LIBRO V

El joven corintio dio una última calada a la pipa que sostenía entre los dedos, uno de aquellos raros artilugios que últimamente se habían puesto de moda en Europa, en todas sus variantes de diseño, tamaño y materiales, el tabaco era una cosa extraña que él no había conocido sino hasta un viaje que realizó con motivo de una misión años atrás a París, cuando conoció a Mademoiselle de Blois, mejor conocida como María Ana de Borbón, hija ilegítima del rey de Francia Luis XIV, el Rey Sol, poseedora de una belleza deslumbrante que parecía prevalecer aún con los años.

El tabaco acabó por apagarse en la pipa cuando se quedó embebido en sus recuerdos, al darse cuenta de la extraña pose de Casanova que había adoptado recargado en el último pilar cercano a la salida sonrió frío para sí mismo, torcía la boca en un gesto cruel casi siniestro.

Tiró las cenizas del tabaco quemado, estas huían con el viento y se perdían como gotas de lluvia hasta que se quedaron suspendidas, detuvieron su tránsito en el viento de una forma anormal, de inmediato Zakros se puso en guardia aguzando el oído y afilando la mirada, el aguijón escarlata de su dedo índice comenzó a dimanar, pocas cosas escapaban a él, aquel fenómeno le llamó la atención, ciertamente si se tratase de un enemigo se habría dado cuenta.

—Baja la guardia Zakros… —la voz madura y relajada, de quién sabe dónde, había aparecido a un palmo de su nariz, Sage—, no debería permitir este tipo de cosas —tomó de entre los dedos del escorpión la pipa.

El corintio hizo una reverencia elegante, casi ensayada.

—Me ha sorprendido… no le he detectado acercándose puesto que no es un enemigo —balbuceó, hizo un ademán para invitarle a entrar —. Por favor, entre a mi humilde morada.

—Entonces eres un fracaso como guerrero, deberías detectar a los enemigos y más rápido aún a los amigos.

El Patriarca entró al octavo templo, enérgico como siempre, podía darse cuenta de que casi todo estaba a media luz, todo pulcramente ordenado, solo una crátera fuera de su lugar así como algunos libros. Al fondo, casi coronando el centro del templo la armadura dorada formando al escorpión con su larga cola, velada y consagrada a Atenea, iluminada entre las antorchas de los muros y una lámpara de aceite.

Zakros le siguió y le invitó a sentarse en los sillones al estilo Luis XIV, cubiertos de un fino terciopelo y decorados caprichosamente en formas doradas que caían hasta las patas.

—Permítame ofrecerle pan y vino, por favor.

—¿Cómo cualquier hombre civilizado griego haría?

—Según dictan las costumbres ancestrales en esta tierra, al peregrino debe atendérsele, no vaya a ser algún dios disfrazado que castigue mi soberbia —dijo lacónico mientras servía el vino con presteza de la crátera y acercaba el vaso, haciendo juego, de cerámica dibujada.

Sage lo observó moviéndose diestro, se sentó frente a él con un vaso gemelo entre los dedos, suspiró y dio un sorbo al vino exquisito, cosecha al punto, paladeo el sabor fuerte, vino sin aguar.

—¿Qué le trae por aquí? Algo debe llamar su atención para que usted mismo esté en mi pobre morada…

—Dices bien Zakros, algo llama mi atención y eso es el hecho de que hace varias semanas no te he visto en las reuniones ni en el comedor central —soltó a quemarropa, observando cada detalle de su rostro, que aunque inexpresivo, podía notar el cambio de temperatura en su cuerpo al sentirse ansioso por tan directa pregunta.

El rubio caballero volvió la vista a otro lado sabiendo que Sage podía leerlo como un pergamino abierto.

—No ha habido nada nuevo, así que consideré que mi presencia no era necesaria —mintió con una sonrisa casi convincente en el rostro.

—Tu deber es estar al tanto y presente en las reuniones, no es opcional, es obligatorio, por no decir mandatorio, Zakros.

La sonrisa cínica del otro se ensanchó mostrando su perfecta dentadura blanca.

—No creí que me echaran tanto en falta.

—No juegues conmigo Zakros, cuando tú vas yo ya fui y vine, una vez te dije que pocas cosas escapan a mí y que perfectamente sé que hacen mis caballeros en el Santuario.

—Razón de más para dejar de calentar el asiento ¿No?

—Hace días que te encuentras perturbado, ¿tienes acaso algo que ver con la partida de Ilias? No pareces el mismo, no estás en donde debes estar y tu comportamiento deja mucho que desear… tampoco te has dignado a bajar a la palestra… —sentenció firme el Patriarca notando la evidente incomodidad del otro.

—No tengo que ver con la partida de un hermano —mintió astuto—, simplemente no he tenido humor de hacer vida social con la elite del Santuario.

