Por fin, el capítulo de la lucha contra Ophanimon. ¿Qué tal les irá a los olímpicos esta vez?

Capítulo 8: Incursión en el Castillo

Hoy era el gran día. Los cuatro olímpicos se encontraban ya frente al Castillo de Ophanimon. Apenas acababa de amanecer, pero un resplandeciente sol lucía sobre aquella maravillosa construcción. Comparada con las viviendas de los dioses, esta era de tamaño reducido, más ancha que larga, llena de torres cilíndricas que salían desde todas las direcciones, intentando alcanzar, sin éxito el cielo. Rodeada de un gran prado, sembrado de flores, era un paraíso terrenal.

Con Mercurymon avanzando en cabeza, pasaron a la acción. Derribaron la puerta de un único golpe y pasaron a un amplio recibidor. No parecía que hubiera nadie más en aquel lugar.

Avanzaron hacia las escaleras que se cruzaban dando paso a las diferentes estancias. Sólo se oían sus pasos, pero pronto se rompió la calma.

Desde el techo descendieron majestuosamente varias D'Arcmons, mientras que un par de Gatomons bajaban sigilosamente las escaleras.

Mercurymon hizo una seña al resto de los olímpicos para que entraran en combate.

Las D'arcmons blandían sus espadas contra Mercurymon y Minervamon, quienes se defendían hábilmente, esquivando sus golpe, y respondiendo con estocadas, aunque no letales.

Por detrás, los Gatomons se dirigieron a atacar a Mercurymon y Minervamon, quienes no se habían percatado de su presencia. Marsmon dio una voltereta en el aire, y encendiendo sus puños, golpeó a sus enemigos, salvando a sus compañeros de aquel ataque traicionero.

Apollomon remató a los Gatomons que yacían rendidos en el suelo, y acto seguido, fue a ayudar al resto de Olímpicos con las D'arcmon.

A pesar de estar sólo en el nivel campeón, estas bestias aladas eran buenas combatientes. Esquivaban los golpes con maestría, y, cunaod se veían en peligro, alzaban el vuelo hasta donde no podían alcanzarlas.

Las D'arcmon se refugiaron tras una estantería, una de aquellas muchas que contenían un gran número de libros sobre el Mundo Digital; pertenecientes a la colección especial de su Ama Ophanimon.

Los olímpicos decidieron refugiarse también bajo otra estantería.

-Esto es imposible.- dijo Mercurymon- Hace unos días me aseguré personalmente de que no tenían protección. Sin embargo, hoy parece que han tomado medidas de seguridad extra.-

-¿Seguro que te aseguraste bien?- preguntó Marsmon. Seguía dudando de la capacidad de liderazgo de Mercurymon.

Tenía un plan para acabar con las D'arcmon, pero no quería revelarselo. Por lo menos aún no.

-Estoy seguro de que sí. No mandé a ninguno de mis subordinados.- respondió Mercurymon.

-Esto solo puede significar una cosa. Hay un topo.- contestó Minervamon.

Todos miraron extrañados a la olímpica. Su respuesta tenía bastante sentido, y a ninguno de ellos se les había pasado por la cabeza.

Minervamon se sintió satisfecha. No solían tomarla en cuenta, a excepción del campo de batalla.

-Pero ¿quién?- preguntó Apollomon. Él siempre había confiado en sus compañeros. No podía creer, o por lo menos no quería creer, lo que acababa de oir.

-No tenemos tiempo de planteárnoslo. Estamos en medio de una gran batalla.- respondió Marsmon.

Se oyó un agudo chirrido que resonó por toda la estancia. Sus enemigas estaban arrastrando algo por la alfombra que cubría el suelo de madera del recibidor.

Apollomon se asomó. Las D'arcmon había formado una improvisada muralla con las estanterías sobrantes. Sólo había un pequeño agujero por la parte superior.

-Han tomado una formación defensiva. Saben que no pueden vencernos directamente. Tratan de desgastarnos para que otros nos rematen.- informó Apollomon.

Mercurymon estaba bloqueado. Tenía ya en emnte cómo vencer a Ophanimon, pero no se había planteado el resto de peligros que podían acechar en el castillo.

Minervamo, harta de espera, pegó un tremendo salto, posicionándose encima de la estantería que los protegía. Dio otro salto hasta llegar otra de las estanterías. Lanzó su tremenda espada hacia el interior de la muralla enemiga. Se oyó un quejido de dolor. Al rato, termino por extinguirse: había matado a una D'arcmon.

Sus enemigas, furiosas, la lanzaron sus espadas y sus báculos, provocando una lluvía de armas, que Minervamon consiguió esquivar con mucha dificuldad.

