Hello! Deseando que todos se encuentren bien en éstos días. Y como había mencionado anteriormente, lo prometido es deuda. Estoy trabajando en esta historia para finalizarla y continuar con las demás historias. Por eso...
Agradezco el apoyo brindado y la paciencia que han tenido al esperar la continuación de los capítulos. Por tanto, les dejo por aquí el capítulo 27.
Quédate en casa, así estarás salvando vidas y, cuidando de ti y a tu familia!
Okāsan, doko ni iru no?
(27)
Noche tranquila, cielo estrellado. La luna brillaba esplendorosa, reflectando algunos rayos hacia el oscuro escenario mientras los alegres espectadores se retiraban tranquilamente del estadio, felices por el concierto vivido y ajenos a lo que acontecía detrás de bambalinas...
Al mismo tiempo...
Natsumi, Ishida y Chad corrían apresurados para auxiliar a Natsuki, quien iba cayendo hacia delante desde una altura peligrosa y se golpearía la cabeza fuertemente contra el piso y no podrían evitarlo. De esa altura, ella podría morir. Con ese pensamiento, aumentaron la velocidad, pero se detuvieron de golpe, sorprendidos, cuando alguien llegó más rápido y, extendiendo los brazos, la atrapó. Natsuki cayó inconsciente en los brazos de esa persona, quien era nada más ni nada menos que el Sarutobi.
Hiroshi cerró los ojos y respiró aliviado, al tener a su esposa entre sus brazos, agradecido por haber llegado rápido, y pues, en ningún instante dejó de observarla, a pesar de estar rodeado de los integrantes del staff. Agradecía tener buenos reflejos y resistencia, al menos tenía algo que agradecerle a su madre Kurenai. Entreabrió los ojos, centrándolos en Natsuki. – Amor...– no obtuvo respuesta. – Nat, despierta. – ella no se movía, estaba inconsciente. Su cuerpo empezaba a sentirlo un poco frío... Ella... – Nat...– Hiroshi abrió sus ojos desmesuradamente, estaba empezando a asustarse. – Vamos, despierta. – susurró, pero ella no despertaba. De inmediato, la acomodó en el suelo y colocó la cabeza en el pecho de ella, procurando escuchar los latidos del corazón, cuales no podía escuchar, así que rápidamente inhaló una bocanada de aire y depositó sus labios sobre los de ella para darle respiración boca a boca.
Por su parte, Natsumi cayó de rodillas frente al Sarutobi, quien intentaba reanimarla, pero su atención fue dirigida hacia su hermana mayor. – Onee-chan...– extendió una mano y la posó en la mano de ella, para luego acariciarla como tratando de hacerla reaccionar. – ¿Onee-chan? – detuvo la caricia, nerviosa. Ella no respiraba... Ella... Natsumi empezó a inquietarse cuando el Sarutobi volvió a inhalar una bocanada de aire y depositó sus labios sobre los de su hermana. Nada. – Onee...– no, ella no... – Hiroshi, mi hermana...– susurró, asustada.
Todos los presentes contemplaban la escena sin hacer nada, tan sólo observaban, incluyendo a Ishida y Chad, quienes estaban inquietos y a la expectativa de la posible reacción del Sarutobi, ya que el amor que sentía el chico era enorme. Tan grande su amor, que si algo le llegara a pasar a la Hatake, él no lo soportaría. Se miraron entre sí, luego a su amigo. Sin embargo, Hiroshi agachó la cabeza y, en un movimiento repentino, se levantó con su desfallecida esposa cargada estilo marital, ante los ojos llorosos de Natsumi y salió apresurado con ella entre sus brazos, pasando a través de los que se encontraban en dicho lugar. Natsumi se puso de pie y salió corriendo detrás del Sarutobi sin dar explicaciones; Ishida y Chad la siguieron.
...
Hospital de Konoha...
Caminando lo más rápido que sus piernas les permitían y con cuidado de no caer, Hiroshi atravesó las puertas del hospital cargando a su mujer entre sus brazos mientras detrás de él corrían Natsumi, Ishida y Chad. Los cuatro se encontraban nerviosos y preocupados por el repentino desmayo de la Hatake, quien no despertó en todo el trayecto hacia el centro de salud. – ¡Un doctor! ¡Necesito un doctor! – vociferó Hiroshi, asustado.
Dos camilleros se aproximaron a él arrastrando una camilla, donde él depositó el cuerpo inconsciente de Natsuki. – Vas a estar bien. – le dijo, sosteniendo la femenina y fría mano. Una enfermera se acercó y los camilleros se movilizaron, y todos atravesaron los corredores. No obstante, él no soltaba la mano de ella. – Vas a estar bien. – volvió a repetir. – Lo prometo. – le besó la mano.
– Lo siento, pero no puede pasar. – le dijo la enfermera, deteniéndolo en pleno pasillo, lo que obligó a que el agarre de mano se deshiciera.
– ¡Ella es mi esposa! ¡No me puede impedir estar a su lado! ¡Tengo que estar con ella! – exclamó Hiroshi, impaciente y negándose a abandonarla.
La joven enfermera suspiró, pues estaba acostumbrada a lidiar con los familiares de sus pacientes. – Entiendo su preocupación, pero sólo se permite personal autorizado. Son políticas del hospital. – dijo ella, tratando de tranquilizarlo.
Hiroshi iba a replicar, pero Ishida le colocó una mano encima del hombro izquierdo, llamando su atención. – Hiro, no le compliques el trabajo. – dijo el Ukitake observando a la chica. El Sarutobi asintió y los camilleros, acompañados de la joven enfermera, se fueron alejando con ella a través del corredor.
Agitado, Hiroshi veía cómo ella era alejada cada vez más de él. Se la llevaban y no podía evitarlo, quería estar con ella, debía acompañarla... Sí, era su deber como esposo. No podía ni quería dejarla sola. Así que, decidido, empezó a reanudar los pasos dispuesto a seguirla, y de inmediato apresuró las pisadas. Tenía que llegar hacia ella... Natsuki era su todo y, si algo le pasaba, él no lo soportaría. No, ella no... Sus pasos aceleraron hasta el punto de correr, pero Chad e Ishida lo agarraron uno de cada brazo. Miró a las personas que lo sujetaban fuertemente y, furioso, intentó soltarse del agarre de ambos. – ¡Suéltenme! – exclamó forcejeando contra sus amigos, quienes le inmovilizaron haciendo uso de su fuerza varonil; más, él no dejaba de luchar contra ellos.
Chad, sorprendido por la reacción de su amigo, observó al Ukitake sin dejar de hacer presión al brazo izquierdo del Sarutobi. En respuesta, Ishida suspiró y las facciones de su rostro endurecieron. – Hiro, cálmate. – le dijo Ishida, con una seriedad que le obligó a tranquilizarse.
Entristecido, Hiroshi frunció las cejas cuando vio a los camilleros desaparecer entre los corredores de aquel hospital. Derrotado, agachó la cabeza. – Necesito estar con ella...– murmuró con la voz entrecortada. – Nat...– lágrimas empezaron a caer de sus ojos y acariciaban sus sonrojadas mejillas. – Natsuki...– Ishida y Chad sintieron el cuerpo de él tembloroso, por lo que decidieron soltarle; entonces, Hiroshi cayó al suelo de rodillas.
