Ondas en el agua
Capítulo 3. Consuelo

Nota del autor: Entramos más en materia. En situaciones de vida o muerte afloran los sentimientos sin que se puedan dejar a un lado. Después del episodio me dio por pensar cómo debió sentirse Jubal cuando Isobel le pidió ayuda, y fue él quien tuvo que sacar a los demás del edificio. Y cómo afectaría internamente a Isobel todo lo ocurrido.


=Tras FBI S03E03 "Liar's poker"=

Jubal levantó el puño, pero no llegó a llamar a la puerta. Antes necesitaba reunir mayor resolución.

Tras fracasar en evitar que se saliera con la suya Antonio Vargas, capo del cártel de Durango, y haberse visto obligados a ponerlo en libertad, el día se convirtió en una extraordinariamente larga jornada, intentando sin éxito volver a atraparlo. Después, en lugar de ir a descansar, Jubal se había tirado una hora entera en un bar, gravitando hacia el precipicio del borde de un vaso doble de vodka... a punto de echar por tierra años de sobriedad.

Lo que había pasado aquella mañana con Vargas, Elise y la bomba casi lo había hundido. Maldito fuera Vargas. Y maldita la inquebrantable firmeza moral de Isobel. No, bueno, eso no. La admiraba mucho por su integridad. Más incluso después de lo ocurrido hoy.

Cuando ya creía haberse rendido, justo en el último momento, se dio cuenta de que lo que necesitaba era hablar con Isobel o perdería definitivamente el rumbo.
Pero ahora ante la puerta de su apartamento, aquella determinación surgida al lograr detenerse cuando ya se llevaba el vaso a los labios, parecía haberse diluido igual que lo había hecho el hielo en su copa. De todos modos, lo que necesitaba decirle le quemaba la garganta. No se lo podía callar.

Llamó: un trío de toques cuidadosos, tampoco quería despertarla si estaba dormida, aunque un ligero resplandor se colaba por debajo de la puerta, delatando luces encendidas. Esperó, pero no hubo respuesta. Esperó un poco más. Esto es absurdo.

Estaba girando sobre sus pies para irse cuando la puerta se abrió.

—Jubal, ¿qué haces aquí? —preguntó Isobel con inquietud, al verlo allí—. ¿Ocurre algo?

Llevaba ropa cómoda para estar en casa. Jubal forzó a la atracción que sentía hacia ella a no fijarse en cómo esas mallas ceñían sus esbeltas piernas o cómo su suave y pálido hombro asomaba por el ancho cuello de su jersey. Su rostro sin maquillaje le pareció aun más hermoso; limpio, luminoso.

Carraspeó.
—Sé que es muy tarde, pero he visto luz encendida...

Al mirar por la mirilla, a Isobel le sorprendió descubrirlo de pie frente a su puerta. Dudó y pensó que el timbre sonaría a continuación, pero cuando decidió abrir, extrañamente parecía que había podido adelantarse. ¿O por alguna razón Jubal no se había atrevido a llamar otra vez? Se olvidó de aquello al estudiar su rostro ceniciento. Le pareció que estaba agotado. No, exhausto.

—¿No deberías estar descansando? —no se molestó en evitar que se notara en su tono su preocupación por él—. Has trabajado casi dieciséis horas seguidas hoy. Si he mandado a casa a todos es para que descanséis.

—¿Podemos hablar? —replicó Jubal ignorando todo lo que ella había dicho.

Isobel se cruzó de brazos, algo molesta.

—No... No es el mejor momento —murmuró con la mirada sombría.

Aquello hizo a Jubal dudar de si siquiera insistir, pero entonces vio que Isobel tenía los ojos enrojecidos, los hombros hundidos. Parecía cargar con el peso del mundo.
Se le encogió el corazón. De pronto tenía una razón muchísimo más importante para querer hablar con ella que la que lo había traído hasta allí. Se sintió mal por no haber pensado antes en que podría serle de ayuda.
—¿Por favor?

Isobel se inquietó ante la voz apesadumbrada de Jubal. Suspiró y le ofreció pasar. Lo guió hasta la sala de estar. Él se quitó la cazadora que llevaba y la dejó en el respaldo de una butaca. Mientras, al pasar junto a un mueble, Isobel recogió un vaso ancho con un dedo de whisky.
—¿Quieres un trago-? —Se interrumpió bruscamente haciendo una mueca y se llevó los dedos índice y corazón al ceño para luego mirarlo compungida—. Lo siento, Jubal. Soy idiota.

