Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 3
—Lo dejaste completamente inconsciente, Sakura. Diablos.
Ella le dirigió una sonrisa asombrosa a Sai.
—Iba a dispararme.
Él frunció el ceño, echándole un vistazo otra vez al hombre que roncaba suavemente, tumbado en la cama, bien resguardado en el Santuario.
—Creí que iba a arrestarte.
—Eso después de dispararme —le corrigió ella.
Su hermoso rostro se amargó mientras se giraba de vuelta hacia ella.
—No creo que me agrade este tipo.
Ah, allí estaba ese peligroso tono bajo. Sai la veía como la hermana pequeña que probablemente jamás quiso. Demonios, ella lo admiró toda la vida mientras pasaba tiempo mostrándole las cuerdas. Lo admiraba aún, incluso cuando sabía muy bien que sus habilidades eran superiores a las de él. Aun así, cuando algo realmente la amenazaba, lo cual no ocurría a menudo, el encanto masculino y su naturaleza fácil desaparecían. Sai podía ser absolutamente homicida cuando lo provocaban, especialmente tras lo de Ino.
Apenándose ante la idea de la hermosa Nephilim que Sai había amado profundamente, le golpeó su pesado brazo musculoso.
—Nah, no creo que realmente me hubiera disparado.
Eso no hizo nada para borrar el ceño.
—Será mejor que despierte pronto.
Sakura le echó un vistazo de vuelta al oficial, leyendo su nombre en la identificación. ¿Oficial N. Uzumaki?
—Apuesto a que su primer nombre es Naruto.
Él resopló.
—A eso se le llama ironía.
El Arcángel Michael, el santo patrón de los oficiales de policía, probablemente estaba rodando los ojos en algún lugar allí arriba o riéndose entre dientes. O, afilando su recta cuchilla y apuntando al cuello de este joven hombre. Los Arcángeles no eran muy amables con los Nephilim, aunque luchaban en el mismo bando del tipo grande allí arriba. Bueno, la mayor parte del tiempo.
—¿Todavía está inconsciente?
Levantaron la mirada cuando Bee entró a la habitación con una amplia sonrisa expandida en la tonalidad chocolate intenso que era su rostro. Sus rastas fibrosas estaban tiradas hacia atrás. Le dio un golpecito a Sakura en el hombro.
—Maldita sea, chica. Siempre tan especial.
Se encogió de hombros delicadamente, echándole un vistazo al oficial. Había estado inconsciente desde el momento que tocó el suelo. No había hecho un sonido mientras Bee y Sai lo llevaban de vuelta al Santuario. La mirada de Sakura se posó sobre sus nudillos inmaculados. Diablos, soy buena.
El tipo tenía que ser joven. Tal vez en los últimos años de los veinte. Algo caliente, también. Todos los Nephilim hombres eran atractivos. Tenían buena apariencia, cortesía de sus padres. Este tenía el cabello castaño rojizo bien corto, un estilo que le favorecía a la mayoría de los oficiales de policía. Cuando dormía, su rostro llevaba la calidad inocente y joven que sólo probaba que no tenía idea de qué era. Todos los Nephilim tenían una especie de dureza en ellos, incluso ella. La curva del cuello del hombre era fuerte y sus mejillas, esculpidas. Abundantes pestañas abanicaban aquellas mejillas. Tenía el rostro de un ángel.
Bee cruzó los brazos sobre su amplio pecho mientras inspeccionaba su más reciente adquisición Nephilim.
—Demonios, no puedo decir que no me sorprende que noquearas a otro oficial de policía.
Ella hizo una mueca. Sai estaba parado al lado de Bee. Inmediatamente, ella se movió hacia el otro extremo de la cama. Odiaba cuando se cernían sobre ella. La altura de los chicos era característica de su especie, algo que Sakura había perdido. Todos los hombres Nephilim medían más de un metro ochenta, eran prácticamente gigantes, mientras que ella era lo suficientemente pequeña como para que se la llevaran a la espalda como una mochila.
—¿Realmente crees que sea Nephilim? —Sai se dirigió a Bee. Sakura suspiró. —Tócalo y averígualo.
—¿Cómo un Nephilim podría sobrevivir tanto tiempo y no saber lo que es? —preguntó Sai—. Mejor aún, ¿cómo no fue influenciado por los Caídos?
