El miedo era un sentimiento cuasi primigenio en todos los entes del mundo, la mayoría de especies tenían un sistema de defensa ante ello.
La mayoría de las plantas soltaban una especie de veneno, algunas causaban alergias y otras eran mortales por el mismo hecho del tipo de familia al que pertenecían.
En los animales, los sistemas de defensas eran variados. Algunos luchaban contra el causante de su miedo, otros tenían sistemas de defensas naturales como el armadillo y su armadura.
Estos seres pensantes respondían a sus instintos y lo que la naturaleza les había dado para defenderse y atacar. Eso era algo que Ddraig había visto en su longeva vida.
Junto a estos animales y plantas, estaban los humanos. Ellos no estaban "armados", más allá de sus manos y pies para lanzar golpes y patadas (y magia si acaso), no tenían como defenderse. En todo momento, los veía haciendo tres cosas: huir, quedarse paralizados o luchar por su vida.
Él, como un dragón, un ser hecho de energía, nunca sintió aquella emoción, pero siempre tuvo en mente que estaba arraigada en su cuerpo. Sabía que llegaría el día que se enfrentaría con alguien que le igualara en poder, y lo recibiría con una sonrisa desafiante y ansiosa de batalla; pero nunca pensó que llegaría el momento en que sentiría miedo.
Pero ese día llego.
La presencia era siniestra, no sabía cómo reaccionar. Siempre había sido el depredador, no la presa, pero, en ese momento, era justo lo contrario. Sentirlo por primera vez, lo había dejado totalmente fuera de lugar.
¿Quién era el que emanaba esta energía? Era tan pura y enfermiza que no podía mantener su consciencia dentro de su anfitriona. Aún no había despertado su artefacto, no podía hacer nada, salvo advertirle.
[¡Mocosa, sal de allí!]
Searching the Heaven
Arco 0: [Nacimiento]
Capítulo 6: Miedos latentes (Impacto – Parte 3)
No quería estar allí. Algo le molestaba. El aire apestaba, distintos olores eran captados por su nariz; olores que nunca antes había captado, ahora estaban allí. La luz le molestaba, la cabeza le dolía y veía muchas sombras moverse, manchas de color negro entre los niños que corrían por todo lado.
Sintió una mano en su hombro, y se sobresaltó ligeramente—Ise, ¿estás bien? —Su madre, tan bella, le miró preocupado. Sus ojos rojos tan brillantes reflejaban su rostro, no estaba para nada bien. —Si te sientes mal, puedo llevarte a casa.
—…Estoy bien, mamá. Gracias. —Era una pequeña mentira, la verdad, se sentía horrible.
Se sentía observado.
Tú razonamiento no está tan erróneo.
Aquella voz se volvió a hacer presente. Intentó no mostrarse sobresaltado, simplemente, seguía mirando hacia donde sus compañeros y hermana miraban fascinados los templos. Los Torii se erguían imponentes en la entrada.
Los arcos Torii eran algo común en los templos sintoístas. Estructuras en forma de arcos de color normalmente rojo, con unos kanjis (sinogramas japoneses) escritos en papel que servían de "protección ante espíritus malignos".
—Los Torii separan el mundo espiritual del mundo mundano. —saltó un poco en su lugar por la sorpresa, alguien se había puesto a su lado.
Una bella mujer que estaba a mediado de sus veinte años le habló, la veía similar a su madre en altura. Otra cosa en la que encontraba similitud con su progenitora era el hecho que poseía el mismo color de cabello: negro como las alas de un cuervo o como la noche sin luna. Unos suaves y maternales ojos marrones le miraban con cierta piconeria al ver su reacción de sorpresa al estar tan absorto en su lugar.
—¿U-Uh?
—Lo siento, ¿te asusté? —preguntó la bella dama con una suave sonrisa que transmitía mucha tranquilidad. —Perdona, no era mi intención. Es que todos tus compañeros ya pasaron, y te quedaste aquí parado.