Él negó con la cabeza.
—No te disculpes —dijo con tono comprensivo.

Su sonrisa suave y la calidez en sus ojos lavaron sin dificultad la vergüenza de Isobel. Ojos color avellana... avellana y verde..., se fijó sin querer, por primera vez.

—Me encantaría unirme —añadió él—, créeme. Tal vez demasiado —murmuró. Se pasó la mano por la cara—. La tentación ha sido muy fuerte en un día como hoy...

Ha sido, pensó Isobel. Es decir, que ya no lo era, que la había logrado superar. Se sintió orgullosa de él, algo que le resultó curioso. Apuró de un trago lo que quedaba en el vaso, provocando fugaz diversión en Jubal, y ofreció:
—¿Un café?

Con sendas tazas humeantes se sentaron en el sofá de la sala. Durante unos minutos permanecieron sumidos en un abatido silencio. Jubal observó despacio a Isobel: las piernas plegadas contra el cuerpo, la mirada atormentada, aferrada a su taza como si fuera un salvavidas. El pecho de Jubal se contrajo dolorosamente. Odiaba verla así.
—¿Cómo estás...? —preguntó con voz queda.

Isobel cerró los párpados, inclinando a un lado la cabeza.
—No sé... No sé cómo estoy... —murmuró, y guardó silencio.

Siguiendo su intuición, Jubal decidió que debía ayudarla a hablar de ello. Isobel lo había hecho en otras ocasiones con él.
—Conocías a Miller, ¿no?

Ya sabía la respuesta. Al ver las fotos de Miller en la pantalla del JOC, Isobel había apartado la cabeza y le había pedido que las quitara. Nunca antes había pasado algo así.

El suspiro de ella fue desconsolado.
—Era... un compañero y un amigo. Era un buen hombre. O eso creía yo. —Los ojos de Isobel se volvieron sombríos—. Es como si la persona que conocí no hubiera sido real. Y eso solo ha sido la guinda. Maldita sea—se sujetó una mejilla con la mano, angustiada—, ¿cómo una decisión correcta puede conllevar tanto riesgo...? Me temo que voy a vivir para arrepentirme de esto.

—Era la decisión correcta. La más difícil y la correcta.

—Lo sé, pero Reynolds tiene razón: a partir de hoy cada muerto a manos de Vargas- —Isobel bajó el nudo de su garganta con un sorbo de café—. Cada uno de ellos será culpa mía.

—No te tortures, por favor, Isobel—le suplicó Jubal.

Su voz la hizo estremecerse, aunque él no se percató.

—No sé si lo voy a poder soportar —continuó Isobel—. No sé si voy a ser capaz...

Jubal quería pensar que él también habría tomado aquella decisión, aunque probablemente lo habría destruido definitivamente. No tenía intención de dejar que Isobel se enfrentara aquello sola.
—Lo atraparemos —le aseguró—. No te quepa la menor duda.

Isobel no pareció convencida.
—Sí, pero ¿a costa de cuánto sufrimiento ajeno?

Intentó sin éxito contener las lágrimas. Se las retiró impaciente de los ojos con las yemas de los dedos.

Él alargó la mano. Iba a posarla sobre su hombro para consolarla, pero se detuvo justo antes de llegar a tocarla y la retiró, avergonzado sin saber muy bien por qué. El gesto no le pasó desapercibido a Isobel, pero prefirió no decir nada.

Jubal la contempló profundamente afligido. Era descorazonador que el hecho de ser la persona extraordinaria que era, hiciera sufrir a Isobel. Otro no le daría tantas vueltas. Demonios, otro, como por ejemplo Reynolds, habría dejado morir a Elise y habría dormido tranquilo cubierto con la manta de la excusa del bien mayor.

Negó con la cabeza.
—Ni hablar. No te dejes engañar por esa dialéctica. Lo que haga Vargas será culpa de Vargas —afirmó con vehemencia.

Los ojos de Isobel lo miraron atormentados
—Aun así sigo siendo responsable de ello, Jubal.

Él exhaló frustrado.
—De acuerdo. Pero entre un riesgo real y otro potencial, debería tener más peso el primero por muy grande que sea el segundo. Sí, que Vargas cometa más crímenes es muy probable, pero que Elise iba a morir era una seguridad. Tú has salvado la vida de Elise. Está viva gracias a ti. No puedes arrepentirte de eso... Has sido muy valiente. No todos lo habrían hecho, Isobel.

