Bueno, este es el cap. 1 Espero que les guste.
Capítulo 1: Tácticas de Seducción de una Diosa
La mañana posterior a la reunión, se despertó entusiasmada. Sabía que el "conflicto bélico" que iban a originar, iba a ser catastrófico. Tanto para sus enemigos, como para ellos.
Si no habían conseguido solucionar sus "pequeñas disputas" del pasado, estaba convencida de que no iban a poder combatir juntos. Pero como Minervamon había dicho: "sería divertido".
Hay que decir que ella había sido la causante de muchas ellas, y los que no se veían involucradas en ellas, siempre se lo recriminaban, pero la vida es así.
Dianamon la había advertido muchas veces que sus dotes no se debían utilizar de esa forma. Pero ella no la comprendía. Bastante tenía Dianamon con lidiar con Apolomon. Así pues, nunca la había hecho caso.
Retiró las sabanas de seda que la cubrían y se levantó de la cama. Miró por la ventana: hacía un día espléndido. Y estaba sola, que era lo mejor de todo. Vulcanusmon ya había partido hacía su forja.
Nunca había entendido por qué se había casado con él. En cierto modo, el resto de olímpicos la habían obligado. Él la había convencido. ÉL tenía la culpa. Y Dianamon, pues fue ella, quien se propuso unirles.
Todo tenía sus ventajas, hay que admitirlo. Vulcanusmon tenía buena mano para las joyas. Y gracias a eso, ahora poseía unas cuantas. Él la veneraba. Como ella se merecía.
Aun así, no buscaba eso.
Se arregló rápidamente. Fue bailando hasta la salida de su mansión.
Tras la "caída" de los Dioses, se había creado su propio paraíso. No podía compararse con los dominios que anteriormente poseía, pero era espléndido. Era una gran casa de piedra, aunque se asemejaba más a un templo. De estilo grecolatino, el techo estaba sostenido por miles de columnas con cabezales dóricos, jónicos y corintios, que se sucedían en una serie infinita. El interior estaba decorado por estatuas de ella misma en diferentes poses, además de los frescos que decoraban las paredes y techos de las diferentes estancias –siete en total-.
Descendió las escaleras del podium, y contempló el acantilado que rodeaba su hogar. En efecto, gobernaba una pequeña isla paradisíaca en medio del océano.
Levemente, alzó el vuelo, y como si descendiera unas escaleras invisibles, acabó en la playa. Originalmente era una plataforma de abrasión, pero usando sus poderes, la había convertido en su cala privada.
Cogió un puñado de arena y lo dejo caer. El aire lo arrastró. Sonrió. Entonces, comenzó a sumergirse, con cuidado de no arrugar su vestimenta.
Al cabo de un rato, ya había alcanzado tierra firme. Hacía bastante que no visitaba Bright Land. Era un lugar sobrecogedor para ella. Excesivo calor y tierras casi infértiles, en las que solo crecían malas hierbas. Eso sí, tenía un brillo especial. ÉL sol lucía de diferente forma, y de cuando en cuando, lanzaba destellos que iluminaban la zona.
Se dirigió rápidamente, procurando no ser vista por los pocos digimons que habitaban la zona. Fue directamente al Castillo de Apollomon.
Era una construcción gigantesca, aunque comparada con la suya, tosca y sin mucho estilo. Era medieval, hecho de piedra volcánica y rodeado por un foso de lava. Desde el suelo se levantaban dos grandes columnas, que envolvían el pórtico, haciéndolo la única entrada accesible. Por encima de él, se levantaba otra pequeña estructura. Esta, poseía un balcón desde el cual se podía observar toda la zona. Allí es dónde se reunía con Apollomon.
Sobrevoló el foso y llamó a la puerta. No hubo una respuesta inmediata, pero el olímpico no tardó en recibirla.
Con aquella luz tan radiante, su larga melena de león adquiría miles de reflejo color fuego, imposibles de captar en otras circunstancias.
Hizo un gesto con sus garras para que pasara. Como respuesta, la diosa le tendió la mano. Se la agarró con firmeza y la condujo al salón.
Las vistas eran tan impresionantes como las recordaba.
-Dime... ¿A qué viene esta inesperada visita?- preguntó Apollomon.
-"Una pregunta estúpida".- pensó. Se limitó a sonreír. Al fin y al cabo, era una de las cosas que mejor se la daba hacer.
-Simplemente, me quede con ganas de saludarte en el consejo de ayer...- dijo mientras se acercaba al olímpico.
