Título: Hanahaki disease

Género: Wincest

Sam (22 años) Dean (26 años)

NA: Hola florecillas roqueras. Este tema en particular me ha encantado y permítanme explicarles rápidamente de que va para que se ubiquen. Hanahaki diseasea es una enfermedad ficticia en la que la víctima tose (vomita) pétalos de flores cuando sufre de un amor unilateral (fuente de Wiki). Encontraran más información leyendo el fic, o ya sea buscando en internet.

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Tras la muerte de Jessica, Sam volvió a la carretera con su hermano mayor, de quien estaba secretamente enamorado.

Cuando la hermosa Jessica había aparecido en su vida, creyó haber olvidado el amor que sentía por Dean, pero en cambio, solamente barrió ese sentimiento bajo la alfombra. Al morir su amada chica, todo lo que sentía por su hermano volvió a sus días y noches, a cada respiración y latido de su corazón.

Sam sabía que su amor era imposible, ya que, por desgracia era de su hermano de quien estaba enamorado, pero eso no le impedía fantasear más de una noche con que sus sentimientos eran correspondidos. A veces dormía con el fantasma de las caricias que nunca recibiría.

El amor que Sam sentía por su hermano lo hacía ser incondicional hacia él, y bueno quizás un poco idiota también, ya que, se torturaba yendo a bares con su hermano para luego verlo ligar con cuanta mujer con más pechos que cerebro se cruzase en su camino.

El recuerdo de su padre llamándole cobarde por huir de la vida de cazador vuelve a su memoria una noche, y sin preocuparse en despertar a su hermano se rio fuerte ante la realidad. Él no había huido de la vida de cazador sino del amor enfermo y no correspondido hacia su hermano mayor. Y mira como habían salido las cosas, había vuelto con la cola entre las patas al mismo coche y sentimientos que había dejado atrás.

La vida de los hermanos Winchester se reducía a ir de un motel a otro, cazando monstruos y buscando el paradero de su padre. Aunque la vida en particular para Sam se reducía a sufrir por lo que nunca podría tener con el hombre que amaba.

Sam miraba por la ventana del Impala mientras que Dean tarareaba una canción de Metallica. Se dirigían a Luisiana por mandato de Bobby que les había enviado a revisar un posible caso.

Al llegar a su destino lo primero que hicieron fue buscar un motel, después fueron a la morgue a echarle un vistazo a los restos de los cuerpos encontrados a las afueras de un bosque. Cuando hubieron cubierto esos dos primeros puntos fueron a hablar con la única sobreviviente hasta el momento. Una chica que estaba tan aterrada que para los policías locales decía únicamente incoherencias, y en cierto punto para los hermanos Winchester también.

No fue hasta que le hubiesen enviado toda la información recopilada a Bobby junto con el testimonio de la trastornada chica, que el chatarrero les dijo que investigaría más a fondo y luego les llamaría.

—Mientras Bobby investiga iré a traernos la cena ¿algo en especial, Sammy? —inquirió Dean con la chaqueta puesta y las llaves de su amada en la mano.

A ti, amándome, pensó el menor, luego simplemente meneó la cabeza en una negativa muda. El estaría bien con lo que Dean le trajese.

—¿Estas bien, Sam? —Dean dudó en irse al ver cierto aire de tristeza en la mirada de Sam.

—Sí—sonrió, más la sonrisa no le llegó a los ojos.

—De acuerdo —dijo un poco renuente a irse y dejar a Sam con su cara de niño abandonado—. Volveré pronto.

Dean se fue antes de que hiciese una estupidez como tomar a Sam entre sus brazos y besar esos tristes labios. Cuanto le gustaría devolverle la luz a esa mirada apagada.

Supone que su hermano seguía triste por la pérdida de Jessica, pero en parte presiente que es por algo más. Un secreto que lleva bien guardado y que le carcome por dentro. Ojalá y Sam se abriese con él, así podría ayudarle. Ser nuevamente su salvador como cuando eran más jóvenes.

Claro que él sabía que no era tan fácil tener un secreto, sabía que había ciertas cosas que no podían contarse de buenas a primeras, claro que lo que Sam ocultaba no era tan enfermo y oscuro como estar enamorado por años de su propio hermano.

Quizás una hora después, Dean volvió con una bolsa con contenedores de comida para él y su hermano.

—Bobby llamó —le notificó Sam.

—¿Ya averiguo qué es lo que estamos cazando?

Dean colocó los contenedores sobre la mesa. Había elegido una comida muy particular para su hermano, una buena chuleta con una ensalada colorida, que realmente no sabía que llevaba, pero le agradó el nombre.

—Si. Tal parece que tenemos entre manos una Yama-uba.

—¿Una Yama que? —Dean habló con la boca llena de su hamburguesa, ganándose una mirada quisquillosa de parte de Sam.

—Una Yama-uba. Yamauba: abuela de las montañas, en japonés. Es un espíritu japonés, que a simple vista luce como una anciana desolada o puede transformarse en tu ser más amado para llevarte a su lado —Sam leyó la información que le había mandado Bobby en un correo.

