Capítulo 5
Heiji se quedó inmóvil durante un tiempo indeterminado mientras intentaba procesar la información. La despedida de Kazuha había sido el culmen del peor resultado que nunca hubiese podido imaginar. Simplemente, pensaba que estaba exagerando: ¿qué había en él que hacía que ella tuviera tanto miedo?, ¿cómo podría estar Ran para hacer que la reacción de Kazuha fuera tan desproporcionada y tan injusta con él? No podía entender nada. Siempre había intentado mantenerla al margen, pero ni siquiera su mayor esfuerzo sirvió para evitar que ella se alejara de él. ¿Cómo podía demostrarle a una persona que se equivocaba si no le daba la oportunidad de hacerlo? La respuesta era muy sencilla, tanto que le dolía en el alma tenerla tan cerca de su pregunta: no podía. Sin poder evitarlo, con el corazón roto y la cabeza llena de dudas, volvió a la residencia familiar de los Kudo, sabiendo que alguien le esperaba despierto, y no se equivocaba. Todas las luces estaban apagadas menos la de la biblioteca en la que su amigo había pasado tantísimo tiempo desde que era un crío demasiado maduro para su edad. Suspiró al cerrar la puerta principal y se dejó caer a los pies de la misma, sin molestarse en encender las luces del recibidor, aunque alguien solucionó ese problema en cuestión de un minuto.
— Hattori.
El aludido negó con la cabeza como si aquella persona que había pronunciado su nombre le acabara de preguntar que si todo había salido bien. Kudo guardó un silencio amargo. Sabía que Kazuha había llegado muy alterada, pero tenía la esperanza de que él había conseguido calmarla.
— Creo que la he perdido. No "creo". La he perdido.
— ¿Cómo dices?
— Sí… Me ha dicho que se va de Osaka, que se asegurará de que nunca le haga daño.
— ¿Qué? —El detective de Tokio no podía salir de su asombro. — Hattori, eso es porque está enfadada, se le pasará. Ella… lo entenderá.
— No. —Sentenció apoyando la cabeza en la puerta. — No volverá. No había enfado en sus ojos, había decisión. No era una decisión de las que se toman sin pensar. Lo decía en serio.
Ambos guardaron silencio, entendiéndose, intentando encontrar las palabras para decir "te entiendo, sé por lo que estás pasando", pero sentían que las palabras no podrían servir para expresar su dolor compartido.
— Hattori, yo… Lo siento, de verdad.
Él no contestó.
— No deberías estar pasando por esto, era mi guerra, no la tuya. No quería…
— No me arrepiento. Fue mi decisión, también, Yo elegí ayudarte, y no me arrepiento. No tienes que disculparte.
Shinichi se sentó a su lado, por primera vez, dejando ver aquella pena que consumía su corazón desde la pelea con Ran.
— ¿Pensabas que esto iba a ocurrir? —Le preguntó el moreno. — ¿Que ella se lo tomaría así?
Él suspiró y esbozó una sonrisa triste y sarcástica.
— No, siempre me mantuve optimista. Sabía que no se lo tomaría bien, es decir, ¿quién podría tomarse bien algo así? —Dijo entre risas nerviosas y respiraciones fuertes que escondían sus ganas de romper a llorar. — Yo… Yo creía que todo iba a salir bien. Que podríamos superarlo juntos, pero… — Él tragó saliva.
— Ya… Lo entiendo.
— ¿Te has planteado qué vas a hacer?
— ¿A qué te refieres?
— Al futuro. Quiero decir, hemos terminado la secundaria. ¿Qué vas a hacer ahora?
— ¡Ah! Pues creo que ingresaré en la academia de policía e intentaré establecerme en Osaka.
— Ajá…
— ¿Por qué?
— Solo preguntaba.
— ¿Qué piensas hacer tú?
— Mis padres me han ofrecido irme con ellos e intentar acceder a la Interpol mediante el contacto de mi padre.
— ¿Así que te vas?
— No, no, nada de eso. Mi sitio está aquí, en Japón. Y creo que ingresaré en la academia de policía e intentaré establecerme en Tokio.
— ¿Estás intentando meterte conmigo?
— No, simplemente me ha gustado cómo lo has dicho.
Heiji rió y miró al frente, olvidando por un segundo su tristeza.
— ¿Eso quiere decir que seremos compañeros de piso hasta que rivalicemos por el puesto de inspector?
