta vieja bruja?

— ¡Cuidado con lo que dices viejo borracho y pervertido!

— Solo era una broma. No discutáis. Id a cenar a cualquier sitio. —Continuó animándolos la chica. Tras un buen rato insistiendo, los dos adultos aceptaron a regañadientes y salieron de la casa, dejando a Ran y Kazuha solas. Cuando salieron, podían oírlos discutir animadamente, pero al alejarse más, el silencio se impuso. Ninguna de las dos sabía cómo empezar una conversación normal: por un lado, Kazuha no quería decir ninguna palabra que pudiera recordarle mínimamente al detective, tal y como todos los allegados a la muchacha habían pactado; por su parte, Ran no sabía cómo preguntarle por Hattori. Aunque nadie le había contado la situación, sentía que algo andaba muy mal.

— ¿Y qué piensas hacer ahora que hemos terminado la escuela intermedia?

— Pues… Quería aplicar para el Colegio de Enfermería en Osaka, pero… —Sin poder evitarlo y tratando de esconder la cara las lágrimas comenzaron a asomar en los ojos de la chica.

— ¿Kazuha? ¿Qué te pasa, estás bien?

— ¡Sí! No sé por qué estoy llorando, yo…

— Hattori-kun y tú os habéis peleado, ¿verdad?

La chica miró a su amiga con incredulidad y halló en ella la sonrisa más dulce y protectora que había visto nunca.

— Sí…

— ¿Por qué no me lo cuentas?

A duras penas, tratando de controlar su llanto, Kazuha le narró a su amiga la conversación que habían tenido en la puerta del hospital. De nuevo, sin previo aviso, la de Tokio la abrazó con fuerza, intentando que esos recuerdos abandonaran su cabeza.

— No… Espera, Ran… Debería estar consolándote yo a ti, no al contrario.

— ¿Sabes? Yo pensaba estudiar Organización de Eventos en Tokio, pero… Después de todo lo que ha ocurrido estos días, he decidido irme. A Aomori.

— ¿La Universidad de Aomori?

— Hay una escuela de enfermería allí. Quizás te interese y creo que no me vendría mal una compañera de piso.

— ¿Te vas? —Dijo incrédula.

— Sí. Lo decidí mientras estaba en el hospital.

— Pero, ¿Tus padres lo saben? ¿Sonoko-chan?

— No, no, aún no se lo he dicho a nadie. —Rió la chica.— Pero es lo que quiero. Tendrán que aceptarlo.

— Pero…

— Solo era una propuesta, Kazuha-chan. No tienes que tomar una decisión ahora, no es tu obligación acompañarme. Yo estaré bien.

¿Eso era cierto, estaría bien? Sus ojos reflejaban decisión y seguridad, pero la conocía muy bien y sabía que su corazón estaba destrozado. Incluso siendo consciente de todo ello, y habiéndole dicho a Heiji que cortaba su relación de amistad, el corazón de Kazuha albergaba dudas: ¿estaba preparada para dejar de verlo a diario?

— No me parece mala idea, pero debería discutirlo con mis padres primero. —Mintió.

— Sí, no te preocupes por eso ahora.

— Oye, ¿quieres cenar algo? Tengo bastante hambre.

— ¡Claro! Vamos a preparar algo de comer.