Sus palabras le acertaron a Isobel en el centro del corazón. Le retiró parte del peso que lo oprimía, devolviéndole parte de su confianza. Decía mucho sobre qué clase de persona era Jubal que hubiera logrado aquello. Se giró hacia él, que le sostuvo la mirada.
—Si al menos... —comenzó ella, pero algo en los ojos de Jubal le hizo perder el hilo de lo que estaba diciendo. Lo escrutó unos largos segundos— ¿A qué has venido esta noche, Jubal? —inquirió.

Él se sobresaltó por lo abrupto de la pregunta y del cambio de tema.
—Quería asegurarme de que estabas bien —respondió, reservado—. No es un trance para que lo pases sola.

—Gracias... —dijo ella, emocionada a su pesar. Hizo una pausa reflexiva—. ¿Y eso es todo?

Tardó unos segundos en contestar. Había perdido la confianza en que fuera buena idea hablar de ello.
—Está bien, hay algo más —reconoció al fin. Dejó la taza de café sobre la mesita con un movimiento deliberadamente controlado. Solo había llegado a beber un sorbo. Isobel lo miraba inquisitiva—. Quería pedirte... —comenzó él. Tomó aire—. Quería pedirte por favor que no me vuelvas a poner en una situación como la de hoy —dijo, su tono grave y tenso.

Una leve arruga de extrañeza se formó entre las bien delineadas cejas de Isobel. Bajó los pies al suelo y dejó también su taza, despacio.

—¿"Situación"? ¿Qué "situación"? ¿Qué quieres decir? —preguntó cauta, casi aprensiva.

La expresión de Jubal se volvió enojada y obstinada.
—Me has hecho marcharme, Isobel. Me has obligado a dejarte allí —extendió el brazo hacia un lado y señaló el suelo con el dedo índice, con énfasis—. A dejarte allí... para morir.

Las decididas palabras de Jubal de aquella mañana resonaron dentro de Isobel, dejándola temblorosa. *Si tú te quedas, yo me quedo*. No había sido el único, pero sí el primero. Necesitó un momento para recuperarse de aquello.
—Los demás no se habrían ido si tú te hubieras quedado, Jubal —se defendió, dolida—. ¡Y no iba dejar a tus hijos sin padre!

que hoy no podías hacer otra cosa. —El verde en los ojos de él relampagueó—. ¡Lo sé, pero no importa! —exclamó, casi fuera de sus casillas.

—¿Pero qué estás diciendo? —replicó Isobel desconcertada.

Respirando profundamente dos veces, Jubal hizo un esfuerzo por controlar su exasperación. La miró directamente a la cara. A Isobel le pareció que se inclinaba hacia ella y que desviaba la mirada hacia sus labios, pero fue apenas un instante, antes de que la fijara firmemente sobre sus ojos.
—Mira —dijo él con dientes apretados—, solo te pido —se inclinó hacia ella, ahogándose en los ojos negros de Isobel—, muy encarecidamente que, a menos que quieras que pierda mis cabales —se acercó aun más, su voz enronquecida por emociones mal contenidas. Todavía podía oír el temblor en la voz de Isobel llamándolo por su nombre, suplicándole que sacara a todos de allí—, no vuelvas a ordenarme que te deje atrás. Nunca. Jamás —concluyó sin aliento.

La intensa mirada de Jubal taladró a Isobel, implacable. Se lo quedó mirando boquiabierta, arrasada por el desconcierto.

Percatándose de que había terminado acercándose más a ella de lo que sería apropiado entre compañeros de trabajo, Jubal apartó la cara y se retiró. Bueno, ya estaba dicho. Debería sentirse aliviado, pero no lo hizo. Estaba dándose cuenta de lo que realmente podía significar lo que había verbalizado, aunque se empeñara en no querer reconocerlo.

Sacudió levemente la cabeza.
—Será mejor que me vaya —murmuró, abochornado.

Empezó a levantarse.

Isobel todavía no lograba aprehender del todo las implicaciones de las palabras de Jubal. Y eso la llenaba de una insoportable incertidumbre que exigía respuestas de manera acuciante. Lo agarró del antebrazo para impedir que se fuera.
—Jubal-

La cerradura de la puerta de entrada sonó con los chasquidos característicos de cuando es abierta.
—Isobel, cariño —llamó una voz masculina antes de cerrar la puerta de nuevo.

