LIBRO II.

A primera hora Sage, el Strategos, les hizo subir hasta la cámara del Patriarca, a Zakros y a Ilias, empezó con un discurso de la responsabilidad y el respeto para continuar con la falta de compromiso de ambos.

Estuvieron escuchando sin parar el discurso que se le antojaba a Zakros como de un digno competidor de Demóstenes. Asentía de vez en cuando y negaba alguna que otra, arqueaba las cejas fingiendo sorpresa, Ilias se mantenía firme y no gesticulaba.

—Os lo advierto una última vez a los dos: no quiero que estén generando problemas en el puerto, además… no conforme con haberse largado sin permiso, se fueron hasta el puerto… y tú Zakros deja de poner cara de que no sabes de lo que te hablo.

—Entiendo, pero es que nos pareció prudente detener a ese pillo… porque… —trató de intervenir Zakros.

—¡No me interesa que les pareció prudente! Les requería aquí, no en el puerto, y por cierto es deleznable que Aspasia intentara cubrirlos.

Los dos bajaron la cabeza apenados y se retiraron en silencio, Ilias iba de mala cara, como siempre cuando le regañaban, así que sin darse cuenta ambos, ya habían bajado hasta el templo del León de Nemea.

—¿A dónde vas? —inquirió Ilias.

—A Géminis, necesito hablar con Aspasia…

—Ya, a ver cuándo nos volvemos a meter en líos.

—Espero que no sea pronto, quita esa cara cachorro, no es que los persas nos estén invadiendo. —Rio de su propio chiste.

—Capullo… ¡Jaire!

Jaire, Ilias.

Los pies de Zakros tomaron su camino y le guiaron solos escaleras abajo, hacia el templo de los gemelos, una vez ahí no supo bien si debía o no anunciarse, antes de que lo decidiera Aspasia salió a su encuentro, traía la máscara puesta, aunque no portaba la armadura, pensó que era una crueldad que le obligaran a andar con ella teniendo un rostro bellísimo.

—Zakros, ¿qué te trae por aquí? Pensé que estaban con Sage.

—Hola, en realidad si estábamos con él, ya sabes por lo de hace unas noches —comentó torpemente—, nada escapa a su agudo oído.

—Vaya, pasa por favor —le invito haciendo una seña de que le siguiera al interior.

Entró en silencio observando su andar tan delicado, casi gracioso, el pensar que aquella mujer, aparentemente tan pequeña, tuviese un poder tan catastrófico le aturdía, se quitó la máscara como siempre hacía cuando estaban a solas, le sonrió invitándolo a hablar, le acercó un vaso con zumo de frutas, tardó un momento en reaccionar embelesado como estaba en esos labios curvándose tentadoramente.

—Vengo a disculparme, por lo de la otra noche… lo que hice —soltó atropelladamente.

Ella le miró con curiosidad, ladeó la cabeza en ese gesto que a él se le antojaba ingenuo.

—No hay porque disculparse, simplemente fue algo que sucedió —se encogió de hombros—. Sabes que no hay rencores.

—Yo… realmente…

—No, fue sólo algo fortuito Zakros, no pasa nada, seguimos tan amigos como antes —arguyó la amazona con una sonrisa sincera.

El escorpión no supo si tomar eso como una verdadera ingenuidad o como una evasiva muy astuta, le había besado tres noches atrás cuando estaban a solas hablando de cómo serían sus vidas en un supuesto de "normalidad", ella le había correspondido incluso.

Ilias, Aspasia y él eran muy amigos, sin embargo Zakros sentía un cosquilleo extraño al estar cerca de ella, uno que no supo distinguir hasta mucho después y que una noche le confesó a Ilias, a lo que el león se rio diciéndole que no intentara una de sus conquistas audaces con ella. Lo cierto es que deseaba más que una conquista de una noche, soñaba despierto con sus labios, con tocar la piel de porcelana, fantaseaba con descubrir cada milímetro de piel, y esa noche sin poder resistir la besó.

Y ahora estaba ahí sintiéndose realmente estúpido, para ella aquel gesto no había sido nada, o al menos así se lo daba a entender, la decepción se dibujó en su rostro aunque disimuló.

—Bien, sólo quería dejar en claro esto… —murmuró maldiciendo para sus adentros.

—No pasa nada, ¿te sientes bien? No te ves bien —observó tocando su frente.

Ese simple toque le hizo dar un respingo en su asiento y se puso de pie.

—Estoy cansado es todo, gracias por escuchar, ahora me voy a meditar respecto a las buenas costumbres y las reglas —hizo una reverencia y dio la vuelta apenado sin esperar respuesta de ella, ciertamente era la primera vez que se enfrentaba a un no tan rotundo.

Y tal vez lo que más dolía era el hecho de que fuese su amiga, no era cualquier hetaira.

Le Iba mal llevando el rechazo graciosamente disfrazado.

Las cosas estaban por cambiar, antes de lo que pensaba aquel septiembre de 1718.

Una vez que subió con el peso de sus emociones hasta el octavo templo, se dejó caer en el clino clásico que tenía, casi a manera de exhibición, en la estancia. Suspiró como si en la fuerte exhalación de sus pulmones se borrara la dulzura de esos labios de satín.

La mano ágil se escurrió hasta la mesa buscando con los dedos la correspondencia, esa mañana tenía una carta que había dejado ahí abandonada, esperándole fiel como amante.

15 de Agosto 1718, año de Gracia de Nuestro Señor.