—Sospecho que no me dices la verdad.

—Y yo sospecho que no ha bajado únicamente a verificar si estaba tirado de ebrio… ¿Cierto? —habló jugando, orillando peligrosamente a Sage a perder los estribos.

—No es lo único…

—¿Su excelencia ha llegado hasta Scorpio para gozar un poco de este humilde pupilo? —preguntó con desfachatez ronroneando las últimas palabras, con lo cual Sage se atragantó con el vino que se había llevado a los labios, enrojeciendo molesto y dedicándole una mirada asesina.

—Atrévete a seguir con ese argumento y recibirás más azotes que los años que tengo… —mantuvo quieto a Zakros sostenido por pequeñas flamas mortuorias: el Fuego Fatuo, que le impidió moverse, el vaso que tenía entre los dedos fue suspendido en el aire y destrozado regando su contenido casi encima del corintio.

—Pero qué…

—Si no me quieres decir que es lo que ha ocurrido contigo está bien, eres bueno para esconderte en la oscuridad de tu cueva como buen escorpión, sin embargo quiero que lo que sea que te haya ocurrido lo dejes atrás, quiero que ese rencoroso corazón tuyo deje ya de ennegrecerse y vuelvas a luchar por la verdad, que seas justo contigo y con los demás, de lo contrario… de nada me sirve un guerrero fracturado ahogándose en su propio veneno.

Algo en las palabras del antiguo Arconte de Cáncer le hizo sentir miedo, su propia desesperación de verse atrapado le causo desagrado, y aun cuando trataba de liberarse, sabía bien que no lo conseguiría.

—Las Erinias a veces merman hasta al más duro y lo vuelven frágil.

—¿Las Erinias? Yo creo sin temor a equivocarme que lo que a ti te sucede es hybris.

Hybris… la impiedad, la desmesura… tal vez…

"Y furia masiva por un hijo de puta que debería ser empalado…" reafirmó para sí.

Sage le soltó de aquel agarre, el otro respiró más tranquilo, se sintió absolutamente estúpido siendo sometido en su propio templo, quitó los restos de cerámica que cayeron sobre su túnica.

—Dicen que "aquel a quién los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco", supongo que lo has escuchado alguna vez, hablo en serio cuando te digo que vuelvas.

El corintio guardó silencio pensativo, su rostro no dibujaba ninguna emoción, le hubiera gustado decirle que estaba fragmentado y que los cachos que quedaban no le gustaban, pero no dijo nada, asintió y pensó en que su Moira no podía ser peor.

—Hay algo más por lo que ha venido a verme…

—Quiero que hagas algo, tienes un corazón indómito y un valor temerario, es algo que creo que sólo tú podrías hacer, aunque no es algo difícil requiere de astucia.

Atrajo de esta manera al corintio, que como buen escorpión, era curioso, sobre todo ante la oportunidad de hacer algo arriesgado, se acomodó en su lugar relajándose, le ponía los pelos de punta hablar de su situación personal y emocional con él.

—¿De qué se trata?

—Necesito que recuperes algo.

"¿Hombre, mujer, monstruo, cosa?",se preguntó a sí mismo a toda velocidad y la idea de que Sage quisiera que recuperara a una persona le pareció ridícula, en especial cuando se imaginó a sí mismo llevando a alguien en un costal.

—Hay un palacio en Italia, el Palazzo Barberini, darán una recepción en él, hay algo ahí que necesito que recuperes, no será tan fácil puesto que se encuentra custodiado y no estoy seguro de en qué lugar está.

—¿Algo que… debo recuperar? Seguramente no se trata de unas galletas —sus ojos denotaban el renovado interés.

—Se trata de una espada, Zakros, una espada muy particular…

—Así que una espada, si requiere de una espada ¿No sería mejor pedirle al caballero de Capricornio que enviase una desde España? — una risilla burlona escapó de los lujuriosos labios del corintio.

—No estoy de broma Zakros, ¿te lo vas a tomar enserio o no?

—Vale, vale, es que lo mío no es tener cara de funeral, ¿qué tiene de especial esta espada?

Sage se puso de pie elegantemente y empezó a andar por la sobria sala de estar del octavo templo, llevaba el vaso de cerámica roja en los dedos que dibujaba a la manera clásica en figuras negras una carrera en donde el auriga triunfaba y era coronado con olivo.

