Ni la historia ni los personajes me pertenecen.
Capítulo 7
Kakashi levantó la vista del enorme Libro de los Nombres. Era demasiado temprano para que estuviera despierto, e incluso lo era para Sai. Pero parecía como si Sai estuviera durmiendo tan poco como él. Deslizó la mano sobre el Libro, cerrándolo.
El Libro de los Nombres era exactamente como sonaba. Contenía todos los nombres de aquellos acogidos por los Caídos desde la creación hasta el presente. Cuando un Nephilim era creado, su nombre y locación aparecerían. Una marca emergería a su lado una vez que su madre moría. Era entonces cuando iban por el niño. Nunca tomarían a un jovencito de los brazos de su madre. Ni siquiera Kakashi sabía cómo trabajaba el Libro, o quién estaba detrás del conocimiento. Él era simplemente el lector, y sólo unos pocos de confianza eran enviados a buscar a los niños. Esperaba que un día pudiera confiar en Sai con tal deber.
—¿Dónde está Sakura? —preguntó Kakashi.
Sai se alejó de la puerta.
—En su casa.
Los ojos de Kakashi se cerraron brevemente. Esa chica sería su perdición. Desde el momento en que había traído a casa a la niña gritando, ella se había enganchado alrededor de su corazón.
—Traté de hacer que se quedara en el Santuario, pero ya sabes cómo es.
Kakashi se puso de pie, tomando una llave dorada de su bolsillo. Se acercó al armario, abriendo la mitad inferior.
—¿Eso está aún siguiéndola?
—Sí. —Las manos de Sai se apretaron en puños—. No sé qué se trae entre manos. Es rápido, así que cuestionarlo es casi imposible.
Colocó el eterno Libro en su lugar. La llave fue de vuelta a su bolsillo. Se giró hacia Sai.
—No vayas tras él.
Sai frunció el ceño.
—¿Entonces dejamos que haga lo que quiera con Sakura? ¿Es eso lo que estás sugiriendo?
—Sakura no es Ino. Sabes eso.
Sai se quedó inmóvil. Sus ojos se volvieron fríos. Pasó un minuto completo antes de que hablara.
—No me hables sobre Ino.
Sus ojos se encontraron con los del joven Nephilim. Una gran cantidad de arrepentimiento creció en él.
—Sai, yo…
—No me gusta donde esto está dirigiéndose con Sakura —lo interrumpió—. Así es como comenzó con Ino.
—No me gusta su obsesión con ella más de lo que a ti te gusta —respondió rápidamente—. Pero Sasuke nunca ha intentado hacerle daño.
—Tienes que estar bromeando —espetó Sai—. Eso es lo que el Caído le hizo a Ino. La siguió, la protegió, y se ganó su confianza, sólo para volver esa confianza contra ella. ¡No puedes confiar en él!
Las cejas de Kakashi se levantaron.
—¿Crees que lo hago? Confío en Sakura. Eso es lo que importa. Ella nunca sería tan tonta como para meterse con él.
Lo que había pasado con Ino colgaba entre los dos y había creado un abismo que siempre se mantendría. Kakashi sabía que Sai lo culpaba por permitir que Ino tuviera demasiada libertad. Justo como Sakura. Pero había cosas que nunca podría compartir sobre Sasuke. Ese ángel caído era la menor de sus preocupaciones en este momento.
Kakashi volvió a su escritorio. Las risas lejanas de los niños, y la severa maestra acallando su emoción, trajeron una sonrisa a su rostro.
—Estoy seguro de que no estás aquí por Sakura.
Sai asintió con rigidez.
—Guy vio a Madara anoche. Él estaba con el ayudante de un senador.
—Jesús.
Kakashi se frotó el puente de la nariz. Madara era uno de los primeros ángeles en caer, y por mucho, uno de los más peligrosos. Si había una jerarquía entre los Caídos, entonces Madara serviría junto con Lucifer. Con creciente preocupación de lo que se estaba desarrollando, animó a Sai para que continuara.
—El ayudante trabaja para el senador que ha estado en los periódicos por follarse a una secretaria, o algo así. Esta mañana, la historia salió diciendo que la secretaria había estado mintiendo, tratando de conseguir dinero del senador, y admitió que lo acusó falsamente. Que conveniente ¿no?
