Nuevo comienzo
Sabía que su carácter y orgullo acabarían con ella y debía de cuidar su lengua sino quería que su hijo sufriera un infortunio. Razón tenía su marido Héctor cuando le dijo que ella no sabría vivir como una esclava ¿por qué debió de dejarla? Con la cabeza gacha, cogió a su hijo y lo llevó al templo de Tetis, donde rezaría a la diosa para que cuidara de su bisnieto si ella no podía hacerlo.
Había sido una semana muy larga, pero por suerte al fin había conseguido hacer el traspaso con la menor brevedad posible. Tuvo una de las más emotivas fiestas que jamás pudo imaginar, en la que acabó llorando junto a dos compañeras suyas, pero toda la tristeza era por una buena causa, empezaría una nueva vida, con un nuevo futuro que forjar.
Se levantó apagando el ordenador y se vistió con unas ropas holgadas y cómodas. Bajó las escaleras hasta llegar al piso principal, encontrándose en el amplio salón de colores cálidos y la cocina americana que quedaba al fondo. La casa de estilo rústico, tenía una chimenea en el salón, dándole una sensación de hogar propiamente dicho. Se dirigió a la cocina para hacerse algo de comer, se había encontrado mal toda la semana, con décimas de fiebre, mareos y náuseas, pero aún no había conseguido contactar con un médico que no avisara a su antiguo ex pareja.
Él había sido el médico que la había revisado desde lo sucedido con Naraku, pero había solicitado un cambiod e médico en cuando se empadronó en Sonsaville, esperando que su expediente médico estuviera en manos de su nuevo doctor, Tofú, un hombre afable y profesional, pero con una extraña fijación por los esqueletos. Recordó sus grandes gafas y las extravagantes referencias a los huesos que le hizo la primera vez que se visitó con él.
Cogió unas cuantas verduras y las cortó lentamente mientras recordaba sin quererlo los sucesos en aquella semana. Se había trasladado a esa casa de propiedad de su abuelo que había muerto cuando ella tenía doce años. Por suerte, su madre se la había cedido cuando ella cumplió los dieciocho años, por lo que podía disfrutar de ella cuando le apeteciera.
Había vendido su piso después de formalizar la relación con Inuyasha, pensando que después de los años juntos ya no se separarían de ninguna de las maneras. Había creído de verdad que el ambarino era su amor de verdad, su presente y su futuro, pero todo quedó reducido a simples palabras, débiles ante un vendaval. Los ojos le escocieron, doloridos, de las lágrimas que había derramado. Pese a todo, lo peor había sido descubrir de la boca de Kikyō que se habían estado viendo durante meses, antes de que Inuyasha decidiera abandonarla definitivamente. Se odió a sí misma por haber estado tan ciega, por haber creído en el amor verdadero y por haber creído en él.
Kikyō había sido cruel, pero sabía que quería serlo, pues no se preocupó en censurar ningún detalle de las noches alocadas que habían pasado los dos. A parte de asegurarle que hablaban de su vida juntos y de un futuro próximo desde mucho antes de que ella viniera a vivir a la localidad.
Recordó con tristeza la sensación dolorosa en el pecho, y que, dándole lo que su hermana quería, sollozó antes de poder colgar el teléfono. Puso los ingredientes en un bol y los aliñó suavemente, para luego llevárselos a la sala y junto al televisor, comer de forma tranquila y pausada disfrutando de su soledad, aunque solo fuera momentánea.
A las tres de la tarde, se vistió y salió hacia su nuevo trabajo. Sabía que no sería tan emocionante como su trabajo de detective, pero debía de pensar en su futuro por lo que no podía ser egoísta. Aparcó en una de las calles cerca del edificio, moderno, de aire renacentista e ingresó en él mostrando la identificación que le había hecho llegar su contacto.
