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Promesas Peligrosas
La llegada de su hijo a la vida atrajo sentimientos contradictorios en casa de su señor. Hacía años que Neoptolemo se había casado con Hermione, pero esta no había quedado en cinta, aun con su juventud palpable en su mirada. Ella sabía que su reciente ama la miraba con ojos celosos y llenos de odio, pues mientras Meloso crecía saludable, la ama de la casa había empezado a recibir burlas en las que aseguraban que su matriz estaba seca o que los dioses habían castigado a la hija de Helena, aquella que traía el mal hacia donde iba. Ella no creía que aquello fuera cierto, pero tampoco tenía ninguna relación con su ama y señora, ya que esta había empezado a correr el rumor de que ella, Andrómaca, antigua princesa de Troya y heredera al trono, había caído en la vil artimaña del embrujo, maldiciendo su vientre para que no pudiera dar herederos a su esposo.
Esa mañana se levantó antes de que le sonara el despertador, alrededor de las seis de la mañana. Después de su conversación con Inuyasha, había recibido su nuevo horario de trabajo, un turno de día de ocho horas y que no contemplaba horas extras. Puede que echara de menos la investigación de delitos, pero aquel nuevo y estable horario ganaba puntos para su nueva vida. Además, podía seguir escribiendo su novela sobre Andrómaca, mujer de Héctor y princesa de Troya.
Parecía una tontería, pero escribir le ayudaba a desahogarse. Era incluso terapéutico que sus personajes fueran una vía de escape de sus inseguridades y sus penurias. Había empezado a escribir la novela poco después de la muerte de su padre y de su marcha a la universidad, pero la aparcó cuando los estudios acabaron con su tiempo de ocio. Ahora, después de la situación que había vivido con Inuyasha, decidió retomarla, reescribiendo aquello que no le gustaba y pensándose seriamente en intentar publicarla.
Gracias a la investigación del asesino en serie "La Araña" ella había adquirido una serie de conocimientos extra sobre la mitología griega y, aunque no se consideraba una experta, tenía cierta información como para poder crear una historia sobre Andrómaca, una mujer que sufrió la mayor parte de su vida.
Salió del coche y se dirigió al departamento mientras apuntaba algunas ideas más en una liberta azul, donde escribía los esbozos para su historia. Se fue directamente a la mesa de Akane, y se sentó en una silla que había sido puesta para ella además de unas diez carpetas sobre casos en lo que debía trabajar. La mujer suspiró y se dispuso a abrir una por una, dichas carpetas para separar por nacionalidades a aquellos a los que debía de interrogar.
—Sí que empezamos temprano. —Kagome levantó la vista para encontrarse a Lee, con su característica trenza y sus ojos azules brillantes—. Quiero disculparme, ayer empezamos con mal pie. Puedes llamarme Lee. —Ella alzó una ceja—. Aquí todo el mundo me Lee porque visto como Bruce Lee. —Él le tendió la mano junto a una sonrisa genuina y algo arrogante.
—Kagome Higurashi —dijo ella estrechándole la mano—. Un gusto conocerte.
—Higurashi… un apellido que me resulta familiar. —Lee se sentó a su lado, cambiando de sitio su propia silla, y se puso el dedo en el mentón.
—Puede que hayas escuchado mi apellido cuando mi ex compañero y yo conseguimos acabar con "La Araña".
—Sí, el asesino que intentó matar a Atenea —comentó el joven repitiendo la portada del diario de Miyoga—. Fue un gran trabajo de los inspectores Higurashi y Taisho.
—Bueno, la verdad es que no sólo fuimos nosotros. Nos ayudaron muchas más personas, no sólo policías. Gracias a ese equipo maravilloso pudimos acabar con él.
—Te secuestró ¿verdad? —ella asintió y él acercó más la silla—. Debió ser un trauma para ti —agregó apenado. Kagome observó su mirada afligida y su voz compungida, extrañándole la empatía que había despertado por ella.
Kagome no respondió y simplemente desvió la mirada hacia otro lado. Recordó, sin quererlo, los momentos frenéticos que pasó en aquella casa abandonada donde Naraku la encerró y, que de la anda, como un deus ex machina apareciera Kagura para poder sacarla de allí. Cerró los ojos, le escocían con sólo pensar en la sonrisa macabra y los ojos turbados de aquel maníaco.
Sencillamente, estaba vivía de milagro.
Lee le puso la mano en el hombro y se la apretó con suavidad mostrándole apoyo. No entendía a su compañero de trabajo, parecía que en algunos momentos era un idiota egocéntrico, pero en otros se comportaba como una persona normal.
—No me gusta que lloren delante de mí —contestó a la pregunta que ella no había formulado—. Esas experiencias traumáticas son las peores.
—¿A ti te ha pasado lo mismo? —Lee miró a Kagome para luego pasar la mirada por la mesa de Akane.
—Conozco a alguien que sí —respondió enigmáticamente.
—¡Vaya! Parece que ya os vais conociendo mejor. —Lee se separó automáticamente de ella cuando sintió la voz de su compañera. Se sonrojó y tembló levemente—. No, no, por favor, seguid. Como si yo no estuviera —agregó Akane enfadada.