—Entonces cuando la chica vio a su madre era esta tal Yamajuba. Hija de puta —Al principio Dean había creído que se trataba de un mimetista que se valía del dolor y desconcierto de las victimas al ver a sus seres amados una vez más.

—Yama-uba, Dean. Además, recuerdas que ella dijo que luego se transformó en una anciana con cabello plateado, un kimono rojo y harapiento, pues esa es una de sus más famosas descripciones en la cultura japonesa, y bueno, que también es horrible.

—No debatiré ese último punto, Sammy —Dean sonrió gustoso al ver como Sam devoraba su ensalada colorida—. ¿Y esa tal Yama no debería de estar en Japón?

—Se supone, ya que las leyendas dicen que habita los profundos bosques de las montañas de Japón. Así que, si está aquí debe de ser por algo especial —Sam contempló su propio comentario y no halló opciones posibles del porque el monstruo había decido migrar.

—Quizás se cansó de la comida asiática y vino por algo americano —comentó pensando que era gracioso, pero su hermano simplemente se limitó a ignorarle.

—Según las leyendas la Yama-uba se come a sus víctimas, viajeros indefensos que se pierden en el bosque y al aceptar la ayuda de una inofensiva anciana, una mujer bella, o ya sea la aparición de un ser amado, con tan solamente seguirla firman su sentencia de muerte.

—Hija de perra —gruñó Dean—. ¿Alguna otra proeza sobre esta Yama-Yama?

Sam viró sus ojos en blanco, dándose por vencido de que su amado en secreto dijese bien el nombre de ese ser.

—Pues variando las leyendas, hay un dato que de ser cierto hay que tener cuidado; se dice que la Yama-uba puede darle vida a su cabello y convertirlo en serpientes para ayudarse a capturar a sus futuras cenas —Sam leyó entre dientes unos momentos, calificando qué información era servible y cuál no—. Y también que su boca cubre la anchura de su cara.

—Ha de ser fea la hija de puta —Dean profirió con un suspiro de cansancio, porque de todos los monstruos en el mundo tenían que ir a toparse con una criatura horrible, poderosa y desconocida.

—Bien, creo que podemos salir a cazarla esta noche —añadió Sam depositando feliz su contenedor en el basurero—. Gracias por la comida.

Tanto Sam como Dean compartieron una sonrisa más larga e íntima de lo que cada uno había planeado. Dean se pateó por actuar así, ya que, no era normal mirar de tal forma a tu hermano menor. Y Sam por su parte deseó no haber sido tan obvio en su enfermo enamoramiento, tendría que ser aún más reservado, o si no se exponía a perder a Dean para siempre si alguna vez se enterase de su secreto.

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Con linternas en mano y balas bendecidas con un conjuro japonés se adentraron en el bosque donde sabían que el ser había atacado a la joven.

Llevaban quizás más de tres horas caminando en busca de alguna señal de la Yama-uba, pero con lo más aterrador que se habían topado era con un zorrillo apestoso que por poco orina a Dean.

—Allá —señaló Sam ante la lejana imagen de una pequeña cabaña.

—Buen ojo, Sammy —alabó Dean con orgullo.

Sam pudo escuchar la sonrisa en la voz de su hermano. A regañadientes se recordó que tenía que dejar de fantasear con su amor enfermo y centrarse en la cacería, nunca se perdonaría si Dean salía herido por su descuido.

Con pasos cautelosos ambos se dirigieron hacia la cabaña. La pequeña casucha contaba con una única puerta, y una pequeña ventana que se encontraba cerrada, pero las muchas grietas de la madera dejaban ver lo que sucedía adentro.

En el centro de la habitación se encontraba una pequeña viejecilla que si no fuese porque se estaba comiendo una pierna humana a mordidas se vería como una señora completamente inofensiva.

Tanto Sam como Dean se miraron en ese momento y acordaron en silencio que ese era el momento exacto de atacar. Con el mismo sigilo con el que entraron al bosque, ambos hermanos se pararon frente a la puerta cerrada y ante la orden muda de Dean patearon la puerta y entraron apuntando a la anciana. Lo malo era que la cabaña se encontraba vacía, donde hace solamente segundos estaba una vieja caníbal sobrenatural ahora no había más que la pierna mutilada y cubierta de mordidas sobre la mesa.

Fue el sonido de una risa siniestra tras sus espaldas lo que les hizo girarse con rapidez, aunque no la suficiente. La Yama-uba movió su cabello como brazos elásticos y atrapó a Dean quien se retorcía sin piedad y antes de poder apuntar a la anciana y darle muerte fue lanzado por los aires en la dirección de Sam, quien por poco no se agacha. Dean fue lanzado con tanta fuerza que traspasó la madera de la choza y fue a caer afuera.

Sam se levantó rápidamente y atinó a dispararle a la Yama-uba en el hombro y no en el corazón como lo había planeado.

La anciana se enfureció a tal punto que lanzó un aullido ensordecedor y se abalanzó hacia Sam, con la boca abierta a la anchura de su cara y su cabello largo y vivo como brazos ardientes.