A mí muy querido Zakros en Atenas.

El pasado 11 de agosto finalmente la armada británica ha destrozado a su enemigo en cuestión: España. La flota del Gran José Antonio de Gaztañeta ha sido reducida a pedazos en el cabo Passaro, muy cerca de Siracusa, con esta gravísima derrota se ha doblegado finalmente a los españoles en su muy ridículo intento de hacerse con Sicilia. La corte española en estos momentos se encuentra derrotada, el correo va y viene de un lado a otro.

Los enviados del Santuario de Atenas han llegado con bien y recaban información importante respecto a ciertas perturbaciones entre la población en Italia, los mares a su vez se encuentran inquietos, pero de esto te hablaran más adelante; Paris y Lugonis, están infiltrados entre la población y tratando con algunos informantes británicos, españoles e italianos.

Lugonis se ha adentrado en Genga, ha descubierto una fosa importante que los pobladores llaman Grotte di Frasassi, ha regresado alarmado, para cuando recibas esta carta probablemente ya se encuentre de regreso con Paris hacia el refugio.

Como te darás cuenta este viaje de placer fuera de Francia me ha dado muchas satisfacciones.

Bendiciones.

Mademoiselle de Blois.

Dejó el papel cuidadosamente doblado tocando el sello de cera únicamente usado por la familia real de Luis XIV, no pasaba desapercibido el ligerísimo olor a perfume dulzón que desprendía la carta. Una sonrisa cínica se dibujó en su rostro, siempre era bueno tener contactos importantes a lo largo y ancho del mundo.

Se preguntó con curiosidad que era de lo que hablaba Mademoiselle de Blois respecto a Lugonis, Sage les había enviado de misión debido a cierto presentimiento que tenía acerca de los secuaces del Señor del Inframundo, decía que se fraguaba la siguiente Guerra Santa, pero no sería pronto.

Una de sus manos se posó en la cabeza, le daba vueltas.

De momento había relegado su situación medianamente emocional, si es que se podía decir que él tenía una emoción respecto a Aspasia. Bostezó perezosamente, aún era de día, media tarde, se quedó dormido en el clino y no despertó hasta que ya se había ocultado el sol y las teas del octavo templo estaban ya encendidas.

De hecho fue una sensación extraña: un nudo en el centro del estómago fue lo que le hizo abrir los ojos, se sintió objeto de estudio de Platón, si hubiesen vivido en la misma época, Platón mismo se habría regocijado de tener al vivo ejemplo del eros ouranos contra el eros pandemos.

—¿Qué demonios…?

Se quedó un momento sentado, afuera comenzaba a llover, Notos, el Viento del Sur, parecía no estar muy complacido, era una de esas lluvias con viento que parecían querer borrar a cántaros el malestar sobre la Tierra.

Zakros sirvió vino sin aguar en un vaso de cerámica, salió hacia las escaleras del templo, de cara al Sur, y libó con el vino dejando que éste escurriera libremente con el agua.

—¡Bienaventurado Notos, Viento del Sur!, señor, no destruyas las cosechas de estos pobres mortales que te respetamos y libamos.

Cuando bajó la vista hacia un charco de agua y vino que se formó en un escalón, la figura del mismo le llamo la atención, se disipaba y corría por el mármol escaleras abajo, parecía un rayo, tuvo un mal presentimiento.

—¿Qué me quieres decir…?

Siguió ese camino rojizo hacia abajo casi hipnotizado, mojándose en la fría lluvia, con los cabellos rubísimos pegados al rostro y la tela del kitón adherida como una segunda piel. Casi no veía los escalones, aunque la vista iba baja siguiendo el vestigio rojizo, no distinguía la forma de los escalones. Andaba al tanteo.

El templo de Leo estaba frente a él, había bajado por Libra y por Virgo, ahora estaba en el templo que ocupaba Ilias, se encontraba medianamente iluminado, sin anunciarse decidió hacerle una visita y determinar si seguía enfurruñado por la plática con Sage, fue un grave error no haber avisado que estaba por entrar…

Sus ojos verdes se abrieron como platos, sintió una arcada en el estómago y luego una lanza de hielo le atravesó la garganta dejándole con la boca seca y arenosa, desgarrado, hirviendo de rabia.

Ahí a solas, en la intimidad del quinto templo estaba Ilias abrazando y besando a una mujer con suma presteza, y por lo que deducía, con suma confianza; conocía ese cuerpo, esas formas, se sabía de memoria la cascada de cabello color miel que coronaba esa belleza espectacular: ahí estaba Aspasia.

Cerró los puños, preso de la rabia, quiso atravesar a ese mal amigo suyo con las quince Agujas Escarlatas de una sola vez, quiso arrancarle la piel canela a tiras con un tenedor para luego llevarse el cuerpo arrastrando en un carro falcado.

Ilias… su mejor amigo… su hermano, le había quitado a Aspasia de Géminis… por eso ella se había negado en redondo a hablar de aquel beso, ella había sucumbido a los dardos de Afrodita en compañía de otro.

Dio la vuelta sin querer mirar más y corrió como un rayo, se detuvo en el vacío templo de libra agarrado de una columna sintiendo el mareo en el cuerpo, corroído por el rencor y los celos hacia su compañero de la infancia, su confidente… jamás le perdonaría el haber ocultado hasta ese punto lo que sucedía.

—Tú lo sabías… tú sabías lo que sentía por ella…

Dos veces derrotado esa tarde el Arconte de Escorpión dentro del mismísimo Santuario…