Capítulo 25: La Primera Hija

Venusmon se despertó con una sonrisa en los labios. La brisa marina acariciaba sus perfectas facciones, despertandola; con el efecto renovador que tenía todos los días.

Todos los pasos meticulosos que había dado, la habían salido a la perfección: Ophanimon estaba segura con Apollomon, y Seraphimon estaba comiendo de su mano. Además, había conseguido la información que le había pedido Mercurymon, y más. Hoy vería si tenía tanta suerte como hasta ahora y podía cumplir la misión que ella misma se había encomendado. No iba a dejar que el ciertamente incompetente Mercurymon la llevase a cabo.

Se levantó rapidamente con un grácil movimiento. Bajó a la playa y contempló su reflejo en el mar. Se pasó la mano por el peinado, el cual seguía con la misma belleza y elaboración que siempre. Sólo habia un par de imperfecciones de las cuales, sólo ella sería capaz de percatarse.

Regresó al interior de su morada, y cogió el mapa que había dejado preparado la noche anterior. Se encontraba enrollado en una mesita a la entrada, y atado con una cinta dorada. Deshizo el lazo y desenrolló el plano. Era un mapa geográfico del Mundo Digital, aunque con un tamaño mucho menor que el que Mercurymon tenía en el Palacio de los Espejos. Ello lo hacía más manejable.

La olímpica observó con atención todos los continentes hasta que localizó los dos puntos a los que tenía que ir hoy y mañana, puesto que lo más probable era que hoy solo pudiera localizar a una de las hijas de Ceresmon.

Señaló con el dedo sus destinos. No sabía quien de las dos se encontraba en cada uno. Pero aquello tampoco la importaba. Iría al primero, y localizaría a una. Luego, iría al segundo, y encontraría a la otra. Fácil, al menos, en apariencia. Pero, si llevaban ocultas tanto tiempo, debían de estar muy bien escondidas. Es difícil pasar desapercivido durante tanto tiempo.

Había decidido ir primero al archipiélago de Proxy Islands, pertenecientes al Continente Twilight. Había elegido dicho destino porque era el que se encontraba más lejos de su isla, y por la corazonada que tenía. Estaba convencida de que ahí iba a estar la hija que Mercurymon no le había mandado buscar. Al dirigente de la revolución le molestaría enormemente que empezase a buscar a alguien que ni le iba ni le venía, pero Venusmon tenía sus razones. Una de ellas, era el sumo placer que la daba imaginarse a Mercurymon encolerizado. Podía oir su aspera voz gritando: "¿Cómo? ¿No has hecho lo que te he pedido?" Además, el segundo destino la atraía bastante menos.

Se dispuso a recoger todo lo que necesitaría para la expedición, además del mapa. Lo había dejado todo preparado la noche anterior, guardándolo en el interior de su concha, quien, junto con su paloma, eran sus compañeros fieles de viaje.

Una vez hubo cogido su concha, y la paloma se hubo posado en su hombro, puso rumbo hacia las islas. La travesía duró unas horas. El Continente pillaba bastante lejos, y la diosa no quiso ir deprisa. No la convenía cansarse a destiempo.

Proxy Islands era un archipiélago compuesto por cinco pequeñas islitas, y las turquesas aguas cristalinas que la rodeaban. En ellas, había numerosas calas, pequeñas playas rocosas con acantilados, así como arrecifes de coral. También había alguna pequeña zona de foresta, pero eran mínimas y de mera importancia. Por su gran belleza y tranquilidad, era un frecuente destino turístico. Había dos grandes hoteles de lujo. Uno, terrestre, junto a la cala este de la isla mas grande. El otro, un hotel bajo el mar, situado casi en el centro trozo de mar que separaba las cinco islas.

Sin embargo, a Venusmon no le interesaban las zonas turísticas. Seguramente, quien buscaba estaría oculta en una de las zonas inhospitas de la isla. Una en la que apenas hubiera habitantes. Y en aquellas islas apenas había digimon, y, la mayoria de ellos, se dedicaban al turismo.