—No es lo que… —Kagome intentó hablar, pero fue callada por Lee, quien alzó la voz y la encaró.
—Continuaría lo que me diera la real gana, Tendo —le espetó —no tengo porque darte explicaciones.
—No te las he pedido, Lee. —La joven de cabello corto se encaró a él, mirándolo amenazante—. Pero este no es el momento ni el lugar para ligar ¿no crees?
—Eso es algo que a ti no te concierne o ¿acaso eres mi jefe? —Lee se acercó también con aire intimidatorio.
—Bueno chicos… voy a ver al primer criminal, sino os importa. —comentó aun sabiendo que sus palabras quedarían en el aire. Se levantó y se fue sin más, esperando que la bomba no le explotara a ella.
Se perdió por los pasillos hasta llegar a la puerta número dos, donde según el informe encontraría a María José, mujer de cincuenta y seis años que intentaba llegar a México haciendo transbordo. Cuando entró, se encontró a una mujer con el cabello algo canoso y sucio, piel morena y ojeras marcadas. Se sentó notando como la mujer temblaba y gemía levemente maldiciendo su suerte. Kagome suspiró y se relajó, en la ficha ponía que la mujer era andaluza y sabía que el dialecto andaluz era ligeramente diferente a la lengua castellana.
Pasó una hora y media traduciendo a un dibujante la descripción de uno de los cabecillas de la organización, consiguiendo por fín, que alguien hablara. Aunque tuvo la curiosidad de ver el retrato, el dibujante se lo pasó a Akane que lo guardó rauda y veloz. Excluida de esa parte de la investigación, siguió con su clasificación de archivos ahora que estaba sola. La ola de extranjeros que viajaban al país había sido enorme el último mes cosa que había hecho saltar las alarmas en los departamentos de policía temiendo por la seguridad de los ciudadanos.
Tenía entre sus manos a más de una veintena de extranjeros de diferentes nacionalidades clasificados como sospechosos, pero solo había un puñado a los que podía relacionar con el problema de aquella sustancia nueva. Decidió trazar una línea temporal de los sujetos esperando encontrar algo más en común que tuvieran aparte de la introducción de sustancias ilícitas al país. Abrió los expedientes y los esparció por la mesa escribiendo las coincidencias de unos con otros para conseguir algo más de información. Le llamó la atención que, todos los que habían pasado por el aeropuerto madrileño, habían sido detenidos por contrabando.
—Higurashi, antes me ha parecido que querías ver el retrato. —Kagome levantó la cabeza viendo a una mujer alta castaña con los ojos del mismo color y una sonrisa radiante.
—Gracias, Ukyo. —Le cogió la documentación—. Y por favor, llámame Kagome. —La chica sonrió y se fue a su mesa—. Renkotsu Yanaka —repitió el nombre. Miró la ficha donde estaban los datos del joven.
Se fijó en la ficha del joven que la señora Rodiguez había descrito. A los dieciocho años ya era considerado un delincuente nato, tenía una larga ficha policial de extorsión, agresión y hurto entre otras. Kagome se sentó en el ordenador para buscar información del sujeto en cuestión y después de veinte largos minutos sin ningún resultado y releyendo el expediente por quinta vez, Kagome descubrió el nombre de una tía de Renkotsu, Catalina González, residente en Madrid. Buscó vuelos en los que Renkotsu pudiera haber cogido hacia Madrid y encontró cinco, todos relacionados con las fechas en las que los sospechosos habían sido relacionados con los capos de la droga.
Feliz por el descubrimiento, recogió todos los datos y los puso en la misma línea cronológica que había creado con los detenidos. Ahora que tenía un espacio temporal físico y argumentado, llamó a su superior para explicarle su hipótesis. Ella creía que el Catalina González era una tapadera para que Yanaka captaba a sujetos mayores sin dinero que hacían transbordo en Madrid y los subía al avión para enviarlos hacia aquí. Movida por su instinto, se dispuso a buscar más movimientos en los que Renkotsu estuviera implicado, intentando entrelazar más sospechosos y, con suerte, encontrar la red de contrabando.
Su móvil sonó sobresaltándola. Se llevó una mano en el pecho como queriendo controlar los latidos de su corazón para luego con la otra mano coger el aparato. Desbloqueó la pantalla e indagó en las profundidades del mismo buscando el motivo de su sonido estridente, encontrando un mensaje de su madre. Rebosante de alegría, abrió la aplicación y lo leyó, sorprendiéndose de su mensaje.
Debido a una urgencia debían verse esa misma tarde, ella se iría unos días fuera del país. Pero antes de irse quería despedirse de ella, por lo que habían quedado en un parque cerca de su casa. Kagome aceptó algo preocupada, hacía bastante tiempo que no sabía nada de su madre ni de su hermano y no sabía a qué se debía tanta prisa. Un mal presentimiento le recorrió la espalda, las pocas veces que su madre tenía prisa, no solía ser bueno.