—Genial. —Estaba comenzando a tener dolor de cabeza sólo de pensar qué tipo de acuerdo había sido hecho para dejarlo ir tan rápido—. Entonces estoy asumiendo que Madara debió haber tenido parte en eso.
—Exactamente, pero, ¿por qué Madara estaría haciendo acuerdos? Podrías pensar que eso está por debajo de él, pero debe querer algo si es quien está susurrando en el oído del senador.
La inquietud se movió en las entrañas de Kakashi. Los Caídos se congregaban dentro y alrededor de la capital de la Nación por obvias razones. Había muchos jugadores de poder en DC para hundirles las garras, y el Santuario normalmente enviaba interferencias. Algunos se deslizaban de sus dedos y terminaban en las manos de los Caídos. Era una batalla constante. ¿Pero que Madara esté personalmente envuelto?
—Algo está faltando aquí. ¿Quién dices que lo vio?
—Guy. Él ha estado manteniendo un ojo en el senador y su ayudante —afirmó Sai.
Kakashi se acarició la barbilla con aire ausente.
—Asegúrate de que Guy tenga cuidado. Él no debe acercarse a Madara por ninguna razón.
—Me gustaría manejar esto. —Sai dio un paso hacia delante con los hombros rígidos—. Guy es demasiado joven para tratar con algo tan serio como Madara. Con tu… permiso me gustaría tener más detalles.
Sai tenía un punto, Kakashi debía admitirlo. Guy era demasiado joven para manejar al más viejo de los Caídos.
—Sí, eso estaría bien.
Con un gesto brusco, Sai se dirigió a la puerta, pero se detuvo. Un músculo apareció a lo largo de su barbilla.
—Sabes, si Madara está aquí, eso también significa que Danzo está de vuelta.
Como si Kakashi no supiera eso ya. Su mano se enroscó en el borde del escritorio. La madera crujió.
—Asegúrate de que Sakura no vaya a ninguna parte cerca de él.
—No creo que sea así de estúpida de nuevo. —Sai se pasó una mano por el cabello—. ¿Piensas que él iría tras ella?
Algo parecido al miedo apretó su corazón, llevándolo de vuelta a la noche en que realmente había creído que había perdido a Sakura.
—Haz que Guy mantenga un ojo en ella, pero no entres en detalles sobre el por qué. Ya sabes cómo es ella cuando se trata de Danzo. Eso puede disminuir el impacto de alejarlo de Madara.
El alivio se apoderó del rostro de Sai antes de que se fuera esta vez. Kakashi permaneció frente a su escritorio, perdido en sus pensamientos. La reaparición de Madara no presagiaba nada bueno, sobre todo con sus sospechas recientes de que uno de los suyos estaba traicionando al Santuario. Él sólo podía esperar que no involucrara a Madara.
Danzo miró con indiferencia las paredes de color beige de su estudio. Su esposa había insistido por semanas en la combinación de colores antes de asentarse finalmente en el tono terroso. Todas las pinturas que se había visto obligado a mirar lo habían vuelto loco. Se veían iguales para él, y sólo para evitar una pelea con su esposa, había escogido uno a ciegas. Danzo terminó odiando el color. Ahora parecía inútil. El archivo estaba abierto sobre la mesa. Una foto de un hombre de unos treinta años estaba adjunta a una hoja con información básica: nombre, fecha de nacimiento, y ocupación. Como si Madara aún no conociera esa información. La dirección era lo que Madara necesitaba. El maldito ángel había sido bloqueado de encontrar la ubicación del tipo por cualquier jodida razón celestial.
Él había hecho esto para averiguar donde vivía un maldito policía.
Danzo se pasó la mano por la frente sudorosa mientras miraba la pequeña pistola que guardaba en su escritorio por si había intrusos. Se atragantó con su risa seca. Pudo haber engañado a su esposa, pero nunca habría tenido el valor de dispararle a alguien. La idea de terminar con una vida sólo lo enfermaba. Dejando escapar un sollozo roto, palmeó la pequeña pistola. La religión nunca le había atraído antes, pero después de lo que había hecho… lo que había accedido a hacer… Todo para mantener el trabajo que odiaba, el poder que realmente no tenía, y una esposa veinte años menor que él.
