LIBRO IX

El día previo a la recepción, Zakros se encargó de obtener toda la información posible de Mademoiselle de Blois, al mismo tiempo que Lugonis a su vez se daba a la tarea de buscar los posibles pasadizos y la entrada principal hacia el sótano del palacio.

—Bien sabe Usted Señora mía, que estos tiempos son tiempos peligrosos… no debería de viajar tan sola —intervino el Arconte de Escorpión, galante como siempre.

—Jajaja, a menos claro que tú decidieses viajar conmigo, tal vez te parezca una diligencia aburrida…

—Por supuesto que no, a su lado nada es aburrido…

—Adulador, si no te conociera Zakros Oraios, si no supiera que eres un embustero hábil casi podría caer rendida a tus encantos, tal como versa Oraios… "el bello", eso significa tu apellido, ¿no?

—Me halaga Señora, sin embargo me preocupa, que como lo hemos hablado el mundo está cambiando…

—Así es mi bello griego, antes de los hechos que te describí en mi última carta, hubo un fortísimo terremoto en China, en Gansu, me parece que de esto tenían conocimiento en el Santuario ¿No es así? De otra forma no hubiesen enviado a los caballeros dorados a indagar…

—Está usted muy bien enterada… ahora… si me lo permite hay algo que me inquieta desde su última carta, menciona la última refriega de España y la Armada Británica… ¿Por qué tanto interés por Sicilia…? ¿Qué podría haber de valor ahí que no sea una tierra yerma?

Sabía perfectamente que en todo ese juego discursivo lo que le interesaba era saber si aquel conflicto se había dado precisamente por tratar de recuperar algún objeto valioso, sospechaba que la espada que buscaban, precisamente se encontraba oculta en Sicilia, sabía bien que España no se había decidido a tratar de hacerse con la isla de no ser porque algo interesante había ahí.

Acabó por beberse lo que quedaba en su copa, el vino italiano tenía un gusto sobrio, delicado, pero él prefería más el vino sin aguar griego, se puso de pie detrás de la bella mujer, desde esa posición contemplaba el prometedor escote y los senos rosados de ella, sus dedos acariciaban sus hombros con presteza.

—Dicen que sí, que la Corona española trataba de recuperar un viejo tesoro de Granada, de qué era no estoy segura… por Dios Zakros, esos dedos tuyos… —dijo regodeándose con el tacto del corintio, volviéndose hacia él.

—¿En serio? ¿Y qué podría ser eso…? —susurró agachándose hasta su oído, tocando con sus labios la suave piel.

—No lo sé Zakros… tal vez un objeto…

—¿Y sabe si ese objeto fue recuperado… Mademoiselle? —los labios danzaban casi por la curva del cuello, podía notar el olor dulzón de su perfume floral y el pulso que se iba acelerando.

—No… nada pudieron sacar de esa isla…

Escucharon que alguien se aclaraba la garganta en la puerta, ambos se volvieron, el corintio se incorporó no sin antes tocar el grácil cuello de la mujer con la punta de los dedos, ésta se rio nerviosa y visiblemente sonrojada.

Lugonis le dirigió una mirada desaprobatoria entrando al refinado salón en el que se encontraban, rodeados de piezas caras y pinturas.

—Lamento interrumpirles…

—¡Oh, no! No interrumpe nada Señor Brattahlid, charlábamos acerca de algunas gestas nada heroicas, por favor, si gusta acompañarnos… —recuperó el aliento y elegantemente sacó un abanico de fina seda para hacerse un poco de aire.

—Muchas gracias, sin embargo debo declinar la propuesta, algunos asuntos más triviales me harán arrebatar al Señor Oraios de su lado…

—¿Y ese asunto no puede esperar? Pensarán que no tenemos modales… —dijo divertido el escorpión.

—Lamento mucho que no pueda esperar, han traído ya los trajes para mañana por la noche y es menester que se hagan los últimos ajustes —contestó cortante Lugonis con aquellos ojos azules taladrantes.

—No se diga más, no deseo ser yo la culpable de que no estén a la altura… por favor Zakros, es importante, supongo que los veré para la cena de esta noche.

—Por supuesto Señora, jamás osaríamos perdernos de su grata compañía.

—Siendo así, me disculpo, Señora mía… —se inclinó sobre el asiento de ella para besar su mano.

Ambos salieron del salón y comenzaron a subir las escaleras hacia el segundo piso en donde se encontraban sus habitaciones, Lugonis de mal talante casi corría sin esperar al otro.

—Lugonis, parece que estás por perderte las Panateneas…

—Muy gracioso Zakros, mientras te divertías organizando un symposio conseguí algunas cosas que me gustaría que vieras.