—¿No sabes que está prohibido utilizar el móvil en horas de trabajo? —Kagome levantó la cabeza para encontrarse con un joven de cabello corto y oscuro, ojos marrones y cara cuadrada que la miraba intensamente—. El superior no quiere que ningún miembro de nuestra comisaría chatee con sus amistades en horas de faena.
—Lo siento —se disculpó Kagome guardando inmediatamente el teléfono—. Si no hubiera sido algo importante no…
—¿Se estaba muriendo alguien? —Interrumpió el joven a la detective—. Pues tenlo en cuenta para la próxima vez. No puedes ni mirar ese teléfono si alguien no se ha muerto ¿Ha quedado claro?
—Ryoga —la mujer llamada Ukyo se acercó con las manos en jarra —¿quieres dejarla en paz? Es su primer día por Dios, dale un respiro. —La mujer de ojos azules se giró a Kagome—. Tranquila, no le hagas caso. Simplemente cuando tengas que mirar algo que éste no esté cerca de ti —le guiñó un ojo haciendo que la mujer sonriera.
Antes de que el joven pudiera decir nada, Akane llegó con apuro y sin saludar a nadie. Sacó la silla con rudeza y se sentó mientras encendía el ordenador sin ningún miramiento. Lee llegó detrás de ella quedándose a su espalda, apoyando ambas manos en sus hombros como si no quisiera dejarla sola. Mientras miraban la pantalla se quejaron a la vez, maldiciendo algo en voz baja, provocando que Kagome se levantara la vista y observara con disimulo el monitor.
—¿Quién es? —preguntó haciendo que los otros dos se percataran de su presencia.
—Alguien que hubiera preferido olvidar —respondió Akane suspirando—. Era un camello que vivía en nuestro vecindario y que ha intentado por todos los medios acabar con la seguridad y la infancia de muchos niños.
—¿Está implicado en el tema de las drogas que estoy llevando?
—Aún no lo sabemos, pero un testigo ocular dice que vio a Suikotsu Hirata en un club de alterne con Renkotsu Yanaka.
—Yanaka es…
—Ya lo sabemos —Lee interrumpió a Kagome abruptamente—. Es por eso que nos ha aparecido este nombre, ahora tenemos pruebas más que suficientes para poder encarcelar a este hijo de mala madre.
—Si os puedo ayudar en algo aquí me tenéis. —Antes de que su compañero de la coleta dijera algo ella levantó el brazo—. Excepto hoy por la tarde, tengo un asunto familiar que atender, pero mañana seré toda vuestra —Lee asintió y Akane suspiró.
—Lo que sí podrías hacer es intentar traducir estas declaraciones de los presos españoles —le dijo Ryoga plantándole una gran carpeta llena de documentos—. Ya que se te da tan bien el español así nos quitarás faena —Kagome lo miró exasperada.
—Concentrémonos en esto —Akane captó la atención de todos nuevamente—. Yanaka y Hirata quedan asiduamente los miércoles de principio de mes en este bar. —Akane señaló el monitor—. Tenemos dos semanas para organizarnos, así que no nos podemos dormir.
—¿Tenéis alguna sugerencia? —Ukyo llegó con un gran pliegue de papeles—. Creo que esto os servirá. He estado investigando sobre estos dos —les pasó la documentación—Yanaka no tiene nada, vive solo en una choza a las afueras de la ciudad. —Kagome sintió un escalofrío, esperaba que fuera en el otro lado de la ciudad opuesto al de ella—. Por otro lado, Hirata es un hombre casado con dos hijos y tiene un bar.
—¿Estamos hablando del mismo Suikotsu Hirata? —Lee cogió el papel velozmente viendo la imagen — no puede ser
—Parece que cometió un delito menor y lo encerraron por un tiempo —leyó Ukyo—. Al salir dijo que se había reformado y que fuera le estaba esperando el amor de su vida. Seis semanas después se casaba con Hiromi Anasaki —les pasó la foto de la mujer—. Camarera de una cafetería.
—¿Tiene antecedentes? —Cuando Kagome habló todos la miraron a ella—. Digo, sería interesante saber si ella también tiene antecedentes, puede que su matrimonio sea una tapadera o que se conocieran a través del traspaso de droga. No estaría de más saber un poco más sobre la familia de Hirata.
—Kagome puede tener razón —corroboró Akane—. Ryoga únete con Ukyo y encárgate de buscar información sobre la familia de Suikotsu. Necesitamos tener todo el perímetro controlado —la pareja de agentes asintió y se marcharon—. Lee necesito que hagas un poco de bagaje —Lee la miró intensamente—, adéntrate en su mundo y vuelve antes del anochecer con lo que hayas podido descubrir. —Éste asintió y cogió su chaqueta—. Ten cuidado —dijo con una voz que significaba mucho más que una preocupación de compañeros.
—Siempre la tengo —él le sonrió afectuosamente y se acercó, pero paró en seco al recordar donde estaba y quien le miraba—. Hasta luego Higurashi. —Akane miró espantada a Kagome que simplemente saludó con la mano para luego mirar hacia otro lado.
—Nosotras por hoy hemos acabado aquí. ¿Te apetece un café? —Kagome la miró extrañada—. Quiero que me hables de ti, quiero saber con quién estoy trabajando —aseguró.
