Después de un profundo letargo debido sobre todo a la pandemia, el máster y la mudanza a UK, aquí esta el capítulo 32, que introduce, nuevamente, algo más de acción y un final trepidante. Intentaré publicar el siguiente capitulo a finales d este mes. Espero que les guste y dejéis algún comentario.

Capítulo 32: Un Spa y un viaje al infierno de lava.

La visita al balneario le resultó a Garudamon cuanto menos, curiosa. Fue breve pero intensa: su itinerario de travesía no les permitía hacer una parada larga, solo lo justo para que Venusmon fuera vista y se pudiera así crear una coartada para cubrir sus sospechosas actividades.

La presencia de la diosa no tardó en ser descubierta por los clientes del spa. Muchos se acercaba y ella les recibía con un diligente sonrisa. Les dedicaba unas palabras con una amabilidad fingida: quería deshacerse de ellos lo antes lo posible, peor a su vez necesitaba que todos se acordaran de su inesperada aparición. No tardó en aparecer la encargada del resort, Angewomon. Les recibió sorprendida y a la vez halagada y les condujo a una sala más privada, lejos de las miradas inquisidoras del resto de clientes.

Garudamon notó en Venusmon un cambio de actitud ante la llegada del ángel. Se interesaba de verdad por su vida y por cómo iba el negocio. Para la olímpica no era una empleada más: era una amiga. Angewomon se dirigía a ella de tú y no tuvo problemas en hacerle preguntas directas sobre su inesperada visita. La diosa la respondió con explicaciones vagas y para nada cercanas a la auténtica motivación de su llegada: solo dijo que estaban de paso y necesitaba una habitación para ambos. El ángel le concedió su petición sin preguntarle qué era lo que le unía a Garudamon. Parecía que Angewomon era discreta con los acompañantes de su amiga.

En apenas unos instantes cada uno gozaba de una amplia suite donde poder hospedarse. Se encontraban apartadas de los bungalós del resto de clientes. La encargada les dejó en la intimidad y entonces por fin tuvo la oportunidad de hablar con la olímpica en privado.

-Nos echaremos una siesta de media hora y nos prepararemos para partir. – anunció Venusmon mientras profería un tímido bostezo.

-¿No precisas descansar más?- inquirió el escolta. Al fin y al cabo, la diosa parecía exhausta por la travesía.

-No es recomendable echar una siesta mayor a esa duración: tanto Mercurymon, como Dianamon o Minervamon me lo han repetido constantemente desde que éramos niños. – Explicó la olímpica.- Al fin y al cabo, son unos sabelotodo, pero tienen razón en estas cosas.-

A Garudamon le extrañó la mención de Mercurymon dentro del trio. Había oído que tenía amplios conocimientos de medicina, así que supuso que sería por eso. Lo cierto era que apenas tenía conocimiento de los olímpicos. Casi ninguno de los que quedaban presentes había hecho muchas apariciones públicas. Venusmon era sin duda la más activa y mantenía sus compromisos sociales de forma regular. El propio Mercurymon era conocido por su servicio de mensajería y Marsmon por sus actuaciones anuales en alguno de sus coliseos. El resto se encontraban desaparecidos de la vida pública como si jamás hubieran gobernado.

-¿Cuánto calculas que tardaremos en llegar?- preguntó Venusmon antes de retirarse.

-A nuestra velocidad de vuelo, supongo que podríamos llegar allí a media tarde.-

-Mejor, no quiero pasar la noche en ese infierno. Hemos hecho bien en iniciar la travesía tan pronto.-

-¿Eres consciente de que la expedición puede durar varios días, no?-

-En realidad, con los datos que tengo, no debería haber problema.-

-Según tengo entendido no conoces la localización exacta.-

-Según tienes entendido, sí. Pero una cosa es lo que tú creas y otra lo que yo sé.-

-Aún así, creo que tienes una corazonada sobre la ubicación. No nada exacto.-

-Digamos que es una corazonada exacta.- Garudamon rodó los ojos: ¿era acaso aquello posible?- He hecho un estudio de campo, bueno, yo no, pero como si yo lo hubiera hecho.-

-¿Entonces quién lo ha hecho?- preguntó el alado, confuso. No era dato conocido que la diosa tuviera sirviente alguno.