Giró la cabeza al darse cuenta de ello. Los gritos asombrados de los niños y de su hermana se escuchaban algo lejos, sus padres le esperaban tranquilos al otro lado del Torii, dándole la espalda. Esperándolo.
—S-Si. P-Perdóneme a mi…—dijo verdaderamente avergonzado, bajando la cabeza en señal de disculpas.
La mujer rio un poco, ocultando su boca detrás de su mano en un gesto cortés. —No, no te disculpes. Es normal quedarse mirando a la nada, pasa más de lo que crees. —le intentó consolar, acariciando su espalda. —Pero primero, dime tú nombre.
—Hum…—Issei se removió un poco en su lugar, mirándola de pies a cabeza. Vestía un haori blanco de mangas sueltas, junto a ello, un hakama de color rojo y un par de zori (sandalias de madera) con un tabi (medias) blanco. Era el atuendo tradicional de una Miko (Sacerdotisa). —Me llamo Issei…Hyodo Issei.
—Bueno, pequeño Ise… ¿Puedo llamarte Ise? —el mencionado asintió lentamente, sacando otra sonrisa de la sacerdotisa. —Mi nombre es Himejima Shuri, y soy la protectora de este pequeño santuario. Soy la guía de tu clase en esta ocasión, pero como te quedaste atrás, tus padres me pidieron hablar contigo. Mi esposo se está encargando de tus compañeros.
—Ya…Ya veo.
—¿Ocurre algo?
Shuri frunció el ceño un poco al notarlo intranquilo. Estaba sudando un poco y miraba nerviosamente por encima de su hombro, algo lo estaba molestando. —S-Shuri-san… ¿usted cuenta como una Onmyōji?
Los Onmyōji eran especialistas en magia y adivinación. Básicamente, eran la rama mágica y sagrada de Japón ya que ellos fungían como protectores de las ciudades ante espíritus malignos.
Ella tenía entrenamiento como Onmyōji, por ende, podía ver e interactuar con estos entes que asechaban a las personas. Pero le sorprendía el hecho que un niño de esa edad tuviera conocimiento sobre ese trabajo en particular, y más aún que lo mencione estando tan preocupado.
—Si, Ise. Cuento como una. —confirmó, tocándole la mano y la muñeca con su agarre. Cuando lo hizo, se llevó una gran sorpresa. No siento su pulso y está helado, ¿qué es esto? Tragó levemente, antes de preguntar: —¿Por qué?
—Puede… ¿Puede ver si algo me sigue? Me siento observado. —contó, mirándola con sus ojos mieles. La Himejima pudo ver en ellos algo peculiar: Más allá del miedo y nerviosismo, veía en ellos curiosidad. —Desde hace mucho, mucho tiempo.
Los ojos morados de Shuri brillaron un poco ante sus palabras. Una pigmentación rojiza se superpuso a la morada que ella poseía, junto a que su pupila negra se tornara de un tenue color azulado.
Fènghuáng yǎn (Ojos del Fénix)
El fénix bermellón era el dios protector de su familia. Suzaku, el ave de fuego, representante del verano y protector de la zona sur de Japón, no de Kioto como erróneamente se pensaba.
Hace mucho tiempo, anterior a la Era Asuka*, cinco familias chinas emigraron al Japón de aquellos días. Magos de renombre que tenían en su poder a cinco deidades protectoras, quienes les otorgaron poderes sobrenaturales; relacionados con los cinco elementos primordiales de la Tierra.
Xuán Wǔ, Zhū Què, Qīng Lóng, Báihŭ y Huánglóng eran los nombres de aquellos dioses. Que posteriormente tomaron los nombres de Genbu (Tortuga Serpiente Negra), Suzaku (Fénix Bermellón), Seiryū (Dragón Azul), Byakko (Tigre Blanco) y Ouryū (Dragón Dorado).