Ese acto había condenado a las D'arcmon. Desarmadas, y sin posibilidad de recuperar sus útiles de batalla, solo las quedaba esperar hasta su trágico final.

El resto de olímpicos salieron de su escondrijo y contemplaron a su compañera. A pesar de su apariencia infantil, Minervamon era muy astuta.

Se acercaron a sus enemigas, quienes trataron de escapar, en un intento desesperado por vivir. Fue en vano. El cuchillo de Mercurymon las derribó a todas de un único golpe.

Marsmon, inmóvil, seguía dando vueltas a la genial maniobra que había ejecutado Minervamon. Su plan era muy distinto. Consistía en rodear la estantería de las D'arcmon, forzarlas a alzar el vuelo, y jugar al tiro al plato entre él mismo y Apollomon, con sus dardos de fuego. Sin embargo, con la muralla que ellas habían formado, se anulaba casi por completo. Gracias a Minervamon, habían ganado la batalla.

Ascendieron por las escaleras principales a otra pequeña sala. Esta, era más larga que ancha, y también estaba repleta de estanterías a sus extremos.

De repente, las estanterías se derrumbaron, y los dioses quedaron atrapados entre un alud de libros.

Los olímpicos se fueron liberando paulatinamente, hasta que consiguieron levantar la estantería que los inmovilizaba y ponerse de pie.

Cuando alzaran la vista, ya estaban rodeados. Un numeroso grupo de Swanmon les miraba de forma desafiante.

Agitaron todas al unísono sus alas, creando un potente torbellino dirigido al centro del círculo, dónde se encontraban los olímpicos, pero lograron apartarse a tiempo.

Marsmon y Apollomon embistieron a dos de las aves, rompiendo el círculo y haciendo que sus enemigos se dispersasen. Comenzaron a lanzar plumas que disminuyeron la visibilidad del campo de batalla. Apollomon concentró su energía y generó una gran llamarada, que incendió las plumas, reduciéndolas a cenizas.

Las Swanmon no sabían que hacer. Marsmon comenzó a dar puñetazos con su puño encendido, mientras Mercurymon clavaba su cuchillo de cazador sobre el largo cuello de los cisnes contra los que combatían.

Minervamon se quedó fija, en el centro de la estancia, sin hacer nada. Alguien les estaba observando, de eso estaba convencida.

En lo que el resto de olímpicos acababan con las Swanmons, ella se adelantó. Esquivó a todos con un gran salto, y recorrió todo el pasillo, hasta llegar a la siguiente sala.

Para su sorpresa, no estaba vacía. Su posible enemigo estaba completamente a la vista. Un gran digimon blanco yacía en el suelo. Minervamon se acercó más. El digimon desconocido parecía estar dormido.

La olímpica levanto su espada para segar la vida de aquel enigmático digimon. De repente, el digimon despertó de su letargo. Era una Nefertimon. El rostro inexpresivo de su máscara la miraba de manera fría y llena de discordia, con un semblante serio y oscuro.

Por primera vez, la diosa se asustó. Dejo caer su arma al suelo. Nefertimon aprovechó este descuido, y le lanzó un rayo rojo desde sus ojos a Minervamon. Nefertimon aprovechó ese momento de debilidad para lanzarle un rayo rojo desde sus ojos.

Minervamon, aún sobrecogida, no logró apartarse a tiempo y sufrió el ataque de la esfinge.

Nefertimon se incorporó, y, agarrando con la boca la espada de Minervamon, y la lanzó por la única ventana de aquella sala. La diosa hizo un intento para cogerla, pero no llegó a tiempo.

El resto de olímpicos, que ya había acabado con las Swanmons, llegaron para ayudarla.

Nefertimon comenzó a lazar sus Piedras Rosetas, extrañas rocas con inscripciones arcaicas que sólo la esfinge conocía. No era un ataque muy poderoso, sin embargo, dificultaba el avance de los olímpicos.

Marsmon iba destrozando las rocas en cuanto se acercaban a ellos. Apollomon, intentó acercarse a Nefertimon, pero cuando se encontraba a un palmo de ella, esta le fulminó con el mismo rayo que había usado anteriormente con Minervamon. Mercurymon, comenzó a moverse frenéticamente por toda la sala. Había perdido la práctica de ir a tales velocidades, hacía mucho tiempo que no combatía, sin embargo, aunque permanecían todavía ocultas, seguía conservando sus facultades.

Nefertimon no conseguía acertar en el olímpico con ninguno de sus ataques, y se sintió frustrada. Iba a proteger a su Señora Ophanimon costase lo que costase.

Minervamon seguía sumida en sus profundos pensamientos. Aunque había perdido su arma, aún podía combatir. Sin embargo, el carácter enigmático de aquella bestia la asustaba. Pero la habían enseñado a enfrentarse a sus miedos, así que debía hacerlo.