-Sal.- indicó Venusmon. Sus cabellos, perfectamente peinados, comenzaron a moverse. De entre ellos, como si por arte de magia se tratara, emergió una pequeña paloma. No parecía asustada se dedico a revolotear en torno a la melena de la olímpica. -Ha estado un tiempo fuera explorando.- explicó, orgullosa. Lucía una sonrisa de oreja a oreja. -No iba a quedarme de brazos cruzados desde que averigüé la ubicación.-

-¿Qué has descubierto pues?-

-Lo averiguarás cuando lleguemos. Ahora es momento de descansar.- hizo un gesto con la mano, echándolo. -Ven a buscarme una vez estés preparado.-

Garudamon se vio obligado a abandonar la enorme suite y dirigirse a la suya. Le había puesto en la misma escala que Venusmon: una especie de mansión para él solo. El estaba acostumbrado a una vida modesta en su pequeño poblado, no se hacía a tanto lujo. Sin duda, aquel destino era sólo para la cream de la cream. Había oído a Sorcerymon hablar largo y tendido sobre su retiro y cómo con lo que tendría ahorrado haría una escapada a aquel paraíso terrenal.

El escolta trató de dormirse, sin mucho éxito: apenas dio una pequeña cabezada discontinua. Pensaba no solo en los peligros que le deparaban sino en cómo iría su anterior misión: aquella que había tenido que abandonar para acompañar a Venusmon en su expedición. No era usual que se le pidiera que abandonara un cometido para pasar a otro, sobre todo cuando había vías en juego. Había dejado a su mano derecha al mando y, aunque confiaba en él, dudaba sobre si el rumbo que tomaría aquel cometido.

Finalmente llegó la hora y se pasó a buscar a Venusmon. Ésta ya se encontraba lista. Su paloma, ya descubierta, revoloteaba algo alterada alrededor de la diosa. Parecía saber a dónde se dirigían y no tener muchas ganas de regresar a aquel inhóspito lugar.

No pasaron a despedirse de Angewomon: era mejor que creyeran que estaban descansando en el resort. Sin más dilación alzaron nuevamente el vuelo. Era la olímpica la que esta vez lideraba: siguiendo las indicaciones de su mascota, parecía haber ideado una ruta rápida con la que llegar a su destino.

Volaban a gran altura y la travesía, pese a ser larga, se desarrolló sin incidente alguno. Lo cierto era que afortunadamente los digimon salvajes no solían abandonar su hábitat natural y que, siempre y cuando no se acercaran demasiado al mar, no tenían por que ser detectados. Conforme se acercaban el aumentaba, irritando a Venusmon, como evidenciaba su cambio de semblante. A diferencia de la fragua de su marido, cuyo calor era húmedo, a pesar de la cercanía del océano, en cuanto tomaron tierra, se encontraron con una temperatura asfixiante y seca.

Aterrizaron finalmente y se detuvieron a analizar el terreno. Se encontraban en la zona limítrofe a la costa, y se trataba de una especie de península volcánica. El suelo, terroso, tenía un tono marrón rojizo y estaba recorrido por ríos de lava. Por aquella sección del inhóspito paraje no había ni un alma, pero según conocía Venusmon, una vez se internaran más, alejándose de la costa, no tardarían en encontrar digimon salvajes.

-¿Qué dirección debemos tomar?- inquirió Garudamon, confundido. La paloma revoloteaba esta vez a su alrededor, intentando orientarse.

