Capítulo 7

El inspector entró atropelladamente en su despacho, con la respiración entrecortada, y tomó a Kogoro por los hombros, zarandeándolo.

—¿En qué está pensando, mameluco?

— ¿Eh?

— ¿Sabe en el lío en el que me puedo meter si algún superior se entera de que estoy reteniendo a una cría en mi despacho?

Kogoro imitó su postura y comenzó a zarandear a su jefe.

— ¡La verdadera pregunta es cómo diablos vamos a sacarla de aquí sin que nadie la vea!

—¿Qué dice, idiota? ¡Si ya la ha visto todo el departamento!

— ¿¡Cómo!?

— ¡Disculpad! —Exclamó Ran haciendo una pronunciada reverencia que acompañaba su disculpa. —¡Os estoy causando muchos problemas, no debería haber venido! ¡De verdad que lo siento mucho!

Los hombres cesaron la discusión al instante.

–¡No, no, no digas eso! —Se apresuró a decir Megure sabiendo la desesperación que había sentido el señor Mouri todos aquellos años en los que su hija no había estado cerca.

— ¡Eso, eso, ha sido la sorpresa, y…!

Un suave toque en la puerta hizo que los hombres enmudecieran, mientras que Ran se inclinó levemente intentando ver a través de la pequeña ventana.

— ¡Vuelve después!

— Inspector, le traigo los informes preliminares de la autopsia del secretario de la empresa de ordenadores.

— Detective Takagi, —suspiró aliviado— no me dé esos sustos…

— ¡Lo siento, Inspector, no sabía que estaba en una reunión!

— ¡ESO ES! —Exclamó el jefe recordando que los únicos del departamento que estaban llevando ese caso eran Takagui y Mouri. Le hizo un gesto a la chica para que se sentara en una silla que quedaba de espaldas a la puerta. Exhausto por el nerviosismo, Mouri se apoyó con una mano sobre el escritorio, cerca de Ran.

Megure se acercó a la puerta y susurró. — La mujer del hijo del presidente de la empresa ha venido expresamente a declarar. Ha sido totalmente inesperado, pero tengo que atenderla porque podría dar información relevante para el caso. Luego le daré más detalles.

— ¡Ah! Entiendo, entiendo. Siento interrumpirle, Inspector.

— Tardaré poco, le he pedido a Mouri que se encargue él.

— Sí, señor.

El inspector se aseguró de darle la bienvenida a la chica y de preguntarle cómo había estado su vida los últimos años. Ella se mostró tranquila y participativa en la conversación, pero no podía evitar mirar a su padre a los ojos intentando leer lo que escondía tras una cara seria no demasiado habitual.

— ¿Has llamado a tu madre? —Interrumpió la conversación. Megure lo miró con sorpresa.

— Sí, pero no he podido contactar con ella. Le dejé un mensaje a su secretaria.

— Deberías haber ido a su despacho primero.

Ran lo miró sin entender nada.

— Tu madre está muy preocupada.

— ¿Preferías que no hubiera venido, papá?

— ¡No, no! No es eso en absoluto, simplemente… —Tragó saliva sin saber porqué había sacado el tema.

— Hablaré con ella.

— Sí, eso estará bien.

— Bueno, creo que he de irme, ya se está haciendo tarde. —Dijo sin mirar el reloj de su muñeca, gesto que, por supuesto, Megure advirtió.

— ¿Ya te vas?

— Sí, quizás podamos reunirnos para cenar mamá, tú y yo algún día. —Contestó levantándose de la silla con cuidado.

— Claro, me parece estupendo.

— Un placer verle de nuevo, Inspector Megure.

— El placer es mío, Ran.

— He de irme. —Dijo con voz dulce sacando de su bolso unas gafas de sol.

— Ten cuidado.

— Lo tendré. Adiós.

— Adiós, Ran.

