Se habían despedido con un beso rápido y un "estaré aquí cuando vuelvas", a lo que Draco respondió "más te vale". No sabía por qué, pero separarse de Nilak después de meses de verlo cada día lo hacía todo irreal, como si hubiera sido un sueño.

Nilak le había vuelto a ofrecer el traslador ilegal y, esta vez, lo había aceptado sin remilgos. No tenía tiempo de subir a un avión. No iba a dejar a su madre sola ni un minuto más de lo necesario.

Apareció en un callejón que, gracias a Merlín, reconoció. Estaba cerca de Knockturn y se encaminó lo más rápido que sus piernas daban de sí, aún con el traje de la boda, hacia el Hospital de San Mungo. Por suerte no eran ni las 6 de la mañana aún, en Londres, así que las calles estaban desiertas, salvo por algún mago rezagado o demasiado borracho como para reconocerlo, y las tiendas, cerradas. Su madre no podría haber escogido una franja horaria mejor para despertar.

Entró como una exhalación hasta la planta del hospital. Ve al doctor al final del pasillo, justo al lado de la puerta de habitación de su madre, aquella salita que conoce tan bien, por desgracia.

Draco utiliza ese par de minutos de conversación con el medimago para acompasar su respiración y poder entrar con calma y compostura para presentarse ante su madre. ¡Estaba despierta! Hasta que no lo viera, no se lo podría creer. En su cabeza la había enterrado mil veces, hasta había soñado con el funeral. Lo tenía planeado, con sus flores favoritas y la madera que iba a escoger para el ataúd. Se había preparado mentalmente para no entrar en shock o en estado de pánico si ocurría. Sin su madre, era capaz de perder la poca cordura que le quedaba. Que hubiera despertado, era un milagro en sí mismo, un renacimiento para ella, para él y para su familia.

Solo los años de educación y contención que le habían inculcado lo habían preparado para no abalanzarse sobre ella y abrazarla. Estaba más pálida de lo que recordaba y con el cabello demasiado desaliñado. Pero con los brazos abiertos y una sonrisa en los labios.

Si hubiera estado un poco más atento, conociendo a su madre, su comportamiento le tendría que haber resultado sospechoso. No por el hecho de mostrarse cariñosa, sino más bien por la situación. ¿Qué garantías tenía de que Draco era realmente él?

Así que, en vez de un abrazo maternal, cuando Draco se acerca a su madre, nota algo punzante en el cuello. Si la vista no le falla, le ha parecido un bisturí.

Su madre le estaba recibiendo apuntándole a la yugular con un cuchillo quirúrgico que vete a saber cómo había conseguido en menos de dos horas que hacía que había salido del coma mágico. Sí, esa era su madre. Una risa histérica se adueña de él, pero su progenitora sigue sin fiarse.

-Me lo tendría que haber imaginado. Yo también me alegro de verte, mamá. Te he echado mucho de menos. No sabes cuánto. – confiesa aún entre risas notando el punzón en la garganta.

-No voy a andarme con tonterías. Demuéstrame que eres mi hijo.

-Llevo el anillo familiar. – sube ambas manos en señal de rendición y para mostrar la joya, pero sabe que eso no es suficiente - Te encantan las peonias rosas. Tu comida favorita son los huevos Benedict. Te enamoraste de papá porque tiene la voz más varonil del mundo. Sé que tienes una mancha de nacimiento en el tobillo con forma de estrella. – está casi convencida, el bisturí ya no le toca el cuello y está aflojando los brazos – Ibais a llamarme, en caso de ser chica, Cassandra, porque tuviste un sueño en el que me llamaba así. Por eso pensaste, hasta el día que nací, que iba a ser una niña – ahora tiene los ojos llorosos y Draco aprovecha para hacer lo que ha venido a hacer de verdad: abrazar a su madre.

Se funden en un abrazo de lo más emotivo, ya sin arma amenazante. Solo se oye a Narcisa decir el nombre de Draco aliviada y contrariada. Seguro que aún se sentía muy confusa. Tenía tantas cosas que explicarle... Pero primero...

-Mamá, ¿qué es lo último que recuerdas?