-Debemos ascender conforme se inclina la pendiente.- explicó la diosa. -Sólo hay un punto donde pueda estar escondida.-

-¿El volcán?- adivinó el escolta. Desde su posición se vislumbraba claramente aquella montaña de la que emergían los ríos de lava. Debía de ser el punto más alto de Hell's Field y el único lugar donde habría recovecos donde la hija de Ceresmon se podría encontrar escondida. Venusmon respondió afirmativamente.

Se pusieron en marcha sin mayor dilación. En un principio no encontraron nada de vida en aquellas inhóspitas tierras. No había vegetación alguna que soportara aquellas altas temperaturas y los digimon no parecían habitar en la zona cercana a la costa. El calor era asfixiante, más incluso que el de la fragua de Vulcanusmon. Garudamon lo toleraba bien, mas la diosa comenzaba a agobiarse. Debían terminar pronto la misión acabaría asfixiada entre su sudor.

Conforme iban avanzando, comenzaron a detectar las primeras señales de vida. Entre los ríos de lava varios Petitmeramon danzaban despreocupadamente. La escena, en un principio tierna, pronto tornó amenazadora. Un Darklizardmon emergió de pronto de entre la lava devorando a uno de los infantes. Los intrusos se alejaron rápido sin tratar de llamar la atención de aquel digimon hóstil. No obstante, no parecía ser el único de su especie viviendo en las áreas colindantes a su destino, por lo que no tardaron en emerger cientos de Darlizardmon dispuestos a darles caza.

Garudamon miró a la olímpica, inquisitiva. A pesar de la ferocidad de sus atacantes y la superioridad numérica, no parecían enemigos muy difíciles de abatir. Sería una buena oportunidad para contemplar las habilidades de la diosa. No obstante, no debían entretenerse. Fue el escolta quien lanzó el primer ataque. Una onda de choque en forma de pájaro salió disparada, destruyendo a un pequeño grupo de Darklizardmon que avanzaban a su encuentro. Sus compañeros no se inmutaron ante la caída en combate de los abatidos y comenzaron a generar una densa niebla negra que mermó notablemente la visibilidad de los intrusos. El guardián tornó de nuevo a mirar a la diosa. Ésta parecía estar dando instrucciones a su paloma, quien asentía.

De pronto, y una vez el ave alzó el vuelo, y se lanzó al campo de batalla. Descendió en picado y comenzó a picotear los cascos de los Darklizardmon más próximos los cuales, se detenían, como conmovidos por nuevas emociones hasta entonces desconocidas. Entonces, la diosa les lanzó un beso. Una onda de choque salió despedida hasta ellos, destruyéndolos al instante. Al final, Venusmon no iba a resultar tan inútil como él creía.

Prosiguieron con semejante estrategia, la cual resultó bastante efectiva. Garudamon cubría el flanco derecho y Venusmon el izquierdo. Paulatinamente la niebla se fue disipando, lo que aumentó la precisión de sus movimientos. No obstante, los enemigos no paraban de emerger de entre los ríos de lava. Un par de ellos profirieron una potente llamarada que salió disparada hacia su posición. Antes de que pudiera alcanzarlos, Venusmon lanzó su concha al aire. De inmediato, esta se abrió y, con ello, se expandió hasta formar un escudo que los protegió de las llamaradas.

-A ver si te piensas que los olímpicos estuvimos gobernando tantos años por ser unos inútiles.- comentó Venusmon en lo que su escudo se replegaba. La concha había tomado las llamas que iban dirigidas hacia la diosa pero no había podido cubrir a Garudamon debido a su gran tamaño.

Garudamon la miró, extrañado. Había leído sus pensamientos y le estaba demostrando que la había subestimado. Sin embargo, no tenían tiempo de entretenerse: sus enemigos se estaban reagrupando para lanzar una nueva ofensiva.

