Ondas en el agua
Capítulo 4. Al rescate

Nota del autor: Isobel acude a apoyar a Jubal en el momento más difícil. Parece que Jubal ya no está tan abiertamente en negación, pero no es capaz de ver más allá de la máscara de formalidad que siempre presenta Isobel. Mientras, Isobel empieza a verse comprometida y se le da fatal interpretar a Jubal.


Durante y tras FBI S03E12 "Fathers and Sons", referencia a FBI S03E09 "Leverage"=

Había pasado ya un largo rato desde que todo el equipo hubiera regresado al 26 Fed, e Isobel se extrañó de no haber visto a Jubal entre los demás. Maggie también se estaba retrasando. Al preguntar a OA, éste le había dicho que ella y Jubal se habían ido pronto de la escena, juntos.

La preocupación en Isobel se agudizó. Aquella mañana, Jubal le había contado que su hijo tenía problemas de salud y que iba a visitar a un especialista. Él lo había intentado disimular, pero Isobel había sido capaz de captar un profundo miedo en sus ojos.

Mientras, el caso de Octavio Díaz con el que ese mismo día habían tenido que lidiar había sido excesivamente cercano. Jubal no había podido evitar implicarse demasiado. Había corrido riesgos importantes y casi se había dejado matar intentando convencer a aquel afligido padre dispuesto a cualquier cosa por salvar a su hijo enfermo.

Isobel se había visto obligada a llegar a ordenarle que diera la señal al francotirador antes de que terminara recibiendo un tiro. Se le alteraba el pulso de sólo recordarlo.

Cuando Maggie volvió por fin a la oficina estaba sola. Isobel le hizo una seña para que entrara en su despacho.

—¿Ocurre algo? ¿Dónde está Jubal? —le preguntó intuyendo que se trataba de algo malo.

—Lo he llevado a White Plains, a casa de sus hijos. —Maggie parecía muy preocupada también—. La verdad, no lo vi en condiciones de conducir.

—¿Qué ha pasado? —dijo Isobel temiendo cada vez más la respuesta.

La mirada acongojada de Maggie simplemente le encogió el corazón.

·~·~·

Al salir de casa de Sam y sus hijos, Jubal se quedó de pie en el sendero del jardín frontal sin saber muy bien qué hacer ni a dónde ir. Aún estaba un poco conmocionado y la pesadumbre lo asfixiaba.

Un coche aparcado junto a la acera encendió las luces de posición e hizo sonar brevemente el claxon. Lo sacó de su ensimismamiento. Jubal se acercó al vehículo, un SUV compacto de color azul oscuro. Para su sorpresa, en el asiento del conductor estaba Isobel. Fue entonces cuando reconoció su coche.

Isobel bajó la ventanilla del lado del copiloto y se inclinó sobre el otro asiento.

—¿Necesitas transporte? —le preguntó sin saludar.

Jubal tenía el aspecto aturdido de al que le ha estallado un explosivo cerca y aún le pitan los oídos. Claramente, no estaba en condiciones de tener una charla trivial.

—Iba a llamar un uber —contestó él con voz ronca, desconcertado todavía por la idea de haberla encontrado allí, esperándolo.

—Bueno, pues ya no te hace falta. Sube —dijo Isobel, sin darle otra opción.

Jubal obedeció, aún confundido.

—¿Cómo...? —preguntó tras cerrar la puerta.

—Maggie. Me ha dicho que te había traído ella. He supuesto que necesitarías volver. —Le puso una afectuosa mano en el brazo—. Siento mucho lo de Tyler —añadió mirándolo con conmiseración.

Asintiendo con torpeza, Jubal apartó la cara mientras se ponía el cinto. Obviamente, Maggie también le había contado aquello.

—Gracias...

A Isobel le angustió el solo hecho de verlo así de hundido. Recuperó su entereza, arrancó el coche y se incorporó a la calzada. Tenía que encontrar un modo de ayudarlo, como él había hecho no hacía mucho.

—¿Quieres comer algo? —planteó.

Seguramente debería cenar, consideró Jubal. No había comido en todo el día, aunque lo cierto era que no tenía hambre. Lo que el cuerpo le pedía a gritos era un trago. O dos.