Cada uno de estos representaban una estación, un elemento y un punto cardinal. En orden: Genbu representaba el elemento tierra, el invierno y el norte, Suzaku el fuego, el verano y el sur, Seiryū la primavera, el agua y el este, Byakko el otoño, el rayo y el oeste. Finalmente, Ouryū el equilibrio, el aire y el centro de los puntos cardinales.
Cada clan obtuvo un don por parte de estos dioses, y el de su clan, el Himejima, fueron bendecidos con los ojos del ave fénix. Unos ojos capaces de ver la pureza de un alma, juzgar los pecados de esta misma y ver qué clase de espectros hostigaban a los humanos.
La capacidad de ver más allá de lo evidente, no mirar lo material sino también lo espiritual era algo increíblemente útil. Pero había ocasiones en las que uno no podía aguantar lo que se presentaba ante sus ojos.
Y lo que vio Shuri, fue algo que le otorgaría la más cruda de las pesadillas que tuvo en toda su vida.
El alma tenía la forma de la silueta del sujeto quien la portaba, siendo un ente de energía y color normalmente azules. Mientras más pecados cometía uno, el alma se iba "oscureciendo", pero nunca se tornaba de color negro; solo iban a tonalidades un poco más oscuras dentro de la gama de color azul.
Las únicas almas negras que había visto, eran de aquellos entes espirituales malignos o demonios. Seres que nacían y personificaban el pecado y la maldad por naturaleza propia.
¿Q-Qué es eso? Pensó realmente asustada, apreciando como unas marcas doradas nacían de la espalda de la figura espectral. Subiendo por su cuerpo hacia sus brazos, cubriendo sus piernas y torso.
Retrocedió un poco cuando vio como dos líneas rojas aparecieron en la zona del rostro, donde se suponía que debían estar los ojos. Dos rayos rojos como la sangre que la enfocaron fijamente. Una fina línea blanca apareció bajo donde se supone que debía estar la nariz.
Una sonrisa larga, colmilluda. No sabía que sentir de ella, pero los ojos rojos eran suficiente para poder darle una mala espina.
Sudor frío cayó por su nuca, intentando mantener la compostura mientras Issei le miraba con algo de preocupación al notar como el semblante de la mujer cambió.
—S-Señorita Shuri, ¿o-ocurre algo? —tímido y cauteloso, el pequeño tomó la mano de la sacerdotisa, provocando que el escalofrío en su cuerpo fuera aún mayor.
—…—la pelinegra guardó silencio, llevándose una mano a la frente, para limpiarse algo del sudor en su rostro. —S-Si…Solo estoy sorprendida. ¡Estás rebosante de energía!
—¿E-Eh?
—Mis ojos son especiales~—canturreó con una sonrisa animosa, moviendo sus manos frente su rostro, haciendo reír a Issei. —¡Oye! No te rías. Es verdad. Verás, mis bellos ojos me permiten ver el alma y la energía del ambiente. Y pude ver que eres un niño lleno de energía, y que no hay nada ni nadie malo que te siga.
—¿E-Enserio? M-Muchas gracias…—dijo, bajando la cabeza en agradecimiento.
Shuri extendió su mano hacia el castaño con una sonrisa cálida, llena de cariño natural y maternal que tranquilizó bastante a Issei cuando alzó la mirada. —Tranquilo. Ven, vamos con tus padres.
El Hyodo asintió, tomando su mano. En ese momento, en ese ínfimo instante, Shuri sintió una potente corriente eléctrica subía y recorría todo su cuerpo naciendo del tacto mutuo. Nunca antes había sentido eso en su vida.
Miró hacía adelante y tragó pesado, llegando a la entrada del Torii. Hanako y Aori se acercaron, la primera viendo a su hijo y Aori mirándole a ella. —¿Hay algo? —preguntó el padre de dos con un tono bajo.
Shuri hizo la cabeza a un lado, con una seña para que le siguiera hacia un lugar un poco apartado de la madre e hijo, quienes hablaban entre sí, sonrientes.