-Me secuestraron, Draco. Salía de la tienda de pociones, ya sabes que siempre iba alerta pero me tendieron una trampa. Algún desalmado tomó multijugos para convertirse en tu padre y empecé a oír su voz. Sabían que si lo hubiera visto, habría sabido identificar si era mi marido o no. Pero solo escuchaba su voz y me empecé a estresar. No sabía si me estaba volviendo loca. Cabía la posibilidad de que fuera una trampa, lo pensé, pero ¿y si necesitaba mi ayuda? Seguí la voz durante lo que me parecieron horas hasta que bajé la guardia y me emboscaron. Eran seis, si la memoria no me falla.

-Eran...

-Sí, mortígafos, cariño.

-¿Reconociste a alguno?

-No, pero los encontraremos. Investigaré quién estaba en Azkaban para descartar.

-A lo mejor, si no reconociste a nadie, eran nuevos. ¿Una prueba de admisión, quizá?

-¿Por qué querrían atacarme a mí? Somos lo más parecido a unos aliados.

-Y a unos traidores. Lo he pensado mucho, mamá, y puede que quieran deshacerse de la Antigua Guardia. De hecho, no han sido pocos los ataques desde que estás en coma.

-¿Te han asaltado?, ¿estás bien? Esos malnacidos... Cuando los pille no quedarán ni los restos... - lo empieza a chequear con los brazos, como buscando heridas. Cosas de madres.

-Estoy bien, - la cara de desconfianza de su madre hace que se justifique - de verdad. Me tenías preocupado, eso es todo. – una sonrisa traicionera se ha colado en una punta de su boca. Y a su madre no se le escapa nada, nunca.

-¿Qué quiere decir esa cara? Dime que es algo bueno en este horror que estamos viviendo... El doctor me ha dicho que he estado dormida casi dos años – ahoga un sollozo al decir esto último - ¿Es una chica?

Draco rueda los ojos. Esa era la ilusión de su madre. Concebir un heredero con una pareja hombre era más complicado. Se necesitaba un costoso tratamiento mágico y una bruja dispuesta a gestar al bebé de ambos.

-Es un chico, mamá. Se llama Nilak... - se había empezado a ilusionar hasta que cae en la cuenta que no sabe el apellido de su casi novio. O sea, sabía que no pertenecía a ninguna de las antiguas familias de magos y, a esas alturas, eso no le importaba demasiado, pero por lo menos debería saber cómo se apellidaba el hombre con los ojos más bonitos del mundo. Y que hacía las mejores mamadas, por lo menos, del mundo mágico.

Darse cuenta de ello le había cobrado varios largos segundos de silencio que su madre había interpretado a su manera.

-Vaya, vaya... Así que Nilak. ¿Y de dónde ha salido? Por el nombre no me suena de nada. ¿Es extranjero?

-Lo he conocido en Alaska. He estado pasando una temporada allí. – su madre lo mira con cierto recelo. Entiende lo que está pensando, que vivir en Londres era demasiado peligroso, si no nunca se hubiera ido. Y razón no le faltaba.

-Oh Draco... Siento haber sido tan estúpida. Voy a encontrar a esos bastardos y van a desear no haber nacido.

-Vamos – corrige con vehemencia – vamos a encontrarlos. – Él también tenía sed de venganza, una especie de calor que le empezaba a abrasar la sangre de las venas. – Pero antes te tienes que recuperar. Yo tengo prohibido usar la varita hasta dentro de dos años. Tenemos ese margen de tiempo para preparar nuestro plan.

-¿Dos años?, ¿cuánto llevas sin varita?, ¿cuándo salió esa sentencia?, ¿cómo te han podido hacer eso? Saben que tenemos enemigos...

-Por eso mismo, mamá... Nos querían ver muertos. Tanto los del Ministerio como los mortífagos. Tienes que prometerme que irás con más cuidado. Me tenías tan preocupado...

-No tengo nada que prometer. No me seas condescendiente. ¿Cómo está tu padre?, ¿sabes algo de él?

Se siente unos golpes educados en la puerta. El doctor asoma la cabeza, lo que hace que Draco cierre la boca al instante. Ya seguirán hablando más tarde, en la intimidad. Y en Malfoy manor, a poder ser. Ahora que su madre había despertado, cada segundo que pasaba en ese hospital le revolvía más y más las tripas. Se sentía totalmente expuesto e inseguro. De nuevo. Ni siquiera había podido traer la escoba que le había regalado Nilak, era demasiado arriesgado pasarla a través del traslador.