—Siempre que yo reciba la misma información —sonrió mientras se levantaba. Sin embargo, un súbito mareo la obligó a apoyarse contra la mesa. La cabeza le daba vueltas por lo que optó por mirar hacia abajo y cerrar los ojos—. Mierda.
—¿Te encuentras bien? —Akane había ido hacia ella al ver que parecía desplomarse—. Si te sientes mal, te llevo a tu casa y descansas.
—No, no, tranquila. —Abrió los ojos y respiró hondo—. Llevo unos días con gripe y aún no he ido al médico —informó con una sonrisa tonta—, pero ya tengo cita —aseguró al ver la cara de su compañera.
—¿Aun quieres tomar un café? —Kagome respondió afirmativamente y las dos salieron de la comisaría.
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No sabía qué era lo que podía hacer para volver a recuperarla. Inuyasha había persuadido a Sango y a Kaede hasta la saciedad, llegando al nivel de acosador, para que le revelaran el paradero de Kagome. Necesitaba hablar con ella y arreglar las cosas.
Maldijo el momento en el que todo empezó. Recordó aquella mañana, meses atrás, que se había levantado con una sensación extraña, cansado y abatido. No tenía ganas de hacer nada y menos de hablar con nadie, por lo que, por primera vez en siete años, desapareció de su casa sin decirle nada a Kagome.
A media mañana, Kikyō se dejó caer por su consulta con su primogénito. Él no era su médico, pero el conocerse de tantos años y, además, ella era su cuñada, fueron suficientes razones para no echarla de allí y hacerle un chequeo al niño. Estuvieron hablando de varios temas, pero algo que le marcó fue la facilidad que tenía Kikyō para entenderlo. La monotonía es mala, eso es lo que me diferencia de mi familia. Yo no hago raíces le había dicho. Esas palabras habían calado en todo su ser de una forma inesperada y le hizo pensar en su vida actual. Fue un craso error dejar que los pájaros de papel que Kikyō había lanzado sobre él le influenciaran de tal manera que, al llegar a su casa, pagara toda la frustración con Kagome. Pero no podía decir que Kikyō había tenido la culpa. ¿Cómo sabría ella lo que sucedía en su cabeza? Simplemente, la mala suerte hizo que todo eso sucediera y que él, acabara por destrozarse su vida, que tan felizmente había mantenido a salvo durante siete años.
Llegó a casa después de un largo día de trabajo y dejó las llaves en el cuenco que Kagome compró poco después de instalarse allí. Entró en la habitación esperando por un mero segundo encontrarla en la cama, con los ojos llorosos y los mofletes enrojecidos de ira. Pero la habitación estaba vacía y solo podía deleitarse con el olor que aún desprendían algunos muebles de la habitación.
Se dirigió a la cómoda que ella había ocupado y la abrió, para poder oler con más intensidad su aroma. Lo pensó detenidamente sintiéndose un acosador y un maníaco sexual que se extasiaba con el olor de sus víctimas. Desechó la idea y abrió el cajón, con tal fuerza que lo sacó de cuajo, tirando al suelo una pequeña libreta de color azul. Inuyasha vio el celo pegado en la parte de atrás del cajón por lo que entendió por qué esa cómoda no se cerraba bien. Metió nuevamente el objeto en su sitio y se dirigió a la libreta, para ojearla sentado en la cama. Pudo identificar la letra fina de Kagome, la cual explicaba las sensaciones que sentía cuando se quedaba sola de noche en aquella casa.
Él no sabía que ella aún tenía terrores ocultos por lo que ocurrió hará siete años. Se desmoralizó cuando leyó lo asustada que parecía con cada ruido que una casa vacía podía producir. Sí que era cierto, que aún tenía pesadillas por las noches, pero pensaba únicamente el inconsciente de la muchacha le jugaba malas pasadas. Siguió ojeando la libreta hasta que encontró la última página, escrita haría unas semanas. Estaba llena de lágrimas, las cuales habían dejado marcas en el papel desfigurando la tinta y distorsionando el mensaje. Pero claramente se podía leer la determinación de irse, para que él fuera feliz. Maldijo una vez más con rabia, soltando bruscamente la libreta y apoyando la cabeza entre sus manos. Respiraba forzosamente mientras intentaba controlar las intensas ganas de llorar. Era la misma sensación que había sentido en el pecho cuando había sabido que un maniaco asesino en serie la tenía capturada. En esa misma habitación años antes, se había prometido a sí mismo que nunca dejaría que ella sufriera algo parecido mientras él viviera.
Respiró con dificultad pasándose la mano por el cabello largo, apartándoselo de la cara. Se hizo una coleta y se dirigió al lavabo para lavarse la cara y refrescarse. No podía echarse abajo, no podía dejar de buscar. Puede que no volviera con él, pero necesitaba saber dónde estaba, necesitaba saber que estaba bien.