La joven abrió la puerta y abandonó la sala, dejándolos sumidos en un silencio sepulcral, aunque duró poco tiempo: Megure le dio un codazo en las costillas a su subalterno.

— ¡Idiota! —Le dijo.— ¿Por qué le ha dicho eso?

— ¿Eh?

— ¿¡No sabe mantener la bocaza cerrada!?

— ¿¡Qué dice!? —Preguntó Kogoro sin entender nada.

— ¡Bah, vuelva al trabajo! Ya ha estado haciendo el vago demasiado tiempo.

— Sí, señor…

Takagi se había visto rodeado de varios policías a su salida del despacho.

— ¿Qué hacéis todos aquí?

— ¿Y bien?

— ¿Eh?

— ¿Quién es la mujer que está ahí dentro, Takagi-san?

— ¿Es otra amante de Mouri-san?

— ¿La mujer que está ahí…? ¡Ah! ¡No, no! Es testigo de un caso que estamos llevando Mouri-san y yo.

Una sonora queja resonó entre los compañeros que se habían agolpado a la salida del despacho en busca de respuestas y que, sabiendo que se podían meter en un gran lío si el Inspector Megure descubría que continuaban intentando descubrir quién era aquella mujer, comenzaban a regresar a sus puestos de trabajo.

— ¿Eh? ¿Dónde vais todos?

— A trabajar, ¿a dónde si no?

— ¿Es un caso que están investigando, Detective Takagi?

El aludido buscó con la mirada el dueño de aquella voz que le resultaba algo familiar, aunque no sabía de quién.

— ¿Quién…? —Lo miró con curiosidad, reconociendo en aquel hombre a un adolescente entrometido de Osaka. —¿Hattori…-kun?

— ¡El mismo!

— ¿Qué haces…?

— Trabajo aquí, soy nuevo junto a Kudo y a ese de ahí, Kuroba…

— ¿Kudo-kun? ¿Kudo-kun está aquí? —Dijo emocionado, buscándolo entre todas las caras conocidas.

—No, él ahora mismo está…

— ¡Enfermo! —Dijo Kaito, aún enfadado por su enfrentamiento con Shinichi.— Ese idiota tiene una enfermedad muy grave.

— Oh, vaya, espero que se recupere.

— ¡Ojalá lo haga de una maldita vez!

Heiji sacudió la cabeza en un intento de decirle que olvidara sus palabras.

— Detective Takagi, ¿podría darme algunos detalles sobre el caso?

— ¿El del secretario de la empresa de ordenadores?

Él asintió con la cabeza.

— Pues… —Dijo llevándose la mano al mentón para pensar.— Es una empresa dirigida por una de las familias más poderosas de todo Japón, creo recordar que es el clan Hirioka, hicieron una fortuna gracias a la innovación tecnológica. Hace 3 semanas recibimos un aviso de que el secretario, el hijo del presidente, fue encontrado muerto en circunstancias sospechosas. Queríamos hablar con toda la familia, pero no pudimos contactar ni con la esposa de uno de los hijos, ni con el nieto. Al parecer, la mujer ha venido a declarar voluntariamente, aunque no sé qué habrá contado.

— Entiendo, entiendo. Muchas gracias por su tiempo, detective.

— No tienes que darlas, Hattori-kun. Ya nos veremos por aquí, ¿de acuerdo?

— ¡Claro que sí! —Dijo con una amplia sonrisa que desapareció en cuanto su ahora compañero de trabajo desapareció de su vista.

— ¿Qué te ocurre?

— Todo esto huele muy mal.

— ¿Eh? ¿El qué?

— ¿Por qué ha ido voluntariamente si no habían podido contactar con ella antes?

— ¿De verdad te interesa eso cuando no sabes absolutamente nada del caso?

— ¿Eh? Por supuesto que sí, soy detective.

— Eres imbécil.

— ¡Ya salen! —Heiji disimuló su curiosidad tomando una carpeta con folios en blanco y fingiendo releerlos con Kaito. —¿Y tú qué crees que es? ¿Un suicidio o un asesinato a puerta cerrada?