Aori dio la espalda a la sacerdotisa, y esta aprovecho para ver algo que le inquietaba. Veamos…No es normal que un niño presente algo como eso. No es normal que NADIE presente algo así. Pensó mientras miraba la ancha espalda del padre de familia.
La figura del alma de Aori se formó: A diferencia de su hijo, su forma era del color normal, un color azul claro. Sin embargo, en la zona de donde se suponía que estaba el corazón, había una enorme mancha negra con un ínfimo punto dorado en el centro.
Es similar, pero no parece ser la fuente de todo. Pensó la sacerdotisa mientras se mordía el labio. Aún debo ver a su esposa, pero dudo bastante que ella sea la fuente. Aori se detuvo, girándose para verle con sus intensos ojos mieles como los de su hijo detrás de sus gafas. Tragó, juntando sus manos para ocultarlas entre las mangas de sus trajes, pensando en qué hacer.
—Señorita Himejima, ¿qué ocurre con mi hijo?
Shuri aspiró profundamente, analizando lo que tenía, qué podía decir y qué podía hacer.
Todo lo que pensaba, no rendía frutos. Así que solo le quedaba una alternativa. —Señor Hyodo, supongo que está consciente del estado de mi marido.
—Cadre Barakiel. Ángel caído. No me importa, pero me importa que se haya acercado a mi hijo.
Razonable. Es un padre preocupado por su cría. Pensó la pelinegra mientras asentía levemente, apreciando como la mirada del castaño se afiló. —Señor Hyodo… ¿Puedo llamarte Aori?
—…Adelante.
—Aori-san, le seré honesta y franca, lo que vi no era algo que "seguía" a su hijo.
El nombrado alzó la mirada, viendo a su pequeño desde el lugar donde estaba, jugando al son de cinco, las palmaditas con su madre, siendo merecedor al final de un beso en la nariz por parte de su progenitora. —¿Entonces…?
—Lo que vi, NACÍA de su hijo. —la sacerdotisa activó sus ojos una vez más. Esperó una reacción de sorpresa, pero Aori no la mostró. —Mis ojos son especiales. Puedo ver formas de energía impregnadas en las almas de las personas. Puedo ver si están "corruptas" o "puras", y el alma de su hijo está "corrupta" por una energía rara.
—Pero… ¿Cómo? —Aori frunció potentemente el ceño, dejándolo marcado en su rostro. — Mi hijo tiene cuatro años de edad. He estado con él todos los días de su vida desde que nació, yo sé que no puede ser posible que se haya "infectado"
—Aori-san, lamento decirle, que usted también está "infectado". En menor medida, pero eso lo puedo apreciar claramente. Y creo que, su esposa e hija, también lo están. —dijo, provocando que el hombre apretara el puño y los dientes. —Aori-san, luego lo podemos hablar con mi esposo sobre esto, pero necesito saber algo…—la pelinegra puso una expresión seria, sus ojos mieles mirando fijamente al padre de dos. —¿Usted era parte de la IEC?
—…—Aori bajo la mirada hacia su brazo. Una mano a su manga larga, subiéndola hacia el codo. Apretó el puño, las venas se marcaron en su brazo, y en la zona central del antebrazo, un tatuaje negro apareció de la nada. El rostro de un tigre mostrando los colmillos de forma amenazante con sus enormes ojos amarillos enfocaban a la mujer. —Primer batallón de combate.
—… ¿Cree que en una misión pudo infectarse?
—Lo más probable.
—He leído en unos libros de mi familia que la exposición prolongada a energías proveniente de demonios puede infectar el alma de los seres humanos. —comentó la fémina, girando la cabeza hacia atrás. Hanako e Issei se unían al grupo de alumnos siendo guiados por Barakiel. —¿Se topó con alguno en una misión?
—…Operación Gilgamesh.
—¿Está autorizado de decir el nombre de la misión?