Escuchó el móvil, por lo que se dirigió al salón para mirarlo. Suspiró cuando vio el mensaje de Kikyō pero ni siquiera lo abrió. Por un momento pensó en lo que Kagura le había recriminado y como posiblemente había sido una marioneta en manos de una mujer voraz que destruía todo lo que encontraba a su paso. Pero enseguida desechó la idea ¿Qué quería de él? Kikyō estaba casada con un magante alemán que le subvencionaba el trabajo de investigación, además que habían formado una familia. ¿Por qué intentaría romper la relación que él tenía con Kagome? Era estúpido pensar que había sido ella la culpable.
Dejó el móvil y se percató de la agenda que había sobre la mesa. Había pasado tres días como un zombi sin mirar a su alrededor más que para ir a la cama y salir del departamento hacia el hospital, por lo que no se había fijado en la estancia después de que Kagome lo dejara. Abrió la agenda y ojeó lo que había en ella. Un día marcado en rojo, hará una semana, donde había una cita en la editorial en la que trabajaba su cuñada. ¿Podría ser posible que sí supiera donde se encontraba?
Miró el reloj, aún le quedaban unas horas para empezar el turno de noche, cogió las llaves del coche y se dirigió hacia el trabajo de su cuñada, seguramente estaba acabado la jornada para irse a casa.
Cuando llegó a la puerta del edificio encontró a Kagura saliendo por la puerta giratoria mirando el móvil. La joven, de ojos cobre y cabello suelto, iba vestida con unos pantalones negros y una camisa azulada.
—Tenemos que hablar. —La voz casi de ultratumba de Inuyasha, la asustó desmesuradamente. Se apartó hacía atrás y miró al dueño de la voz recordando por un momento a Naraku—. Tranquila, soy Inuyasha.
—¡Joder! —Al reconocerlo soltó el aire que habían aguantado los pulmones—. ¿Qué mierdas haces Inuyasha? No vuelvas a acercarte a mí así, por favor—. Se puso la mano en el pecho intentando controlar los latidos de su corazón.
—Lo siento, no quería asustarte—. El medico la miró, apenado, estaba demasiado enfadado como para controlarse y lo había vuelto a pagar con ella—. ¿Te apetece un café?
—¿De qué quieres hablar Inuyasha? —guardó el móvil y lo miró directamente a los ojos.
—No te andas con rodeos. —La mujer levantó una ceja mirándolo irónicamente—. Kagome quedó contigo hará una semana en tu despacho. ¿De qué hablasteis?
—¿Ahora eres detective? —Inuyasha la miró exasperado—. No me dijo donde se iría. Ni siquiera me dio un número de teléfono.
—Entonces ¿por qué vino aquí? ¿qué quería decirte? —A cada pregunta alzaba la voz, haciendo que algunos viandantes miraran hacia su dirección.
—Quería desahogarse. —Inuyasha calló de golpe—. Únicamente me dijo que quería desaparecer, desintoxicarte de la familia Taisho por un tiempo. Desintoxicarse de ti. —Vio como el albino bajaba la mirada decepcionado—. ¿Qué esperabas? Le has hecho creer que te has ido con su hermana, que la has engañado, que la has traicionado. ¿Eres tan iluso como para creer que iba a esperarte? Sentada en tu casa, como una buena mujer sin importarle lo que tú hubieras hecho.
—No hice nada. —Volvió a defenderse, aunque con muy poco ánimo—. Sólo quiero encontrarla y arreglarlo. Quiero volver a estar con ella.
—¿Has pensado en lo que quiere ella, Taisho? —le preguntó enfadada— y si ella no quiere volver ¿la obligarás?
—Yo, no…—suspiró aguantando las lágrimas nuevamente—. Quiero explicárselo y que ella decida.
—Inuyasha —Kagura le tocó la mejilla al hombre que le sacaba una cabeza—. En cuanto sepa algo te lo diré, pero ahora no te puedo ayudar. —e albino asintió —he quedado con Sango ¿quieres venir? Puede que ella sepa donde esté y si la convences igual que a mí, puede incluso que te diga donde se esconde —él asintió y juntos se dirigieron a la cafetería de la esquina.
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Kagome y Akane estaban tomando un café mientras hablaban de sus vidas. La inspectora Tendo era considerada una de las mejores detectives de policía de la ciudad y así se lo había dejado claro todo el departamento al regalarle una placa dorada a la mejor inspectora. Su vida giraba en torno al departamento y por tanto el departamento dependía de ella.
—Sinceramente, hacerme inspectora fue lo mejor que hice en mi vida. —Akane mordisqueó la galleta de canela que venía de regalo con el café—. La necesidad de acción pudo conmigo los años que trabajé en oficina.
—Sé lo que quieres decir —aseguró Kagome—. Cuando yo trabajaba con el inspector Taisho me sentía viva, drogada por la adrenalina.
—Exacto. —Akane dio otro sorbo al café y la miró—. ¿Te puedo hacer una pregunta algo personal? —Kagome quien comía una magdalena de azúcar asintió— ¿Por qué dejaste el cuerpo con Taisho? Tengo entendido que es uno de los mejores inspectores, ¿Por qué huiste?
—Yo no he huido —refunfuñó cruzando los brazos—, simplemente tuve problemas con una relación y quería desintoxicarme un poco de la ciudad.
