Siento muchísimo la espera (Gravi, no te desesperes) He estado de vacaciones, y además acaba de empezar el curso, por lo que apenas he tenido tiempo de escribir. Por otro lado, la díficultad de este capítulo, sumado al misterio que lo envuelve (no quería desvelar nada…) ha hecho que sea bastante corto.
Capítulo 20: Charla Infructuosa
Mercurymon había tardado un día en llegar a su destino, como había previsto. A pesar de ir rápido sin detenerse, la distancia que separaba Bright Zone del lugar en el que se encontraba, era enorme.
Ante él sólo se alzaba la inmesidad del vacío que envolvía con un ara oscura el lugar. El suelo de piedra formaba una cuesta, que descendía hasta las profundidades de una caverna.
Mercurymon la bajó a paso firme. Nadie había visitado aquel lugar en mucho tiempo. Ni siquiera él recordaba con exactitud cómo era lo que le esperaba abajo. Sus pasos resonaban en la inmesidad de aquel espacio; como el aleteo de los buitres que asolan a su presa durante sus últimos segundos de vida. Era un sonido aterrador, provocado por sus pesados zapatos y la nada del lugar.
Mercurymon no tenía miedo. Sabía que esas sensaciones eran producidas por su propia mente; y era un truco barato para alejar a los extraños del lugar. Pero él no era un extraño; aunque hicíera mucho que no pasara por allí.
Se detuvo. Ante él se alzaba una inmensa puerta de metal negro que le cortaba el paso. El olímpico se detuvo a admirar los multiples gravados y relieves que había en ella. Eran imágenes confusas y desgastadas por el paso de los años. Mercurymon creyó apreciar la figura de un perro, pero podían ser imaginaciones suyas.
Agarró las anilas de oro, y llamó a la puerta. Tres veces, tal y como le habían enseñado que hiciera.
La puerta se abrió instantaneamente y paso a la siguiente estancia. Era una habitación única, muy amplia, escavada en la roca negra que componía la cueva. El techo, sujeto por columnas de piedra blanca, contrastaba con las oscuras tonalidades del resto del moviliario, y con la propia oscuridad de la sala. A los pies de las escaleras que conducían a un imporvisado trono, yacían tres digimons, camuflados con las sombras. Eran tres Dobermons.
Se acercó a ellos. Hacía demasiado tiempo que no les veía, así pues, no sabía si se acordarían de él.
-No les toques.- dijo una voz, desde lo alto del trono. – Acaban de dormirse.
Mercurymon asintió, y comenzó a subir las escaleras. Se paro a unos peldaños del trono, en señal de respeto.
-Buenas días.- saludó coordialmente Mercurymon.
-Buenos días.- contestó desde el trono. No estaba muy seguro si en el exterior sería de día.
Desde la oscuridad que lo envolvía, Mercurymon no podía vislumbrar la figura de quien lo acompañaba, pero estaba seguro de que era a quien había estado buscando.
-Hacía mucho que no venías. ¿A qué viene este honor?- preguntó.
-He venido a pedirte un favor.-
-No me extraña. No tienes ningún otro motivo para estar aquí.- hizo una breve pausa.- La respuesta es no, te la digo de antemano. Ya puedes irte.-
-Por lo menos escucha mi propuesta.- dijo Mercurymon, tratando de calmarle.
-Tienes cinco minutos.- contestó. Le gustaba que hubiera venido a visitarle. Hacía mucho que no le visitaba nadie. Sólo tenía la compañía de sus Dobermons...
-Es algo difícil de contar en cinco minutos, así que trataré de resumirlo. Hemos iniciado una revolución. Vamos a recuperar nuestros antiguos cargos. Volveremos a ser importantes. Y quiero que participes, por supuesto.- explicó el olímpico.
-Con que ahora los olímpicos me necesitan... Qué sorpresa...- dijo, resentido. – Me sigues sin convencer vuestra "noble causa" No os apoyé en la primera, cuando estaban todos, ¿porqué iba a hacerlo en esta?-
Mercurymon sabía que iba a preguntarle eso. Y, como siempre, había preparado un discurso.