Sam disparó tres cargas más, viendo como la Yama-uba se detenía y caía al suelo de rodillas, respirando con gran labor, pero aun con una rabia en su mirada que parecía nunca apagarse. Sam por un segundo pensó que el encantamiento de Bobby había fallado en algún ingrediente y que ese sería el fin de ellos.

Justo cuando está a punto de terminar de vaciar el cargador en la anciana la voz rota de Dean llamó su atención y lo distrajo del ser que tenía frente suyo.

—Dean, ¿estás bien? —volteó rápidamente hacia la dirección de la cual venían algunos gruñidos, por el sonido de su voz podía hacerse una clara idea de donde se encontraba.

No pudieron ser más de cuatro segundos, pero fueron suficiente para que la anciana sacase un polvo extraño de los pliegues de su kimono andrajoso y lo soplase en dirección a Sam, mientras recitaba unas palabras en un dialecto más allá del japonés. Sam tosió y trató de aclarar la vista, disparando lo que le quedaba de su cargador a la anciana en el suelo. Un gruñido infernal retumbó, haciendo eco por el bosque.

Antes de que Sam se desmayase pudo ver como la temible Yama-uba caía al suelo siendo un montón de polvo. Segundos después Sam tambiéncayó al suelo y antes de perder la conciencia solamente pudo desear que Dean estuviese bien.

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Estaba flotando, su cuerpo se sentía tan ligero que un simple soplo lo podría mandar a volar tan lejos que jamás tocaría suelo. Seguramente se habría quedado a vivir todo lo que le restase de vida en ese lugar tan confortable sino hubiese sido porque el eco de su nombre comenzó a ser más fuerte y cercano, casi como si esa voz estuviese en su cabeza, o ya sea por encima de ella.

—Sam, Sammy ¡Despierta! —Dean llegó a tal punto de desesperación que tuvo ganas de darle un beso para ver si así despertaba.

Por dicha su hermano reaccionó antes de que esa descabellada idea se volviese sólida.

—Dean —balbuceó mientras sus párpados revoloteaban buscando a su amor secreto.

Sam despertó aturdido, sintiendo su garganta seca y áspera, casi como si hubiese tragado arena. La molestia en su visión comenzó a desaparecer, dejándole consciente de donde estaba y de que la pila de polvo al lado suyo era la Yama-uba.

—Maldición, Sam, no vuelvas a hacerme esto nunca más —Dean había pasado de estar preocupado a estar molesto en cuestión de segundos.

—¿Hacer qué? —con ayuda de su hermano se levantó lentamente. Una rápida verificación a su cuerpo le hizo saber que no había sido herido, cosa rara en su vida.

—¡Casi mueres, Sam! —exclamó indignado como si de verdad fuese culpa de Sam—. Te juro que desvío la mirada y ya estas conociendo a San Pedro.

Muy por encima de ese enfado por la facilidad con la que su hermano solía atraer las calamidades, existía ese miedo paralizante de perderlo, de no estar allí y llegar ya cuando sea tarde. Su trabajo como hermano mayor era cuidar de Sam, pero ahora, con el amor más allá de lo fraternal, Dean no solamente se había propuesto cuidar de Sam sino que asegurarse de que viviese para que fuese feliz sin importar que no fuese con él, como a veces soñaba.

—No te preocupes, Dean, en la próxima le diré al monstruo de turno que vaya por tu feo culo —bufó, aclarándose la garganta ante la resequedad.

—¿Estas bien? —Dean acosó como el buen sobreprotector que era.

—Sí, estoy bien. Siento mi garganta reseca, debe de ser ese polvo que me tiró la anciana —ante el recuerdo del polvo se limpió la cara con esmero, eliminando cualquier residuo.

—¿Qué polvo? —dijo Dean inquietado por lo que pudo haber sucedido fuera de su guardia.

Sam le contó a Dean como fue que sucedieron los hechos después de haber salido volando fuera de la choza.

—Maldita sea, por un segundo dudé del trabajo de Bobby, tuve que vaciarle un cargador encima para que se muriese, eso demuestra lo fuerte que era —Sam suspiró, ayudando a Dean a rociar la cabaña con un poco gasolina y sal, por si acaso.

—De algo estoy seguro, Sammy —comentó encendiendo el fósforo y lanzándolo al suelo.

—¿Qué?

—Las historias no mentían, esa hija de perra era horrible —Dean sonrió, palmeándole el hombro a su hermano.

Después de prenderle fuego a la casucha se quedaron observando que no pasase a ser un incendio fuera de control. Quizás pasaron dos horas cuando la última llama se había extinguido que pudieron nombrar una cacería exitosa.

Claro que ellos nunca podían tener un éxito completo, minutos después de que el fuego se hubiese apagado y solamente quedase restos de madera carbonizados, comenzó a llover con fuerza, gotas gordas caían de entre los árboles y el viento frío no ayudaba.

Retornando sus pasos lograron salir de ese bosque que con cada gota de agua se ponía más lodoso y difícil de cruzar. Cansados y empapados hasta los huesos lograron llegar a donde habían dejado el Impala. En ese momento simplemente deseaban un buen descanso hasta que el siguiente caso cayese sobre sus cabezas.