—La he jodido —susurró en la habitación vacía.
Danzo lo había hecho, y lo sabía. Él había dicho lo que la cosa le había pedido. Luego este… impulso lo llenaba, montándolo con fuerza. No podía quitárselo ni podía alejar el canto interminable de sus pensamientos. Hazlo. Termínalo. Termina con todo. Hazlo. Desde el momento en que dejó esa cosa en su limosina había comenzado. No había más opciones, ni otro resultado final. ¿Había renunciado a su alma para qué?
El entumecimiento se apoderó de Danzo, un sentimiento de resignación llenó su corazón y mente. Miró hacia el arma en sus manos temblorosas y luego hacia la foto de su esposa y su joven hija. Sin apartar la mirada, puso el arma en su sien y tiró del gatillo.
Naruto movió la bolsa de la compra a su otro brazo mientras salía del elevador. Apenas recordaba levantarse, bañarse, y dirigirse hacia la tienda de la esquina. Una niebla surrealista se había apoderado de él anoche, y no se había levantado. Era sólo un jodido sueño, todo ello. Sí, se diría eso hasta que lo creyera. Porque cada vez que cerraba los ojos, veía la cara distorsionada del tipo y escuchaba ese horrible grito. Aún no tenía idea de lo que iba a hacer. Hacía más de una hora, se suponía que debía encontrar al idiota llamado Sai en el Santuario. No era como que le hubieran dado una opción. Sólo le dijeron que se presentara. Que se jodan.
Dirigiéndose por el pasillo hacia su apartamento, sacó sus llaves. Un repentino hormigueo en la base de su columna vertebral lo puso alerta. Su mirada se posó en la puerta. El estremecimiento incrementó, y todos los cabellos de su cuerpo se levantaron. Sacando su arma de fuera de servicio, le dio un codazo a la puerta. Se abrió un poco.
Mierda. Quitando el seguro, respiró hondo y entró.
Lo que vio fue como un golpe en el estómago y ganar la lotería en uno solo. Había una mujer hermosa en su apartamento. Anotación. Esa hermosa mujer no era humana. Fracaso. Sentada en su mostrador, como si perteneciera allí, Sakura extendió una pierna envuelta en cuero. Una breve sonrisa apareció, y luego estaba fuera del mostrador y frente a él antes de que pudiera parpadear. No había podido llegar al segundo parpadeo, y ella lo había desarmado.
Jesucristo, esa mujer era un dolor en el culo.
—No te enseñaron eso en la academia, ¿verdad? —se burló, girando el cañón del arma hacia él.
Él se aferró a su bolsa de compras, aunque quería estrangularla. Nunca había estado desarmado antes, y su corazón se aceleró ante el hecho de que ella ahora apuntaba el arma justo en su frente. Apretó los dientes.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Inclinó su cabeza a un lado, sonriendo dulcemente.
—Teníamos una cita hoy, ¿no es así? ¿Alrededor de las ocho? Eso fue hace una hora y media. No me gusta esperar.
Ignoró eso.
—¿Cómo entraste?
—Abrí tu cerradura.
—Eso es allanamiento de morada.
Ella sonrió.
—No me importa.
—Podría arrestarte en un segundo —amenazó en voz baja.
Sus labios se torcieron de nuevo.
—Me gustaría verte intentarlo.
La miró en silencio. Por la forma en la que sus ojos verdes brillaban y el hecho de que su brazo no vacilaba, él sabía que no estaba bromeando.
—No me gusta tener un arma apuntando mi cara.
—A mí tampoco, y tú sigues apuntándola hacia mí. —Su mirada bajó hacia la bolsa que estaba sosteniendo. Al mirar hacia abajo, él sacó una barra de pan de panadería, espagueti y salsa. Luego ella le dio la vuelta al arma, ofreciéndole el mango primero. —Hemos comenzado mal, ¿cierto?
Él la miró con recelo. Usando una blusa sin mangas y pantalones de cuero apretados que abrazaban sus piernas y trasero, se veía tan increíble como él sabía que podía ser. Curioso, ella era el tipo de chica que usualmente lo volvería salvaje. Pero todo lo que sentía era… diversión renuente.
Tomó el arma, deslizándola de nuevo dentro de la funda oculta.
—No tenías que venir aquí.
Ella lo miró descargar la bolsa.