—¿Cómo se supone que lo sepa? Anda, tócalo —insistió ella—. Lo sabrás. —Tanto Sai como Bee parecían dubitativos—. Sólo tócalo y termina con esto.
Bee se burló.
—Dios, no cuando lo dices así. Sakura le levantó el dedo.
Murmurando bajo su aliento, Sai se inclinó encima del hombre y lentamente posó la mano contra la frente del tipo. Sai se echó hacia atrás como si le hubiera dado una sacudida, un leve golpe de electricidad que explotaba cuando se ponía en contacto con otro Nephilim.
—Maldita sea.
Ella se balanceó sobre sus talones, sonriendo.
—Te dije que era Nephilim.
Bee sacudió la cabeza, en duda.
—Vaya, el hijo de puta tiene suerte, entonces, de que lo hayas derribado.
La sonrisa de ella se hizo ridículamente grande. Amaba que la halagaran. No lo hacían a menudo, estos...
—¡Sakura Haruno! ¡Trae tu culo aquí ahora mismo!
Sakura saltó con los ojos abiertos. Dos pisos los separaban y Kakashi había sonado muy fuerte. Sai soltó una risita, y ella le dirigió una mirada sucia.
—Gracias —murmuró.
Bee al menos tuvo la decencia de darle una advertencia—: Kakashi está molesto. No tienes idea de cuántos favores tuvo que pedir esta noche.
Sus hombros se cayeron a medida que se movía alrededor de la cama, lentamente. Sai la golpeó en la cima de la cabeza cuando pasó. Se giró hacia él, pero él se movió del camino, riendo.
—Los odio a ambos.
Bee se arrastró más cerca de la cama mientras ella se dirigía a la puerta.
—¿Sabes lo difícil que será entrenarlo a esta edad?
Se detuvo en la salida. Sería casi imposible. No podían entrenarlo. Era demasiado tarde. Lo mejor que podían hacer era llevarlo de vuelta a la patrulla y esperar que ocurriera lo mejor. Cruel, pero no había forma de que el Oficial Bonito pudiera hacer este trabajo y vivir para contarlo. Pero ese no era su problema.
Sakura caminó a través del pasillo tenuemente iluminado del nivel cinco, una unidad a cinco pisos debajo del edificio de oficinas del Santuario. Enterrado tan profundamente bajo el tercer edificio más alto de DC, nadie llegaba a este nivel sin ser invitado. Tomando el elevador, descendió al nivel siete donde Kakashi mantenía su oficina verdadera y casa. Estaba sentado detrás de un largo escritorio en forma ovalada, cubierto por un tono color cereza que estaba lustrado a tal punto que ella podía ver su reflejo en él. Sakura estaba muy familiarizada con él. Pasaba un montón de tiempo observándose el rostro en su escritorio mientras Kakashi la regañaba por las últimas artimañas que había provocado, o por Sasuke, especialmente por él. Se había convertido en el tema principal de la mayoría de sus sermones.
Se le trabó la lengua. Jamás le ocurría. A menos que fuera sobre su acosador no tan angelical, Sasuke, y cuando lo era, todo se iba al Infierno. Kakashi bajó el teléfono en silencio, haciéndole señas para que entrara a la oficina.
—Siéntate.
Era como si tuviera trece otra vez, y se sentó incómodamente, cruzando los brazos en su regazo como un niño que se comportaba mal. Era una adulta que podía deshacerse de una habitación entera de esbirros sin romperse una uña, pero nada de eso importaba cuando se sentaba frente a Kakashi. Tenía un aspecto especial cuando estaba enojado con ella. Usualmente comenzaba echándose el cabello hacia atrás distraídamente, luego metiendo los mechones más largos detrás de las orejas. Sus labios solían doblarse hacia abajo, y la perforaba con sus ojos azul pálido. Luego finas líneas se formaban alrededor de ellos, encuadrando su joven rostro.
No tenía idea de cuántos años tenía. Nadie que conociera lo sabía. Debía tener al menos unos varios cientos de años, aunque lucía de treinta. La misma edad que tenía el día que la había alejado, chillando y llorando, del cadáver de su madre. Ella tenía cinco.
—Sakura.
Se retorció.
