LIBRO VI

Sagramore había tomado el camino de regreso a Grecia en efecto, tal como versaba en la carta de Sage, en el ultimátum, aquella orden le pesaba más que cualquier condena, casi sentía la espada de Damocles sobre su cabeza, y la sensación de siquiera verse diezmado en su libertad le era mortífera, insoportable.

Sin embargo había tomado el camino panorámico, bajó de la altísima Sierra Nevada, tomó el viejo camino escondido y circundante hacia Granada, sólo por regodearse de sus fechorías, se hizo pasar por un rico turista inglés.

Pensar en su vida sedentaria en el recinto de Capricornio en Atenas le causaba cierta repugnancia, se veía a sí mismo tirado de borracho en un medianamente cómodo sillón, engordando como cerdo a tal punto en el que la gordura le estropeara las articulaciones y su Excalibur se convirtiera en algo parecido al golpe de un abrecartas en vez de una poderosa espada.

—Y entonces el flamante Arconte de Capricornio tendría que pedir un momento para recuperar el resuello y seguir atacando… de risa a su contrincante… —se dijo a sí mismo riendo de su propio chiste.

Extrañaría su tan amada tierra, Al-Andalus, los espectaculares amaneceres en el pico más alto donde estaba el refugio de Capricornio, desde donde podía ver el sol despuntar y alumbrar bellamente cada centímetro del árido terreno a veces y nevado otras, ¿cómo olvidar las gélidas noches de invierno?

Había dos cosas que mataban al guererro de Capricornio: el frío y la soledad.

—Me cabrea tener tanto puto frío…

A menudo vociferaba su suerte por el camino que tantas veces había recorrido, hubiese sido más atinado dirigirse hacia el puerto de Málaga y de ahí embarcar hacia la Helade sin embargo al ser sus últimos días en la Hispania prefirió alargar el suplicio y aquel viaje, la última marcha antes de acudir al potro, de piernas abiertas y con peso en los pies… alargo un pelín el camino, se encontraba rumbo al puerto de Almería, Portus Magnus como fue bautizado a partir de la ocupación de Publio Cornelio Escipión "El Africano" en la contienda contra los cartagineses.

Total, era cierto que Sage le había pedido que acudiese de inmediato al Santuario en Atenas, pero no le había dicho en cuanto tiempo tenía que llegar, así que dio por sentado que no había límite de tiempo.

Almería seguía ahí tan solemne como siempre con sus imponentes construcciones musulmanas, exquisitas y abigarradas, a veces creía que esto se debía a un miedo impresionante al vacío, así que todo debía estar lleno de colores, mosaicos, formas caprichosas; la caja de la armadura sobre sus hombros empezaba a cansarle, las correas de piel se le incrustaban en la piel de las axilas, era momento de guardar reposo antes de que acabara manco, hizo parada en Guardias Viejas, de lo que fue antes ya no quedaba mucho, del nombre original "Baños de Guardias Viejas" sólo quedaba el nostálgico recuerdo del siglo I cuando los baños romanos fueron erigidos ahí.

Allá fue a dar, a una casa de hospedaje bastante agradable que contaba con una buena imitación de los viejos baños tan famosos.

—A descansar como Dios manda…

Dejó de lado la caja y la breve bolsa de viaje y se dejó caer en la mullida cama, ciertamente nada le apetecía más que descansar, comer, beber y… aquello también, una de sus manos debajo de la cabeza mientras miraba al techo, la otra avanzó en picada entre sus muslos, sólo comprobaba que seguía ahí, que su hombría aún estaba pegada a su cuerpo, un breve cosquilleo a su tacto le dijo que era necesario aliviar tanta presión.

Pero antes que eso necesitaba un buen plato de habas con jamón…

Camino a Roma…

Lugonis llevaba la vista clavada en el papel que tenía entre los dedos, había releído la carta una y mil veces, la retorció, le dio mil vueltas, cuál si fuese una damisela con el pañuelo en las manos, aunque la noche estaba calma, sentía como si todas las emociones que tenía atoradas en el estómago, la garganta, la lengua, estuvieran creando un remolino en el mar que movía el barco de un lado a otro.

Estaba neurótico… nada podía mover más aquel barco de tres mástiles que habían abordado… tenía que reconocer que no estaba nada mal, el camarote era espacioso, cómodo e incluso lujoso, el Santuario se había pulido, específicamente Sage, al enviarlos de misión en primera clase, tenían que llevar a cabo la farsa lo mejor posible y desembarcar cuál aristócratas, aunque por supuesto con la cara larga de Zakros y su patanería quién sabe si el cuento les saldría bien.

Releyó la última línea:

"…encontraré una cura para acabar con el veneno que te corroe desde la sangre, serás un hombre normal otra vez…"

Cerró los ojos un instante mientras su vista se perdía entre sus manos.