Sam esperó sentado en una de las sillas de la mesa a que Dean saliese del baño. A su cabeza acudía la última imagen que había tenido de su hermano, quien se había desnudado sin pena alguna en el centro de la habitación sin saber que con eso estaba matando a Sam y también le estaba proporcionando munición para sus noches de soledad.

—Todo tuyo, Sammy —Dean salió con una toalla en la cintura y una que otra gota de agua surcando su marcado cuerpo.

—Espero que me hayas guardado agua caliente —carraspeó sin saber si era por la resequedad que había dejado el polvo o por bajar el nudo en su garganta al ver a su hermano así de tentador.

—No soy tan malo como cuentan en las historias de campamentos —comentó burlón, pasando desapercibido el hambre en la mirada de Sam.

Después de una ducha caliente y una no tan decente comida cada Winchester decidió irse a la cama sin importar que apenas fuesen las seis de la mañana, después de una larga noche de cacería era lo menos que se merecían.

La lluvia había amainado dejando un día nublado. Eran pasadas del medio día y Sam se despertó con la necesidad de vaciar su vejiga. Un vistazo a la cama de al lado le mostro que donde debería de estar su hermano simplemente había una nota. Decidió que la leería después de atender sus necesidades.

En pocas palabras la nota decía que Dean había salido a algún bar y que cuando regresase traería consigo la cena.

Un dolor se instaló en su pecho al leer que Dean andaba haciendo de las suyas en bares mientras que él se revolcaba en la soledad de esa habitación con su amor enfermo y jamás correspondido. Realmente su pecho dolía, al igual que su corazón. Quizás después de todo si era cierto cuando decían que un mal dolor te podía causar muchos dolores.

Con los ánimos por el suelo y el malestar en su pecho se fue a dormir nuevamente, no es como si fuese a esperar a Dean despierto como una esposa preocupada, o dolida.

Cuando volvió a despertar fue por un ataque de tos que le dejó jadeando y con los ojos llorosos. Para su suerte apenas había acabado de toser como un perro moribundo cuando Dean cruzó la puerta con una bolsa grande de comida y una sonrisa en el rostro.

—Al fin despiertas, princesa —dijo mientras sacaba alegremente los contenedores de comida y los colocaba en la mesa al lado de la ventana.

—Veo que al fin regresas —soltó mucho antes de poder frenar sus palabras.

Sam le dio la bienvenida al nuevo ataque de tos que le dio, ahuyentado el reclamo a base de sus celos que le había hecho a Dean.

—¿Estas bien? —Dean miró con escrutinio a Sam, quien a pesar de la tos se veía en perfecto estado de salud.

—Sí, creo es solamente un refrió por la lluvia —Sam gimió ante la idea de enfermarse.

—Siempre he dicho que eres como una damisela, frágil y delicada —se burló, aunque sabía que si Sam se enfermaba seria a él a quien le tocaría soportarse a un hermano menor molesto y gruñón.

—Cállate, idiota —caminó con pereza y se sentó a la mesa, tomando un bocado de su ensalada.

Nuevamente Sam sintió el malestar en su pecho, era como si algo se arrastrase y hasta llegar a su garganta y le provocase la molesta tos. Por dicha no tenía comida en su boca cuando le sobrevino otro ataque de tos.

Dean se preocupó al ver que la tos de Sam no cesaba, temeroso de que se estuviese ahogando se levantó de su silla y se posicionó a su espalda, dándole palmadas entre los omoplatos. Unas cuantas palmadas después algo salió de la boca de Sam, cayendo en la mesa.

—¿Qué carajos es esto? —Dean miró asombrado al igual que Sam.

Ninguno de los dos se lo podía creer. Pétalos rojos, Sam había escupido pétalos de flor.

—¿Qué carajos es esto? —Sam hizo eco a la pregunta de Dean, sintiendo su garganta lastimada.

—Necesitamos llamar a Bobby —anunciaron al unísono aun sin poder creer lo que acababan de presenciar.

Y como si necesitasen una prueba extra de que no se estaban volviendo locos, Sam volvió a escupir pétalos.

Dean se movió rápidamente hacia su chaqueta desechada en la cama y sacó el teléfono marcando a Bobby.

Dean no sabía si estaba más asustado que sorprendido, pero la situación le puso los pelos de punta. Apenas el chatarrero había levantado la bocina cuando Dean le había ametrallado con los recientes acontecimientos.

—Déjame ver si escuche bien —Bobby se rascó la barba con inquietud—. ¿Acabas de decir que Sam vomitó pétalos de flores no una sino que dos veces?

—Ahora tres —comentó mirando como ahora el piso se sumaba a la mesa en la decoración florar.

—¡Bolas! —Bobby guardó silencio mientras repasaba lo que acababa de escuchar, ya elaborando un plan de ayuda—. ¿Y dices que esto sucedió después de la cacería de la Yama-uba?

—Sí, Sam dijo algo sobre un polvo lanzado junto con unas palabras en un dialecto más allá del japonés —Dean era consciente del pánico en su voz, pero bueno, no es como si todos los días viese a su hermano hacer de cañón de confeti.