—¿Te pegó? —La pregunta fue formulada en un tono sórdido y lúgubre. Kagome miró a su nueva compañera sin identificar por qué aquel repentino cambio de humor—. ¿Has tenido que huir porque no han sabido protegerte? O ¿estaba relacionado con la mafia?
—No, nada de eso. —La joven inspectora negó con la cabeza intentando que su compañera se calmara—. Digamos que mi pareja volvió con su antigua amante después de años sin verse. Siempre es doloroso saber que eres el segundo plato — los ojos se le aguaron y bebió un poco de café para calmar los sentimientos alborotados en su garganta.
—Te entiendo perfectamente —agregó Akane— te has sentido utilizada y engañada. Aparte de estúpida por no haberlo visto venir. —bajó la mirada hacia su taza de café—. Te hace desconfiar de los hombres.
—¿Por eso ni tú ni Lee habéis llegado a nada? —Ante la pregunta de la morena, Akane soltó el vaso casi derramando el contenido del mismo en la mesa. Levantó la mirada observando a Kagome con los ojos de par en par—. Por favor, no me mires así. Se os ve a leguas que sentís algo el uno por el otro. No hace falta ser inspector de policía.
—Lee y yo no… —Higurashi la miró con elocuencia, provocando que Akane se sonrojara y bajara la mirada — es decir… es complicado —suspiró indecisa. Kagome bebió un poco más de líquido, esperando a que continuara—. Bueno, la verdad es que Lee y yo estamos comprometidos. —Kagome dejó de beber y literalmente, escupió el líquido a la cara de su compañera—. Debí haber esperado a que tragaras el café —agregó sonriendo.
—¡Lo siento! —La de ojos azules, roja como la grana, se levantó rápidamente a buscar servilletas para secar a su compañera—. De verdad que lo siento mucho —volvió a disculparse, nerviosa.
—Tranquila —se carcajeó Akane. Levantó la cabeza para ver a Kagome aguantando las ganas de reír—. Por favor, no te cortes. —Las dos inspectoras, estallaron en carcajadas, casi maniacas siendo observadas con cautela por la mitad de local.
—Entonces ¿Sois pareja?
—No. —Ese fue el turno de Kagome para mirarla sorprendida—. Bueno sí, pero no —intentó aclarar sin mucho éxito—. Te lo he dicho, es complicado sino sabes el principio.
—Pues podrías empezar por ahí —ironizó la de mirada azulada.
—Mi padre es un hombre que le encanta seguir las tradiciones y como solo tuvo niñas, decidió que las casaría con hombres de buenas familias para asegurarse que estaban bien colocadas en un futuro. —Akane sonrió ante la mirada incrédula de Kagome—. Sí lo sé, es indignante que a mis treintaidós años tengo que depender de un hombre. Pero mi padre es así y eso se acentuó cuando mi madre murió.
—Lo siento mucho.
—Lo llevamos bien. —aseguró, aunque con una mirada triste—. En fin, mi hermana mayor, Kasumi se comprometió con un médico. —La morena sonrió con tristeza, no quería saber nada de médicos en una temporada—. Nabiki, se casó recientemente con un heredero de una gran empresa de automóviles. Mi cuñado está un poco chiflado, pero es muy buena persona y Hitomi, que es la más pequeña, tiene dieciséis años y aún vive con mi padre. En mi caso, la familia de Lee es accionista en una de las mayores empresas dedicada al deporte de lucha libre, además nuestros padres se conocían de hace años.
—Estoy viendo cómo acabará la situación —Akane asintió divertida.
—Exactamente. Ninguno de los dos aceptó el compromiso e intentamos por todos los medios romperlo. Pero el roce hace el cariño y... —se sonrojó nuevamente dejando la frase en el aire.
—Pero ¿Qué problema hay en que vuestros padres lo sepan? Todos saldréis ganando.
—Han pasado cosas que han complicado nuestra vida mucho más de lo que parece. —Kagome frunció el ceño. Cuando parecía que la de ojos oscuros iba a continuar su móvil vibró—. Debes irte, me dijiste que hoy te esperaban.
—Sí. —Kagome levantó la vista y miró a su compañera—. ¿Qué te parece si quedamos para tomar otro café?
—Me encantaría.
Dejó el dinero encima de la mesa y salió del local. Sabía de quien era el mensaje y su ansiedad le provocó un vació en el estómago. Perfecto, después tendría ardores. Caminando hacia el coche, abrió el mensaje y clicó sobre la ubicación que su madre le había enviado, un parque cerca de su antigua casa familiar. Sabía que su madre no tenía carné de coche, por lo que suponía que no quería tardar mucho en volver a casa. Mientras conducía frenética por la carretera, la idea de su padrastro le vino a la mente y una nueva sensación de malestar le recorrió la espalda. Aquel hombre se presentó la primera vez bien vestido y acompañando a su madre de una conferencia a la que habían ido. Su madre, filóloga, se había volcado en su trabajo después de la muerte de su marido, pero con la llegada de Muso a sus vidas, todo cambió. La mujer dejó sus investigaciones de lado y se volcó en la nueva relación que tenía con aquel indeseable, que cada día se presentaba más como el mismo diablo.
