LIBRO IV

Sage estaba plácidamente sentado en el trono de mármol del Patriarca, decorado ricamente con guirnaldas y algunas escenas festivas, no era cómodo, eso era verdad, pero tampoco quería poner en evidencia su lasitud al respecto.

Paris y Lugonis estaban delante de él postrados con una rodilla contra el piso en señal de obediencia, de inmediato les hizo una seña para que acudieran los tres a una sala contigua mucho más cómoda y no tan cerca de los guardias que pudieran escucharles, ambos entendieron y le siguieron.

—Por favor, siéntense, sé que acaban de desembarcar y en cuanto tocaron tierra han venido hasta mí… —les dedico una sonrisa aprobatoria.

—Nuestro deber es informarle de inmediato —contestó Lugonis.

Los tres tomaron asiento en los difros plegables que estaban disponibles, mucho más cómodos, hechos con la mejor madera y forrados con una tapicería fina.

—Hemos encontrado la gruta en Genga, a las afueras de Italia, los pobladores reportan una serie de sucesos extraños en los alrededores, incluidas las desapariciones de algunos aldeanos, primero pensamos que se trataba de simples habladurías chabacanas al respecto… —comenzó Paris, preocupado, haciendo una pausa para indicarle a Lugonis que continuara.

—La gruta se llama Grotte di Frasassi, mientras Paris recolecto información me adentré en los bosques y encontré la entrada, aquel bosque poseía una energía no muy agradable, la luz no penetra por entre las copas de los árboles, pareciera que algo oscuro le cubre.

—Como lo pensaba…

—Mucho me temo Señor que hemos dado con la entrada al Inframundo, al tratar de escabullirme por la gruta y acceder una resistencia maligna me rechazó, aunque no se trataba de nada peligroso en extremo, al continuar por los recovecos hallé restos humanos y animales, algunas piezas de viejas armaduras rotas y un camino muy profundo que conducía a los niveles más bajos de la gruta, no he notado una fuerza desmedida en su interior, pero si algo que se encuentra latente…

—¿Has llegado hasta donde se encuentran los sellos de Atenea?

—Así es, después de caminar trabajosamente por la caverna llegué a la puerta protegida por la Infanta, de los cinco sellos solo se encuentran dos en buen estado, lo que me hace pensar que algo tal vez ha escapado…

Sage se quedó reflexivo, se acarició la barbilla mirando al piso, si aquello que habían descubierto los caballeros era lo que pensaba… no tendrían mucho tiempo para contener a las fuerzas de Hades, le preocupaba que alguno de sus espectros se hubiese fugado, peor aún, alguno de sus Jueces.

—Parece preocupado, Eminencia.

—Lo estoy Paris, habrá que mantener vigilada esa gruta y estar alertas, por lo que han encontrado seguramente se trata de algún espectro que ha alcanzado a escapar o tal vez…

—¿Un Juez? —preguntó el francés.

—Lo dudo, en cuyo caso debe estar tan débil que difícilmente será un problema para nosotros, si es así tratará de encontrar a Atenea, pero ella no ha vuelto —tamborileó con los dedos sobre su pierna y regresó de golpe a la realidad alejando la duda de sí, tendría que consultar con Hakurei si también era de la misma opinión que él—. Agradezco que hayan venido cuanto antes a hablarme de sus hallazgos, vayan a descansar por favor…

—Entonces nos retiramos…

Ambos caballeros dorados salieron de la sala en silencio, era evidente que Sage ya estaba pensando en algo y más valía dejarlo con sus ideas cuando entraba en ese trance.

Justo cuando ambos bajaban las escaleras para llegar a Piscis sintieron el cosmos de Zakros incendiarse de golpe, Lugonis se quedó de piedra mirando al horizonte tratando de detectar que sucedía.

—¿Lo has notado, Paris?

—Sí, es Zakros… y el otro cosmos es de otro caballero dorado es… ¿Ilias?

—Parece que sí…

—Tal vez están jugando como siempre.

—Deberíamos ir a ver, me parece que Zakros no está jugando.