—Dame algo de tiempo, necesito hacer una amplia investigación. Yo les llamare cuando tenga algo y si hay algún cambio en tu hermano no dudes en llamarme—comunicó Bobby mientras ya estaba con cinco libros abiertos y el ordenador encendido.

—De acuerdo, por el momento solamente sigue tosiendo, no parece haber más péta… no, allí están nuevamente —Dean caminó en círculos, bajando un poco la voz—. ¿Qué se supone que haga mientras tanto?

—¿Jarabe para la tos?

—¿Funcionara? —preguntó Dean con escepticismo.

—Está escupiendo pétalos, no creo que le pueda ir peor —comentó el chatarrero con un leve encogimiento de hombros.

Y con esas sabias palabras Bobby colgó y se dispuso a levantar cada piedra sobre la tierra para ayudar a sus chicos.

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Tal parece que la idea del jarabe para la tos había ayudado un poco, ya que sin tos no había ataques de vómitos de pétalos. Claro que el problema residía mucho más allá de una simple tos, Sam podía sentir como su pecho dolía y se sentía incómodo ante una sensación de llenura.

Lo bueno era que después de beber medio frasco del jarabe había quedado en un estado medio drogado que le dejó profundamente dormido.

La noche llegó y solamente una vez Sam se levantó para vomitar en el sanitario. Si no le doliese tanto la tráquea seguramente que se echaría a reír de lo absurda que pintaba la situación.

—¿Estas bien? —inquirió Dean a su espalda, haciendo una mueca al ver los pétalos. Nunca había sido fan de las flores y cree que ahora mucho menos.

—Sí —carraspeó, frotándose inútilmente el pecho—. Dios, creí nunca decir esto, pero extraño vomitar cosas feas y malolientes.

—Ya somos dos, Sammy, pero puedes verle el lado amable a la situación —comentó tomando el silencio de Sam como su entrada—. Si quieres un baño de rosas simplemente abres la boca.

—Idiota —dijo tratando de ser serio, pero era imposible no reírse de las idioteces de su hermano. Y aun así lo amaba como si lo que saliese de su boca fuese lo más inteligente del mundo.

—Viendo que Bobby no llamara por lo menos hasta mañana, ¿qué tal si vemos una película en tu computadora?

—Claro —Sam asintió con más entusiasmo del que hubiese querido.

Por su parte Sam sentía que estaba en el cielo y en el infierno al mismo tiempo. Cuando Dean sugirió ver una película no fue así como se lo imaginó, ambos estaban en la cama de Dean, descalzos y en ropa de dormir. Hombro con hombro y con la portátil en la pierna de cada uno, era una cercanía mágica y enloquecedora.

Sam sabía que era un ser patético al vivir a base de fantasías, pero no podía evitarlo. Sería demasiado tonto de su parte dejar pasar esa oportunidad.

Lo malo era que entre más a gusto se sentía con Dean más dolor brotaba de su pecho. La molesta sensación de llenura se convertía en un puño apretado en su garganta, un ardor en su garganta que no podía ser aliviado.

Dos películas después, Sam se dio de baja diciéndole a su hermano que estaba cansado y que quería dormir. Ciertamente si estaba cansado, pero sin importar cuanto tratase el sueño no llegaría a él con esa tos y malestar en su pecho.

Dean sabía que lo mejor sería quedarse a cuidar de Sam, pero la desesperación de no poder ayudar a su hermano le estaba matando. Nunca había podido soportar ver al chico sufrir y con cada mueca de malestar en su rostro podía sentir como su corazón se estrujaba y la tentación de tomar a Sam entre sus brazos y profesar uno y mil consuelos mientras besaba esos delgados labios se incrementaba con cada segundo que pasaba a su lado.

—¿Crees poder estar solo mientras salgo una media hora? —el camino de los cobardes era mucho mejor que el de los que fracasaban y morían en el rechazo, o eso era lo que se intentaba hacer creer Dean.

—Claro, no hace falta que me tomes de la mano y cuides mi sueño —añadió con diversión, poniendo una sonrisa despreocupada en su cara.

—Si algo cambia, sin importar lo pequeño e insignificante que pienses que es quiero que me llames de inmediato ¿de acuerdo? —Dean comentó tomando su chaqueta y las llaves de su nena.

—De acuerdo —Sam fingió un bostezo mientras se acostaba de medio lado y se cubría con la sábana—. Ten cuidado, Dean.

Dean asintió con la cabeza sabiendo que Sam no podría verlo. Le dolía dejar a Sam en ese momento, pero definitivamente le dolería aún más llegar a perderlo para siempre al mancillar su relación de hermanos con sus enfermos sentimientos.

No fue hasta que el sonido del Impala se dejó de escuchar que Sam se descobijó y se sentó con la espalda pegada al respaldar de la cama. La habitación estaba sumida en la oscuridad sin embargo no le hizo falta encender ninguna luz.

Sam sabía que su situación no era de vida o muerte, aunque fuese en ese momento, así que no hacía falta que Dean estuviese colgando de su brazo a cada segundo. También sabía que su hermano tenia necesidades que solamente podía desahogar con chicas, pero en realidad le dolía saber que nunca podría llegar a cumplir los requisitos para ser algo más que el hermano menor del hombre que amaba.