Por la naturaleza de a quien buscaba, dudaba que su escondrijo se encontrar dentro aquellos bosquejos, aunque no podía descartarlo tan fácilmente. La experiencia la decía que, a veces, lo que buscas se puede encontrar en un lugar inesperado. Así que se dispuso a ir allí en primer lugar.

Los bosquejos de las cuatro islas pequeñas eran insignifcantes y Venusmon tardó poco en registrarlos, ayudada por su paloma blanca. Para la diosa, ni siquiera merecián ser considerados bosques, apenas había una docena de árboles y unos cuantos arbustos. Ello la desanimó, y, por un momento, pensó en no revisar el último bosque. Mas, por si acaso, lo hizo.

Entro por la parte sur de la isla. No quería pasar por delante del hotel. La reconocerían, y, aunque Venusmon era una de las pocas olímpicas que seguía haciendo frecuentas apariciones en publico, en medio de una misión, no la convenía llamar la atención.

El último bosque, situado en una zona elevada del terreno, estaba compuesto por un mayor número de árboles y era bastante frondoso, mas la luz del sol penetraba sin problemas entre las hojas, verde esmeralda, que daban forma a la foresta.

Acarició el plumaje, suave y bien cuidado, de su paloma, indicándola que buscara cualquier elemento sospechoso. Alzó el vuelo, y mientras, la diosa comenzó a caminar, a paso lento pero seguro, fijando cualquier detalle que a la paloma pudiera pasarse por alto.

No obstante, al cabo de unos minutos, la paloma regresó a dónde se encontraba Venusmon con un vuelo acelerado. Había encontrado algo inusual. Venusmon, emocionada, la siguió, avanzando deprisa pero sin dejar de fijarse en el entorno.

Cuando hubo llegado a la zona deseada, la paloma se detuvo, y Venusmon frenó elegantemente. La paloma se posó de nuevo sobre su hombro. La olímpica miró alternativamente a un lado y al otro, tratando de localizar lo que había captado la atención de su compañera.

Tardó un rato en percatarse de los brillos que las telarañas enredadas de manera discontinua por los árboles, emitían al entrar en contacto con la luz del sol.

Las miró con detenimiento analizándolas. Pese a que no tenían ninguna forma, y no estaban continuadas, estaban situadas en puntos estratégicos por todos los árboles de aquella zona, para tener el control perfecto de la misma. Venusmon estaba convencida de que aquella estructura no era natural, sino que algún digimon la había creado adrede. Ningún digimon que habitase por la zona era un insecto. Nadie habitaba los bosques. A menos, reguarlmente. Lo que no entendía es por qué nadie se había percatado de ellos antes. Tenía entendido que en algunos bosquejos se realizaban actividades organizadas por los hoteles...

Se quedó un rato contemplando los detellos que provenían de la telaraña, hasta que, llegó a la conclusión de que no guarban ninguna relación con la misión que la había traido hasta allí. Así que prosiguió con su camino, asta que terminó de explorar el bosque, sin percartarse de los pequeños Kodokugumon que no la quitaban ojo desde su escondrijo. No se esperaban ver a nadie por allí, y menos a una olímpica. Debían informar sobre ello inmediatamente.

Tras el fracaso de Venusmon por los bosques, algo que se temía, decidió explorar la zona acuática. Dejó a su paloma merodeando por la zona, y se sumergió hasta que tocó el fondo marino. El océano era poco profundo y sus aguas cristalinas la permitían contemplar perfectamente lo que la rodeaba, pero también la hacía a ella más visible, y, por tanto, más vulnerable.

Decidió no acercarse a la zona del hotel subacuático, de nuevo, por motivos obvios. Nadie sería tan tonto de esconder a alguien en los alrededores del hotel. Porque, según le había comentado Seraphimon, estaban sumidas en un profundo sueño, y no sabían si quiere que estaban cautivas.