La mujer rubia con gafas de sol saludó con respeto a los policías que se encontraban cerca del despacho de Megure y se dirigió a la salida, llamando inevitablemente la atención de los más jóvenes del departamento.

— ¿Pero qué demonios estás diciendo, idiota?

Ran y Heiji cruzaron miradas y ambos sintieron un pinchazo en el corazón, puesto que se reconocieron inmediatamente.

— ¿Ran?

Ella simuló no haber oído su nombre y mantuvo el ritmo.

— ¿Tú estás igual?

— ¿Eh?

— ¡Está en Aomori, ya lo has escuchado! —Se quejó el antiguo mago.

— Pero era ella. No hay duda.

— Hattori. —Le llamó la atención con semblante serio.— Sabes que Kudo no está bien. No puedes darle falsas esperanzas.

— ¡Pero era ella!

— ¡No, no lo era! Que una persona se parezca a otra no significa que sean la misma.

— No tengo pruebas, pero sé…

— Hazle un favor a Kudo y no le digas esto. No quieres volver a verle hundido. —Dijo levantándose de su asiento.— Necesito un café, la cabeza me va a explotar.

— Sí, ya… ¡Espera, voy contigo!

Ran mantuvo la calma hasta que llegó al ascensor. Nadie entró con ella para su suerte, por lo que pudo dejar que los sudores fríos que recorrían su espalda la invadieran. La sensación de pánico se apoderó de ella y se llevó las manos a la cabeza intentando entender qué demonios hacía Hattori en el mismo departamento que su padre.

— ¡Es mi culpa! —Dejó escapar con rabia. —¡Yo les dije a las chicas que era buena idea pedir el traslado a Tokio! ¿Qué voy a hacer ahora?

La chica se llevó la mano al bolso y le escribió a Aoko 5 palabras en mayúsculas: "TENEMOS QUE HABLAR, ES URGENTE".

Como pudo, se recompuso, avecinando su llegada a la primera planta del edificio.

"— ¿Qué hora es, maldita sea?" —Pensó buscando desesperadamente un reloj de pared, aunque su teléfono sonó repentinamente, borrando de su cabeza el pensamiento que había seguido a aquel.

— ¡AOKO! —Gritó saliendo del edificio.

— ¿Ran, qué te ocurre? —Preguntó una voz cargada de preocupación.— ¿Qué pasa?

Confundida, miró la pantalla de su móvil.

— ¿Sonoko?

— ¡Ran! ¿Estás bien? ¿Quieres que vaya a recogerte a algún sitio? ¡Por Dios! ¡Solo te pido que no me des estos sustos, no creo que…!

Ella se apartó del dispositivo y tomó aire para tranquilizarse. Hizo varias respiraciones profundas mientras su amiga seguía regañándola por haber contestado de esa manera.

— ¡Estoy bien, estoy bien! —Rió ella echando a andar. —Es solo que no esperaba otra llamada importante, no para nada, está todo controlado.

— ¿De verdad?

— Sí, lo prometo. ¿En qué puedo ayudarte?

— ¡AH! ¡CASI LO OLVIDO! —Su tono de voz cambió radicalmente de preocupación a crisis. —¡RAN! ¡ES UNA EMERGENCIA! ¡ACABAN DE LLAMAR DE LA FLORISTERÍA Y DICEN QUE NO PODRÁN TENER LAS FLORES PARA EL DÍA DE LA BODA!

La chica sonrió, sabiendo que aquella llamada nimia era justo lo que necesitaba para retomar la compostura, y se dirigió a casa mientras consolaba a una novia al borde de un ataque de nervios.

Aoko sintió la vibración de su móvil, pero se encontraba haciendo las curas de los enfermos en una de las plantas del hospital general de Beika, por lo que supuso que no sería nada demasiado urgente. Probablemente, ya que Kazuha no tenía que acudir a trabajar ese día, su amiga se aburría o no encontraba algo. Concentrada y feliz por su reciente mudanza, continuó su jornada hasta que llegó su pausa para el café.