—Habrás escuchado alguna vez de la mortal hoz con la que Perseo degolló a la Gorgona Medusa…

—Por supuesto, Atenea y Hermes le obsequiaron con ese y otros objetos útiles para su hazaña…

—En efecto, después de esa poderosa hoz existió una espada igualmente poderosa, la de Héctor de Troya que se convirtió en la espada de Eneas, perteneció también al gran rey Salomón, después llegó hasta Ravana en la India, pasó a Aníbal de Cartago, fue propiedad de Julio César después, siguió viajando por el tiempo y por el mundo cayendo en manos de Atila el huno, Roldán el comandante de Carlomagno también la poseyó, Boabdil el último rey moro… y podría seguir nombrándote más espadas que hicieron historia por su poder y todas ellas tenían algo en común…

—Poseedores que tenían tamañas bolas ¿No?... —rio de su propia broma observando a Sage dirigirle una mirada colérica—, no entiendo, todas estas armas que menciona tuvieron formas diferentes, fueron forjadas en distintas épocas y lugares geográficos separados por miles de kilómetros…

—Tú lo has dicho, fueron forjadas todas ellas, fueron hechas a partir de materia prima.

—A menos claro que… —se quedó pesando acariciando su barbilla—, a menos claro que cada una de ellas fuese forjada con un mismo elemento… ¿Acaso es eso lo que trata de decirme?

—En efecto Zakros, cada una de estas espadas fue forjada con un elemento primigenio desde la mítica hoz de Perseo… esa hoz pertenecía a Zeus, fue hecha con la esencia encapsulada de las Keres, las hijas de Nyx…

—¿Me está diciendo que las Keres habitaron a lo largo de los siglos estas armas? No es posible…

El joven rubio se quedó de una sola pieza, se sirvió otro vaso de vino sin aguar, mismo que vació de un solo sorbo, el líquido rubí calentó su garganta, no daba crédito a las palabras de Sage.

—La espada se perdió en el tiempo hasta ahora, pareces sorprendido Zakros.

—Un arma de ese calibre bien podría matar a un dios, y me dice que ha estado rodando por los siglos en las manos de mortales, me parece algo inaudito ¡Por las pelotas de Heracles!

—Entiendes ahora por qué necesitamos recuperarla…

—En las manos de los espectros sería algo muy peligroso… —admitió observando a Sage intensamente.

Caminó hacia la armadura de escorpión que brillaba como río de oro con el reflejo de las antorchas acarició la cola del escorpión hasta la punta del aguijón, la armadura parecía reconocer a su portador, brillaba aún más y se sincronizaba con él, sabía perfectamente que Sage buscaba preparar el mejor camino para la siguiente Guerra Santa y su deber como caballeros sería, a su vez, forjar a los sucesores de esas armaduras doradas para salvar ese mundo.

—Hasta 1533 fue vista la espada, la llevaba Mohammed ben Abî al-Hasan, mejor conocido como Boabdil, el último rey de Granada, a partir de ahí parece que se perdió o bien no volvió a ser forjada… hasta que después de perseguir este o aquel resquicio, el viejo caballero de Altair, Hakurei y Krest, viejo maestro de Acuario, me confirmaron que esa espada seguía en este mundo —tragó saliva, la garganta estaba seca — ¿Has oído hablar Michelangelo Merisi?

—Por supuesto, mejor conocido como Caravaggio…

—Así es, Caravaggio pintó la misma espada en su obra en más de una ocasión, en La Buenaventura, Santa Catalina de Alejandría, La vocación de San Mateo, La Conversión de San Pablo, David con la cabeza de Goliat…

Una voz diferente le respondió antes de que él dijera nada, se volvió de una sola pieza, el caballero delante de los dos, de Sage y de él, con su sonrisa franca y la mirada nostálgica, la gallardía de los guardianes del templo de los peces… Lugonis, la caballera castaña caía por sobre sus hombros y el halo que le rodeaba derivado de la ligera luz de las teas le otorgaba un título de deidad difícil de describir.

El corintio hizo un gesto a manera de saludo hacia el bello intruso, sus ojos no le perdían de vista mientras se acercaba hacia donde estaban reunidos, aquello parecía una reunión mística.

—Bienaventurado, Lugonis Brattahlid de Piscis… —comento con cierta incomodidad, mencionando el sonoro apellido que su compañero prefería olvidar, aunque su lasciva mirada no perdía de vista a aquel hombre, sobre todo no perdía de vista esas largas y bellas piernas y desde luego esos muslos de vértigo que se movían a través de la tela—, de algo me he perdido mientras hablaba con Sage.

—Como ya lo ha dicho Lugonis, ha sido en las obras de Caravaggio que hemos constatado que la espada está en Italia, de alguna manera él sabía de su existencia, casi divina, y la ha plasmado en varias pinturas… algunas páginas de su diario lo constatan, Krest nos ha enviado lo más significativo de ellas…

Extendió la mano para darle el texto a Zakros, parecía que esa noche Sage tenía más de un as bajo la manga, revisó el texto en italiano, conocía el idioma así que no le causaría problemas.

