LIBRO VII

El agua caía de forma irregular por su cuerpo, las gotas parecían tímidas resbalándose por cada milímetro de piel, el cabello húmedo caía en una cascada desordenada por el rostro que esbozaba una sonrisa complacida, artera.

Empezaba a romper el alba cuando salió del cuarto de baño en silencio, desnudo, secándose con la toalla áspera, grosera, hasta su nariz llegó el olor a sexo disfrazado por un incienso barato de lavanda, de ese que a veces olía más a quemado que a nada, pensó que si tratara de ofrendar a Afrodita con ello seguramente le ofendería.

De pie delante de la cama observó atento, a través de las sábanas podían distinguirse los pezones rosáceos, dulces, erectos contra el fino tejido de la tela, aunque en sueño profundo, el cuerpo era traicionero y podía delatar los deseos más íntimos, no pudo quedarse quieto con la escena, apenas tocó aquellos botones con la punta de los dedos éstos le respondieron de inmediato, un gemido breve escapó de los labios de la joven de piel bronceada, se revolvió sobre el colchón apretándose contra el cuerpo de la otra joven, la de piel blanca, como por inercia esta separó un poco las piernas al contacto caluroso de la otra, podría jurar que entre los muslos de ella comenzaba a despertar el torrente húmedo que anticipaba el placer.

Se mordió los labios y tuvo ganas de quedarse un poco más en esa habitación de hostal barato, entre sus muslos comenzaba a endurecerse la sarissa presta para alguna gesta heroica o de menos erótica.

Hizo un acto supremo de voluntad, le dio la espalda al bello espectáculo de aquellas dos mujeres en la cama.

—Seré cachazas… —se dijo a sí mismo luchando contra la erección que comenzaba a crecer.

Hubiese sido todo un espectáculo salir a la calle con una pronunciada erección llevando la armadura dorada sobre los hombros.

Sagramore, tomó sus pertenencias y cerró tras de sí la humilde puerta de madera, caminó por el mohoso pasillo hasta la salida, los primeros rayos de sol le recibieron, respiró el aire salino del Pireo, el viaje llegaba a su fin y su suerte estaba echada.

Casi se veía con el grillete en el tobillo, ¿por qué no podía ser un Diógenes moderno y simplemente quedarse sentado en el paraje del camino?

Resignado echó a andar camino arriba, hacia el refugio del Santuario de Atenea, ya había postergado suficiente el desenlace y seguramente el Patriarca no estaría de buen humor después de su tardanza.

Tuvo la buena puntada de detenerse en el mercado para comprar algo que entretuviera el hambre, después de una noche de sexo intenso lo menos que esperaba era poder tener algo en el estómago, iba engullendo a toda prisa una brocheta de cordero exquisitamente asado a las brasas, una vez terminado el primer apilado de cubos de carne y verduras procedió a devorar la segunda brocheta, se pasó a tragos algo parecido a un ponche pero más fermentado.

Llegó a la Villa que se encontraba en las faldas del refugio de Atenea, el calor se había convertido de húmedo a árido, le parecía curioso al español que el clima fuese tan cambiante de un paso a otro.

Una presencia tan peculiar como aquella llamaba la atención de cualquiera que se le cruzaba de frente, tenía que admitir que aquel hombre era una cosa inmaculada en su genotipo y fenotipo, la mayor parte de los habitantes de la Villa estaban acostumbrados a esos excepcionales personajes que provenían del Santuario, sin embargo también les daban cierta seguridad, claro y hacían un poco de la vista gorda el verles de vez en vez rondando por las noches en condiciones más bien dignas de los tracios.

Sagramore se preguntó si no se encontraría con alguna situación incómoda en la región griega debido a la dominación otomana, a pesar de la tensión latente no encontró nada extraordinario.

Poco después el propileo del Santuario estaba en sus narices.

Ya antes, cuando era un adolescente había cruzado esas impresionantes columnas en compañía de su maestro, pero una vez que ambos dejaron Grecia, no volvieron, y aunque el recuerdo no era muy nítido, le parecía que había cambiado poco o casi nada, suspiró profundamente, no pudo evitar pensar en sí mismo como en Alcibíades regresando del ostracismo al que le habían enviado para dirigir la flota ateniense.

—Calor de mierda, me imagino que durante invierno esto debe estar para que se le caigan a cualquiera las bolas congeladas… ahora bien, puedes dejar de seguirme escondido por los rincones, me estás poniendo nerviosillo…

De su poderoso brazo, que brillo como una espada de plata, salió una ráfaga inofensiva que hizo que el extraño retrocediera de un salto.