Akane Tendo era sobrina de Kaede, amiga de la infancia de Sango y una gran detective del departamento, aparte de cinturón negro en casi todas las artes marciales que Kagome había escuchado hablar. Era una mujer hermosa, con el pelo por los hombros, azulado y brillante como la misma noche, unos ojos avellanados y una sonrisa dulce. Aunque la conocía poco, sabía por Kaede que tenía un gran carácter y que por ello tenía problemas con su compañero de departamento, un joven al que apodaban Lee, del que no sabía mucho más aparte de que era un engreído y arrogante detective.
Esa era la razón por la que Kagome había sido aceptada en el departamento, Lee y Akane necesitaban funcionar como buenos compañeros, pero sus caracteres eran tan opuestos que los casos no avanzaban. Necesitaban a alguien que los impulsara y que apagara los fuegos destructivos entre ellos dos. Su actual jefa, le había comentado que, si había sobrevivido trabajando junto a un Taisho tantos años, aquel trabajo le parecería de niños.
Aunque ella sonrió con aquel comentario, la mujer tenía más razón que un santo. ¿Qué podía ser más difícil que aguantar no a uno, sino a dos Taisho?
—¡Kagome! Por aquí. —el tremendo grito hizo que no solo ella, sino que todo el departamento se girara hacia la joven de estatura media, tez blanquecina, de ojos avellana y cabello corto. Akane le hizo una señal para que se acercara a su mesa, desgraciadamente en el centro del departamento.
—Buenas tardes detective Tendo —saludó de forma formal la joven—. Gracias por haber aceptado esta oportunidad.
—No he sido solo yo, Sango y Kaede me han dado buenos credenciales —aseguró sonriendo—. Siéntate y por favor y llámame Akane, a partir de ahora seremos compañeras. —Con una alegría genuina, le dedicó una sonrisa amistosa.
—Encantada de estar aquí —aseguró la de ojos azules—. Es una oportunidad estupenda para mí.
—Estoy segura de que encajarás a la perfección —aseguró Akane—. Necesitamos a gente como tú, por lo que agradezco a Kaede que te dejara escapar.
—Ya decía yo que debías ser lesbiana. —La voz de un hombre provocó que las dos mujeres se giraran sorprendidas. Era alto, casi de la misma estatura que Inuyasha, con ojos marinos, cabello azabache recogido en una coleta. Le sorprendió verlo vestido con una vestimenta china, parecida a la de Bruce Lee—. Al menos tienes buenos gustos.
—¡Cállate Lee! —La joven perdió la perfecta sonrisa y le tiró una grapadora a la cabeza— Estoy hablando con nuestra nueva asesora. Así que, por favor, saca el culo de aquí.
—Trabajo aquí Tendo. —El joven se apoyó en la mesa con las dos manos, encarando a la joven— Deberías dejar de jugar a ser detective y volver a tu casa haciendo las cosas que las chicas deben hacer.
—¿Perdona? —Akane se levantó encarando a su compañero—. ¿Quién te has creído que eres? Tan fuerte te has dado en la cabeza que ya no te queda ninguna neurona ¿verdad, troglodita? —Tanto uno como otro, empezaron a elevar la voz, provocando que el ruido del departamento quedara en segundo plano a causa de los berridos de ambos. Kagome observaba sorprendida como cada vez más subían el tono de los insultos.
—Perdonad —habló intentando captar su atención—. Perdonad —repitió algo más alto—. ¡Callaos de una maldita vez! ¡Joder! —El tremendo grito lanzado por la menuda de ojos azules provocó que todo el departamento guardara silencio — ¿Queréis comportaros como jodidas personas civilizadas? —Se levantó ante la atenta mirada de los dos detectives—. Tú, siéntate ahí. —le señaló a la chica su silla—. Y tú, siéntate en tu mesa o lárgate a hacer algo de provecho. —El aludido la miró sorprendido— ¡Venga! —Automáticamente Lee se sentó en su mesa sin decidir nada. Kagome respiró profundamente y volvió a dejar ver una sonrisa radiante—. Bien ¿por dónde íbamos?
—Em… —Akane miró a su compañero quien se encogió de hombros— bueno, realmente nos alegra tenerte aquí ¿verdad Lee?
—Claro. —la observó de reojo—. Siempre es mejor tener un par de ojos más.