No entendía que narices había visto su madre en él.
Buscaba una sola excusa para sacarlo de aquella casa, pero nunca había tenido oportunidad.
Sin darse cuenta, llegó al parque cuando el sol empezaba a caer lentamente. Pudo identificar a dos personas sentadas en aquel banco blanco de mármol roído por los años. Lentamente se acercó, no queriendo sobresaltar a ninguno de los dos. La mujer estaba sentada con las manos encima de su regazo y aguantando una carpeta repleta de papeles, mientras que el joven a su lado hacía aspavientos desesperado. La mujer, morena y de ojos azules, muy parecida a ella, se levantó al verla y se acercó dándole un gran abrazo. El chico, de ojos de igual color, pero de cabello castaño claro, se levantó cuan largo era y espero a que su madre soltara a la joven para acercarse él. Kagome tuvo que ponerse de puntillas y el joven, agacharse, para poder conseguir la posición más cómoda para ambos para poder abrazarse.
—Cómo has crecido Sōta —sonrió la joven viendo a su hermano pequeño, el cual ya le sacaba casi una cabeza y media—. No me puedo creer que ya hayan pasado tres años.
—Has estado desaparecida Kagome. —él, quien ya había cambiado la voz, la miraba con cariño, olvidando por un segundo su enfado—. Aunque también ha sido lo mejor.
—¿Cómo estáis? —Sōta apartó la mirada y su madre suspiró entristeciéndose—. ¿Ha pasado algo verdad? Muso ha hecho algo. —El joven bufó al escuchar el nombre de su padrastro y Sonomi tembló, despertándole todas las alarmas a la detective.
—No creas cariño, Muso solo quiere lo mejor. —A Sonomi le tembló la voz cuando vocalizó esas palabras, delatándose—. No te preocupes. Lo importante es que estás bien.
—¿Cómo puedes decir eso mamá? —Kagome abrazó con sus propias manos las manos de su madre dándole confort—. Ese individuo merece estar en la cárcel.
—¿Cómo la última vez? —Sōta volvió a bufar enfadado—. En cuanto salió a los seis meses por buena conducta casi la mata de una paliza. —Kagome sorprendida, observó a su madre mientras ella simplemente agachaba la cabeza—. Duerme con una escopeta y un ojo abierto, porque sabe que en el momento que menos se espere cogeré la glock y le volaré los sesos.
—Sōta —advirtió madre soltó las manos de su hija— me prometiste que nunca dirías eso, aunque lo pensaras. Tú no debes segar la vida de nadie, solo Dios tiene la potestad de ello. —Una risa irónica del adolescente se dejó escuchar en el sombrío parque.
—¡Sólo los estúpidos creen en fantasías que los sacaran de sus problemas! —estalló el adolescente—. Esto es la vida real ¿sabes?
—Desde cuando le hablas así a tu madre. —Al ver lo afligida que estaba Sonomi, Kagome tomó cartas en el asunto. Aunque le pesara, una de las consecuencias que su madre había tenido después de la muerte de su padre fue la fe, casi ciega, en la religión. En un principio no tuvo problemas con ello, pero cuando su creencia la puso en peligro por primera vez, reaccionó igual o peor que su hermano. Suspiró e intentó calmarse, siempre era mejor tratar los problemas calmada—. Siéntate ahí mientras yo hablo con mamá. —Sōta la miró con ironía— ¡Venga! —A regañadientes, el adolescente acató la orden—. Bien y ahora ¿me dirás que pasa? ¿Qué es todo esto de que Muso casi te mata?
—Kagome, tu hermano es un exagerado —intentó defender Sonomi a su horripilante pareja.
—Mamá tienes la muñeca inflamada —cogió el brazo derecho y subió la maga—. Te ha atado de forma violenta y te ha arrastrado. Mira las marcas. —Sonomi simplemente tembló y bajó la mirada—. Sé que te sientes avergonzada y que tienes miedo. Pero esos no son motivos para aguantar, todo lo contrario, deberías defenderte.
—¿Qué quieres que haga? ¿Mancharme las manos de sangre o dejar que tu hermano lo haga? —chilló la mujer desesperada apartándose de su hija y bajándose la manga bruscamente—. Dios tiene un plan para todos nosotros y el mío fue ser muy feliz con tu padre y aguantar a Muso. Este es mi destino y no puedo cambiarlo, ni vosotros tampoco.
—¿No crees que Dios en el que tú crees no querría verte sufrir? —Sonomi la observó con ojos cristalinos— mamá, me da igual que creas en un dios, en muchos o en nada, si eso te hace fuerte y poder continuar adelante. Lo que no quiero es ver esto —la señaló—. Te estás apagando porque dejas que alguien pueda contigo.