— No, estoy seguro de que acabarás trabajando para mí.
— No, ni de coña. Ni lo pienses por un segundo. No. Absolutamente no.
Shinichi sonrió.
— Creo que podemos apoyarnos. No me parece mala idea entrar en la misma academia y compartir casa unos años. Ya veremos cómo se desarrollan los acontecimientos.
— ¿Qué demonios estás diciendo?
— ¿Eh?
— ¿Me estás pidiendo que me vaya a vivir contigo?
— No, idiota.
— Yo creo que sí. Pero, ¿sabes? No me parece mala idea entrar en la misma academia y compartir casa unos años.
Kudo sonrió de nuevo antes de levantarse.
— ¿Dónde vas?
— A la cama. No pienso quedarme toda la noche escuchando cómo te quejas.
— Vaya, qué gran amigo.
— No creo que sea eso lo que necesites.
— Ya, ya, ahora pon excusas.
— No tengo que hacerlo, simplemente era una aclaración. Buenas noches, Hattori.
— Sí, Kudo… Buenas noches.
Pese a que ambos estaban destrozados psicológicamente, habían logrado sentir apoyo en su amigo y conseguir fijar un objetivo común que mantendría sus cabezas ocupadas por algún tiempo. No podían pedir más.
A la mañana siguiente, Kazuha y Sonoko fueron al hospital muy temprano para que los padres de su amiga pudieran descansar. Se cruzaron con ellos en el pasillo que daba a la habitación de la karateka y les pidieron que se retiraran tranquilamente, que ellas se encargarían de cuidarla y de transmitirles la información sobre su salud a cada momento. La chica rica llamó a la puerta con delicadeza y, aunque no pudo oír la voz de su amiga desde el interior, abrió la puerta despacio. En la cama, mirando por la ventana, se encontraba ella, pálida y ojerosa.
— ¡Ran!
La aludida giró la cabeza hacia su dirección y recibió a sus amigas con la sonrisa más dulce que pudo.
— Ah, Sonoko-chan, Kazuha-chan, me alegro de veros.
— ¿Cómo te encuentras?
— Mejor.
— ¡Vaya susto nos has dado!
— Sí, sí, lo lamento muchísimo. No era mi intención haceros daño.
— ¿Qué dices, Ran-chan? —Intervino la chica de Osaka con compasión. — ¡No ha sido tu culpa!
En ese momento, la chica pudo percibir la imagen completa de su amiga. Al igual que ella, estaba muy pálida y tenía las ojeras muy marcadas, los ojos rojos e hinchados, por lo que sabía perfectamente que no había dormido nada porque se habría pasado la noche entera llorando, ¿por ella, por Hattori? ¿Habrían vuelto a discutir?
— ¡No, no, claro que no ha sido tu culpa! —Se apuró a apoyar Sonoko. — ¡Tú solo tienes que relajarte y descansar, ¿vale?! No pienses en otra cosa que no sea tu salud, ¿está claro?
— Sí, sí, está claro. —Respondió Ran con una sonrisa.
El ambiente jovial y cariñoso se vio alterado por el sonido de unos nudillos golpeando la puerta, acción que hizo que a las tres se les encogiera el corazón de golpe al pensar en la simple posibilidad de que Kudo se hubiera apersonado en la habitación del hotel para hablar con la chica.
— ¿Q-quién será?
— No lo sé…
— ¡Tú, idiota! —Gritó Sonoko enfadada dirigiéndose hacia la puerta. — ¡Más te vale que sea importan…
Al abrir la puerta, vio a un doctor un poco extrañado.
— ¿Mouri Ran?
— ...te! —La chica se quedó impactada al ver al joven y atractivo doctor que preguntaba por su mejor amiga. —¿Pero quién es usted y dónde ha estado escondido hasta ahora?
— ¡Discúlpela! —Se apresuró a decir Kazuha, pero frenándose en seco al ver el rostro casi perfecto del doctor extranjero que aún continuaba fuera de la habitación. — Ay, madre
Ran, muerta de vergüenza por la actitud de sus amigas pidió perdón y se presentó ella misma,
— ¡Ah, es usted! —Dijo sorteando con educación a las jóvenes. — Soy el doctor Nicholas Miller, puede llamarme Nick-sensei si lo desea. Soy aprendiz jefe de la unidad de psiquiatría del hospital.
— Mucho gusto.