—Eso es evidente —comentó irónica la detective del pelo corto—. En fin, Kagome, necesitamos que te pongas manos a la obra. —Le pasó una carpeta de cartón llega de archivos—. El hombre es de Madrid, España. Ha perdido el pasaporte y no entiende nada de nuestro idioma. —Kagome leyó los documentos—. Tenía una pequeña bolsa de una droga, de las que nuestras bases aún no tienen constancia, escondida estratégicamente en uno de los bolsillos internos del pantalón. —La joven levantó la mirada interrogante—. Alguien que ha visto muchas series de televisión.
—¿Qué queréis que haga?
—Sácale toda la información que puedas. No queremos tener un cargamento de extranjeros movidos por la crisis, que intenten pasar droga para el Cártel. —Kagome se levantó—. Final del pasillo, segunda puerta a la derecha. —La joven de ojos azules asintió y se dirigió allí.
—Le doy una semana —expuso el detective de la coleta.
—Tiene experiencia con criminales. —Lee alzó la mirada sorprendido—. Ayudó en el caso de la Araña.
—¿En serio? —Akane asintió—. Tiene un algo que se me hace familiar —dijo con una sonrisa arrogante—. Tendré que utilizar mi encanto masculino para averiguarlo.
—Apártate de ella, pervertido. —Le tiró un lápiz a la cabeza dándole de lleno—. Está aquí para trabajar no para tener problemas con ligones como tú. Estás avisado. —Lee simplemente levantó una ceja y sonrió arrogante.
Kagome se pasó toda la tarde con el sospechoso, intentando sacar información sobre el supuesto camello que le había vendido el producto. Cerca de las diez de la noche, se despidió de Akane y volvió a su casa, para comer algo y meterse en la bañera. Mañana tenía una dura batalla con dos españoles más y un japonés que se habían extraviado casualmente con el mismo producto en los pantalones. No era nada apasionante, pero al menos era un trabajo remunerado.
Antes de meterse en la bañera, sonó su móvil sorprendiéndola que alguien la llamara a tales horas. Contestó sin mirar mientras tomaba la temperatura de la bañera.
—¿Dónde estás? —Kagome casi dejó caer el teléfono del susto—. ¿Kagome? ¿Me escuchas?
—¿Qué…? ¿Qué haces llamándome? —miró el teléfono confirmando quien era el interlocutor— .¿Qué quieres?
—Te he hecho una pregunta.
—Inuyasha, no tienes ningún derecho a llamarme a estas horas ni de preguntarme nada —contestó de forma seca.
—Has desaparecido. Ni Sesshomaru ni mi padre saben dónde estás. ¿Y si te ocurre algo? ¿Cómo podré defenderte?
—Recuerdas que soy una condecorada inspectora de policía ¿verdad? —Cerró el grifo y hecho sales de baño con olor a lavanda—. Además, ni tienes derecho a preguntar ni debes preocuparte por mi integridad física, Taisho. Quien debe saber dónde estoy ya lo sabe.
—Después de siete años ¿yo no debo saberlo?
—Teniendo en cuenta que me enteré por mi hermana del estado actual de nuestra relación, no, no tienes derecho.
—Referente a eso…
—Creo que está suficientemente claro. —No dejó que continuara—. Si me disculpas, ahora voy a tomar un baño en el que tú no estás invitado.
—¿Estás sola no? —El tono beligerante casi la hizo sonreír, casi.
—Te vuelvo a repetir que eso no es de tu incumbencia —dijo con arrogancia la chica.
—Kagome — el tono de advertencia hizo sonreír sinceramente a la chica.
—Inuyasha —contestó de la misma manera, para después reírse a carcajadas. Escuchó un suspiro por el auricular—. Inuyasha, no te pega el estereotipo de hombre abandonado y celoso de los años setenta.
—No estoy celoso —se apresuró a negar el joven médico—, simplemente estoy preocupado por ti.
—Pues me alegro —suspiró ella—, pero mejor preocúpate por Kikyō y por su marido. No creo que a Onigumo le haga gracia que estés con su mujer a solas.
