Irrumpió en el bar como un vendaval. De hecho, hasta una oleada del característico aire helado de Alaska lo había acompañado en su entrada triunfal con ondeamiento de túnica incluido.

Y ahí estaban, ni más ni menos, que el Trío Dorado. Con la comadreja pelirroja a la derecha, la insufrible Granger a la izquierda y el flamante Harry Potter justo en el centro del bar, iluminados por un letrero de una famosa marca de cerveza que Draco aborrecía, trazando algún ridículo plan, como antaño.

No quería creerlo. No podía ser que hubiera sido tan estúpido.

¿Cómo no había visto antes que Nilak era… Harry Potter? Era imposible. Su mente no daba crédito a lo que estaba viendo. ¿Nilak se estaba haciendo pasar por Harry Potter, quizá?, ¿o era al revés?, ¿un hermano desconocido?, ¿un primo muy parecido, a lo mejor? Su cerebro estaba intentando encajar de alguna manera las piezas, pero solo encajaba una, la de que él, Draco Malfoy, había sido el ciego más ciego del mundo.

De golpe, como si lo hubiera atacado un puma justo en el pecho, revivió toda la historia desde que había puesto un pie en ese pueblo. Antes incluso de entrar a su cabaña, ya se había topado con él. Con Harry Potter.

Aquella escena donde el tontuelo se había quedado petrificado y tartamudo ahora tenía mucho más sentido. La desconfianza inicial también. La sensación que tuvo de que lo estaban poniendo a prueba había sido más real de lo que imaginaba. Seguramente Seth y todos los demás fueron avisados de que un mortífago maligno andaba cerca.

Y pensar que había dejado a su madre aún convaleciente por verlos a ellos, por verlo a Él.

Su magia furiosa empezó a hacer tintinear las lámparas colgantes y las estanterías del bar. Las mesas y sillas temblaban como un volcán a punto de estallar. Draco lo veía todo rojo, invadido por la rabia y el odio. Si no fuera por el fuego infernal que se había desatado dentro de él, se podría haber escuchado cómo se le congelaba el corazón como la hiel en invierno.

Ron y Hermione dieron un paso el uno hacia el otro. Seth tenía la piel pálida como si hubiera visto un fantasma, detrás de la barra, boquiabierto mirando a todos lados.

Harry no se movió. Era lo único que se mantenía en el mismo sitio, mirándolo fijamente. Quieto. Inmutable. Era como si la imagen que él tenía de Nilak y la de Harry Potter se sobrepusieran. Dos personas en una.

Su rostro hablaba por sí solo, pura pena y arrepentimiento, dos sentimientos que Draco nunca había aborrecido tanto hasta ese instante.

-Draco… - la voz rota de Nilak… No, de Potter, fue acompañada por un paso de éste adelante. Un paso tímido, dicho quede.

Draco no supo ni cómo logró levantar la mano para que el otro no diera ni un paso más. Que no se atreviese a decir nada o era capaz de invocar una Cruacitus en ese mismo momento aún sin varita, le costase la vida o cadena perpetua en Azkaban.

-Ni se te ocurra – No sabía cómo había pronunciado esas palabras pero por lo menos había sonado bastante peligroso. En realidad era debido al puño en la garganta que lo estaba asfixiando. De hecho, ni siquiera estaba seguro de si lo había dicho en voz alta o solo lo había pensado. En cualquier caso, sirvió para que esos ojos verdes parasen en seco su avance y se mordiera la lengua. Podría tragársela, ya de paso.

Quería matar a alguien o destruir hasta los cimientos de ese bar, pero, cada segundo que pasaba ahí se sentía más estúpido, humillado y engañado. Su magia seguía haciendo vibrar todo el local, pero el efecto sorpresa había pasado y los dos insufribles compinches del héroe habían sacado sus varitas con desconfianza, atentos a cualquier movimiento en falso de Draco para atacar.

Casi lo deseó. Deseó, por un instante, que lo hechizaran fuerte y lo fulminasen. Acabar con todo, con todo ese dolor y sufrimiento que le empezaba a desgarrar el alma con uñas y dientes, como si una quimera estuviera ensañándose con su corazón. Se planteó seriamente desatar esa magia pura contenida para acabar con aquella situación demente. Una voz en su interior, el instinto Slytherin que llevaba dentro, le recordó que sólo podría vengarse si sobrevivía. Y aún tenía a su madre. La acababa de recuperar y no estaba dispuesto a renunciar a ella dejándose atacar tan fácilmente.