—¿Estas celoso? ¿De una mujer? ¡Ah, mi dulce y envenenado Lugonis! ¡Já!

—Idiota.

—Vale, vale, deja ya de correr, también he obtenido algunos datos interesantes antes de lanzarnos a la búsqueda de aquello.

El Arconte de Piscis le miró con recelo y en silencio se dirigió a su habitación, que era la contigua a la de Zakros, al entrar cerró la puerta cerciorándose de que no hubiese nadie más en el largo pasillo alfombrado.

Sobre la mesa tenía algunos libros y unos viejos planos extendidos, así como una libreta con anotaciones, ciertamente no había perdido el tiempo.

El groenlandés se inclinó sobre los planos y los extendió en la mesa con la ayuda de algunos pisapapeles de mármol de forma que pudiera mostrarle a Zakros la planta del palacio y la planta de las galeras inferiores, escuchó el inconfundible roce de las sedas de la ropa del otro al acercarse hacia la mesa, por lo que supo que tenía su atención.

—Observa estos planos, los he tomado de la biblioteca, de la colección privada, por lo que imaginarás que no tenía acceso libre, sin embargo en una pequeña distracción con una doncella desmayada a la que apenas toqué pude introducirme el tiempo suficiente… si te das cuenta…aquí…

El griego se colocó detrás de él inclinándose en la misma posición sobre el cuerpo del joven castaño, algunos mechones de la rebelde cabellera rubia caían sobre el otro, su mano alisó una parte del plano, que en el sobresalto de Lugonis se había arrugado, tocando a penas los dedos de su compañero.

—¿Aquí…?

—Eeesta es la planta… la planta baja… no hay conexión entre esta planta… —trataba de controlarse pero la cercanía de Zakros se lo impedía.

—Es lo que veo… no hay ninguna puerta… excepto… —su mano tomó la del groenlandés, señaló con su dedo índice hacia la parte exacta en donde se tocaba la escalera de las galeras internas y la planta baja—, por esta parte, aquí debe haber un pasadizo…

—Hace un rato a media tarde fui hasta ese lugar… hay un… un… muro… una pintura con algunas cortinas de… ciertopelo… ¡No!... de terciopelo… —enrojeció como un adolescente y se odió aún más por caer en el juego del otro que se reía cerca de su cuello.

—¿Y qué más…?

—Zakros basta… hueles a perfume, a su perfume… hazme el favor de quitarte de encima —tomó lo poco que le quedaban de fuerzas antes de rogarle que se lo hiciera sobre la jodida mesa encima de los planos, lo empujó de un codazo en las costillas y se zafó de su agarre.

El corintio le miró con aquellas esmeraldas, con una sonrisa lúdica en los labios, se sintió más estúpido aún, bajó la vista.

"Deja de mirarle como un Adonis… deja de mirarle…"

Se reprimió, en ese incómodo silencio observó los trajes que en efecto estaban encima de la cama.

El griego a su vez pensaba para sí que incluso ahora después de todo lo que había sucedido entre los dos, a pesar del rencor y del dolor, hubiese estado dispuesto a seguirle hasta sus últimas consecuencias, pero lo único que obtenía de él era silencio y rechazo.

—En verdad han traído los trajes, el tuyo está ahí… el negro con el verde te irá bien, ahí también está el antifaz.

—De acuerdo… entonces me lo probaré en mi habitación ya que si lo hago aquí te orinarás encima —comentó con crueldad tomando el traje y el antifaz, ya en la puerta se volvió apenas—, debe haber una puerta escondida, de alguna manera deben conectarse esas escaleras… lo averiguaré.

En efecto, el corintio había cumplido su palabra, aquella noche no se dejó ver durante la cena, así que Lugonis tapando su ausencia se quedó a hacer sobremesa con los anfitriones y con Mademoiselle de Blois, disculpó al caballero disfrazado de aristócrata indicando que se encontraba algo indispuesto debido a una fuerte jaqueca, por lo cual había decidido descansar para estar en perfectas condiciones durante la recepción.

Se preguntaba que estaría haciendo, si realmente trataba de averiguar dónde estaría la puerta o más bien se había escapado del palacio para irse a buscar juerga en la ciudad, con él cualquier cosa podía suceder, lo cierto es que estaba más cómodo sin tener que verle después del penoso episodio en su habitación, primero lo había hecho ver como un efebo loco por él y después como un total imbécil.

En momentos como esos, odiaba tener que estar con él, ¿por qué el griego tenía un carácter tan irascible? Tal vez justo eso era lo que más le gustaba de ese hombre corintio.