—Normal… ¿Qué es ser normal?

"Con afecto, Luko."

La puerta del camarote se abrió de golpe, de una forma cerril, casi sentía que una horda de bárbaros germanos entraban, se trataba de Zakros, con el cuál siempre se podía contar para sobresaltos, cuando observo el rostro del joven rio a carcajadas.

—¡Por Zeus! Casi te orinas encima, ¿quién esperabas que entrara sino yo, mi envenenado amigo?

—Idiota…

Le mostró los dientes y cerró la puerta cruzando los brazos en el pecho, recargado con desenfado contra la misma.

Caminó como un felino hacia él, se quedó de pie a un lado de la cama en donde estaba sentado.

—Vale, vale, a ti no te gusta que esté aquí y a mí no me gusta tener que hacer esto contigo, sin embargo no he sido yo quién así lo ha designado, ha sido el viejo, ahora bien… tenemos dos opciones… —se llevó la mano a la barbilla— lo hacemos cooperativamente o nos matamos en el intento, tú decides.

—¿Estás tomado otra vez? —preguntó inocente en voz baja.

—Mírame… Lugonis… al menos mírame cuando me hables, y no, no estoy ebrio, salí a tomar aire —le levantó el rostro por la barbilla observando sus profundos ojos azules.

—No me molesta tu presencia, eres tú el que parece incómodo.

—De acuerdo, entonces vamos a fingir que somos un matrimonio estable y feliz, ¿te parece?

—¡Zakros! ¡Todo te lo tomas a juego!

—Y tú todo tan enserio ¿No?

Le soltó y se sentó en la cama de enfrente con las piernas en flor de loto, recargó los codos en ellas y cruzó los dedos sosteniendo su propia barbilla encima, le observo analizándolo, desnudándole hasta el alma.

—¿Qué? —preguntó nervioso el Arconte de Piscis.

—Como que qué, pues que me has dicho una mierda de todo esto… ¿Cómo es que sabes todo ese cuento de la espada? Así que empieza a hablar, al fin que tenemos toda la noche, y varios días antes de llegar.

Tragó saliva y suspiró, era cierto, le había dicho poco o casi nada de la misión, salvo que iban a la recepción en Roma, por un momento se sintió menos tenso.

—Los caballeros del templo de los peces pasan un tiempo en Italia, en una región cerca de la Toscana aprendiendo la técnica de la Rosa Sangrienta, es parte del entrenamiento, las mortales rosas blancas se dan ahí, existe un jardín vedado en el cuál estas rosas crecen, y al igual que en el jardín de Piscis, no hay ningún otro ser vivo a su alrededor que no sean estas, pasé un tiempo en Italia por ello, tiempo atrás mi maestro me había contado la misma historia de la que Sage te habló, en realidad fue él quien reconoció esa vieja espada tal cuál la habían visto la última vez, la vio en una pintura de un hombre un tanto extraño… Caravaggio.

—Así que unas clases de floricultura en la Toscana te llevaron a ello…

Lugonis ignoró la broma y prosiguió cual si no le hubiese escuchado.

—Sage había estado hablando de ello con Hakurei, y posteriormente con Krest, de alguna manera fue Krest quien consiguió parte del diario de ese hombre, que dicho sea de paso, era considerado como un lunático… yo vi no sólo una pintura sino varias en donde la misma espada aparecía una y otra vez… para su tiempo, según sus contemporáneos, era un ser que violentaba el decoro y las buenas costumbres…

—Típico…

—Existe incluso una pintura enigmática en la cual retrata la cabeza de Medusa en un escudo, esa fue una clave… continuó pintando una y otra vez esa espada que le había obsesionado, para entonces ya había causado revuelo dicho objeto, que no sólo el Santuario buscaba, estaba por regresar a Roma después de andar de un lado a otro, misteriosamente pierde el barco en Puerto Ercole y el 18 de julio es encontrado muerto en la playa bajo circunstancias poco esclarecedoras… su diario, que siempre llevaba consigo también desapareció.

—Tal vez se encontró delante de un misterio báquico…

—¡Con un carajo! Todo se te va en chanzas y sexo —le dijo molesto lanzándole una mirada asesina.

—Cuando te enojas una pequeña vena en la sien se marca, ¿lo sabías? —contestó apreciativamente el corintio—. Bien, entonces de acuerdo a lo que dices, quién sabe por qué medios o cómo él sabía que esa era una espada especial, y dices que le silenciaron…

—No sé exactamente si le silenciaron, sólo digo que murió de una forma extraña, el diario estuvo perdido hasta que Krest dio con él, al parecer un hombre rico lo compró tiempo después, faltaban hojas y justo las hojas faltantes llegaron a Krest, ahí habla a manera de verso, como pudiste ver, de una fuerza extraordinaria que viene desde la época del mito y que ha pasado de mano en mano… él debió ver esa espada al menos una vez para poderla replicar a tal detalle.