En realidad, ya había visto más que suficiente. Sin varita y sin poder liarse a maldiciones allí mismo, no tenía caso seguir ahí de plantón. No había más explicación que la evidente. No había primos ni hermanos gemelos secretos. Era una absurdidad.

Sin poder hacer nada más, se giró con la mayor dignidad posible, abandonando el bar donde, hasta hacía escasos minutos, se moría por volver. Salió de allí jurándose a sí mismo no volver a pisar semejante suelo.

Obviamente, se dirigió directo a su casa. No tenía adónde ir y su mente no daba para trazar ningún brillante plan en ese momento. Una oscuridad que nunca antes había sentido le provocaba temblores en las tripas con un constante gorjeo y ganas de vomitar. Sin ningún pudor, corrió hacia una esquina a echar todo lo que había comido en las últimas horas. Por suerte, no era mucho. Y no iba a echar de menos la funesta comida de avión.

Su intención era pedir un taxi para volver. En cuanto se le ocurriese cómo porque no quería recurrir a ninguno de los muggles que conocía y que habían ayudado a perpetrar aquel engaño cruel. No podía fiarse de nadie. A estas alturas de la vida, debería haber aprendido la lección.

Tenía el teléfono móvil que le habían regalado pero no sabía usarlo y le faltaba aquello que decían que era importante… batería, o algo así. La verdad es que los temblores estomacales que sufría no le dejaban pensar con claridad así que, de momento, iba a atrincherarse en su cabaña hasta que se le ocurriese un plan mejor que incluyera, a poder ser, la manera de salir de allí para no volver.

Ni siquiera el tiempo parecía acompañarlo. La nieve perpetua de Alaska había dejado paso a una lluvia tan fría que parecía que las gotas pudieran atravesarle la piel como espadas heladas. Y el viento, casi huracanado, solo ayudaba a que las lluvia se moviese en todas direcciones, calándolo hasta el tuétano de los huesos.

¿Podía sentirse más miserable?

En cuanto encendió la luz, se dio cuenta de que aquello había sido una pésima idea. Todo lo que había hecho desde que decidió coger el primer vuelo allí lo había sido, pero, especialmente, ahora se refería al hecho concreto de entrar en esa ridícula chabola llena de recuerdos que lo azotaron, nada más entrar, al percibir los restos de Ni…

-Potter…

Aún en el dintel de la puerta, sin atreverse a entrar, estaba pasando revista a todas las cosas que evidenciaban la presencia del moreno. Sus botas de montaña, las botellas de cerveza y bolsas de patatas fritas, la maldita televisión, los plásticos de chocolatinas Twix que siempre le estaba trayendo… Incluso las dos escobas y la foto que le había regalado.

Había entrado pero aún no había cerrado la puerta, absorto como estaba con todos esos objetos que parecían estar chupándole la vida como si fueran dementores lanzándole imágenes de todos los besos, las caricias, la manera de agarrarse el uno al otro antes del orgasmo como si fuera el apoyo que lo anclara al mundo. Nunca se había sentido tan apoyado, tan acompañado, tan… jodidamente intoxicado de nadie. Sabía que se había dejado llevar, se había confiado, le había abierto parte de su alma y su corazón. No lo había confesado aún pero Draco sabía que se había enamorado por primera vez. Y esperaba que fuera la última porque dolía como los mil demonios. Nunca iba a volver a dejarse llevar así.

No oyó a Caos ladrar desde lejos, simplemente apareció fugaz, feliz y contento de verlo, arrollándolo, como siempre, haciendo que cayese de culo cerrando la puerta de un portazo.

Draco tenía los ojos muy abiertos, del susto y la incomprensión de todo aquello. Aunque, para incomprensión, la del perro, que lo miraba azotando la cola más feliz que un niño en tienda de chucherías.

No supo por qué, pero aquello fue la gota que colmó el vaso, el detonante para que Draco no pudiese controlar más sus emociones y brotasen unas lágrimas traicioneras que amenazaban con convertirse en una afluente hidráulica constante. Draco sintió náuseas de nuevo, al verse tan patético, y corrió para salvar su dignidad y vomitar en el baño.

