Capítulo 4
Mientras tanto, en la casa de los Kudo, reinaba un silencio casi fúnebre. Agasa y Haibara habían visitado la residencia varias veces en el mismo día para asegurarse de que las cosas marcharan bien, aunque los padres de Shinichi no sabían qué responder: tenían a dos adolescentes (uno de ellos, su propio hijo) encerrados en sus respectivas habitaciones sin ganas de comer o hablar.
— ¿Habéis hablado ya con los padres de Ran-kun? —Preguntó el profesor.
— Pues sí…
— ¿Y bien? ¿Cómo ha ido?
La actriz negó con la cabeza. — No muy bien… Eri-chan me dejó claro que no permitirán que Shinichi se acerque a ella, al menos de momento.
— Mmmm… Ya veo.
— Eri y Kogoro son muy tozudos, eso lo sabíamos de sobras, los conocemos desde hace mucho. —Dijo Yusaku Kudo. —No iba a ser sencillo, pero no creía que fueran a mostrarse tan inamovibles en sus decisiones.
— La situación es muy complicada.
— Por supuesto. Pero no podemos entrar en pánico. Debemos decidir qué podemos hacer ahora.
— Yo iré a hablar con ella. —Dijo Haibara.
—¿Tú? —Preguntó Agasa. —¿Por qué?
— Seamos realistas, yo soy la única a la que permitirán acercarse a ella ya que yo soy solo una niña, ¿no? Además, ¿quién mejor que la creadora del Apotoxin 4869 para explicarle todo?
Tras la justificación de la científica, todos guardaron silencio.
— Tiene razón. Es nuestra única esperanza.
— ¿Piensas decirle que tú creaste la droga?
— Sí, creo que se merece saber toda la verdad.
— Pero… Ran está muy afectada. —Dijo Yukiko. — No creo que pueda soportar toda la verdad.
— Tendrá muchas preguntas que hacerle, no creo que alargarlo demasiado sea bueno para ella tampoco.
— ¿Y si dejamos pasar unos días?
— No. —Dijo Haibara. — Si dejamos correr el tiempo, puede que la chica de Osaka se lo cuente.
— ¿La chica de Osaka? —Preguntó la actriz confundida. — ¿Ella lo sabe?
— Sí, se enteró por casualidad justo antes de que el profesor llevara a Ran al hospital.
— Vaya…
— Solo es otro contratiempo, tenemos que decidir qué hacer. Y pronto.
— ¿Por qué no le preguntamos al detective de Osaka? Quizás el pueda convencer a su amiga para que no le cuente nada a Ran-chan.
— Imposible. —Intervino Agasa. — Iba a buscar la chaqueta de Mouri-san al coche cuando oí que discutían. Ella dijo que no quería volver a verle. Lloró durante toda la noche en el hospital, por lo que oí después.
— Ya veo…
— ¿Por qué todo tiene que salir mal? —Preguntó la mujer, un poco desesperada.
— Parece que no hay mucho más que podamos hacer. Tendremos que dejarlo todo a manos de la señorita.
Haibara asintió sin mucha energía. Sabía que no iba a ser fácil enfrentarse a la karateka: explicarle todo lo que había ocurrido y cargar con la culpa. Aunque no podía decir que Ran era una amiga para ella, tampoco era de piedra: había pasado el tiempo suficiente a su alrededor como para llegar a sentir cierta empatía por su sufrimiento.
— ¿Cuándo planeas ir?
— Ahora mismo.
— ¿Eh? ¿Ahora? ¡Pero si es muy tarde!
— Cuanto antes, mejor.
— Te llevaré en coche.
Ya de camino, el profesor decidió comenzar una conversación difícil, pero necesaria.
— ¿Estás segura de que esto es lo correcto?
Ella dejó de mirar por la ventana y se acurrucó en el sillón del icónico coche del científico.
— No, en absoluto.
— ¿Entonces, por qué haces todo esto?