—Quizás es lo que merezco niña —la detective la miró enfadada—. No sé qué hacer Kagome, no puedo enfrentarme a él sin esperar que Sōta se interponga. Ha crecido mucho y es mucho más fuerte desde que se dedica a jugar al baloncesto. —Observó a su hermano, de más de metro ochenta, que se le empezaba a marcar la musculatura por debajo de la camiseta, corroborando que su niño estaba creciendo—. No puedo dejar que Sōta se meta en un lío, tiene un gran futuro igual que tú.
—No podemos dejar esta situación así. —colocó su mano en el hombro notando como se encogía de dolor. Apartó la mano rápidamente controlando la ira que empezaba crecer en sus entrañas. Entendía a su hermano y si por ella fuera golpearía hasta matar a ese individuo. Pero no podía mostrárselo a su madre, primero necesitaba estar segura de que ella ni se cerraba—. ¿Y si os venís a vivir conmigo?
—No queremos meternos en tu vida en pareja, además Inuyasha no lo sabe. —Al ver la cara de su hija, se asustó— ¿Qué ocurre?
—Estoy viviendo a las afueras de la ciudad, en la casa Higurashi. —Sonomi abrió los ojos—. Ha vuelto con Kikyō. Vivo sola en una casa grande que por derecho es tuya.
—Es imposible —Sonomi negó reiteradamente— Kikyō está casada y tengo un nieto. Debe haber una razón de peso Kagome. —Le tocó con la mano el bajo vientre—. ¿No estás un poco pálida?
—No te hagas ilusiones mamá, no estoy embarazada. Utilizamos precauciones más que de sobras para que eso no pasara. —Su madre hizo una mueca entristecida—. ¿Te imaginas esta situación, pero con una criatura separada de su padre? Incluso tus pensamientos arcaicos saben que la situación es mejor así.
—Niña, me hubiera encantado conocer a mi nieto —cerró los ojos y suspiró—. Igualmente cuídate, Él tiene algo para ti —agregó señalando al cielo y la observó con una sonrisa triste.
—Mamá, puede que ahora esté soltera, pero eso no implica que no vaya a tener hijos. —La mujer simplemente sonrió y volvió a cerrar los ojos, suspirando—. Venid a vivir conmigo, por favor. —El teléfono de su madre vibró, asustándola por unos instantes.
—Necesito que firmes esto. —Sonomi sacó de su bolso unos documentos y se los entregó—. No hace falta que los leas, simplemente firma. —Kagome alzó una ceja perspicaz. —Haz caso a tu madre y firma. Es importante— la acercó al banco en el que Sōta estaba sentado medio enfadado y la obligó a firmar. Con la documentación firmada, la mujer se levantó nerviosa—. Cariño debemos irnos. —Tanto Kagome como Sōta miraron entristecidos a su madre, no habían pasado ni una hora juntos—. Es tarde y debemos llegar antes de que Muso aparezca.
—Mamá, por favor, haced las maletas y venid a vivir conmigo —suplicó Sōta—. Nos necesitamos y debemos apoyarnos.
—Una vez esté todo listo vosotros volveréis a estar juntos —aseguró Sonomi con una sonrisa.
Abrazó a su madre y a su hermano con fuerza, deseando que no se acabara nunca. Tendría que investigar sobre Muso, tenía que buscar la manera de sacar a su familia de aquella casa, necesitaba ponerlos a salvo.
¡Hola nuevamente!
Aquí vuelvo a daros la lata para variar xD Está siendo toda una odisea hacer una secuela de una historia ecrita hace años. Yo he cambiado mucho la forma de escribir y los temas que abordar, pero me está costando mucho no salirme de los parámetros del mundo que cree hace años (casi hago UA dentro de mi UA... ¿es eso posible? xD) En fin, dejo de desvariar xD
Agradecimientos:
Susanisa: ¡Muchas gracias por pasarte y darle una oportunidad! Aquí tienes la actualización! Espero que la disfrutes.
Tatiana Ocampo: ¡Muchísimas gracias por el comentario! En sí, en un primer momento los personajes eran míos, pero me recordaban tanto a los de Takahashi que decidí traerlo como si fuera un UA. Gracias por pasarte y espero que este capítulo también te guste.
Marlenis Samudio: ¡Hola Marlenis! Básicamente sí a todo lo que dices, por ahora al menos, parece una treta de Kikyo, un Inuyasha estúpido y una Kagome luchando contra la adversidad. Pero a veces las cosas no parecen lo que son... xD En fin, muchísimas gracias por el comentario y espero que este capítulo también sea de tu agrado.
kcar: ¡Muchas gracias por el comentario! Sí, es el incio pero espero que este capítulo también te enganche y lo disfrutes. ¡Gracias por pasarte!
Guest: Muchas gracias por el comentario! No tengo manera de dirigirme a ti, así que espero que sepas reconocerte xD. Espero que vuelvas en este capítulo.
Muchas gracias también, por vuestros favoritos y por vuestros "seguir" a: Susanisa, Eren Vaga, Marlenis Samudio, kcar, Lilliana1118 y hadadelcementerio.
Y a todos aquellos lectores anónimos que se hayan aparecido por aquí en algún momento, muchas gracias por darle una oportunidad.
En fin, nada más. Espero que os guste como para esperar una semana más xD.
¡Nos vemos en los bares!