Después de lo que le parecieron horas (aunque, seguramente, no fueron más que minutos), Draco había echado hasta los huevos Beneddict que había desayunado con su madre. Bien, ya no quedaba nada dentro. Estaba físicamente y metafóricamente vacío.

Empezó a sentir el cansancio de las horas de avión, junto con el revés emocional, lo estaban orillando a un estado más parecido a un zombie que a una persona. Sabía que lo mejor era dormirse, pero no quería ni tocar el sofá ni la cama sobre los que había compartido noches de sexo y amistad con…

Intentó dormir abrazado a la taza del vater pero no había manera. Aquello era sumamente incómodo y sumamente estúpido así que, al final, decidió acostarse y taparse con la maldita manta con el maldito olor del mago más maldito del maldito mundo mágico.

Unas horas más tarde, Draco despertó de pura hambre. Fijó la vista en Caos, que se había quedado con él en la cabaña. Por extraño que fuera, se había hecho un ovillo al lado de la chimenea que Draco no recordaba haber encendido.

No dejaba de preguntarse por qué. Por qué nadie se lo había contado. Por qué todos habían decidido, unilateralmente, que era una estupenda idea engañar al rubio turista de turno.

Una voz en su interior le recordó que a él lo llamaban Siqiniq, a pesar de que Draco había dejado en claro en más de una ocasión que prefería q lo llamasen por su nombre.

¿Debía haber supuesto que Nilak era otro estúpido apodo de allí, como Siqiniq? Aquello era mucho suponer.

Y hablando de eso. Hacía horas que se encontraba ahí solo y nadie se había dignado a visitarlo. ¿Asustado, Potter? Menudo Gryffindor de pacotilla. Debía habérselo imaginado. Seguro que ahora estarían los 3 riéndose a base de bien a su costa por haber sido tan ingenuo. Porque, por más que le daba vueltas, no conseguía entender el motivo por el que no le había dicho la verdad.

Vale, quizá su historia en común no era ni siquiera… Vaya, siempre habían sido rivales. Pero ambos habían pasado una guerra, a pesar de estar en lados opuestos. ¿No se suponía que todos habían perdido mucho y que la sociedad mágica debía aprender la lección y no tener prejuicios de sangre y toda esa propaganda promuggle que publicitaban desde el Ministerio, donde justamente trabajaba su preciosísima Madam Weasley-Granger? Pues vaya que les gustaba jugar sucio al Trío dorado. No tenían bastante con haber condenado a su padre a una muerte en vida, por no hablar de que nadie condenó lo que le sucedió a su madre. A él, lo habían despojado de varita obligándolo a exiliarse si no quería acabar siendo carne de cañón. Y ahora encima se la jugaban, pero bien jugada. ¿Salvador? Y un cuerno. No era más que un maldito cobarde y mentiroso que siempre se había creído superior moralmente. ¿Dónde estaba ahora esa moral intachable, eh?

Toda esa situación lo estaba agobiando demasiado. Había llegado allí para mantener un perfil bajo (y no morir asesinado o secuestrado) hasta que las cosas se calmasen en Inglaterra. Había asumido que debía confraternizar con muggles antes incluso de atravesar el cartel de Inovik lake. Se había resignado con la destartalada chabola y el puesto de camarero (¡camarero, él!). Y todo había salido bastante bien hasta que se permitió el lujo de sentir. En realidad, si lo pensaba bien, Nilak…o sea, Potter lo había estado rechazando constantemente. No quería que trabajase en Lemmini, ni que lo acompañase a las compras, por no mencionar que le había rechazado más de un beso… Pero también se había mostrado amable con él. Se habían reído y consolado el uno al otro. Y esos besos que sí se habían dado no dejaban lugar a dudas de que el otro lo estaba disfrutando. ¡Por Merlín! Si parecían dos animales en celo la noche del concierto (y las siguientes, le recordó la vocecita de su cabeza).

Por más que lo pensaba, aquello no tenía ningún sentido. Si era verdad lo que habían compartido, ¿por qué le había engañado así? La única opción era que no fuera tan verdad para el otro… Eso es lo que pasaba por haber bajado la guardia. Se había convertido en un pusilánime que perdía el culo por un moreno que había resultado ser el puñetero Elegido. ¿Podía tener más mala suerte?