— Ya dí todos mis motivos, profesor. No hay nada más que añadir.
— ¿Y por qué tienes dudas?
— Porque puede ser contraproducente.
— ¿Mmm? ¿A qué te refieres?
— Intentamos cambiar la opinión que ella tiene sobre Kudo-kun, pero, tal y cómo están las cosas en este momento, podría ser que terminara por determinar que todo lo que sabe sobre él es mentira y que su entorno miente descaradamente.
— ¿Su entorno?
— Pues, Kudo-kun, Edogawa-kun, el detective de Osaka… Incluso usted y yo, profesor.
— Tienes toda la razón. Se podría volver en nuestra cuenta.
— Pese a todo, ella terminará por entenderlo. Seguro.
— Ya.
Sin mucho más que añadir, el resto del viaje transcurrió en silencio. Cada uno estaba profundamente sumergido en el mundo de sus pensamientos.
— Puede volver a casa, profesor.
— No, prefiero esperarte aquí. Solo por si acaso.
La chica asintió con la cabeza y bajó del coche, sintiendo cómo el frío y la humedad de la noche se adentraban en su cuerpo y calaba hasta sus huesos. Subió las escaleras y vio que por debajo de la puerta de la vivienda había una luz cálida. La oficina de detectives estaba cerrada. Maldijo mentalmente: si Mouri estaba en la casa, significaba que interrumpiría su discurso si Ran resultaba demasiado afectada. Más problemas.
Levantó los nudillos y los acercó a la puerta, pero se detuvo inmediatamente. Por algún motivo, sus razones se habían ido al traste y no encontraba las palabras para hacerle llegar su verdad, la que compartía con Kudo desde hacía ya tiempo. Dándose ánimos y pensando con frialdad, finalmente fue capaz de llamar a la puerta. Oyó que la conversación entre dos mujeres se detenía y los pasos de una de ellas se dirigían hacia la puerta. Supuso que sería la madre y preparó su actuación de niña una vez más.
— ¿Ai-chan? —Preguntó una voz confundida. — ¿Qué haces aquí a estas horas?
Para su sorpresa, había sido la karateka quien había abierto la puerta. Se apartó para que pasara, y ella así lo hizo.
— Pasa, pasa. —Dijo con un tono de voz que le daba la bienvenida a su humilde hogar.
— ¿Ran-chan? —Preguntó su amiga levemente preocupada. — ¿Quién es?
Instantáneamente, sus ojos se cruzaron con los de la joven científica. En un acto reflejo, la de Osaka saltó de su silla dispuesta a enfrentarla.
— Parece que Ai-chan ha venido a hacernos una pequeña visita nocturna… —La de Tokio se paró en seco sintiendo la tensión entre las otras dos. — ¿Kazuha-chan? ¿Qué ocurre?
— ¿Qué haces tú aquí?
— Tengo una conversación pendiente con ella. He de explicarle muchas cosas.
— ¿Una conversación pendiente? ¿Qué quieres decir, Ai-chan?
— No escuches nada de lo que te diga, Ran.
— ¿Eh? ¿Por qué?
— Ella lo sabía todo.
Los latidos de la chica se aceleraron mucho y comenzó a sudar. Obviamente, no estaba preparada para hablar de ese tema.
— ¿Ai-chan, es cierto?
— Sí… Quería pedirte disculpas personalmente. Verás… Yo no solo lo sabía, sino que le ayudé a proteger su identidad. No espero que lo entiendas ahora, pero quiero que lo escuches.
Ran no se encontraba bien. Podía sentir cómo sus niveles de ansiedad se disparaban.
— Lo siento, pero yo también he mentido respecto a quién soy. Supongo que la manera más rápida de explicarlo es decir que no me llamo Ai Haibara, sino Shiho Miyano. Fui parte vital de la organización criminal que Kudo-kun ayudó a desmantelar hace unos días, yo era una investigadora a cargo de crear un veneno potente e indetectable para que los miembros pudieran deshacerse de sus objetivos de forma discreta, pero una de las drogas en fase de prueba, al que llamamos Apotoxin 4869, no fue catalogada correctamente y se utilizó para hacer desaparecer a un detective que se interpuso en su camino.