La velada terminó con una serie de chismes palaciegos que nada tenían que ver con la misión o con la información que requerían hasta que precisamente Mademoiselle de Blois comentó que hacia unas semanas la guardia estaba especialmente hostil respecto a los huéspedes, ya que resguardaban algún objeto que devolvían al palacio, lo cual le hizo pensar que el Arconte de Escorpión tenía razón: muy probablemente la espada no estaba en Roma sino en Sicilia y después de la gresca ahí, la llevaron de regreso al palacio, con el mecenas al que pertenecía, había infravalorado al griego.

Suspiró y se disculpó para retirarse a su habitación, subió las escaleras de mármol blanco a paso lento, al llegar al infinito pasillo alfombrado sus pasos se amortiguaron, todo era silencio salvo las risillas que aún se escuchaban en el comedor de la planta baja.

Se detuvo un momento delante de las puertas de hoja doble que custodiaban la habitación del rubio, tomó aire y tocó suavemente.

No obtuvo respuesta.

—Oye, Zakros… ¿Duermes?... Me gustaría hablar contigo ¿Sabes?...

Silencio.

—Zakros, por favor…

Aguzó el oído cerca de la puerta sin escuchar nada, así que se aventuró a abrir lentamente, esperaba escuchar los gritos de loca ménade del otro, pero no hubo gritos tampoco, todo estaba a oscuras, salvo por la luz que entraba por el magnífico balcón, Zakros no estaba en la habitación, todo parecía en orden, la ropa de la recepción estaba sobre la cama y su armadura dorada estaba a un lado pulcramente colocada, lo que le hizo pensar que pensaba regresar, dondequiera que estuviese.

Suspiró deseando que Atenea le guardara con bien, salió por donde había entrado cerrando las puertas y fue a paso cansado a la habitación contigua, aún acostado en la cama continuó atento para escuchar si él volvía, pero hasta que cayó rendido en los brazos de Morfeo no le escuchó ni le sintió volver.

Los primeros rayos de la mañana le descubrieron en la cama, había dormido bastante por lo que alcanzaba a distinguir, Apolo había hecho andar su carro de fuego y alumbraba maravillosamente, se estiró perezosamente con la enredadera color castaño cobrizo que era su cabello, se alisó lo suficiente con los dedos, olisqueo el ambiente, olía a café recién hecho, tostadas, salchichas y demás delicias, aquello le recordó que tenía hambre, el estómago protestó, en su mesa estaba puesto el desayuno, antes de sentarse a comer nada, se levantó para ver si su compañero ya estaba de pie, sin embargo, nuevamente su esfuerzo fue infructuoso, la habitación estaba vacía, ni siquiera había dormido ahí, todo parecía idéntico a la noche anterior.

—Hijo de puta…

Murmuró y maldijo en groenlandés y danés indistintamente.

Aquel hombre sí que se lo estaba pasando pipa, lo imaginó tirado en algún sucio hotel con alguna mujerzuela, o peor aún, con algún hombre de mala reputación, se odió a sí mismo por preocuparse.

Así que se dispuso a desayunar solo, bufando su molestia.

Conforme fue pasando el día se puso más histérico al darse cuenta de que Zakros no aparecía por ningún lugar, llegó el almuerzo, la comida, la sobremesa, el paseo por los jardines… no había rastros de él por ninguna parte y por lo que veía no era el único que no lo había visto, su glamorosa y sensual amiga tampoco lo había visto así que se le adhirió a él, se vio a sÍ mismo como a Teseo rescatando a Ariadna para después abandonarle en la isla, la única diferencia era que él no había salido bien librado del laberinto y tampoco quería echarle mano a esa Ariadna.

El rostro desencajado, el cabello revuelto, seguramente era todo menos Teseo, tal vez Andrómaca ante la trasgresión de Héctor, las horas comenzaron a pasar a toda velocidad sin que el otro volviese, la situación ya no era graciosa, no sabía por dónde empezar a buscarlo y por más que elevó a discreción su cosmos para buscarlo obtuvo el mismo resultado: nada.

Llegó la noche, para evitar más preguntas incómodas y estarse retorciendo la ropa se vistió galante, la ropa de finísima confección le venía bien, pero eso era lo de menos, no estaba de humor para congraciarse de su aspecto, abotonó el chaleco y se puso el saco encima, después el antifaz que cubría la mitad de su rostro, casi parecía otro, debía continuar con la misión, con Zakros o sin él, dondequiera que se hubiese metido.

Cuando bajó las escaleras de mármol blanco las miradas se posaron en él, le hubiese gustado estar con el Arconte de Escorpión que sabía mejor que él apañárselas para gozar de ser el centro de atención, incomodo se recluyó en un rincón con una pose estúpida, llevaba una copa de vino en la mano mientras todos reían y se divertían, algunos bailaban animadamente al son de la música, con aquellas formas distinguidas y pasos calculados que él no se había esforzado en aprender.

