LIBRO III
Perdió la noción del tiempo, recordaba haber subido hasta Libra y luego continuó hacia arriba, pasó su propio templo hasta el templo del centauro, después se introdujo por el pasadizo que él perfectamente conocía, salió del Santuario, camino, sin rumbo fijo, llegó a la Villa y sus pies le llevaron a una vieja taberna, oculta y de no muy buena reputación.
Ahí furioso bebió vino sin aguar, comburente quemaba su garganta, suficiente vino, suficientes mujeres, un poco de pelea, lo que fuera para olvidar aquella pérdida que le estaba destrozando por dentro, había perdido doblemente esa noche y ciertamente él no estaba preparado para perder, le iba mal.
Más agotado que tranquilo, emprendió el regreso entrada la madrugada, a medio camino, Zakros se que quedó pensativo observando los resquicios de la luna media cubierta por una nube errante y luego buscó en las estrellas, arqueo una ceja y negó, no sabía leer en ellas, pero era cierto… la constelación de Leo brillaba diferente… y una estrella más pequeña en su cuerpo resplandecía de forma curiosa.
Era el momento de enfrentar su realidad, y su realidad era que había perdido a su mejor amigo, quien le traicionó, y a la mujer de la que se había enamorado.
Se rio de su triste situación, reía de rabia, de frustración.
—Qué estúpido he sido, estúpido por haber confiado en él, y estúpido por haberme dejado llevar por ella…
Se reprendió a sí mismo.
Los siguientes días el corintio se dedicó a ejercitarse de sol a sol, lejos de la palestra en las regiones más inaccesibles de la Hélade, bien las conocía él, también solicitó audiencia con Sage, tenían pendiente cierto tema referente a su renuencia para aprender a observar las estrellas, su mejor alumno había sido Ilias, y él había sido un alumno mediocre, más bien desinteresado así que decidió que era un buen momento para retomarlo.
En resumen se estuvo escondiendo tanto de Ilias como de Aspasia, del primero porque no podría evitar verlo e írsele a golpes, y a la segunda porque se sentía traicionado y eso le dolía.
—Como te darás cuenta la Bóveda Celeste encierra muchos secretos y otros no tanto para quienes quieran descubrirlos… ¿Zakros… realmente estás aquí?— inquirió Sage mal humorado, aquella era la tercera ocasión en el mismo día en la cual el Arconte de Escorpión parecía perdido— ¿Esto te es de provecho o has encontrado gracioso quitarme el tiempo?
—No… yo… lo siento, pensaba… —el corintio volvió en sí de golpe, observándolo con sus profundos ojos verdes— ¿Realmente cree que allá arriba están las respuestas? —una de sus exquisitas cejas rubias se arqueo dando mayor énfasis a su pregunta.
El normalmente serio patriarca del Santuario tuvo un ataque de risa, una risa loca y contagiosa, Zakros se quedó de una pieza.
—Vaya, vaya… ahora resulta que el todo poderoso Zakros se encuentra pensativo al respecto.
—No es que me encuentre pensativo es que… hay personas que creen que lo escrito en las estrellas es definitivo, no sé si eso sea así, no estoy seguro, y tal vez yo mismo estoy buscando respuestas que no encuentro. —Declaró en voz baja, casi un murmullo.
Sage le miró, le pareció que justo en ese instante parecía un frágil niño, asustado y dubitativo ante la vida que tenía delante.
—Ser caballero no es fácil, y no, no siempre hay respuestas, yo creo que no todo está dicho pero hay cosas que son irreversibles.
—Lo sé, el mundo no es fácil.
—¿Qué sabes tú del mundo? Apenas eres un crío.
—No llevaré tantos años como Usted en él, pero la vida efímera no es fácil… todo es tan frágil.
—Haz dicho bien, todo es frágil… y de nosotros depende conservar aquello frágil y algunas veces reparar lo que ya se ha roto o empezar de nuevo, ¿no crees? —inquirió Sage moviendo curiosamente uno de los dos puntos violáceos en su frente, los que sustituían la carencia de cejas.