Atravesó el arrecife de coral, no sin antes pararse a contemplar su hermosura. A Ancientmermaimon le hubiera encantado ver aquello. La había oído comentar algo de que tenía ganas de visitar el archipiélago en la que ahora mismo se encontraba. Sonrió para sus adentros al recordar a su amiga. Era una de los pocos seres cercanos a los olímpicos en los que podía confiar. Lo cierto es que se había ganado la confianza de Venusmon, y Venusmon la suya.

Desde su posición podía observar el hotel submarino. Era una construcción no muy grande, de dos plantas cuyas paredes de piedra gris estaban cubiertas en la parte inferior por algas. No parecía muy lujoso, pero tenía cierto encanto rústico. Venusmon prefería el otro hotel, sin duda.

Terminó rapidamente la revisión del fondo marino. Allí no había ningún lugar para esconderse. De eso estaba totalmente convencida. Pero se la empezaban a agotar las ideas, y aún no había encontrado a quien buscaba. Decidió volver a la isla principal, desde la cual tendría una visión periférica del lugar.

Se situó en un acantilado, el cual daba a una de las calas de la isla por un lado, y al bosque por el otro. Se puso la mano en la cabeza, y se retiró las primeras gotas de sudor que invadían su perfecto rostro. Hacía calor. No como el calor de la forja de Vulcanusmon, que te sofocaba al instante, sino un calor persistente, que te desgastaba poco a poco sin que te dieras cuenta.

Oteó el horizonte. Sus primeras suposiciones no habían sido muy acertadas. Y lo cierto era que no había muchos más sitios en los que buscar. Que ella supiera, solo la quedaba registrar los hoteles, mas, de nuevo, la idea de que se encontrara allí la parecía improbable. ¿Estaría escondida en algún lugar secreto? ¿O acaso Seraphimon la había mentido? No, eso era imposible. Seraphimon ahora la temía, y no iba a arriesgarse a fallarla, conociendo las consecuencias...

Su paloma comenzó a revolotear alrededor suyo. No estaba nerviosa. Venusmon la contempló. El suave aleteo alternativo de sus alas indicaba que estaba algo aburrida.

-"Bueno, habrá que pasar al plan b..."- pensó ella, desilusionada. Sacó su concha y esta aumentó de tamaño. Se abrió, y Venusmon metió el brazo en ella, hasta que cogió la cuerda que había depositado en ella. Ató un extremo al árbol qe se encontraba más cerca del acantilado, y con el resto se envolvío la cintura. Hizo un buen nudo, y comenzó a descender por las paredes rocosas que constituían la isla. Su paloma descendía con ella, de nuevo, contemplando todo aquello en busca de algo sospechoso.

Sin embargo, fue Venusmon la primera que se percató de la extraña grieta en forma triangular en medio de la nada. Las rocas del acantilado estaban desgastadas por la marea, y había otras grietas, pero esta estaba perfectamente elaborada y pulida. Era algo artificial, y eso lo sabía con certeza.

Introdujo su mano y presionó la roca con todas sus fuerzas. Entonces el mecanismo se activó y la ranura comenzó a expandirse, hasta dar lugar a una pequeña puerta.

Venusmon se balanceó por el aire hasta ue su tacón golpeó la puerta de piedra. Repitió el proceso hasta que, al cabo de unas veinte patadas voladoras, la puerta comenzó a abrirse.

-"Conque aquí todo se abre por presión... Interesante".-pensó la diosa. Quizá el escondrijo de la segunda hija funcionara de la misma forma. Era un dato a tener en cuenta.

Con un leve toquecito más, la puerta se abrió de par en par, y Venusmon y su paloma pudieron pasar a la siguiente estancia: un paisillo largo y estrecho de piedra; una caverna. Había poca luz, y la poca que había estaba proporcionada por las antorchas que colgaban del techo. Como es que estaban encendidas despues de tanto tiempo, era un misterio. Se lo preguntaría a Minervamon. Seguro que ella lo sabia.

Lo recorríeron lo más rapidamente posible. El sonido de los pasos de Venusmon inundó la estancia, rompiendo el silencio sepulcral que había reinado durante años. Parecía que sólo había otra sala a parte de esa, que se comunicaba al pasillo por un vano vacío: un arco de medio punto con dovelas de color azul y verde. Tenía que ser esa el lugar donde se encontraba presa. No había duda alguna.