Un gruñido salió de lo profundo de la garganta de Aori, sobresaltando un poco a Shuri. —No me importa lo que digan los altos mandos. Aunque no se lo dije ni a mi esposa. Pero eso será otro tema que me tocará decirle…—aspiró y soltó su agarre, el tatuaje desapreció de forma lenta. —Despliegue en Uruk, actual Irak. Me encontré con dos seres allí.
—¿Quiénes?
—Uno era, como usted dice, un demonio. Pero el otro era diferente, su total opuesto.
—¿Un ángel? —preguntó la mujer, mirándole atenta.
El hombre negó, recordando aquel día. A pesar de que habían pasado ya cuatro años, no podía quitar lo que ocurrió ese día de su cabeza. —Un dios.
El sol se alzaba cálido junto al inmenso cielo. Issei se pasó la mano por el rostro para limpiarse el sudor provocado por el calor.
El lugar era grande, aunque no lo pareciera, y era bastante lindo. Múltiples santuarios pequeños formados en un círculo, mientras que en el centro se encontraban dos más grandes y vistosos.
En el de la mano izquierda, había una figura de un ave majestuosa abriendo sus alas, mostrando su poderío.
En el de la mano derecha, una mujer ataviada en un ostentoso y ornamentado kimono. Era considerablemente grande. En su mano izquierda, una espada. En su cuello, un collar de tres puntas, "magatamas". Y, finalmente, en su mano derecha había un bello espejo con múltiples adornos en el mismo.
Se agachó, poniéndose de rodillas para poder ver los nombres puestos en unas placas al pie de ambos santuarios. Leyó los kanjis, atento.
El ave a la izquierda era Suzaku, el fénix. ¿Era tal vez uno de los dioses protectores del lugar del que hablaba el señor Barakiel? Probablemente.
Puso su mano en la placa del otro, acariciando suavemente el nombre plasmado en ella con tanto cuidado en ella. —Amaterasu Ō-Mikami—murmuró el pequeño, agachándose para ponerse de rodillas. —Nagi, ¿es tu hija?
Si uno le viera pensaría que le habló al aire, pero en realidad, a su lado estaba el dios de cabellos azules. Su "amigo imaginario", a sus palabras, Izanagi.
El peliazul se puso una mano en el mentón, agachándose un poco para poder ver la estatua atentamente. —Nop, mi hija es diferente. Además, no se llama así.
—¿Huh?
—Amaterasu no Okami. Así se llama ella. —respondió, sentándose a su lado para colocar una mano en su cabeza. —Diferentes entidades, solo comparten el nombre. Así como yo lo comparto con este Izanagi.
—Izanagi no Mikoto…
—Izanagi no Okami. —terminó, señalándose con una sonrisa. Antes de sacar su mano de su cabeza, para mirarle con tranquilidad. —¿Por qué te arrodillas?
—Muestro respeto…O bueno, el que sé que puedo mostrar. —dijo en un suave susurro, cerrando sus ojos. La ligera brisa movía sus cabellos, Izanagi guardó silencio, mirando hacia el frente.
Todo estaba en silencio, tan agradable, tan ameno.
Tan tranquilo…
—¡ATAQUE DE ARIA!
—¡AY!
El grito de su hermana le alertó, no llegó a sentirla. Espero el golpe, pero este nunca llegó, en su lugar, otro grito femenino e infantil fue recibidor del dolor causado por la acción de la mayor.
Giró la cabeza, buscando a su hermana. No estaba cerca, no podía verla, ella tenía tan buenos pulmones que podría oírla desde el otro lado del templo.
Eso, o simplemente tienes mejores sentidos.
¿Huh?
Huele, búscala y encuéntrala.
Miró a todos lados, rascándose la cabeza, confundido ante eso. ¿Mejores sentido? ¿Oler? ¡Ni que fuera un perro! Él era una persona, no había necesidad de hacer eso.