—¡Bah! Zakros siempre está jugando —Paris entornó los ojos pensando en que seguramente estaba de mal humor o algo similar.

En el camino terregoso…

—¿Traidor? ¿Cómo te atreves a llamarme traidor? Jamás he traicionado a la orden ni a nadie, por Hera, ¿qué demonios te ocurre?

—Tienes el cinismo de preguntármelo… ¡En guardia maldito fantoche de mierda!

Sin esperar respuesta Zakros lanzó sus agujas escarlatas directo a su compañero, mismo que las esquivó y le contestó con un potente rayo.

—¡Rayo de voltaje!

Antes de ser alcanzado el escorpión se movió a la velocidad de la luz y aprovecho para acercarse a Ilias, lanzándole un golpe malintencionado en el estómago empujándolo varios metros atrás.

—Jajaja ¿Y piensas que con tu lucecita podrás hacer algo? Tonto… —el corintio aprovechó la distracción para ocupar su restricción y mantener inmóvil a Ilias, caminó hacia el regodeándose de tenerlo a su disposición, con el aguijón de su mano derecha preparado—. Confié en ti, pero eso no te importó…

—Pero qué… ¡Cabrón! ¡Kìnaidos!

—Tú sabías lo que yo sentía por ella, yo te lo dije una tarde…

—¿Ella? ¿De quién…? —Ilias tuvo un el presentimiento de que sabía de qué era de lo que hablaba, pero tuvo miedo de pensar siquiera en ello.

—Te has quedado callado, así que sabes de qué te estoy hablando —una sonrisa torcida atravesó el rostro de Zakros, sus ojos brillaban—, la noche de la tormenta los vi en el templo del León de Nemea, confiaba en ti, eras como mi hermano… pero ¿Sabes? La culpa la tengo yo por haber sido tan imbécil…

El corintio tocó el rostro de Ilias con su aguijón haciéndolo sangrar copiosamente y luego llevándose el dedo a la boca para lamer su sangre.

—Simplemente sucedió Zakros… ni siquiera lo había planeado… Aspasia y yo…

—¡Cállate!

—Zakros, quería decírtelo pero no sabía por dónde empezar…

—Ja, y ¿Qué me ibas a decir? ¿Qué llevara las flores tras ustedes como una canéfora? No me jodas Ilias… hasta el poderoso León de Nemea fue derrotado por Heracles… ¿Qué se siente estar ahí doblegado sin nada más que hacer? Tal vez vista tu piel…

Ilias guardó silenció observándolo, sabía que hablaba en serio, que no se andaría con medias tintas y que de un momento a otro lo atacaría con su aguja escarlata, sin embargo, Zakros inesperadamente interrumpió su restricción y bajó la guardia ocultando su aguijón, el león cayó de rodillas recuperando el resuello por el esfuerzo de luchar contra la inmovilidad a la que lo habían sometido, el otro le miraba con desprecio.

—Te perdono la vida Ilias, perdono tu miserable existencia por lo que una vez fuimos y por ella, porque sé que Aspasia sufriría… márchate… recuerda siempre que esta noche tu vida estuvo en mis manos y que a pesar de tu traición yo te perdoné, en adelante considérame un enemigo…

—Zakros…

El escorpión se dio la vuelta dejándolo ahí de rodillas, humillado, aunque lo había encarado y había descargado su furia, esa parte de su corazón, la que estaba herida y sangraba por dentro, jamás se recuperaría, la pérdida había sido por dos…

Ilias pensó que si bien Zakros tenía razón, él tenía un destino que cumplir, y esa mujer era parte de él.

A mitad de ese mes de septiembre de 1718 después de los desafortunados acontecimientos entre Ilias, Aspasia y Zakros, el nemeo tomó una decisión, la vida con Zakros, rabioso como un animal salvaje, ya no era tolerable, y aunque jamás hizo extensiva su violencia hacia Aspasia no volvió a dirigirle la palabra lejos de saludarla de acuerdo al protocolo cuando se la encontraba, ella parecía cada día más preocupada por la situación entre él y el escorpión, así que sin mayor dilación solicitó audiencia con Sage.