Las palabras salían de ella sin control alguno, sin ni siquiera importarle la cara desencajada de la karateka o el gesto aterrorizado de su amiga. Simplemente quería que esa conversación terminara de una vez por toda.
— No… ¿Tú también?
— En vez de matarlo, su cuerpo se encogió, pero consiguió esconderse adecuadamente hasta el momento preciso. Conseguimos un maletín con varias cápsulas de la droga cuando Kudo-kun y Hattori-kun se infiltraron en uno de los locales que servían como base secreta de la organización, unas tres semanas antes de la redada al edificio central.
Kazuha sintió un vuelco en el corazón al escuchar a la chica mencionar el apellido de su amigo de la infancia. Ran no podía suprimir sus ganas de llorar y dio rienda suelta a sus sentimientos.
— No… Para, por favor. —Dijo entre sollozos.
— Con esa información, conseguí la información necesaria sobre los componentes del Apotoxin y sus proporciones exactas. Eso hizo que pudiera crear una especie de antídoto que revierte los efectos. Aunque parece que no utilizaron nunca esa droga, estamos esperando por si aparece alguna víctima más.
— ¡Ya! —Gritó con las pocas fuerzas que le quedaban, sintiéndose desvanecida y notando que sus piernas volvían a fallarle. Le dolía el pecho y le ardía la garganta, estaba bloqueada mentalmente.
— ¡Ran! — Kazuha corrió a auxiliar a su amiga.
— Con respecto a Kudo-kun, dejo en tus manos la decisión final, si quieres hablar con él al menos una vez o no, pero creo que deberías escuchar lo que tiene que decirte.
— Vete, por favor… — Dijo hiperventilando.
— Sí. Ya me iba. Espero que, en un futuro, seas valiente y comprendas que soli queríamos proteger a los que estaban a nuestro alrededor. Era una cuestión de seguridad, no de confianza.
Uns vez acabado su discurso, la mujer encerrada en el cuerpo de una niña de casi 9 años se dirigió hacia fuera del hogar familiar y se dejó caer suavemente sobre la puerta de entrada sintiendo ganas de llorar. Sabiendo que su visita le costaría una nueva visita al hospital, hizo lo único que se le ocurrió para ayudarla: llamar a una ambulancia y esperar a que llegara en el coche del profesor Agasa sin decir una palabra.
— ¿Cómo ha ido?
Ella le miró sin saber bien qué decir.
— No demasiado bien.
— Ya veo…
— ¿Quieres hablar?
— No.
Agase continuó mirando el camino, intentando aliviar la tensión del ambiente. Claramente, Haibara acababa de pasar por una experiencia complicada y era comprensible que no deseara hablar de ello. Inspeccionó las ventanas de la vivienda de los Mouri en busca de algún detalle que le ayudara a saber cómo estaban las cosas, pero solo veía la luz de la sala principal. Ninguna silueta. No pudo evitar preguntarse si las chicas estaban bien, si algo malo le había pasado a quien él había visto crecer con sus unpropios ojos y no pudo evitar preocuparse cuando vio las luces de la ambulancia alumbrar las calles en plena madrugada hasta llegar a la altura de esa casa.
— Vámonos.
— ¿Y la ambulancia?
— Yo la llamé. Creo que la van a necesitar.
Aún sintiéndose acongojado, pero con la certeza de que el equipo médico no dejaría que le ocurriera nada, el científico arrancó el motor y aceleró sin darse cuenta de que se cruzaría con una pareja a la que conocía muy bien.
— Hacía tiempo que no salíamos solos tú y yo solos.
Eri esbozó una sonrisa. — Sí… mucho tiempo.