Draco, a sus 22 años había permanecido en la misma mansión que el Señor Oscuro, había soportado sus torturas y las de su tía Bellatrix, había sido juzgado injustamente por el Wizengamot, había pasado 6 meses en Azkaban, le habían prohibido hacer magia, ¡por Merlín! De todo ese historial, nunca se había sentido tan roto y humillado.

Un golpeteo tímido lo distrae de sus pensamientos. Alguien pica a la puerta. Antes incluso de abrir, ya sabe de quién se trata. Reconocería esa firma mágica en cualquier lugar, esa brisa cálida que lo envolvía todo como una caricia. Ahora que caía, en Hogwarts, Potter nunca había desprendido esa magia. Claro que nunca habían confraternizado. Su magia era cálida también, pero como un fuego infernal que destilaba hostilidad, no esa brisa que aún le erizaba los pelos de la nuca (estaba bien jodido).

-¿Draco?, ¿puedo pasar?

Obviamente sabía que estaba ahí. No había manera de esconderse. De repente, una oleada de su antiguo orgullo lo recompone haciendo que dé un salto adelante. No iba a mostrar debilidad delante del Niño que vivió. Nunca lo había hecho y ahora no iba a empezar a hacerlo. Su mente (si no su cuerpo) recordó todas las peleas y animadversión y reaccionaba en consecuencia. Ya no era su casi novio Nilak, era el Niño que vivió para hacerle la vida imposible.

Recuerda el lema de Slytherin, echa mano de cualquier método para lograr tus fines. Y eso era justamente lo que iba a hacer. No se le había olvidado aún que él poseía la capacidad natural de ofender a Harry Potter. Más que el quidditch, ese había sido su deporte favorito en el colegio. Era imperativo devolverle el golpe para no sentirse tan hundido y ultrajado.

El moreno pasó una caja de Twix por dentro de la chimenea. Ni que fuera el puñetero Santa Claus de los muggles. ¿De verdad esperaba conseguir algo con eso?

-Lárgate – fue lo primero que salió de su boca. Poco elocuente, pero las putas barritas le habían provocado retorcerse de rabia y dolor. No se le había ocurrido nada más ingenioso (de momento) y se le acababa el tiempo tácito que existía para dar una respuesta a una pregunta directa.

-Draco, por favor.

Oír cómo pronunciaba su nombre, con esa dulzura insoportable, no le estaba ayudando nada. Respiró hondo, infundiéndose valor a sí mismo. Show must go on, decía aquella canción muggle, ¿no? ¡Oh! Por Salazar, ahora hasta usaba referencias muggles mentalmente. Debía volver con su madre cuanto antes, con los suyos, y olvidarse de toda aquella pesadilla de gryffindors variopintos.

Draco abrió la puerta con su máscara mejor estudiada de la historia. Potter torció el gesto, al parecer la reconoció. Muy bien, ¿quieres jugar? Pues juguemos.

-¿Qué quieres, Potter?

-Yo… He venido porque… - solo le faltaba balbucear. Los segundos se hicieron pesadamente largos y el elocuente Salvador seguía mudo

-¿Se te ha comido la lengua el gato?

-¡No!, ¡joder!, ¡lo siento, vale?! Todo esto…

Draco pudo notar cómo se le achicaban los ojos como cuando Potter lo fastidiaba hacía años. Él había pecado de ingenuo pero lo de ese mago era patológico.

-Ah, bueno, si te disculpas, ya está, no te preocupes. Podemos volver a ser amigos.

Potter pareció dudar sobre aquellas palabras. Aquello que antes le habría resultado adorable, ahora le parecía especialmente insufrible. Era imposible que no hubiera notado el sarcasmo que destilaban sus palabras.

-Ah, no, es verdad, que nunca hemos sido amigos. Eso hace que recuerde que sigo siendo Malfoy para ti, Potter. El nombre de pila queda reservado para… otra gente.

-¡No me jodas, Draco!

El rubio alzó una ceja pensando en el doble sentido de esa frase. Joderle es lo único que había hecho él, literal y metafóricamente.

-Malfoy, Potter.