—Kakashi.
—Primero que nada, ¿qué demonios llevas puesto?
Sorprendida, bajó la mirada a su cuerpo. Estaba usando lo mismo que antes.
—¿Eh?
—Estás cazando con una falda que apenas te cubre el trasero —remarcó.
Se enfureció a pesar de que sus mejillas flamearon.
—Discúlpame, policía de la moda, no me di cuenta que debía tener tu permiso para elegir lo que llevo puesto.
Él suspiró con cansancio.
—Sólo te estoy cuidando.
—No necesito que nadie me cuide.
—Eso puede ser, pero tenemos un desastre en manos. —Se inclinó contra su silla, pinchándose el puente de la nariz—. Sakura, sabes que las cosas se están calentando. Los Caídos están corrompiendo más y más Nephilim. Estamos perdiendo un número creciente de almas por ellos, y eso significa innumerables personas inocentes.
Sí que lo sabía. Los Caídos estaban agarrándose a los jóvenes Nephilim antes de que el Santuario pudiera ponerlos a salvo. Una vez que los Caídos los tuvieran, estaban perdidos. Corrompidos como los ángeles que los habían criado. Aquellos Nephilim se transformaban en esbirros y se convertían en lo primero que se suponía su raza tenía que perseguir.
—Lo último que necesitamos es quedar desprotegidos.
Sakura se movió, el cuero resonando debajo de su ligero peso.
—Lo sé.
—¿Sabes siquiera cuántos favores tuve que pedir? Azuma puso su cuello en el medio para que nadie se tuviera que cuestionar por qué ese joven muchacho no salió de su puesto.
Se movió nerviosamente en el asiento. Azuma se había enredado en el departamento de policía sólo en caso de que necesitaran a alguien en momentos como este. Pero los favores siempre eran pocos y difíciles de cubrir.
—Te enseñé a atacar y marcharte como el infierno. Es tan simple como eso.
Sus labios se fruncieron. Ese había sido el plan, pero su temperamento se había quedado con lo mejor de ella.
—Necesitas ser más cuidadosa —dijo despacio.
Lo que no había dicho colgaba en el aire entre ellos. Ella sabía que estaba recordando a Ino y lo que le pasó. Maldita sea, extrañaba muchísimo a su amiga. Ino y Sakura habían tenido una relación muy cercana. Ino era más grande que Sakura, habiendo aceptado el Contrato hacía décadas. Pero primero había perdido su corazón y luego su cabeza por un Caído.
Insensata, hermosa Ino.
Había tan pocas mujeres Nephilim. La mayoría de los niños nacían hombres, pero cada pocas décadas se producía una casta femenina. Además de Michelle, que había sido resignada a Nueva York, Ino había sido la única mujer cazadora en la sección de DC. El dolor de su pérdida todavía reverberaba a través de los pasillos del Santuario, y no había otro par de personas más afectadas por ello que Kakashi y Sai. Sakura sabía que Kakashi se culpaba completamente, creyendo que no la había entrenado lo suficiente. Parte de ella sabía que Sai estaba de acuerdo con él. Las últimas seis semanas habían sido duras, y la tensión entre los dos hombres sólo había crecido.
Kakashi descruzó sus brazos, soltando un suspiro larguísimo.
—Lo bueno de esto es que lo tenemos nosotros en lugar de los Caídos. No tengo idea de cómo sobrevivió tanto tiempo, pero recibirá el entrenamiento adecuado ahora, y será capaz de meterse completamente en su destino.
—¿Qué? —Salió disparada de la silla.
—Sakura —le advirtió él.
—No podemos entrenarlo. Es demasiado grande.
Kakashi frunció el ceño.
—Lucía de unos treinta.
—¡Sí! ¡Treinta años de absoluto desconocimiento de los Nephilim y los Caídos!
Levantó una ceja.
—Tú eres más joven que él.
Sakura balbuceó.
—He tenido años de entrenamiento, y acepté el Contrato. ¡No podemos entrenarlo con todo lo que está pasando!
—Encontraremos la manera. —Se detuvo, levantando la mirada— Mejor aún, tú encontrarás una manera.
Estaba a dos segundos de agarrarse el cabello y tirarlo.
—Estás bromeando.
Él sonrió.
—No.