Aunque estaba tranquila, no había podido olvidarse de aquel extraño (aunque único) mensaje que le había llegado en pleno turno.

— ¡Nakamori-san! —Le dijo una compañera enfermera. —¡Vamos a tomar un té a la cafetería! ¿Te vienes?

— ¡Ishikawa-san ha traído pastel de fruta!

— ¡Voy!

Una vez más, ignoró el mensaje y disfrutó el trayecto hacia la sala de descanso del personal charlando despreocupadamente con sus compañeras, contando anécdotas de la jornada o cotilleando sobre otros miembros de la plantilla.

— ¿Quieres té verde, Nakamori-san?

— ¡Sí, por favor!

Aprovechando el momento de soledad, Aoko se llevó la mano al bolsillo de su pantalón para tomar su móvil y revisar, por fin, sus mensajes.

— ¡Aquí tienes, Nakamori-san! —Su compañera le tendió una taza repleta de té. —¿Nakamori-san?

La chica palideció al ver el mensaje de su amiga.

— ¡Tengo que irme!

Rápidamente, salió de la sala y llamó a Ran

— Vamos… Contesta…

— ¿Diga?

— ¡RAN! ¿Qué ocurre?

— ¡Ah, Ahane-san! ¡Espere un momento!

— ¿Estás en el trabajo? ¿Llamo después?

— ¡No, no, deme un momento! —Dijo. —Kazuha-chan, voy a hablar con un cliente, ahora vuelvo.

— Sí, claro.

— ¿Estás con Kazuha-chan? —Preguntó extrañada— ¿Por qué no hablas delante de ella?

— ¡Aoko! —La voz dulce que había utilizado hasta ese momento desapareció y dio paso a una voz muy seria, aunque en forma de susurro. — ¡Tenemos un código 8!

— ¿¡Cómo dices!?

En ese momento recordó que le pareció ridículo que Ran quisiera crear un sistema de códigos por si había algún problema con los chicos: un "código 1" se refería a Shinichi; un "código 8", a Hattori; y un "código 9", a Kaito. Pues resultó ser muy útil.

— ¿A qué te refieres?

— Está trabajando con mi padre. ¡Es policía!

— ¿QUÉ DICES?

— ¡TE LO JURO! —Gritó en un susurro.

— ¿Y QUÉ VAMOS A HACER? —Imitó el volumen al notar que la gente comenzaba a mirarla con interés.

— ¡NO LO SÉ!

— ¡OH, JODER!

— Sh, sh, espera… —La interrumpió Ran esperando que Kazuha no estuviera escuchando aquella conversación.

— Mantengamos la calma. —Suspiró la enfermera tratando de calmarse. —Vamos a pensar… ¿Qué posibilidad hay de que necesitemos a la policía y, para colmo, a alguien de homicidios?

— ¡Además! —Añadió ella. —Tiene que coincidir con que sea asignado al caso.

— ¿Por qué nos estamos preocupando tanto? —Rió Aoko.

— ¡He exagerado, tienes razón! —La acompañó Ran. —Disculpa que te haya molestado con esto.

— ¡No, no! Lo entiendo perfectamente. He de volver al trabajo ya.

—¡Claro!

— Siento cortar la conversación, yo…

— ¡No, no! Ya hablaremos después.

— Claro, nos vemos en casa. Hasta luego.

— ¡Hasta luego!

Aparentemente, la inquietud había desaparecido, pero ambas estuvieron extremadamente serias el resto de la semana, aunque intentaban disimularlo por todos los medios.

— ¿Y a estas qué les pasa? —Se preguntó Kazuha al ver el comportamiento de sus compañeras de piso.

Heiji y Kaito pasaron todo el fin de semana sin saber nada de Shinichi, y ya empezaban a preocuparse, aunque el mago nunca lo reconocería.