Expectante, y con algo de temor por posibles trampas, avanzó hasta colarse en la sala, considerablemente pequeña. Se esperaba algo más grandioso, dado que albergaba a una de las hijas de Ceresmon. Sin embargo, si la función era que permaneciera oculta y pasara desapercibida, no era lógico que se detenieran a construirla nada. A pesar de merecerselo. Para Venusmon, aquella sala en la que, colgada como si fuera un murciélago, se encontraba quien había estado buscando, le parecía una desfachatez. Todo debería tener su lado de gracia, su faceta hermosa. Y aquello, lo más hermoso que tenía era el arco por el que se entraba a la sala.

Preocupada aún por posibles tretas, sacó su concha de nuevo, extrayendo de ella un saquito de pequeñas perlas. Las arrojó sin ningún cuidado por el suelo, y se puso a cubierto. No obstante, no pasó nada.

Algo más confiada, avanzó hasta el centro de la sala, de dónde se encontraba colgada la presa. Lo primero que hizo Venusmon due examinarla el rostro, el cual había permanecido imperturbable con el paso de los años. Efectivamente, era la que ella pretendía, y no la que Mercurymon buscaba.

Su paloma examinó el nudo que hacía que permaneciera atada. Picoteó de acá para allá, deshaciendolo poco a poco en lo que Venusmon agarraba la cuerda para bajarla suavemente.

Una vez ésta tocó tierra firme, Venusmon se dispuso a despertarla. Sabía, por cosas del pasado, que aquel tipo de somnífero que la habían proporcionado duraba hasta que se suministraba el antídoto. Había estado el día anterior de gestiones para conseguirlo, pero, al final, tirando de su lista de contactos, lo logró. Podría haberselo pedido directamente a Seraphimon, pero dudaba que lo tuviera. Ni si quisera creía que fuese capaz de conseguirlo. Además, así, si Mercurymon intentaba rescatar a otros olímpicos por su cuenta, no podría despertarlos sin su ayuda. Era así de simple.

La abrió la boca y vertió el líquido del frasquito en ella, el cual comenzó a deslizarse lentamente por su garganta. La olímpica esperó a que la hija de su compañera abandonase el letargo en el que se encontraba. Apenas tuvo que esperar unos minutos. Comenzó a desperezar sus alas azul claro, emitiendo una melodía angelical. Estiró su cola, se puso sobre sus dos patas, y alzó el vuelo, sin percatarse de lo que pasaba. Cuando hubo abierto los ojos, miró fijamente a Venusmon, sin decir nada.

-Buenos días Sirenmon.- saludó ella cordialmente. Apenas se conocían. Sirenmon no respondió.- Llevas mucho tiempo dormida, y, supongo que no te acordarás de lo que ha pasado.- la aludida negó con la cabeza, aún más confusa.- Los olímpicos dejamos de estar en el gobierno, y algunos desaparecieron. Entre ellos tu madre. A ti también te capturaron.- Sirenmon asintió.-Sin embargo, tu madre ha regresado. Y yo he sido quien te ha rescatado.-

La sirena contemplaba desde su posición a la diosa, quien parecía tener buenas intenciones. No era amiga de su madre, pero era de la familia. No reconocía aquella cueva en la que se encontraba, y tampoco parecía que Venusmon la estuviera mintiendo.

-Supongo que querrás reunirte con ella, pero antes deberás venirte conmigo. Tenemos asuntos de los que hablar, y soy la más indicada para ponerte al día de una forma imparcial.-

-¿Me llevarás a tu lago, Venusmon?- preguntó la joven. Era la pequeña de las hijas de Ceresmon.

-Hace mucho que mi lago ya no es mío.- dijo, con un deje de tristeza.

-¿Luego a dónde me quieres llevar?-

-Al que ahora es mi hogar, mi pequeña isla.-

-Entonces... ¿nada es como antes?-

-No, pero yo me encargaré de que pronto vuelva a serlo.-


Y hasta aquí el capítulo 25.