— Creo que… quizás es el momento de que reconsideres… Quiero decir… ¿Podríamos… darnos una segunda oportunidad? ¡No me malinterpretes! No te estoy pidiendo que vuelvas conmigo, solo me preguntaba si…
— ¿Qué hace esa ambulancia en tu casa?
Ambos supieron que algo malo había pasado y no les tomó más de unos segundos echar a correr a toda velocidad hacia la entrada, rezando porque fuera un malentendido y su hija estuviera sana y salva.
— ¡Ran!
— No pueden pasar, están atendiendo a una paciente ahora.
— ¿Qué?
— ¡Pero somos sus padres! ¿Qué ha pasado? ¿Puede decirnos al menos eso?
— Alguien llamó diciendo que una persona estaba sufriendo un ataque de pánico y que no podía desplazarse, y, tal y como dicta el protocolo del hospital, hemos venido a atenderla. No puedo decirles si es grave o no aún. Lo lamento.
Kogoro le dio un puñetazo a una pared para descargar su rabia y su frustración. No podía dejar de culparse por haber dejado sola a Ran justo el día que salía del hospital.
Eri lo miró y le agradeció al informante cortésmente. Ensimismada, se situó en la otra parte del acceso al edificio de la agencia de detectives Mouri; podía entender la actitud de su ex-marido, pero había algo que no cuadraba: ¿qué había hecho que Ran volviera a tener una crisis? Dudaba que una simple conversación con su amiga hubiese podido escalar hasta ese nivel y sabía que su amigo de la infancia no iba a conseguir contactar con ella por teléfono. ¿Y si hubiera ido a su casa? Aunque improbable, podría haber pensado que era su única posibilidad.
Esa lluvia de pensamientos se vio interrumpida por el sonido de los médicos bajando apresuradamente las escaleras.
— ¡Ran!
— ¿Qué le ha ocurrido? ¿Se encuentra bien?
— Está inconsciente ahora, pero está estable. La llevaremos al hospital general para mantenerla en Noobservación unas horas y pediremos que la evalúen en psiquiatría.
— Pero acaba de salir del hospital, tenemos el informe de psiquiatría.
— Entonces, puede que les aconsejen internarla en una institución mental para hacer una terapia más fuerte.
Eri agradeció con la cabeza. Kazuha había bajado detrás de los médicos que llevaban la camilla con su amiga, por lo que pudo escuchar lo que le acababa de decir a la abogada y no pudo reprimir el llanto. Kogoro pareció congelarse al oír que podrían recomendar que su hija entrara en un psiquiátrico.
— No es posible…
— Ve tú en la ambulancia, yo pediré un taxi. —Dijo Eri intentando hacer que su ex marido reaccionara. —Lo importante ahora es el bienestar de Ran, no adelantes acontecimientos.
— S-sí…
— Venga, sube.
— ¡Sí!
— ¿Vienes conmigo? —Le preguntó a Kazuha. Aunque no quería montar un circo con la salud de la karateka, no podía dejar sola a la chica de Osaka, sin conocer bien la ciudad, desconsolada y preocupada por su amiga, en un momento así. Ni siquiera sabía si podrían ver a Ran en todo el día.
— No. —Contestó secándose las lágrimas y respirando para calmarse. Eri la miró con curiosidad y pudo ver decisión y furia en sus ojos, por lo que supuso que iría a confrontar al causante de aquella situación, lo cual le venía bien, pues no deseaba más peleas en el hospital. —Tengo algo que hacer primero.