—No eres muy educado, pero ahora que lo dices, a ningún varón le ha ocurrido lo que tú dices, claro, hay que ver que métodos usan para que eso no suceda… —le contestó la voz apacible.

—¿Una mujer?... discúlpame, pero llevas mucho siguiéndome desde la Villa… —observó la siniestra máscara que cubría su rostro, brevemente pasó revista del cuerpo femenino oculto bajo una leve túnica de viajero— ¿Te han enviado por mí?

—Así es, mi nombre es Aspasia, tú debes ser Sagramore.

—A sus ordenes Señora… —una sonrisa coqueta en sus labios de pecado.

—Para con toda esa galantería y sígueme.

—No hay orden que viniendo de vos me atreviese a desobedecer…

Ella bufó y caminó delante de él, por supuesto Sagramore no perdió la oportunidad de observar las nalgas moverse cadenciosamente a su paso mientras subían, se preguntó cómo se verían esos montículos cabalgando sobre su cadera.

Esta tía está buenísima ¿Será una… kòre? ¿Una amazona de bronce o de plata?

Pensó lascivamente mientras lentamente llegaban a los doce templos dorados, desde la explanada podía ver todos las construcciones que habían permanecido inamovibles cientos de años, miles de años, llenos de historias y de caballeros que habían ido y venido antes que él desde tiempos inmemoriales.

—Es una vista bella ¿No es así?

—Lo es… —la mujer digna de altar le había sacado de sus pensamientos.

—Ahora proseguiremos hasta el templo de Capricornio para que puedas dejar la armadura y llegar hasta el templo del Patriarca.

—Pero…

—¿Qué? ¿Piensas que las mujeres no podemos atravesar los templos de los caballeros dorados?

—Discúlpame…

—¡Bah! Olvídalo… agradecería que dejases de observarme lascivamente.

Sagramore enrojeció de golpe y sonrió a medias llevándose el cabello negro azabache tras la oreja.

—Eres muy bella y me imagino que debajo de esa horrorosa máscara escondes una belleza aún más perturbadora.

Aspasia lo ignoró y continuó en silencio por los templos de los santos dorados, Sagramore le siguió observando a discreción y percibiendo con su cosmos cuales estaban ocupados y cuales no; al llegar al templo de la cabra reconoció la vieja escultura de Palas Atenea sosteniendo la espada Excalibur estoicamente, hizo una ligera reverencia y dejó a sus pies la pesada caja de la armadura dorada, misma que a un toque se desprendió de la urna y se transformó en la figura de la cabra sagrada a los pies de la diosa.

Al atravesar Acuario alcanzó a ver de reojo a alguien observando la comitiva entre las columnas, solo un destello rojizo se movió para ocultarse entre las sombras, se preguntaba si sería el Arconte de Acuario, al que evidentemente sentía en el Santuario o simplemente se trataba de un sirviente, no podía detectar su cosmos, lo ocultaba o simplemente era un mortal más.

Piscis estaba vacío, sin embargo el aroma de las rosas envolvía todo el lugar, inundaba los sentidos, y para alguien tan poco acostumbrado como él aletargaba todo tipo de reacción.

—Descuida, la esencia de las rosas no te hará daño, no estás acostumbrado y por ello te sientes así.

—Entiendo, y por lo que me dices el resto de vosotros os encontráis acostumbrados.

—En efecto, una vez que termina el templo de los peces el camino que lleva hacia el Templo Sagrado del Papa, es decir la morada del Patriarca, es directo, por ello hay un jardín de Rosas Sangrientas como puedes ver, sin embargo no somos enemigos por lo cual las rosas nos permitirán el paso hacia allá.

Sagramore no tardó en recordar que estaba por enfrentar a Sage y su furia, le quedaba claro que había tardado mucho más de lo que normalmente hubiese tardado en regresar una vez que recibió la notificación.

No me voy a acojonar justo ahora…

—Aspasia, gracias por tu ayuda, ¿le has encontrado sin problemas? —la voz autoritaria de Sage, como siempre, era para que cualquiera se enderezara, los ojos grises de Sagramore observaron atentos.

—Así es Señor, un caballero dorado puede distinguirse a mil kilómetros a la redonda.

—Muy cierto Aspasia, Sagramore, supongo que ya has tenido el placer de conocer a Aspasia, santo dorado de Géminis y compañera tuya… — la voz de él parecía indicar que no había posibilidad de una negativa.

Aspasia rio con naturalidad, hizo una reverencia y salió dejándolos solos, sabía que Sage estaba furioso con Sagramore, tanto como para hacerlo venir desde España y hacerlo radicar definitivamente en Grecia, alguna vez Ilias le había comentado entre risas que el Arconte de Capricornio se había metido en problemas por su múltiples deslices cortesanos.