—Y ¿Cómo es que esto nos lleva hasta Roma?

—Un mecenas de importantes artistas habló alguna vez en una borrachera de cierto texto de Caravaggio, sin embargo, él jamás escribió sobre su arte o sobre sus teorías, salvo en su diario… era muy preciso lo que decía, de esa familia poco a poco han muerto los integrantes en circunstancias desconocidas y misteriosas, así que alguien más está detrás de la verdadera historia aparte de nosotros…

—Entonces la espada y el diario deben estar en poder de estos personajes…

—Debe ser…

Suspiró echando el mechón de cabello rubio hacia arriba sólo para que poco después cayera por la frente de nueva cuenta.

—De acuerdo, entonces veremos qué cosas interesantes se esconden en el palacio, y dime Lugonis ¿Esta noche si vas a dormir o la vas a pasar en vela? —soltó malicioso el otro mientras se acostaba de lado en la cama que le correspondía, observándolo.

El otro guardó un silencio incómodo.

—No sabía que me observabas.

—¿Y por qué te pones tan nervioso? Sólo fue una pregunta.

—Estoy hasta la coronilla de tus bromas, deja de calentarme las bolas.

—¡Ja! Tú solo te calientas en ese afán tuyo de soledad pero… yo podría calentar tu lecho y tu piel… si quisieras… como antes… cuando…

—¡Cállate! Cabronazo de mierda.

—El corazón se te ha desbocado, tu pulso se aceleró… ¿Será acaso que tu propio cuerpo de traiciona? —siseo maligno, disfrutando del malestar de su compañero— hetairoi

El cabello castaño rojizo del guerrero de Piscis centelleaba con los últimos rayos del atardecer que entraban por la ventanilla del camarote, sus ojos azules denostaban la ansiedad, el deseo y la tristeza contenida, huyó, como siempre, salió del camarote para tomar aire, el ambiente sofocante con el escorpión lo desquiciaría, pensaba tristemente que o bien acababa en su cama o con las manos retorciéndole el cuello.

¿Es que nunca lo olvidarás ni nunca me permitirás olvidarlo?

Se preguntó con las manos sujetas a la boardilla mientras observaba la espuma del mar romper con la proa, todavía llevaba entre sus ropas la carta de Luko, su hermano, la rompió en mil pedazos y la dejó caer al mar, la negrura del mar la engulló lo mismo que la oscuridad de la noche a él mismo.

Pensó en que él ya había tomado su decisión, la de vivir así como un ermitaño, alienado, sin tocar a nadie.

Vio pasear a la gente por el barco, hombres, mujeres, niños, incluso perros, quien sabe cuánto tiempo pasó, algunos le saludaban otros le ignoraban, él se mantenía inamovible.

El viento frío y el fulgor de las estrellas le obligaron a regresar, ya había pasado suficiente tiempo fuera, probablemente su compañero de armas ya se habría dormido o tal vez había salido para emborracharse y buscar algún amante de ocasión, todo podía suceder con ese hombre.

A paso lento regresó al camarote a travesando el lujoso pasillo, abrió con cuidado la puerta y entró, la única luz que iluminaba era la de su mesita de noche, la lámpara cristalina alumbraba mortecina con una llamarada y proyectaba un poco de luz, se quedó de piedra cuando vio sobre su cama a Zakros dormido entre las sábanas plácidamente boca abajo con el abanico de su rubia melena esparcida sobre su cuerpo y sobre la cama.

—Bastardo… —murmuró fastidiado.

Suspiró y estuvo por levantarlo de los cabellos para echarlo al piso de madera, seguramente la duela le vendría mejor a semejante personaje rastrero, pero antes de cogerle por la dorada cabellera se detuvo y contemplo el perfil perfecto de ese griego que estaba ahí.

—¿Qué te hice Zakros?... ¿Qué te hizo Ilias para convertirte en la furiosa ménade que eres?...

Entendió que ese hombre cruel que tenía delante no era más que el reflejo de una serie de errores e injusticias que habían cometido unos y otros, que Zakros no era más que la cadena fragmentada de un destino hecho añicos, quiso volver atrás, quiso pedirle a las Moiras que regresaran el hilo de la madeja para volver al tiempo en el que eran adolescentes y tomar esta vez la decisión correcta, pero… ¿Cuál era la correcta? ¿No dejarlo ir… o ni siquiera haberle abierto las puertas del templo de los peces?

La cámara privada del templo de los peces guardaba el secreto de dos corazones rotos en medio de un juego despiadado…