Estaba por dirigirse discretamente hacia la pintura que sellaba el posible pasadizo cuando vio por la puerta principal entrar a un joven apuesto, alto, bellamente esculpido, de anchas espaldas y cintura estrecha, vestía de negro y llevaba, a juego con el traje, un chaleco brocado en verde esmeralda, como sus relampagueantes ojos, la melena rubia y ondulada le delataba, todos se volvían por igual a su paso mientras saludaba a unos y otras, el antifaz dorado le daba un aspecto seductor imposible de ignorar, eclipsaba la reunión por sí solo.

Se acercó hasta él a paso seguro.

Le temblaban las rodillas, Zakros también estaba inquieto, sabía que le iban a recibir a gritos.

—Lugonis… estás muy bello esta noche… —una profunda reverencia delante de él.

—¿A dónde carajo te metiste? ¡Estaba preocupado por ti! Todos aquí estaban preguntando por ti…

—¿Estabas preocupado… por mí?

—Por supuesto que sí ¡Animal! —siseó.

—Estoy bien… anda quita esa cara, te ves mejor si sonríes, además… he logrado encontrar la entrada… sin embargo no me ha sido posible salir de inmediato, no es que pudiera aguijonear a todos allá abajo, así que para no llamar la atención me he quedado escondido… —dijo en voz baja tomándolo del brazo antes de que saliera huyendo.

—Vaya, vaya, Zakros, creímos que ya no te veríamos esta noche… —Mademoiselle de Blois había dado con los dos y se había acercado engalanada en su magnífico vestido azul portando su no menos ostentoso antifaz—, no pensaran bailar entre ustedes ¿Verdad? Sería muy aburrido…

—Por supuesto que no Señora, si me lo permite, concédame esta pieza… —terció Zakros rescatando a Lugonis que se había quedado mudo en su rabieta.

Se fueron animados a bailar, el ver cómo el griego tomaba con presteza la diminuta cintura de aquella mujer no hizo más que encolerizarlo aún más, muerto de celos fue a sacar a bailar a la primer mujer que se encontró por ahí, fingiendo que todo estaba bien aunque por dentro estaba hecho una furia, afortunadamente portaba guantes, ya que de otra manera habría sido imposible tocar a nadie.

Bebieron y bailaron, bailaron y bebieron, echándose miradas de desafío el uno al otro, la noche era larga y tendrían que esperar hasta la madrugada para entrar al pasadizo sin ser descubiertos, cansado, confuso, un poco mareado y bastante desmoralizado abandonó a su compañera de baile y se escondió en cuanto pudo en su habitación, se deshizo del antifaz, aun empuñando una copa de vino, apuró el contenido granate en la garganta, asomado en el balcón privado, podía ver la luz de las velas decorando los jardines, a los jóvenes amantes corriendo y divirtiéndose, aquella noche todo conspiraba en su contra.

Se lavó la cara con agua perfumada y se deshizo de toda la parafernalia que traía encima, se tiró sobre la acogedora cama encontrando reconfortante el abrazo del colchón contra su cuerpo, cerró los ojos y rendido, el sueño lo fue invadiendo, el murmullo de la algarabía abajo apenas le llegaba a los oídos.

Horas después abrieron las puertas de madera, en silencio, a paso suave, la figura se deslizó hasta el interior de la habitación, se sentó en el cómodo sillón que estaba a un costado de la cama.

Zakros vestía únicamente una larga bata de seda, cómodamente recargado en el respaldo con una pierna cruzada sobre la otra, la bata se abría dejando ver la perfección de sus músculos, el dibujo exacto de sus muslos, iba desnudo debajo de ese suspiro de tela, el pecho que respiraba acompasadamente mientras sus ojos felinos no perdían de vista al hombre dormido en la cama, se mordió los labios y contuvo el impulso de atacarlo, había bebido es cierto, pero no tanto como para que sirviese de pueril pretexto.

—Yo habría hecho hasta lo imposible por ti… —murmuró en voz apenas audible—. Primero tú… luego Aspasia… entre ambos me han hecho mierda… de Ilias mejor ni hablamos…

Acabó por tomar las últimas gotas del vaso con agua, dejó la pieza de cristal cortado a un lado del sillón y se llevó una mano por el cabello rubio, los labios mojados le daban un aspecto sumamente erótico, entre las piernas poco a poco había reaccionado su sexo, esperando llegar al baluarte que tal vez nunca tendría, pero por el cuál valía la pena doblegar el orgullo una vez más…