O cinco.

Su hijo Tyler tenía leucemia y Jubal no podía soportar la idea del sufrimiento y las malas experiencias por los que iba a pasar, cómo afectarían al resto de su vida, al adulto que llegaría a ser... Si es que sobrevivía.

Llegados a ese punto, notaba que su fortaleza se derrumbaba por momentos.

—Debería comer, sí —respondió aferrándose a la poca que le quedaba.

Isobel condujo hasta una cafetería cercana. Hicieron el trayecto en silencio, y Jubal se lo agradeció mentalmente. Permanecieron callados al coger mesa y también tras hacer el pedido. Isobel esperó pacientemente a que se sintiera preparado para hablar.

Fue ya cuando Jubal se había obligado a comer la mitad de su plato, que se sintió un poco mejor y pudo mirarla a la cara. Ella le dedicó una media sonrisa de ánimo.

—Cuéntame —le pidió suavemente.

Jubal logró no echarse a llorar mientras le contaba que los médicos decían que lo habían pillado muy a tiempo y que el pronóstico era muy bueno.

—Es una buena perspectiva —intentó animarlo ella—. Tenéis que centraros en eso. ¿Cómo está Tyler?

—Está asustado, pero de momento no ha entendido las implicaciones. ¿Cómo podría? Es tan joven... El problema es que su madre y yo estamos aterrorizados. Creo que mantener la calma para no asustarlo más va a ser una de las cosas más difíciles que voy a tener que hacer en mi vida.

—Sí... Pero es muy importante. Mantenerlo esperanzado y decidido a curarse es vital —dijo Isobel, intentando que el propio Jubal se inclinara hacia el optimismo.

Él asintió con un nudo en la garganta. Cerró los ojos, abrumado. Se le escapó una palabrota.
—Lo que quisiera ahora mismo es emborracharme hasta perder el conocimiento —murmuró avergonzado—, pero también sé que sería fallarle a Tyler absolutamente.

Sintió que ella le cogía el puño, apretado sobre la mesa.

—No te rindas. Tú puedes con esto, Jubal. Seguro que puedes —afirmó Isobel con determinación mientras buscaba su rostro, intentando alcanzarlo de verdad—. Si hay algo que yo pueda hacer...

Él la miró. Se encontró que los ojos negros de Isobel transmitían una abierta confianza. El corazón se le agitó a Jubal en el pecho, como una inquieta criatura enjaulada. Había intentado ignorar lo que había allí desde el principio, y más cuando había sabido de Ethan. Pero en momentos como ése le resultaba simplemente imposible. Se forzó a enfrentarse otra vez a la realidad: Isobel era su superior y además tenía pareja. No había que darle más vueltas.

De repente algo lo preocupó.

—¿Ethan ha estado de acuerdo en que vinieras...? No quisiera que tuvieras un problema con él por mi culpa.

La expresión de Isobel cambió y se volvió reservada. Su mano se retiró. Jubal echó de menos su contacto de inmediato, pero consiguió no hacer nada por perseguirla.

—No te preocupes. Ethan rompió conmigo hace tiempo —confesó Isobel bajando la mirada.

Casi ya no era doloroso pensar en ello, pero seguía siendo humillante.

—¿¡Qué!? ¿Por qué? Bueno —retrocedió él enseguida—, no tienes que contarme si no quieres, por supuesto.

—Está bien. No pasa nada —lo tranquilizó—. Fue justo después del caso del senador Hoffman.

Con un suspiro, Jubal se echó contra el respaldo.

Ethan se había visto envuelto en un secuestro y en los turbios tratos del senador con la mafia rusa, pero solo porque trabajaba para él. Había resultado que era inocente, e incluso colaboró. Jubal aún se sentía algo culpable por haber estado tan dispuesto a apretarle tanto las tuercas al principio. De todos modos, el caso había abierto un abismo de desconfianza entre Ethan e Isobel. Jubal recordaba haber hablado con ella del tema, y haberse obligado a intentar aconsejarla al respecto, ignorando deliberadamente el daño que hacía eso.

—¿No- No aceptó tus explicaciones?