Con los ojos llorosos, Natsumi se acercó hacia Hiroshi, se detuvo detrás de él y miró hacia el techo, entonces parpadeó un par de veces tratando de aplastar las lágrimas que intentaban escapar de éstos. Luego centró la mirada en él, quien se cubrió el rostro con una mano mientras lloraba de impotencia. Ella también quisiera estar al lado de su hermana, pero entendía que los médicos tenían que hacer su trabajo. Sin embargo, pensar sobre lo sucedido y ver a su hermana caer de esa forma... Cerró los ojos, pues un nudo estaba formándose en la garganta, impidiéndole decirle a Hiroshi alguna palabra de aliento. De repente, sintió unos brazos rodearla.
Ishida rodeó los brazos alrededor del cuerpo de su prometida y, atrayéndola hacia sí, la abrazó con gentileza. Ella estaba aguantando demasiado, lo sabía. Natsumi procuraba hacerse la fuerte delante de Hiroshi, pero el daño se lo estaba haciendo a sí misma. Acercó sus labios al oído derecho de la Hatake. – Estoy aquí para ti. – le susurró sutilmente.
Con esa frase dicha, las lágrimas deslizaron por las mejillas de Natsumi, por lo que ella rodeó los brazos alrededor de la cintura de su prometido posando las manos en su espalda y hundió el rostro en el pecho de él, ocultando a los demás su llanto, pero era evidente para Ishida, quien sintió la camisa ser arrugada. Pues, las manos de ella habían cerrado en puños y, en el proceso, agarraron la tela de la camisa del chico.
Por otro lado, Chad contemplaba la escena desplegada ante sus ojos y se llevó una mano detrás de la nuca, la cual rascó sintiéndose fuera de lugar.
Horas después...
Sentado en una silla con el cuerpo encorvado hacia delante y ambas manos cubriendo el rostro, Hiroshi esperaba impacientemente. Era notable su desesperación, debido a que movía la pierna derecha y, ese simple gesto, le respondió a sus amigos de que él podía hacer alguna estupidez. Por ello, Ishida, sentado sobre una silla y abrazando a Natsumi, y Chad, de pie con la espalda apoyada contra la pared y los brazos cruzados, observaban con detenimiento las acciones del Sarutobi.
Cinco minutos más tarde, una doctora salió de la sala de emergencias con las manos dentro de los bolsillos de la bata médica. Mirada seria. – ¿Familiares de Natsuki Sarutobi? – interrogó al aire, con la finalidad de que los familiares se acercaran a ella.
Rápidamente, Hiroshi, Natsumi e Ishida se levantaron de la silla. Sin perder ni un segundo, abordaron a la doctora, incluyendo a Chad, quien también, aunque no lo demostrara, estaba preocupado. Los cuatro intercambiaron miradas, pues en ese momento ninguno tenía el valor de preguntar. Por tanto, Hiroshi endureció las facciones de su rostro. – Nat...– la voz salió ronca. Carraspeó la garganta. – Natsuki, es mi esposa. ¿Qué tiene ella, doctora? – las facciones de su rostro, entristecieron. – ¿Cómo está? – frunció el entrecejo, melancólico. – ¿Puedo verla? – las lágrimas deseaban escapar de sus ojos. – Por favor...
La doctora esperó un par de minutos antes de responder, pues debía analizar en ese poco tiempo, la forma de cómo le explicaría a los familiares, en especial a ese pobre chico que se veía desesperado, la situación de la chica. – La paciente recobró el conocimiento. – informó, simpatizando con el Sarutobi. Los demás respiraron aliviados al escuchar esa buena noticia. – Pero viendo la panorámica y para descartar ciertas posibilidades, le realicé algunos análisis, y éstos indicaron que ella...– suspiró, apenada. – Su esposa padece anemia ferropénica. – desconcertado, Hiroshi retrocedió un par de pasos.
Natsumi frunció el entrecejo, confundida. – ¿Anemia ferropénica? ¿Qué significa eso? ¿Mi hermana está bien, cierto? – cuestionó, desconociendo el segundo término y, al mismo tiempo, preocupada. – ¿Cierto? – cerró las manos en puños.
Ishida movió los ojos en dirección a su amigo Hiroshi, quien agachó la cabeza y cerró las manos en puños tan fuerte que éstos empezaron a temblar. Sabía que él no estaba bien, se estaba culpando a sí mismo, interrogándose una y otra vez sobre el porqué no visualizó que la chica se encontraba delicada de salud. Así que, rápidamente se aproximó a la Hatake y le puso una mano encima de su cabeza. – Amor, cálmate. – susurró, apaciblemente.
Furiosa, Natsumi giró sobre sus talones, quedando frente a frente al Ukitake. – ¿Cómo me pides que me calme? – exclamó interrogativa. – Onee-chan...– las lágrimas se visualizaron con intenciones de caer, por lo que agachó la cabeza ocultándolas.
La doctora carraspeó la garganta. – La anemia ferropénica ocurre cuando el cuerpo no tiene suficiente cantidad de hierro. – les dijo, obteniendo la atención de los presentes. – El hierro ayuda a producir glóbulos rojos y...– silenció cuando una enfermera se acercó a ella y le entregó un documento. – Gracias. – la enfermera se retiró, dejándola nueva vez sola con las cuatro personas frente a ella. – Debido a la deficiencia de hierro, los glóbulos rojos no pueden transportar suficiente oxígeno a los tejidos del cuerpo, por lo que el cerebro dejó de enviar señales a sus funciones motoras.
– Doctora. – interrumpió Ishida, nervioso por las reacciones de su amigo y prometida. – ¿Eso significa que mi cuñada será sometida a algún tratamiento, no? – Natsumi lo miró.
Ella afirmó con la cabeza. – El tratamiento incluye el uso de suplementos con hierro y éstos, a su vez, pueden provocar náuseas. – le entregó a Ishida, la persona más razonable en ese momento, un documento donde indicaba los alimentos que la Hatake debería consumir. – Lo más apropiado es que ella ingiera los alimentos indicados en esa hoja. – giró sobre sus talones, dispuesta a retirarse, pero volvió la cabeza hacia el Ukitake. – La paciente será traslada a una habitación y, por unos días, estará en observación. Puede que no despierte durante ese tiempo, ya que su cuerpo necesitará reponer energía.
– Gracias doctora, seguiremos sus indicaciones. – respondió Ishida, inclinando la cabeza en agradecimiento. La doctora se alejó para acercarse a los familiares de otros pacientes. Por su parte, Ishida recuperó la postura, entonces vio a su prometida con la cabeza agachada, a su mejor amigo Hiroshi alejado de ellos y a Chad rascándose la nuca. – Dejen de lamentarse. – Inhaló, exhaló profundamente. – Ahora, Natsuki necesita del apoyo de todos para recuperarse.
Con la cabeza agachada, Hiroshi apretó los puños más fuerte. – Es mi culpa... Debí haberlo notado... Yo...– susurraba él, sintiéndose culpable por todo lo sucedido a su esposa. – No cuidé de ella como merecía... Debí estar más pendiente... No vi que ella necesitaba atención... Soy un idiota... Yo...– recibió un fuerte puñetazo que lo tumbó al suelo.