— El gusto es mío, señorita. —Los finos modales del hombre, ligado a su atractivo físico, estaban consiguiendo conquistar a las dos visitantes. — Me gustaría hacerle una entrevista personal previa al tratamiento psiquiátrico, aunque he de decirle que lo más recomendable es una terapia conjunta con un psicólogo.
— Disculpe, pero en unos meses tengo planeado mudarme a otro lugar para la Universidad… ¿cree que será posible?
— Todo depende de su progreso, pero quiero creer que no habrá ningún problema. ¿Qué desea estudiar?
— Organización de eventos en la Universidad de Aomori.
— ¡Guau! Suena muy bien. Hagamos nuestro mejor esfuerzo para que nada le impida hacerlo, ¿de acuerdo?
— ¡Por supuesto!
— Me gusta su entusiasmo. Siga pensando en positivo.
— Gracias, doctor.
— La entrevista la haremos mañana a la misma hora, ¿de acuerdo? Una enfermera la avisará.
— Sí, doctor.
— He de irme a continuar mi ronda, señorita Mouri. Cuídese.
— Sí, doctor, eso haré.
Tras esa breve conversación, el doctor hizo una reverencia corta y se retiró de la habitación.
— ¿Habéis visto eso? —Preguntó Sonoko con los ojos completamente abiertos.
— ¡Madre!
— ¿Existe un tío más bueno que ese?
— ¡Si lo hay yo no lo he visto! —La apoyó Kazuha.
— ¡Sonoko! —La regañó Ran. —¿Y qué pasa con Kyogoku-san?
— ¡Déjame disfrutar mientras sigo soltera!
Las dos amigas miraron con curiosidad a la tercera, sin saber exactamente a qué se refería.
— ¿Qué quieres decir?
— Ran, la verdad… mierda… —La chica del pelo corto se dejó caer a los pies de la cama. El asunto parecía serio por lo que Kazuha se acercó mientras Ran se incorporaba.
— Esperaba poder decirte esto cuando salieras del hospital…
— Sonoko…
— ¿Quieres decir que habéis terminado?
— ¿Qué? ¡No! —Respondió poniéndose muy colorada. — ¡Makoto y yo nos hemos prometido!
Les tomó unos segundos reaccionar, pero enseguida comenzaron a gritar de emoción.
— ¡TE VAS A CASAR! ¡NO PUEDO CREERLO!
— ¡FELICIDADES, SONOKO-CHAN!
— ¡ESTOY TAN FELIZ POR TI! —Exclamó Ran completamente emocionada.
— ¡Shhhhhhh! ¡Estamos en un hospital! —Intentó acallarlas la heredera Suzuki.
— ¡Es verdad, es verdad! —Dijo Ran intentando tranquilizarse.
— Nos hemos dejado llevar por el momento...
— ¿Cuando será la boda?
— Es un compromiso a largo plazo. —Aclaró intentando restarle importancia. — Primero queremos graduarnos de la universidad. Además, le han concedido una buena beca de deportes en una universidad extranjera.
— ¡Ah, sí!
— ¿Y no te han ofrecido una a ti también? Eres la campeona de Tokio.
— Todavía no porque el torneo estatal es la semana que viene, por lo que creo que los cazatalentos deportivos estarán allí.
— Oh, ¿te va a dar tiempo a participar?
— No puedo pelear mientras tomo medicación. —Dijo negando con la cabeza. Sus amigas reaccionaron con tristeza. — Pero yo no necesito una beca deportiva.
— ¿Eh? Pero si es una oportunidad genial…
— Sí, pero decidí que quería quedarme en Japón.
— Pero…
— Está bien así.
El sonido del repicar en la puerta interrumpió la conversación de las chicas.
— Disculpen, el horario de visita acabará pronto.
— Sí, claro, disculpe.
— Ya nos vamos. —Kazuha se acercó a la cama y le dio un beso en la frente. — Vendremos a verte pronto.
— Claro. ¿Cuándo vuelves a Osaka?
— En dos días. Aunque puedo quedarme algo más de tiempo, si lo necesitas.
— No te preocupes por mí, ve tranquila.
— Podemos hablarlo después.
— Claro.
— Hasta luego, Ran. Vendré mañana, ¿vale? —Le dijo su amiga en la infancia alcanzando su bolso.
Unos días más tarde, los padres de la karateka se acercaron a recoger a su hija en un coche alquilado por el padre. En el camino a casa, Ran estaba extrañamente callada, por lo que su madre empezaba a preocuparse.