—Ilias, que sorpresa, ¿qué te trae por aquí? Hace tiempo que ya no vienes conmigo a observar las estrellas —dijo Sage, sabiendo justo que preguntar.

—Lo sé Strategos, últimamente me encuentro inquieto, no voy a alargar más de lo requerido esta charla, no deseo quitarle su tiempo así que iré al grano.

—Entiendo, y ¿se puede saber qué es lo que te ocurre?

—Tengo esa sensación… la naturaleza me lo dice, el viento me lo susurra, lo siento en la tierra, las cosas no están bien, los secuaces de Hades no tardarán en aparecer, por eso he venido a pedirle que me deje ser el guardián de la fosa.

Sage arqueó una ceja y lo miró extrañado, algo no le cuadraba, pero Ilias era de los que no soltaban prenda.

—Me estás pidiendo que te envíe a una misión interminable.

—Le estoy pidiendo que me deje proteger a la Tierra que aún no recibe a Atenea.

—No puedo darte esa responsabilidad Ilias.

—¿Por qué no? —preguntó ofendido.

—No dudo de tu poder ni de tu capacidad, pero tú sólo no podrás contener lo que está ahí encerrado, los sellos que aún están enteros nos dan tiempo suficiente para esperar y recibir a la diosa.

—Pero…

—Ilias ¿por qué realmente te quieres ir? ¿Qué va a pasar con el pequeño Sísifo?

—Porque no puedo estar aquí… Sísifo es un niño, cumplirá cuatro años, es aún muy joven, dudo mucho que me eche en falta —admitió.

—Me contestas con un paradigma, pero bueno, hay algo que sí puedes hacer… —salió un momento de la cámara principal y fue hasta su biblioteca personal, trajo consigo una serie de cartas, textos y notas, se las dejó en las manos.

—¿Qué es esto, Señor?

—Se trata de una recopilación muy extensa de sucesos extraordinarios por toda Europa y Asia, suscitados muy probablemente por aquel o aquellos que han logrado escapar de la prisión, tu deber será resolver en la medida de lo posible cada uno de ellos… —se detuvo para observar su expresión, sabía que le estaba dando trabajo para muchos años y quería estar seguro de que Ilias no se amilanaría.

El nemeo tragó saliva y lo miró asintiendo.

—Que así sea entonces.

—Pasarán muchos años antes de que le veas fin a esto, espero que entiendas que no es una labor sencilla y que una vez que empieces no podrás parar.

—Llevaré a cabo esto de principio a fin, Señor.

—Entonces que Atenea te guarde, Ilias Arconte de Leo.

El joven se marchó en silencio, llevándose consigo la pesada carpeta de cuero que contenía la información recopilada de mucho tiempo atrás, bajó las escalinatas despacio como despidiéndose, cuando llegó al templo del escorpión se quedó un momento ahí callado, tuvo ganas de decirle a Zakros que al fin se iba, que ya podía parar de vivir enojado, le hubiera gustado decirle que aunque no lo creyera, lo extrañaba, se había vuelto un caballero sarcástico, desinteresado, desenfrenado, sexo, alcohol y opio, era raro verle sonreír. Siguió su marcha hasta Leo en donde guardó sus pocas pertenencias y escribió una nota para Aspasia, brevemente le decía que se iba un tiempo, que no sabía si volvería, que le extrañaría, no tuvo el valor de decírselo de frente.

Dio un beso breve en la frente del niño que dormía en la cama.

—Hasta pronto Sísifo…

Se perdió en medio de la noche, en la quietud del refugio.

Sierra Nevada, al Sur de España

Entró a paso lento hasta la habitación escasamente iluminada por las velas, ahora sí casi no cuenta su hazaña, llevaba el brazo derecho y la pierna izquierda heridas por la espada, sangraba copiosamente.

El joven se quitó el sambenito y la coroza de la cabeza, lo que más le molestaba era usar esa mitra de tela gris, decentemente llamada coroza, se había vestido para la ocasión, rio a carcajadas de la cara de estúpidos que habían puesto todos.