Paulatinamente fue aumentando el contacto. Apollomon trató de resistirse, pero sabía que era inútil.
-¿Sabe Vulcanusmon que estás aquí?- preguntó.
-Ni lo sabe, ni lo sabrá. O por lo menos eso espero. Ahora esta en la forja.- respondió, sin dejar de sonreír.
-No es propio de una diosa escaparse a escondidas.- comentó Apollomon.
-Pues no es la primera, ni la última. Tú lo sabes mejor que nadie.- matizó. Tenía una respuesta para cada comentario de Apollomon.
-Deberías irte.- dijo Apollomon.
-Lo dices con la boca pequeña. Si por ti fuera, estaría aquí presa toda la vida. Además, aunque me digas eso, sabes que no me marcharé.-
Hubo un incomodo silencio.
-Antes esto no era así, ¿qué ha cambiado?- preguntó la diosa.
-Yo.- respondió Apollomon.
-Lo dudo mucho. Nadie podrá cambiarte.- dijo, mientras hacía que Apollomon la rodeara.
-Mi querida Venus...- fue lo único que pudo decir.
Entonces se preguntó por qué siempre caía en la misma trampa. Ella era como veneno. Siempre lo ha sido. Un veneno dulce, procedente de la flor más hermosa del mundo...
Comenzó a divagar. Alejo esos pensamientos momentáneamente.
-"Por lo menos hasta que ella se vaya".- pensó.
Trató de mirarla a los ojos, pero se topó con su cinta. Lo había olvidado momentáneamente. Muchos de los olímpicos no mostraban sus ojos. ÉL era uno de los pocos.
Paso a contemplar el paisaje. Era el que contemplaba cada día, pero junto con Venusmon parecía especial.
-Si el plan de Mercurymon sale bien, podrías dar un poco de vida a esto.-
-¿A qué te refieres?- preguntó Apollomon, confundido.
-No se... Digimons, flores... vida.- respondió.
En eso tenía razón. La zona estaba bastante desierta después de las última batalla librada allí. Apenas había un par de Flarelizardmon y algún Salamandemon rondando por allí. Antes, había muchos digimons viviendo allí apaciblemente. Sin contar con su ejercito.
-Sabes perfectamente que no me llevo muy bien con las flores, pero sí. Tienes razón.- admitió.
La encantaba que la dieran la razón.
Se puso de puntillas para poder mirarle frente a frente. Apollomon la contempló, embelesado. Su pelo rubio, antiguo canon de belleza griego, su tersa y perfecta piel...
Sus caras estuvieron a punto de encontrarse en un beso, cuando Venusmon colocó uno de sus dedos, a un palmo de sus labios, separándoles.
Esto decepcionó en gran medida a Apollomon.
-No estropeemos el momento.- susurró la diosa mientras se marchaba.
Su caminar era lento, como si la costara marcharse. O por lo menos esa era la impresión del olímpico.
Mas Venusmon sabía lo que se hacía.
-"Misión cumplida"- pensó.
Abrió el pórtico y, flotando, se deslizó por él. Antes de cerrarlo completamente, se giró y contempló a Apollomon. Este la observaba detenidamente. Como si estuviera analizándola.
Le lanzó un beso robado, y finalmente se marchó.
Apollomon, mientras la miraba, se había fijado en una cosa. Venusmon lucía alrededor de su cuello un precioso colgante, el cual llevaba incrustado un rubí. Cortesía de Vulcanusmon.
-"Otra vez he vuelto a caer"- pensó. Mas sabía, que no seria la última.
Una vez Venusmon hubo regresado a su isla, Vulcanusmon estaba esperándola en la sala principal.
-Buenos días.- dijo la diosa, sonriendo.- ¿Qué tal el trabajo hoy?-
-Agotador.- respondió. – ¿Dónde has estado?- preguntó.
-Con la esposa de Neptunemon. Es una mujer encantadora.- mintió.
-Muy bien. Solo venía a ver como estabas. Vuelvo a la forja. Luego nos vemos.- dijo Vulcanusmon.
Pasaba demasiado tiempo en su forja, pero era su trabajo. Además, tenía una sorpresa preparada para su esposa. Se la entregaría esa misma noche.
Nota:
Cómo ya advertí, sigue siendo un poco corto. Bueno, vamos profundizando en la historia, concretamente en Venusmon y Apollomon, los cuales tendrán un tortuoso romance, a lo largo del Fanfic. ¿Qué pasará en el siguiente capítulo? Lo descubrirán dentro de unos días...