Zakros sonrió animado, no había sonreído en varios días, volvió a clavar el ojo en la mira del telescopio preciso y moderno desde el cuál estaban observando el manto estelar.
Pensó para sus adentros que Sage tenía razón, que de alguna manera tenía que tomar los cachos que quedaban de él mismo para tratar de enderezarlos y continuar, no se había detenido a pensar que la ilusión que tuvo malamente se convirtió en un motor, y ahora que ya no la tenía, se sentía un tanto desamparado, sin embargo llegó a la conclusión de que su vida como caballero no tenía nada que ver con sus aspiraciones románticas.
—Ha enviado a Paris y a Lugonis a investigar acerca de los Espectros, ¿no es así?
—Pareces bien enterado —aceptó el Patriarca observando directamente al cielo despejado—. Ha habido ciertas manifestaciones poco normales en estos días, aunque no siento la fuerza destructiva de Hades, creo que se fraguan sus fuerzas preparadas para la siguiente guerra.
Zakros se volvió a él, sabía que el tema de la Guerra Santa era delicado, ese hombre siempre fuerte, siempre digno, tenía un rictus de dolor al hablar de ello, tantos compañeros y amigos perdidos en esos tiempos, no le era desconocido que la cuenta de los doscientos cincuenta años aproximados para la resurrección de las fuerzas oscuras no le correspondían a su generación sino a la siguiente, muy probablemente a su discípulo y a los discípulos del resto de caballeros dorados.
Suspiró.
Nuevamente vino a su mente la imagen de Ilias hablando de su futuro sucesor.
Sacudió ligeramente la cabeza para apartar esas ideas de su mente.
—Algo no anda bien en donde decidió enviar a dos caballeros dorados.
—Solo fue una misión de reconocimiento, además, ¿cómo es que estás tan enterado?
—Tengo muchos amigos.
—Amigas dirás… —aseguró como sin importancia haciendo algunas anotaciones en su bitácora.
El corintio bajó la mirada como descubierto en plena travesura.
—No… me refiero…
—Cuando tú vas yo ya fui y vine Zakros, no eres ni el primero ni el último, ¿de verdad crees que no sé lo que hacen mis caballeros? Nada se me escapa, tarde o temprano llega a mis oídos, se te olvida que yo también fui un caballero dorado.
—¿Me va a decir que de vez en cuando rompías las reglas? —preguntó con sorna.
—No tanto como tú.
—Vale, Usted gana.
—Mañana espero que vengas más dispuesto a aprender, Zakros.
Se rio de la forma tan elegante en la cual le invitaba a marcharse, hizo una ligera inclinación y tomó la libreta de pasta rígida que llevaba consigo, donde hacía anotaciones, dio la vuelta para regresar a su templo.
De camino, mientras bajaba Paris y Lugonis subían, el segundo hablaba preocupado mientras el primero analizaba sus palabras, al fin habían vuelto de la misión, al parecer no habían perdido ni un minuto, apenas llegaron pusieron pies en polvorosa.
—¡Pero miren lo que ha traído Eolos consigo! Enhorabuena… Lugonis de Piscis y Paris de Acuario, debe ser una ilusión de Afrodita tener a tan bellos representantes de este refugio de frente…
Lugonis meneó la cabeza con la chanza y Paris más bien parecía cansado de escucharle decir que eran "bellos", mucho tiempo había tenido que lidiar con la insistencia de aquel hombre griego y su tenaz personalidad, así que prohibido como tenía cualquier acercamiento non santo se había hecho amigo de Lugonis, otro a quién le estaba prohibido cualquier tipo de contacto, no porque hubiese jurado un celibato, sino porque su persona en sí era mortal.
—Buenas noches Zakros, que Zeus te acoja en su divina gloria —comentó Paris—, en efecto, recién hemos desembarcado decidimos hablar cuanto antes con el Patriarca.
