LIBRO X
Ella se encontraba sentada despreocupadamente sobre una de las viejas columnas derrumbadas en tiempos de la invasión Persa, muchos cientos de años atrás, miles, aquel templo de Perséfone jamás se reconstruyó, probablemente porque era una deidad no tan importante, una deidad menor o tal vez porque se trataba de una mujer, ¿quién daba importancia a los cultos femeninos que no fueran a Hera, para proteger el hogar?... Perséfone prácticamente era olvidada salvo para pequeños círculos femeninos y para las festividades eleusinas, por ello es que a nadie le importó reconstruir de nueva cuenta aquel minúsculo templo de culto… eso a ella le había llamado tanto la atención, le llenaba un poco de nostalgia, así que a menudo cuando quería descansar, meditar, apartarse de todos acudía a ese lugar y se quedaba sentada encogida sobre sí misma.
Entre las manos tenía una carta escrita pulcramente, pertenecía a Ilias que se encontraba en algún país lejano resolviendo todo cuanto caía en sus manos y que tenía que ver con Hades y sus secuaces.
Sabía que Sage estaba sumamente interesado en los dioses gemelos: Hypnos y Tanathos.
El sol aún no salía, estaba por hacerlo, aunque lo cierto es que el cielo estaba muy nublado, ese día seguramente sería uno de aquellos días apagados que le hacían extrañar más los viejos tiempos, aquellos en los cuáles compartía su vida, su tiempo, con Zakros y con Ilias, pero dado el giro que había tomado la situación, la vida entre los tres se había vuelto insostenible.
Zakros y ese carácter explosivo, había cambiado tanto desde entonces, e Ilias se había distanciado de él, aunque no de ella, notaba cierta tristeza en sus ojos.
Suspiró.
—¿Por quién suspiras, mi amadísima Lesbia? —la voz de matiz aterciopelado, sensual, sonrió para sí misma y se volvió hacia la dirección de la que provenía esa voz.
—Deyanira de Cáncer, ¿qué haces aquí? Te hacía en tu templo mimándote entre aceites, perfumes y jóvenes doncellas.
—¿Con jóvenes senos de fuera y pezones rosados…? Ummm… delicioso… —dijo lujuriosamente la mujer sacando la lengua y haciendo el obsceno gesto de lamer, se había quitado la máscara apenas vio a su compañera; blanca como la espuma, de cabellos negros, tan negros que destellaban un curioso brillo azuleo, ensortijados divinamente se enroscaban caprichosamente sobre la cabeza y cuerpo de su dueña, los ojos oscuros, profundos como pozos.
—¡Eres un asco Deyanira! —aquella era la primera sonrisa sincera en muchos días, lo agradecía infinitamente, Aspasia últimamente no estaba concentrada ni feliz y el buen humor y vulgaridades de Deyanira le venían bien en ese momento.
—¿Por qué lo dices? ¿Por qué no me ando con mojigaterías como el resto? ¡Bah! —Se lamió los rosados labios, al igual que Aspasia, ella tampoco traía puesta la máscara amazónica.
Se sentó a su lado cruzando las bellísimas piernas, hasta Aspasia llegaba con el viento el aroma inconfundible de aquel perfume de sándalo, tan característico de su compañera.
Ellas habían entrenado juntas, Sage la llevó al Santuario, había viajado a Venecia, se encontraba recabando información cuando se topó con aquella niña algo siniestra, pertenecía a la servidumbre de una familia veneciana, sin embargo Sage se dio cuenta de que esa niña tenía un don raro, y éste era el de poder ver las almas que deambulaban por doquier, podía ver con claridad las almas atormentadas y se entretenía jugando con los fuegos fatuos, de inmediato supo que su destino no era pertenecer a una corte, en su interior había poder, había fuerza… el Patriarca supo que en ella existía el potencial para ser un caballero dorado, el siguiente Arconte de Cáncer.
La gente del palacio le tenía miedo, pensaban que no era normal ni cristiano que esa niña hablara aparentemente sola por los rincones, así que sin más se deshicieron de ella. El Strategos le agradaba, era una buena persona y al igual que ella, él también podía ver los fuegos fatuos, compartían el mismo don, se mostraba atenta y dispuesta a aprender de él.