—No estoy con Kikyō, estoy solo en mi departamento porque tú te has ido sin dejar rastro —recrimonó él.
—¿Esperabas que después de decir que te sentías vacío con tu vida iba a esperarte a que volvieras? Y más después de que mi querida hermana me llamara y me invitara muy amablemente a irme de tu casa. Supuse que querías ser libre lo más rápido posible.
—¿Te invitara…? —preguntó irritado—. Debemos quedar y hablar, dame tu dirección y…
—Y nada, Inuyasha —nuevamente no dejó que continuara—. Por mi parte todo lo que teníamos que hablar, está hablado. En todo caso si hay algo de lo que debamos hablar ya iré yo al hospital a buscarte, no tienes porqué saber dónde estoy.
—No me vas a perdonar ¿no? —preguntó suspirando herido.
—Supongo que todos tenemos derecho a equivocarnos —dijo de forma conciliadora—. En serio Taisho, es muy tarde, ya hablaremos otro día.
—No soy Taisho, soy Inuyasha. —Kagome sonrió—. Pienso encontrarte Kagome y vamos a hablar como dos personas civilizadas.
—Buena suerte. —Y le colgó sin esperar respuesta. Apagó el teléfono y lo dejó en el suelo lejos de la bañera, para luego meterse en el agua para que relajara los músculos.
Cerró los ojos y respiró profundamente. Dejó escapar una sonrisa apremiándose a sí misma por la ingeniosa conversación que había tenido con Inuyasha. Gracias al cielo, aun podía mentir bien por teléfono sin que se quebrase la voz, aunque no podía decir los mismo de las lágrimas.
Se secó con una toalla los ojos y volvió a tumbarse en la bañera, intentando relajarse. Su vida había empezado, con nuevos compañeros y nuevos objetivos que cumplir por lo que debía de dejar aquello que le hacía daño para poder seguir adelante.
Ese pensamiento le hizo recordar al acusado de pasar drogas por aduanas, Enrique Plaza, un madrileño de sesenta y siete años que había perdido su paga de jubilación y que debía alimentar a su hijo, su nuera y sus tres nietos. Recordó la mirada triste en los ojos oscuros y la palidez de su cara, sintiéndose ruin y despreciable por tener que hacerle un interrogatorio como si hubiera asesinado a todo un colegio de niños.
El hombre, temblando, no le había querido decir quién le había proporcionado el producto por miedo a que lo matara o matara a su familia. Ella le había intentado explicar que las películas habían hecho mucho eco sobre los camellos, pues la mayoría no eran más que muertos de hambre que intentaban hacerse un hueco a costa de los demás. Pero el señor Plaza le había asegurado que este tenía recursos para saber quién era toda su familia.
La crisis había asolado a todo el mundo, provocando que los ricos se volvieran más ricos y los pobres más pobres. Era increíble lo que se podía leer en los periódicos nacionales sobre lo que estaba pasando en ciertos países del mundo. Entendía perfectamente la situación de Plaza pues ella posiblemente habría hecho lo mismo por su familia, pero por desgracia la ley no reconocía acciones nobles. Hasta que no llegara a manos de un juez y un juzgado competente, nada se podría hacer por él.
Lo que sí le había comentado Plaza era que había mucha gente metida con aquel camello, por lo que no podía hablar con alguien en quien no confiara. Kagome suspiró, decidiendo desechar todo aquello relacionado con su caso. Había decidido no llevarse a su casa nada que tuviera que ver con el trabajo.
Salió de la bañera mucho más tranquila, se vistió con las mismas ropas holgadas de por la mañana y se fue al comedor, para organizar un poco las cajas que aún le faltaba por desempaquetar. Abrió una pequeña en la que encontró diferentes álbumes de fotos de toda su vida. Sonrió tiernamente a abrir el primero que encontró, en el que estaba la familia al completo, su padre de ojos verdes y sonrisa radiante, que murió cuando ella tenía escasos quince años. Su madre, a la que se parecían Kikyō y ella misma, con una sonrisa radiante y un pequeño bulto en sus brazos, su hermano Sōta, que había acabado de nacer. De pie se encontraban ella y su hermana, tan iguales, pero tan diferentes a la vez.