...

A su madre no le hicieron más de dos o tres pruebas rutinarias para comprobar que su estado de salud era el esperado, dado lo insólito de su caso. Obviamente, todo el equipo del hospital había insistido en hacerle más pruebas para intentar averiguar cómo había despertado de ese coma y, ademá, después de tanto tiempo. Habían asegurado que las conclusiones que extraerían podrían ayudar a mucha gente. Por supuesto, Narcissa no estaba dispuesta a hacer de ratón de laboratorio y despachó a todas las batas blancas que se le acercaron con una maestría digna de reyes. De reinas, en este caso. Draco se limitó a sentarse y escuchar los pésimos discursos de los medimagos ante la radiante oratoria de su madre. A los Malfoy, el bienestar común nunca pasaba por encima del individual, era una abdsurdidad rotunda. Solo habrían accedido si hubieran sacado buen rédito de aquella acción pero, tal y como estaban las cosas, seguro les acabaría haciendo un flaco favor.

La primera idea de volver a casa fue rechazada rápidamente, en cuanto se pararon a pensarlo durante dos segundos. A pesar de que Malfoy manor se vanagloriaba de ser inexpugnable, la noticia de que Narcissa había despertado -casi resucitado- iba a correr como la pólvora. Iban a ser un blanco fácil y no querían que su casa se convirtiese en su ratonera. Así que decidieron arreglar el asunto pagando una suma absurda de galeones – ahora que su madre estaba en uso de sus facultades, tenían cuentas abundantes en paraísos fiscales que les venían de perlas en situaciones como esa- para conseguir unos papeles muggles falsos, con los que lograron viajar en avión -ahora sí, en primera clase- hasta las afueras de Versalles donde les aguardaba una antigua propiedad de su familia, un pequeño palacete donde habían veraneado algunas semanas cuando Draco era pequeño. Al fin y al cabo, Francia era como su segunda residencia y todos los Malfoy hablaban francés perfecto, por lo que era la opción más pragmática.

Pasaron un par de semanas en las que decidieron mantener el perfil bajo. Narcissa aún tenía que recuperarse, no disponía de varita propia (había perdido la suya durante el ataque) y Draco... en fin, era más inútil, mágicamente hablando, que un squib. Todo por culpa de ese maldito hechizo localizador.

Había aprovechado el tiempo para cuidar de su madre y ponerse al día con ella. Habían trazado varios planes de acción para recuperar la dignidad, fama y, sobre todo, el poder de años anteriores. Ahora que no estaba su padre, las estrategias a seguir iban a ser más políticamente aceptables, por el bien común. Por otro lado, habían contratado a un mago para que les pasara información sobre el estado de este en Azkaban. No podían cartearse, pero seguro resultaba más eficaz conseguirle un poco de chocolate y alimentos extra para sobrevivir a ese infierno.

Por lo demás, tendrían que maquillar algunos de sus principios y sumarse, sobre el papel, a la tendencia "somosamantesdelosmuggles". Cualquier Slytherin, en su sano juicio, estaría a favor de apostar por el caballo ganador, fuera del color que fuera.

Sin embargo, a pesar de haber estado tan ocupado, algo achacaba constantemente la mente de Draco. Ni siquiera las investigaciones que estaba realizando para deshacerse de su condición de mago amputado ni la notoria mejoría de su madre, evitaban que Draco se paseara por los salones de la pequeña mansión como alma en pena.

-Draco, si sigues suspirando de esa manera voy a acabar pensando que tienes asma. Y te puedo asegurar que desde niño has demostrado tener muy buenos pulmones.

-Yo no suspiro – patalea con terquedad.

-Y yo no soy idiota, hijo. En serio, llevas varios días arrastrando el cuerpo de un lado a otro. Pareces un fantasma encadenado. – abre los ojos y hace una pausa en su discurso. Es evidente que hay más- Ya ves que no hay amenazas a la vista y de momento lo mejor que podemos hacer es ser discretos. ¿Por qué no te vas unos días con el novio ese tuyo y te despejas? Estás todo el día pegado a mí como una lapa. Y te quiero, pero no es necesario ser tan pegajoso.

-Yo no soy pegajoso, madre.

-Más que la piruleta de un crío.