—Entonces, dice que esa espada se encuentra resguardada en el Palazzo Barberini… y desea que la misma sea resguardada en el refugio, ¿cierto? —inspeccionaba la caligrafía preciosista que tenía delante suyo.

—Dices bien Arconte de Escorpión, es menester que la espada esté aquí, y por ello requiero que tú y Lugonis, que conoce bien la situación, vayan a esa recepción, mantengan los ojos y los oídos abiertos.

"Y tal vez las piernas abiertas…"

—No es necesario, Startegos, yo puedo hacerme cargo de esto…

Lugonis dio un respingo ante las airadas palabras del octavo guardián, bajó la mirada apenado, detestaba esa forma tan dura de hablar del otro, odiaba que fuese tan artero y cínico, hacía unos minutos se lo comía con la mirada y ahora parecía causarle nauseas su sola presencia.

Zakros dirigió una mirada casi asesina a Sage ante tal declaración, parecía una maldita broma del destino, marchar a una misión justo con Lugonis.

—No se diga más, no tendrás mejor guía que él en Italia, conoce bien el palacio y al igual que yo está enterado de los pormenores que les podrían ayudar.

—No es digno de un caballero dorado ser rebajado a una misión tan simple y ser el segundo al mando… —dijo altaneramente el griego.

—¡Calla esa boca blasfema y obedece! Parten mañana por la noche… ahora bien si no te apetece dímelo ahora y enviaré a alguien más, no eres el segundo al mando, son un equipo ¿Comprendes acaso lo que es un equipo?

—Sí Señor… será como diga.

Zakros hervía de rabia por verse obligado y por tener que aceptar la compañía del otro, Lugonis en cambio parecía dolido, incómodo, nervioso, observaba atento y no perdía detalle.

—Gracias por el vino Zakros, en adelante quiero saber de ti… ¿Queda claro?

No contestó y simplemente asintió.

Sage salió del templo dejando en las manos de su dueño la pipa que le había quitado, en silencio, todo se había quedado en un silencio embarazoso, si el Arconte de Piscis pensó en algún momento que Zakros había olvidado la vieja rencilla entre ellos, en ese instante se daba cuenta que no era así… y debía imaginarlo, una persona tan pasional, tan dominada por sus sentidos como aquel griego endemoniado no olvidaba con facilidad; si pensó que tal vez podría poner punto final a lo que había ocurrido años atrás, estaba equivocado.

Dio la vuelta para marcharse a guardar el templo de los peces cuando Zakros, moviéndose más rápido que el pensamiento, le apresó por la muñeca haciéndolo dar la vuelta, para cerrar con broche de oro lo aprisionó contra una columna.

Cerca… tan cerca del escorpión, en su propio terreno, en su madriguera.

—Tiemblas y no me parece que sea de frío…

—Basta Zakros, deja de jugar, ahora suéltame antes de que te intoxiques…

—Sabes bien que eso no sucederá, pedazo de cabrón… ¿Qué le has dicho a Sage? ¿Qué tú y yo necesitábamos un viaje de luna de miel? ¿Qué necesitábamos tal vez un orgasmo veneciano? —siseó cerca del rostro del otro que forcejeaba por soltarse, cuando el corintio se pegó lujuriosamente a su cuerpo haciéndole sentir cada músculo, Lugonis le lanzó una rosa roja que le hirió levemente la mejilla.

—Suéltame, a menos que quieras marcharte medio envenenado… —le empujó para sacárselo de encima.

—Maricón de mierda… — se limpió las gotas de sangre que escurrían con el reverso de la mano, esta vez lo atrapó por ambas muñecas sosteniéndolas por encima de su cabeza, de nueva cuenta contra el pilar, azotándolo de forma nada delicada— ¿Sabes? Me parece que sigues siendo apetecible… ¿Aún piensas en mí… ¿Lidenskabeling mand…? —ese era el código entre los dos, maldijo el día en el que el groenlandés le había enseñado esas palabras y él se las había aprendido de memoria.

Lugonis golpeó la rodilla de Zakros con la suya, causándole el suficiente dolor para que lo soltara, le miró indignado.

—Nunca vas a cambiar, ¿verdad?...

—Já, ahora resulta que el único maricón de este maldito lugar soy yo, ¿no?, y que todos ustedes y sus divinos y dorados traseros son una cosa dignísima —se llevó la mano a la rodilla para aliviarse a sí mismo con un poco de calor—. Que Afrodita me asista si no es que algo entre tus sacrosantos muslos despertó.

—Estúpido griego…

Alterado, el Arconte de Piscis se marchó dejándolo vociferando y maldiciendo, y pensar que tendría que convivir con ese hombre mezquino al menos dos semanas, con ese hombre que era puro fuego… y que él mismo había sido incendiado en la pira irresistible que el maldito griego creaba.

—Joder…