Desconcertada, Natsumi cubrió su boca con ambas manos mientras Chad abrió sus ojos como platos, pues no podían creer lo que había acontecido. Con una mirada afilada y sacudiendo su mano derecha debido al golpe, Ishida contemplaba al Sarutobi sentado en el suelo y acariciándose la mejilla magullada. En efecto, Ishida le dio un puñetazo a Hiroshi, ante los ojos de los presentes, tan fuerte que lo tumbó al suelo. – No es momento para culpas, ella necesita apoyo. Te necesita. – murmuró con firmeza.
Natsumi parpadeó, confusa. Para ella, ver a Ishida actuando de esa forma, le desconcertaba, ya que él no había demostrado esa faceta tan varonil; pero a la vez, le parecía atractivo. De repente, un leve rubor cubrió sus mejillas sin poder evitarlo. Entrecerró sus ojos, enamorada mientras veía a Ishida extenderle una mano a Hiroshi. – Ese es mi hombre. – dijo para sí misma, orgullosa de él.
Acariciándose la mejilla, Hiroshi aceptó la mano del Ukitake y se puso de pie con ayuda de su amigo. – Tienes razón, Nat me necesita ahora más que nunca. – respondió Hiroshi, agradecido por las palabras de su amigo, pero no podía decir lo mismo por el golpe.
...
Caminando por las nocturnas calles de la ciudad Konoha...
Se podía visualizar a Himeko caminando sobre el camino peatonal, dando zancadas en forma de saltos y aterrizaba, intencionalmente, sin tocar las líneas divisorias del pavimento con su converse morados con negro. Llevaba puesto un short beige, un abrigo morado y camiseta negra de tirantes; cuyo abrigo lo tenía desabrochado. También, en su espalda colgaba una mochila negra, cuyas aletas mantenía agarradas. Su largo cabello negro, danzaba al ritmo del viento cuando éste soplaba y ella saltaba.
– Uno...– salto. – Dos...– salto. – Tres...– dio una zancada y se detuvo dos pasos antes de cruzar la transitada avenida. Esperó ansiosa a que el semáforo cambiara a su favor para cruzar la intersección. Mientras esperaba, un joven se posicionó a su costado derecho, demasiado cerca para su gusto, ya que estaba invadiendo su espacio personal. Frunció el entrecejo, entonces echó un pequeño vistazo de abajo hacia arriba. Él llevaba puesto zapatos negros, pantalón azúl oscuro, camisa blanca con las mangas dobladas hasta los codos, y corbata negra con estampados azules. Se veía bastante guapo, cabía destacar.
Se golpeó mentalmente la cabeza, pues no debía estar pensando en esas cosas. Pero... Volvió a mirarle de reojo, entonces notó que sus cabellos eran negros y éstos peinados hacia atrás le daba un toque sensual. Por lo que, un intenso rubor cubrieron sus mejillas, así que desvió la cabeza hacia un costado, alejando pensamientos inapropiados sobre un desconocido. Sin embargo, no podía negar que ese hombre se veía apuesto. Nueva vez, movió los ojos en dirección a él y sus ojos abrieron como platos al toparse con la realidad de que el chico la estaba mirando fijamente. Apartó los ojos de sobre él.
Una divertida sonrisa atravesó los labios de él. – No pensaba que caminar por estos entornos, me encontraría con una acosadora. – musitó él, arqueando una ceja.
Himeko parpadeó, incrédula. – ¿Acosadora, dices? – musitó, cruzando los brazos y girando el cuerpo hacia él. – Creo que se te soltó un tornillo para decir que soy una acosadora, insolente.–deshizo el cruce de brazos y los puso como jarras. – Además, eres un pervertido porque también me observabas. ¿O lo vas a negar? – hizo un puchero.
El joven bajó la mirada y arrugó el entrecejo. Empezó a analizarla de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba. Ella tenía los brazos como jarras, dándole un toque cómico, y las mejillas infladas como lo haría una niña de cinco años. O tal vez una niña de cuatro años... Estalló en risas. Himeko frunció el cejo. Él carraspeó, volvió a observarla. – Tienes lindas piernas. – musitó, provocando en ella que los colores subieran a su rostro, pues la chica ruborizó furiosamente y retrocedió dos pasos. – Por tu reacción, debo decir que nunca habías recibido elogios. – avanzó un par de pasos hacia ella, más Himeko siguió retrocediendo hasta que, sin darse cuenta, sus pies bajaron a la calle.
De repente, él vio un automóvil acercarse rápidamente hacia ella. No podía permitir que pasara un accidente frente a sus ojos si podía evitarlo. Así que, la agarró del brazo impidiéndole avanzar. En ese instante, ella se dio cuenta de la situación, por lo que, temerosa, abrió sus ojos desmesuradamente. Por su parte, la haló hacia él y rodeando el brazo alrededor de su esbelta cintura, la atrajo hacia su regazo, pegándola a su cuerpo. El automóvil cruzó estando la luz en rojo, violentando las leyes del tránsito.
Sintiendo la respiración de ese hombre chocando contra su rostro, Himeko parpadeó, tratando de rememorar lo acontecido, entonces confirmó que él era bastante apuesto y más con esos ojos negros, los cuales transmitían una seguridad inexplicable. Esa varonil mano, posada en su espalda baja, la sostenía con firmeza y mantenía su cuerpo contra ese fornido pecho, el cual subía y bajaba debido a su constante respiración. Sus largas pestañas... Ruborizó intensamente. Aunque no lo conociera de otro lugar, era un hecho de que él se veía una persona confiable, a pesar de su lengua afilada. Pero sus labios eran otro asunto, se veían apetitosos, si tan sólo ella...
Por otra parte, gracias a la luz de luna, él se percató de lo preciosa que ella era. Observó esas largas pestañas y su fina nariz. De su cabello desprendía un rico aroma a lavanda. Su olor favorito. Y sus ojos negros, afirmaban una serenidad inimaginable. Nunca había visto una mujer tan hermosa como ella, hasta esa noche. O pensándolo mejor, sí conocía a una mujer cuya hermosura y elegancia sobrepasaban los límites de la belleza natural. Pero... Deseaba tocarla, así que la pegó un poco más a su cuerpo y, extendiendo su mano libre, le acarició la mejilla. Su piel era tan suave y tibia. Si él pudiera… Inclinó el cuerpo y, sin importarle la presencia de los transeúntes, ladeó la cabeza y presionó sus labios sobre los de ella en un impetuoso beso. Himeko abrió sus ojos de par en par, estupefacta.
La besaba suave, saboreando sus labios, atrapándolos con los suyos y apretándolos constantemente hasta que ella correspondiera, pero Himeko no se dejaba llevar por el beso. Apretó el brazo que rodeaba la cintura de ella y la atrajo más hacia él, entonces delineó sus femeninos labios con su cálida lengua. Ella ni se inmutaba, sabía que era por el desconcierto, más no importaba, no la volvería a ver más. ¿O sí? Le mordió el labio inferior, intentando avivar el beso. Ella abrió su boca gimiendo y él aprovechó para introducir su lengua, buscando contacto con la de ella, enseguida la encontró, la acarició con la lengua, lo que ocasionó que la chica reaccionara y empezara a golpearlo.
Haciendo uso de sus fuerzas internas, Himeko lo empujó, rompiendo la magia, y le plantó una bofetada que le volvió la cabeza hacia un costado. – ¿Quién te crees que eres para besarme? – interrogó eufórica.
Él levantó ambas manos en un gesto de paz y se delineó los labios con la lengua con una sensualidad que ruborizó a la chica. – Disculpa, me dejé llevar por el momento. Además, pensé que tú también lo deseabas. – sonrisa.