La mujer asintió sin necesitar ningún tipo de explicación y se alejó de ella mientras llamaba a un taxi para que la llevara al hospital general de Beika lo más rápido posible. Kazuha esperó aparentemente tranquila hasta que la señora Kisaki cruzó la calle y subió al vehículo que se alejó rápidamente. En el momento en que sus ojos dejaron de distinguir las luces del automóvil, echó a correr. Podía recordar perfectamente cómo llegar, aunque no había estado allí más de dos veces y nunca había prestado atención realmente, pero sabía que llegaría. Solo podía correr a máxima velocidad mientras maldecía en su cabeza a Kudo y dejaba salir las lágrimas de tristeza y rabia que había intentado reprimir desde que la camilla en la que Ran se encontraba postrada entró en la parte de atrás de la ambulancia. No sabía si su amiga se enfadaría por lo que estaba a punto de hacer, pero no pudo contenerse por más tiempo. Lo había intentado, pero ya no podía ni quería. Que se hubiera atrevido a mandar a Haibara a hablar con Ran, a explicarle cosas que solo a él le correspondía hacerlo, humillarla y hacerla sufrir de una forma tan cruel y cobarde había sido la gota que había colmado el vaso. No lo podía permitir. Sin saber cuánto tiempo había pasado dando vueltas en círculo o si iba en la dirección correcta, se encontró a sí misma con la casa que andaba buscando. Leyó el nombre de la familia a la que pertenecía la mansión: "Kudo". Descansó poniendo sus manos en las rodillas e intentó controlar la respiración y observó con detenimiento las ventanas, comprobando que aún había alguien despierto y con la luz encendida. Le valía. Le daba igual quién fuera, haría que el detective saliera a hablar con ella y le dejaría muy claro varias cosas.
Sintiendo cómo el fuego de la ira quemaba su interior, llamó al timbre y se agarró a la valla de la puerta exterior. Al ver que nadie respondía a su llamada, volvió a pulsar el botón una segunda vez y pudo percibir que las luces de la mansión se encendían casi al mismo tiempo, por lo que intuyó que se habían despertado todos. Con rabia, llamó una tercera vez y, a los pocos segundos, la puerta principal del hogar se abrió finalmente.
— ¿Sí? —La voz de una mujer asustada resonó desde la entrada.
— ¡Quiero hablar con Kudo-kun, por favor! —Le dijo con la voz rota del llanto y la carrera. —¡Soy Toyama Kazuha! ¡Soy amiga de Ran! ¡Es muy importante!
— ¿Amiga de Ran…? ¿Le ha ocurrido algo?
— ¡Ha vuelto al hospital por culpa de Kudo-kun!
— ¿Qué…?
Yusaku, detrás de la puerta, cerró los ojos con decepción. Lo de la chica científica también había sido un fracaso.
— ¡Déjeme verle, por favor!
— Ya la atiendo yo. —Dijo una tercera voz.
— ¿Estás seguro, Shinichi? —Preguntó preocupada la actriz. — No creo que…
— Ha venido por algo. Ha dicho que es importante.
La mujer miró a su marido preguntándole si aquello era buena idea, a lo que él respondió encogiéndose de hombros. Con una mezcla de sentimientos negativos, la madre del famoso detective adolescente se apartó de la entrada, desbloqueando el único camino que separaba a su hijo de su destrucción emocional absoluta. El escrito suspiró con pesadez.
— ¿Qué demonios está pasando aquí?
El detective de Osaka salió despeinado y en pijama, visiblemente molesto, de su habitación.
— Una chica amiga de Ran-chan está en la puerta de casa.
— ¿A esta hora…? ¡Espera! ¿Has dicho una amiga de Ran?
— Sí, ella…
— ¿Ha dicho su nombre?
— Mmm… Toyama…
— Kazuha.
— ¡Eso!
Entonces, Hattori se temió lo peor. Esa actuación era algo esperable de la amiga rica de Ran, pero ¿de ella? Algo iba muy mal. Despacio, se acercó a la puerta principal de la residencia, esperando su oportunidad para hablar con su amiga de la infancia.
— ¿Puedo ayudarte en algo?
— ¡Kudo!
— ¿Ha ocurrido algo?
— ¿Que si ha ocurrido algo? —Preguntó incrédula. — ¡Pues claro que ha ocurrido! Ha ocurrido justo lo que tú querías, Kudo!
— ¿Qué quieres decir? ¿Es Ran? ¿¡Le ha pasado algo!?