Pero-
¿Qué huele así? Inconscientemente, un olor inundó sus fosas nasales. Era agradable, familiar. Se rascó la zona de la nariz, girando su cabeza hacia la izquierda, viendo un camino que llevaba hacia el templo principal. Viene de allí…
Emprendió camino, mirando a todo lado. El olor cada vez se hacía más potente. Caminando sigiloso, cuidadoso de sus pasos.
Se asomó entre los árboles, apreciando que, en el patio central, estaba su hermana con una expresión triunfante y llena de orgullo, así mismo, había una niña de más o menos su edad. Traía un vestido similar a Shuri, su cabello negro suelto era de su misma tonalidad, pero eso era todo lo que podía ver; esto debido a que se encontraba acuclillada, tomándose la cabeza para sobarse con dolor.
—¡Aria! —gritó, saliendo de su lugar oculto, haciendo saltar a su hermana mayor en su lugar.
Esta se giró, evidentemente nerviosa al ser atrapada con las manos en la masa. —¡N-Nii-chan! ¡A-Aria no hizo nada malo!
—A otro perro con ese hueso. —negó mirando a la mayor por dos minutos con reproche. Esta bajo la mirada, intentando aparentar culpabilidad. Issei entrecerró los ojos, aun manteniendo la mirada sobre ella. —¡Y sé que tienes una sonrisa, no trates de engañarme!
La pequeña castaña saltó en su lugar mientras el menor le daba la espalda, acercándose a la pequeña víctima de las jugarretas de su melliza mayor. —Hola…—saludó, agachándose para estar más cerca de la niña. —Soy Hyodo Issei, un gusto, soy hermano menor de esa tontita de allí. —ignoró el "¡HEY!" ofendido de Aria, sonriendo al oírla rabiar. —Lamento que mi hermana te haya hecho algo…
Escuchó un lastimero gimoteo, la pelinegra alzó la cabeza y miró a Issei con sus ojos morados con unas lágrimas en ellos. Sorprendido, el castaño notó que era idéntica a la señorita Shuri, salvo por esos orbes violetas bastante bellos. —No es su culpa…
Inclinó la cabeza, mirando con curiosidad a la niña. —¿Ah no?
—No…—la pelinegra se limpió suavemente los ojos con la manga blanca de su kimono, mirándole de vuelta. —Soy Himejima Akeno. Me encontré con tu hermana mientras limpiaba la entrada del templo y me dijo para jugar, vinimos aquí y me distraje, ella me golpeó en respuesta.
—Oh…ya veo.
—¿Ves Nii-chan de Aria? ¡Aria no hizo nada malo!
¡BONK!
—¡AY! —esta vez fue el turno de la mayor en quejarse debido al golpe que le propino su hermano menor. Este le miraba con reproche, cruzándose de brazos.
—En primer lugar, Aria, sabes que debes dejar de hablar en tercera persona. ¡Si Okaa-chan se entera, te va a quitar los postres después del almuerzo y cena!
Eso alarmó a Aria, quien de inmediato se le pusieron los ojos acuosos, pensando en el horrible escenario en el que le quitarían su dosis diaria de azúcar que la mantenían viva…metafóricamente hablando. —¡NOOOOO! ¡CUALQUIER COSA MENOS EL POSTRE DE ARIA!
Akeno miraba la escena casi surrealista de los hermanos Hyodo, era hasta gracioso ver como la pequeña que le sacaba cinco centímetros al menor, se veía regañada por este como si fuera una cosa de todos los días.
Y algo le decía a la pequeña Himejima, que eso era una escena que probablemente ocurría a diario en su hogar.
—¡Lo hiciste de nuevo! —recalcó Issei mientras negaba con la cabeza. —Y, en segundo lugar, no debes atacar mientras alguien este distraído. ¡Eso es injusto!
Sigue tu propio consejo muchacho, ¡agáchate!
El sonido de un objeto cortando el aire llegó de golpe, agachó la cabeza, sintiendo como algo pasaba tan cerca que le cortó unos mechones de su pelo.