Estudió con ahínco griego antiguo, griego moderno, latín, historia, recitaba lo que leía sin problemas, tenía una memoria proverbial.
—Antes de convertirte en una guerrera, debes cultivar el conocimiento… —le dijo Sage ante la intempestiva pregunta de cuándo entrenaría como un verdadero guerrero.
La niña de diez años hizo un gesto de desagrado pero continuo estudiando, leía todo lo que llegaba a sus manos, aprendía rápidamente y se habituaba al Santuario de Atenea, soñaba con el día en el que podría combatir, sin embargo Sage parecía no tener planeado eso pronto, a pesar de que le agradaba el carácter indómito de la niña, deseaba esperar un poco más.
—¿Has leído a Aristóteles, Deledda?
—Así es, Aristóteles, Aristófanes… ¡Todo lo que inicia con A! ¡Estoy aburrida de leer! Y por cierto ya no quiero que me llames Deledda… —gritó molesta la pequeña encarando a Sage.
—Ah, ya no quieres usar tu nombre…
—No, ya no, es un nombre que yo no elegí ¡Nadie me preguntó! En adelante me llamaré Deyanira… y no quiero seguir vistiendo como una muñeca con todos estos trapos enredados ¡Me estorban! No puedo correr ni trepar a los árboles ni nada…
—Bien, bien, buscaremos algo más cómodo para ti… ¿Deyanira? El nombre de la esposa de Heracles…
—Así es… y la inconsciente autora de su muerte…
Le sorprendía la dualidad de la pequeña, en apariencia dulce, amable, atenta, pero en el fondo oscura, cruel, pensaba que únicamente había que guiarla por el camino correcto, esa niña en las manos equivocadas sería un peligro.
—Qué así sea, Deyanira entonces… háblame de Aristóteles…
—Tssss… Siempre por la tangente ¿No?...
Tal como Deledda lo pidió no se le volvió a vestir como una muñeca y tampoco se le volvió a llamar Deledda, su nombre en adelante fue Deyanira.
Empezó a entrenar con el resto de aprendices y pronto se dieron cuenta de que los sobrepasaba en agilidad y fuerza, así que barría con todos ellos, niños y niñas, era una fiera para pelear cuerpo a cuerpo, gustaba de presumir que era la única invicta en pancracio.
La niña veneciana creció entre soldados y guerreros, entre hombres duros y aprendices rudos, en una ocasión fastidiada de escuchar comentarios acerca de su belleza cortó todo su ensortijado cabello quedándose con nada, con ello demostró que su valor iba más allá de su apariencia física.
Fue entrenada entre las kòres, en el área dedicada a las mujeres que serían caballeros cuando llegó la adolescencia, y aunque no aceptó de buena gana el tener que usar una máscara, se sintió segura y cobijada entre sus compañeras entre sus iguales: mujeres guerreras.
Sage enseñó sus técnicas mortales de Cáncer a Deyanira, y ésta cada día dominaba más y más el poder de los santos de oro, a menudo era observada por los hombres, a menudo se hablaba de la belleza física de esa mujer indómita que ningún hombre había derrotado y que tampoco ningún hombre había tocado.
Lo que pocos sabían era que Deyanira no gustaba de los hombres, no sentía por ellos ninguna curiosidad ni tampoco ningún deseo, pensaba que nada había más cálido y más hermoso que el cuerpo femenino, su vida estaba consagrada a Artemisa.
Aspasia le parecía perfecta, una mujer poderosa, inteligente y bella, lamentablemente Aspasia no había caído en sus brazos por mucho que ella se había esforzado antes, y también por ello la respetaba.
El templo de Géminis y el de Cáncer fueron finalmente ocupados, Aspasia era más amable que ella con el resto de los caballeros dorados y aquellos que se atrevieron alguna vez a insinuarse se fueron con las manos vacías y con varios golpes.
Gustaba de pasar buena parte del tiempo sola, cuando no estaba con alguna que otra doncella que abrazaba las mismas costumbres que ella.