—No puedes hacerme esto. No puedo entrenar a nadie. Sabes que no tengo paciencia. Soy mejor como cazadora.
—Sakura, eres genial como cazadora. Eres una de las mejores. Demonios, probablemente eres la mejor —admitió él—. Pero ésta es una orden.
Sus manos cayeron inútilmente a sus lados. Raramente le ordenaba algo. Sabía que no tenía sentido discutir.
—No seas hosca. —Se levantó y caminó alrededor de la mesa.
Ella notó que su ropa estaba arrugada. La culpa carcomió sus entrañas. Aquí estaba ella, añadiendo cosas a su enorme pila de preocupaciones.
—No has dormido, ¿verdad?
Él hizo una pausa, bajando la mirada hacia sí mismo.
—¿Es tan obvio?
Ella asintió. Francamente, lo había visto peor, pero había un cansancio que se aferraba a su piel.
—Es malo, ¿verdad? —susurró.
Él se inclinó contra el escritorio, estirando sus largas piernas, pareciendo estar eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Me temo que alguien nos está traicionando.
Quedó boquiabierta. De acuerdo, sabía que era malo. Sólo no había esperado que fuera así de malo.
—¿A qué te refieres?
Se alejó del escritorio y fue al gran gabinete que ocupaba un costado entero de la pared. Siguió sus movimientos. Curiosa, esperó en silencio.
—Alguien está dándole a los Caídos una lista de cada Nephilim del que estamos al tanto. También creo que la misma persona está activamente buscando a aquellos que nosotros todavía no hemos rebuscado. —Pasó las manos por la madera—. Sabiendo esto, rápidamente nos superarán en número a cientos. Son puros números. Toman más almas e infectan más humanos.
Y había tantas almas hoy en día… Aquellos que morían inesperadamente eran vulnerables a la persuasión. Aquellas pobres almas que se aferraban a cualquier esperanza de vida, incluso las falsas esperanzas que los esbirros les ofrecían. Invadían los cuerpos de los vivos, realmente creyendo que era una segunda oportunidad en la vida. Pero una vez que su alma se mezclaba con el huésped, las cosas caían rápidamente en picada. El humano se volvía algo marchito —las almas humanas avasallaban a ambos.
—Con los Caídos operando detrás de escena, donde no podemos alcanzarlos, nos queda limpiar su desastre una y otra vez.
Levantó la mirada.
—¿Sabes quién es?
Se puso cara a cara con ella.
—Eso es lo que me ha estado manteniendo despierto.
Ella inclinó la cabeza.
—¿Los Poderosos saben de esto? —Así es como llamaba a los ángeles o quien sea que mandaba en este juego.
—No me han hablado en un largo tiempo.
Eso hizo que ella hiciera una pausa. Kakashi era la única conexión entre los Nephilim y los Poderosos que estaban a cargo desde su noble posición. Siempre se los imaginaba posando sobre una nube llena de moral y pompa, tocando sus arpas de oro mientras observaban sus hermosos reflejos. A Sakura no le gustaban los ángeles, especialmente sus políticas. Ellos veían a su raza como una abominación que se había convertido, desafortunadamente, necesaria. Si alguna vez lograban erradicar a los Caídos y sus legiones, los Nephilim serían los próximos en su lista de golpes celestiales.
—Bueno, demonios —murmuró ella.
Kakashi chasqueó.
—Exacto. No menciones nada de lo que he compartido contigo sobre mis sospechas. Sólo el círculo está al tanto del tema. Quiero que se mantenga de esa forma.
El círculo consistía en los más viejos y habilidosos de los Nephilim en cada sección del Santuario. Estaban a cargo de varias cosas como temas disciplinarios, las más secretas misiones, y ocasionales eventos sociales que requerían su participación. En la sección de DC, eran Kakashi y Sai, Bee, y cerca de otros nueve Nephilim. Y luego estaba Sakura. Ella era por mucho la más joven, pero la más habilidosa. Tenía el hábito de recordárselos a todos.
—Por supuesto.
—Sólo mantén un oído al suelo por mí, y reporta cualquier cosa que parezca extraña. Ahora, vuelve al policía y asegúrate de informarle qué es. Te encontrarás con una resistencia, pero intenta ser paciente.
Arqueó una ceja pero no respondió.