¿Qué…?
El movimiento humano era algo que ocurría en tres distintos pasos: el primero era la señal del cerebro comandando la acción que se quería realizar, lo segundo era la señal que se mandaba a todo el cuerpo para que realizara acción y, finalmente, era la acción realizada.
Sin embargo, según Tor Nørretranders, el cuerpo humano se activaba medio segundo antes de que el cerebro diera la orden. En esos 0.5 segundos entre la percepción de la acción contraria, el cuerpo estaba totalmente indefenso.
La situación era que Hyodo Issei, de cuatro años de edad, había logrado una acción que sería llamada sobre humana más adelante. Había esquivado el objeto que se le fue lanzado al mismo tiempo que esta acción, sin siquiera verlo, su cuerpo reaccionó por mero instinto ante una situación de peligro.
—Que buenos reflejos…—saliendo de su estupor, el trío de niños giró la cabeza. Un hombre salió de entre el lugar donde el pequeño había salido solo minutos antes. —Bastante hábiles para los de un niño de tu edad. —mencionó aquel hombre.
Era alto, cubierto de pies a cabeza por un manto de color negro con marcas carmesíes en ellos. No podía ver nada de sus facciones, más allá de unos ojos azules profundos, con una curiosa pupila dorada.
En su mano, había un cuchillo. Suponía que era lo que le había lanzado previamente. Puedo oírlos… Pensó el castaño con sorpresa, podía escuchar el metal chocando suavemente y de manera imperceptible, pero allí estaba. Más cuchillos, dentro de su ropa.
—Lástima, eres un muchachito interesante. Sin embargo, me encomendaron matarte. —no era lo mejor que un niño de cuatro años de edad y su hermana con su aparente amiga podían escuchar de un hombre adulto tenebroso, pero allí estaba.
Esto es malo… Pensó Issei con evidente pánico, no podía hacer nada. Su hermana estaba congelada en su lugar, Akeno le abrazaba con fuerza, sus ojos cerrados para no ver al hombre malo que podía lastimarlas. La castaña le imitaba, temblando como una hoja al oír que buscaba su hermanito menor. Necesito que se vayan, solo me quiere a mí. ¡Necesito…!
Necesitas dejar de lado ese sentimiento auto destructivo. Pero fuera de eso, necesitas poder. ¿Quieres poder? Te lo daré gustoso, total, me vendría bien estirarme.
¡¿Qué?!
Y todo su mundo, se volvió dorado.
El tiempo distorsionado, figuras amorfas. Sus ojos veían cosas que no había apreciado antes, energía misma en muchos lugares. Pero algo resaltó: un rojo profundo. El color de la sangre, en sus manos, las miró por un segundo. ¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sabía, se sentía mareado.
Alzó una de sus manos, pasándose los dedos por el rostro. Sintió como se raspaba, uñas inusualmente largas adornaban aquellas manos llenas de escamas negras. Sintió algo húmedo bajar por su mejilla, ¿era suyo o ajeno? No lo sabía.
Se miró los brazos, lejos del color rojo, había un color dorado y negro que surcaban sus brazos, como ríos que cubrían esas zonas y bajaban por su cuerpo entero.
—¿Issei…?
Volvió en sí, su nombre salió de los labios de alguien. Se giró, mirando a aquellos hombres que conoció hace días atrás. ¿Qué hacían allí? ¿Qué era eso que cubría sus cuerpos? Diversos colores maravillosos, pero que se veían tan pequeños, pequeños puntos, casi como hormigas diminutas ante él.
—¿Sirzechs-san…? —llamó al pelirrojo con genuina curiosidad, no midiéndose, dejando caer lo que sostenía su puño cerrado. Lo pisó, casi por error, mirando maravillado su otra mano. Antes de volver a mirar al hombre, quien, congelado, miraba la casi dantesca escena frente a él. —¿Por qué se ven tan…pequeños? Parecen hormigas…Lindo…Bastante lindo…hehe~.