La añoranza la asaltó al recordar a su familia, la cual estuvo unida hasta la llegada de Rasetsu a sus vidas. Poco después de que su hermano cumpliera tres años, su madre empezó a ver a ese hombre después de un duelo de dos años. Ella a diferencia de Kikyō y Sōta, no veía con buenos ojos que ese hombre se quedara a dormir en la habitación de sus padres, que mancillara todos aquellos recuerdos que su padre había dejado para ellos, pero consideró más importante la felicidad de su madre y no se interpuso.
Al poco de que Kikyō viajara hacia Alemania, Kagome descubrió cosas de su padrastro que no le gustaron en absoluto. El hombre siempre estaba aterradoramente detrás de ella, vigilando sus pasos y sus amistades. Una noche, lo encontró observándola mientras ella dormía en su habitación junto con su hermano. Decidió a hablar con ella para que lo echara de una vez de sus vidas, pero ella, con lágrimas en los ojos, solo le prestó unos pocos ahorros y la obligó a salir de su hogar. Le hizo firmar unos documentos que no dejó que los leyera y le besó la cabeza cuando vino el taxi. Le hizo prometer que no se pondría en contacto con ella y que solo podría hablar con Sōta cuando su madre así lo quisiera.
Intentó localizar a Kikyō necesitaba a su hermana más que nunca, pero ella estaba demasiado ocupada con su proyecto y no tenía tiempo para tonterías. Pasado un tiempo, su madre siempre se ponía en contacto con ella al principio de semana para que pudieran verse y pudiera seguir hablando con su hermano. Pero el espacio en el que su madre se comunicaba con ella se iba haciendo cada vez más grande hasta el punto de que hacía más de tres años que no los veía ni sabía nada de ellos.
Nadie tenía plena consciencia de que se veía con su madre a escondidas, ni que tenía serias sospechas de que Rasetsu no era trigo limpio, pero que no había manera humana de sacarla de aquel lugar. Sōta por su parte, cerca de los dieciséis años, se había convertido en un niño introvertido y serio, demasiado parecido a Kikyō. Para su suerte, con ella siempre se comportaba de una manera alegre y sincera, por lo que Kagome lo justificaba con la adolescencia.
Siguió pasando fotos en las que se veía a ella y Sōta jugando con algunos juguetes mientras Kikyō estaba apartada leyendo un libro o simplemente mirando hacia otro lado. En una de las fotos aparecían ella y su hermano cogidos de las manos comiendo algodón de azúcar y burlándose del cámara, en este caso Inuyasha, que había llevado a los hermanos y su a novia en aquel tiempo, a una feria.
La siguiente foto tendría unos siete años, cuando Sesshomaru y Kagura habían tenido a su primer hijo y celebraban una barbacoa en su casa. Los ojos se le llenaron de lágrimas al ver lo que creía era felicidad en los ojos de su expareja. Cerró el álbum de golpe y lo tiró nuevamente a la caja, si sus sentimientos seguían siendo tan fuertes por él, estaba claro que debía mantener la distancia que los separaba, la misma que la protegía para sanar su corazón roto.
Se levantó para ir a la cocina y comer algo, cuando volvió a sentir las mismas náuseas matutinas. Corrió con urgencia al lavabo que para su desgracia estaba en la primera planta y vomitó lo que había comido esta mañana. Se sentó en la taza del váter intentando recuperar el equilibrio para levantarse y lavarse. Cuando hubo acabado se dirigió a la cama y se tumbó.
El resfriado le estaba durando mucho más de que lo que había pensado, quiso ir al médico, pero no quería ver a Inuyasha, por lo que decidió esperarse para poder hablar con su nuevo médico e intentar resolver el problema con mayor brevedad posible. Cerró los ojos posando sus manos en el vientre como si pudiera calmar los espasmos que este le daba, esperaba que mañana pudiera levantarse para trabajar.