Aspasia sentía gran respeto por ella, le estimaba, había sido su compañera en los momentos más difíciles y también su confidente.
—Pensé que tardarías más en volver…
—¿Te parece poco tres meses fuera del Santuario? —preguntó sonriente Deyanira.
—No, desde luego, pero… llevabas ya mucho tiempo fuera —balbuceó la otra.
—Extrañaba estas columnas, el viento que huele a mar, las aburridas reuniones, las estupideces de los otros, a ti… ¿Qué te ha ocurrido mi bellísima Lesbia? —le preguntó acariciando el cabello lacio del color de la miel, la abrazó y acunó en su pecho, sólo con ella se permitía esas ternezas, la otra se acomodó en su abrazo.
—Ha pasado tanto… —le dijo un tanto culpable.
—No me digas, tiene que ver con los imbéciles de tus amigos, ¿verdad?
—Si…
—Y entonces ¿Qué? ¿Acabaste en la cama de Zakros? ¿Vale la pena? ¿De verdad tiene algo muy bueno de que jactarse?
—No lo sé… no es él, es que Ilias y yo…
—¡No me jodas! ¿Te has liado con Ilias? ¿Con Ilias de Leo, con ese tipo raro? —frunció el ceño.
—Las cosas no fueron muy bien, Zakros se enteró de una forma no muy agradable, riñeron, ya sabes qué carácter tiene, Ilias se marchó no hace mucho, me siento como una especie de Helena mal copiada.
—Shhh… vamos Aspasia, no puedo creer que te estés desbaratando por esos dos inútiles, Zakros no es más que un niño crecido amathía, ataxía, ponería, Ilias… bueno, debe ser un buen tipo si decidiste entregarte a él…
—Zakros no es ignorante, desordenado y vil, eres muy cruel con él, no se lo ha tomado muy bien, puso tierra de por medio, las cosas cambiaron mucho.
—Bueno, alguien tenía que perder, ¿no?, a menos claro que pensaras en revolcarte con los dos en cuyo caso me habría escandalizado puesto que yo tengo derecho sobre ti, yo te conozco de más tiempo —dijo riendo.
La verdad es que a ella tampoco le había caído muy bien enterarse de la situación amorosa de Aspasia, le gustaba lo indecible y de no ser por aquel código de respeto, hace tiempo se le habría ido encima.
—Eres una tonta, para ti es tan simple…
—¿Por qué? ¿Por qué no me gustan los hombres? No es simple… es más complicado de lo que crees, pero creo que si ya has tomado una decisión no hay más que se pueda hacer, lo amas, ¿no?, entonces sigue adelante… y si te decides un día a dejar de perder el tiempo yo estaré muy feliz de recibirte en el templo de Cáncer.
—Haces ver las cosas tan sencillas ¿O es que yo me complico demasiado?
—Te complicas, piensa que los amores a Zakros le van y le vienen conforme pierde la erección así que vivirá y lo superará… deja de mortificarte, puedes continuar llorando en mi pecho si me prometes cocinar algo… muero de hambre.
Aspasia se rio, se reincorporó observándola, ahora que el sol había empezado a alumbrar tímidamente por entre las nubes, su cabello ensortijado color ónice brillaba, acarició su nariz diminuta y sus labios carnosos.
—Eres bellísima Deyanira, muchos matarían por ti.
—Por la que yo mataría no tiene interés en mí, el resto me da igual —se encogió de hombros.
—Tonta, vale… vamos a buscar algo de comer antes de que Sage te haga subir y te pida le des cada detalle, por mínimo que sea, de tu viaje.
—Y cada detalle he de darle, hermana, así sean los detalles escabrosos de mi lecho en llamas.
—¡Calla! No tienes remedio.
—¿Te parece? Soy una pervertida y gozo mucho siéndolo —refutó con una sonrisa que se esfumó como el agua cuando tiraron de ella.
—Demasiado eros… —contestó pensativa, le tomó la mano y le hizo correr a su lado hacia abajo como en los viejos tiempos—, y sólo conozco a dos personas con demasiado eros: tú y el del octavo templo.