Y tras esas últimas palabras, su mundo se vio cubierto por un manto negro lleno de oscuridad,
Era Asuka: Como muchos sabemos, Japón y su historia se divide por eras o períodos. La Era Asuka es la cuarta era de la historia japonesa, ubicada por el año 552 del calendario Gregoriano. Esta era es caracterizada por la llegada del budismo a la tierra del sol naciente.
En mi historia, junto al budismo, otros dioses orientales provenientes de la India y de la China llegaron hacia ese lugar. ¿La razón? Simple turisteo, mientras que sus adeptos lo hacían por cosas migratorias, asentándose para lograr ser en lo que la actualidad son los Cinco Grandes Clanes de Kuoh.
Los Ojos de Fénix de Shuri Himejima son algo que tienen los miembros de su familia por defecto de nacimiento (similar al Sharingan del Clan Uchiha de Naruto), pero el receptáculo del Ave Fénix los tiene más avanzados. También, este dios y su bendición otorgan a los miembros del clan una ligera pyroquinesis y resistencia al fuego, mientras más fuerte seas, más fuerte serán estas habilidades.
Soy un miserable vago, otros casi cinco meses sin dar un visto por aquí. Siendo sincero, entre la universidad, ocupaciones personales y un aparente interés nulo a seguir avanzando, hicieron esto una tarea imposible.
Tengo bastantes ideas para la historia, ¿saben? Pero todas se ven enfocadas en un futuro no muy lejano a este capítulo, el problema es que he construido tanto el "medio y final" de los arcos, que no me he decantado por el principio del mismo.
Es difícil, hasta tedioso. Quiero llenar todos los agujeros posibles al mismo tiempo que sembrar nuevas dudas, algunas de ellas presentadas en este capítulo mientras intentaba cerrar las del capítulo pasado.
Izanagi va y viene, está presente pero solo interactúa con Issei cuando este le llama. Desde antes del nacimiento de Issei y posterior a este, son contadas las veces que se encuentra o dirige la palabra a los padres de Issei, Aria no lo conoce.
¿Siendo sinceros? No me gustó tanto la presentación de Akeno, pero lo reescribí seis veces (no es broma) y al final, este fue el que más me convenció. Normalmente, cuando en las historias hacen que Issei y Akeno se conozcan de manera personal en el templo, quise ir por la ruta de que Aria sea la intermediaria entre estos.
Aria, en un principio, sería más amiga de Akeno por su personalidad. Issei es medio huraño con las personas, tiene amigos (hablando de amigos, me olvidé de Irina por la puta madre, luego veo que hago con eso) pero son poquitos.
De a pocos voy intentando ser más…técnico cuando explico ciertas situaciones. El capítulo ante pasado fue con Ddraig hablando con Aria, en este, la mini explicación de los instintos de Issei. Más adelante habrá explicaciones así, pero soy un tonto perdido así que podré demorarme o enredarme al momento de explicar.
Los clanes, estos forman parte del DxDverso. El problema es que su trama como tal apareció muy tarde en la novela de DxD, pero siendo explorada en Slash Dog. Para mí, es algo tedioso tratar este tema, pero intentaré hacer lo mejor posible, tal vez creando un canon nuevo en base a lo que vaya ideando, pero tratando de mantenerme fiel a lo que nos puso Ishibumi.
Lentamente nos acercamos al final del arco; el siguiente capítulo está en fase de boceto. Ideas sueltas que van tomando forma lentamente con lo que tiene que cuadrar, a este arco le quedarían unos seis capítulos más que, espero, no termine a finales del otro año.
Son casi 5 de la mañana, y me dije que por mis huevos terminaría esto. Seguimos con las 4.5k palabras por capítulo, pero lentamente lo iré aumentando, pero ahora, estoy sinceramente exhausto.
Cuídense ;D