Mejillas sonrosadas. Avergonzada de haber permitido que le robara su primer beso, Himeko cerró las manos en puños y, en un veloz movimiento, le dio una patada en el estómago que lo tumbó al suelo. Él, sin poderlo evitar, cayó sentado. – ¡Eres un imbécil! ¡Espero no verte nunca más! – giró sobre sus talones y salió corriendo de aquel caluroso lugar.
Avergonzado, se llevó una mano detrás de la cabeza y se rascó la nuca. – Debió de ser su primer beso. – musitó más para sí, que para alguien en específico. – Creo que me equivoqué. – suspiró, desganado. – Pero en situaciones como éstas, debo hacer lo que un hombre debe hacer...– se puso de pie, dejando escapar un lastimero quejido a causa de la fuerte patada. Sonrió. – Esa chica...– entrecerró los ojos mientras un leve rubor aparecía en sus mejillas. – Creo que me enamoré. – cerró los ojos y afirmó con la cabeza dicha hipótesis. – Un motivo más para convertirla en mi esposa. – abrió sus ojos, luego levantó ambas manos en dirección hacia donde ella había huido, la ubicó y formó un corazón. – Serás mía, cuando te encuentre.
Un hombre de aproximadamente unos cincuenta años, se acercó a él corriendo. – Se-señor...– tomó varias bocanadas de aire, para luego recuperar la compostura. – Genji-sama, su padre ha estado preguntando por usted. – leve reverencia.
El aludido suspiró, desganado. – ¿Ese viejo, cuándo dejará de molestarme con ese tema? – preguntó enojado entretanto se acariciaba las sienes, ya que lidiar con su padre era un dilema.
– Genji-sama, debo recordarle que él es su padre. – comentó el señor, procurando que su joven amo dejara escapar su frustración para que regresara a la casa y continuara la conversación que mantenía con el pilar de la familia antes de huir.
Genji inhaló profundo, exhaló tranquilamente. – Regresemos. – dijo, luego subió a un lujoso vehículo, el cual se había estacionado, minutos antes, frente a él.
...
Himeko corría a una velocidad inhumana. Corría y corría como alma que llevaba el diablo en dirección donde se ubicaba la mansión Sarutobi, hasta que vislumbró el portón de la casa, la cual abrió, cerró y siguió corriendo. Cuando se cansó de correr y respirando agitada, inclinó el cuerpo y, apoyando las manos en las rodillas, se detuvo a recuperar el aliento. Entonces visualizó que se encontraba frente a una puerta, cuyo material era madera de caoba.
De repente, se llevó los dedos de su mano derecha a los labios y, con éstos, empezó a delinearse el labio inferior, recordando la sensación que le causó ese chico desconocido. Chico apuesto, no podía negarlo. Un intenso rubor apareció en sus mejillas. Rápidamente, sacudió su cabeza, alejando aquellos impuros pensamientos. Así que, con esos pensamientos alejados, abrió la puerta y entró a la casa cerrando la puerta a su paso.
– ¿Dónde estabas? – se engrifó al escuchar la voz de su madre y, por el tono de voz usado, podía colegir que ella no estaba de buen humor. Maldiciendo dentro de sí misma, pues había pensado regresar a casa sin que ella se percatara de su salida nocturna, volvió la cabeza hacia un costado. Entonces la ubicó en la sala, sentada sobre un sillón, bebiendo un humeante té a esas horas, lo cual significaba que estaba nerviosa. – Acabo de preguntar... ¿Dónde estabas? – Kurenai entrecerró sus ojos carmesí, dirigiéndole una mirada desaprobatoria.
Sonriendo con nerviosismo, Himeko se acercó a ella. – Salí a recorrer la ciudad. – tomó asiento en el mismo sillón al lado derecho de su madre, pero a una distancia prudente, y antes de que Kurenai le refutara algo más, dejó caer el cuerpo encima de los muslos de ella, acomodando la cabeza en su regazo. – Han pasado muchos años, desde que estuve aquí. – volvió los ojos en su dirección. Desde ese ángulo, veía la taza, el mentón de su madre, el techo. – La ciudad ha cambiado bastante. Los edificios son más altos y las calles más transitadas. – cerró los ojos.
Kurenai bebió de un sorbo, el líquido que quedaba en la taza, entonces la colocó a su lado izquierdo. – Sabes que, no me agrada la idea de que andes sola por ahí. – musitó, preocupada.
– Lo sé, okā-san. – respondió Himeko, mientras se acomodaba mejor en las piernas de Kurenai. – Pero te preocupas demasiado. – sonrió.
Dejando escapar un sonoro suspiro, Kurenai contempló a su hija y empezó a acariciarle el pelo negro. Negro... Entrecerró sus ojos rubíes con tristeza, pues Himeko se lo tiñó con el propósito de parecerse a ella. Por un lado, nadie podría saber que esa niña no es su hija. Por otro lado... ¿Podrá mantener ese secreto por siempre? Ella había cambiado mucho en los últimos años y era un hecho irrefutable el parecido con las hermanas Hatake. Anteriormente, podía enviarla a estudiar a otros países cuando los Hatake regresaban al país, para que ella creciera lejos de la verdad; pero en la actualidad, ella era una adulta, decidirá su propio futuro.
¿Qué pensará cuando descubra la verdad? ¿La odiará? ¿Le reclamará? ¿Querrá verla? ¿Volverá a decirle mamá? Asustada ante esas interrogantes, las lágrimas se fueron evidenciando, deseosas por escapar y deslizar por sus sonrojadas mejillas. Tarde o temprano, Anko reclamará sus derechos como su madre y, cuando suceda, no podrá evitarlo. Sacudió la cabeza. Aunque Anko le haya dado a luz, ella la crió. Por tanto, ella será y seguirá siendo su madre por encima de quien sea. – No permitiré que te alejen de mí. – susurró, segura de sí misma.
...
Días después... Habitación 402...
Las blancas cortinas se mecían suavemente debido al viento que entraba a través de la ventana, y cada vez que éstas se movían, los rayos del sol se colaban e iluminaban algunos espacios de la recámara, y uno de ellos enfocó el rostro de Natsuki, quien frunció el entrecejo y se removió debido a la incomodidad del cálido rayo de sol que le reflectaba en los ojos, entonces sintió un intenso dolor que impulsó en el tobillo de su pierna izquierda. Poco a poco fue abriendo los ojos, dándose cuenta de que todo a su alrededor era diferente, no se parecía a la habitación del departamento, tampoco a la de la mansión Hatake. Todo era diferente.
Cerró los ojos y los abrió nueva vez. Intentó sentarse en la cama, pero el dolor trasiego en su tobillo izquierdo provocó que dejara escapar un quejido y permaneciera acostada. Entonces, empezó a buscar con la mirada algo que indicara dónde ella estaba; sin embargo, visualizó a una persona sentada sobre una silla, los brazos apoyados encima de la cama y la cabeza descansando sobre éstos. Su alborotado pelo negro meciéndose ligeramente, le daba un toque de no sabía qué, pero él se veía atractivo. Condenadamente atractivo.