— Deberíamos llamarle.

— ¿Qué? ¡Tú deliras! —Le dijo molesto, levantándose para recoger su plato y sus palillos.

— ¿Y si le ha pasado algo? —Contestó Hattori apurando su desayuno.

Kaito sacó la cabeza por el hueco de la cocina. — Pues si le ha pasado algo, él debería ser el que avise. Después de todo, ignoró nuestros consejos y se fue a buscar a una chica que ha demostrado con creces que no quiere saber nada de él.

— ¿Y qué pasa?

— ¿¡Cómo que qué pasa!?

— Pues que no podemos juzgarle por ello.

— Explícate.

— Solo digo que es una herida abierta y quiere cerrarla.

— ¿Yendo a ver a la persona que lo ha destrozado?

— ¡Ran-san siempre ha sido su otra mitad!

— ¿Te has puesto en plan romántico?

— ¡Sabes que él nunca ha podido llevar una relación seria con ninguna mujer de las que ha conocido en todos estos años!

— Tú tampoco has tenido ninguna relación y no significa que no lo hayas superado.

— Bueno, yo…

— Ni que correrías al lado de tu amiga de la infancia si pudieras hacer.

— Eso no lo sé.

— Además, todo es cuestión de tiempo.

Kaito se dirigió a la cocina y Heiji dio gracias a Dios de que no le hubiese escuchado.

— ¿¡QUÉ DEMONIOS ACABAS DE DECIR!?

— Mierda… Aquí viene la charla… —Susurró.

Rápidamente, el mago salió de la cocina y corrió a enfrentar a Heiji. Este suspiró.

— ¿Qué se supone que significa eso?

— Pues significa lo que significa.

— ¡Dilo otra vez si te atreves!

— Kuroba-kun… Tú tampoco sabes cómo reaccionarías si volvieras a ver a…

— ¡Oh, sí! ¡Sí que lo sé!

— ¿Y serías capaz de hacer como que nada ha pasado?

— No, simplemente la ignoraría, como deberíais hacer vosotros.

— Las cosas no son tan sencillas.

— ¿Cómo?

— Oye, si tú puedes pasar página, me alegro mucho por ti, tío, de verdad. Pero no todos somos como tú. No sé cómo reaccionaría si viera a Kazuha: quizás le gritaría, o correría a abrazarla…

— Entonces… Todo lo que hemos pasado… ¿No significa nada? ¿No habéis aprendido nada?

— No es eso. Te he dicho que yo no sé cómo reaccionaría, pero tampoco estoy de acuerdo con Kudo-kun.

— ¿Eh?

— Una cosa es que yo no sepa cómo reaccionar si la veo, pero otra diferente es que yo quiera buscarla después de tanto tiempo.

— Pero aún así…

La conversación fue interrumpida por el sonido del teléfono de Heiji. Lo sacó del bolsillo de su pantalón y comprobó el número.

— Es él.

— Dile que no pierda más el tiempo.

— Hattori. —Contestó sin echarle cuenta a su amigo.

— Hattori, la he encontrado.

— ¿Cómo dices?

Kaito reaccionó de la misma manera, aunque él no dijo nada.

— Estoy ahora mismo justo delante del edificio donde vive. Veo la sombra de una mujer en la ventana.

— Alto, alto, espera. Explícame todo. ¿Cómo demonios has encontrado a una persona sin tener ni una sola pista?

— Bueno, realmente sí tenía una pista: se había graduado en la Universidad de Aomori. Sabía que ella no era demasiado buena para las ciencias exactas, por lo que descarté varios programas universitarios y, aunque eso me quitaba gran parte del trabajo, tenía aún mucho que investigar, por lo que probé suerte y revisé el cuadro de honor de las diferentes facultades, aunque no dio muchos frutos. Sin embargo, sabía que Ran siempre se toma muy en serio sus estudios, por lo que, probablemente, habría acabado la carrera universitaria en los años planeados. Llegué al registro informatizado de los estudiantes graduados desde hace tres años, busqué su nombre y la encontré. Mouri, Ran, graduada en Organización de Eventos el año pasado. Con esta información, fui a la facultad correspondiente y pedí información acerca de ella, y descubrí que había solicitado el envío de su archivo universitario a su domicilio. Apunté la dirección y aquí estoy.