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Después de que ella le colgara, llamó hecho una furia a su hermano, esperando encontrar algún tipo de respuesta del paradero de la muchacha. Mientras esperaba a que su hermano descolgara, Inuyasha se miró en el espejo de la habitación que había puesto allí para ella.
Era alto, atlético, con el cabello largo de un extraño color blanquecino, y unos ojos miel. No era un dios de la mitología griega pero sí que se acercaba, además de que nunca había tenido problemas con las mujeres. Pero desde que la conoció, supo que Kagome Higurashi sería un problema constante para él.
Empezó a mover la pierna con desespero, una manía que había adquirido de pequeño. Sabía que Kagome se había ido disgustada, pero no esperaba que se marchara de casa de forma tan abrupta.
—Taisho —contestó su hermano devolviéndolo a la realidad.
—¡Por fin contestas! ¡Llevo llamándote horas!
—Son las once y media de la noche, tengo hijos pequeños ¿recuerdas?
—Lo siento, no quería despertarlos —apenado, el joven se sentó intentando tranquilizarse—. Es sobre Kagome.
—No me hables de ese tema —la respuesta ruda de su hermano lo descolocó—. Por culpa tuya he perdido a mi compañera y ahora estoy a la espera de que el departamento me ceda a otra persona. ¡Ya soy mayor para acostumbrarme a otra persona!
—Yo no quería que ella se fuera.
—¿Cómo esperabas que ella no se marchara? —le preguntó hecho una furia—. La has engañado con su hermana ¡Idiota!
—¿Qué estupideces está diciendo? ¡Yo no he engañado a nadie! — le gritó el médico.
—Eso no es lo que ella dice, estúpido —arremetió el otro, aunque más calmado—. Tu querida filóloga la llamó.
—Ya sé que la llamó —corroboró él—. Estaba en su casa hablando con Onigumo cuando se ofreció a hablar con ella e intentar calmarla —suspiró cansado—. Le dije cosas horribles ese día y no tuve valor para llamarla. Kikyō se ofreció a hablar con ella.
—¿Me lo estás diciendo en serio? —Escuchó la voz de su hermano más lejana, pero se podía apreciar perfectamente el tono de sorpresa.
—Kikyō me aconsejó que la dejara sola unos días por lo que me quedé en su casa. Para cuando volví Kagome ya no estaba, se había ido sin dejar rastro.
—Eres idiota. —La voz de una mujer sonó por el auricular sorprendiendo al médico—. No entiendo como los hombres podéis llegar a ser tan tontos.
—¿Kagura? ¿Estás escuchando la conversación?
—Sesshomaru y yo no tenemos secretos. —Inuyasha suspiró abatido, esos dos eran tal para cual—. Pero ese no es el tema ¿cómo se te ocurre confiar en Kikyō?
—Es su hermana, Kagura ¿Quién mejor que ella para ayudarla?
—O para destruirla —aportó Sesshomaru—. Después de todo lo que ha pasado ¿sigues confiando en ella?
—No es mala mujer —intentó defenderla—, simplemente es un poco caprichosa y testaruda. Además, lo que nos pasó, pasó hace diez años, no se puede hacer leña del árbol caído
—Hijo mío, eres tonto. —La voz de otra mujer algo más mayor sonó por el auricular.
—¿Mamá? —preguntó sorprendido
—Y papá —dijo Tōga.
—Pero que… —Inuyasha suspiró dejando el teléfono a un lado y maldiciendo en voz baja.
—No digas palabrotas, yo no te he criado así —replicó su madre en cuanto volvió a ponerse el teléfono en la oreja—. Además, estás en esta situación por tu estupidez, no la pagues con nosotros.
—¿Hay alguien más que esté al teléfono ahora? —acto seguido escuchó la voz de sus tres sobrinos, Rin, Kyo y Yune, saludándolo—. ¿Es una reunión familiar a la que no he sido invitado?
—El acusado no puede ser invitado a la deliberación de su sentencia. —Yune de cuatro años, no sabía dividir en decimales, pero se había aprendido el código legal sobre el que trabajaba su padre.