— Ran, ¿te encuentras bien?
— Sí.
La abogada miró de reojo a su exmarido intentando averiguar si debía continuar insistiendo.
— ¿Qué te preocupa, hija? —Intervino su padre.
Instintivamente, los ojos de la chiquilla se posaron en una tarjeta blanca con letras azules. "Rena Shira. Psicóloga."
— No, nada.
Pese a su negativa, ambos supieron de qué se trataba. Era evidente que Ran se sentía completamente abstraída en la idea de que ir al psicólogo suponía declarar abiertamente que Shinichi había hecho una herida muy profunda en su corazón y que su estabilidad mental era mucho más frágil que su amor hacia él. La entristecía que, pese a todo, lo amaba con todo su ser; no le importaba el daño, ni la mentira. Lo quería. Estaba enfadada consigo misma porque no había conseguido apartar de su mente la imagen del detective y casi le era imposible reprimir las ganas de ir corriendo a su lado. Era como un imán: la atraía con tanta fuerza que no podía resistir. Pero había cambiado. Pese a que quería verle y a que lo amaba, había decidido que, por una vez, ella se pondría a sí misma primero y se cuidaría.
— Te irá bien. —Dijo su madre. —Llamaré para acordar una cita.
— Puedo hacerlo yo.
— No tienes que preocuparte.
Ella asintió.
Asistió a varias sesiones de terapia y alcanzó cierto grado de intimidad con la profesional durante el mes siguiente.
Miró el reloj. Había llegado un poco más temprano de lo habitual. Intentó distraerse con la decoración del pasillo y la puerta principal del lugar de la terapia, pero estaba extrañamente nerviosa. Pensó que quizás podía esperar en el coche con su padre, pero tardaría demasiado en llegar al estacionamiento donde él la esperaba. No pudo evitar pensar en su situación. Su padre había cerrado la agencia de detectives Mouri y había vuelto a su trabajo como policía. Su madre había alquilado una casa cerca de ellos y acudía a verla frecuentemente. Una sonrisa triste apareció en su rostro. Los había hecho sufrir mucho últimamente.
— ¿Has oído lo de Kid?
— ¿Eh?
La conversación de un par de chicos que salían de una puerta contigua llamó su atención.
— Va a volver a robar. Esta vez en el museo nacional de Beika.
— ¿En el museo? ¿Qué quiere de ese museo? No hay joyas allí.
— Sí, la familia Suzuki ha hecho una de las suyas y ha organizado una exposición de las joyas de la corona británica. Esta vez ha puesto su ojo en la Tiara Poltimore.
— ¿Cuándo?
— Esta noche, a medianoche.
— ¡Genial! ¿Vamos a verlo?
En ese momento, los chicos se dieron cuenta de la presencia de la muchacha que esperaba en el pasillo y se apresuraron a hacer una reverencia en señal de respeto. Ella les devolvió el gesto.
— "¿Kaito Kid?"
Era cierto que había escuchado que el ladrón había vuelto a mandar un mensaje de aviso, pero no sabía que la familia Suzuki tenía algo que ver.
— "Ahora que lo pienso, ¿por qué Sonoko no ha dicho nada de ir? Ella siempre se empeña en forzar encuentros con Kid… —Entonces se dió cuenta. Probablemente, el tío de Sonoko le había pedido que llevara a Conan, por lo que ella le contaría la verdad. El anciano le habría dicho que invitaría al detective adolescente, ella se habría negado en rotundo, habrían discutido y Sonoko habría zanjado la conversación diciendo que no contara con ella.
— "Seguro que es eso…"
La puerta de la consulta de psicología se abrió para dejar salir a una chica que lloraba vivamente. Ambas repararon, se miraron y se sorprendieron al ver su parecido físico.
— ¿Quién…? — Comenzó la chica.
Las chicas se miraron con curiosidad y asombro. ¿Cómo podían ser tan parecidas?
— ¿Ran? ¿Ya has llegado?
— Doctora Shira.
— Pasa, siéntate. Debo ocuparme de ella un momento, ¿es un problema?
— No, doctora, puedo esperar.
La chica entró a la sala de espera y podía escuchar sollozar a la otra. De repente, escuchó que la psicóloga se adentraba y se dirigía al teléfono para marcar un número. Esperó un poco.
— ¿Inspector Nakamori? Soy la doctora Shira. Le llamo porque necesito que recoja a Aoko. Sí, está muy nerviosa.