— ¿Te han dado toda esa información porque sí?

— Bueno, ayuda mucho ser policía y mostrar la placa. Además, la mayor parte de la información es de acceso público, por lo que no he necesitado una orden judicial para acceder a ella.

— Eres demasiado… ¿Cómo se te ha ocurrido todo esto?

— Ha sido improvisado.

— Dile que podría utilizar esa inteligencia en algo útil.

— ¡Cállate! —Le dijo Heiji echándolo con la mano.— Bueno, ¿y qué vas a hacer ahora? ¿Vas a ir a verla?

— ¿Tú estás loco? ¡No, no quiero parecer un psicópata acosador!

— ¡Tarde, muy tarde!

— He pensado en que primero debo asegurarme de que la dirección es correcta, así que comenzaré por investigar a sus vecinos.

— ¿Y dices que no quieres parecer un psicópata?

— ¡Con suerte terminarás detenido! —Le gritó Kaito.

— ¡Cállate, agradece que el que no está en prisión eres tú! —Respondió Shinichi.

— Bueno, Kudo, vamos a llegar tarde al curro.

— Bien, te mantendré al tanto de la situación.

— Ten cuidado.

— Lo haré.

Al decir eso, ambos colgaron.

— ¡Uf! —Exclamó Heiji.— ¡Todo esto me da muy mala espina!

— Ya te digo… ¡Se lo ha buscado él solito!

Shinichi estaba indeciso. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? Tenía a Ran a unos escasos 20 metros y su corazón latía con fuerza, intentando ordenar las palabras para que ella no le cerrara la puerta en la cara nada más verle. Suspiró. Quizás Kaito tenía razón y debía pasar página, pero no podía hacerlo sin cerrar el capítulo más doloroso de su vida. Y para ello, la necesitaba a ella.

Por fin, la suerte le sonrió y pudo ver como una anciana que suponía que era la vecina de su ex-novia salía de una de las casas del complejo de apartamentos. Sin pensarlo demasiado, se acercó a ella.

— Disculpe.

La anciana, quien había estado intentando cerrar la puerta principal de su casa con llave sin demasiado éxito, se giró para mirarle aunque no le hizo mucho caso. Shinichi la miró asombrado.

— ¡Disculpe!

La señora no estaba contenta.

— ¿Qué demonios quiere? ¿No ve que estoy ocupada? ¡Vaya a fastidiar a otra!

El chico supo entonces que no tendría más remedio que desvelar su identidad. Sacó su recién estrenada placa policial y se aclaró la garganta.

— Soy el detective Kudo, departamento de homicidios, me envía la policía de Tokio para…

— ¿Homicidios?... ¿Tokio?... ¿Policía? —Repitió pensativa.

— Sí, señora. Me gustaría hacerle algunas preguntas relacionadas con…

— ¿Qué hace un pez gordo de Tokio aquí? Tokio no tiene jurisdicción aquí.

— Investigar un caso. —Estaba empezando a perder la paciencia. La señora abrió un ojo para observarle.

— ¿En qué puedo ayudarle, detective…?

— Kudo. —La señora volvió a girarse para intentar introducir una llave en el cerrojo. —Me preguntaba si podría decirme quién vive en la casa de al lado, la de la izquierda, en concreto.

— Qué pregunta más extraña, detective. ¿No suelen los policías preguntar a los vecinos cuándo fue la última vez que vieron a una persona en concreto?

— Digamos que esto es una investigación previa, señora. —Aquella conversación estaba siendo demasiado extraña. ¿Por qué le estaba tratando de aquella manera?— ¿Podría responder a mi pregunta, por favor?