Un intenso rubor color escarlata cubrió sus mejillas mientras sentía éstas tan ardientes que pareciera salir humo de su cabeza, así que rápidamente se cubrió el rostro con ambas manos y dejó escapar una risilla tonta. De repente, sintió como si un fuerte viento la tocara. Apartó las manos del rostro y lo observó con detenimiento. Él se veía tan sereno y completamente tranquilo, pero a la vez podía evidenciar las leves ojeras y bolsas debajo de sus ojos. La expresión de su rostro, entristeció; pues, era obvio para ella que él se desesperó en algún momento al verla caer inconsciente. Si Hiroshi perdió la cabeza sólo por lo sucedido, qué pasará cuando deban enfrentar a sus padres. – Hiro...– siseó intentando acercar una mano hacia él.
De repente, la puerta se abrió...
Natsuki se engrifó.
Se trataba de Natsumi, quien arribó a la habitación sosteniendo un ramo de margaritas, entonces vio a su hermana despierta mirándole fijamente. Frunció las cejas y un par de lágrimas escaparon de sus ojos, las cuales rodaron por sus mejillas. – Onee-chan...– voz entrecortada. Dejó caer las flores y rápidamente corrió hacia ella; sin perder tiempo, la abrazó con fuerza. – Me asusté mucho cuando no despertabas. – sollozos. – No vuelvas a actuar como si estuvieras bien, cuando no lo estás. – se apartó lo suficiente para verla. – No quiero perderte.
Estremecida debido a las palabras de su gemela, rodeó los brazos alrededor de ella y la abrazó con fuerza. – Lamento haberte asustado. – susurró Natsuki, sonriendo cálidamente. – Estoy bien. – los sollozos de su hermana se escucharon por toda la recámara. Cerró los ojos mientras alentaba a Natsumi y esperaba que se calmara.
Por su parte, Hiroshi abrió lentamente sus negros ojos y una radiante sonrisa surcó sus labios al encontrar a su esposa despierta. Sin embargo, esa radiante sonrisa se transformó en una triste al ver a Natsumi llorando en el regazo de su amada. Entonces, Natsuki le miró, dedicándole una sonrisa amorosa. Él también deseaba abrazarla, pero entendía que debía darle espacio a las hermanas.
Cuando el llanto de Natsumi calmó, Natsuki la apartó y le retiró los rastros de lágrimas con sus pulgares. – Sigues siendo una chiquilla. En dos semanas te casarás, debes preocuparte menos por mí, y más por ti. – le dijo, sonriendo.
Con tristeza, Natsumi sacudió la cabeza en negación. – Siempre me preocuparé por ti, eres mi hermana mayor. – agachó la cabeza, se mordió el labio inferior. – Debo estar pendiente de ti, porque...– un par de lágrimas escapó de sus ojos mientras la voz le temblaba. Hiroshi también bajó la cabeza y cerró las manos en puños, pues la tristeza y el enojo se apoderaron de él.– Me casaré en una semana. – ante dicho comentario, Natsuki parpadeó perpleja. – Has permanecido inconsciente durante cinco días.
Natsuki cerró los ojos durante un par de minutos, los volvió a abrir. – Entiendo. – murmuró como si nada. Luego extendió una mano hacia su hermana y la colocó encima de la cabeza de ella. – Lamento preocuparte. – cerró los ojos, sonrisa. – Debí haber estado muy agotada.
– Onee-chan...– susurró Natsumi, melancólica. Pues, entendía que su hermana estaba tratando de ser fuerte delante de su esposo, evitando que él se culpara. Y, en efecto, durante los días que ella se encontraba inconsciente, Hiroshi parecía haber perdido las ganas de seguir, no quería comer y para que fuera posible el hecho de obligarle a probar bocado, fue gracias a Ishida, quien permaneció a su lado. De lo contrario, el Sarutobi habría hecho alguna estupidez.
Silencio. Natsuki abrió sus ojos y los centró en Hiroshi. Él permanecía con la cabeza agachada y las manos cerradas en puños fuertemente. Ella podía notar un leve temblor en los puños de él, por lo que le indicó con la mirada a su hermana, que los dejara estar a solas. Natsumi, sin replicar, se levantó de la cama, recogió las margaritas que dejó caer con anterioridad y salió de la habitación cerrando la puerta a su paso. El silencio continuaba. Natsuki volvió la cabeza hacia el frente y una leve sonrisa apareció en sus labios. – Cinco días...– musitó como sin darle importancia, entonces echó un vistazo hacia él. Hiroshi había apretado los puños aún más. Ella dejó escapar un sonoro suspiro. – Hiro... Deja de culparte, lo que pasó ha sido por mi descuido. – extendió una mano hacia él, pero Hiroshi ni se inmutaba. – Hiro, por favor. – suplicó. Tampoco obtuvo respuesta.
Decidida, Natsuki volvió a intentar sentarse sobre la cama, más le faltaba fuerzas para lograrlo y el dolor pulsante en su tobillo izquierdo no le ayudaba. Así que, con fuerza de voluntad y respirando profundo, tomó asiento. Volvió a mirarlo, él había agachado la cabeza un poco más. Ella resopló, entonces en un arrebato, apartó la sábana y dejó colgar los pies de la cama. – Hiro...– en respuesta, él se llevó una mano a la frente como queriendo ocultarle algo. – Hiro, mírame. – Natsuki estaba empezando a enojarse, por lo que extendió ambas manos hacia él, le apartó la mano de la frente en el proceso y colocando las manos, una en cada mejilla del Sarutobi, le alzó la cabeza. Lo que sus ojos vieron, provocó que dentro de ella un sentimiento de culpa la invadiera.
Lágrimas escapaban sin tregua alguna de los ojos de Hiroshi y se deslizaban por sus mojadas mejillas. Él lloraba de dolor, lloraba por miedo a perderla, lloraba de impotencia y lloraba de angustia. Todas esas emociones mezcladas, salieron a flote delante de ella, de quien menos deseaba que lo viera. Más, no podía detener esas lágrimas. Quería dejar escapar todo lo que en su pecho se escondía, pero no ante ella... No... Empezó a sollozar con fuerza, como un niño pequeño al que le arrebataron de los brazos de su madre o como si el juguete favorito se lo hubieran roto.
Sintiéndose profundamente dolida al verlo en ese estado, rodeó los brazos alrededor de él en un cálido abrazo. Por su parte, Hiroshi correspondió el gesto y escondió el rostro en el pecho de su esposa dejándose llevar como si se tratara de un niño abrazando a su madre. Y sí, estar abrazado a ella le embargaba de una calidez indescriptible. Era cierto que, con ella sentía que todo era posible, abrazarla le llenaba de una inmensa alegría y felicidad; pero ahora, ella transmitía una extraña calidez.
Algo en ella había cambiado; no sabía exactamente cómo o en qué sentido, más podía percibirlo y empezaba a tener miedo. Miedo a perderla, miedo a que ella un día le dijera que sus caminos debían separarse. No entendía el motivo por el cual tenía esa sensación amarga, pero lo sentía cada vez más fuerte. Sin embargo, estaba seguro de algo, no iba a permitir que ella se alejara de su lado. No lo permitirá, aunque deba luchar contra el mundo si fuera preciso.
No obstante, seis días después, su miedo se hizo realidad...
Noche silenciosa...