Ambos ríen por el tono exasperado de su madre.

-No quiero...

-Ya lo sé. No quieres dejarme sola. Pero te recuerdo que sé valerme bastante bien por mí misma, a pesar de mi desliz. – Draco va a hablar para seguir resistiéndose pero su madre se le acerca sin dar su brazo a torcer – Y no me hagas recordarte quién te enseñó casi todo lo que sabes – Le pone el dedo índice sobre el labio, en señal de silencio cuando el hijo se disponía a replicar – Por no mencionar que sin varita no me sirves de mucho, cariño.

-Eso es amor de madre – responde al fin, aún con la boca sellada. Lo dice en serio, a pesar del doble sentido de sus palabras. Draco sabe que, en realidad, lo que busca es verlo contento y no como si le estuvieran rondándolo espíritus malignos.

-Está decidido, entonces. Vete con ese muchacho y, si de verdad merece la pena, tráemelo para que le eche un vistazo – le guiña un ojo de manera coqueta. Aún no tiene el dominio corporal de antes pero cada día es más ella. Narcissa Malfoy en todo su esplendor. Draco piensa que todo lo malo que le ha pasado quizá es para compensar la suerte de tener una madre tan astuta y tan bella. Madre no hay más que una, dicen.

Así pues, solo dos días después se encontraba frente a Lemmini, con unas ganas locas de aporrear la puerta, donde sabía que estarían esos ojos verdes que lo miraban como si Draco hiciera girar el mundo.

No había avisado. De hecho, no había hablado ni con Nilak ni con ninguno de ellos desde el día de la boda. Se había centrado en cuerpo y alma a su madre. Y aunque no se puede decir que se había olvidado de ellos, pues pensaba -y se masturbaba- cada noche pensando en uno en concreto, había estado demasiado ocupado reorganizando su vida allí. Sabía que debía volver, así había quedado con su madre, además de realizar varios conjuros y pociones para mantener el contacto de alguna manera en caso de emergencia. Pero, a efectos, a Draco le esperaban unas estupendas vacaciones con su moreno sexy.

-Te ha estado utilizando, colega. ¿Es que no lo ves? Seguro que a estas alturas se está riendo de ti con sus amiguitos en su alijo de mortífagos.

Al oír esa palabra se queda paralizado frente a la puerta, con la mano alzada a punto para girar el picaporte. ¿Puede ser...? Todos sus sentidos se ponen alerta, su mente trabajando a toda velocidad, casi puede notar sus neuronas echando chispas, buscando una razón lógica.

-¿Es que no podéis confiar ni un poquito en mí?

Ese era Nilak. La mano de Draco empieza a temblar. Parece que su cuerpo reacciona antes que su mente. ¿Qué estaba pasando ahí?

-Hermione, por favor...

-Estamos preocupados por ti, Harry.

¿Harry?, ¿Hermione? Draco está seguro de escuchar de fondo la voz de Nilak, pero no consigue oír nada. En su cabeza se ha desatado una tormenta de imágenes que encajan como un puzzle. La cara de rechazo de Nilak cuando llegó, su rostro de incomprensión que fue tornándose amable, su mano amistosa, el asalto de los muggles aquellos...Y luego, las películas, las cervezas de mantequilla, las sonrisas, las caricias casuales, las mantas, el vuelo, los besos...

Un ruido seco le deja un pitido molesto en los oídos. Roto. Se ha vuelto a romper y esta vez en mil pedazos.

Su mente ata cabos. No sabe cómo pero Draco irrumpe en escena. Sus ojos ven aquello que acaba de imaginar. Son Hermione, la comadreja y Harry. Harry Potter. Con la ropa de Nilak, en el bar de Nilak. Pero es Harry.

Joder.

—————-

NdA: Acabo de terminar el capítulo y no he podido dejarlo reposar ni un día. Tenía demasiadas ganas de que llegase este momento.

El siguiente capítulo no sé cuando llegará porque solo tengo un pequeño fragmento escrito y la idea general en la cabeza. Deseo que pronto, en cuanto pueda.

De momento, ya tenemos a Draco hecho trizas y a POR FIN puedo escribir Harry en vez de Nilak. En serio, qué gustazo!!

Estoy pensando en escribir algún capítulo desde el punto de vista de Harry. Os gustaría?