¿Inspector Nakamori? Le recordaba claramente y, sin poder evitarlo, volvió sus ojos a la chica que continuaba llorando. Sintió una punzada en el pecho. Le recordaba mucho a ella. Nakamori… ¿Aoko?
— ¿Puede enviar a alguien? Sí, espero. —La mujer se giró para comprobar el estado de la muchacha. — Sí, de acuerdo.
Unos diez minutos después, un agente de policía llegó para recoger a Aoko y, probablemente, llevarla al hospital para que le administraran algún medicamento. Sin saber exactamente por qué, la karateka se sintió extrañamente conectada a esa chica.
— Discúlpame, Ran. —Dijo la doctora cerrando la puerta detrás de sí cuando se despidió del hombre. — Necesitaba ayuda.
— ¿Esa chica es la hija del inspector Nakamori?
La psicóloga dudó.
— ¿Conoces al inspector Nakamori?
— Sí, mi padre ha trabajado varias veces con él por lo de Kaito Kid.
— Cierto, tu padre suele colaborar con la policía, ¿no es así?
— Sí, bueno, ha vuelto al cuerpo recientemente. No sé si han vuelto a coincidir. ¿Se encuentra mejor?
— No lo creo, la verdad. —Suspiró. — La verdad es que me recuerda mucho a ti. Era su primera vez en terapia, ¿sabes?
— Sí, a mí también me afectó mucho.
— Sí… —De hecho, en esa ocasión la doctora también tuvo que llamar al padre de Ran. — Ella tiene un problema parecido al tuyo.
— Ah…
— ¿Cómo has estado esta última semana? —Dijo abriéndole la puerta hacia la sala principal en la que solían trabajar.
Ran se levantó y se dirigió hacia ella.
— Bastante bien. Me han aceptado en la universidad de Aomori, finalmente.
— ¡Eso es estupendo! Cuéntamelo todo.
Ese mismo día, Shinichi y Heiji se ocupaban de los últimos detalles antes de la noche del enfrentamiento con Kid. Esa situación les daba una ventaja clara frente al rival: dos detectives contra un ladrón cuyos trucos comenzaban a repetirse, aunque el público no lo apreciara, en un entorno que controlaban a la perfección. Hattori notó a Kudo muy inquieto, mirando a todas partes y dedujo que estaba intentando encontrar a Ran entre el personal. Hacia más de un mes que no sabía nada de ella y no podía ni siquiera imaginar el sufrimiento por el que estaba pasando su amigo y rival. Era cierto que él mismo no había visto a Kazuha, pero sabía que se encontraba bien gracias a que los padres de ambos interpretaron la separación como un enfado temporal.
— ¡Ah, el detective ese tan famoso! —Un anciano acompañado de un perro se adentró en la habitación.
— ¿Y este quién es? —Preguntó disimuladamente el de Osaka.
— Suzuki Jirokichi, es el primo del padre de Sonoko.
— De la niña rica, sí.
— Encantado de verle de nuevo, Suzuki-san. —Lo saludó cordialmente.— Yo soy Kudo Shinichi y este de aquí es un detective de Osaka, Hattori Heiji.
— Hola.
— Muy bien, ¿cómo vamos a atrapar a Kid?
— Eso es asunto de la policía, Suzuki-san. —Dijo un policía uniformado que acababa de identificarse ante el personal de seguridad. — Usted y los niñatos que juegan a ser detectives pueden irse a la sala de vigilancia y observar cómo trabajan los profesionales.
— Inspector Nakamori. Usted no sería capaz de reconocer a Kid aunque lo tuviera delante. Además, lleva años intentando arrestar a ese delincuente.
— ¡Pero esta vez es diferente, ¿no lo ve?!
— ¿ Ah, sí? ¿En qué es diferente?
— Pues esta vez…
El detective de Tokio observó con detalle al inspector. No sabía qué, pero algo no estaba bien en el inspector Nakamori.
— ¿Qué son esos gritos? —Preguntó Heiji acercándose a una ventana.
— ¿Eso? Fans de Kid.
— ¿Fans?
— Ese tío es muy conocido y querido.
— Pero si es un criminal.
— Yo tampoco sé qué ocurre.
— ¡Suzuki-san, tiene que dejar que las cámaras graben!
— No, no. Dije que no más de 10 personas en la sala.
— ¡Pero, señor!
— Pueden grabar desde detrás de las rejas de seguridad.