La universidad pintaba como una buena salida de su amor imposible, de crecer y madurar más allá de la sombra de su hermano, de amar a alguien que no fuese su consanguíneo y de olvidar los imposibles que solamente traerían dolor a su vida. Conocer a Jessica había sido la puerta a todo lo dicho anteriormente.

Sam creyó que ella era su salvación, pero sin darse cuenta terminó siendo una distracción de lo que realmente anhelaba su corazón y ante la primera aparición de Dean en su vida no dudó ni un segundo en seguir sus pasos sin importar que con sus acciones traería la muerte a quien solamente le supo dar amor, un amor que nunca pudo ser correspondido al cien por ciento.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando tuvo que salir corriendo al baño a vomitar, cierto que estaba regurgitando pétalos de flores y no vomito real, pero eso no significaba que quisiese que toda la habitación pareciese un maldito arreglo de San Valentín de bajo presupuesto.

Esperaba no tentar a su suerte y taquear el sanitario.

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Con la luz de una soleada mañana Dean se percató que su hermano se veía mal, su piel era pálida y enfermiza, bajo sus ojos descansaban unas grandes ojeras, prueba de que era un mentiroso y no había dormido ni una hora completa.

—Deja de remover la comida en tu plato y cómetela —Dean apuntó con el tenedor. La preocupación aumentaba con cada vistazo que le daba a Sam.

—Lo haría si no sintiese que mi garganta esta en carne viva —graznó con voz ronca del dolor—. Realmente en este momento no puedo comer.

—Al menos bebe un poco de agua, no has comido ni bebido algo desde ayer en la tarde —añadió a modo de reprimenda, tratando de no sentir culpa al no estar en parte de la noche y no velar para que su hermano se mantuviese por lo menos hidratado.

—Sí, mamá —Sam bufó, poniendo los ojos en blanco.

Cuando estaba por su cuarto trago de agua le sobrevino la molesta tos, escupiendo el líquido en el suelo mientras se doblaba ante la falta de aire que le había causado tal acción.

—Sam ¡Sammy! ¿Estás bien? —Dean corrió al lado de Sam y empezó a palmearle la espalda con más intensidad de la que era debida ante un momento así—. Respira, lo estás haciendo bien, sigue así. ¿Necesitas que te lleve al hospital? ¿Debería de llamar a Bobby? ¿Quieres agua? No, que idiota el agua fue lo que lo inicio todo.

—Cálmate un segundo, Dean —Sam logró decir con mucho esfuerzo, le dolía la garganta, pero la verborrea de Dean le estaba volviendo loco—. No voy a morir ¿de acuerdo? Solamente fue… —lo que vio en su mano le dejo helado.

—¿Qué sucede? —el semblante pálido y asustado de su hermano le dejó un mal sabor de boca.

—Yo… —sin palabras para explicar lo que le estaba sucediendo y con la garganta adolorida por el vómito floral, solamente atinó a extender su mano hacia Dean y enseñarle su contenido.

—¿Qué carajos, eso es sangre? —la bilis subió por la garganta de Dean ante esa visión.

Dean no se lo podía creer, en la mano de Sam había pétalos de flores cubiertos de sangre. Su hermano había vomitado pétalos con sangre. Lo que sea que hubiese sucedido en esa cabaña estaba empeorando la salud de su chico y algo le decía que las cosas no empezarían a mejorar.

Los Winchester fueron teniendo noticias de Bobby unas tres horas después de los pétalos sangrientos, y ya se iba repetido cuatro veces el suceso.

—Lamento la demora, chicos, ¿cómo van las cosas?

—Mal, Bobby —el semblante de Dean era serio. Bajo su fachada de indiferencia trataba de ocultar el miedo paralizante que rodeaba su cuerpo ante cada sacudida que tenía Sam.

Y como para reforzar el punto de Dean, Sam comenzó a toser con fuerza terminado en la regurgitación.

—Por lo que escucho la situación ha empeorado —Bobby intuyó por los ruidos de fondo.

—No tienes idea de cuánto —Dean suspiró.

—No me digas, ¿ahora el chico tose sangre?

—¿Cómo lo sabes?

—Porque sé lo que tiene Sam —Bobby se reclinó en su silla, sintiendo el peso de la ardua investigación.

—¿Qué es lo que sucede con él, Bobby? —Dean estaba expectante con el alma en vilo de lo trágicas que podrían ser las siguientes palabras del chatarrero.

—Bueno, según por lo que me contaste parece que la Yama-uba además de ser un espíritu japonés también era una bruja y tal parece que antes de morir maldijo a Sam.

—¿Y qué tipo de maldición hace que vomites pétalos de flores con sangre? —Sam se unió a la conversación cuando al fin tuvo un respiro de su calvario.

—Es bueno escucharte, muchacho. Y con respecto a tu pregunta, parece que estás enfermo, y antes de que pregunten qué tipo de enfermedad es, bueno es una enfermedad ficticia —Bobby carraspeó, esperando a que explotase la bomba Dean Winchester.