Como muchas veces, había bajado al poblado de incógnito para enterarse de cuándo se llevaría a cabo el Auto de Fe, estaba especialmente preocupado puesto que la joven doncella con la que había sostenido una aventura había sido acusada de brujería, y sabía perfectamente que le habían dado caza a ella para llegar hasta él, sobre su cabeza pendían más de una docena de acusaciones por parte del Santo Oficio, por hereje, sodomita, perjuro y de más.

Toda una vida dedicada a la buena vida y a los placeres, aunque con todo, jamás había descuidado su entrenamiento ni su armadura, es verdad que era un caballero dorado un tanto… permisivo, pero al fin caballero.

Nadie parecía entender que aparte de cuidar de la Tierra, él debía cuidar de su gente, de su España, tan lastimada, tan castigada por aquel Santo Oficio que de santo no tenía nada, él había visto desangrarse a la población por nada, pero parecía que a nadie más le importaba, sólo a él.

Así que había tomado la decisión de él mismo hacer justicia, ser un paladín de la justicia para aquella tierra olvidada, aunque de paso se había metido en muchos problemas.

Los mechones de cabello mojado de sudor, negro como el azabache, caían por su rostro desordenados, en contraste con ese cabello tan oscuro su piel blanquísima, nívea, resaltaba el cuerpo esbelto, musculoso por años de entrenamiento, la combinación era rara, se llevó un vaso de agua a los labios y bebió hasta el fondo, los labios mojados por el líquido parecían sugestivos, los ojos grises como el acero buscaron sobre la mesa la carta del Santuario.

No tuvo ganas de abrirla… aunque ya sabía el contenido, quería releer para saber si era verdad lo que había ahí.

La dejó de lado y sacó un botiquín para curarse las heridas, la refriega de esa tarde había sido complicada, había liberado a todos los inocentes, incluida a la doncella, y cuando estuvo seguro, a punta de espada cazoleta, de que todos eran libres, emprendió la huida hacia la sierra. Una vez que se hubo curado volvió a la carta.

La tomó entre sus dedos y suspiró.

Dentro del sobre venía una copia, réplica exacta a mano de la Inquisitio Haereticae Pravitatis Sanctum Officium, es decir de la Inquisición, esta incluía la condena para Sagramore por hereje, por apartarse de los asuntos de la Iglesia, por ser socialmente subversivo y por brujería, por aquella cuestión de tener el poder de cortar con su cuerpo, reconoció el sello de la Inquisición, la corona española, con la cruz, la espada y la vara de olivo, anexa venía otra carta, de Sage, del mismísimo Patriarca del Santuario.

Le había anexado esa copia para hacerle saber que estaba al tanto de la persecución en torno a él.

5 de septiembre 1718, Atenas, Grecia.

A Sagramore, Santo Dorado de Capricornio.

Salud y bienestar.

Una vez que recibas esta carta es necesario y obligatorio te pongas en marcha para volver al refugio en Atenas. He incluido la copia de tu última condena para hacerte saber que estoy al tanto de lo que ocurre en España con tu persona.

No espero carta de confirmación, te espero a ti con todo y la armadura dorada de Capricornio.

No hay plazo. Vuelve de inmediato, a menos claro que quieras que se te denigre y la vestidura dorada de Capricornio te sea retirada.

Que Atenea te guarde, y vaya que lo necesitas.

Sage.

Sagramore de Capricornio se sentó un momento sobre la mesa de madera, suspiró, arrugó en su puño, a medias, la misiva y luego se volvió hacia la caja de su armadura.

—Y una mierda… supongo que ahora si me tienen por los cojones.

Se bajó de la mesa para empacar, acarició la cazoleta que llevaba colgada al cinturón y decidió llevarla consigo, no necesitaba más, la espada labrada de forma tan excelsa con su complicada empuñadura, su armadura y uno que otro recuerdo para sonrojarse.

Su siguiente destino: el Santuario.