— ¿Ehhhh? ¡Pero no se verá bien!
— Me da igual, no es mi problema.
— ¡Oiga, espere!
— Suzuki-san, sería mejor si contara con más efectivos.
— Parece que no ha aprendido absolutamente nada, Nakamori. Ninguna persona es de fiar. Más gente significa más oportunidades de que se camuflaje. He dicho que vamos a ser diez. Vamos, Lupin, la hora se acerca. — Dijo alegremente. El perro, en respuesta, ladró y le siguió de cerca.
— Vaya viejo excéntrico…
— Sí… Es su sello personal.
— ¿Cuánto queda?
— 26 minutos para las 12.
— Aún queda un poco, deberíamos investigar.
— Sí, adelántate, yo quiero hablar con el viejo.
— ¿Eh? —El de Osaka estaba confuso. —
¿Para qué?
— Vete, vete. —Dijo empujándolo con suavidad, haciendo que supiera el motivo.
— No deberías, Kudo.
— Lo sé, lo sé.
— ¡Pues no seas idiota!
— Cállate, no puedo evitarlo.
— Eres terco como una vaca.
— Sí, sí, di lo que quieras.
— Bueno, pues no me empujes, sé andar yo solo.
— Oid, vosotros.
— ¿Eh?
— ¿Qué habéis hecho ahora? — El inspector Nakamori se les estaba acercando con rostro serio.
— ¿Eh? ¿A qué se…?
— ¿Dónde están el detective Mouri, las dos chicas y el niño de las gafas?
— Eh, pues…
— ¡No me gustan los cambios! —Les gritó. — ¿No seréis Kid?
— ¿Qué? ¡No! —Se apresuró a contestar Hattori.
— ¡Dejad que os pellizque la cara!
Tras intentar quitar la inexistencia careta de la cara de los detectives, el inspector Nakamori concluyó que no se trataba del misterioso ladrón.
— ¡20 minutos!
— Que nadie entre o salga de aquí sin mi permiso. Comprobad puertas y ventanas. Identificad a cualquiera que se acerque a menos de 20 metros de la valla de seguridad. No perdáis de vista a los que os rodean.
— ¿Crees que ya está entre nosotros? — Preguntó Heiji a su amigo dejándose caer contra la pared más alejada de los medios de comunicación.
— Por supuesto que está aquí. —Contestó Shinichi imitándolo.
— ¿Quién crees que puede ser?
— No descartaría a nadie, si te soy sincero. Ni siquiera a ti.
— ¿Crees que soy Kid? —Preguntó con tono burlón.
— No, pero si lo eres, tenemos mucho de qué hablar.
— ¿Eh?
— ¡15 minutos!
— ¿Qué quieres decir?
— Nada en especial.
— Ya, sí, no cuela. Explícate.
— Esperaba que Kid supiera algo.
— ¿Algo? ¿De qué? —Shinichi lo miró directamente a los ojos, los cuales estaban repletos de tristeza. — Ah, entiendo… ¿Por qué iba a saberlo él?
— Quizás pensaba hacerse pasar por mi y había investigado algo.
— Te empeñas en torturarte.
— Ya, puede que parezca eso, pero no puedo evitarlo. No me sentía así de perdido desde que me convertí en Conan, ¿sabes? Llevo un mes pensando qué puedo hacer para recuperarla y todos los caminos me llevan al mismo punto: no puedo recuperarla. Y me está matando. No sé si está bien, si necesita mi ayuda, si piensa en mí, si quiere verme o si me odia. Pero, Hattori, si hay una mínima posibilidad de hacer que me perdone, lo haré. Me da igual si me va la vida en ello, me estoy volviendo loco.
— Kudo…
— Y lo peor del asunto es que lo merezco. Yo llevo un mes en una situación que yo he provocado. Ella estuvo dos años sin saber de mí sin saber por qué.
— No puedes echarte la culpa de todo. No te hace bien.
— Lo sé. Pero, ¿qué más puedo hacer? Ni siquiera puedo hablar con ella.
— ¡10 minutos!
— Todo listo, a sus posiciones. —Ordenó el inspector de policía.
— ¡Sí! — Respondieron a coro sus hombres.
Los diez minutos transcurrieron entre un clima de tensión y nerviosismo habitual en esos casos. Hicieron una cuenta atrás y, cuando quedaban cinco segundos para la hora prevista, las luces se apagaron de golpe, forzando a la policía a alumbrar la joya con los potentes focos. Sin embargo, se dieron cuenta de que el mecanismo secreto activado por el señor Suzuki se había disparado, y una red de 8 metros rodeaba la vitrina de cristal.