Para Jubal estuvo claro lo que significaba. No solo Isobel tenía una relación sentimental con ese hombre, fuera quien fuera, sino que iban en serio, o él no tendría las llaves de su casa. Sintió que el estómago se le convertía en plomo. Lo ocultó como pudo tras su mejor cara de poker.
También fue obvio que Isobel no había estado esperando su llegada: le soltó el brazo como si quemara, solo que la marca ardiente quedó en la piel de Jubal, y no al revés. O eso creyó él. No llegó a ver que Isobel se frotaba inconscientemente la palma de la mano contra la cadera.

Los dos estuvieron de pie cuando un hombre de mediana edad, alto y apuesto entraba en la sala.
—Ethan —lo saludó Isobel.

La expresión del tipo fue primero sorprendida de encontrar un hombre allí, luego brevemente suspicaz seguramente por ser cerca de medianoche, para inmediatamente después volverse reservada, mostrando buena diplomacia. Isobel se le acercó y lo besó en los labios. Jubal rechazó deliberadamente el pellizco que sintió dentro del pecho.

—Éste es Jubal, del trabajo —lo presentó ella.

—Encantado —dijo Jubal y ofreció la mano extendida.

Ethan hizo un gesto de reconocimiento.
—Oh, sí. Me han hablado de ti —respondió aceptándole el saludo.

No puedo decir lo mismo, pensó Jubal, molesto.

—¿Y tu vuelo? —preguntó Isobel, antes de que Jubal lo pudiera decir en voz alta—. Pensaba que habría despegado ya.

Estaba tensa. Cruzó los brazos sobre el pecho. No tenía por qué estar tensa. No es que tuviera algo de lo que avergonzarse, pero el último giro de su conversación con Jubal le había provocado una profunda inquietud, y sabía que se le estaba notando. Le irritaba tener que preocuparse por las apariencias.

—Lo han estado posponiendo por la niebla hasta que lo han cancelado —explicó Ethan—. Volaré mañana temprano, dentro de pocas horas, pero he preferido volver a dormir aquí, en lugar de esperar hecho un cuatro en el aeropuerto.

El asentimiento de Isobel resultó algo forzado. Jubal notaba que estaba nerviosa. No desaprovechó la oportunidad.

—Os dejaré descansar entonces. —Cogió su chaqueta y se fue hacia la puerta—. Es muy tarde. Ya he impuesto mi presencia demasiado rato —dijo intentando dar a entender que no había sido invitado.

Lo último que quería era que Isobel se viera en un aprieto por su culpa. Ethan e Isobel lo acompañaron a la entrada.

—Terminaremos de hablar mañana —dijo Isobel.

No, si puedo evitarlo. Cuando ya estaba en el pasillo, Jubal se volvió hacia Ethan.

—Cuídala —pidió—. Ha sido un día muy duro.

El afecto en su tono de voz conmovió a Isobel, pero a Ethan no pareció sentarle muy bien el comentario.

—Por descontado —replicó con arrogancia.

De camino a casa, Jubal no sabía si arrepentirse de haber ido a ver a Isobel. Lo había salvado de volver a beber, pero confesar que lo atormentaba haberla dejado sola frente a la muerte había sido un error. Y más sin tener claro qué suponía para él realmente. Seguía sin querer entrar ahí. Era demasiado alarmante.

Además, aunque sí se alegraba de haber estado ahí para ella en aquel momento difícil, tal vez no le habría hecho falta. Había asumido que Isobel seguía sola, que no tenía con quien hablar, que podría necesitarlo. Pero no era cierto. Un rasgo de soberbia que la existencia de Ethan había rectificado tan bruscamente como un bofetón. No quería pensar sobre ello, pero no sabía qué le pesaba más: que Isobel estuviera con alguien o que no hubiera confiado lo suficiente en él como para contárselo.

~.~.~.~

Nota del autor: Sip, aparición especial de Ethan para estropear el momento. Lo siento, pero quiero seguir el canon. Además, me pareció curioso que en FBI S03E09 "Leverage" Jubal supiera que Isobel tenía una relación con Ethan, pero no desde hacía cuánto tiempo, cuando para entonces Ethan e Isobel llevan ya meses juntos. Ésta podría ser una manera de explicarlo.