Se podía escuchar y sentir los repetidos pasos de alguien caminar con prisa a través del amplio corredor de un edificio. Se trataba de Hiroshi, quien había tenido una filmación, la cual terminó bastante tarde, por lo que, nervioso, atravesaba los corredores para llegar al apartamento donde vivía con su amada esposa. Al parecer estaba impaciente. De repente, observó su reloj negro de pulsera: 01:06 A.M. – Natsuki debe de estar dormida. – dijo para sí mismo. Pues, había intentado marcarle un par de veces a su móvil para informarle que llegaría un poco más tarde de la hora normal, pero ella no respondió a sus llamadas.
Detuvo sus pasos frente a la puerta del apartamento, entonces buscó entre los bolsillos de su pantalón, las llaves. Una vez encontradas, abrió el cerrojo y entró. Para su desconcierto, encontró a su esposa sentada encima del bonito sofá modular de tapiz blanco y sosteniendo el móvil entre sus manos. Frunció el entrecejo, extrañado, puesto que si ella tenía el celular, por qué no respondió las llamadas. Pero lo más extraño, ella no se había percatado de su llegada. Él bajó la mirada y vio el celular en su masculina mano derecha, entonces decidió marcarle nuevamente.
El celular de Natsuki empezó a vibrar. Ella se engrifó, luego bajó la mirada al móvil que sostenía entre sus manos. Frunció las cejas, cerró los ojos e ignoró la llamada de su amado. No quería contestar, o más bien, no podía responder.
Hiroshi arqueó una ceja, confundido. Por tanto, se aproximó a ella con parsimonia y, una vez próximo a ella, carraspeó. – Amor, estoy en casa. – le dijo, tratando de sonar lo más tranquilo posible, a pesar de haber visto que ella ignoró su llamada.
Natsuki entreabrió sus ojos negros y centró la mirada al frente en un punto no específico. Apretó los labios tan fuertes que éstos empezaron a temblar, pero inhaló profundo y exhaló lentamente. Debía calmarse si quería conversar con él. La expresión de su rostro cambió a una completamente seria. – Hiro, tenemos que hablar. – dijo con firmeza mientras se ponía de pie.
El corazón de Hiroshi dio un repentino vuelco que le provocó unas leves náuseas, estaba seguro de que ella le iba a reclamar por haber llegado tarde a casa. – ¿De qué quieres hablar? – interrogó el Sarutobi, sonriendo de lado mientras se rascaba la cabeza. – Es tarde y necesitas descansar, podemos hablar mañana.
Natsuki, quien en ese momento le daba la espalda, giró sobre sus talones para encararlo. Mirada seria. – Terminemos. – respondió, segura de sí misma.
Los profundos ojos de Hiroshi no parpadearon durante unos minutos, estaban perdidos en los ojos de aquella mujer frente a él, la que con tan sólo una palabra lo desarmó. – E-Espera... No entiendo... ¿Terminar? – interrogó nervioso, entretanto comenzaba a sentirse mareado.
La mirada de Natsuki entristeció. – Hiroshi...– avanzó un paso hacia él, más retrocedió. El Sarutobi, atónito, retrocedió hasta chocar contra la pared. – Lo siento, pero lo nuestro termina aquí. – siseó mientras intensificaba el agarre que mantenía con el móvil, tratando de no perder su temple. – No puedo continuar con esto. – decidida, se aproximó hacia una esquina, donde se ubicaba una pequeña maleta, la cual agarró. Volvió a mirarle. Hiroshi no reaccionaba. Lágrimas empezaron a acumularse en sus ojos, deseosas por escapar, pero ella cerró los ojos, intentando aplastarlas, y caminó hacia la puerta, pasando por el lado de él sin mirarlo. Detuvo sus pasos frente a la puerta. – Hiro, lo siento tanto. – no soportando más, las lágrimas escaparon de sus ojos y un quejido escapó de su boca, el cual acalló cubriéndose la boca con la mano derecha. – Perdóname. – abrió la puerta y salió del apartamento dejándolo sólo.
...
Tres días antes de la ruptura de Hiroshi y Natsuki...
Residencia Sarutobi...
Cuarto para las nueve. Los ojos negros de Himeko se abrieron sin necesidad del despertador o que alguien la despertara. Se estiró un poco sobre la cama aún cubierta por las sábanas verdes, enseguida se levantó con un inusual presentimiento, algo que le decía que iba a ser un extraordinario e interesante día. Se revolvió sus cabellos negros mientras se acercaba a la ventana para abrirla y respirar aire fresco. Sin embargo, se detuvo en el proceso, sólo abrió las cortinas evitando que los cálidos reflejos del sol hicieran contacto con sus ojos. Dejó escapar un ligero bostezo de su boca. Luego pasó su mano derecha por sobre el cabello sintiendo que se encontraba desordenado sin necesidad de verse en un espejo.
Otro bostezo. Mirada adormilada. – Okā-san! – exclamó, pero nadie respondió. Extrañada, salió de la recámara estrujándose los ojos vistiendo su pijama blanco consistente en short y camiseta de tirantes con diseño de un sonriente panda en su pecho. Tercer bostezo mientras caminaba por el amplio y largo corredor de la casa. – Tengo tanto sueño. – dijo para sí misma. Al final del pasillo, descendió los peldaños de una escalera que daban acceso al primer nivel. En ese instante, vio a una empleada doméstica tomar el camino hacia el despacho de Asuma desapareciendo de su vista. – ¿Hm? – inclinó la cabeza, recordando que ella llevaba unos bocadillos. – ¿Galletas de jengibre? – sus ojos brillaron maravillados.
Se aproximó al despacho de su padre, vio la puerta deseada, y extendió el brazo. Estaba cerca de tocar la perilla de la puerta que daba acceso al despacho del pilar de la familia Sarutobi, pero algo le detuvo. – ¡No es tu hija, es mía! ¡No puedes negarme el derecho de saber dónde está!– le escuchó decir a una voz desconocida. ¿Hija? ¿De qué hija estaban hablando?
– Eres una joven bastante curiosa. – le dijo una masculina y varonil voz a sus espaldas.
Un gritillo de sorpresa en forma de hipo escapó de la garganta de Himeko, así que ella giró sobre sus talones, entonces lo que vieron sus ojos le dejaron boca abierta. Se trataba de un hombre alto, bastante apuesto, con una mirada despreocupada pero a la vez firme, de penetrantes ojos negros y ese cabello de punta color plateado le daba un toque mucho más varonil. Viéndolo mejor, parecía tener la misma edad que su padre, pero más conservado para su edad, y no podía negar que ese hombre sí era atractivo.
Él, sin dejar de mirarla, deslizó ambas manos en los bolsillos del pantalón. – Me recuerdas a tu madre cuando ella tenía la edad que tienes ahora.– siseó mientras analizaba los gestos de la chica.
Escuchar su voz tan firme, provocó que sus mejillas ruborizaran. – Que hombre más apuesto. – sacudió la cabeza, alejando aquellos pensamientos, pues no debía estar interesándose en un hombre que podía ser su propio padre, literalmente.
Él cerró los ojos y sus labios se elevaron un poco, dedicándole una sonrisa. –¿Te gustaría saber de qué están conversando? – preguntó, esperando pacientemente por la respuesta o acción de ella.
– ¿Eh? – fue lo único que Himeko atinó a responder, pues había estado embobada mirando el rostro de él. Parpadeó, volviendo a la normalidad. – ¿Quién es usted? – frunció el entrecejo, desconfiando de ese señor.