—Señor…

—¡Señor nada! ¿En dónde demonios te metiste? ¡Desde que te hice llegar la misiva y la recibiste han pasado tres semanas! ¿Me escuchaste?... ¡No una ni dos, tres semanas! —arremetió furioso el antiguo caballero dorado de Cáncer.

—Lo siento Eminencia, pero considerando que…

—La has armado buena Sagramore, esta vez sí que la has armado buena… ¡Por Zeus Hetaireo!

El español pensó en sí mismo como Jenofonte enfrentándose a su padre antes de partir con los diez mil, claro que él no partía a ningún lado ni tampoco escribiría un gran periplo, tal vez el periplo de la profunda aburrición que en adelante le embargaría entre esas columnas.

—Lo siento Señor, a partir de que me conminó a volver he puesto en marcha, sin embargo era menester tomar los caminos más ocultos en España por…

—Porque el Santo Oficio te da caza… —completó Sage tamborileando con los dedos sobre el descanso del brazo—. Has confundido la libertad con el libertinaje, en muchos años que llevo dirigiendo este recinto sagrado, y mira que son muchos más de los que alcanza tu pequeña y viciosa cabeza a imaginar, jamás había existido un caballero de Atenea que mostrara un comportamiento tan licencioso…

—El Santo Oficio es una mierda, con todo respeto, esos desgraciados atormentan a inocentes condenándolos al oprobio, la humillación y el dolor, usted tendrá muchos años caminando en esta Tierra, pero apuesto que sus ojos jamás han contemplado semejante atrocidad… —contestó retándolo y a su defensa también.

—No te atrevas a continuar por ese línea Sagramore, nada disculpa tu comportamiento ignominioso, ¿me vas a decir ahora que seducir mujeres vírgenes de las cortes por el placer de hacerlo, te ayudaba a salvar cristianos condenados?

Sagramore sabía perfectamente que aquel tema de su lascivo comportamiento saldría a la luz, sin embargo también era cierto que había salvado a muchos de hogueras y demás atrocidades.

—Desde luego que no… ¡Pero parece que a todos vosotros os importan más mis asuntos de alcoba que toda esa gente muriendo a manos de tiranos! Nadie de vosotros os habéis parado una sola vez ahí, a nadie de vosotros os importa esa pobre gente… ¡Solo a mí!

—Tus asuntos de alcoba como los llamas son del dominio público, si no quieres que hable de ellos expuestos como en chisme cortesano debiste ser más prudente, y si no me equivoco esos asuntos de alcoba también te llevaron a más condenas… ¿Dices que nadie se preocupa por tu tierra? Solo tú… ¡Tú! —El Patriarca enrojecía cada vez más mientras gritaba— ¡Un arremedo de caballero del tres al cuatro que no es más que un adolescente dominado por sus pasiones! No me vengas ahora con un discurso de paladín de la justicia que no te va, desde luego que tenemos personas del Santuario en España y en muchos lugares del mundo terminando con las atrocidades de los propios hombres y de los dioses, te recuerdo que estamos a expensas de que a algún buen dios se le ocurra invadirnos y hacernos polvo…

—¿Por qué entonces permitisteis que esos hijos de puta cometiesen tantas atrocidades? —lanzó el Arconte de Capricornio.

—Sagramore, si bien es cierto que luchamos por la verdad, por la justicia y por esta Tierra, tampoco podemos interceder al cien por cien sobre las creencias y costumbres de los hombres, no podemos decirles como gobernar, como manejarse, como comportarse, porque seríamos nosotros mismos también unos tiranos.

—¡Yo peleaba solo, no recuerdo que nadie haya peleado conmigo!

—¡Tú peleaste una guerra que no te correspondía, abusaste de tu cargo, de tu poder y encima de todo te dedicaste a coleccionar vírgenes! Comprenderás que eso no es un comportamiento digno de un caballero de Atenea, de A-T-E-N-E-A, una diosa V-I-R-G-E-N, ¿recuerdas eso, o es que todo el vino consumido te ha embotado las ideas?

—Si os parezco tan indigno enviadme de regreso…

—¡Oh no! ¡Por supuesto que no! Tú te vas a quedar aquí, visto está que no eres un hombre confiable, en vez de doce guerreros dorados, los más poderosos del orbe, tengo un parvulario con doce niños, los más liosos del planeta.

Sage se puso de pie, cuán grande era, a Sagramore le pareció que era incluso más alto que cualquier persona que hubiese visto, él lo contemplaba con una rodilla al piso, se sintió diminuto, los mechones persistentes caían sobre su rostro desencajado.

