Perspectiva de Taro.
Ya hace una semana que ingresé a la secundaria de Shizuoka y la verdad me gusta mucho, al igual que la misma ciudad en general. Papá y yo nos mudamos desde Tokyo hace uno o dos meses, pero solo hasta ahora los directivos de la escuela me permitieron ingresar; ignoro qué trámites tuvieron qué hacer para ello.
Desde el momento en que entré al aula, los rostros variopintos no se hicieron esperar. Algunos se mostraron curiosos, principalmente los de las niñas; otros, como el del chico alto de cabellos revueltos que luego supe se llama Ken, parecían confusos e incluso molestos; pero los que más llamaron mi atención fueron los de un par de muchachos que enseguida se acercaron a mí sonriendo de oreja a oreja. Ellos son Shingo y Tsubasa.
Con su alegría, me recibieron en su núcleo de amistades y explicaron cómo funciona el plantel, las clases y el grupo en cuanto a las personas que lo integran. Me dijeron que no me acercara mucho al tal Ken y su compañero Kojiro, puesto que no suelen dar la bienvenida adecuadamente; del mismo modo, comentaron que Shun Nitta es un tanto territorial de forma inexplicable pero, a diferencia de los dos anteriores, Shun no sería capaz de hacer daño ni a una mosca. Además, es menor que nosotros por casi un año.
En realidad, Shingo y Takeshi ―a quien ya conozco de antaño pero nadie aparte de él lo sabe― también lo son. Les conté de mí que soy un viajero y voy de un lado a otro según le den trabajo a mi padre, que es un pintor, y a veces practico la misma actividad artística; no se lo menciono porque se entusiasmaría y dedicarme a tal cosa no es propiamente mi sueño. Hablando de sueños, escuché por voz propia de ambos que, en un futuro, les gustaría llevar a sus equipos deportivos a un nivel profesional. Yo les prometí que si llegaba a unirme a alguno como algo más que un suplente, les ayudaría en todo cuanto pudiera. No se los dije entonces, pero tampoco me gusta hablar sobre los sueños. Yo no tengo uno.
No es que tema al compromiso, pero hay ocasiones en que no me siento capaz de lograr algo por mí mismo, es decir; no tengo esa seguridad para gritar al mundo que voy a lograr algo sin importar los obstáculos. Estoy muy frágil para eso, y es que la razón de habernos mudado no se debe solo al trabajo inestable de papá, sino a que él ya no quería que mi hermana Yoshiko ni yo continuásemos viéndolo discutir con mi madre. A ella acababan de operarla por un accidente de tránsito y, al estar incapacitada, empezó a notar que la mayor parte de los ingresos los aportaba ella, puesto que papá solo era un pintor amateur que no conseguía el dinero suficiente para solventar los gastos. En ese tiempo la comida empezó a escasear y entonces llegaron las discusiones: ella pidió que renunciara a su sueño. Él se negó.
Cuando decidieron separarse, ambos querían llevarnos a Yoshiko y a mí juntos. Ninguno iba a ceder. Me consta que a mamá le dolió, pero finalmente llevó a mi padre ante un juez que determinara qué era lo mejor, y éste dijo que por lo menos uno de nosotros debía ir con ella por nuestro propio bien. Lo que pasó en adelante creo que es la única consecuencia de la que no me arrepiento, porque fue determinada por mí, porque así lo quise: yo mismo elegí estar con papá.
Desde entonces he pasado hambre, frío y cansancio, pero nada es lo suficientemente duro como para hacerme abandonar a mi padre. Yo porto con orgullo el apellido del hombre que me enseñó a no retroceder, a luchar por no renunciar, y no hay fuerza alguna que me aparte de su lado.
Ahora, regresando a la actualidad, es extraño que el hijo de un hombre que luchó hasta los extremos por su pasión no acostumbre hacer lo mismo, pero Ichiro Misaki es un buen padre y nunca me ha exigido nada. Él dice que aún soy joven y no tenemos ninguna prisa.
Respecto a esto, varios muchachos de mis anteriores escuelas me han visto jugar deportes de equipo y/o en solitario diciéndome que soy muy bueno y que debiera unirme a algún club avanzado pero, como dije anteriormente, a pesar de no tener miedo, sé que eso es comprometerme de verdad ante las personas que están allí por gusto auténtico y no solo por habilidad, como estaría yo si aceptara; es una clase de ofensa que no voy a cometer, el estar ocupando el sitio de alguien que se esfuerza y sueña con tenerlo solo porque puedo, por no ocurrírseme nada más.
Así pues, vivo haciendo cualquier cosa como el segundo mejor para evitar robarme un sueño y muestro mi auténtico potencial solo cuando alguien talentoso es capaz de opacarme, entonces puedo ayudar a ese alguien a alcanzar sus metas sin correr riesgos. Esto tendrá consecuencias en el futuro, lo sé, pero me ha funcionado, es por eso que seguiré actuando de este modo hasta encontrar mi vocación.