Él abrió los ojos y se señaló a sí mismo. – ¿Yo? – dejó escapar una risilla. – Sin duda alguna, eres el reflejo de tu madre. – posó una mano sobre la cabeza de la Sarutobi y le alborotó el cabello más de lo que ya estaba. No le gustaba ese color de pelo. Ella refunfuñó mientras se arreglaba el pelo con sus manos. – ¿Quieres saber quién soy? – ella dejó de acomodarse el cabello y le miró extrañada. – Soy amigo de la familia, o más bien, lo era antes y, también, sé que tus padres no te han hablado sobre mí. – ella frunció el entrecejo aún más. – Mi nombre es Kakashi Hatake y soy tu padre, Mitsuki.
Himeko abrió sus ojos como platos, no creyendo en la mentira de ese señor. ¿Mitsuki? ¿Él, su padre? No, eso no podía ser cierto. Ese hombre estaba mintiendo. Nunca en su vida lo había visto, tampoco escuchó hablar sobre él, así que todo lo que dijera debía de ser mentira. Enojada, cerró las manos en puños, tan fuerte que éstos temblaban. – ¡Eso no es cierto! ¡Mi padre es Asuma Sarutobi! – gritó, mirándole con furia. – ¡Usted miente! – colocando las manos en el pecho del Hatake, lo empujó con fuerza. – ¡Váyase de mi casa, ahora! – volvió a empujarlo.
– Himeko...– iba a empujarlo nueva vez, pero esa conocida voz logró que no lo hiciera. Detrás del Hatake, se encontraba Asuma, quien se acercaba a ellos con las manos deslizadas en los bolsillos del pantalón.
Himeko retrocedió dos pasos y, temerosa, miró a su padre. – Otō-san...– susurró, apenas audible. Observó a ese hombre, quien desvió los ojos hacia Asuma, pareciera una mirada llena de una furia contenida; luego echó un vistazo a su padre, quien frunció las cejas tristemente. Entonces cayó en cuenta de que había empujado a un invitado, quizás él sólo estaba tomándole el pelo. Debía de ser una broma, sí, eso era. Empezó a reír, nerviosa. – O-Otō-san, este señor dijo que...
– Temía porque este día llegara. – dijo Asuma, con tristeza.
– ¿Eh? – atinó a decir Himeko, impactada.
Asuma inhaló y exhaló tranquilamente. – Pensé que te tomaría más tiempo encontrarla. – murmuró mientras contemplaba, con temor, el rostro desorientado de su hija.
Kakashi vio de soslayo la temerosa expresión del Sarutobi, por lo que tensó los labios en una línea, tratando de calmarse. – Te dije que la encontraría por mis propios métodos. – le respondió lo más calmado posible. Necesitaba tranquilizarse, no podía perder los estribos delante de su recién encontrada hija, porque de hacerlo, golpearía al Sarutobi hasta dejarlo inconsciente. – ¿Y bien? Ahora que la he encontrado... ¿Me impedirás llevármela? – Asuma tragó saliva, a duras penas.
Himeko no sabía qué acontecía ante sus ojos, sin embargo, comprendía perfectamente que entre esos dos había pasado algo horrible, por la forma en que se miraban. No obstante, lo más importante en ese momento, era saber si lo dicho por ese señor, tenía veracidad. – Otō-san...– empezó a caminar hacia el Sarutobi, sin embargo, algo le impidió avanzar.
Kakashi la había agarrado del brazo izquierdo, evitando que ella diera un paso más hacia ese traidor. – Mitsuki, ese hombre no es tu verdadero padre. – afirmó con rudeza en sus palabras. Bajó la mirada hacia ella. – Yo soy tu padre. – Himeko abrió los ojos desmesuradamente, estaba insegura y tenía miedo... Mucho miedo.
Él sabía que para ella, no era sencillo asimilar de la noche a la mañana esa información, por lo que la sentía angustiada, aunque no lo dijera, más sus ojos la delataban. Ella era idéntica a Anko, más de lo que esperaba. Por tanto, de un impulso, la haló hacia su regazo y rodeó los brazos alrededor de ella en un abrazo, transmitiéndole protección. Himeko no reaccionaba. Colocó una mano encima de la cabeza de ella, y su disgusto fue en aumento al recordar ese pelo tintado de negro. Entonces, enfrentó con la mirada al Sarutobi.
Asuma frunció los labios en una línea, no podía evitar que el Hatake la abrazara, también era su hija. – Kakashi, Himeko es...– silenció. Él le había lanzado una mirada afilada. Asuma cerró las manos en puños, pues había criado y educado a esa niña, nadie tenía derecho de llevársela lejos, menos él. – No permitiré que salgas de esta casa con ella. – le dijo al Hatake, con firmeza en su voz. – Himeko es mi hija por ley. Tú no tienes derechos sobre ella, así que suéltala. – mirada seria.
Una divertida sonrisa atravesó los labios de Kakashi. – Puede que sea tu hija por ley, pero soy su padre biológico. – apegó a su hija, un poco más hacia su regazo, evitando con ese gesto, que el Sarutobi se acercara a ella. – Puedo denunciarlos por secuestrar a una bebé, recién nacida, de los brazos de su madre. – Himeko abrió sus ojos, atónita. ¿Secuestro? ¿A quién secuestraron? – Si los denuncio, acabaría contigo y Kurenai. – entrecerró los ojos, sin dejar de mirar al Sarutobi con rabia. – Y si eso no es suficiente para destruirlos, aplastaré todos tus negocios para dejarte en la ruina.
Himeko no podía creer lo que escuchaba. ¿Ese hombre era tan poderoso como para destruir a su padre? No, no era posible. Su padre tenía mucho poder, podía hacer lo imposible, en posible. Ese hombre no era nadie. Asuma Sarutobi era su padre, y nada ni nadie podía cambiar esa realidad, ni siquiera ese tal Hatake. Un momento... ¿Hatake? ¿El empresario multimillonario, propietario de incontables hoteles ubicados estratégicamente por todo el mundo, a quien siempre había admirado... Se trataba de él? ¿Ese hombre resultó ser su padre biológico? Himeko sacudió su cabeza, no podía permitir que le hicieran daño a sus padres, así que con fuerza de voluntad empujó a Kakashi lejos de ella. – Quiero saber qué está pasando aquí, Otō-san...– volvió la cabeza hacia el Sarutobi.
Derrotado, Asuma deshizo los puños y dejó escapar un sonoro suspiro. – Himeko, cariño...– frunció las cejas, entristecido por el sólo hecho de saber que se encontraba a un paso de perder a su hermosa hija para siempre. – Es una larga historia.
Himeko cruzó los brazos. – Tengo todo el tiempo del mundo para escuchar esa historia. – siseó, empezando a enojarse.
Asuma cerró los ojos y suspiró nuevamente. Volvió a abrirlos, pero ésta vez fijó la mirada en el Hatake. – Kakashi, por la amistad que alguna vez nos unió...– el nombrado entrecerró los ojos. – ...dame tiempo para explicarle a mi hija todo esto. – agachó la cabeza, como si estuviera disculpándose de antemano.
Kakashi alzó la cabeza hacia el techo y cerró los ojos, mientras pensaba en el lazo de hermandad que alguna vez los unió y que fue roto por situaciones ajenas; también, en la impresión que tenían pocas personas sobre él. Era cierto que, a través de los años fue cambiando hasta el punto de convertirse en un hombre más fuerte e implacable, pero no era un monstruo. Bajó la mirada posándola sobre Mitsuki, entonces colocó una mano encima de la cabeza de ella y le alborotó el cabello. – Dos días...– levantó dos dedos. – Quiero a Mitsuki en mi casa, dentro de dos días. – percibió que Asuma iba a replicar, pero la puerta del despacho se abrió de golpe.