—Soy inservible para vuestros fines aquí entonces, puedo ser de más utilidad en otro lado.

—Escúchame bien Sagramore de Capricornio, y que te quede claro porque esta será la última vez que hablaré de esto contigo, en adelante vivirás aquí en el templo de la cabra, se acabaron tus desmanes y tus aventuras nocturnas, eres un caballero dorado no un marinero alcoholizado, como tal te comportarás, y más te vale que mantengas los pantalones arriba a menos que quieras que busquemos la manera de volverte un eunuco para que lo que tienes entre las piernas deje de ser un problema… a menos que desees dimitir y abandones la armadura, el Santuario y en cuyo caso tendremos que borrarte las memorias del día de hoy hacia atrás…

Algo en la sentencia de Sage sonaba tan enserio que se sintió azarado, suspiró, sintió el pesar de no volver a ver España, de no volver a la Sierra Nevada que tanto quería, Al-Andaluz… tragó saliva y supo que Sage no iba a negociar con él, que lo había traído para encerrarlo en esa jaula de oro, ocupándolo de vez en vez cuando se requiriera… para cortar el queso, para rebanar troncos, tal vez hasta para picar verduras… eso si no había de momento algún enemigo que combatir.

Se sintió inútil, pero por otro lado entendía aquella parte de velar por la Tierra y por Atenea, tema del que se había deslindado un poco.

—No deseo desertar… me juzga demasiado duramente…

—Cosechas lo que has sembrado, si quieres respeto y confianza, gánatelos.

—Cada día vendré a pedirle que me deje marchar…

—Cada día te responderé lo mismo… ya te puedes retirar a meditar si es que sabes hacerlo.

Sagramore bajó la vista, se puso en pie y salió de la sala acongojado, si antes pensó que estaba condenado, ahora pensó que estaba jodido, no tardaría en ocultarse el sol, tal vez podría echar un vistazo por las cercanías, ya que hubiese oscurecido, aunque no se atrevía a bajar de nueva cuenta hasta el puerto dedujo que la Villa era más accesible.

—Genial, yo aquí encerrado entre cuatro paredes, con Sage dándome a la caza y una tía buenísima que ahora resulta ser mi compañera…

Antes de entrar al thòlos de Acuario percibió con más claridad el cosmos de su compañero, lo cual le indicaba que deseaba ser tomado en cuenta, no como la primera vez que pasó y este se ocultaba, sonrió complacido.

—Salud, Arconte de Acuario, este humilde peregrino solicita su permiso para entrar.

—Pasa, por favor, bienvenido santo de Capricornio.

Sagramore se quedó de una pieza ante el francés que tenía delante, una escultura bellísima ante sus ojos, su cabello de fuego contrastaba delicioso contra aquellos ojos grises y esa piel de porcelana.

—Gracias, mi nombre es…

—Sagramore, lo sé… —una sonrisa a medias, la clase de sonrisa precavida, más por educación que por otra cosa— mi nombre es Paris, soy el guardián del templo de Acuario.

—Vaya, vaya, os adelantáis a todo vosotros… —no pudo evitar contemplarlo entero, a lo que Paris hizo un gesto de disimulada incomodidad.

—Antes de que trates, lo siento, no estoy interesado en ningún affaire —la sonrisa burlona del francés ante otro caballero más que trataba de hacerle los honores.

—Qué pena, eres un hombre muy majo, sin embargo me considero a tus ordenes… —Sagramore hizo una reverencia elegante.

—Ya, vale, eso lo he escuchado antes… ¿Tienes hambre?

—Y… sí, la verdad es que he subido corriendo desde el puerto para recibir la reprimenda de Sage, no he comido más que unas brochetas.

—Quédate a cenar algo entonces, siéntate por favor —le dijo indicándole la modesta mesa en la parte privada del templo de Acuario, Sagramore obedeció observando la cantidad inaudita de libros por doquier.

—Vaya, eres una cosa ¿Eh?, majo, cocinas, lees, ¿qué otras curiosidades hay en este templo? —comento sentándose.

Paris lo miró arqueando una de sus cejas pelirrojas y negó con la cabeza, casi resignado.

—Ya que lo preguntas un caballero con muy mal genio cuando lo joden otros caballeros pretendiendo algo más.

—Joder, por las sandalias de Hermes, que directo.

—¿Vino o zumo de frutas?

—Vino por favor… ¿Esta noche o mañana? —preguntó Sagramore a juego, sonriendo algo más resignado a su aburrida vida en Grecia.

—Jamás… —respondió Paris riendo.