Paris casi tiraba de Lugonis para no entretenerse demasiado con su compañero, ya sentía la mirada lasciva del otro desnudándolo y casi poseyéndolo en las escaleras.
—Disculpa Zakros —murmuró el Arconte de Piscis.
—Id en paz, pareciera que vienen pisándoles los pasos un cortejo de hetairas furiosas, el viejo está en el observatorio.
Declaró caminando hacia abajo restando importancia a sus palabras y escapando antes de que Paris le diera una perorata acerca de que el viejo no era el viejo sino el Gran Patriarca, le gustaba esa obstinación de Paris, la última adquisición de Krest, el viejo maestro de Acuario, poseedor de todo el poder del agua y del hielo, custodio del conocimiento de los hijos de Ganímedes, para no romper con la tradición Paris era un digno representante de su casa, poseedor de una belleza sin par, su cabello rojizo eclipsaba el sol y sus ojos grises nórdicos eran la cosa más rara que había visto, pero Paris destinado a morir virgen parecía llevar sin problema alguno ese peso sobre sus hombros. Lugonis en cambio poseía un tipo de belleza más clásica, un perfil excelso, unos labios carnosos que a menudo sonreían, la cascada de su cabello castaño caía con gracia por su espalda y sus ojos azules también le parecían cálidos, invitaban a pecar, pero… ese caballero también había decidido no entregarse a los placeres, más por seguridad que por convicción, y ahí estaban los dos, como si nada.
—Zakros no tiene respeto por nada ni por nadie —profirío Paris.
—Zakros es en sí una falta de respeto para la vida misma... —comentó riendo Lugonis.
El rubio prosiguió escaleras abajo, sin embargo decidió tomar un atajo, una vereda escondida que sabía bien de memoria, la noche era joven, no le apetecía esperar a enterarse de que iba el asunto de aquella investigación en Italia ni tampoco tenía ganas de leer en su templo, pensó que no le caería mal bajar a la Villa a buscar higos con miel.
Mientras animoso destrozaba una varita de trigo entre los dientes como si el último aliento se le fuera en ello, un ruido tras de sí le sobresaltó y le hizo poner en guardia de inmediato, arrojó la varita de entre los labios y saltó con agilidad para encarar a quien sea que le estuviese siguiendo.
Su sorpresa fue mayor cuando se topó de frente con Ilias.
—Pareces más esquivo que Paris… hace días que no te veo.
—¿Me has estado siguiendo?
—No, iba a la Villa cuando me he dado cuenta de que tú también ibas para allá.
—Sigue tu camino entonces —cortó a regañadientes el corintio sin dejar de quitarle la vista de encima, la mirada furiosa, a duras penas contenida.
—¿Por qué te escondes?
—¿Te parece que me esté escondiendo?
—Me parece que estás más hostil que nunca.
—Te parece bien león dorado, ahora sigue tu camino o regresa por dónde has venido.
Ilias lo miró extrañado, pero sabía bien que sus palabras eran ciertas, notaba que Zakros estaba particularmente agresivo.
—¿Qué te pasa? Habla claro —lo retó cruzándose de brazos sin moverse del camino.
—¿Que sabes tú de hablar claro? No pienso decírtelo de nuevo: sigue tu camino o regresa por dónde has venido —Zakros que empezaba a perder el control incendiaba lentamente su cosmos, lo cual significaba que estaba dispuesto a atacar ante la sorpresa de Ilias.
Él lo había visto pelear antes, pero jamás se había visto en el papel del contrincante.
—No te entiendo… has sido tu quien…
Sus palabras se vieron interrumpidas cuando una aguja escarlata se incrusto a toda velocidad entre sus pies, el Arconte de Leo tuvo que saltar antes de ser alcanzado por la segunda aguja.
—Pensé que ya estábamos acostumbrados a ser atacados a traición Ilias, ¿no te parece?
Algo en las palabras del rubio no le parecían una broma.
—Zakros ya basta, ¿tomaste demasiado vino o has fumado opio? —ironizó.
—Estoy más cuerdo que nunca Ilias… traidor.