– M-Mitsuki...– susurró temblorosamente, una femenina voz apenas audible.
Con melancolía, Kakashi observó a su agitada esposa. Del rostro de Anko, salieron silenciosas lágrimas deslizándose en sus pálidas mejillas y acumulándose en el mentón. También, notó que los ojos de ella se encontraban rojos, como si hubiera estado llorando desconsoladamente. Verla llorar le partía el alma en dos y no podía permitir que ella sufriera más... No... Entonces vio a Kurenai con la cabeza agachada y mordiéndose el labio inferior, tenía la impresión de que ella lloraría en cualquier momento; luego situó los ojos hacia Mitsuki, quien, con los ojos abiertos de par en par, empezaba a negar la cabeza, no creyendo lo que sucedía ante sus ojos.
Kakashi dejó escapar un sonoro suspiro, pues la situación se tornaría más incómoda y confusa para su hija si él no actuaba de inmediato. – Anko...– se apresuró en llegar hacia su esposa y se situó frente a ella, impidiéndole que se acercara a la chica. – Regresemos a casa. – le dijo mientras colocaba ambas manos en los hombros de ella, procurando apaciguar la ansiedad de su amada esposa.
Temblorosa, Anko apoyó las manos en el pecho del Hatake y las cerró en puños arrugándole la camisa en el proceso. – Kakashi, nuestra hija está frente a nosotros...– sollozos. – No me pidas regresar y dejarla aquí. – con las lágrimas deslizando por sus mejillas, lo enfrentó con la mirada. – Por favor...
Kakashi deslizó sus manos desde los hombros hasta las mejillas de ella, posándolas allí, con el objetivo de que Anko lo observara sólo a él. – Amor, necesito que me escuches. – le susurró con voz suave. Ella afirmó con la cabeza sin despegar la mirada de él. – Mitsuki permanecerá unos días más con los Sarutobi. – Anko iba a replicar, pero él apoyó su frente contra la frente de ella. – Asuma me dio su palabra de que, nuestra hija volverá a estar con nosotros. – una sonrisa de felicidad atravesó los labios de Anko. – Pero debemos ser pacientes. Sólo será un par de días, nada más.
Himeko volvió en sí, entonces lo que sus ojos vieron, le desconcertó a tal punto que un leve rubor apareció en sus mejillas. Pues, el Hatake le hablaba a su esposa entre susurros con una suavidad cautivadora, y ella asentía calmada. Durante los viajes realizados a diversos países, pocas parejas mostraban su amor de esa forma y ellos eran una pareja enamorada que, a través de los años, el amor continuaba. Y le envidiaba... Envidiaba a esos dos por ser de ese modo, si tan sólo encontrara a un hombre que le mirara con la misma intensidad que se miraban ellos.
De repente, el Hatake se apartó un poco de esa mujer y se giró hacia ella. En ese momento, Himeko visualizó completamente a la mujer y, para su desconcierto aún mayor, el color de su pelo era similar al que ella tenía antes de teñirlo... violeta. No era solamente el color de pelo, sino los contornos de los ojos, nariz, boca, mejillas... Ella abrió sus ojos como platos, pues había comprendido que esas extrañas personas, eran sus verdaderos padres. Separó los labios dispuesta a cuestionar los motivos por los cuales la abandonaron o si en verdad fue abandonada, y porqué; no obstante, esa mujer le miró extraño, no podía conocer las emociones que embargaban ese mirar. Así que buscó interpretación en el hombre de cabellos plateados, quien simplemente asintió con la cabeza.
Tratando de comprender el significado de ese accionar, Himeko frunció las cejas y separó los labios para musitar palabra; sin embargo, esa mujer se abalanzó sobre ella y, rodeando los brazos alrededor de su cuerpo, la abrazó fuertemente. Himeko parpadeó confundida, puesto que sentía una extraña familiaridad hacia esa mujer que nunca había visto hasta ese momento. No obstante, tampoco podía negar el parentesco físico que tenían. Y para completar, el cuerpo de ella estaba temblando. – ¿Estará llorando? – se preguntó Himeko en su mente, más no se atrevería a preguntarle directamente. Entonces sus ojos posaron sobre los de Kakashi, él asintió como diciéndole que correspondiera al gesto y no la apartara. Quería corresponder, pero algo hacía que rechazara la idea siquiera de abrazarla.
Por su parte, Anko se sentía sumamente feliz al tener a su hija entre sus brazos, la emoción que sentía era indescriptible. Intensificó el abrazo. Quería llorar, deseaba llorar pero de felicidad; sin embargo, además de sentirse ilusionada de haber encontrado a Mitsuki, también estaba triste debido a ese pelo tintado de negro, llegando a la conclusión de que, probablemente, ella quería parecerse a la Yuuhi. Pero ahora que la había encontrado, nadie podrá alejarla de ella, su verdadera madre.
Kakashi posó mano derecha encima del hombro izquierdo de Anko. Ella se apartó un poco de la joven Sarutobi y le miró con tristeza, suplicándole con la mirada que le permitiera unos minutos más. Él negó la cabeza. – Tenemos que irnos. – le susurró, voz rasposa y varonil. – Debemos esperar a Mitsuki en casa. – Anko se alejó hasta situarse al lado derecho de él. Kakashi apoyó el brazo derecho encima de los hombros de Anko y ambos se retiraron, pasando a través del lado derecho de su hija.
Himeko se quedó de pie, mirando fijamente hacia el frente, no queriendo ver los ojos de esas dos personas, quienes pasaron a su costado derecho sin musitar palabra; sin embargo, algo dentro de su ser le pedía a gritos correr hacia ellos y abrazarlos. Pero su cabeza le gritaba que eran dos extraños para ella, así que sólo los dejó ir sin más... Dejarlos ir... Toda su vida, se había preguntado el motivo por el cual su color de pelo no era idéntico al de sus padres, o porqué físicamente no eran tan parecidos... Ahora conocía la respuesta, pero tenía miedo de profundizar en la verdad y descubrir un pasado tormentoso. Pasado, que sus padres debían explicarle.
"Anko", escuchó la voz preocupada del Hatake. Su corazón dio un fuerte latido que le dejó sin aliento y una mezcla de sentimientos invadieron su mente y corazón, entonces se llevó una mano al pecho, pues no comprendía porqué sentía esas emociones. Giró sobre sus talones y abrió sus ojos como platos. Kakashi sostenía a Anko con fuerza, ya que ella al parecer había perdido el equilibrio. Luego vio a sus padres: Asuma, preocupado, avanzar hacia ellos, pero se detuvo en seco; y Kurenai, asustada, se encontraba en un dilema entre acercarse o permanecer en el mismo lugar, y al final decidió no moverse de su sitio.
Por su parte, Himeko dio un par de pasos, sin embargo, al ver al Hatake continuar el camino con su esposa apoyada a él, decidió no interferir. Se dio vuelta, dándoles la espalda a todos ellos y empezó a distanciarse, ya que necesitaba aclarar su mente antes de escuchar esa historia que, obviamente, cambiará su vida para siempre...
See you later!