Mientras la esfinge se encontraba distraída entreteniendo al resto, Minervamon se acercó por la espalda, y la asestó un tremendo cabezazo. La esfinge, intentó darla con su cola, pero Minervamon la esquivó con un salto. Nefertimon se quedó mirándola fijamente de nuevo. Minervamon evitó mirarla directamente, cubriéndose la cara con su escudo.

La bestia, decidida a acabar con esto, la volvió a lanzar un rayo, que rebotó en el escudo, impactando en su propio cuerpo, y dejándola al borde de la muerte. Sin quererlo, había causado su propia derrota.

-Basta.- gritó una voz desde la sala contigua.

Los olímpicos, extrañados, miraron hacia la nueva figura que entraba en la sala. Ophanimon, por fin, se había dignado a aparecer.

Hacía ya bastante tiempo desde el último encuentro con Ophanimon. Seguía presentando aquel aspecto, impecable, casi perfecto. Su estatura, alrededor del metro setenta, era algo más baja que los olímpicos, a excepción de Minervamon. Su cuerpo, voluptuoso, y en cierto modo, sensual, estaba recubierto por una ceñida armadura de tonos azules y verdes. El casco que cubría casi por completo su rostro, compartía el mismo diseño. Estaba adornado por relieves de animales. Un carnero, un león y un águila. Por sus ranuras, dejaba caer su pelo rubio, recogido en dos sencillas coletas; y una mata de cabellos pelirrojos, pertenecientes a su casto. Portaba una lanza, o mejor dicho, su jabalina; y un escudo, el cual, presentaba un gran relieve amarillo, en el que se observaba claramente un unicornio.

Caminó hacia ellos, hasta estar frente a frente con Mercurymon. Sabía que era el cabecilla del grupo.

-¿Qué estáis haciendo en mi castillo y por qué estáis matando a mis tropas?- preguntó Ophanimon.

-Lo sabes perfectamente.- respondió Mercurymon.

Sin embargo, Ophanimon no sabía muy bien qué hacían allí. Tras la reunión de los Tres Grandes Ángeles, Ophanimon había reforzado la seguridad, aunque no había servido de mucho; pero no tenía nada claro sus intenciones. Quizás querrían matarla.

Marsmon se acercó a ella, con aire amenazante. Necesitaba imponerse. Deseaba ser el protagonista por un momento, ya que no había hecho aún nada de valor, nada digno de ser nombrado, durante la batalla.

Pensó en las palabras adecuadas, pero las musas hoy no acudían a él. Así que, decidió empezar la pelea. Alzó el brazo y su puño se encendió. Fue directo hacia Ophanimon, pero ella lo paró con su escudo. Se daba por comenzado el combate.

Minervamon se acercó a Mercurymon mientras Apollomon y Marsmon combatían con Ophanimon.

-Mercurymon, necesito mi espada.-

-¿Y qué quieres que yo le haga?- preguntó el olímpico.

-Baja a por ella. Eres el más rápido, puedes cogerla y subir en un periquete.-

Minervamon se quedó mirándole, en espera de una respuesta. Si se enfadaba, las consecuencias podrían ser terribles. Así que, optó por hacer lo que la diosa le pedía.

Mercurymon salió disparado por la ventana, y fue torre abajo. Allí, entre las miles de flores que rodeaban el Castillo de Ophanimon, se encontraba la espada de su compañera. La cogió. Pesaba bastante, muchísimo comparada con su cuchillo. Se preguntó cómo podía Minervamon sostenerla y aun así, ser ágil durante el combate.

La respuesta era evidente: mucho entrenamiento. Sin duda, Minervamon era la única que se mantenía en la misma forma, o incluso en mejor forma después de tantos años. Era dato conocido que, durante su tiempo libre, se sometía a entrenamientos intensivos con sus súbditos.

Mercurymon ascendió hasta la sala dónde se libraba la batalla con la espada de Minervamon en mano.

Se la lanzó de forma tosca a la diosa. Miró a su alrededor. Sólo quedaban él y Minervamon, junto con Ophanimon de pie.

Lo que había sucedido en ausencia de Mercurymon fue muy confuso.

Minervamon, esperaba tranquilamente sentada en una esquina de la sala, esperando al olímpico. Se limitaba a contemplar el combate. En un momento, pensó, que ni siquiera iba a necesitar usar la espada. Pero se equivocaba.

Mientras tanto, Apollomon y Marsmon habían acorralado a Ophanimon. Ella se dedicaba a sostener los golpes de Marsmon son su escudo, mientras combatía con su jabalina con Apollomon. Los olímpicos se confiaron y Ophanimon sacó su arma secreta. En un descuido de Marsmon, Ophanimon le apuntó son su jabalina, y un potente rayo le dejó K.O. Su Jabalina del Edén era un arma muy poderosa. Apollomon fue a atender a su compañero caído. Sólo estaba inconsciente. Entoncés, unos cristales de energía le dieron de lleno, y el también cayó rendido.