—Usa a Bee y Sai para todo lo que necesites. Confío en ellos. Puedes también buscar a Yamato. —Soltó una sonrisa débil—. Mantén a Naruto fuera de la escuela. No quiero que los más jóvenes lo asusten. Sabes cómo pueden ser.
Sakura sonrió ante eso. La escuela alojaba jóvenes Nephilim de cinco a dieciocho. Los adolescentes eran los peores, y los más jóvenes simplemente todavía no habían desarrollado un sistema de auto- censura. Les agradaba por eso.
Kakashi le sonrió cariñosamente a la cabeza castaña rojiza que no llegaba a su pecho.
—¿Sakura?
—¿Sí?
—Sé buena. Y, Dios, por favor no lo mates.
—Sin promesas.
Dejó la habitación e hizo su camino de vuelta al nivel cinco, decidiendo que se había pasado esta vez. Su trasero había sido masticado peor que en el pasado. Halando de una aparente interminable cantidad de energía, dio un salto para subir las escaleras.
Danzo Shimura se apresuró a través del césped cuidado, respirando con alivio cuando vio la limusina del senador en su lugar designado. Era pasada medianoche, y todo lo que quería era estar en casa, en su cama, con su esposa.
Mañana estaría atiborrado de entrevistas, tediosas conferencias telefónicas, un bebé o dos que besar en la mejilla, y el tener que lidiar con el último escándalo del senador. Hacía malabares con el pilón de carpetas en un brazo, apenas manteniendo su flojo agarre en el café. Era por eso que estaba perdiendo el sueño. La cafeína a medianoche y otra dosis al amanecer eran una combinación miserable para su corazón. En la mediana edad y ya calvo, con la presión alta y una sospecha perturbadora de que estaba desarrollando una úlcera, Danzo había tenido un día de mierda. Las gafas de alambre caían por su nariz. Esta última aventura de seguro sería la perdición del senador. No había forma de que pudiera cubrir esto, y la perra de mujer que tenía el senador ya estaba llamando a los programas de rumores matutinos.
El político no podía mantener la polla en sus pantalones, y esa polla iba a llevarlos a todos a la línea de desempleo. Sin su trabajo, Danzo podría perderlo todo: el dinero, la ilusión de poder, la casa que su mujer amaba, e incluso a ella. Daría su alma para que desapareciera todo el desastre. El conductor dio un paso al frente, abriendo la puerta. Danzo le digirió una sonrisa tensa y entró. Apretando las carpetas y el café a su pecho, observó a través del asiento, esperando al senador o, al menos, a la puta de su secretaria.
El café se deslizó de sus dedos. Danzo amaba a su esposa de diez años, siempre había amado a las mujeres. Jamás se había cuestionado su sexualidad hasta ese momento. Destruyó su mundo.
El hombre era meticulosamente hermoso. Oscuramente exquisito, de una manera que bordeaba lo extraño. Su rostro era perfecto, y el azul de sus ojos prometían éxtasis. Danzo reaccionó a él de una manera que sólo su esposa había sido capaz de provocar. Necesitó aire, incapaz de escapar de la esencia del hombre y el vago olor a azufre. Los labios llenos del hombre se curvaron en una sonrisa ligera, como si conociera el efecto que tenía. Su brillante mirada se posó sobre el café caído, luego en Danzo.
—Hola, señor Shimura.
Ante el sonido de la voz del extraño, la cabeza de Danzo se astilló de dolor. Quería llorar y correr, pero no se podía mover.
—Puedes llamarme Madara. Estoy aquí para hacerte un favor.
Danzo comenzó a responder, pero su corazón quedó sujeto. Las carpetas se derrumbaron al suelo mientras agarraba su pecho, con ojos abiertos y respirando con dificultad. Observó al hombre, intrínsecamente sabiendo que le había causado el repentino dolor.
La sonrisa de Madara creció.
—Puedo hacer que el escándalo del senador desaparezca. Usted puede mantener el trabajo, la lujosa casa en la colina... y a su esposa.
Danzo aspiró mientras el aire en sus pulmones se expulsaba dolosamente.
—¿Qué... es usted?
Movió una mano desdeñosamente.
—Todo lo que debe hacer es devolverme el favor. Hay alguien que... necesito.