—Detente —comentó Dean, mientras Bobby ponía los ojos en blanco ante su predicción—. ¿Me estas queriendo decir que una enfermedad ficticio está haciendo que Sam escupa sus pulmones? Olvídalo, no me respondas a eso, mejor responde esto ¿cómo rompemos la maldición? —exigió saber.

—Haciendo que su amor sea correspondido —soltó Bobby de sopetón, sabiendo lo absurdo que sonaba todo aquello.

—¿Qué? —preguntaron ambos hermanos sin entender.

—¿Les suena de algún lado "Hanahaki disease"? —dijo Bobby.

Bobby viró sus ojos en blanco cuando el silencio cayó a través de la línea, casi podía visualizar a ambos Winchester mirándose y negando como un par de idiotas mientras miraban el teléfono con desconcierto.

—La enfermedad ficticia con la que Sam fue maldecido se llama Hanahaki disease y es conocida como...

—Espera —esta vez fue Sam quien interrumpió—. Quizás a Dean no le interese eso de tener un padecimiento ficticio, pero a mi si ¿cómo se supone que algo no real me afecte a tales niveles?

—Bueno, todas mis fuentes dicen que es ficción pero que algún tiempo muy atrás, quizás cuando los samuráis andaban con garrotes y no Katanas, esta enfermedad existió pero luego con el tiempo fue quedando como una historia. Y si eres una bruja de más de quinientos años bien puedes convertir algo falso en cierto

—Parece lógico —Sam suspiró con dolor en su garganta.

—Como seguía, Hanahaki disease es una enfermedad ficticia conocida por ser un raro y doloroso padecimiento físico nacido de un amor unilateral o no correspondido. La victima de este mal sufre de fuertes dolores en el pecho, tos y vómitos con pétalos de flores, dolor en la tráquea y heridas por el constante regurgitar.

—Demonios, Bobby, ¿cómo lo solucionamos? —Dean miró con asombró a su hermano. Él sabía que Sam no estaba bien, pero nunca llegó a imaginar el dolor por el que pasaba minuto a minuto.

—Bueno, a lo que he estado investigando se dice que existen dos posibles curas —Bobby gruñó, quitándose la gorra para rascarse la cabeza.

—Mi silencio es tu entrada, Bobby —dijo Sam, ganándose una mirada de orgullo de su hermano.

—Bueno, la primera opción es que el amor de Sam sea correspondido, así eliminaría la enfermedad sin dañar su salud o sus sentimientos —Bobby frunció el ceño ante esa opción, sabiendo que era imposible ante la muerte de Jessica—. La segunda opción es un poco obsoleta en nuestro caso, ya que, se supone que con una operación sería posible remover las flores antes de que sus raíces crezcan y…

—¿Y qué? —Dean respondió por Sam quien se encontraba nuevamente pegado al cesto de basura en su regazo.

—Si la enfermedad no se erradica las flores se moverían habitando los pulmones y echando raíces en el sistema respiratorio, ahogando a la víctima con su propia sangre y pétalos —finalizó el chatarrero con voz lúgubre.

El silencio cayó en ambos lados, nadie se movió o habló. Todos pensaban lo mismo y a la vez se negaban a darse por vencidos. Dean se levantó y quitó el altavoz aprovechando que Sam se había movido al cuarto de baño y cerrado la puerta. Ambos cazadores prometieron no detenerse hasta encontrar una solución, ya que, en su línea de trabajo hasta la muerte tenía una salida.

Todo era posible si se escarbaba bien entre años de magia y libros más viejos que la palabra.

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Sam se alegró de estar vomitando, así podía culpar a las fuertes regurgitaciones por sus ojos llorosos, cuando en realidad estaba llorando por lo desafortunada que era su vida. No solamente tenía que verse día tras día conviviendo con su amor secreto, sino que ahora moriría de una forma tan hermosa como cruel.

¿Cuánto tiempo le quedaba? ¿Qué tan mal se pondrían las cosas al final?

¿Acaso eso se trataba de un castigo divino por ser un maldito enfermo?

Todos esos años Sam había creyó vivir con dolor al querer algo que no podía tener, pero cuan equivocado había estado. En ese mismo momento podía sentir como sus pulmones se sentían como si tuviese una enredadera de jardín, el aire escaseaba volviendo su respiración en un molesto silbido.

Tanta era su agonía que no escuchó la puerta del baño siendo abierta y el principal responsable de su amor unilateral llegando a su lado.

Dean no podía soportar ver a Sam en tal agonía. Su siempre fuerte, alegre y optimista hermano menor se veía cual soldado resignado a ir a una batalla que no ganaría. La resignación a la muerte en su mirada le hizo a Dean hacer algo que jamás pensó hacer por miedo a exponer sus sentimientos.

Dean caminó hasta donde estaba Sam inclinado sobre el lavabo y lo atrajo en un fuerte abrazo mientras le susurraba palabras de aliento y cariño al oído, y si en el proceso un beso fue depositado en la cabellera castaña ninguno lo comentó.

—Shh, todo estará bien, Sammy. No dejare que esto nos venza —a paso lento logró guiar a su hermano hasta la cama, acostándolo, sosteniéndolo entre sus brazos.