—No viniste con nosotros. No teníamos otra opción.
—Siempre hay una opción —dijo él.
—El problema con la ideología es que estás pensando en el nivel humano de las cosas. —Se detuvo, frunciendo los labios—. Tú aceptas lo que soy, pero no aceptas lo que eres.
—No soy como tú.
Suspirando, colocó los codos sobre el mostrador.
—¿Sabes? Tu historia no es diferente de cualquiera de las nuestras.
Colocó el frasco de salsa en frente de sus manos y la observó de cerca. La masa de su cabello se había separado, cayendo hacia delante y dejando al descubierto sus hombros ante él. Tatuadas con tinta negra, dos alas brotaban desde la base de su columna vertebral. Por lo que él podía ver del intrincado tatuaje, cada ala se ampliaba hasta el borde de su hombro y luego se extendía hasta desaparecer bajo la banda de su blusa. Un repentino deseo de llegar al tatuaje y pasar los dedos sobre las finas líneas grabadas en su piel fue casi demasiado difícil de ignorar. Apretó los puños, luego tomó el espagueti.
—Dudo que nuestras historias sean las mismas.
Ella apoyó su barbilla sobre sus manos juntas.
—Déjame adivinar. Tu madre se suicidó. Nunca has conocido a tu padre. Blah… blah… blah.
Él se quedó inmóvil, sintiendo la piel entre sus cejas fruncirse.
—No vayas allí.
—Escucha, Naruto. Todos hemos estado allí. ¿Mi madre y la madre de Sai? —dijo en voz baja—. Todas nuestras madres murieron por su propia mano, y ninguno de nosotros hemos tenido la desgracia de conocer a nuestros padres.
Golpeó el recipiente de espagueti en la mesa. Los bordes de la caja se doblaron, regando fideos sin cocer por todo el mostrador.
—Mi familia es algo que nunca discutiré contigo.
Ella se echó hacia atrás, mirando los fideos.
—Sé que esto es difícil para ti. Sé que todos los huesos racionales en tu cuerpo me están diciendo que me joda, pero debe haber una parte de ti que sepa lo que eres. Sentiste que yo estaba aquí, ¿cierto? Lo sabías.
—¡Ninguna parte de mí cree que soy de maldita sangre mezclada con lo que sea! ¿De acuerdo? —Limpió los fideos del mostrador, y rebotaron al suelo—. Nunca voy a creer eso.
—No quieres creerlo, pero sabes que es cierto. ¿Quieres saber por qué tu madre se suicidó? ¡Es la misma razón para todas nuestras madres! Amar a un ángel —un ángel caído— las vuelve locas. Puede tomar días, o pueden ser años, ¡pero el final es siempre el mismo!
Él caminó alrededor del mostrador con las manos cerradas en puños.
—¡Sal de mi apartamento!
No se movió.
—¡Naruto, tienes que escucharme!
Se acercó a ella. Maldición, él era unos centímetros más alto y probablemente tenía cincuenta kilos más que ella, pero la cosita se mantuvo firme. Tenía pelotas. Él le reconocía eso.
—Sal…
Se detuvo, congelándose por ninguna razón, sintiéndose fuera de balance. Era la forma en la que se había sentido antes de abrir la puerta de su apartamento, pero peor. Peor que cuando vio al chico y lo escuchó gritar.
—Mierda. —Los ojos de Sakura se estrecharon en aberturas delgadas mientras metía la mano en su bolsillo, sacando su celular—. ¿Sai? ¿Dónde estás? Tengo al menos tres esbirros y, no lo sé, dos o tres poseídos. Sí, entiendo. —Cerró el teléfono, pasando junto a él—. ¿Las escaleras en el pasillo llevan a la azotea?
Él ya había sacado su pistola.
—Sí. ¿Por qué?
Sakura miró el arma.
—Espero que tenga el tipo de calibre que deja un gran agujero.
Sus entrañas se apretaron, y tragó. Había… algo viniendo. Maldita sea, lo podía sentir. La sensación se deslizó a través de él, dejando rastros de pavor. Pero el arma era un peso tranquilizador en su mano.
—¿Por qué?
—Porque esa arma no le va a hacer ni mierda a lo que está por venir. Necesitamos salir de aquí, y ahora.