— ¿Cómo es posible que haya tocado el cristal protector y haya escapado de la red de metal? —Preguntó el anciano escandalizado.
— Le dije que debíamos haberla metido en una caja de seguridad en un cuarto lleno de policía.
— Se equivoca, inspector. — Una figura elegante se posó sobre la caja de cristal grueso que protegía la joya británica. — Esta preciosa tiara hubiese sido mía en cualquier situación posible.
— ¡KID!
— Ladies and Gentlemen, bienvenidos a mi show de magia. Aunque… —El ladrón hizo gestos de estar buscando a alguien. — Hoy no hay mucho público.
— ¿Qué habéis idiotas? A por él.
— Ah-ah-ah. —Dijo negando con la cabeza. — ¿Qué ha pasado aquí hoy? ¡Pero si es el famoso detective!
— Veo que tienes ganas de conversar. Podemos hablar todo lo que quieras cuando estés entre rejas. Prometo ir a visitarte.
— Mi querido detective, ¿dónde está la chica rubia que se muestra tan favorable a mi persona?
— Te ha superado. Lo siento. —Dijo con ironía. Sonoko, que veía el especial desde casa, no pudo evitar gritar de alegría al ver que su querido Kid sabía perfectamente quién era ella y que no estaba allí esa noche.
— ¡Parece que Kid-sama está teniendo una conversación con el famoso detective adolescente Kudo Shinichi!
Aprovechando que, gracias a la agitada prensa nadie podía oirlos, Kid continuó la breve conversación con el detective. — ¿Y nuestra preciosa princesa? —Shinichi no pudo evitar que su rostro se ensombreciera. — ¿Acaso te ha dejado? —Dijo con ironía, pero pudo ver cómo Hattori le había señas para que no continuara por ahí. — ¿¡TE HA DEJADO!?
— PERO, ¿QUÉ ESTÁ PASANDO? —Gritó escandalizado el viejo. — ¡Detenedlo!
— Bueno, parece que mi trabajo aquí está hecho. —Dijo guardando con cuidado la tiara dentro de su chaqueta blanca. —Espero que hayan disfrutado del…
De pronto, todo se volvió caos. La gente gritaba y corría en un intento desesperado de ponerse a salvo tras el horrible sonido que continuaba haciendo retumbar sus oídos.
— ¿Qué diablos ha sido eso? —Preguntó el inspector totalmente confundido.
— Han disparado. —Concluyó Shinichi.— Kid está herido.
— ¿Cómo?
— ¡Encontradle! ¡Tiene que haber sangre cerca!
Kid escuchaba cómo los policías le buscaban frenéticamente y, para su suerte, aún no habían pensado buscarlo en la estrecha taquilla en la que guardaban los útiles de limpieza.
— Esto es malo… ¡Joder! —Exclamó lleno de rabia, comenzando a ver borroso debido a la pérdida de sangre. — No van a tardar mucho en encontrame… Se acabó. Lo siento, papá.
Sintiendo los pasos de varias personas en su dirección, cerró los ojos con fuerza, esperando a que abrieran la puerta y lo encontraran allí. No tendría oportunidad de escapar. Y ese momento no tardó en llegar. Cegado por la luz y asustado, se quedó inmóvil.
— Así que estaba aquí todo el tiempo.
— No me equivocaba.
Reconoció esa voz al instante.
— Kudo-kun.
— Iré a llamar al Inspector Nakamori.
— ¡No, espera! —Le suplicó arragándolo de la manga.— Yo… Tengo un buen motivo para robar. Lo juro.
— Eres un criminal.
— No, no lo soy. Puedo explicarlo. Necesito tu ayuda.
— Si te dejo, ir, te escaparás.
— ¡No, no puedo ir a ningún hospital! —Razonó entre gemidos de dolor. — Haré lo que digas, lo prometo.
Heiji y Shinichi se miraron con cierta duda.
— La Organización de Negro sigue activa. —Dijo llamando la atención de los detectives. — Tengo pruebas.
— ¿Qué quieres decir? —Preguntó escandalizado el de Osaka.
El detective de Tokio cerró rápidamente la puerta.
— ¿Dónde vas?
— A sacarlo de aquí. Nos lo llevamos a mi casa.