—¿Estoy acusado? —preguntó cansado mientras se masajeaba la sien y contando hasta cien interiormente.
—Nos caía muy bien la tía Kagome —aportó Kyo— y gracias a ti ya no la veremos más.
—Es todo un malentendido —alegó el médico—. Hablaré con ella y ya está.
—No sé cómo lo harás —escuchó a su padre—. Kaede nos ha prohibido tanto a mi como a tu hermano buscar nada relacionado con ella.
—Y Sango no para de darme evasivas —corroboró Sesshomaru—. Además, aquí la experta en hackear ordenadores, no quiere ayudarnos.
—Quién debe saber dónde está ya lo sabe —sentenció Kagura.
—Has hablado con Kagome, ¿verdad? —preguntó Inuyasha reconociendo esas palabras—. ¡Sabes dónde está! —la acusó.
—Kikyō te dijo que le dejaras espacio y le hiciste caso, cuando ella lo que necesitaba era estar contigo —le contestó la periodista—. Ahora que te pide espacio, lo que menos necesita es que la acoses. Déjala.
—No puedo hacerlo —se negó el médico—, no puedo dejar de pensar en ella.
—¿Qué valor tienen esas palabras, cuando aparece otra mujer de tu pasado y la olvidas por completo? ¿Cómo crees que se siente ella cuando no la escuchas y escuchas a otra persona? ¿Cómo crees que se siente cuando te olvidas de ella y en cambio recuerdas la más mínima estupidez que otra persona te ha podido contar? —Inuyasha se extrañó, presentía que su cuñada no estaba hablando solo por Kagome—. Tenías una segunda oportunidad Inuyasha, la volviste a tener contigo y lo estropeaste cuando apareció otra persona que te despertó el interés, obviando que ella estaba sola; pensando, erróneamente, que la tenías segura. Ahora atente a las consecuencias.
—Dios. —Izayōi se dejó escuchar—. ¿Dónde estuviste en mis años de adolescencia, querida?
—Me da igual todo eso. —Inuyasha se había quedado sin argumentos, pero no sin palabras—. He estado vigilándola durante años velando por su seguridad, cerciorándome que los hombres que la cortejaban eran de fiar. Cuando por fin comprendí que el hombre que ella necesitaba era yo, decidí egoístamente tenerla para mí y no dejarla escapar. Puede que haya tenido un descuido, pero te aseguro que no volveré a pasar por la agonía de perderla, nunca más.
—Eso ha sonado un poco enfermo —comentó Tōga en voz baja.
—Igualmente, no puedo decirte donde está, ya que tampoco lo sé.
—¿Si lo supieras me lo dirías? —preguntó abatido el médico.
—Depende de lo mal que ella estuviera —sentenció Kagura—. De todas maneras, ándate con ojo, Kikyō no es de fiar. Ya destrozó una familia una vez.
—Fue tu hermano, cuñada, él estaba loco —defendió, sin querer a la filóloga nuevamente.
—¿Y quién lo volvió loco? —Rin, que había estado callada durante toda la conversación, por fin habló, con la voz de joven ya madura de diecinueve años—. Él podría estar loco, pero ella lo fomentó.
—Tengo a toda la familia en contra —suspiró Inuyasha al escuchar un masivo "sí" por la otra línea—. En cuanto sepa algo os avisaré. —colgó el teléfono nuevamente y se volvió a mirar en el espejo, esta vez más detenidamente. Tenía ojeras de no dormir, la cara pálida y el ceño fruncido. Podía ser considerado a un dios griego, pero solo brillaba su esplendor cuando tenía a Kagome a su lado.
Tuvo ganas de tirar el móvil al espejo, pero se resistió, no necesitaba más mala suerte en su vida.
Bien, aquí tenéis el primer capítulo.
Intentaré actualizar semanalmente para que nadie pierda el interés o el hilo xD
Espero que os halla gustado lo suficiente como para esperar una semana más.
Nos vemos en los bares!