—No quiso escucharlas. No hubo segunda oportunidad —murmuró Isobel.

Para ella, la decisión de Ethan de dejarla fue en cierto modo comprensible, pero le había roto el corazón igualmente.

—Lo siento... —ofreció Jubal apenado por ella.

Y lo sentía, pero tenía que reconocer que más por el mal trago que seguro le había hecho pasar a Isobel, que por la ruptura en sí. Un tipo que no le daba ni la oportunidad de hablar no podía merecer la pena.

—Seguramente será mejor así —dijo Isobel encogiéndose de hombros, pero la soledad se hizo patente en su mirada de una manera tan cruda que las ganas de Jubal de abrazarla para darle consuelo fueron casi irresistibles.

Siguió comiendo un poco para no terminar haciendo algo inconveniente.

Mientras él comía en silencio, Isobel lo estudió, y rememoró cómo en aquella ocasión Jubal se había esforzado y había sido capaz de manejar la situación de manera absolutamente impecable: respetando su intimidad, pero protegiéndola todo lo que pudo, tanto ante el equipo como ante la peliaguda posición en la que estaba con Ethan. Jubal incluso le había sugerido, con tacto exquisito, cómo tratar después la cuestión con Ethan.

Isobel cada vez era más consciente de lo fiable y buena persona que era Jubal. Y cada vez era más evidente que aquello la llevaba emocionalmente hacia un lugar donde no debería estar. Más aún cuando él aparentemente no se dirigía hacia allí. Apartó aquellas inquietantes consideraciones de su mente. Eran una falta de respeto hacia Jubal y la dolorosa crisis por la que estaba pasando ahora.

—Hace varias semanas de aquello —dejó caer Jubal al terminar su plato—. No dijiste nada...

—No surgió el tema de conversación —explicó ella.

A Jubal le sonó a excusa, pero luego reflexionó unos momentos.

Tras saber que estaba con Ethan, en parte porque ella para empezar no había confiado en él y se había enterado de casualidad, pero sobre todo por pura autopreservación, Jubal había hecho lo posible por distanciarse de Isobel, reduciendo su interacción a exclusivamente lo meramente profesional. Era lo mejor, lo que no significaba que hubiera sido agradable en lo más mínimo. Pero ahora tenía que darle la razón: había estado evitando en general las situaciones en las que hablar de esos temas, y continuar la conversación que tuvieron en su casa en particular.

A pesar de todo, a su parte irracional le molestaba que, de nuevo, no hubiese confiado en él. Y por otro lado, era mejor no haberlo sabido o se habría sentido tentado de hacer alguna tontería, del tipo presentarse en casa de Isobel cerca de la medianoche y exigirle cosas a las que no tenía ningún derecho, como ya hizo la otra vez.

Jubal asintió y apuró su refresco. Una idea algo maliciosa se coló en su mente. Al poco, ya no se pudo contener.
—Sabes que me están entrando unas ganas terribles de decir que él se lo pierde, ¿verdad? —dijo mientras fracasaba en reprimir una sonrisa.

Aquello la hizo reír.
—Gracias —aceptó ella el cumplido.

Jubal estudió despacio su rostro.
—No, gracias a ti.

—¿Por qué?

—Por esto —Jubal hizo un gesto vago con la mano que aludió a que lo hubiera recogido, lo hubiera llevado a cenar y le hubiese ayudado tanto, sin que hubiera tenido siquiera que pedirlo. Estaba bastante seguro de que si Isobel no hubiera hoy acudido al rescate, muy probablemente habría tenido una recaída—. Por ser una amiga.

Con un poco de esfuerzo, Isobel logró que su expresión pareciera satisfecha en lugar de encantada. Tragó saliva disimuladamente.
—Las que haga falta —consiguió decir con naturalidad.

—Te tomo la palabra —replicó él levantando un dedo índice.

—Más te vale.

Jubal vaciló. Sabía que probablemente estaba dejándose llevar demasiado.
—Pues lo mismo te digo —se rindió al fin.

—Está bien. Es un trato.

No fueron conscientes, pero la mirada que intercambiaron les aceleró el pulso a los dos.

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