-Los Cristales de Sephirot siempre dan buenos resultados, ¿no crees?- dijo Ophanimon a Minervamon.

Esta la ignoró por completo, aburrida. Se notaba mucho la falta de práctica en el combate de Apollomon y Marsmon. En el pasado, la hubieran podido derrotar enseguida. Por lo menos, habían desgastado a Ophanimon. Pero, al final, lo iba a tener que hacer todo ella.

Ahí fue cuando Mercurymon llegó, y se reanudó el combate.

Minervamon se abalanzó sobre ella, clavando su espada en su escudo. Mercurymon, cayó en picado sobre el ángel, clavando su cuchillo en su casco: la armadura de Ophanimon era muy resistente.

Cuando Mercurymon recuperó su cuchillo, Ophanimon golpeó a Mercurymon con su jabalina, y salió disparado hacia un extremo de la sala. Intentó hacer lo mismo con Minervamon, pero esta esquivaba todos los golpes con improvisadas posturas, mientras intentaba desencajar su espada del relieve del unicornio.

Mercurymon volvió a intentarlo de nuevo, pero en el momento de aterrizar, Ophanimon usó su Jabalina del Edén, y un rayo estampó a Mercurymon contra el techo. La caída fue brutal, y se quedó tendido durante un rato en el suelo, antes de poder levantarse.

Mientras tanto, Minervamon trataba de arrancar la espada del escudo de Ophanimon. Ya la faltaba poco, pero el ángel se lo ponía difícil. Ophanimon zarandeaba el escudo mientras la apuntaba con su lanza, dispuesta a lanzar otro rayo como el que había usado con Mercurymon.

Cuando por fin pudo sacar su espada,Ophanimon la derribó con su lanza, y salió disparada por los aires.

-¿Sabes una cosa, Ophanimon?- dijo Minervamon, en tono amenazante, mientras se leantaba.- Mi Olympia no me ha fallado nunca, y esta vez tampoco.

Olympia, el nombre de la espada de Minervamon. Muy pocos lo conocían, y, los que lo sabían, lo olvidaban fácilmente.

Agitó horizontalmente a su Olympia, creando un tornado que abarcó el centro de la sala. Fue directo hacia Ophanimon.

Ophanimon, atrapada en el huracán, lanzó de nuevo sus Cristales de Sephirot, consiguiendo, misteriosamente, romper el tornado, y liberar al ángel.

Miervamon clavó su espada en el suelo de la habitación. Un temblor súbito hizo temblar toda la estancia. Ophanimon se vio obligada a arrodillarse. Entonces la diosa se abalanzó sobre ella, con su espada en mano, dispuesta a asestarla el golpe final.

Ophanimon trató de protegerse con su escudo. Su Olympia chocó conta el escudo del ángel.

Mercurymon, con sus últimas fuerzas, se incorporó y lanzó su cuchillo. El impacto fue certero. Ophanimon, cayó rendida al suelo. Estaba inconsciente.

Minervamon ayudó a Mercurymon a incorporarse. Juntos, despertaron a Marsmon y a Apollomon. Juntos, levantaron a Ophanimon, y la sacaron del castillo.

Nefertimon, despertó de su letargo, y observo como se llevaban a su ama. Deprimida, por no haber podido cumplir su propósito, se sumió en una profunda tristeza. Pero sus sentimientos negativos no iban a permitirla quedarse de brazos cruzados.

Se levantó, se sacudió el polvo se curó un poco sus heridas. Puede que los olímpicos hubieran logrado su primer objetivo, puede que hayan logrado vencer a Ophanimon, puede que Nefertimon no supiera a dónde la iban a llevar, pero no se iban a salir con la suya.

Extendió sus grandes alas blancas y alzó el vuelo, rumbo al Norte. Atravesó el territorio que abarcaba el Castillo de Ophanimon al atardecer. A esas horas, el prado se iluminaba, llenando de reflejos el viejo palacio, y corría una suave brisa que arrancaba tiernamente los pétalos de las flores que rodeaban el lugar.

Ese paisaje la fascinaba, mas no tenía tiempo para detenerse.

Iba a avisar a la única persona que podía ayudarla: Seraphimon.

Nota:

Al final lo lograron, aunque con mucho esfuerzo. Estaban, salvo Minervamon, un poco desentrenados. Siento la tardanza, pero me costó bastante escribirlo. Eso sí, es el más largo que llevo hasta ahora. Los capítulos, ya están comenzando a agranderse hasta una extensión aceptable.

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