-Lo primero y ante todo, has de saber que hacemos esto por recuperar nuestra honra, la cual nos fue vilmente arrebatada; y no por fines egoistas, como tú piensas...- hizo una breve pausa. Quería que aquel discurso fuera lo más épico posible.-Pero ya sé que quieres saber cómo puedes beneficiarte... Y esa parte es bastante simple... Hemos rescatado a Ceresmon. Eso implica, que también podemos encontrarlos a todos. O eso espero. ¿Sabes lo que te quiero decir?-
-¿Estas hablando de...?-
-Sí.- afirmó rotundamente Mercurymon.- Podrías recuperar todo lo que has perdido en el anterior conflicto. Porque, como ya sabes, ser neutral no evitó que te arrebataran a tus seres queridos...-
-¿Insinuas qué recuperaré a mi esposa?- Su esposa... cuanto la echaba de menos...
-No lo insinuo, lo sé. Podrás recuperar no solo a tu esposa, sino a tus ayudantes, y podrías resurgir tu imperio...- Mercurymon no estaba muy seguro de lo que decía, pero procuró que no se notara.
-No sé, no sé.- dijo, dudoso.- Me atraen las ideas que dices... pero me sigue sin convencer ciertas cosas. ¿Estan el resto de olímpicos de acuerdo en que os ayude?-
-La verdad es que ellos no saben que estoy aquí.- Mercurymon pudo apreciar como su acompañante fruncía el ceño.- Sin embargo, no habrá inconveniente...-
-¿Estás seguro?-
-Sí. A lo mejor Marsmon se opone, y alguno le sigue, pero nada más...- explicó Mercurymon. Pensar en Marsmon le alteraba. Alejó aquellos oscuros pensamientos y prosiguió.- Además, tú siempre has sido uno de los nuestros...- Mercurymon reprimió un "lo quieran o no", a pesar de salirle del alma.
Hubo un incómodo silencio. Mercurymon había terminado su genial discurso, y esperaba respuesta. Meditó si había hecho algo mal, o se había comido una parte. No, lo había hecho perfecto. Su actuación había sido magnifica. Entonces... ¿por qué no oía el sí que tanto ansiaba?
Mercurymon necesitaba desesperadamente una respuesta.
-Tengo que verlo con mis propios ojos, para convencerme por completo.-
-Ven a la siguiente reunión. Y así comprobarás que lo que he dicho es cierto.- propuso Mercurymon.
-No.- sentenció.
Su voz grave resonó por toda la estancia, despertando a los Dobermon. Los tres corrieron escaleras arriba, y se posaron envolviendo el trono.
-¿Entonces qué es lo que quieres?- preguntó Mercurymon, desconcertado.
-Encuentra a mi esposa y demuestrame que es cierto todo lo que prometes. Entonces, hablaremos.-
Mercurymon se enfureció. No es esperaba aquella respuesta. Era peor de lo que imaginaba. Tendría que encontrarla a ella... para poder acceder a él... En el fondo, le entendía. Todos los olímpicos, a su entender, se movían por fines egoistas. Incluido él.
-La encontraré. De eso estate seguro.-
-No me hago ilusiones. La he estado buscando durante todos estos años, sin resultado. Dudo que tú la encuentres de la noche a la mañana.-
-Soy mucho más eficiente de lo que tu crees.-
-De eso estoy convencido, Mercurymon. Pero mi perspectiva siempre ha sido más realista que la de los olímpicos. Y lo sabes.-
-Me marchó.- anunció Mercurymon.- Volveré cuando la haya encontrado.-
-Entonces no volveremos a vernos.-
-Te equivocas. Nos veremos mucho más pronto de lo que esperas. Adios.-
Mercurymon regresó por dónde había venido. Tenía una nueva misión. Pero la aplazaría, al menos por el momento. Ahora tenía que volver a su palacio, y descansar un poco. Además, debía trazar la estrategia para invadir Prision Land. No sabía que misterios les aguardarían allí.
Nota:
Parece que Mercurymon no ha conseguido su objetivo... Y bueno, de nuevo, preguntas en el aire... ¿Quién es el extraño digimon con el que Mercurymon habla? ¿Y quien es su esposa?
Por otro lado, el próximo capítulo (que espero tener en breve, aunque nunca se sabe) volveremos con Dianamon.