Sam debería de sentirse como en el cielo al estar entre los brazos de Dean, pero en cambio se sentía como una burla, una broma cruel. Tanto había soñado con un momento similar a este y ahora que lo obtenía sabía que era un premio de consolación por su desahuciada salud.

—Nada estará bien, Dean. Puedo sentir como las raíces llegaron a mis pulmones, me cuesta respirar y veo imposible que mi amor sea correspondido —solo pena y desolación salía de su boca, sus palabras eran tan tristes y amargas que daba la impresión que hace tiempo había muerto.

—Dios, Sam, no hables así. Podemos convocar a Jessica, creo que mientras tu amor sea correspondido no importa si es de un ser vivo o un fantasma.

—No funcionara —respiró con dificultad, tratando de concentrarse en los latidos del corazón que nunca seria suyo.

Fue en ese preciso instante que Dean recordó que lo poco que había quedado de Jessica había sido cremado para llenar una tumba. No había forma de hacerla volver. Ella ahora estaba en paz mientras que Sam sufriría hasta el último exhalo.

—Por primera vez en mi vida me encuentro impotente, no sé cómo salvarte y eso me está matando —Dean se permitió oler el cabello de Sam, importándole poco lo raro y poco fraternal que fuese un acto así.

—No siempre podrás mantenerme en una burbuja de cristal, tienes que aprender a dejarme crecer y crecer implica morir a lo largo del camino —el cosquilleó en su cuero cabelludo se sintió como un bálsamo entre todo su dolor y es que ese era el efecto de Dean en su vida.

—Exacto, a lo largo del camino no a tus veintidós años, si tan solo hubiese algo que pueda hacer —Dean movió una de sus manos a lo largo de esa delgada espalda, escuchando con dolor la dificultosa respiración.

Sam no le había dicho a Dean lo mal que se sentía y el poco aire que llegaba a sus pulmones, a ese ritmo sentía que no vería el próximo amanecer. Estaba muriendo y había pasado años viviendo de ilusiones, sueños y anhelos, esta sería su única oportunidad de dejarse llevar y culpar a la falta de aire en su cerebro por lo que estaba a punto de hacer.

Sam nunca pensó que existiese una buena forma de morir, pero ahora en esa cama, estando entre los brazos de Dean, sentía que podía partir de esa vida con un beso de esa gloriosa boca.

Sacó su cabeza del pecho del rubio y sin tiempo de arrepentirse se lanzó en picada en esos carnosos labios. La realidad jamás le haría justicia todas las veces que había fantaseado con ese momento, no se asimilaba ni a cuando besaba a Jessica e imaginaba que era su hermano.

Entonces ocurrió algo que jamás creyó posible, Dean le estaba devolviendo el beso.

—Dean…

Dean silenció cualquier cosa que Sam estuviese por decir, si alguno de los dos hablaba el momento se desmoronaría como un castillo de arena. Sam le estaba besando y Dean tenía miedo que todo estuviese ocurriendo en su cabeza y si así era, entonces no quería despertar por un muy largo rato.

Siguieron besándose, haciendo breves pausas para que los pulmones atascados de Sam pudiesen filtrar un poco de aire, luego continuaron hasta que Sam realmente tuvo que apartarse para vomitar por el costado de la cama, retornando a su posición entre los brazos de Dean con las comisuras de la boca teñidas en sangre.

—Por favor, te lo suplico, Sam, dime que yo puedo salvarte. Dime que no estoy malentendiendo esto, dime que ese beso significó lo que creo que fue, porque si no es así te perderé y mi corazón se romperá en mil pedazos al saber que mancille nuestra relación.

—Nunca Jessica, nunca alguien más, siempre tú, siempre fuiste tú, Dean —se estaba volviendo difícil respirar, podía sentir su corazón atrapado como un pez entre redes, ese era su corazón siendo invadido por las raíces.

—Yo te amo, Sam Winchester. Te amo con todo mi corazón y no podría vivir sin ti —selló su declaración con un beso muy distinto a los que habían estado teniendo minutos atrás, este beso era la compensación de años de amor no correspondido, era el "me quiere" de cada "no me quiere" que Sam había estado vomitando.

La ironía de la vida eran los chistes malos de un comediante. Dean quería reír y llorar al darse cuenta que su hermano tuvo que ser maldecido por una espíritu japonés con más de quinientos años para que su amor pusiese ver la luz. Sam tuvo que sufrir y elegir el beso que le había dado a Dean como un salto suicida del cual no había planeado salir con vida.

—Te amo, Dean —las raíces soltaron el agarre fiero de sus pulmones y corazón, ya no moriría de desamor.

La enfermedad había sido curada y la mejor medicina era y seguiría siendo la boca de Dean.

Los pétalos se fueron, así como lo hicieron las raíces. La sangre seguía en sus venas y no en sus pulmones. Su corazón latía de forma extraña, pero Sam no tardó mucho en darse cuenta que latía así porque ahora ya no viviría a base de sueños sino de la dulce realidad de amar y ser amado.

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Gracias por leer.