— Ha tenido otro ataque de pánico. Han tenido que llevársela otra vez al hospital.
— ¿Cómo dices?
— ¡Todo por tu culpa! ¿Cómo puedes ser tan miserable?
— Kazuha, no entiendo nada de lo que dices. Explícate. ¿Qué le ha pasado a Ran?
— ¿A qué estás jugando? —De nuevo, las lágrimas salían sin tregua de los ojos de la chica de Osaka. — ¿No había otro momento para que enviaras a tu amiga? ¡Acababa de salir del hospital! ¡Y encima ni siquiera fuiste valiente de decírselo tú! ¿Por qué has tenido que hacerle tanto daño?
— ¿Qué quieres decir? ¿Qué amiga?
— ¡Amiga, novia, amante, lo que sea, no me importa! ¡La mujer de la organización!
Shinichi supo que estaba hablando de Haibara, pero no entendía cómo Kazuha sabía de la existencia de Miyano. Definitivamente, le faltaba información. Alguien le debía muchas explicaciones.
— Vale. No entiendo qué está pasando, pero iré a ver a Ran lo antes posible.
— ¡NO! —Le gritó con toda la rabia de la que disponía. — ¡NO VUELVAS A ACERCARTE A ELLA NUNCA!
Él solo pudo guardar silencio y observar a la chica que se deshacía en lágrimas delante de su casa en plena madrugada. No entendía nada.
— ¡Agradece que he venido yo! —Continuó gritando, ya completamente fuera de sí. —¡El señor Mouri no sería tan amable!
— Yo no…
— ¡No queremos verte cerca, Kudo! ¡Nunca más! ¡Le has destrozado la vida!
— Yo solo…
— ¡No te atrevas a seguir hablando de ti! ¡Hazte a la idea! ¡No vuelvas a acercarte a Ran!
— No puedo…
— ¡Cállate! —En aquellos momentos, el respirar era una tarea muy complicada y Shinichi sabía que colapsaría dentro de poco. No podía razonar con ella.
— ¡Cuando me vaya de aquí, será la última vez que nos veas a Ran o a mí! ¡Tenlo por seguro! —Dijo antes de echar a correr en dirección contraria a la casa.
— ¡Kazuha, espera!
La voz de Heiji fue como una puñalada en el corazón destrozado de la muchacha.
— ¡Kazuha, cálmate, respira! —En pocos segundos, el detective consiguió sujetarla del brazo para frenar su carrera.
— ¡No, déjame! —Ella tiró para soltarse de su agarre.
— ¡Tranquilízate! ¿Qué es lo que te pasa?
— ¡Ran está en el hospital por culpa de tu amigo!
— ¿Otra vez con eso? ¡Kudo no envió a la niña!
— ¿Ah, no? ¿De quién fue la idea? ¿Fue tuya, Heiji?
— ¡No, yo me acabo de enterar!
— ¿Y cómo sabes que no fue él? ¡Mientes! ¡Todo lo que dices es mentira!
— Oye, Kudo no ha hecho nada que no fuera intentar…
— ¿Cómo puedes seguir defendiéndolo? ¡Ah, ya sé! ¡Porque sois los dos igual de mentirosos, egocéntricos y retorcidos!
— ¿Qué? —Oír aquellas palabras salir de la boca de la persona que más había querido le estaba haciendo pedazos. —¿Qué demonios estás diciendo? ¿Te has vuelto loca?
— ¡No! ¡Acabo de abrir los ojos y lo veo todo perfectamente claro, Heiji! Me equivoqué, pensaba que eras diferente. ¿Cómo he podido ser tan imbécil?
— Kazuha…
— Pero ya está. No voy a volver.
— ¿Qué quieres decir?
Ella tomó aire buscando el valor para pronunciar aquellas palabras que siempre había temido.
— Me voy, Heiji. Estudiaré fuera y me aseguraré de que tanto tu amigo como tú quedéis fuera de nuestras vidas. No volveréis a hacernos daño.