-Draco

-Malfoy – insitió. No iba a dar su brazo a torcer. La magia de Potter se estaba agitando, como el aire que precede una tormenta. Eso resultaba más familiar. Contra eso sí sabía lidiar.

-Como quieras, Malfoy. Me da igual como quieras que te llame. Solo venía a… bueno, a disculparme. Lo que he hecho… ha estado mal, lo sé. Y punto.

-Bien. ¿y?

-Y… Si no quieres perdonarme lo entenderé. O sea, yo… nosotros…

Lo odio. Lo odio con toda mi alma. Lo odio como un vampiro odia los ajos o la luz del sol. Su cabeza solo podía pensar en eso. Porque lo demás era demasiado doloroso.

-Está bien. Lo entiendo. Hacíamos una pareja casi perfecta, ¿verdad?

-Su tono era cálido y suave, aparentemente sincero, como si estuviera dispuesto a aceptar esa estúpida disculpa. Draco le pone las manos sobre la mandíbula para levantarle la cara y que lo mire fijamente a los ojos. Era lo más difícil que había hecho en su vida, y mira que su currículum como joven mortífago era de lo más brillante, pero si había sido capaz de mentirle al Señor Oscuro a la cara, podía mentirle al mentiroso de Harry Potter. Y a sí mismo.

-¿Sabes cuál es el problema? Que no todos somos títeres del Salvador del mundo mágico - se separa. No puede seguir en contacto. Le arden las manos y los ojos. Espera que se traslade la rabia y no el dolor que está sintiendo, viendo ese océano verde – Para eso, búscate a otro. Tienes donde elegir. - se oye el lloriqueo de Caos, que no se ha separado de los pies de Draco desde que este ha abierto la puerta. Muy oportuno – Ahora, haz el favor de dejar de ponerte en ridículo y vete.

-No... - se le rompe la voz y se aclara la garganta. - No te creo, Draco. Sé que hay algo aún entre nosotros.

-¿Se puede ser más cabezón?, ¿qué tengo que hacer, qué tengo que decirle, para que me deje en paz? Una vez más, esto no pasaría si tuviera una varita. No estaría en este pueblo de mierda, en esta situación patética, hablando con el penoso más cabronazo del puñetero mundo mágico.

-Enemistad. Eso es lo que siempre ha habido y, gracias a tu estupenda actuación, es lo único que habrá. Así que, en vez de intentar pedir disculpas como un infantil gusano rastrero, sé un hombre y acepta las consecuencias de tus actos. Como hemos tenido que hacer todos.

Casi lo tenía. Podía ver la decepción en la mirada de Harry.

-No eres especial, Potter. – cada vez lo pronuncia con más ponzoña, como cuando era un crío en Hogwarts - No creas, ni por un segundo, que me has roto el corazón ni nada parecido. Eres un maldito farsante y siempre lo has sido. Así que, haznos un favor y desaparece de mi vista. - Harry ha abierto la boca, pero antes de que diga algo Draco tuerce el gesto, poniendo su cara más vanidosa y su voz más cruel – Para siempre, a ser posible. - dice antes de soltar un portazo.

Se apoya detrás de la puerta y se deja caer, con las manos cubriéndose la cabeza, completamente abatido. Caos se aleja para coger su juguete favorito, un calcetín de Draco al que terminó dando por perdido después de perseguirlo durante toda una tarde y se lo acerca, a modo de ofrenda. Draco levanta la cabeza frente al perro.

-Se lo merecía y lo sabes – le susurra – No voy a sentirme ni un poquito mal. Se merece todo el dolor que pueda sentir.

Caos le lloriquea como respuesta.

Ojalá llore él también y se ahogue en sus propias lágrimas.

Sus palabras le juegan una mala pasada y brotan más lágrimas de sus ojos al imaginarse al moreno llorando por él. Podría haber funcionado, joder.

-Vuelvo a tener vía libre para ahogarme en mis penas. – susurra adoptando de nuevo la postura inicial, con los brazos sobre la cabeza, hecho un ovillo.

Así es como se siente, como una pelota maltratada a la que han apaleado de lo lindo.

…..

Este capítulo va dedicado a Nassie-sars. Me hizo mucha gracia su comentario y por eso este capítulo lo he titulado así. Yo también tenía muchas ganas de que empezase este camino jajaja