No demoró demasiado en el templo de Géminis, supuso que apenas el Patriarca abrió los ojos y sintió que estaba ahí de regreso le apremió a que fuese en su búsqueda, aun masticando el último bocado fue escaleras arriba.
—Strategos, le pido por favor que me encomiende entonces las misiones más arriesgadas, aquellas que nadie quiera tomar o por miedo o por riesgo…
—Sagramore ¡Por las barbas de Poseidón! ¿Otra vez con la misma cosa?
—Se lo ruego Señor, de nada sirvo aquí encerrado, ni a usted ni a Atenea, dejadme ir…
—Ni siquiera he tomado la primera infusión del día y en vez de que reciba un nuevo y provechoso día con los rayos del sol ¡Tengo que recibir mi día con tus lastimeros ruegos! —Espetó Sage al borde de la histeria— Te lo he dicho, tú te quedas en donde estás.
A pesar de las protestas de los guardias, la amazona de Cáncer se había abierto paso sin mucho problema, el murmullo de un gallinero afuera le hizo sonreír a Sage, y por un momento olvidó la molestia que le causaba Sagramore ahí.
—Le admiro Excelencia, tener que aguantar el parvulario de inútiles ahí afuera… y a un desertor aquí a sus pies —sentenció a través de la máscara dirigiéndose obviamente a Sagramore que se encontraba mirándole absorto, enrojeció al escucharle y se puso de pie— ¿Desea que me haga cargo de este desertor, Patriarca?
—¿A quién llamas desertor?
—A ti por supuesto, además de desertor ¿Eres estúpido?
—Tranquilízate Deyanira, me alegra que hayas llegado con bien —terció Sage, conocía perfectamente a su discípula y como se las gastaba.
—Tienes la lengua muy afilada, pero ante todos eres una dama… —perfectamente sabía Sagramore que si algo detestaban las amazonas era eso, ser tratadas con disculpas por tratarse de mujeres, Deyanira bajo la máscara ardió en rabia, el Arconte de Capricornio hizo una reverencia ante Sage y otra más hacia la mujer.
—A todo esto ¿Ese esbirro quién era? —preguntó indiferente Deyanira mientras se quitaba la máscara plateada, Sage le conocía desde niña así que a solas no la portaba.
—El Arconte de Capricornio, Sagramore.
—¿Habla enserio?… curiosamente ha comenzado a brillar con fulgor una de las estrellas de Capricornio, lo he visto hace varios días.
—Entonces el nuevo discípulo ha nacido, eres muy observadora.
—Menuda broma, con semejante maestro dudo mucho que llegue a viejo ¿No?
—Ustedes harán que yo no llegue a viejo…
Mientras tanto Sagramore furioso atravesó el templo de Piscis y luego Acuario en donde casi chocó con Paris.
—¿Qué te sucede Sagramore? Creí que ibas a hablar con Sage no a las Dionisiacas.
—¡Bah! En efecto he ido a hablar con él…
—Déjame adivinar ¿Te has topado con Deyanira?... Eso explicaría tu mal humor.
—¡Es una ménade furiosa!...
—Y aún no conoces a la otra ménade que vive aquí… —bromeó el pelirrojo observando la desazón del español.
—¡Joder! ¿Hay más? Sois todos un atado de locos.
—Hay más, al menos uno, anda relájate, ¿por qué no me acompañas a buscar algunas plantas para un emplaste?
—¿Plantas? ¿Emplaste? ¿Te sientes mal?
—No, es para enviárselas a mi maestro Krest, aprecia mucho los remedios naturales.
—Cuando gustes puedo darte un masaje… —dijo con esa sonrisa torcida el español, insinuante.
—Por supuesto que no, sátiro dorado.
—Te cotizas mucho por un simple polvo…
—Mantén alejadas tus manos y lo que tienes entre las piernas de mí, a menos claro que quieras preservarlo en hielo por toda la eternidad.
—Joder, que agresivo.
—¿Vienesssss o no? – preguntó Paris arrastrando la letra "s" imitando el acento del español en medio de risas.
—Basta Paris para con eso…