— Un matrimonio joven. La familia Ikeda, creo que esperan un bebé.

El corazón del detective pareció pararse .

— ¿Cómo dice?

— Sí. Él se llama Hideki, ella Rin. Creo que van a tener una niña. Han comprado esta casa porque es grande y quieren tener suficiente espacio cuando nazca el bebé. Si me pregunta mi opinión, una casa grande está muy bien cuando se es joven, pero cuando una ya tiene una edad, es demasiado, no se necesita tanto espacio, es más…

— ¿Ran?

— ¿Eh? —Ella paró de hablar.

— ¿Dice que la mujer se llama Ran?

— No, no, Rin. Ikeda Rin. Ran-chan ya no vive aquí. Es bastante curioso que dos mujeres con nombres tan parecidos hayan vivido en esa casa, ¿verdad? Yo no soy supersticiosa, pero le apostaría lo que quisiera a que todo esto tiene un significado oculto. Además, mi amiga Hitomi va a ver a una pitonisa todos los martes y le ayuda mucho con sus decisiones…

— ¿Ran ya no vive aquí?

— No, ella se mudó hace muy poco.

— ¿Vivía aquí sola?

— ¿Sola? ¡No, no! Ella siempre estaba con las dos enfermeras.

— ¿No recuerda sus nombres?

— ¿Ahora le interesa Ran-chan y sus amigas? Pensaba que venía a preguntar por los Ikeda.

— No, no, siga contándome sobre las anteriores inquilinas. ¿Puede darme sus nombres?

— Pues… Ran-chan vivía con Kazuha-chan y Aoko-chan. Las tres eran unas muchachas maravillosas. Mi nieta Himawari solía ir a verlas y siempre le daban unos caramelos de piña muy ricos, ¡aunque siempre les dije que no se lo dieran porque Himawari toma demasiados dulces y nunca termina su arroz!

La señora continuó hablando durante un rato, pero Shinichi dejó de poder oír nada desde que escuchó los nombres de las tres chicas en una misma frase. ¿Cómo era posible que se conocieran? Tenía que decírselo a los chicos.

— ¡Señora! —Dijo al borde de un ataque de nervios.— ¡Ha dicho que Ran ya no vive aquí! ¿Dónde está?

— Se mudó.

— ¿Qué?

— A Kazuha-chan y a Aoko-chan le aceptaron el cambio de destino.

— ¿A dónde fueron? ¿Puede decirme dónde…?

— A Osaka.

— ¿A Osaka? —Dijo sin poder creer lo que oía.— ¿Está usted segura?

— Totalmente segura. Las invité a un té de despedida y me lo contaron todo.

— ¿De verdad?

— Sí.

— ¡De acuerdo! —Dijo con una extraña sonrisa que mezclaba alegría, incertidumbre y nerviosismo.— ¡Muchas gracias, señora!

Sin poder aguantar más la emoción, se giró para irse.

— ¡E-espere! —Le llamó la anciana.— ¿Puede volver a decirme su nombre?

— Kudo Shinichi. Detective de homicidios. Y una cosa más, señora, —dijo poniéndose las gafas de sol— intente cerrar la puerta con otra llave, la que tiene en la mano no es la de esa puerta.

Bajó las escaleras aparentando tranquilidad y sacó el móvil de su bolsillo para hacer una llamada.

— Hattori, —dijo cuando este contestó— no te vas a creer lo que he averiguado. Vuelvo a Tokio. Estamos en contacto.

La anciana escuchó la conversación y miró cómo aquel detective cruzaba la calle antes de girar la esquina; solo en ese momento, lo perdió de vista. La mujer volvió a su casa y sacó el móvil para buscar un número. Marcó y esperó la respuesta.

— ¿Sí? —Dijo una voz dulce tras el teléfono.

— Kazuha-chan, tenías razón. Acaba de venir.