La niebla se disipó finalmente y con ello mejoró la puntería de ambos contendientes quienes, acelerando el proceso de destrucción de ambas criaturas. Garudamon lanzaba sus ataques ígneos a diestro y siniestro sin remordimiento alguno: sus servicios como escolta y guardián le habían llevado a segar vidas en más de una ocasión. Observaba en Venusmon sin embargo, una ligera risilla, un toque de satisfacción como si estuviera cogiendo el gusto, no sabía muy bien si por el combate o por la aniquilación de los lagartos oscuros. Si hubiera tenido momento de descanso, él también se hubiera reído al contemplar como la paloma de la diosa se movía incansable paralizando a los Darklizardmon para facilitarle el trabajo a su ama. Nunca había visto nada semejante.

-¿Por qué se quedan tan quietos?- preguntó el guardaespaldas mientras profería otra de sus llamaradas aladas.

-La técnica les enseña una ilusión de paz y tranquilidad. Así, al menos mueren felices.- sonrió.- Algún día, si te portas bien, te enseñaré la técnica.- soltó otra risilla.- Sin matarte, claro.-

-No te preocupes, no es necesario.- respondió él, con su seriedad característica. Sin embargo, debía admitir que de verdad le intrigaba.

La labor de la paloma facilitó el final del combate. Los Darklizardmon más inteligentes se retiraron a tiempo antes de seguir el mismo destino de los pobres incautos que no apreciaban el gran poder de la diosa y su acompañante. La superioridad numérica cada vez era menos determinante y, finalmente, tras un último ataque combinado, pudieron proseguir con la travesía. El ave los guiaba siguiendo el curso del río hasta la cima del volcán.

Conforme ascendieron, divisaron por el cielo una pelea entre un grupo de Shadramon. Parecían demasiado enfrascados en la batalla, mas, aún así, los lanzaron unas llamas de advertencia para que no se inmiscuyeran. Parecían más peligrosos que los Darklizardmon, mas no suponían una amenaza.

-Deben de ser muy territoriales.- comentó Venusmon, tratando de animar la conversación. Estaba conforme con la actuación de Garudamon, mas le hubiera gustado alguien más animado con el que compartir el viaje.

El escolta se limitó a asentir. Analizaba el terreno con cuidado. Parecía que el río de lava era el hogar de más digimon que lo surcaban a sus anchas. Podrían emboscarlos de nuevo en cualquier momento.

-Oh, no te preocupes tanto: ya estamos llegando.-

La olímpica se encontraba en lo cierto. No tardaron en divisar el cráter que coronaba el volcán: la única alteración de aquel relieve llano de tierra azabache. Lo sobrevolaron con cautela. Era probable que el interior del volcán fuera el hogar de otros digimon como los que habitaban el flujo de lava que de él emergía.

Venusmon ordenó a su paloma que se adelantara. Ella sabía lo que tenía que buscar: una pequeña cueva o apertura similar a la que habían encontrado cuando había rescatado a Sirenmon. Sin embargo, cuando el pájaro hizo amago de acercarse, la lava de su interior comenzó a agitarse. Acto seguido, el volcán comenzó a temblar, obligándolos a retroceder bruscamente. El magma salió disparado de pronto. La concha de Venusmon se activó, protegiéndola de las quemaduras. Garudamon no tuvo tanta suerte y se resintió, soltando un pequeño bufido de molestia.

Ante sus ojos comenzó a alzarse la figura de un dragón alado. Sus escamas carmesíes recordaban a la sangre antes de coagular. Extendió sus alas y se estiró, desperezándose. Parecía haber estado sumido en un profundo letargo. Soltó un rugido a modo de bostezo, enseñando amenazante sus afiladas fauces. Soltó un coletazo a modo de latigazo para alejar a un par de Shadramon que se habían acercado al notar el temblor del volcán. Tornó la vista y contempló a los que iba a ser sus oponentes.

-Megidramon…- murmuró Garudamon, asombrado. Ahora entendía por que nadie quería transitar esa zona.